sábado, 30 de septiembre de 2023

LA DIGNIDAD DE LA ADORACIÓN (CXI)

Derribar al sacerdote de su pedestal supuso una ruptura con las antiguas creencias sobre el verdadero significado del sacerdocio católico.

Por la Dra. Carol Byrne


Recordaremos que el Papa Pío X dio prioridad a garantizar la “santidad y dignidad del templo” como telón de fondo adecuado para las ceremonias mediante las cuales se promulgan los santos misterios (1). El padre Bacuez dedicó una sección completa de su libro a describir el papel fundamental de las Órdenes Menores y el Subdiaconado que contribuyeron sustancialmente a “la adoración de Dios de una manera digna de Su majestad” (2). Sin ellos, ¿cómo sería la liturgia?

Pío X: Santidad y dignidad, prioridad en las ceremonias

“Las ceremonias del culto divino serían menos imponentes si no hubiera variedad de rangos y funciones entre los ministros del santuario. Representarían de manera mucho menos perfecta la Religión de las jerarquías celestiales y el culto que los diferentes órdenes de la creación rinden incesantemente a Dios” (3).

Armados con esta información de una fuente genuinamente tradicional, podemos ver los efectos de la pérdida de las Órdenes Menores en la liturgia del novus ordo. Sin las ordenaciones secuenciales a través de los grados del ministerio de la Iglesia, las jerarquías de los oficios no están claramente delineadas; la “verticalidad” del culto dirigido a Dios se ve perjudicada; todos los ministros (incluido el obispo) están de pie o sentados al mismo nivel; la distinción entre el clero y los laicos es borrosa, y las mujeres compiten con los hombres en el santuario para desempeñar los oficios litúrgicos. En la nueva liturgia se aprecia muy poca diferenciación (4) que refleje la diferencia entre lo sagrado y lo profano, o incluso entre Dios y el hombre. Por lo tanto, no es sorprendente que no refleje ni las “jerarquías celestiales” ni el orden creado del mundo.

El padre Bacuez lo explicó con más detalle:
“Para ser digno de Dios y provechoso para los fieles, este culto debe tener cierta solemnidad, hablar tanto a la mente como al corazón, y estar calculado para despertar en las almas sentimientos santos y piadosos.

Ahora bien, ¿se producirían estos efectos si hubiera un solo Orden de ministros y una sola función a desempeñar? Con la desaparición de los numerosos ministros oficiantes y de las diversas ceremonias desaparecerían en gran medida también el imponente espectáculo de los misterios divinos, sus significados simbólicos, los vestigios del antiguo culto, los recuerdos de la historia de Nuestro Salvador, las anticipaciones de la liturgia celestial, las expresiones edificantes de caridad, respeto mutuo, deferencia y subordinación, que los ministros del santuario en sus relaciones mutuas ponen incesantemente ante los ojos de los fieles” (5).
La liturgia debe reflejar las jerarquías celestiales

Todos estos bienes del Rito Romano contienen en sí mismos la justificación de su existencia continua en la Iglesia. También proporcionan las bases para la conservación de las Órdenes Menores y del Subdiaconado que las sostienen y vivifican. Por la misma lógica, sólo alguien con un deseo de muerte por la verdad y el esplendor de la Liturgia Romana podría haber concebido la eliminación del Orden Católico en el santuario

El padre Bacuez describió, con precisión profética, las consecuencias negativas que se producirían si la Iglesia violara su deber de recibir y transmitir la tradición de las Órdenes Menores:
Los servicios estarían marcados sólo por su frialdad y monotonía, y se diría de los católicos lo que a menudo se dice de los protestantes, que no tienen más que una religión abstracta, sin forma, incapaz de apelar a las facultades emocionales y poco en armonía con los sentimientos de la mayoría de la raza humana” (6).
Aunque pocas personas estuvieran familiarizadas con la expresión técnica lex orandi lex credendi, la mayoría eran conscientes de la conexión entre adoración y creencia, y de cómo la primera influye y da forma a la segunda. El padre Bacuez estaba expresando este axioma en términos prácticos: si quitamos las imponentes estructuras del Rito Romano (en este caso las Órdenes Menores y el Subdiaconado) nos quedaríamos con una liturgia banal, racionalista y fría en el sentido de que no lograría inspirar devoción y mantener viva la llama de la fe.

