Por la Dra. Carol Byrne
En 1975, en el aniversario de la muerte de Dom Prosper Guéranger, OSB (1805-1875), abad de Solesmes, Pablo VI lo designó como el “Autor del Movimiento Litúrgico” (1). Esta afirmación, como muchos otros lemas del concilio Vaticano II, ha sido repetida con tanta frecuencia por los fieles del Movimiento Litúrgico que ahora la dan por sentada como una verdad innegable.
Sin embargo, se demostrará que no se basa en datos verificables y que puede descartarse como parte del universo de noticias falsas en el que habitan los católicos actuales afines a las reformas conciliares.
El propósito de esta afirmación era evidentemente otorgar un aura de respetabilidad al Movimiento Litúrgico al vincularlo con la reputación de Dom Guéranger, quien se destacó por el notable éxito de su renovación litúrgica en Francia tras la Revolución Francesa, que había reducido el monacato a ruinas.
Una pregunta pertinente a considerar es qué tan confiable puede ser una evaluación de los logros de Guéranger realizada por miembros del Establishment Litúrgico posterior al Vaticano II en una época que se ha descrita como la Revolución Francesa en la Iglesia Católica y que ha sido testigo de un abandono generalizado de la vida monástica.
Después de todo, estaban imbuidos de los principios de 1789 —Libertad, Igualdad y Fraternidad— a los que Guéranger se oponía. Él era un ultramontano, es decir, un firme defensor de la supremacía papal y del control centralizado romano de la Iglesia, mientras que ellos abrazaban la “colegialidad”. Con puntos de vista tan diametralmente opuestos, es improbable que exista una concordancia de sentimientos entre los dos mundos diferentes de posturas anteriores y posteriores al Vaticano II sobre el monacato, la liturgia o, de hecho, cualquier otro aspecto de la vida eclesiástica.
El primer requisito para evaluar la obra de Guéranger como monje benedictino es situar su contribución al bien de la Iglesia en su contexto histórico.
Contraste entre Dom Guéranger y los reformadores posteriores
Si tomamos los principios fundamentales en los que se basó la reforma litúrgica de Dom Guéranger, surgirán varios puntos de divergencia que ponen de manifiesto la incompatibilidad fundamental entre el espíritu de renovación que animó a Guéranger y el espíritu de reforma que impulsó la agenda de los liturgistas anteriores al Vaticano II. Para mayor comodidad, los principios a los que Guéranger se adhirió pueden agruparse en cuatro categorías:
● La reforma litúrgica debe mantener un vínculo ininterrumpido con la Tradición.
● No debe introducir novedades ni adaptaciones a las costumbres locales.
● No debe permitirse que se suprima ninguna parte de la liturgia.
● Debe ser realizada por personas conocidas por su piedad y no simplemente por su erudición.
Tomando todos estos puntos en consideración, podemos ver a simple vista que no es un buen augurio para aquellos que sostienen que las reformas litúrgicas del siglo XX fueron emprendidas siguiendo el espíritu de Dom Guéranger.
La historia del Movimiento Litúrgico actual está salpicada de experimentos por parte de reformadores que introdujeron novedades de su propia invención en la liturgia.
Los primeros años del siglo vieron los inicios de la práctica sigilosa de la “participación activa”, la “misa con diálogo” y la “misa de cara al pueblo”. Hubo incluso algo de experimentación ecuménica, por ejemplo, las iniciativas de Dom Beauduin en el intercambio interconfesional en el monasterio de Amay, que fundó en 1925.
Desde mediados de siglo hasta el Vaticano II, a los reformadores litúrgicos se les permitió, con el apoyo papal, recortar elementos significativos del Misal Romano, particularmente en los servicios de Semana Santa, que juzgaron “inadecuados” para los gustos modernos. Juan XXIII, continuando la política de su predecesor, suprimió muchas fiestas del Calendario General, lo que también afectó al Breviario.
Él eliminó el Confiteor antes de la Comunión en el Ordinario de la Misa y se alteró el Canon, que es inmutable, añadiendo el nombre de San José. Así, en el momento de la Constitución sobre la Liturgia de 1963, si bien el vínculo con la Tradición no se había roto por completo, al menos se había debilitado peligrosamente.
En cuanto a la erudición litúrgica, el propio Guéranger fue un profesional ejemplar en este ámbito. Poseía todas las cualidades esenciales para la tarea: piedad, erudición, celo por la verdad y un sincero deseo de servir a la Iglesia preservando sus Tradiciones. Muy diferente era la situación con los reformadores litúrgicos anteriores al Vaticano II.
Una investigación exhaustiva de sus métodos de investigación demostrará que su objetivo no era aportar verdades ni ampliar el conocimiento, sino difundir únicamente aquellos hallazgos que respaldaban sus ideas preconcebidas sobre la reforma litúrgica, ignorando las evidencias contradictorias.
