miércoles, 31 de enero de 2001

IN FRUCTIBUS MULTIS (2 DE ABRIL DE 1964)


CARTA APOSTÓLICA MOTU PROPRIO

IN FRUCTIBUS MULTIS

EN LA QUE SE INSTITUYE LA COMISIÓN PONTIFICIA

DE LOS MEDIOS DE COMUNICACIÓN SOCIAL

1. Entre los muchos beneficios que no sin una especial benevolencia divina ha aportado el Concilio Ecuménico Vaticano II a la Iglesia de Cristo, creemos que ha de enumerarse el Decreto sobre los Medios de comunicación social, que fue solemnemente aprobado por el mismo Concilio y por Nos promulgado en la sesión pública del 4 de diciembre de 1963.

2. Pues estos medios —entre los cuales revisten particular importancia la prensa, la televisión, la radio y el cine— por sus estrechas y mutuas relaciones, plantean en nuestro tiempo problemas tan graves, que llegan a influir no sólo en la cultura, en la civilización ti en la moralidad pública, sino también en la religión; requieren, por lo tanto, hoy, no sólo una particular solicitud por parte de los sagrados pastores y una eficaz presencia de los fieles, sino también la efectiva colaboración de todos los hombres de buena voluntad.

3. La importancia que atribuimos a estos medios para la causa católica se puede fácilmente deducir de las palabras por Nos pronunciadas en aquella solemne circunstancia: “Otro de los frutos, y no de poco valor, de nuestro Concilio es el Decreto sobre los medios de comunicación social, índice éste de la capacidad que la Iglesia posee de unir la vida interior a la exterior, la contemplación a la acción, la oración al apostolado. También este resultado conciliar, esperamos, podrá ser guía y aliento para muchísimas formas de actividad, insertas ya, como instrumento y como documento, en el ejercicio del ministerio pastoral y de la misión católica en el mundo” [1].

4. Por estos motivos deseamos vivamente que como las demás disposiciones aprobadas, con la asistencia del Espíritu Santo, por el Concilio Ecuménico Vaticano II, también este Decreto sea diligente y fielmente llevado a la práctica. Creemos dar una valiosa contribución a esta realización, instituyendo sin tardanza una Comisión, a la que se le confíe todo este sector.

5. Ya nuestro predecesor Juan XXIII, de feliz memoria, casi al comienzo de su pontificado, con el motu proprio Boni Pastoris [2] dio un nuevo realce a la Comisión Pontificia permanente, a la que se confiaba el encargo de “examinar las diversas actividades relativas al cine, a la radio, y a la televisión, de incrementarlas y dirigirlas, de acuerdo con la doctrina y las normas directrices contenidas en la encíclica Miranda prorsus y las disposiciones que a continuación se dictarían por la Sede Apostólica” [3].

6. La citada Comisión, agregada desde entonces a la Secretaría de Estado [4], atendió su cometido con tanto empeño y tanto celo que mereció el común aprecio.

7. Además, los padres del Concilio Ecuménico Vaticano II han creído necesario que la competencia de esta Comisión se extendiera a todos los medios de comunicación social, comprendiendo la prensa, y estuvieran llamados a prestarle su colaboración los expertos, también seglares, de las diversas nacionalidades [5].

8. Puesto que nuestra voluntad concuerda con el autorizado voto de los padres del Concilio, Nos, por lo tanto, modificando el nombre y ampliando las competencias de la mencionada Comisión, por iniciativa nuestra, con ciencia cierta, y después de madura deliberación, en virtud de esta Carta y a perpetuidad instituimos la Comisión Pontificia para las Comunicaciones Sociales, confiándole, en cuanto concierne a los intereses de la religión católica, los problemas relativos al cine, a la radio, a la televisión y a la prensa diaria y periódica; en lo que respecta al sector de la prensa, se ocupará de promover las iniciativas que esta Sede Apostólica considere oportunas a propósito de problema de tanta importancia.

9. Además de las tareas que se le habían confiado a esta Comisión en la mencionada Carta Apostólica Boni Pastoris, será de su competencia la realización de las normas directrices del Decreto del Concilio Ecuménico Vaticano II sobre los medios de comunicación social, como también, según las disposiciones del artículo 23 del mismo Decreto, la preparación de la Instrucción Pastoral que será sometida a nuestra aprobación.

10. Una solicitud particular de la Comisión estará encaminada, conforme al espíritu del Decreto conciliar, a ayudar a los ordinarios del lugar en el desarrollo de sus actividades pastorales en este sector [6]. 

11. Las relaciones de la Comisión con las Sagradas Congregaciones de la Curia Romana —cuyas competencias no pretende cambiar la presente Carta— estarán dirigidas por las normas establecidas en el ya citado motu proprio Boni Pastoris [7].

12. Finalmente, para que la Comisión pueda hacer frente a las nuevas y graves tareas, estará dotada de los medios necesarios para su actividad y se servirá de la ayuda de personas expertas en el campo de los medios de comunicación social que, en número conveniente, serán llamadas a formar parte de la misma Comisión.

13. Esta Comisión, trabajando en la esfera de sus funciones, de conformidad con la doctrina de la Iglesia y con las necesidades de nuestros tiempos, será una gran ayuda para la difusión de la verdad y por esto mismo para la concordia entre los pueblos; pues, como afirmó nuestro predecesor, de feliz memoria, Juan XXIII, “Trabajando en pro de la verdad, se trabaja en pro de la fraternidad humana” [8].

14. Cuanto hemos decretado y establecido en el presente motu propio, ordenamos que sea estable y válido, sin que obste nada en contrario.

Dado en Roma, junto a San Pedro, el 2 de abril de 1964, primer año de nuestro pontificado.

PAULUS PP VI


[1] Alocución del Papa Pablo VI a los padres conciliares, 4 de diciembre de 1963.

[2] AAS, LI, 1959, págs, 183-187.

[3] Cfr. ibíd., pág, 185.

[4] Cfr. ibíd., pág. 187.

[5] Decreto sobre los medios de comunicación social, art. 19.

[6] Cfr. ibíd., arts. 20-21.

[7] AAS, vol. LI, 1959, págs. 185-186.

[8] Cfr. Alocución del Papa Juan XXIII a los miembros de la Asociación de la Prensa extranjera en Italia, 24 de octubre de 1961, AAS LIII, 1961, pág. 723.



martes, 30 de enero de 2001

LA VERDAD Y EL SIGNIFICADO DE LA SEXUALIDAD HUMANA (8 DE DICIEMBRE DE 1995)


CONSEJO PONTIFICIO PARA LA FAMILIA

LA VERDAD Y EL SIGNIFICADO

DE LA SEXUALIDAD HUMANA


Lineamientos para la Educación en la Familia


INTRODUCCIÓN

La situación y el problema

1. Entre las muchas dificultades con las que se encuentran hoy los padres, a pesar de los diferentes contextos sociales, se destaca ciertamente una: la preparación adecuada de los hijos para la vida adulta, particularmente en lo que se refiere a la educación en el verdadero sentido de la sexualidad. Hay muchas razones para esta dificultad y no todas son nuevas.

En el pasado, aun cuando la familia no brindaba una educación sexual específica, la cultura general estaba impregnada de respeto a los valores fundamentales y, por lo tanto, servía para protegerlos y mantenerlos. En la mayor parte de la sociedad, tanto en países desarrollados como en vías de desarrollo, el declive de los modelos tradicionales ha dejado a los niños privados de una orientación constante y positiva, mientras que los padres no se encuentran preparados para brindar respuestas adecuadas. Este nuevo contexto se ve agravado por lo que observamos: un eclipse de la verdad sobre el hombre que, entre otras cosas, presiona para reducir el sexo a un lugar común. En este ámbito, la sociedad y los medios de comunicación de masas aportan la mayor parte del tiempo una información despersonalizada, lúdica y muchas veces pesimista. Además, esta información no tiene en cuenta las diferentes etapas de formación y desarrollo de los niños y jóvenes, y está influenciada por un concepto individualista distorsionado de la libertad, en un ambiente carente de los valores básicos de la vida, el amor humano y la familia.

Luego la escuela, poniéndose a disposición para llevar a cabo programas de educación sexual, muchas veces lo ha hecho tomando el lugar de la familia y, la mayoría de las veces, con el único objetivo de brindar información. A veces esto realmente conduce a la deformación de las conciencias. En muchos casos los padres han renunciado a su deber en este campo o han accedido a delegarlo en otros, por la dificultad y la propia falta de preparación.

Ante tal situación, muchos padres católicos recurren a la Iglesia para que asuma la tarea de brindarles orientación y sugerencias para la educación de sus hijos, especialmente en la etapa de la niñez y la adolescencia. A veces, los propios padres han sacado a relucir sus dificultades cuando se enfrentan a la enseñanza impartida en la escuela y, por lo tanto, traída al hogar por sus hijos. El Consejo Pontificio para la Familia ha recibido reiteradas y apremiantes solicitudes para que brinde pautas en apoyo de los padres en esta delicada área de la educación.

2. Consciente de esta dimensión familiar de la educación para el amor y para vivir adecuadamente la propia sexualidad y consciente de la singular "experiencia de humanidad" de la comunidad de los creyentes, nuestro Consejo desea proponer orientaciones pastorales, aprovechando la sabiduría que emana de la Palabra del Señor y los valores que iluminan la enseñanza de la Iglesia.

Por eso, sobre todo, queremos vincular esta ayuda a los padres a contenidos fundamentales sobre la verdad y el sentido del sexo, en el marco de una genuina y rica antropología. Al ofrecer esta verdad, somos conscientes de que "todo aquel que es de la verdad" (Jn 18, 37) escucha la palabra de Aquel que es la Verdad en Persona (cf. Jn 14, 6).

Esta guía no pretende ser un tratado de teología moral ni un compendio de psicología. Pero debe mucho a los logros de la ciencia, a las condiciones socioculturales de la familia y a la proclamación de valores evangélicos que son siempre nuevos y pueden encarnarse de manera concreta en cada época.

3. En este campo, la Iglesia se fortalece con algunas certezas incuestionables que han guiado también la elaboración de este documento.

El amor es un don de Dios, alimentado y expresado en el encuentro del hombre y la mujer. El amor es, pues, una fuerza positiva dirigida a su crecimiento en la madurez como personas. En el proyecto de vida que representa la vocación de cada uno, el amor es también fuente preciosa de la entrega que todos los hombres y mujeres están llamados a realizar para su propia realización y felicidad. En efecto, el hombre está llamado a amar como espíritu encarnado, es decir, alma y cuerpo en la unidad de la persona. El amor humano, por lo tanto, abraza el cuerpo, y el cuerpo expresa también el amor espiritual. Por lo tanto la sexualidad no es algo puramente biológico, sino que concierne al núcleo íntimo de la persona. El uso de la sexualidad como entrega física tiene su propia verdad y alcanza su pleno significado cuando expresa la entrega personal del hombre y de la mujer hasta la muerte. Como toda la vida de la persona, el amor está expuesto a la fragilidad provocada por el pecado original, fragilidad experimentada hoy en muchos contextos socioculturales marcados por fuertes influencias negativas, a veces desviadas y traumáticas. Sin embargo, la Redención del Señor ha hecho de la práctica positiva de la castidad algo realmente posible y motivo de alegría, tanto para quienes tienen vocación por el matrimonio (antes, en el tiempo de preparación, como después, en el curso de la vida matrimonial) así como para aquellos que tienen el don de una especial vocación por la vida consagrada.

4. A la luz de la Redención y de la formación de los adolescentes y jóvenes, en la templanza se encuentra la virtud de la castidad, virtud cardinal elevada y enriquecida por la gracia en el bautismo. Por lo tanto, la castidad no debe entenderse como una actitud represiva. Por el contrario, la castidad debe entenderse más bien como pureza y custodia temporal de un precioso y rico don de amor, en vista de la entrega realizada en la vocación específica de cada uno. La castidad es, pues, esa "energía espiritual capaz de defender el amor de los peligros del egoísmo y de la agresividad, y capaz de llevarlo hacia su plena realización".

El Catecismo de la Iglesia Católica describe y en cierto sentido define la castidad de esta manera: "La castidad significa la integración lograda de la sexualidad en la persona y, por lo tanto, la unidad interior del hombre en su ser corporal y espiritual".

5. En el marco de la educación del joven para la autorrealización y la entrega, la formación para la castidad implica ante todo la colaboración de los padres, como ocurre con la formación para las demás virtudes como la templanza, la fortaleza y la prudencia. La castidad no puede existir como virtud sin la capacidad de renunciar a sí mismo, de hacer sacrificios y de esperar.

Al dar la vida, los padres cooperan con el poder creador de Dios y reciben el don de una nueva responsabilidad, no sólo para alimentar a sus hijos y satisfacer sus necesidades materiales y culturales, sino sobre todo para transmitirles la verdad vivida de la fe y educarlos en el amor a Dios y al prójimo. Este es el primer deber de los padres en el seno de la "iglesia doméstica".

La Iglesia siempre ha afirmado que los padres tienen el deber y el derecho de ser los primeros y principales educadores de sus hijos.

Retomando la enseñanza del Concilio Vaticano II, el Catecismo de la Iglesia Católica dice: "Es imperativo instruir adecuada y oportunamente a los jóvenes, sobre todo en el seno de sus propias familias, sobre la dignidad del amor conyugal, su papel y su ejercicio".

6. Los desafíos que plantea hoy la mentalidad y el entorno social no deben desanimar a los padres. De hecho, vale la pena recordar que los cristianos han tenido que enfrentarse a desafíos similares del hedonismo materialista desde la época de la primera evangelización. Además, "Este tipo de reflexión crítica debe llevar a nuestra sociedad, que ciertamente contiene muchos aspectos positivos a nivel material y cultural, a darse cuenta de que, desde varios puntos de vista, es una sociedad enferma y está creando profundas distorsiones en el hombre. ¿Por qué está pasando esto? La razón es que nuestra sociedad ha roto con la verdad plena sobre el hombre, con la verdad sobre lo que realmente son el hombre y la mujer como personas. Por lo tanto, no puede comprender adecuadamente el verdadero significado del don de las personas en el matrimonio, el amor responsable al servicio de la paternidad y la maternidad, y la verdadera grandeza de la procreación y la educación".

7. Por lo tanto, la labor educativa de los padres es indispensable para que, "Si es cierto que, al dar la vida, los padres participan en la obra creadora de Dios, también lo es que, al educar a sus hijos, se convierten en partícipes de su modo paternal y al mismo tiempo maternal de enseñar... Por medio de Cristo, toda la educación, dentro y fuera de la familia, se convierte en parte de la propia pedagogía salvadora de Dios, que se dirige a las personas y a las familias y culmina en el misterio pascual de la muerte y resurrección del Señor".

En su tarea, a veces delicada y ardua, los padres no deben dejarse desanimar, sino poner su confianza en la ayuda de Dios Creador y de Cristo Redentor. Deben recordar que la Iglesia ruega por ellos con las palabras que el Papa San Clemente I elevó al Señor para todos los que tienen autoridad en su nombre: "Concédeles, Señor, salud, paz, concordia y estabilidad, para que ejerzan sin ofensa la soberanía que les diste. Maestro, Rey celestial de los siglos, tú das gloria, honra y poder sobre las cosas de la tierra a los hijos de los hombres. Dirige, Señor, su consejo, siguiendo lo que es agradable y aceptable ante tus ojos, para que ejerciendo con devoción y en paz y mansedumbre el poder que les has dado, hallen gracia contigo".

Por otra parte, habiendo dado y acogido la vida en un clima de amor, los padres son ricos en un potencial educativo que nadie más posee. De una manera única conocen a sus propios hijos; los conocen en su identidad irrepetible y por experiencia poseen los secretos y los recursos del verdadero amor.


I

LLAMADOS AL AMOR VERDADERO

8. Como imagen de Dios, el hombre ha sido creado para el amor. Esta verdad se nos ha revelado plenamente en el Nuevo Testamento, junto con el misterio de la vida interior de la Trinidad: "Dios es amor (1 Juan 4, 8) y en sí mismo vive un misterio de comunión amorosa personal. Creando el género humano a su imagen y semejanza... Dios inscribió en la humanidad del hombre y de la mujer la vocación, y por tanto la capacidad y la responsabilidad, del amor y de la comunión. El amor es, pues, la vocación fundamental e innata de todo ser humano". Todo el sentido de la verdadera libertad, y del dominio propio que de ella se deriva, se dirige, pues, a la entrega de sí mismo en la comunión y amistad con Dios y con los demás.