La simplificación de la Misa del Novus Ordo se acerca a la aridez del culto protestante

La naturaleza profética de estas palabras es sorprendente, ya que eso es exactamente lo que ocurrió cuando se impuso la liturgia simplificada y racionalizada de la misa del novus ordo. Lo que el padre Bacuez estaba insinuando era que la Misa Católica Tradicional tiene un atractivo del que carecen los servicios de las religiones protestantes porque, en el fondo, el alma humana necesita el sentido del misterio que se encuentra en el rico simbolismo de la Liturgia Tradicional para elevarse al encuentro de la Divinidad.

Y, sin embargo, los creadores del novus ordo eliminaron deliberadamente de la Liturgia todo el simbolismo Católico posible, siguiendo el ejemplo de los protestantes del siglo XVI y de los líderes del Movimiento Litúrgico, que intentaron atenuar la expresión externa de la devoción religiosa.


“Espectadores mudos”

En las décadas previas al Vaticano II, los líderes de la Iglesia (incluidos los Papas) reprendían constantemente a los fieles por ser lo que llamaban “espectadores mudos” durante la Misa, como si su oración silenciosa fuera una enfermedad cuya cura era la “participación activa”. Pero lo que los reformadores no supieron apreciar es que, al contemplar la acción que se desarrolla en el santuario, los fieles se sumergen en los misterios sagrados, pues la Liturgia Católica habla al alma a través de los sentidos, en particular de la vista. El padre Bacuez captó esta verdad, reconocida por todas las generaciones de fieles católicos antes de que el Movimiento Litúrgico alterara la percepción de la mayoría:
“Ella [la Iglesia] ama hablar a los ojos con su culto, sus ritos, sus solemnidades, su jerarquía; y en sus santuarios, al igual que en la naturaleza, cada cosa está llena de significado Nihil est sine voce (I Cor. 14: 10) Con la Iglesia, con Nuestro Salvador, no hay un solo acto que no tenga un cierto significado, indicativo de algún plan o de alguna operación oculta” (7).
Su principal énfasis aquí fue, por supuesto, en las Órdenes Menores y el Subdiaconado, y cómo muestran la naturaleza jerárquica de la Iglesia a todos los espectadores. Por el contrario, es difícil discernir la naturaleza particular de las restantes órdenes clericales en la liturgia del novus ordo debido a su reducción en número (sólo hay una orden clerical por debajo del sacerdocio en lugar de las seis tradicionales), su identidad alterada y la mezcla de participantes laicos en el santuario que desempeñan las mismas funciones.


La promoción deliberada de la ignorancia

Esto, como ahora sabemos, fue un acto de ofuscación deliberada por parte de los liturgistas progresistas que habían estado trabajando duro en comisiones y comités para confundir y enturbiar la verdad sobre la Constitución jerárquica de la Iglesia, tal como fue querida por su Fundador: su naturaleza monárquica ya no es abiertamente proclamada y demostrada en los nuevos ritos. Claramente, los responsables de las reformas tenían sus propias razones para que los fieles “no lo supieran”.


Una experiencia de “cambio de fe” para sacerdotes y fieles del novus ordo

El sacerdote ahora está considerado en el mismo nivel que los feligreses

La insensatez de suprimir todas las Órdenes clericales por debajo del Diaconado es evidente en la opinión, ahora prevalente entre la mayoría, si no todos, de los católicos posteriores al Vaticano II, de que todos los miembros de la Iglesia, tanto clérigos como laicos, son igualmente responsables de llevar a cabo su misión en el mundo. Derribar al sacerdote de su pedestal supuso una ruptura con las antiguas creencias sobre el verdadero significado del sacerdocio católico, que sería sustituido por una genérica “participación activa” de todos en la misión de la Iglesia.

Con el nuevo énfasis en todo el “pueblo de Dios” como agente activo en la construcción del Reino de Dios mediante el ejercicio de sus dones y “carismas” individuales, las Órdenes Menores se hicieron redundantes. Por la misma razón, los candidatos a la ordenación perderían el sentido de su vocación primaria, que es el culto a Dios, y los sacerdotes, su estatus único como ministros de la Palabra y la Eucaristía.