Una comparación con la obra de Guéranger (quien logró la unidad dentro del rito romano en estricta fidelidad al Concilio de Trento) revelará que los progresistas del siglo XX tenían una concepción totalmente diferente de la renovación litúrgica. Para ellos, el estudio basado en la investigación era simplemente una estrategia para impulsar el cambio de políticas al más alto nivel de la jerarquía eclesiástica. En esto tuvieron un éxito rotundo, como lo atestigua la historia de la liturgia del Novus Ordo.
En 1924, el Papa Pío XI criticó el espíritu arrogante y engreído de ciertos eruditos reformadores que carecían de la disposición adecuada para la investigación académica en materia litúrgica:
Desde mediados de siglo hasta el Vaticano II, a los reformadores litúrgicos se les permitió, con el apoyo papal, recortar elementos significativos del Misal Romano, particularmente en los servicios de Semana Santa, que juzgaron “inadecuados” para los gustos modernos. Juan XXIII, continuando la política de su predecesor, suprimió muchas fiestas del Calendario General, lo que también afectó al Breviario.
Él eliminó el Confiteor antes de la Comunión en el Ordinario de la Misa y se alteró el Canon, que es inmutable, añadiendo el nombre de San José. Así, en el momento de la Constitución sobre la Liturgia de 1963, si bien el vínculo con la Tradición no se había roto por completo, al menos se había debilitado peligrosamente.
En cuanto a la erudición litúrgica, el propio Guéranger fue un profesional ejemplar en este ámbito. Poseía todas las cualidades esenciales para la tarea: piedad, erudición, celo por la verdad y un sincero deseo de servir a la Iglesia preservando sus Tradiciones. Muy diferente era la situación con los reformadores litúrgicos anteriores al Vaticano II.
Una investigación exhaustiva de sus métodos de investigación demostrará que su objetivo no era aportar verdades ni ampliar el conocimiento, sino difundir únicamente aquellos hallazgos que respaldaban sus ideas preconcebidas sobre la reforma litúrgica, ignorando las evidencias contradictorias.
Una comparación con la obra de Guéranger (quien logró la unidad dentro del rito romano en estricta fidelidad al Concilio de Trento) revelará que los progresistas del siglo XX tenían una concepción totalmente diferente de la renovación litúrgica. Para ellos, el estudio basado en la investigación era simplemente una estrategia para impulsar el cambio de políticas al más alto nivel de la jerarquía eclesiástica. En esto tuvieron un éxito rotundo, como lo atestigua la historia de la liturgia del Novus Ordo.
En 1924, el Papa Pío XI criticó el espíritu arrogante y engreído de ciertos eruditos reformadores que carecían de la disposición adecuada para la investigación académica en materia litúrgica:
“Sin embargo, estos estudios de los ritos antiguos deben ir precedidos de las bases necesarias para el conocimiento, y deben ir acompañados de piedad y obediencia dócil y humilde. Y si estas faltan, cualquier investigación sobre las antiguas liturgias de la Misa resultará impía e infructuosa: pues cuando la suprema autoridad de la Sede Apostólica en materia litúrgica, que con razón rechaza la erudición inflada y, con el Apóstol, 'habla sabiduría entre los perfectos' (1 Cor. 8:1, 2:6), ha sido desdeñada, ya sea por ignorancia o por un espíritu arrogante y engreído, el peligro inmediato amenaza con que el error conocido como modernismo se introduzca también en la liturgia” (2).
El Movimiento Litúrgico imbuido de Modernismo
Irónicamente, un Modernismo resurgente ya estaba haciendo un progreso constante en el reinado de Pío XI, y había ganado tanto apoyo en el tiempo de Pío XII que incluso un teólogo protestante, alentando el progreso del Movimiento Litúrgico, señaló en 1954:
“Es especialmente en su método teológico que el Movimiento Litúrgico evidencia una relación con los errores del Modernismo condenados por Pío X en Pascendi ... algunas de las tendencias más fructíferas condenadas por Pío X en su condena general han servido para hacer del Movimiento Litúrgico la gran potencia que es hoy” (3).
Continúa...
Notas:
1) “Auctor illius Spiritalis motus” apud Cuthbert Johnson OSB, Prosper Guéranger (1805-1875), A Liturgical Theologian: an Introduction to his Liturgical Writings and Work, Pontificio Ateneo Sant'Anselmo, 1984, p. 14.
2) Pío XI, Missale Bracarense, Typis Polyglottis Vaticanis, 1924, pág. viii. El Rito de Braga se consolidó en la Arquidiócesis de Braga entre los siglos XI y XIII. Con más de 200 años de antigüedad en la época del Quo Primum del Papa Pío V del 14 de julio de 1570, se permitió que el Rito de Braga continuara en uso.
3) Ernest Koenker, The Liturgical Renaissance in the Roman Catholic Church, University of Chicago Press, 1954, págs. 29, 30-31.
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