El amor humano como entrega de sí mismo

9. Así, la persona es capaz de un amor más elevado que el de la concupiscencia, que sólo ve los objetos como un medio para satisfacer los propios apetitos; la persona es capaz más bien de amistad y de entrega, con la capacidad de reconocer y amar a las personas por sí mismas. Como el amor de Dios, es un amor capaz de ser generoso. Se desea el bien del otro porque se le reconoce como digno de ser amado. Es un amor que genera comunión entre las personas, porque cada una considera el bien del otro como su propio bien. Es una entrega hecha a quien nos ama, una entrega cuya bondad inherente se descubre y se activa en la comunión de las personas y donde se aprende el valor de amar y de ser amado.

Cada persona está llamada al amor como amistad y entrega. Cada persona es liberada de la tendencia al egoísmo por el amor de los demás, en primer lugar por los padres o por quienes ocupan su lugar y, en definitiva, por Dios, de quien procede todo amor verdadero y sólo en cuyo amor el hombre descubre hasta qué punto es amado. Aquí encontramos la raíz del poder educativo del cristianismo: "¡La humanidad es amada por Dios! La Iglesia debe a la humanidad este anuncio tan sencillo y tan profundo". De este modo, Cristo ha revelado al hombre su verdadera identidad: "Cristo, el nuevo Adán, en la misma revelación del misterio del Padre y de su amor, revela plenamente al hombre a sí mismo y saca a la luz su altísima vocación".

El amor revelado por Cristo "que el Apóstol Pablo celebra en la Primera Carta a los Corintios... es ciertamente un amor exigente. Pero precisamente en esto radica su belleza: por el mismo hecho de ser exigente, edifica la verdadero bien del hombre y permite que se irradie a los demás". Por lo tanto, es un amor que respeta y edifica a la persona porque "El amor es verdadero cuando crea el bien de las personas y de las comunidades; crea ese bien y lo da a los demás".

Amor y sexualidad humana

10. El hombre está llamado al amor y a la entrega en la unidad de cuerpo y espíritu. Feminidad y masculinidad son dones complementarios, por los cuales la sexualidad humana es parte integrante de la capacidad concreta de amar que Dios ha inscrito en el hombre y la mujer. “La sexualidad es un componente fundamental de la personalidad, uno de sus modos de ser, de manifestarse, de comunicarse con los demás, de sentir, de expresar y de vivir el amor humano”. Esta capacidad de amar como don de sí se "encarna" así en el significado esponsalicio del cuerpo, que lleva la impronta de la masculinidad y feminidad de la persona. “El cuerpo humano, con su sexo, y su masculinidad y feminidad, visto en el misterio mismo de la creación, no es sólo fuente de fecundidad y procreación, como en todo el orden natural, sino que incluye desde el principio el atributo nupcial, es decir, la capacidad de expresar el amor: ese amor precisamente en el que el hombre-persona se convierte en don y —mediante este don— realiza el sentido mismo de su ser y de su existencia”. Toda forma de amor llevará siempre este carácter masculino y femenino.

11. La sexualidad humana es, pues, un bien, parte de ese don creado que Dios consideró "muy bueno", cuando creó a la persona humana a su imagen y semejanza, y "varón y hembra los creó" (Génesis 1:27). En cuanto modo de relacionarse y abrirse a los demás, la sexualidad tiene como fin intrínseco el amor, más precisamente, el amor como donación y acogida, el amor como dar y recibir. La relación entre un hombre y una mujer es esencialmente una relación de amor: "La sexualidad, orientada, elevada e integrada por el amor, adquiere verdadera cualidad humana". Cuando tal amor existe en el matrimonio, la entrega expresa, a través del cuerpo, la complementariedad y totalidad del don. El amor conyugal se convierte así en una fuerza que enriquece a las personas y las hace crecer y, al mismo tiempo, contribuye a construir la civilización del amor. Pero cuando falta en la sexualidad el sentido y el significado del don, se impone una "civilización de las cosas y no de las personas", "una civilización en la que las personas se usan de la misma manera que se usan las cosas".

12. El don de Dios: esta gran verdad y hecho fundamental está en el centro de la conciencia cristiana de los padres y de sus hijos. Nos referimos aquí al don que Dios nos ha hecho al llamarnos a la vida, a existir como hombre o mujer en una existencia irrepetible, llena de infinitas posibilidades para crecer espiritual y moralmente: "la vida humana es un don recibido para luego ser dado como un regalo". En efecto, el don revela, por así decirlo, una característica particular de la existencia humana, o más bien, de la esencia misma de la persona. Cuando Dios Yahvé dice que 'no es bueno que el hombre esté solo' (Génesis 2, 18), afirma que solo, el hombre no realiza completamente su existencia.

Lo realiza sólo existiendo "con alguien" - y aún más profunda y completamente: existiendo "para alguien". El amor conyugal se realiza en la apertura a la otra persona y en la entrega de sí mismo, tomando la forma de un don total que pertenece a este estado de vida. Además, la vocación a la vida consagrada encuentra siempre su sentido en la entrega, sostenida por una gracia especial, el don de sí mismo "sólo a Dios con un corazón indiviso de manera notable" para servirle más plenamente en la Iglesia. Por eso, en toda condición y estado de vida, este don se hace cada vez más maravilloso por la gracia redentora, por la que nos hacemos "partícipes de la naturaleza divina" (2 Pe 1, 4) y estamos llamados a vivir la comunión sobrenatural del amor junto a Dios y a los hermanos. Incluso en las situaciones más delicadas, los padres cristianos no pueden olvidar que el don de Dios está ahí, en la base de toda la historia personal y familiar.

13. "Como espíritu encarnado, es decir, alma que se expresa en un cuerpo y cuerpo informado por un espíritu inmortal, el hombre está llamado a amar en su totalidad unificada. El amor incluye el cuerpo humano, y el cuerpo se hace partícipe del amor espiritual". El significado de la propia sexualidad debe entenderse a la luz de la Revelación cristiana: "La sexualidad caracteriza al hombre y a la mujer no sólo en el plano físico, sino también en el psicológico y espiritual, dejando su huella en cada una de sus expresiones. Dicha diversidad, ligada a la complementariedad de los dos sexos, permite responder cabalmente al designio de Dios según la vocación a la que cada uno está llamado".

Amor casado

14. Cuando el amor se vive en el matrimonio, incluye y supera la amistad. El amor entre un hombre y una mujer se realiza cuando se entregan totalmente, cada uno a su vez según su propia masculinidad y feminidad, fundando en la alianza matrimonial esa comunión de personas donde Dios ha querido que se conciba, crezca y se desarrolle la vida humana. A este amor conyugal, y sólo a este amor, pertenece la entrega sexual, "realizada de modo verdaderamente humano sólo si es parte integrante del amor por el cual el hombre y la mujer se entregan totalmente el uno al otro hasta la muerte". El Catecismo de la Iglesia Católica recuerda: "En el matrimonio, la intimidad física de los cónyuges se convierte en signo y prenda de la comunión espiritual. Los vínculos matrimoniales entre las personas bautizadas son santificados por el sacramento".

Amor abierto a la vida


15. El signo revelador del auténtico amor conyugal es la apertura a la vida: "En su realidad más profunda, el amor es esencialmente un don; y el amor conyugal, mientras conduce a los esposos al 'conocimiento' recíproco... no se agota en la pareja, porque los hace capaces del mayor don posible, el don por el cual se hacen cooperadores de Dios para dar vida a una nueva persona humana. Así, la pareja, al darse el uno al otro, se da no sólo a sí mismo, sino también a la realidad de los hijos, que son reflejo vivo de su amor, signo permanente de unidad conyugal y síntesis viva e inseparable de su ser padre y madre". De esta comunión de amor y de vida extraen los esposos esa riqueza humana y espiritual y ese clima positivo para ofrecer a sus hijos el apoyo de la educación para el amor y la castidad.


II

VERDADERO AMOR Y CASTIDAD

16. Como veremos más adelante, el amor virginal y el matrimonial son las dos formas en que se cumple la llamada de amor de la persona. Para que ambos se desarrollen, requieren el compromiso de vivir la castidad, en conformidad con el propio estado de vida de cada uno. Como dice el Catecismo de la Iglesia Católica, la sexualidad "se vuelve personal y verdaderamente humana cuando se integra en la relación de una persona a otra, en el don completo y mutuo de un hombre y una mujer para toda la vida". En la medida en que se trata de una entrega sincera, es evidente que al crecimiento del amor ayuda esa disciplina de los sentimientos, las pasiones y las emociones que nos lleva al dominio de nosotros mismos. Uno no puede dar lo que no posee. Si la persona no es dueña de sí misma —a través de las virtudes y, de manera concreta, a través de la castidad—, carece de ese dominio de sí mismo que hace posible la entrega de sí mismo. La castidad es el poder espiritual que libera al amor del egoísmo y la agresión. En la medida en que una persona debilita la castidad, su amor se vuelve más y más egoísta, es decir, satisfaciendo un deseo de placer y ya no de entrega.

La castidad como entrega de uno mismo

17. La castidad es la afirmación gozosa de quien sabe vivir el don de sí mismo, libre de cualquier forma de esclavitud egocéntrica. Esto presupone que la persona ha aprendido a acoger a los demás, a relacionarse con ellos, respetando su dignidad en la diversidad. La persona casta no es egocéntrica, no se involucra en relaciones egoístas con otras personas. La castidad hace que la personalidad sea armoniosa. La madura y la llena de paz interior. Esta pureza de mente y de cuerpo ayuda a desarrollar el verdadero respeto por uno mismo y al mismo tiempo hace capaz de respetar a los demás, porque hace ver en ellos personas a las que reverenciar, en cuanto que son creados a imagen de Dios y por la gracia son hijos de Dios, recreado por Cristo que "os llamó de las tinieblas a su luz admirable" (1 Pedro 2, 9).

Autodominio

18. "La castidad incluye un aprendizaje del dominio de sí mismo que es un entrenamiento en la libertad humana. La alternativa es clara: o el hombre domina sus pasiones y encuentra la paz, o se deja dominar por ellas y se vuelve infeliz". Toda persona sabe, por experiencia, que la castidad exige rechazar ciertos pensamientos, palabras y acciones pecaminosas, como san Pablo tuvo cuidado de aclarar y señalar (cf. Rm 1, 18; 6, 12-14; 1 Cor 6, 9-11 ). ; 2 Corintios 7:1; Gálatas 5:16-23; Efesios 4:17-24; 5:3-13; Colosenses 3:5-8; 1 Tesalonicenses 4:1-18; 1 Timoteo 1: 8-11; 4: 12). Para lograrlo se requiere habilidad y una actitud de autodominio que son signos de libertad interior, de responsabilidad hacia uno mismo y hacia los demás. Al mismo tiempo, estos signos dan testimonio de una conciencia fiel. Tal autodominio implica tanto evitar ocasiones que puedan provocar o alentar el pecado como saber cómo vencer los propios impulsos instintivos naturales.

19. Cuando la familia brinda un verdadero apoyo educativo y favorece el ejercicio de todas las virtudes, la educación para la castidad se hace fácil y carece de conflictos interiores, aunque en ciertos momentos los jóvenes pueden vivir situaciones particularmente delicadas.

Para algunos que se encuentran en situaciones en las que se ofende y no se valora la castidad, vivir castamente puede exigir una lucha dura e incluso heroica. Sin embargo, con la gracia de Cristo, que brota de su amor esponsal a la Iglesia, todos pueden vivir la castidad aunque se encuentren en circunstancias desfavorables.

El mismo hecho de que todos estén llamados a la santidad, como enseña el Concilio Vaticano II, hace más fácil comprender que todos pueden estar en situaciones en las que los actos heroicos de virtud son indispensables, ya sea en el celibato o en el matrimonio, y que de hecho de una manera u otra esto les pasa a todos por periodos de tiempo más cortos o más largos. Por lo tanto, la vida conyugal supone también un camino gozoso y exigente hacia la santidad.

Castidad en el matrimonio

20. "Los casados ​​están llamados a vivir la castidad conyugal; los demás practican la castidad en la continencia". Los padres saben muy bien que vivir ellos mismos la castidad conyugal es la premisa más válida para educar a sus hijos en el amor casto y en la santidad de vida. Esto quiere decir que los padres deben ser conscientes de que el amor de Dios está presente en su amor, y por eso su entrega sexual debe ser vivida también en el respeto a Dios y a su designio de amor, con fidelidad, honor y generosidad hacia el cónyuge y hacia el vida que puede surgir de su acto de amor. Sólo así su amor puede ser expresión de caridad. Por lo tanto, en el matrimonio los cristianos están llamados a vivir esta entrega en una recta relación personal con Dios. Esta relación es, pues, expresión de su fe y amor a Dios con la fidelidad y la generosa fecundidad que distingue al amor divino. Sólo así responden al amor de Dios y cumplen su voluntad, que los Mandamientos nos ayudan a conocer. No hay amor legítimo, en su más alto nivel, que no sea también amor a Dios. Amar al Señor implica responder positivamente a sus mandamientos: "Si me amáis, guardaréis mis mandamientos" (Jn 14,15).

21. Para vivir la castidad, el hombre y la mujer necesitan la iluminación continua del Espíritu Santo. "En el centro de la espiritualidad del matrimonio... está la castidad, no sólo como virtud moral (formada por el amor), sino también como virtud ligada a los dones del Espíritu Santo, sobre todo el don del respeto por lo que viene de Dios (donum pietatis)... Así pues, el orden interior de la vida conyugal, que hace posible que las 'manifestaciones de afecto' se desarrollen en su justa proporción y sentido, es fruto no sólo de la virtud que la pareja practica, sino sino también de los dones del Espíritu Santo con los que cooperan”.

Por otra parte, convencidos de que la propia vida casta y el esfuerzo cotidiano de dar testimonio son premisa y condición de su tarea educativa, los padres deben considerar también cualquier ataque a la virtud y castidad de sus hijos como una ofensa a la vida de fe misma, que amenaza y empobrece la propia comunión de vida y de gracia (cf. Ef 6, 12).

Educación para la Castidad

22. La educación de los hijos para la castidad se esfuerza por lograr tres objetivos: (a) mantener en la familia un clima positivo de amor, virtud y respeto por los dones de Dios, en particular el don de la vida; (b) ayudar a los niños a comprender el valor de la sexualidad y la castidad por etapas, sustentando su crecimiento a través de la palabra, el ejemplo y la oración esclarecedores; (c) ayudarles a comprender y descubrir su propia vocación al matrimonio o a la virginidad consagrada por el Reino de los Cielos en armonía y respeto con sus actitudes e inclinaciones y los dones del Espíritu.

23. Otros educadores pueden ayudar en esta tarea, pero sólo pueden sustituir a los padres por graves motivos de incapacidad física o moral. Sobre este punto el Magisterio de la Iglesia se ha expresado claramente, en relación a todo el proceso educativo de los niños: "El papel de los padres en la educación es de tal importancia que es casi imposible encontrar un sustituto adecuado. Es por lo tanto, el deber de los padres crear un ambiente familiar inspirado en el amor y la devoción a Dios y al prójimo que favorezca una educación integral, personal y social de sus hijos. La familia es, pues, la principal escuela de las virtudes sociales que son necesarias a toda sociedad". En efecto, la educación es dominio de los padres en la medida en que su tarea educativa continúa la generación de la vida; además, es una ofrenda de su humanidad a sus hijos a la que se obligan solemnemente en el mismo momento de celebrar su matrimonio. “Los padres son los primeros y más importantes educadores de sus hijos, y también en este ámbito poseen una competencia fundamental: son educadores porque son padres. Comparten su misión individual con otras personas o instituciones, como la Iglesia y el Estado. Pero la misión de la educación debe realizarse siempre de acuerdo con una correcta aplicación del principio de subsidiariedad. Esto implica la legitimidad y, de hecho, la necesidad de brindar asistencia a los padres, pero encuentra su límite intrínseco y absoluto en su derecho prevaleciente y sus capacidades reales. El principio de subsidiariedad está así al servicio del amor de los padres, al servicio del bien de la unidad familiar. Porque los padres por sí mismos no son capaces de satisfacer todos los requisitos de todo el proceso de crianza de los hijos, especialmente en lo que respecta a su escolarización y toda la gama de la socialización. La subsidiariedad complementa así el amor paterno y materno y confirma su carácter fundamental, en la medida en que todos los demás participantes en el proceso educativo sólo pueden ejercer sus responsabilidades en nombre de los padres, con su consentimiento y, en cierta medida, con su autorización".