El bautismo visto, como la muerte, como el gran nivelador (8)

Según una declaración de 2019 de la Conferencia de Obispos de EE.UU., el bautismo, no la ordenación, es “la base de cómo concebimos la Iglesia”.
“Nuestro enfoque al pensar en la Iglesia y al celebrar su realidad debe estar en la unidad del pueblo de Dios que se basa en nuestro bautismo común, y en una comprensión correspondiente de la diversidad de roles y carismas dentro de ese pueblo radicalmente unificado” (9).
Como resultado de este “fermento revolucionario”, la palabra alguna vez universalmente reconocible “ministerio” –que designa los oficios de los ordenados– fue radicalmente redefinida para cubrir la categoría “inclusiva” de todos los bautizados. Junto con la nueva narrativa “consciente del bautismo” (introducida por primera vez por Beauduin y Virgil Michel a principios del siglo XX) vino un recrudecimiento de viejas ideas y creencias modernistas animando un nuevo marco eclesial para la construcción de lo que hoy conocemos como la “iglesia sinodal” del Pueblo de Dios.

Continúa...


Notas:

1) Papa Pío X, Tra le sollecitudini, 1903.

2) Ibidem, pág. 121.

3) Ibidem, pág. 7.

4) No existen rúbricas específicas para la ubicación de la Silla Obispal. Según el nuevo Ceremonial de los Obispos, esto podría ser en cualquier lugar del santuario, abriendo así la puerta a la opinión subjetiva. La Instrucción General del Misal Romano da una serie de opciones para la ubicación de la silla del sacerdote, pero insiste en que debe mirar hacia el pueblo, dando así la impresión de que desea ser considerado como uno más de la congregación.

5) Ibidem, pág. 134.

6) Ibidem, págs. 134-135.

7) Ibidem, pág. 138.

8) “Omnia mors aequat” (la muerte lo nivela todo), de Claudio, De Raptu Proserpinae, libro II, línea 302.

9) Mons. Brian Bransfield, Secretario General, Conferencia de Obispos Católicos de los Estados Unidos, 'Vocación y Misión', 29 de mayo de 2019.

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95ª Parte: Un pedazo de Palestina en Loreto
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OBJECIONES CONTRA LA RELIGIÓN (7)

La mejor de las religiones es hacer a nuestros semejantes todo el bien que podamos.

Por Monseñor de Segur (1820-1881)


Entendámonos, hijito, ¿Quieres decir con esto que basta y sobra hacer el bien que podamos a los demás para creernos completamente religiosos? Pues dices un desatino. ¿Quieres decir que para ser verdaderamente religiosos debemos hacer todo el bien que podamos? Entonces dices mil veces bien, y no haces sino repetir lo propio que nuestra Religión nos enseña.

Si sabes, como creo, el Catecismo de la Doctrina Cristiana, recordarás que después de los Mandamientos de la ley de Dios hay un párrafo que dice: 
“Todos estos mandamientos se encierran en dos: en servir y amar a Dios, y al prójimo como a nosotros mismos”.
Es decir, que al principio mismo de la Doctrina Cristiana te encuentras ya eso que tú quieres, y te lo encuentras también recalcado, que no solo se te manda hacer a tu prójimo todo el bien que puedas, sino todo el que te harías a ti mismo cuando te hallares en su caso.

Pero fíjate bien: al propio tiempo, y aún antes de mandarte que ames y sirvas a tu prójimo como a ti mismo, se te manda que ames y sirvas a Dios, y se te enseña que en estos dos Mandamientos se encierran todos los demás. En estos dos, ¿entiendes? Como si dijéramos, no en uno solo, sino en ambos. Es decir, que no basta amar y servir a Dios sólo o sólo al prójimo, sino que es menester amar y servir juntamente a Dios y al prójimo.

¿Sabes lo que, bien entendido, quiere decir esto? Pues quiere decir una cosa que la razón enseña desde luego, y que, además, está aprobada por la experiencia; y es que el que no ama y sirve a Dios, tampoco ama ni sirve al prójimo: y que el que no ama y sirve a su prójimo, tampoco suele amar ni servir a Dios. O, para que lo entiendas mejor, todo el que tiene Religión es necesariamente benéfico, así como ninguno que sea verdaderamente benéfico puede dejar de tener verdadera Religión.

En resumen: el amor a Dios y al prójimo son tan necesarios para ser verdaderamente religiosos, como son necesarias para andar las dos piernas, como es necesario para cosechar trigo tener simiente y tierra.

Ama a Dios, y ten por seguro que amarás y servirás a tus semejantes; ama a tu prójimo, ámalo tan verdaderamente, que sea como a ti mismo, y yo te aseguro que también amas a Dios.

Pero repara que, aunque estos dos amores van inseparablemente juntos, el amor a Dios va delante del amor del prójimo; lo cual quiere decir que si el segundo es camino derecho para llegar al primero, el primero es la causa, el principio, el fundamento del segundo.

¿Me dices que hay o ha habido un solo hombre que ame a Dios, es decir, que tenga Religión y que no sea benéfico? Yo te respondo con toda seguridad que es mentira; que ni hay, ni ha habido, ni puede haber semejante hombre.

¿Me dices (y este es el caso que tratamos) que hay o ha habido un hombre verdaderamente benéfico, que, sin embargo, no tenía o no tiene Religión? Mentira, y mentira, y mentira. Para convencerte, respóndeme a esta pregunta: ¿Qué entiendes tú por un hombre verdaderamente benéfico? Yo supongo que hayas conocido a alguno (muy raro será, pero, en fin, alguno) que, sin cuidarse nada de la Religión, sea generoso con los pobres, servicial con todo el mundo, dispuesto a hacer un favor a cualquiera; todavía más, que sea capaz, en una ocasión dada, de exponer su vida por hacer un beneficio a otro. Ya ves que no puedo concederte más.

Pero dime ahora: ¿Estás seguro de que este hombre benéfico servirá con el mismo amor y con la misma generosidad a un enemigo suyo que a un amigo? ¿Estás seguro de que no se retraerá de hacer sus beneficios si teme que no han de agradecérselos? ¿Estás seguro de que al hacer sus beneficios no se lleva ninguna mira humana, ni la de ganarse amigos, ni la de merecer las alabanzas del mundo? ¿Estás seguro de que no hace el bien por cálculo, para evitar algún mal que teme le suceda si no lo hace?

Y aún suponiendo que estás seguro de todo esto ¿Lo estás igualmente de que, llegado el caso, aquel hombre a quien le ves dar generosamente a los pobres su dinero, les daría del propio modo su paciencia para aguantarlos si le insultaban? ¿Estás seguro de que entraría en la miserable y hedionda cueva de un mendigo a sufrir sus olores pestilentes, a curarle sus llagas, a darle ánimo con sus exhortaciones, a consolarle con sus palabras? Y aún suponiendo que nuestro hombre benéfico fuese capaz, en un día dado, en una ocasión determinada, de hacer todas estas cosas, ¿estás seguro de que las haría en todos los tiempos y ocasiones, sin quejarse, sin cansarse, sin impacientarse nunca, y no solamente no disgustándose de ello, si no teniendo mucho gusto en sufrirlo y deseando que dure?

¿La beneficencia de tu hombre benéfico, es tan grande que alcanza toda esta altura? Ya veo que no te atreves a decirme que sí; pero yo, en cambio, te digo redondamente que no.

Y ahora te añado que esto, que no es capaz de hacer tu hombre benéfico sin Religión, son capaces de hacerlo, y lo hacen, y lo han hecho, y lo harán perpetuamente, todos los hombres de Caridad cristiana; ¿qué digo todos los hombres? Lo hacen a todas las horas esas mujeres de bendición, esos ángeles de la tierra, esas Hermanas de la Caridad, corona santa de la gran beneficencia católica, esperanza del porvenir, consuelo de esta edad tan corrompida.

¿Concibes tu Hermanas de la Caridad que no tengan Religión? Pues si no fuese por amor a Dios, ¿quién les daría esa fortaleza, esa resignación, esa dulzura y esa constancia con que desempeñan sus penosísimas funciones? No me hables, pues, de hombres verdaderamente benéficos sin Religión; porque no los hay; porque es lo mismo que si me hablaras de música que suena sin instrumentos, o de flores que brotan sin tallo.