24. En particular, el proyecto de educación en la sexualidad y en el amor verdadero, abierto a la entrega, se enfrenta hoy a una cultura guiada por el positivismo, como señala el Santo Padre en la Carta a las Familias: “...el desarrollo de la civilización contemporánea está vinculado a un progreso científico y tecnológico que a menudo se logra de manera unilateral, y por lo tanto, parece puramente positivista. El positivismo, como sabemos, resulta en agnosticismo en la teoría y utilitarismo en la práctica y en la ética... El utilitarismo es una civilización de producción y de uso, una civilización de las cosas y no de las personas, una civilización en la que las personas son usadas de la misma manera que las cosas... Para convencerse de que así es, basta con mirar ciertos programas de educación sexual introducidos en las escuelas, muchas veces a pesar del desacuerdo e incluso de las protestas de muchos padres...".

En este contexto, a partir del magisterio de la Iglesia y con su apoyo, los padres deben reivindicar su propia tarea. Asociándose, allí donde sea necesario o útil, deben poner en práctica un proyecto educativo marcado por los verdaderos valores de la persona y el amor cristiano y tomando una posición clara que supere el utilitarismo ético. Para que la educación corresponda a las necesidades objetivas del verdadero amor, los padres deben proporcionar esta educación dentro de su propia responsabilidad autónoma.

25. Además, en relación con la preparación al matrimonio, la enseñanza de la Iglesia afirma que la familia debe seguir siendo la principal protagonista de esta obra educativa.

Ciertamente, "los cambios que se han producido en casi todas las sociedades modernas exigen que no sólo la familia, sino también la sociedad y la Iglesia se involucren en el esfuerzo de preparar adecuadamente a los jóvenes para sus futuras responsabilidades". Es precisamente con este fin que la tarea educativa de la familia cobra mayor importancia desde los primeros años: "La educación a distancia comienza en la primera infancia en esa sabia formación familiar que lleva a los niños a descubrirse dotados de una rica y compleja psicología y con una personalidad particular con sus propias fortalezas y debilidades".


III
A LA LUZ DE LA VOCACIÓN

26. La familia desempeña un papel decisivo en el cultivo y desarrollo de todas las vocaciones, como enseñó el Concilio Vaticano II: "Del matrimonio de los cristianos nace la familia en la que nacen los nuevos ciudadanos de la sociedad humana y, por la gracia del Santo Espíritu en el Bautismo, éstos son hechos hijos de Dios para que el Pueblo de Dios se perpetúe a lo largo de los siglos. En lo que podría llamarse iglesia doméstica, los padres, con la palabra y el ejemplo, son los primeros heraldos de la fe en cuanto a sus hijos, debiendo fomentar la vocación propia de cada hijo, y esto con especial cuidado si se trata de la religión". Sin embargo, el hecho mismo de que florezcan las vocaciones es signo de una adecuada pastoral familiar: "donde hay un apostolado familiar eficaz e iluminado, así como se normaliza aceptar la vida como un don de Dios, así es más fácil que la voz de Dios resuene y encuentre una audiencia más generosa".

Aquí se trata de vocaciones al matrimonio o a la virginidad o al celibato, pero siempre son vocaciones a la santidad. En efecto, el documento Lumen Gentium presenta la enseñanza del Concilio Vaticano II sobre la llamada universal a la santidad: "Fortalecidos por tantos y tan grandes medios de salvación, todos los fieles, cualquiera que sea su condición o estado, aunque cada uno a su manera, están llamados por el Señor a la perfección de la santidad por la que el mismo Padre es perfecto".

1. La vocación al matrimonio

27. La formación para el verdadero amor es siempre la mejor preparación para la vocación al matrimonio. En la familia, los niños y jóvenes pueden aprender a vivir la sexualidad humana en el contexto sólido de la vida cristiana. Pueden descubrir gradualmente que un matrimonio cristiano estable no puede considerarse una cuestión de conveniencia o mera atracción sexual. Por el hecho de ser una vocación, el matrimonio debe comportar una elección meditada, un compromiso recíproco ante Dios y la búsqueda constante de su ayuda en la oración.

Llamados al amor conyugal

28. Comprometidos en la tarea de educar a sus hijos en el amor, los padres cristianos pueden ante todo tomar como punto de referencia la conciencia de su amor conyugal. Como afirma la encíclica Humanae vitae, tal amor "revela su verdadera naturaleza y nobleza cuando es considerado en su origen supremo, Dios, que es amor (cf. 1 Juan 4, 8), 'el Padre del que procede toda familia en el cielo y en en la tierra es nombrada' (Efesios 3: 15). El matrimonio no es, pues, el efecto del azar o el producto de la evolución de fuerzas naturales inconscientes; es sabia institución del Creador realizar en el hombre su designio de amor. Por medio del recíproco don personal de sí, propio y exclusivo de ellos, el marido y la mujer tienden a la comunión de sus seres en vista de la mutua perfección personal, para colaborar con Dios en la generación y educación de nuevas vidas. Para los bautizados, además, el matrimonio reviste la dignidad de signo sacramental de la gracia, en cuanto representa la unión de Cristo y de la Iglesia".

La Carta del Santo Padre a las familias recuerda que: “La familia es en realidad una comunidad de personas cuyo modo propio de existir y de convivir es la comunión: communio personarum”. Volviendo a la enseñanza del Concilio Vaticano II, el Santo Padre enseña que tal comunión implica "una cierta semejanza entre la unión de las Personas divinas y la unión de los hijos de Dios en la verdad y el amor". “Esta rica y significativa formulación confirma ante todo lo que es central en la identidad de todo hombre y de toda mujer. Esta identidad consiste en la capacidad de vivir en la verdad y en el amor; más aún, consiste en la necesidad de la verdad y del amor como dimensión esencial de la vida de la persona. La necesidad del hombre de verdad y de amor lo abre tanto a Dios como a las criaturas: lo abre a los demás, a la vida en comunión, y en particular al matrimonio y a la familia".

29. Como afirma la encíclica Humanae vitae, el amor conyugal tiene cuatro características: es amor humano (físico y espiritual), es amor total, fiel y fecundo.

Estas características se basan en el hecho de que "En el matrimonio, el hombre y la mujer están tan firmemente unidos que se convierten, para usar las palabras del Libro del Génesis, en una sola carne (Génesis 2:24). Varón y mujer en su constitución física, la dos sujetos humanos, aunque físicamente diferentes, comparten por igual la capacidad de vivir en la verdad y en el Amor. Esta capacidad, propia del ser humano como persona, tiene al mismo tiempo una dimensión espiritual y corporal... La familia que resulta de esta unión, toma su solidez interior de la alianza entre los esposos, que Cristo elevó a Sacramento. La familia toma su carácter propio de comunidad, sus rasgos de comunión, de esa comunión fundamental de los esposos que se prolonga en su niños.¿Aceptaréis con amor a los hijos de Dios y los educaréis según la ley de Cristo y de su Iglesia?, pregunta el celebrante durante el Rito del Matrimonio. La respuesta dada por los esposos refleja la verdad más profunda del amor que los une". Con la misma fórmula, los esposos se comprometen y prometen ser "fieles para siempre", porque su fidelidad brota realmente de esta comunión de personas que está enraizada en la plan del Creador, en el Amor Trinitario y en el Sacramento que expresa la unión fiel entre Cristo y la Iglesia.

30. El matrimonio cristiano es un sacramento por el que la sexualidad se integra en un camino hacia la santidad, mediante un vínculo reforzado por la unidad indisoluble del sacramento: "El don del sacramento es al mismo tiempo vocación y mandamiento para los esposos cristianos, que puedan permanecer fieles el uno al otro para siempre, más allá de toda prueba y dificultad, en generosa obediencia a la santa voluntad del Señor: 'Por lo tanto, lo que Dios juntó, no lo separe el hombre'”.

Los padres enfrentan una preocupación actual

31. Lamentablemente, incluso en las sociedades cristianas de hoy, los padres tienen motivos para preocuparse por la estabilidad de los futuros matrimonios de sus hijos. Sin embargo, a pesar del creciente número de divorcios y de la creciente crisis de la familia, deben responder con optimismo, comprometiéndose a dar a sus hijos una profunda formación cristiana que les permita superar las diversas dificultades. En efecto, el amor a la castidad, que los padres ayudan a formar, favorece el respeto mutuo entre el hombre y la mujer y proporciona capacidad de compasión, tolerancia, generosidad y, sobre todo, espíritu de sacrificio, sin el cual el amor no puede perdurar. Los hijos llegarán así al matrimonio con esa sabiduría realista de la que habla san Pablo cuando enseña que el marido y la mujer deben darse continuamente el uno al otro en el amor, cuidándose el uno al otro con mutua paciencia y afecto (cf. 1 Corintios 7, 3-6; Efesios 5: 21-23).

32. A través de esta formación a distancia para la castidad en la familia, los adolescentes y jóvenes aprenden a vivir la sexualidad en su dimensión personal, rechazando cualquier tipo de separación de la sexualidad del amor —entendido como don de sí— y cualquier separación del amor entre marido y mujer de la familia.

El respeto de los padres a la vida y al misterio de la procreación evitará al niño o al joven la falsa idea de que las dos dimensiones del acto conyugal, unitiva y procreadora, pueden separarse a voluntad. Así, la familia pasa a ser reconocida como parte inseparable de la vocación al matrimonio.

Una educación cristiana para la castidad en el seno de la familia no puede callar la gravedad moral que implica separar la dimensión unitiva de la procreadora en la vida conyugal. Esto ocurre sobre todo en la anticoncepción y la procreación artificial. En el primer caso, se pretende buscar el placer sexual, interviniendo en el acto conyugal para evitar la concepción; en el segundo caso se busca la concepción sustituyendo el acto conyugal por una técnica. Estas son acciones contrarias a la verdad del amor conyugal y contrarias a la plena comunión entre marido y mujer.

La formación de los jóvenes para la castidad debe convertirse, por lo tanto, en una preparación para la paternidad y la maternidad responsables, que "conciernen directamente al momento en que un hombre y una mujer, uniéndose en una sola carne, pueden llegar a ser padres. Es un momento de especial valor tanto para su relación interpersonal y por su servicio a la vida: pueden convertirse en padres —padre y madre— comunicando la vida a un nuevo ser humano. Las dos dimensiones de la unión conyugal, la unitiva y la procreadora, no pueden separarse artificialmente sin dañar la verdad más profunda de la del acto conyugal mismo".

También es necesario plantear a los jóvenes las consecuencias, siempre muy graves, de separar la sexualidad de la procreación cuando se llega a practicar la esterilización y el aborto o a ejercer la actividad sexual desvinculada del amor conyugal, antes y fuera del matrimonio.

Gran parte del orden moral y la armonía conyugal de la familia, y por lo tanto, también el verdadero bien de la sociedad, depende de esta educación oportuna, que encuentra su lugar en el plan de Dios, en la estructura misma de la sexualidad y en la intimidad del matrimonio.

33.  Los padres que cumplen con su propio derecho y deber de formar a sus hijos para la castidad pueden estar seguros de que les ayudan a su vez a construir familias estables y unidas, anticipando así, en la medida de lo posible, las alegrías del paraíso: "¿Cómo expresar la felicidad del matrimonio unido por la Iglesia, fortalecido por una ofrenda, sellado por una bendición, anunciado por los ángeles y ratificado por el Padre?... Los dos son hermanos y los dos consiervos; no hay separación entre ellos ni en el espíritu ni en la carne ....Cristo se alegra de ellos y les envía su paz; donde está la pareja, allí se encuentra también Él, y donde está Él, el mal ya no puede habitar".

2. La vocación a la virginidad y el celibato

34. La revelación cristiana presenta las dos vocaciones al amor: el matrimonio y la virginidad. En algunas sociedades de hoy, no sólo el matrimonio y la familia, sino también las vocaciones al sacerdocio y a la vida religiosa, se encuentran a menudo en estado de crisis. Las dos situaciones son inseparables: "Cuando no se estima el matrimonio, tampoco puede existir la virginidad consagrada ni el celibato; cuando la sexualidad humana no se considera como un gran valor dado por el Creador, la renuncia a ella por el reino de los cielos pierde su significado". La falta de vocaciones se deriva de la ruptura de la familia, pero donde los padres son generosos en la acogida de la vida, los hijos serán más generosos cuando se trata de la cuestión de ofrecerse a Dios: "Las familias deben expresar una vez más un amor generoso por la vida y ponerse a su servicio sobre todo acogiendo a los hijos que el Señor quiere darles con un sentido de responsabilidad no desligado de la confianza pacífica", y pueden llevar a cabo esta acogida no sólo "a través de un esfuerzo educativo permanente, sino también a través de un compromiso obligado, a veces quizás descuidado, de ayudar especialmente a los adolescentes y a los jóvenes a aceptar la dimensión vocacional de todo ser vivo, dentro del proyecto de Dios... La vida humana adquiere plenitud cuando se convierte en don de sí mismo: un don que puede expresarse en el matrimonio, en la virginidad consagrada, en la entrega al prójimo hacia un ideal, o en la elección del ministerio sacerdotal. Los padres estarán verdaderamente al servicio de la vida de sus hijos si les ayudan a hacer de la propia vida un don, respetando sus elecciones maduras y fomentando con alegría cada vocación, incluida la religiosa y la sacerdotal”.

Cuando se trata de la educación sexual en Familiaris consortio, el Papa Juan Pablo II afirma: "En efecto, los padres cristianos, discerniendo los signos de la llamada de Dios, dedicarán especial atención y cuidado a la educación en la virginidad o celibato como forma suprema de ese yo -dar que constituye el sentido mismo de la sexualidad humana".

Padres y Vocaciones Sacerdotales o Religiosas

35. Por lo tanto, los padres deben alegrarse si ven en alguno de sus hijos los signos de la llamada de Dios a la vocación superior de la virginidad o del celibato por amor al Reino de los Cielos. Deben, por lo tanto, adaptar la formación para el amor casto a las necesidades de esos niños, animándolos en su propio camino hasta el momento de entrar en el seminario o en la casa de formación, o hasta que madure esta llamada específica a la entrega de sí mismos con un corazón indiviso. Deben respetar y apreciar la libertad de cada uno de sus hijos, fomentando su vocación personal y sin pretender imponerles una vocación predeterminada.

El Concilio Vaticano II planteó claramente esta tarea distinta y honrosa de los padres, que son apoyados en su trabajo por maestros y sacerdotes: "Los padres deben nutrir y proteger las vocaciones religiosas de sus hijos, educándolos en las virtudes cristianas". "El deber de fomentar las vocaciones incumbe a toda la comunidad cristiana... La mayor contribución la dan las familias animadas por el espíritu de fe, de caridad y de piedad y que ofrecen, por así decirlo, un primer seminario, y las parroquias en cuya vida abundante toman parte activa los propios jóvenes". “Los padres, los maestros y todos los que de alguna manera se ocupan de la educación de los niños y jóvenes, deben educarlos de tal manera que conozcan la solicitud del Señor por su rebaño y estén atentos a las necesidades de la Iglesia. Así estarán preparados cuando el Señor llame a responder generosamente con el profeta: '¡Heme aquí! envíame' (Isaías 6:8)".

Este contexto familiar necesario para la maduración de las vocaciones religiosas y sacerdotales recuerda la grave situación de muchas familias, especialmente en ciertos países, familias con una vida empobrecida porque han optado por privarse de los hijos o donde tienen un solo hijo, situación en la que que es muy difícil que surjan vocaciones e incluso difícil desarrollar una educación social plena.

36. La familia verdaderamente cristiana podrá también transmitir la comprensión del valor del celibato a los hijos solteros o incapaces de contraer matrimonio por causas ajenas a su propia voluntad. Si se forman bien desde la infancia y durante la juventud, estarán preparados para afrontar con mayor facilidad su propia situación. Asimismo, podrán descubrir la voluntad de Dios en tal situación y así encontrar un sentido de vocación y paz en sus propias vidas. A estas personas, especialmente si tienen algún tipo de discapacidad física, se les debe mostrar las grandes posibilidades de autorrealización y fecundidad espiritual que se abren a quienes se comprometen a ayudar a sus hermanos más pobres y necesitados, sostenidos por la fe y el amor de Dios.


IV

PADRE Y MADRE COMO EDUCADORES

37. Al conceder a los casados ​​el privilegio y la gran responsabilidad de ser padres, Dios les da la gracia de cumplir adecuadamente su misión. Además, en la tarea de educar a sus hijos, los padres se ven iluminados por "dos verdades fundamentales...: la primera, que el hombre está llamado a vivir en la verdad y en el amor; y la segunda, que cada uno se realiza en el don sincero de sí mismo". Como esposos, padres y ministros de la gracia sacramental del matrimonio, son sostenidos día a día por energías espirituales especiales, recibidas de Jesucristo que ama y nutre a su Esposa, la Iglesia.