¿Quieres saber la diferencia que hay entre la beneficencia que se ejerce sin caridad, es decir, sin Religión, y la que se ejerce con caridad, es decir, por amor del prójimo en Dios y por Dios? Pues mira por un lado cuán escasos y cuán tibios son los hombres benéficos de tu gusto, y cuán numerosos y verdaderamente admirables son la multitud de Santos que pasaron su vida entera sirviendo a los pobres: un San Juan de Dios, un San Vicente de Paúl, una Santa Isabel de Hungría, y tantos otros, o, por mejor decir, todos, pues la vida de todos se distingue principalmente por su gran caridad. 

Mira ahora, por otro lado, cuán numerosas y qué bien fundadas y qué duraderas han sido tantas Casas de Caridad, hospitales, hospicios, escuelas, como ha fundado la Iglesia Católica, y echa después una ojeada sobre estos otros establecimientos de beneficencia, fundados por lo que en nuestro tiempo se llama Filantropía, es decir, amor a los hombres; y a tu buena fe dejo el decidir si en ellos se socorre a los necesitados con tanta abundancia, tan a tiempo y con tanto amor como lo ha hecho la Iglesia en otros tiempos, cuando no era perseguida, y humillada, y escarnecida, y despojada, como lo ha sido por los charlatanes de la Filantropía. 

Desengáñate: todos los discursos más pulidos, los sistemas de beneficencia mejor combinados, los esfuerzos más grandes, no conseguirán nada que haga verdadero bien a los hombres, si no se apoyan en la Religión, si no se alimentan con el jugo de la Doctrina Católica, si no tienen por principio y por fin, el amor a Dios nuestro señor Jesucristo.


CUARTA PARTE DEL LIBRO "VIDAS DE LOS HERMANOS" (CAPÍTULO XII)

Continuamos con la publicación de la Cuarta Parte del antiguo librito (1928) escrito por el fraile dominico Paulino Álvarez (1850-1939) de la Orden de Predicadores.



CUARTA PARTE

DEL LIBRO INTITULADO

"VIDAS DE LOS HERMANOS" 

CAPÍTULO XII

DE LOS QUE ENTRABAN POR LA CONSIDERACIÓN DE LAS PENAS PRESENTES Y FUTURAS

I. Un doctor de gramática de Novara, ciudad de Italia, que había prometido entrar en la Orden de Predicadores, y señalado ya el día a los Hermanos de Milán, pervertido por los discípulos y la vanidad del mundo, abandonó su pensamiento y se trasladó a otra ciudad donde pudiera enseñar sin ver tan a menudo a los Hermanos. Pero el mismo día de su prevaricación perdió un ojo y perdido lo tuvo hasta que reconociéndose y confesándose volvió a recobrar la vista; que fue al día tercero, y entró en la Orden, en la cual devotamente permaneció.

II. Hubo en Bolonia un estudiante en extremo delicado, del cual por tres veces seguidas se tuvo una visión de que, si le amonestasen, entraría en la Orden. Díjolo así al Subprior el Hermano que la había tenido, el cual era paisano del estudiante, y el Subprior respondió: “Lleno cómo está de riquezas y delicias, difícilmente que pueda dejar los vicios de su juventud”. Contestando el Hermano que a Dios todo era posible, pensó el Subprior que aquello vendría del cielo y se fue a la casa del joven; pero al entrar en el aposento y observar el lujo de su cama y vestidos, se desanimó de tal suerte que ni una sola palabra dijo de lo que pensaba. El mismo estudiante, temeroso de que le quisiera llevar a la Orden, dijo al Subprior: “Si algo tenéis que decirme, no quiero oírlo, a menos que me prometáis no hablar de Dios”.  -“Hablaremos” -dijo el Subprior- “de vuestra patria y parientes, y al fin, tan solo dos palabras os diré de Dios”. -“Muy bien” -contestó el estudiante -“pero cuidado, no digáis más”. Y después de hablar algún tiempo familiarmente, levantándose el Subprior, dijo: “Me voy, pero antes quiero decirte las dos palabras prometidas: ¿Sabéis señor Recaldo, a qué lugar irán en el otro mundo los que en este no hacen penitencia?” -“No” -respondió el joven. Y el Subprior: -“Isaías, profeta, lo enseña diciendo: La polilla será tu estrado y tu vestido los gusanos”. Y después de exponerle estas palabras, con su licencia se retiró al convento. Pero él de tal manera quedó fijo en la meditación de esta polilla y gusanos, que ninguna otra cosa podía pensar; y en medio de sus juegos y diversiones con los amigos, así le perseguía este pensamiento y le amargaba la vida, sin poderlo arrancar de su corazón, que no sufriendo más, a los pocos días entró en la Orden, prefiriendo la pobre y dura cama, para hacer de los ángeles llevado al cielo, a dormir aquí en blando lecho y después ser sepultado en el infierno, convertido en aquella polilla y gusanos, cuya sola memoria le era intolerable.

III. De un joven noble, hermoso y delicado, contó el Maestro Jordán, de buena memoria, que le aconsejaba salir de la Orden un sujeto pudiente, y literato, y amigo de sus padres, y le decía: “Eres demasiado tierno; no vas a poder resistir la dureza de la Orden; más vale que te salgas ahora sin pecado ni infamia alguna”. A lo que el joven contestó: -“La causa que vos alegáis para que me salga, es precisamente la que me ha movido a entrar en la Orden. Porque pensé para mí y me dije: Si en este mundo no puedo sufrir ninguna aspereza, ¿Cómo sufriré aquellas intolerables e inenarrables penas del infierno? Así , pues, me resolví a padecer aquí esta aspereza por no padecer la eterna, y ser con los pobres pobre, porque en el cielo sea rico”.



viernes, 29 de septiembre de 2023

CONTRICIÓN: LA LLAVE DE ORO DEL PARAISO

La Contrición Perfecta puede abrir el Cielo cada día, y cada momento de cada día. Es especialmente eficaz si en el momento de la muerte no puedes tener a tu lado al sacerdote, dispensador de las misericordias divinas.


Por un sacerdote italiano.

Australian Catholic Truth Society No. 1325 (1959).

N.d.E.: La 
Australian Catholic Truth Society (Sociedad Católica Australiana de la Verdad) (ACTS) fue una revista que comenzó a publicarse en 1904 y uno de sus cofundadores fue Edward J. Kelly (qv). ACTS tenía su sede en Melbourne y “participaba activamente en la difusión de literatura católica sólida y en la difusión de publicaciones que son un antídoto contra las obras subversivas de la fe y la moral”. Esta revista dejó de publicarse en 1986.

INTRODUCCIÓN

A primera vista de este pequeño libro, que lleva el altisonante título de “La Llave de Oro del Paraíso”, tal vez, querido lector, sientas cierta curiosidad por saber si su contenido es tan bueno como su título. Tal vez te sientas inclinado a encogerte de hombros y sentir lo mismo que cuando ves anunciadas curas maravillosas e infalibles para todos los males de que es heredera la carne.

No, no te dejes engañar; ésta es la llave auténtica, y se puede manipular fácilmente. Es la Contrición Perfecta, que durante los cuarenta siglos (o más, según muchos biblistas) anteriores a la venida de Cristo fue el único medio de salvación para todos los que habían cometido pecado, y que incluso ahora está destinada a salvar miríadas de almas. Mira su maravilloso poder. Puede abrir el Cielo cada día, y cada momento de cada día. Es especialmente eficaz si en el momento de la muerte no puedes tener a tu lado al sacerdote, dispensador de las misericordias divinas, ausencia desgraciadamente demasiado frecuente hoy en día, a causa del número de muertes repentinas. En este caso, la Contrición Perfecta será la última llave que, con la gracia de Dios, te abrirá el Cielo. Pero es necesario aprender durante la vida a utilizar esta llave en el momento de la muerte. ¡Cuántas almas que, de otro modo, se habrían perdido para toda la eternidad, por medio de un Acto de Contrición Verdadera, se han abierto el Paraíso! El erudito y santo Cardenal Johann Baptist Franzelin dijo: “Si pudiera vagar por el país predicando la Palabra de Dios, mi tema favorito sería la Contrición Perfecta”. Doradas palabras, querido lector, con las que estoy plenamente de acuerdo; añadiendo, sin embargo, que desearía hacer lo mismo desde los púlpitos de las ciudades, donde las ocasiones de pecar son mayores y los peligros para el alma, innumerables.