Como marido y mujer que se han convertido en "una sola carne" por el vínculo del matrimonio, comparten el deber de educar a sus hijos mediante una colaboración voluntaria alimentada por un vigoroso diálogo recíproco que "tiene una nueva fuente específica en el sacramento del matrimonio, que los consagra para la educación estrictamente cristiana de sus hijos: es decir, los llama a participar de la misma autoridad y amor de Dios Padre y de Cristo pastor, y del amor maternal de la Iglesia, y los enriquece de sabiduría, consejo, fortaleza y todos los demás dones del Espíritu Santo para ayudar a los niños en su crecimiento como seres humanos y como cristianos".

38. En el contexto de la formación en la castidad, "paternidad-maternidad" incluye también a uno de los padres que se queda solo y a los padres adoptivos. Ciertamente, la tarea de un padre soltero no es fácil porque falta el apoyo del otro cónyuge y el papel y el ejemplo de un padre del otro sexo. Pero Dios sostiene con un amor especial a los padres solteros y los llama a asumir esta tarea con la misma generosidad y sensibilidad con que aman y cuidan a sus hijos en otros ámbitos de la vida familiar.

39. En ciertos casos, están llamadas a ocupar el lugar de los padres otras personas: las que asumen la patria potestad de manera permanente, por ejemplo, para los niños huérfanos o abandonados. También ellos tienen la tarea de educar a los niños y jóvenes en el sentido integral, así como en la castidad, y recibirán la gracia de su estado de vida para hacerlo según los mismos principios que guían a los padres cristianos.

40. Los padres nunca deben sentirse solos en esta tarea. La Iglesia los apoya y anima, confiada en que ellos pueden desempeñar mejor que nadie esta función. Alienta también a aquellos hombres o mujeres que, a menudo con gran sacrificio, dan a los niños sin padres una forma de amor paternal y de vida familiar. En todo caso, todos deben afrontar este deber con espíritu de oración, abiertos y obedientes a las verdades morales de la fe y de la razón que integran el magisterio de la Iglesia, y considerando siempre a los niños y jóvenes como personas, hijos de Dios y herederos del Reino de los Cielos.

Los derechos y deberes de los padres

41. Antes de entrar en los detalles prácticos de la formación de los jóvenes en la castidad, es de suma importancia que los padres sean conscientes de sus derechos y deberes, particularmente frente a un Estado o una escuela que tiende a tomar la iniciativa en la materia de educación sexual.

El Santo Padre Juan Pablo II lo reafirma en Familiaris consortio: “El derecho y el deber de los padres de dar educación es esencial, ya que está conectado con la transmisión de la vida humana; es original y primario en relación con la función educativa de los demás, por la singularidad de la relación amorosa entre padres e hijos; y es insustituible e inalienable, y por tanto indelegable enteramente a otros o usurpada por otros”, salvo en el caso, como se ha dicho al principio, de daños físicos o morales o imposibilidad psicológica.

42. Esta doctrina se basa en la enseñanza del Concilio Vaticano II, y también está proclamada por la Carta de los Derechos de la Familia: "Por haber dado la vida a sus hijos, los padres tienen el derecho original, primario e inalienable de educar a ellos; por lo tanto, tienen derecho a educar a sus hijos de conformidad con sus convicciones morales y religiosas, teniendo en cuenta las tradiciones culturales de la familia que favorezcan el bien y la dignidad del niño; también deben recibir de la sociedad la ayuda y asistencia necesaria para el correcto desempeño de su función educativa”.

43. El Papa insiste en que esto vale especialmente en lo que se refiere a la sexualidad: "La educación sexual, que es un derecho y un deber básico de los padres, debe realizarse siempre bajo su atenta orientación, ya sea en el hogar o en los centros educativos elegidos y en este sentido, la Iglesia reafirma la ley de subsidiariedad, que la escuela está obligada a observar cuando coopera en la educación sexual, entrando en el mismo espíritu que anima a los padres".

El Santo Padre añade: "Teniendo en cuenta los estrechos vínculos entre la dimensión sexual de la persona y sus valores éticos, la educación debe llevar a los hijos al conocimiento y al respeto de las normas morales como garantía necesaria y muy valiosa para un crecimiento personal responsable en la sexualidad humana". Nadie está capacitado para impartir educación moral en este delicado ámbito mejor que los padres debidamente preparados.

El significado del deber de los padres


44. Este derecho implica también un deber educativo. Si de hecho los padres no dan una adecuada formación en la castidad, están faltando a su preciso deber. Asimismo, también serían culpables si toleraran que se impartiera a sus hijos una formación inmoral o inadecuada fuera del hogar.

45. Esta tarea encuentra hoy una dificultad particular en lo que se refiere a la difusión de la pornografía, a través de los medios de comunicación social, instigada por motivos comerciales y quebrantando la sensibilidad adolescente. Esto debe exigir dos formas de actuación preocupada por parte de los padres: la educación preventiva y crítica con respecto a sus hijos, y la valiente denuncia ante las autoridades correspondientes. Los padres, individualmente o en asociación, tienen el derecho y el deber de promover el bien de sus hijos y exigir de las autoridades leyes que prevengan y eliminen la explotación de la sensibilidad de los niños, niñas y adolescentes.

46. ​​El Santo Padre subraya esta tarea parental y esboza las pautas y el objetivo al respecto: “Frente a una cultura que reduce en gran medida la sexualidad humana al nivel de un lugar común, ya que la interpreta y la vive de manera reduccionista y empobrecida al vincular únicamente con el cuerpo y con el placer egoísta, el servicio educativo de los padres debe apuntar firmemente a una formación en el campo del sexo que sea verdadera y plenamente personal: porque la sexualidad es un enriquecimiento de toda la persona —cuerpo, emociones y alma— y manifiesta su sentido más íntimo en llevar a la persona al don de sí mismo en el amor".

47. No podemos olvidar, sin embargo, que estamos ante un derecho y un deber de educar que, en el pasado, los padres cristianos cumplían o ejercían poco. Tal vez porque el problema no era tan agudo como hoy, o porque la tarea de los padres se cumplía en parte por la fuerza de los modelos sociales imperantes y por el papel desempeñado por la Iglesia y la escuela católica en este ámbito. No es fácil para los padres asumir este compromiso educativo porque hoy parece bastante complejo, y mayor de lo que la familia podría ofrecer, también porque, en la mayoría de los casos, no es posible referirse a lo que los propios padres hicieron en este sentido.

Por lo tanto, a través de este documento, la Iglesia sostiene que es su deber devolver a los padres la confianza en sus propias capacidades y ayudarlos a llevar a cabo su tarea.


V

CAMINOS DE FORMACIÓN EN LA FAMILIA

48. El ambiente familiar es, pues, el lugar normal y habitual de formación de los niños y jóvenes para consolidar y ejercitar las virtudes de la caridad, la templanza, la fortaleza y la castidad. Como iglesia doméstica, la familia es la escuela de la humanidad más rica. Esto es particularmente cierto para la educación moral y espiritual en un tema tan delicado como la castidad. En la castidad intervienen los aspectos físicos, psicológicos y espirituales, así como los primeros signos de libertad, la influencia de los modelos sociales, la modestia natural y las fuertes tendencias inherentes a la naturaleza corporal del ser humano. Todos estos aspectos están relacionados con una conciencia, aunque implícita, de la dignidad de la persona humana, llamada a colaborar con Dios y, al mismo tiempo, marcada por la fragilidad. En un hogar cristiano, los padres tienen la fuerza para conducir a sus hijos a una verdadera maduración cristiana de su personalidad, según la medida de Cristo, en su Cuerpo Místico, la Iglesia.

Si bien la familia es rica en estas fortalezas, también necesita el apoyo del Estado y de la sociedad, según el principio de subsidiariedad: "Puede suceder... que cuando una familia se decide a vivir plenamente su vocación, encuentra sin el apoyo necesario del Estado y sin los recursos suficientes, por lo que es urgente impulsar no sólo las políticas familiares, sino también aquellas políticas sociales que tengan como objeto principal a la familia, políticas que ayuden a la familia proporcionándoles los recursos adecuados y medios eficientes de apoyo, tanto para la crianza de los hijos como para el cuidado de los ancianos...".

49. Conscientes de esto y de las dificultades reales que existen hoy para los jóvenes en muchos países, especialmente cuando se presenta el deterioro social y moral, se insta a los padres a que se atrevan a pedir más y a proponer más. No pueden conformarse con evitar lo peor, que sus hijos no se droguen ni delincan. Tendrán que comprometerse a educarlos en los verdaderos valores de la persona, renovada por las virtudes de la fe, la esperanza y el amor: los valores de la libertad, la responsabilidad, la paternidad y la maternidad, el servicio, el trabajo profesional, la solidaridad, la honestidad, el arte, el deporte, la alegría de saberse hijos de Dios, por lo tanto, hermanos de todos los seres humanos, etc.

El valor esencial del hogar

50. En sus hallazgos más recientes, las ciencias psicológicas y pedagógicas se unen a la experiencia humana para subrayar la importancia decisiva del clima afectivo que reina en la familia para una educación sexual armoniosa y válida, especialmente durante los primeros años de la infancia y la niñez, y quizás también durante la etapa prenatal, porque en estas etapas se establecen patrones emocionales profundos en los niños. Se destaca la importancia del equilibrio, la aceptación y la comprensión de la pareja. Además, se enfatiza el valor de una relación serena entre marido y mujer, el valor de su presencia positiva (tanto del padre como de la madre) durante estos años importantes para los procesos de identificación, y el valor de una relación de afecto reconfortante hacia sus hijos.

51. Ciertas privaciones o desequilibrios graves entre los padres (por ejemplo, la ausencia de uno o ambos padres de la vida familiar, el desinterés por la educación de los hijos o la excesiva severidad) son factores que pueden provocar trastornos emocionales y afectivos en los hijos. Estos factores pueden trastornar seriamente su adolescencia y en ocasiones marcarlos de por vida. Los padres deben encontrar tiempo para estar con sus hijos y tomar tiempo para hablar con ellos. Como regalo y compromiso, los niños son su tarea más importante, aunque aparentemente no siempre muy rentable. Los niños son más importantes que el trabajo, el entretenimiento y la posición social. En estas conversaciones, cada vez más a medida que pasan los años, los padres deben aprender a escuchar atentamente a sus hijos, a hacer el esfuerzo de comprenderlos y a reconocer el fragmento de verdad que puede estar presente en algunas formas de rebelión. Al mismo tiempo, los padres tendrán que ser capaces de ayudar a sus hijos a canalizar correctamente sus angustias y aspiraciones, y enseñarles a reflexionar sobre la realidad de las cosas y a razonar. Esto no significa imponer una determinada línea de comportamiento, sino mostrar los motivos tanto sobrenaturales como humanos que recomiendan tal comportamiento.

Formación en la Comunidad de Vida y Amor


52. La familia cristiana es capaz de ofrecer un ambiente impregnado de ese amor a Dios que hace posible un auténtico don recíproco. Los hijos que tienen esta experiencia están mejor dispuestos a vivir de acuerdo con aquellas verdades morales que ven practicadas en la vida de sus padres. Tendrán confianza en ellos y aprenderán sobre el amor que vence los miedos, y nada nos mueve más a amar que sabernos amados. De este modo, el vínculo de amor recíproco, del que los padres dan testimonio ante sus hijos, salvaguardará su serenidad afectiva. Este vínculo afinará el intelecto, la voluntad y las emociones rechazando todo lo que pueda degradar o devaluar el don de la sexualidad humana. En una familia donde reina el amor, este regalo se entiende siempre como parte de la llamada a la entrega en el amor a Dios y a los demás. "La familia es la escuela primera y fundamental de la convivencia social: como comunidad de amor, encuentra en la entrega la ley que la guía y la hace crecer. La entrega que inspira el amor mutuo del marido y la mujer es modelo y norma de la entrega que se debe practicar en las relaciones entre los hermanos y las diferentes generaciones que conviven en la familia, y la comunión y el compartir que son parte de la vida cotidiana en el hogar en los momentos de alegría y en los momentos de dificultad son la pedagogía más concreta y eficaz para la inclusión activa, responsable y fructífera de los niños en el horizonte más amplio de la sociedad".

53. En el fondo, la educación para el amor auténtico, sólo si se convierte en amor bondadoso y bien dispuesto, implica aceptar a la persona amada y considerar su bien como propio; por lo tanto, esto implica educar en las correctas relaciones con los demás. Se debe enseñar a los niños, adolescentes y jóvenes a entrar en sanas relaciones con Dios, con sus padres, sus hermanos y hermanas, con sus compañeros del mismo sexo o del sexo opuesto, y con los adultos.

54. Tampoco hay que olvidar que la educación en el amor es una realidad global. No habrá progreso en establecer relaciones apropiadas con una persona si al mismo tiempo no hay relaciones apropiadas con otras personas. Como ya hemos dicho, la educación en la castidad, como educación en el amor, es al mismo tiempo educación del propio espíritu, de la propia sensibilidad y de los propios sentimientos. La actitud hacia otras personas depende en gran medida de la forma en que se manejen los sentimientos espontáneos hacia ellas, de la forma en que se cultiven unos sentimientos y se controlen otros. La castidad como virtud no se reduce nunca a la mera capacidad de realizar actos conforme a una norma de comportamiento exterior. La castidad exige activar y desarrollar los dinamismos de la naturaleza y la gracia que constituyen el elemento principal e inmanente de nuestro descubrimiento de la ley de Dios como garantía de crecimiento y libertad.

55. Por lo tanto, debe subrayarse que la educación para la castidad es inseparable del esfuerzo por cultivar todas las demás virtudes y, de manera particular, el amor cristiano, caracterizado por el respeto, el altruismo y el servicio, que al fin y al cabo se llama caridad. La sexualidad es un bien tan importante que debe protegerse siguiendo el orden de la razón iluminada por la fe: "Cuanto mayor es un bien, más debe observarse en él el orden de la razón". De aquí se sigue que para educar en la castidad "es necesario el dominio de sí mismo, que presupone virtudes tales como la modestia, la templanza, el respeto por uno mismo y por los demás, la apertura al prójimo".

También es importante lo que la tradición cristiana ha llamado las hermanas menores de la castidad (modestia, actitud de sacrificio con respecto a los propios caprichos), alimentada por la fe y la vida de oración.

Decencia y modestia

56. La práctica de la decencia y la modestia en el hablar, actuar y vestir es muy importante para crear un ambiente propicio al crecimiento de la castidad, pero ésta debe estar bien motivada por el respeto al propio cuerpo y a la dignidad de los demás. Los padres, como hemos dicho, deben velar para que ciertas modas y actitudes inmorales no atenten contra la integridad del hogar, especialmente por el mal uso de los medios de comunicación social. En este sentido, el Santo Padre subrayó la necesidad de "promover una colaboración más estrecha entre los padres, que tienen la responsabilidad primordial de la educación, los responsables de los medios de comunicación en los distintos niveles y las autoridades públicas, para que las familias no se queden sin orientación en un sector tan importante de su misión educativa... De hecho, las presentaciones, Deben reconocerse los contenidos y programas de sano entretenimiento, información y educación complementarios a los de la familia y la escuela. Desgraciadamente esto no cambia el hecho de que en algunos países especialmente existen muchos espectáculos y publicaciones donde abundan las violencias de todo tipo con una especie de bombardeo de mensajes que atentan contra los principios morales y hacen imposible lograr un clima de seriedad en el que valores dignos de la persona humana puedan transmitirse".

En particular, con respecto al uso de la televisión, el Santo Padre precisó: "El estilo de vida, especialmente en las naciones más industrializadas, hace que las familias abandonen con demasiada frecuencia su responsabilidad de educar a sus hijos. La evasión de este deber se hace fácil por la presencia de la televisión y de materiales impresos en el hogar, que ocupan el tiempo de los niños y jóvenes, nadie puede negar la justificación de ello cuando faltan los medios, para desarrollar y aprovechar el tiempo libre de los jóvenes y para dirigir sus energías". Otra circunstancia que facilita esto es el hecho de que ambos padres estén ocupados con su trabajo, dentro y fuera del hogar. "El resultado es que estos jóvenes son los que más necesitan ayuda para desarrollar su libertad responsable. Existe el deber, especialmente para los creyentes, para hombres y mujeres amantes de la libertad, de proteger a los jóvenes de las agresiones a las que son sometidos por parte de los medios de comunicación. Que nadie eluda este deber con la excusa de que no está implicado". "Los padres como destinatarios deben velar activamente por el uso moderado, crítico, vigilante y prudente de los medios de comunicación".

Privacidad legítima

57. El respeto a la intimidad debe considerarse en estrecha relación con la decencia y la modestia, que defienden espontáneamente a una persona que se niega a ser considerada y tratada como objeto de placer en lugar de ser respetada y amada por sí misma. Si los niños o jóvenes ven que se respeta su legítima intimidad, entonces sabrán que se espera de ellos la misma actitud hacia los demás. Así aprenden a cultivar el propio sentido de la responsabilidad ante Dios, desarrollando la vida interior y el gusto por la libertad personal, que les hace capaces de amar mejor a Dios y a los demás.

Autocontrol

58. Todo esto nos recuerda de manera más general el dominio de sí mismo, condición necesaria para ser capaz de darse a sí mismo. Se debe alentar a los niños y jóvenes a tener estima y a practicar el dominio propio y la moderación, a vivir de manera ordenada, a hacer sacrificios personales en un espíritu de amor a Dios, respeto por sí mismos y generosidad hacia los demás, sin sofocar sus sentimientos y tendencias, pero canalizándolos hacia una vida virtuosa.

Los padres como modelos para sus hijos

59. El buen ejemplo y liderazgo de los padres es esencial para fortalecer la formación de los jóvenes en la castidad. Una madre que valora su vocación materna y su lugar en el hogar ayuda mucho a desarrollar las cualidades de feminidad y maternidad en sus hijas, y da un claro, fuerte y noble ejemplo de feminidad a sus hijos. Un padre, cuyo comportamiento esté inspirado en la dignidad masculina sin machismo, será un modelo atractivo para sus hijos, e inspirará respeto, admiración y seguridad en sus hijas.

60. Lo mismo vale para la educación en el espíritu de sacrificio de las familias, hoy más sujetas que nunca a las presiones del materialismo y del consumismo. Sólo así crecerán los niños "en una correcta actitud de libertad respecto de los bienes materiales, adoptando un estilo de vida sencillo y austero y estando plenamente convencidos de que el hombre vale más por lo que es que por lo que tiene". En una sociedad sacudida y dividida por tensiones y conflictos causados por el choque violento de diversos tipos de individualismo y egoísmo, los niños deben ser enriquecidos no sólo con el sentido de la verdadera justicia, que es el único que conduce al respeto de la dignidad personal de cada individuo, sino también y con más fuerza con el sentido del verdadero amor, entendido como solicitud sincera y servicio desinteresado con respecto a los demás, especialmente a los más pobres y necesitados. "Esta educación forma parte plenamente de la "civilización del amor". Depende de la civilización del amor y, en gran medida, contribuye a su edificación".

Un santuario de vida y fe

61.  Nadie puede negar que el primer ejemplo y la mayor ayuda que los padres pueden dar a sus hijos es su generosidad en la aceptación de la vida, sin olvidar que así los padres ayudan a sus hijos a tener un estilo de vida más sencillo. Además, "...es ciertamente menos grave negar a sus hijos ciertas comodidades o ventajas materiales que privarles de la presencia de hermanos y hermanas, que podrían ayudarles a crecer en humanidad y a darse cuenta de la belleza de la vida en todas sus edades y en toda su variedad".

62.  Por último, recordamos que, para alcanzar estos objetivos, la familia debe ser ante todo un hogar de fe y de oración, en el que se intuye la presencia de Dios Padre, se acoge la Palabra de Jesús, se siente el vínculo de amor del Espíritu y se ama e invoca a la purísima Madre de Dios. Esta vida de fe y "oración familiar tiene como objeto propio la propia vida familiar, que en todas sus variadas circunstancias es vista como una llamada de Dios y vivida como respuesta filial a su llamada. Las alegrías y las penas, las esperanzas y las desilusiones, los nacimientos y las celebraciones de cumpleaños, los aniversarios de boda de los padres, las partidas, las separaciones y las llegadas a casa, las decisiones importantes y trascendentales, la muerte de los seres queridos, etc.: todo ello marca la intervención amorosa de Dios en la historia de la familia. Deben ser considerados como momentos adecuados para la acción de gracias, para la petición, para el abandono confiado de la familia en las manos de su Padre común del cielo".

63. En este clima de oración y conciencia de la presencia y paternidad de Dios, se enseñen, comprendan y profundicen con reverencia las verdades de la fe y de la moral, y se lea y viva con amor la Palabra de Dios. De este modo, la verdad de Cristo edificará una comunidad familiar basada en el ejemplo y la guía de unos padres que "penetran en lo más profundo del corazón de sus hijos y dejan una huella que los acontecimientos futuros de su vida no podrán borrar".


VI

ETAPAS DE APRENDIZAJE

64. Los padres en particular tienen el deber de hacer conocer a sus hijos los misterios de la vida humana, porque la familia "es, en efecto, el mejor ámbito para cumplir el deber de asegurar una educación gradual en la vida sexual. La familia tiene una dignidad afectiva adecuada para hacer aceptables sin traumatismos las realidades más delicadas e integrarlas armónicamente en un personalidad rica y equilibrada". Como hemos recordado, esta tarea primordial de la familia incluye el derecho de los padres a que sus hijos no sean obligados a asistir en la escuela a cursos sobre esta materia que no estén en armonía con sus convicciones religiosas y morales. La tarea de la escuela no es sustituir a la familia, sino “asistir y completar la labor de los padres, dotando a los niños y adolescentes de una valoración de la sexualidad como valor y tarea de la persona integral, creada varón y mujer a imagen de Dios”.

A este respecto, recordemos lo que enseña el Santo Padre en Familiaris consortio: "La Iglesia se opone firmemente a una forma, a menudo extendida, de difundir información sexual desvinculada de los principios morales. Sería simplemente una introducción a la experiencia del placer y un estímulo que a la pérdida de la serenidad —en los años de la inocencia— abriendo el camino al vicio".

Por lo tanto, se propondrán cuatro principios generales y luego se examinarán las diversas etapas en el desarrollo de un niño.

Cuatro principios sobre la información sobre la sexualidad

65. 1) Cada niño es una persona única e irrepetible y debe recibir una formación individualizada. Dado que los padres conocen, comprenden y aman a cada uno de sus hijos en su singularidad, están en la mejor posición para decidir cuál es el momento adecuado para brindar una información variada, de acuerdo con el crecimiento físico y espiritual de sus hijos. Nadie puede quitar esta capacidad de discernimiento a los padres conscientes.

66. El proceso de maduración de cada niño como persona es diferente. Por eso, los aspectos más íntimos, ya sean biológicos o emocionales, deben ser comunicados en un diálogo personalizado. En el diálogo con cada hijo, con amor y confianza, los padres comunican algo de su propia entrega que los hace capaces de testimoniar aspectos de la dimensión afectiva de la sexualidad que no podrían transmitirse de otra manera.

67. La experiencia demuestra que este diálogo funciona mejor cuando el progenitor que comunica la información biológica, afectiva, moral y espiritual es del mismo sexo que el niño o joven. Conscientes del papel, las emociones y los problemas de su propio sexo, las madres tienen un vínculo especial con sus hijas y los padres con sus hijos. Este vínculo natural debe ser respetado. Por lo tanto, los padres que estén solos tendrán que actuar con mucha sensibilidad cuando hablen con un niño del sexo opuesto, pudiendo optar por encomendar la comunicación de los detalles más íntimos a una persona de confianza del mismo sexo que el niño. A través de esta colaboración de carácter subsidiario, los padres pueden beneficiarse de educadores expertos y bien formados en la comunidad escolar o parroquial, o de asociaciones católicas.

68. 2) La dimensión moral debe formar siempre parte de sus explicaciones. Los padres deben subrayar que los cristianos están llamados a vivir el don de la sexualidad según el designio de Dios que es Amor, es decir, en el contexto del matrimonio o de la virginidad consagrada y también del celibato. Deben insistir en el valor positivo de la castidad y su capacidad para generar verdadero amor a las demás personas. Este es el aspecto moral más radical e importante de la castidad. Sólo quien sabe ser casto sabrá amar en el matrimonio o en la virginidad.

69. Desde la más tierna edad, los padres pueden observar el comienzo de la actividad genital instintiva en su hijo. No se debe considerar represivo corregir con delicadeza tales hábitos que luego podrían volverse pecaminosos y, cuando sea necesario, enseñar la modestia a medida que el niño crece. Siempre es importante justificar el juicio de rechazo moral de ciertas actitudes contrarias a la dignidad de la persona y a la castidad con fundamentos adecuados, válidos y convincentes, tanto a nivel de la razón como de la fe, por lo tanto, en un marco positivo con un alto concepto de la 
dignidad de la persona. Muchas advertencias de los padres son meros reproches o recomendaciones que los hijos perciben más como resultado del temor a ciertas consecuencias sociales, o relacionadas con la propia reputación pública, que como resultado de un amor que busca su verdadero bien. "Os exhorto a corregir, con el mayor empeño, los vicios y pasiones que nos asaltan en cada época. Porque si en alguna etapa de nuestra vida navegamos despreciando los valores de la virtud y por ello sufrimos un naufragio continuo, corremos el riesgo de llegar a puerto desprovistos de toda carga espiritual".

70. 3) La formación en la castidad y la información oportuna sobre la sexualidad deben darse en el contexto más amplio de la educación para el amor. No es suficiente, por lo tanto, proporcionar información sobre el sexo junto con principios morales objetivos. Se requiere también una ayuda constante para el crecimiento de la vida espiritual de los niños, de modo que el desarrollo biológico y los impulsos que van experimentando vayan siempre acompañados de un amor creciente a Dios, Creador y Redentor, y de una conciencia cada vez mayor de la dignidad de cada persona humana y su cuerpo. A la luz del misterio de Cristo y de la Iglesia, los padres pueden ilustrar los valores positivos de la sexualidad humana en el contexto de la vocación original de la persona al amor y de la llamada universal a la santidad.

71. Por eso, en las charlas con los niños se deben dar siempre los oportunos consejos sobre cómo crecer en el amor a Dios y al prójimo, y cómo superar las dificultades: "Estos medios son: disciplina de los sentidos y de la mente, vigilancia y la prudencia en evitar las ocasiones de pecado, la observancia del pudor, la moderación en el esparcimiento, las actividades sanas, la oración asidua y la recepción frecuente de los sacramentos de la Penitencia y de la Eucaristía, fomentando especialmente los jóvenes la devoción a la Inmaculada Madre de Dios".

72. Para enseñar a los niños a evaluar los ambientes que frecuentan con sentido crítico y verdadera autonomía, así como para acostumbrarlos al desapego en el uso de los medios de comunicación, los padres deben presentar siempre modelos positivos y formas adecuadas de emplear sus energías vitales, la significado de la amistad y la solidaridad en el ámbito general de la sociedad y de la Iglesia.

Cuando se presenten tendencias y actitudes desviadas, que exigen gran prudencia y cautela para reconocer y evaluar adecuadamente las situaciones, los padres deben acudir también a especialistas con sólida formación científica y moral para identificar las causas por encima de los síntomas y ayudar a los sujetos a superar las dificultades de manera seria y clara. La acción pedagógica debe orientarse más a las causas que a la represión directa del fenómeno y, si es necesario, buscar la ayuda de personas cualificadas, como médicos, pedagogos y psicólogos con recta sensibilidad cristiana.

73. El objetivo de la tarea educativa de los padres es transmitir a los hijos la convicción de que la castidad en el estado de vida es posible y que la castidad produce alegría. La alegría brota de una conciencia de madurez y armonía en la propia vida afectiva, don de Dios y don de amor que hace posible la entrega en el marco de la propia vocación. El hombre es, en efecto, la única criatura sobre la tierra que Dios ha querido por sí misma, y ​​"el hombre sólo puede descubrirse plenamente a sí mismo en una entrega sincera de sí mismo". Cristo dio leyes para todos... "No te prohíbo que te cases, ni estoy en contra de que te diviertas. Sólo quiero que lo hagáis con templanza, sin indecencia, culpa y pecado. No hago una ley para que huyáis a los montes y a los desiertos, sino para que seáis buenos, modestos y castos, mientras vivís en medio de las ciudades".

74. La ayuda de Dios nunca falta si cada uno hace el compromiso necesario para responder a su gracia. Al ayudar, formar y respetar la conciencia de sus hijos, los padres deben procurar que reciban los sacramentos con conciencia, guiándolos con su propio ejemplo. Si los niños y jóvenes experimentan los efectos de la gracia y la misericordia de Dios en los sacramentos, serán capaces de vivir bien la castidad, como don de Dios, para su gloria y para amarlo a él y a los demás. El sacramento de la Reconciliación proporciona la ayuda necesaria y sobrenaturalmente eficaz, especialmente si se dispone de un confesor regular. Aunque no coincide necesariamente con el papel del confesor, la guía o dirección espiritual es una valiosa ayuda para iluminar progresivamente las etapas de crecimiento y como apoyo moral.

La lectura de libros de formación bien escogidos y recomendados es también de gran ayuda tanto para ofrecer una formación más amplia y profunda como para dar ejemplos y testimonios de virtud.

75. Una vez identificados los objetivos de la información a brindar, se debe especificar el tiempo y las formas, comenzando desde la niñez.

4) Los padres deben proporcionar esta información con mucha delicadeza, pero de forma clara y en el momento oportuno. Los padres son muy conscientes de que sus hijos deben ser tratados de manera personalizada, de acuerdo con las condiciones personales de su desarrollo fisiológico y psicológico, y teniendo en cuenta el entorno cultural de la vida y la experiencia diaria del adolescente. Para evaluar adecuadamente lo que deben decir a cada niño, es muy importante que los padres ante todo busquen la luz del Señor en la oración y lo comenten juntos para que sus palabras no sean ni demasiado explícitas ni demasiado vagas. Dar demasiados detalles a los niños es contraproducente. Pero retrasar demasiado la primera información es una imprudencia, porque todo ser humano tiene una curiosidad natural al respecto y, tarde o temprano, todo el mundo empieza a hacerse preguntas, sobre todo en las culturas en las que se ve demasiado, incluso en público.

76. En general, la primera información sexual que se le da a un niño pequeño no se refiere a la sexualidad genital, sino al embarazo y al nacimiento de un hermano o hermana. La curiosidad natural del niño se estimula, por ejemplo, cuando ve signos de embarazo en su madre y experimenta la espera de un bebé. Los padres pueden aprovechar esta feliz experiencia para comunicar algunos datos sencillos sobre el embarazo, pero siempre en el contexto más profundo del asombro ante la obra creadora de Dios, que quiere que la nueva vida que ha dado sea cuidada en el cuerpo de la madre, cerca de su corazón.

Principales etapas en el desarrollo de los niños

77. Es importante que los padres tengan en cuenta las necesidades de sus hijos durante las diferentes etapas de desarrollo. Teniendo en cuenta que cada niño debe recibir una formación individualizada, los padres pueden adaptar las etapas de la educación en el amor a las necesidades particulares de cada niño.

1. Los años de la inocencia

78. Se puede decir que un niño se encuentra en la etapa descrita en palabras de Juan Pablo II como "los años de la inocencia" desde los cinco años de edad aproximadamente hasta la pubertad, cuyo comienzo puede fijarse con los primeros signos de cambios en el cuerpo del niño o la niña (efecto visible de una mayor producción de hormonas sexuales). Este período de tranquilidad y serenidad nunca debe ser perturbado por información innecesaria sobre el sexo. Durante esos años, antes de que cualquier desarrollo sexual físico sea evidente, es normal que los intereses del niño se vuelquen hacia otros aspectos de la vida. La rudimentaria sexualidad instintiva de los niños muy pequeños ha desaparecido. Los niños y niñas de esta edad no están particularmente interesados ​​en problemas sexuales, y prefieren asociarse con niños de su mismo sexo. Para no perturbar esta importante fase natural del crecimiento, los padres reconocerán que la formación prudente en el amor casto durante este período debe ser indirecta, en preparación para la pubertad, cuando será necesaria la información directa.

79. Durante esta etapa de desarrollo, los niños normalmente se sienten cómodos con su cuerpo y sus funciones. Aceptan la necesidad de la modestia en el vestir y el comportamiento. Aunque son conscientes de las diferencias físicas entre los dos sexos, el niño en crecimiento generalmente muestra poco interés por las funciones genitales. El descubrimiento de las maravillas de la creación que acompaña esta fase y las experiencias al respecto en el hogar y en la escuela deben orientarse también hacia las etapas de catequesis y preparación a los sacramentos que se desarrollan en el seno de la comunidad eclesial.