PREFACIO A LA TRADUCCIÓN ITALIANA

El autor, por una feliz inspiración llamó a este pequeño libro “La Llave de Oro del Paraíso”. Y, de hecho, nuestro verdadero hogar, el tuyo y el mío, y el de todos los demás, es el Cielo. Este mundo en el que ahora vivimos no es nuestro verdadero hogar. Tan cierto es esto que, tarde o temprano, la Muerte nos conducirá de allí y nos enviará a ese Hogar Eterno. Ahora bien, para entrar en el hogar de la verdadera y eterna felicidad, el Cielo, necesitamos una llave con la que abrir la puerta. Y en este librito encontrarás esa llave, una llave de oro purísimo, elaborada por un celoso sacerdote a partir de las enseñanzas del Evangelio y de la Iglesia Católica. Esta llave se llama Contrición Perfecta.

Ahora bien, si la Contrición Perfecta es la Llave del Cielo, se deduce naturalmente que todo el mundo debería poseer una, y saber cómo usarla. Y así, quienquiera que seas, o cualquiera que sea tu condición y estado en la vida, este libro está escrito especialmente para ti.

¿Eres sacerdote? Este folleto te recordará hermosas verdades prácticas, cuya importancia tal vez nunca hayas considerado, y al hojear estas páginas te sentirás obligado a impartir a tu rebaño el maravilloso conocimiento que te pertenece.

¿Perteneces a una comunidad religiosa? ¿Qué paz no puedes conseguir usando frecuentemente esta llave?

¿Eres padre o madre de familia? Entonces acepta esta preciosa llave para abrirte las Puertas del Cielo; y déjala como herencia a tus hijos; te lo agradecerán por toda la eternidad.

¿Eres maestro? Enseña a tus pupilos el uso frecuente de esta llave mística. Algún día la apreciarán.

Seas lo que seas, aprende a usar esta llave de oro, y, si te sobreviene alguna de las mil catástrofes tan frecuentes hoy en día, tienes a mano el medio de salvar tu alma.

¿Eres un buen católico? Utiliza con frecuencia esta llave, que condujo a los santos a la cima de la santidad.

¿Eres pecador? Esta llave está hecha especialmente para ti, pues te muestra cómo volver a abrir las puertas que has cerrado por el pecado. Iré aún más lejos. ¿Eres un hereje, un infiel de buena fe, o alguien que, conociendo su error, está ahora a las puertas de la muerte, y no tiene tiempo para abrazar la Verdadera Fe o reconciliarse con Dios? Afortunado eres si esta llave de oro ha llegado a tus manos. Puede salvarte del Infierno y abrirte el Cielo. Vuela, vuela, pues, librito, como una mariposa con alas de oro, entra en las casas de los ricos y de los pobres; entra en las escuelas y en los talleres; vuela sobre las montañas y las llanuras, sobre la tierra y el mar; ábrete paso en los vapores y en los trenes; penetra en las minas; asciende al aeroplano en las nubes; dondequiera que estén el pecado y la muerte, allí lleva la luz y el consuelo que contienen tus modestas páginas.


La Llave del Cielo

¿Qué es la Contrición Perfecta?

En primer lugar, ¿qué es la Contrición? Más adelante veremos sobre esa palabra “Perfecta”. La contrición es un dolor del alma, una detestación del pecado cometido. Debe ir acompañada de la firme resolución de enmendar la vida y de no pecar más.


I. LA CONTRICIÓN PERFECTA

El dolor del alma


Ahora bien, para que la contrición sea verdadera, son necesarias tres condiciones: que sea interna, universal y sobrenatural.
(a) Debe ser interna o interior. Debe venir de las profundidades del corazón, y no consiste en actos pronunciados por los labios sin reflexión o pensamiento. No es necesario manifestar nuestro dolor con suspiros y lágrimas. Éstos pueden ser signos de contrición, pero no son parte esencial ni necesaria de ella. La contrición descansa en el alma y en la firme resolución de dejar nuestro pecado y volver a Dios.