80. Sin embargo, este período de la niñez no deja de tener su propio significado en términos de desarrollo psico-sexual. Un niño o una niña en crecimiento está aprendiendo del ejemplo de los adultos y de la experiencia familiar lo que significa ser una mujer o un hombre. Ciertamente, no se deben desalentar las expresiones de ternura y sensibilidad naturales entre los niños, ni se debe excluir a las niñas de las actividades físicas vigorosas. Por otro lado, en algunas sociedades sujetas a presiones ideológicas, los padres también deberían protegerse de una oposición exagerada a lo que se define como un "estereotipo de roles". Las diferencias reales entre los dos sexos no deben ser ignoradas ni minimizadas, y en un ambiente familiar saludable los niños aprenderán que es natural que exista cierta diferencia entre los roles familiares y domésticos habituales de hombres y mujeres.

81. Durante esta etapa, las niñas generalmente desarrollarán un interés maternal por los bebés, la maternidad y las labores del hogar. Tomando constantemente como modelo la Maternidad de la Santísima Virgen María, se les debe animar a valorar su feminidad.

82. En este período, un niño se encuentra en una etapa de desarrollo relativamente tranquila. Este suele ser el momento más fácil para establecer una buena relación con su padre. En este momento debe aprender que, aunque debe ser considerada como un don divino, su masculinidad no es un signo de superioridad respecto a la mujer, sino un llamado de Dios para asumir determinados roles y responsabilidades. Se debe disuadir a los niños de volverse demasiado agresivos o de preocuparse demasiado por la destreza física como prueba de su virilidad.

83. Sin embargo, en el contexto de la información moral y sexual, en esta etapa de la niñez pueden surgir diversos problemas. En algunas sociedades hoy en día, hay intentos planificados y decididos de imponer información sexual prematura en los niños, pero en esta etapa de desarrollo, los niños aún no son capaces de comprender plenamente el valor de la dimensión afectiva de la sexualidad. No pueden comprender y controlar la imaginería sexual dentro del contexto adecuado de los principios morales y, por esta razón, no pueden integrar la información sexual prematura con la responsabilidad moral. Tal información tiende a hacer añicos su desarrollo afectivo y educativo y a perturbar la serenidad natural de este período de la vida. Los padres deben excluir educadamente pero con firmeza cualquier intento de violar la inocencia de los niños porque tales intentos comprometen el desarrollo espiritual, moral y emocional de las personas en crecimiento que tienen derecho a su inocencia.

84. Otro problema surge cuando los niños reciben información sexual prematura de los medios de comunicación o de sus compañeros que han sido engañados o han recibido educación sexual prematura. En este caso, los padres tendrán que comenzar a dar información sexual cuidadosamente limitada, generalmente para corregir información inmoral y errónea o para controlar el lenguaje obsceno.

85. La violencia sexual contra los niños no es infrecuente. Los padres deben proteger a sus hijos, en primer lugar, enseñándoles una forma de modestia y reserva frente a los extraños, así como brindándoles información sexual adecuada, pero sin entrar en detalles y particularidades que puedan perturbarlos o asustarlos.

86. Como en los primeros años de vida, también durante la infancia, los padres deben fomentar en sus hijos el espíritu de colaboración, obediencia, generosidad y abnegación, así como la capacidad de autorreflexión y sublimación. De hecho, una característica de este período de desarrollo es una atracción hacia las actividades intelectuales. El uso del intelecto permite adquirir la fuerza y ​​la capacidad de controlar la situación circundante y, en poco tiempo, controlar los instintos corporales, para transformarlos en actividades intelectuales y racionales.

Un niño indisciplinado o mimado tiende a una cierta inmadurez y debilidad moral en los años venideros porque la castidad es difícil de mantener si una persona desarrolla hábitos egoístas o desordenados y no puede comportarse con el debido interés y respeto por los demás. Los padres deben presentar normas objetivas de lo que está bien y lo que está mal, creando así un marco moral seguro para la vida.

2. Pubertad

87. La pubertad, que constituye la fase inicial de la adolescencia, es un tiempo en el que los padres están llamados a estar particularmente atentos a la educación cristiana de sus hijos. Este es un tiempo de autodescubrimiento y "del propio mundo interior, el tiempo de los planes generosos, el tiempo en que se despierta el sentimiento del amor, con los impulsos biológicos de la sexualidad, el tiempo del deseo de estar juntos, el tiempo de alegría particularmente intensa relacionada con el descubrimiento estimulante de la vida, pero a menudo es también la edad del cuestionamiento más profundo, de la búsqueda angustiosa e incluso frustrante, de cierta desconfianza hacia los demás y de la introspección peligrosa, y a veces la edad de las primeras experiencias de contratiempos y de decepciones".

88. Los padres deben prestar especial atención al desarrollo gradual de sus hijos y a sus cambios físicos y psíquicos, que son decisivos en la maduración de la personalidad. Sin mostrar ansiedad, miedo o preocupación obsesiva, los padres no permitirán que la cobardía o la conveniencia entorpezcan su trabajo. Este es, naturalmente, un momento importante para enseñar el valor de la castidad, que también se expresará en la forma en que se da la información sexual. En esta fase, las necesidades educativas conciernen también a los aspectos genitales, por lo que requieren una presentación tanto a nivel de valores como de la realidad en su conjunto. Además, esto implica comprender el contexto de la procreación, el matrimonio y la familia, contexto que debe estar presente en una auténtica tarea de educación sexual.

89. A partir de los cambios que sus hijos e hijas experimentan en sus cuerpos, los padres están obligados a dar explicaciones más detalladas sobre la sexualidad (en una relación permanente de confianza y amistad) cada vez que las niñas confían en sus madres y los niños en su padres. Esta relación de confianza y amistad ya debería haber comenzado en los primeros años de vida.

90. Otra tarea importante de los padres es seguir el desarrollo fisiológico gradual de sus hijas y ayudarlas a aceptar con alegría el desarrollo de su feminidad en un sentido corporal, psicológico y espiritual. Por lo tanto, normalmente, se debe discutir los ciclos de fertilidad y su significado. Pero todavía no es necesario dar explicaciones detalladas sobre la unión sexual, a menos que se solicite explícitamente.

91. Es muy importante ayudar a los adolescentes varones a comprender las etapas del desarrollo físico y fisiológico de los órganos genitales antes de que obtengan esta información de sus compañeros o de personas con malas intenciones. Los hechos fisiológicos de la pubertad masculina deben ser presentados en un ambiente de serenidad, positivamente y con reserva, en el marco del matrimonio, la familia y la paternidad. Instruir tanto a niñas como a niños adolescentes también debe incluir información detallada y suficiente sobre las características corporales y psicológicas del sexo opuesto, por el cual su curiosidad está creciendo.

En este ámbito, la información complementaria de apoyo de un médico consciente o incluso de un psicólogo puede ayudar a los padres, sin separar esta información de lo que atañe a la fe y a la labor educativa del sacerdote.

92. A través de un diálogo confiado y abierto, los padres pueden guiar a sus hijas frente a cualquier perplejidad emocional y apoyar el valor de la castidad cristiana en consideración al otro sexo. La instrucción tanto para niñas como para niños debe apuntar a señalar la belleza de la maternidad y la maravillosa realidad de la procreación, así como el significado profundo de la virginidad. De esta manera se les ayudará a ir contra la mentalidad hedonista que hoy está muy difundida y particularmente, en una etapa tan decisiva, a prevenir la "mentalidad anticonceptiva", que por desgracia es muy común y a la que las niñas tendrán que enfrentarse más adelante en el matrimonio.

93. Durante la pubertad, el desarrollo psicológico y emocional de los niños puede hacerlos vulnerables a las fantasías eróticas y pueden verse tentados a probar experiencias sexuales. Los padres deben estar cerca de sus hijos y corregir la tendencia a utilizar la sexualidad de forma hedonista y materialista. Por lo tanto, deben recordar a los muchachos el don de Dios, recibido para cooperar con él "a actualizar en la historia la bendición original del Creador, la de transmitir por la procreación la imagen divina de persona a persona..."; y esto fortalecerá su conciencia de que "la fecundidad es fruto y signo del amor conyugal, testimonio vivo de la plena entrega recíproca de los esposos". Así también los hijos aprenderán el respeto debido a las mujeres. La tarea de los padres de informar e instruir es necesaria, no porque sus hijos no conozcan la realidad sexual de otra manera, sino para que la conozcan bajo la luz adecuada.

94. De manera positiva y prudente, los padres llevarán a cabo lo que pidieron los Padres del Concilio Vaticano II: "Es importante instruir adecuada y oportunamente a los jóvenes, sobre todo en el seno de sus propias familias, sobre la dignidad del amor conyugal, de su función y de su ejercicio; de esta manera podrán entablar un cortejo honroso y contraer matrimonio propio".

La información positiva sobre la sexualidad siempre debe ser parte de un plan de formación para crear el contexto cristiano en el que se da toda la información sobre la vida, la actividad sexual, la anatomía y la higiene. Por lo tanto, las dimensiones espiritual y moral deben ser siempre predominantes para tener dos fines especiales: presentar los mandamientos de Dios como un camino de vida y la formación de una conciencia recta.

Al joven que le preguntó qué tenía que hacer para alcanzar la vida eterna, Jesús respondió: "Si quieres entrar en la vida, guarda los mandamientos" (Mateo 19,17). Después de enumerar las que conciernen al amor al prójimo, Jesús las resumió en esta formulación positiva: "Amarás a tu prójimo como a ti mismo" (Mateo 19,19). Para presentar los mandamientos como don de Dios (escritos por su mano, cf. Éxodo 31, 18), expresando la Alianza con él, confirmada con el ejemplo del mismo Jesús, es muy importante que el adolescente no separe los mandamientos de su relación con una vida interior rica, libre de egoísmos.

95. Como punto de partida, la formación de la conciencia requiere ser iluminada sobre: ​​el proyecto de amor de Dios sobre cada persona, el valor positivo y liberador de la ley moral, y la conciencia tanto de la debilidad causada por el pecado como de los medios de gracia que nos fortalece en nuestro camino hacia el bien y hacia la salvación.

“La conciencia moral, presente en el corazón de la persona”, que es “el más secreto núcleo y santuario del hombre”, como afirma el Concilio Vaticano II, “le ordena en el momento oportuno hacer el bien y evitar las malas elecciones, aprobando las buenas y denunciando las malas. Da testimonio de la autoridad de la verdad en referencia al Bien supremo al que se dirige la persona humana, y acoge los mandamientos".

En efecto, "la conciencia es un juicio de la razón por el cual la persona humana reconoce la calidad moral de un acto concreto que va a realizar, está en proceso de realizar o ya ha realizado". Por lo tanto, la formación de la conciencia requiere ser iluminados sobre la verdad y el plan de Dios y no debe confundirse con un vago sentimiento subjetivo o con una opinión personal.

96. Al responder a las preguntas de los niños, los padres deben ofrecer argumentos bien razonados sobre el gran valor de la castidad y mostrar la debilidad intelectual y humana de las teorías que inspiran comportamientos permisivos y hedonistas. Contestarán con claridad, sin dar excesiva importancia a los problemas sexuales patológicos. Tampoco darán la falsa impresión de que el sexo es algo vergonzoso o sucio, porque es un gran don de Dios que colocó en el cuerpo humano la capacidad de generar vida, compartiendo así su poder creador con nosotros. En efecto, tanto en las Escrituras (cf. Cantar de los Cantares 1-8; Oseas 2; Jeremías 3, 1-3; Ezequiel 23, etc.) y en la tradición mística cristiana, el amor conyugal siempre ha sido considerado símbolo e imagen del amor de Dios por nosotros.

97. Dado que los niños y niñas en la pubertad son particularmente vulnerables a las influencias emocionales, a través del diálogo y de su forma de vivir, los padres tienen el deber de ayudar a sus hijos a resistir las influencias externas negativas que pueden llevarlos a tener poca consideración por la formación cristiana en el amor y la castidad. Especialmente en sociedades abrumadas por las presiones de los consumidores, los padres a veces deben vigilar las relaciones de sus hijos con jóvenes del sexo opuesto, sin hacerlo demasiado obvio. Incluso si son socialmente aceptables, algunos hábitos de habla y conducta no son moralmente correctos y representan una forma de banalizar la sexualidad, reduciéndola a un objeto de consumo. Los padres deben, por lo tanto, enseñar a sus hijos el valor de la modestia cristiana, la moderación en el vestir y, cuando se trata de modas, la necesaria autonomía propia de un hombre o una mujer con una personalidad madura.

3. La adolescencia en el proyecto de vida

98. En términos de desarrollo personal, la adolescencia representa el período de la autoproyección y, por lo tanto, del descubrimiento de la propia vocación. Tanto por razones fisiológicas, sociales y culturales, este período tiende a ser más largo hoy que en el pasado. Los padres cristianos deben "educar a los hijos para la vida, de modo que cada uno pueda desempeñar plenamente su función según la vocación recibida de Dios". Esta es una tarea importantísima que constituye básicamente la culminación de la misión de los padres. Si bien esta tarea es siempre importante, lo es especialmente en este período de la vida de sus hijos: "Por eso, en la vida de cada fiel laico hay momentos particularmente significativos y decisivos para discernir la llamada de Dios... Entre estos están los períodos de la adolescencia y la juventud”.

99. Es muy importante que los jóvenes no se encuentren solos en el discernimiento de su vocación personal. El consejo de los padres es relevante, a veces decisivo, así como el apoyo de un sacerdote u otras personas debidamente formadas (en parroquias, asociaciones o en los nuevos movimientos eclesiales fructíferos, etc.) que sean capaces de ayudarles a descubrir el sentido vocacional de la vida y las diversas formas de la llamada universal a la santidad. "El 'Sígueme' de Cristo se hace oír en los diferentes caminos recorridos por los discípulos y confesores del divino Redentor".

100. Durante siglos, el concepto de vocación estuvo reservado exclusivamente al sacerdocio y a la vida religiosa. Al recordar la enseñanza del Señor: "Sed, pues, vosotros perfectos, como vuestro Padre celestial es perfecto" (Mateo 5, 48), el Concilio Vaticano II renovó la llamada universal a la santidad. Como escribió el Papa Pablo VI poco después del Concilio: "Esta fuerte invitación a la santidad podría considerarse como el elemento más característico de todo el Magisterio del Concilio, y por así decirlo, su fin último". Así lo reiteró el Papa Juan Pablo II: "El Concilio Vaticano II se ha pronunciado significativamente sobre la llamada universal a la santidad. Se puede decir que esta llamada a la santidad es precisamente el encargo básico confiado a todos los hijos e hijas de la Iglesia por un Concilio que pretendía traer una renovación de la vida cristiana basada en el Evangelio. Este encargo no es una simple exhortación moral, sino una exigencia innegable que surge del misterio de la Iglesia”.

Dios llama a todos a la santidad. Tiene planes muy precisos para cada persona, una vocación personal que cada uno debe reconocer, aceptar y desarrollar. A todos los cristianos —sacerdotes, laicos, casados ​​o célibes— se aplican las palabras del Apóstol de las Naciones: "Escogidos de Dios, santos y amados" (Colosenses 3, 12).

101. Por eso, en la catequesis y en la formación impartida tanto dentro como fuera de la familia, nunca debe faltar la enseñanza de la Iglesia sobre el valor sublime de la virginidad y el celibato, pero también el sentido vocacional del matrimonio, que el cristiano nunca puede considerar sólo como una empresa humana. Como dice San Pablo: "Este es un gran misterio, y lo digo en referencia a Cristo y la iglesia". (Efesios 5:32). Dar a los jóvenes esta firme convicción es de suma importancia para el bien de la Iglesia y de la humanidad que "depende en gran parte de los padres y de la vida familiar que construyen en sus hogares".

102. Los padres deben esforzarse siempre por dar ejemplo y testimonio con su propia vida de fidelidad a Dios y de fidelidad mutua en la alianza matrimonial. Su ejemplo es especialmente decisivo en la adolescencia, etapa en la que los jóvenes buscan modelos de comportamiento vividos y atractivos.Dado que los problemas sexuales se hacen más evidentes en este momento, los padres deben también ayudarlos a amar la belleza y la fuerza de la castidad mediante consejos prudentes, destacando el valor inestimable de la oración y el recurso frecuente y fructífero de los sacramentos para una vida casta, especialmente la confesión personal. Además, los padres deben ser capaces de dar a sus hijos, cuando sea necesario, una explicación positiva y serena de los puntos sólidos de la moral cristiana como, por ejemplo, la indisolubilidad del matrimonio y la relación entre el amor y la procreación, así como la inmoralidad de la relaciones prematrimoniales, aborto, anticoncepción y masturbación. Con respecto a estas situaciones inmorales que contradicen el sentido de la entrega en el matrimonio, también es bueno recordar que: “Las dos dimensiones de la unión conyugal, la unitiva y la procreadora, no pueden separarse artificialmente sin dañar la verdad más profunda del acto conyugal mismo". En este sentido, un conocimiento profundo y reflexivo de los documentos de la Iglesia que tratan estos problemas será de valiosa ayuda para los padres.

103. En particular, la masturbación constituye un trastorno muy grave, ilícito en sí mismo y que no puede justificarse moralmente, aunque "la inmadurez de la adolescencia (que a veces puede persistir después de esa edad), el desequilibrio psicológico o el hábito pueden influir en el comportamiento, disminuyendo el carácter deliberado del acto y provocando una situación en la que subjetivamente no siempre puede haber una falta grave". Por lo tanto, se debe ayudar a los adolescentes a superar las manifestaciones de este trastorno, que muchas veces expresan los conflictos internos de su edad y, en muchos casos, una visión egoísta de la sexualidad.

104. Un problema particular que puede presentarse durante el proceso de maduración sexual es la homosexualidad, que también se está extendiendo cada vez más en las sociedades urbanizadas. Este fenómeno debe ser presentado con juicio equilibrado, a la luz de los documentos de la Iglesia. Es necesario ayudar a los jóvenes a distinguir entre los conceptos de lo normal y lo anormal, entre la culpa subjetiva y el desorden objetivo, evitando lo que suscitaría hostilidad. Por otra parte, debe aclararse bien la orientación estructural y complementaria de la sexualidad en relación con el matrimonio, la procreación y la castidad cristiana. "La homosexualidad se refiere a las relaciones entre hombres o entre mujeres que experimentan una atracción sexual exclusiva o predominante hacia personas del mismo sexo. Ha tomado una gran variedad de formas a lo largo de los siglos y en diferentes culturas. Su génesis psicológica permanece en gran parte inexplicada".

Especialmente cuando la práctica de actos homosexuales no se ha convertido en un hábito, muchos casos pueden beneficiarse de una terapia adecuada. En todo caso, las personas en esta situación deben ser acogidas con respeto, dignidad y delicadeza, y debe evitarse toda forma de discriminación injusta. Si los padres notan la aparición de esta tendencia o de comportamientos relacionados en sus hijos, durante la niñez o la adolescencia, deben buscar ayuda de personas expertas calificadas para obtener toda la asistencia posible.

Para la mayoría de las personas homosexuales, esta condición constituye una prueba. "Deben ser aceptadas con respeto, compasión y sensibilidad. Debe evitarse todo signo de discriminación injusta con respecto a ellos. Estas personas están llamadas a cumplir la voluntad de Dios en su vida y, si son cristianas, a unir al sacrificio de la Cruz del Señor las dificultades que puedan encontrar por su condición". "Las personas homosexuales están llamadas a la castidad".

105. La toma de conciencia del significado positivo de la sexualidad para la convivencia y el desarrollo personal, así como la vocación de la persona en la familia, la sociedad y la Iglesia, representa siempre el horizonte educativo a presentar durante las etapas de crecimiento adolescente. No hay que olvidar nunca que el uso desordenado del sexo tiende a destruir progresivamente la capacidad de amar de la persona, haciendo del placer, en lugar de la entrega sincera, el fin de la sexualidad y reduciendo a las otras personas a objetos de la propia gratificación. De esta manera se debilita el significado del amor verdadero entre un hombre y una mujer (amor siempre abierto a la vida) y la familia misma. Además, esto conduce posteriormente al desdén por la vida humana que podría concebirse, que, en algunas situaciones, se considera entonces como un mal que amenaza el placer personal. "La banalización de la sexualidad es uno de los principales factores que han llevado al desprecio por la vida nueva. Sólo un verdadero amor es capaz de proteger la vida".

106. También debemos recordar cómo los adolescentes de las sociedades industrializadas están preocupados y a veces perturbados no sólo por los problemas de la propia identidad, descubriendo su proyecto de vida y las dificultades para integrar con éxito la sexualidad en una personalidad madura y bien orientada. También tienen problemas para aceptarse a sí mismos y a sus cuerpos. En este sentido, ahora han surgido centros ambulatorios y especializados para adolescentes, a menudo caracterizados por propósitos puramente hedonistas. Por otra parte, una sana cultura del cuerpo lleva a aceptarse como don y como espíritu encarnado, llamado a abrirse a Dios y a la sociedad. Una sana cultura del cuerpo debe acompañar la formación en este período tan constructivo, que tampoco está exento de riesgos.

Frente a lo que proponen los grupos hedonistas, especialmente en las sociedades ricas, es muy importante presentar a los jóvenes los ideales de solidaridad humana y cristiana y formas concretas de compromiso en asociaciones eclesiales, movimientos y actividades voluntarias católicas y misioneras.

107. Las amistades son muy importantes en este período. Según las condiciones sociales y costumbres locales, la adolescencia es una época en que los jóvenes gozan de mayor autonomía en sus relaciones con los demás y en los horarios que mantienen en la vida familiar. Sin quitarles la legítima autonomía, cuando sea necesario, los padres deben saber decir "no" a sus hijos y, al mismo tiempo, deben saber cultivar en ellos el gusto por lo bello, lo noble y lo verdadero. Los padres también deben ser sensibles a la autoestima de los adolescentes, que pueden pasar por una fase confusa cuando no tienen claro lo que significa y exige la dignidad personal.

108. Mediante el consejo amoroso y paciente, los padres ayudarán a los jóvenes a evitar un encierro excesivo en sí mismos. Cuando sea necesario, les enseñarán también a ir contra las tendencias sociales que tienden a sofocar el amor verdadero y el aprecio por las realidades espirituales: "Sed sobrios, estad atentos. Vuestro adversario, el diablo, merodea como un león rugiente, buscando a quien devorar. Resistidle, firmes en vuestra fe, sabiendo que la misma experiencia de sufrimiento se exige a vuestra hermandad en todo el mundo. Y después de que hayáis sufrido un poco, el Dios de toda gracia, que os ha llamado a su gloria eterna en Cristo, os restaurará, establecerá y fortalecerá él mismo" (1 Pedro 5: 8-10).

4. Hacia la edad adulta

109. No está dentro del alcance de este documento tratar el tema de la preparación próxima e inmediata al matrimonio, necesaria para la formación cristiana y especialmente recomendada por las necesidades de los tiempos y la enseñanza de la Iglesia. Sin embargo, debe tenerse en cuenta que la misión de los padres no termina cuando sus hijos alcanzan la mayoría de edad que, en todo caso, varía según las diferentes culturas y leyes. Algunos momentos particularmente significativos para los jóvenes son también cuando ingresan al mundo laboral o a la educación superior, momentos en los que entran en contacto con diferentes modelos de comportamiento y ocasiones que representan un verdadero desafío personal, un contacto a veces brusco, pero potencialmente beneficioso.

110. Manteniendo abierto un diálogo confiado, que fomente el sentido de la responsabilidad y respete la legítima y necesaria autonomía de sus hijos, los padres serán siempre su punto de referencia, tanto a través del consejo como del ejemplo, para que el proceso de socialización más amplia les posibilite lograr una personalidad madura e integrada, interna y socialmente. De manera especial se debe cuidar que los niños no interrumpan su relación de fe con la Iglesia y sus actividades que, por el contrario, se deben intensificar. Deben aprender a elegir modelos de pensamiento y de vida para su futuro y a comprometerse en el ámbito cultural y social como cristianos, sin miedo a profesarse cristianos y sin perder el sentido de la vocación y la búsqueda de la propia vocación.

En el período previo al noviazgo y la elección del vínculo preferente que puede conducir a la formación de una familia, el papel de los padres no debe consistir meramente en prohibiciones, y mucho menos en imponer la elección de novio o novia. Por el contrario, deben ayudar a sus hijos a definir las condiciones necesarias para una unión seria, honorable y prometedora, y apoyarlos en un camino de testimonio cristiano claro y coherente en la relación con la persona del otro sexo.

111. Los padres deben evitar adoptar la mentalidad generalizada de que a las niñas se les dan todas las recomendaciones sobre la virtud y el valor de la virginidad, mientras que a los niños no se les exige lo mismo, como si todo les fuera lícito.

Para una conciencia cristiana y una visión del matrimonio y de la familia, la recomendación de san Pablo a los filipenses vale para todo tipo de vocación: "...todo lo que es verdadero, todo lo que es honorable, todo lo que es justo, todo lo que es puro, todo lo que es hermoso, todo lo que es gracioso, si hay alguna excelencia, si hay algo digno de alabanza, piensa en estas cosas" (Filipenses 4:8).


VII

DIRECTRICES PRÁCTICAS

112. En el contexto de la educación en las virtudes, los padres tienen, pues, la tarea de hacerse promotores de la auténtica educación para el amor de sus hijos. Por su propia naturaleza, a la generación primaria de una vida humana en el acto de procreación debe seguir la generación secundaria, mediante la cual los padres ayudan a su hijo a desarrollar su propia personalidad.

Por lo tanto, resumiendo lo dicho hasta ahora y llevándolo a un plano práctico, se recomienda lo expuesto en los siguientes párrafos.

Recomendaciones para padres y educadores

113. Se recomienda a los padres que sean conscientes de su propia función educativa y defiendan y cumplan este derecho y deber primario. De ello se sigue que toda actividad educativa, relacionada con la educación para el amor y realizada por personas ajenas a la familia, debe estar sujeta a la aceptación de los padres y debe ser vista no como un sustituto sino como un apoyo a su trabajo. De hecho, "la educación sexual, que es un derecho y un deber básico de los padres, debe realizarse siempre bajo su atenta guía, ya sea en el hogar o en los centros educativos elegidos y controlados por ellos". Con frecuencia a los padres no les falta conciencia y esfuerzo, pero están bastante solos, indefensos y muchas veces les hacen sentir que están equivocados. Necesitan comprensión, pero también apoyo y ayuda de grupos, asociaciones e instituciones.

1. Recomendaciones para los padres

114. 1) Se recomienda a los padres asociarse con otros padres, no sólo para proteger, mantener o cumplir su propio papel de primeros educadores de sus hijos, especialmente en el campo de la educación para el amor, sino también para luchar contra formas dañinas de educación sexual y a asegurar que sus hijos sean educados según los principios cristianos y de una manera que esté en consonancia con su desarrollo personal.

115. 2) En el caso de que los padres sean ayudados por otros en la educación de sus propios hijos para el amor, se recomienda que se mantengan informados con precisión sobre el contenido y la metodología con que se imparte tal educación complementaria. Nadie puede obligar a los niños o jóvenes a guardar secreto sobre el contenido y el método de instrucción impartidos fuera de la familia.

116. 3) Somos conscientes de la dificultad y a menudo la imposibilidad de que los padres participen plenamente en toda la instrucción complementaria impartida fuera del hogar. No obstante, tienen derecho a ser informados sobre la estructura y contenido del programa. En todos los casos, no se puede negar su derecho a estar presente durante las clases.

117. 4) Se recomienda a los padres que sigan atentamente toda forma de educación sexual que se dé a sus hijos fuera del hogar, apartando a sus hijos cuando esta educación no corresponda a sus propios principios. Sin embargo, tal decisión de los padres no debe convertirse en motivo de discriminación contra sus hijos. Por otra parte, los padres que apartan a sus hijos de tal instrucción tienen el deber de darles una formación adecuada, adecuada a la etapa de desarrollo de cada niño o joven.

2. Recomendaciones para todos los educadores

118. 1) Dado que cada niño o joven debe poder vivir su propia sexualidad conforme a los principios cristianos y, por lo tanto, poder ejercer la virtud de la castidad, ningún educador, ni siquiera los padres, puede interferir en este derecho a una vida de castidad (cf. Mateo 18, 4-7).

119. 2) Se recomienda respetar el derecho del niño y del joven a ser adecuadamente informado por sus propios padres sobre cuestiones morales y sexuales de manera que se cumpla con su deseo de ser casto y ser formado en la castidad. Este derecho se califica además por la etapa de desarrollo del niño, su capacidad para integrar la verdad moral con la información sexual y por el respeto a su inocencia y tranquilidad.

120. 3) Se recomienda respetar el derecho del niño o joven a retirarse de cualquier forma de instrucción sexual impartida fuera del hogar. Ni los niños ni otros miembros de su familia deben ser penalizados o discriminados por esta decisión.

Cuatro Principios de Funcionamiento y sus Normas Particulares

121. A la luz de estas recomendaciones, la educación para el amor puede concretarse en cuatro principios de trabajo.

122. 1) La sexualidad humana es un misterio sagrado y debe ser presentada según la enseñanza doctrinal y moral de la Iglesia, teniendo siempre presentes los efectos del pecado original.

Este principio doctrinal, informado por la reverencia y el realismo cristianos, debe guiar cada momento de la educación para el amor. En una época en la que se ha quitado el misterio a la sexualidad humana, los padres deben cuidarse de no banalizar la sexualidad humana, en su enseñanza y en la ayuda que ofrecen a los demás. En particular, se debe mantener un profundo respeto por la diferencia entre el hombre y la mujer que refleja el amor y la fecundidad del mismo Dios.

123. Al mismo tiempo, al enseñar la doctrina y la moral católicas sobre la sexualidad, se deben tener en cuenta los efectos duraderos del pecado original, es decir, la debilidad humana y la necesidad de la gracia de Dios para vencer las tentaciones y evitar el pecado. En este sentido, la conciencia de cada individuo debe formarse de manera clara, precisa y de acuerdo con los valores espirituales. Pero la moralidad católica nunca se limita a enseñar acerca de evitar el pecado. Se trata también del crecimiento en las virtudes cristianas y del desarrollo de la capacidad de entrega en la vocación de la propia vida.

124. 2) Sólo se debe presentar a los niños y jóvenes la información proporcionada a cada fase de su desarrollo individual.

Este principio de sincronización ya ha sido presentado en el estudio de las diversas fases del desarrollo de los niños y jóvenes. Los padres y todos los que los ayudan deben ser sensibles: (a) a las diferentes fases del desarrollo, en particular, los "años de la inocencia" y la pubertad, (b) a la forma en que cada niño o joven vive las diversas etapas de la vida, (c) a problemas particulares asociados con estas etapas.

125. A la luz de este principio, también se puede indicar la relevancia del tiempo en relación con problemas específicos.

(a) En la adolescencia tardía, los jóvenes pueden ser introducidos primero en el conocimiento de los signos de la fecundidad y luego en la regulación natural de la fecundidad, pero sólo en el contexto de la educación para el amor, la fidelidad en el matrimonio, el plan de Dios para la procreación y el respeto para la vida humana.

(b) La homosexualidad no debe ser discutida antes de la adolescencia a menos que haya surgido un problema serio específico en una situación particular. Este tema debe ser presentado sólo en términos de castidad, salud y "la verdad sobre la sexualidad humana en su relación con la familia como enseña la Iglesia".

(c) Las perversiones sexuales que son relativamente raras no deben ser tratadas excepto a través de la consejería individual, como respuesta de los padres a problemas genuinos.

126. 3) No se debe presentar ningún material de carácter erótico a niños o jóvenes de cualquier edad, individualmente o en grupo.

Este principio de decencia debe salvaguardar la virtud de la castidad cristiana.

Por lo tanto, en la transmisión de información sexual en el contexto de la educación para el amor, la instrucción debe ser siempre "positiva y prudente" y "clara y delicada". Estas cuatro palabras utilizadas por la Iglesia Católica excluyen toda forma de contenido inaceptable en la educación sexual.

Además, aunque no sean eróticas, las representaciones gráficas y realistas del parto, por ejemplo en una película, deben darse a conocer de manera gradual, para no crear miedo y actitudes negativas hacia la procreación en las niñas y mujeres jóvenes.

127. 4) Nadie debe ser nunca invitado, y mucho menos obligado, a actuar de modo que objetivamente atente contra el pudor o subjetivamente atente contra su propia delicadeza o sentido de la intimidad.

Este principio de respeto por el niño excluye todas las formas impropias de involucrar a niños y jóvenes. En este sentido, pueden incluirse, entre otras cosas, los siguientes métodos que abusan de la educación sexual: (a) toda representación "dramatizada", mimo o "juego de roles" que represente cuestiones genitales o eróticas, (b) la elaboración de dibujos, esquemas o maquetas. etc. de esta naturaleza, (c) solicitar información personal sobre cuestiones sexuales o solicitar que se divulguen datos familiares, (d) exámenes orales o escritos sobre cuestiones genitales o eróticas.

Métodos Particulares

128. Los padres y todos los que les ayuden deben tener en cuenta estos principios y normas cuando adopten diversos métodos que parezcan adecuados a la luz de la experiencia de los padres y expertos. Ahora pasaremos a destacar estos métodos recomendados. También se indicarán los principales métodos a evitar, junto con las ideologías que los promueven e inspiran.

Métodos recomendados

129. El método normal y fundamental, ya propuesto en esta guía, es el diálogo personal entre padres e hijos, es decir, la formación individual en el seno familiar. De hecho, no hay sustituto para un diálogo de confianza y apertura entre padres e hijos, un diálogo que respete no solo sus etapas de desarrollo sino también a los jóvenes como individuos. Sin embargo, cuando los padres buscan la ayuda de otros, hay varios métodos útiles que pueden recomendarse a la luz de la experiencia de los padres y en conformidad con la prudencia cristiana.

130. 1) En pareja o individualmente, los padres pueden encontrarse con otras personas preparadas para la educación para el amor para aprovechar su experiencia y competencia. Estas personas pueden ofrecer explicaciones y proporcionar a los padres libros y otros recursos aprobados por las autoridades eclesiásticas.

131. 2) Los padres que no siempre estén preparados para afrontar el lado problemático de la educación para el amor, pueden participar en los encuentros con sus hijos, guiados por personas expertas y dignas de confianza, por ejemplo, médicos, sacerdotes, educadores. En algunos casos, en aras de una mayor libertad de expresión, parecen preferibles las reuniones en las que solo están presentes las hijas o los hijos.

132. 3) En determinadas situaciones, los padres pueden confiar parte de la educación para el amor a otra persona de confianza, si se trata de asuntos que requieren una competencia específica o un cuidado pastoral en casos particulares.

133. 4) La catequesis sobre la moral puede ser impartida por otras personas de confianza, con especial énfasis en la ética sexual en la pubertad y la adolescencia. Los padres deben interesarse por la catequesis moral que se da a sus propios hijos fuera del hogar y utilizarla como apoyo a su propia labor educativa. Tal catequesis no debe incluir los aspectos más íntimos de la información sexual, ya sea biológica o afectiva, que pertenecen a la formación individual dentro de la familia.

134. 5) La formación religiosa de los mismos padres, en particular, una sólida preparación catequética de los adultos en la verdad del amor, construye los cimientos de una fe madura que pueda guiarlos en la formación de sus propios hijos. Esta catequesis de adultos les permite no sólo profundizar su comprensión de la comunidad de vida y amor en el matrimonio, sino que también les ayuda a aprender cómo comunicarse mejor con sus propios hijos. Además, en el proceso mismo de formar a sus hijos en el amor, los padres encontrarán que se benefician mucho, porque descubrirán que este ministerio de amor les ayuda a "mantener una conciencia viva del 'don' que reciben continuamente de sus hijos". Para que los padres sean capaces de llevar a cabo su labor educativa, se pueden promover cursos especiales de formación con la ayuda de expertos.

Métodos e ideologías a evitar

135. Hoy los padres deben estar atentos a las formas en que se puede transmitir una educación inmoral a sus hijos a través de diversos métodos promovidos por grupos con posiciones e intereses contrarios a la moral cristiana. Sería imposible indicar todos los métodos inaceptables. Aquí se presentan sólo algunos de los métodos más difundidos que amenazan los derechos de los padres y la vida moral de sus hijos.

136. En primer lugar, los padres deben rechazar la educación sexual secularizada y antinatalista, que pone a Dios al margen de la vida y considera el nacimiento de un hijo como una amenaza. Esta educación sexual es difundida por grandes organizaciones y asociaciones internacionales que promueven el aborto, la esterilización y la anticoncepción. Estas organizaciones quieren imponer un falso estilo de vida frente a la verdad de la sexualidad humana. Trabajando a nivel nacional o estatal, estas organizaciones tratan de despertar el miedo a la "amenaza de superpoblación" entre los niños y jóvenes para promover la mentalidad anticonceptiva, es decir, la mentalidad "anti-vida". Difunden ideas falsas sobre la "salud reproductiva" y los "derechos sexuales y reproductivos" de los jóvenes. Además, algunas organizaciones antinatalistas mantienen esas clínicas que, violando los derechos de los padres, brindan servicios de aborto y anticoncepción para jóvenes, promoviendo así la promiscuidad y consecuentemente un aumento de los embarazos adolescentes. "Mirando hacia el año 2000, ¿cómo no pensar en los jóvenes? ¿Qué se les propone? Una sociedad de 'cosas' y no de 'personas'. El derecho a hacer lo que quieran desde su más tierna infancia, sin ningún tipo de restricción, siempre que sea 'seguro'. El don de sí mismo sin reservas, el dominio de los propios instintos, el sentido de la responsabilidad, son nociones que se consideran de otra época".

137. Antes de la adolescencia, la naturaleza inmoral del aborto, quirúrgico o químico, puede explicarse gradualmente en términos de moral católica y reverencia por la vida humana.

En cuanto a la esterilización y anticoncepción, estas no deben ser discutidas antes de la adolescencia y sólo de conformidad con la enseñanza de la Iglesia Católica. Por lo tanto, se enfatizarán los valores morales, espirituales y de salud de los métodos para la regulación natural de la fertilidad, al mismo tiempo que se indicarán los peligros y aspectos éticos de los métodos artificiales. En particular, se mostrará la diferencia sustancial y profunda entre los métodos naturales y los métodos artificiales, tanto en lo que respecta al respeto del plan de Dios para el matrimonio como para lograr "la entrega recíproca total del marido y la mujer" y la apertura a la vida.

138. En algunas sociedades funcionan asociaciones profesionales de educadores sexuales, consejeros sexuales y terapeutas sexuales. Debido a que su trabajo a menudo se basa en teorías poco sólidas, carentes de valor científico y cercanas a una antropología auténtica, y teorías que no reconocen el verdadero valor de la castidad, los padres deben considerar tales asociaciones con mucha cautela, sin importar el reconocimiento oficial que hayan recibido. Cuando su perspectiva no está en armonía con las enseñanzas de la Iglesia, esto se manifiesta no sólo en su obra, sino también en sus publicaciones, que son ampliamente difundidas en varios países.

139. Otro abuso se produce cuando se imparte educación sexual a los niños enseñándoles todos los detalles íntimos de las relaciones genitales, aunque sea de forma gráfica. Hoy en día, esto suele estar motivado por querer proporcionar educación para el "sexo seguro", sobre todo en relación con la propagación del SIDA. En esta situación, los padres también deben rechazar la promoción del llamado "sexo seguro" o "sexo más seguro", una política peligrosa e inmoral basada en la ilusoria teoría de que el preservativo puede brindar una protección adecuada contra el SIDA. Los padres deben insistir en la continencia fuera del matrimonio y la fidelidad en el matrimonio como la única educación verdadera y segura para la prevención de esta enfermedad contagiosa.

140. Un enfoque ampliamente utilizado, pero posiblemente dañino, se conoce con el nombre de "aclaración de valores". Se anima a los jóvenes a reflexionar, esclarecer y decidir sobre cuestiones morales con el mayor grado de "autonomía", desconociendo la realidad objetiva de la ley moral en general y prescindiendo de la formación de conciencias sobre los preceptos morales cristianos específicos, como afirma el Magisterio de la Iglesia. A los jóvenes se les da la idea de que un código moral es algo que ellos mismos crean, como si el hombre fuera la fuente y la norma de la moralidad.

Sin embargo, el método de clarificación de valores impide la verdadera libertad y autonomía de los jóvenes en una etapa insegura de su desarrollo. En la práctica, no sólo se favorece la opinión de la mayoría, sino que se plantean a los jóvenes situaciones morales complejas, alejadas de las elecciones morales normales a las que se enfrentan cada día, en las que el bien o el mal son fácilmente reconocibles. Este método inaceptable tiende a estar estrechamente relacionado con el relativismo moral y, por lo tanto, fomenta la indiferencia hacia la ley moral y la permisividad.

141. Los padres también deben estar atentos a las formas en que la instrucción sexual puede insertarse en el contexto de otras materias que de otro modo serían útiles (por ejemplo, salud e higiene, desarrollo personal, vida familiar, literatura infantil, estudios sociales y culturales, etc.). En estas situaciones es más difícil controlar el contenido de la instrucción sexual. Este método de inclusión es utilizado en particular por quienes promueven la instrucción sexual dentro de la perspectiva del control de la natalidad o en países donde el gobierno no respeta los derechos de los padres en este campo. Pero también se desvirtuaría la catequesis si los vínculos inseparables entre religión y moral sirvieran de pretexto para introducir en la instrucción religiosa la información sexual biológica y afectiva que los padres deben dar según su prudente decisión en el propio hogar.

142. Finalmente, como línea general, se debe tener en cuenta que todos los diferentes métodos de educación sexual deben ser juzgados por los padres a la luz de los principios y normas morales de la Iglesia, que expresan los valores humanos en la vida diaria. También se deben tener en cuenta los efectos negativos que los diversos métodos pueden producir en la personalidad de los niños y jóvenes.

Inculturación y Educación para el Amor

143. Una auténtica educación para el amor debe tener en cuenta el contexto cultural en el que viven los padres y sus hijos. Como unión entre la fe profesada y la vida concreta, la inculturización significa crear una relación armoniosa entre la fe y la cultura, en la que Cristo y su Evangelio tienen prioridad absoluta sobre la cultura. "Por eso, porque trasciende todo el orden natural y cultural, la fe cristiana es, por una parte, compatible con todas las culturas en la medida en que se ajustan a la recta razón y a la buena voluntad, y, por otra parte, en grado eminente, es un factor dinamizador de la cultura. Un único principio explica la totalidad de las relaciones entre fe y cultura: La gracia respeta la naturaleza, curando en ella las heridas del pecado, reconfortándola y elevándola. La elevación a la vida divina es la finalidad específica de la gracia, pero ésta no puede realizarla si la naturaleza no está curada y si la elevación al orden sobrenatural no lleva a la naturaleza, en el modo que le es propio, a la plenitud de la perfección". Por lo tanto, la educación sexual explícita y prematura no puede justificarse nunca en nombre de la cultura secularizada imperante. Por el contrario, los padres deben educar a sus propios hijos para que comprendan y se enfrenten a las fuerzas de esta cultura, para que sigan siempre el camino de Cristo.

144. En las culturas tradicionales, los padres no deben aceptar prácticas contrarias a la moral cristiana, por ejemplo, los ritos asociados a la pubertad, que a veces implican la iniciación de los jóvenes en prácticas sexuales o actos contrarios a la dignidad y los derechos de la persona, como la mutilación genital de las niñas. Así, las autoridades de la Iglesia deben juzgar si las costumbres locales son compatibles con la moral cristiana. Pero, las tradiciones de pudor y reserva en materia sexual, que caracterizan a las diversas sociedades, deben ser respetadas en todas partes. Al mismo tiempo, debe mantenerse el derecho de los jóvenes a una información adecuada. Además, hay que respetar el papel particular de la familia en esa cultura, sin imponer ningún modelo occidental de educación sexual.


VIII

CONCLUSIÓN

Asistencia para padres

145. Hay diversas formas de ayudar y apoyar a los padres en el cumplimiento de su derecho y deber fundamentales de educar a sus hijos para el amor. Tal asistencia nunca significa quitar a los padres o disminuir su derecho y deber formativo, porque ellos siguen siendo "originales y primarios", "irreemplazables e inalienables". Por lo tanto, el papel que pueden desempeñar los demás en la ayuda a los padres es siempre (a) subsidiario, porque siempre es preferible el papel formador de la familia, y (b) subordinado,es decir, sujeto a la atenta guía y control de los padres. Todos deben observar el correcto orden de cooperación y colaboración entre los padres y quienes puedan ayudarlos en su tarea. Está claro que la ayuda de los demás debe darse ante todo a los padres y no a los hijos.

146. Quienes están llamados a ayudar a los padres en la educación de sus hijos para el amor, deben estar dispuestos y preparados para enseñar conforme a la auténtica doctrina moral de la Iglesia Católica. Además, deben ser personas maduras, de buena reputación moral, fieles a su propio estado de vida cristiano, casados ​​o solteros, laicos, religiosos o sacerdotes. No sólo deben estar preparados en los detalles de la información moral y sexual sino que también deben ser sensibles a los derechos y el papel de los padres y la familia, así como a las necesidades y problemas de los niños y jóvenes. De este modo, a la luz de los principios y contenidos de esta guía, deben entrar “en el mismo espíritu que anima a los padres”. Pero si los padres se creen capaces de proporcionar una adecuada educación para el amor, no están obligados a aceptar la ayuda.

Fuentes válidas para la Educación para el Amor

147. El Pontificio Consejo para la Familia es consciente de la gran necesidad de material válido, preparado específicamente para los padres, de conformidad con los principios establecidos en esta guía. Los padres que sean competentes en este campo y que estén convencidos de estos principios deberían participar en la preparación de este material. Así podrán ofrecer su propia experiencia y sabiduría para ayudar a otros a educar a sus hijos en la castidad. Los padres también agradecerán la asistencia y supervisión de las autoridades eclesiásticas correspondientes en la promoción de material adecuado y en la eliminación o corrección de lo que no se ajuste a los principios establecidos en esta guía, con respecto a la doctrina, el tiempo y el contenido y método de dicha educación. Estos principios también se aplican a todos los medios modernos de comunicación social.  De manera especial, este Pontificio Consejo para la Familia cuenta con la labor de sensibilización y apoyo de las Conferencias Episcopales, que sabrán reivindicar, donde sea necesario, el derecho de la familia y de los padres y sus dominios propios, también en lo que respecta a los programas educativos del Estado.

Solidaridad con los Padres

148. En el cumplimiento de un ministerio de amor con los propios hijos, los padres deben contar con el apoyo y la cooperación de los demás miembros de la Iglesia. Los derechos de los padres deben ser reconocidos, protegidos y mantenidos, no sólo para asegurar la sólida formación de los niños y jóvenes, sino también para garantizar el debido orden de cooperación y colaboración entre los padres y quienes puedan ayudarlos en su tarea. Asimismo, en las parroquias o apostolados, el clero y los religiosos deben apoyar y alentar a los padres en el esfuerzo por formar a sus propios hijos. A su vez, los padres deben recordar que la familia no es la única ni exclusiva comunidad formativa. Por ello, deben cultivar una relación cordial y activa con otras personas que puedan ayudarlos, sin olvidar nunca sus propios derechos inalienables.

Esperanza y confianza

149. Ante tantos desafíos a la castidad cristiana, los dones de la naturaleza y de la gracia de que disfrutan los padres siguen siendo siempre los cimientos más sólidos sobre los que la Iglesia forma a sus hijos. Gran parte de la formación en el hogar es indirecta, encarnada en un clima de amor y ternura, pues surge de la presencia y el ejemplo de unos padres cuyo amor es puro y generoso. Si a los padres se les da confianza en esta tarea de educación para el amor, estarán inspirados para superar los desafíos y problemas de nuestro tiempo por su propio ministerio de amor.

150. El Pontificio Consejo para la Familia, por lo tanto, exhorta a los padres a tener confianza en sus derechos y deberes en la educación de sus hijos, para avanzar con sabiduría y conocimiento, sabiendo que son sostenidos por el don de Dios. En esta noble tarea, que los padres pongan siempre su confianza en Dios a través de la oración al Espíritu Santo, el gentil Paráclito y Dador de todos los buenos dones. Que busquen la intercesión poderosa y la protección de María Inmaculada, la Virgen Madre del amor justo y modelo de pureza fiel. Invoquen también a San José, su esposo justo y casto, siguiendo su ejemplo de fidelidad y pureza de corazón. Que los padres confíen constantemente en el amor que ofrecen a sus propios hijos, un amor que "expulsa el miedo", que "todo lo soporta, todo lo cree, todo lo espera" (1 Corintios 13:7). Tal amor está y debe estar dirigido hacia la eternidad, hacia la felicidad sin fin prometida por Nuestro Señor Jesucristo a los que le siguen: "Bienaventurados los limpios de corazón, porque ellos verán a Dios" (Mateo 5, 8).

Ciudad del Vaticano, 8 de diciembre de 1995

Cardenal Alfonso López Trujillo
Presidente del Pontificio Consejo para la Familia

+ Mons. Elio Sgreccia
Obispo titular de Zama Minor
Secretario del Pontificio Consejo para la Familia