(b) Nuestra contrición debe ser universal, es decir, debe extenderse a todos los pecados, al menos a todos los pecados mortales, que hayamos cometido.

(c) Por último, debe ser sobrenatural, lo que significa que debe estar fundada en algún motivo de fe -por ejemplo, en el Infierno, en el Purgatorio, en el Cielo, en Dios, o en algún motivo similar-. Nuestra contrición sería natural, y por lo tanto inútil, si se fundase en algún motivo puramente natural de interés o razón -como, por ejemplo, si nos lamentásemos porque nuestros pecados nos acarrearon alguna enfermedad o deshonra o pérdida pecuniaria-. Pero si nuestro dolor se funda en alguna verdad de nuestra Fe -por ejemplo, la pérdida del Cielo o el temor del Infierno-, es sobrenatural y meritorio.
Ahora bien, la contrición sobrenatural puede ser imperfecta o perfecta; y aquí volvemos a la Contrición perfecta.

La contrición es imperfecta cuando nos arrepentimos por temor de Dios.

Es perfecta cuando nos arrepentimos por amor a Él.

En el primer caso, nos arrepentimos de haber ofendido a Dios porque tememos su justa ira y castigo.

En el segundo caso, nos arrepentimos porque el pecado ofende a Dios, que es tan infinitamente bueno y amable.

La Contrición Perfecta brota del amor perfecto a Dios, y nuestro amor a Dios es perfecto cuando le amamos porque Él es infinitamente perfecto, infinitamente bello, infinitamente bueno en Sí mismo, o porque, con los innumerables dones que nos ha hecho, nos ha demostrado Su amor por nosotros. En cambio, nuestro amor a Dios es imperfecto cuando le amamos porque esperamos algún beneficio de Él. Pero si este algo fuera Él mismo en la medida en que Él es nuestro Bien Supremo, entonces éste sería el amor perfecto.

De esto se deduce claramente que, cuando nuestro amor es imperfecto, pensamos principalmente en nosotros mismos, en los beneficios que hemos recibido; mientras que, si es perfecto, pensamos principalmente en Dios, en la bondad de Aquel que nos enriquece con sus beneficios. Cuando nuestro amor es imperfecto, amamos los dones que hemos recibido; cuando es perfecto, amamos al Dador de estos dones, no tanto por los dones que nos da como por el amor y la bondad que estos dones manifiestan en Él.

El dolor nace del amor

Ahora bien, la tristeza o contrición brota del amor, por lo que se deduce que nuestra contrición será perfecta cuando nos arrepintamos de nuestros pecados por el perfecto amor de Dios, es decir, cuando nos arrepintamos, porque al pecar ofendemos a Dios, que es infinitamente bueno y perfecto y bello en Sí mismo, y que tanto nos ama. Nuestra contrición será imperfecta si nos arrepentimos por temor a Dios, porque al pecar hemos perdido el Cielo o merecido las penas del Purgatorio o del Infierno. Cuando nuestra contrición es imperfecta pensamos sobre todo en nosotros mismos, y en el castigo que nuestros pecados nos acarrearán en la otra vida, del mismo modo que un niño se arrepiente de alguna falta porque teme una paliza. Con la contrición perfecta pensamos principalmente en Dios, en Su grandeza, Su bondad, Su belleza, Su Amor, atributos todos ellos que ofendemos al pecar, y por cuyos pecados sufrió tanto el Hombre-Dios, nuestro Adorable Salvador. Es como si un niño se arrepintiera de una falta porque ha afligido a sus padres, que son tan buenos y cariñosos, y han hecho tanto por él.


Otro pequeño ejemplo ayudará a explicar todo esto mucho mejor. Después que San Pedro negó a su Divino Maestro, pensó en su pecado, y, “saliendo, lloró amargamente”. ¿Por qué lloró? ¿Quizás por la vergüenza que sentiría ante los demás Apóstoles? Si esta era la razón, entonces su dolor era puramente natural y sin mérito para el Cielo. Tal vez temía ser privado de su dignidad de Apóstol y Príncipe de los Apóstoles, o tal vez temía perder el Cielo. Éstos serían ciertamente motivos dignos, pero aún así su pena sería imperfecta. No, no. Pedro lloró y se arrepintió porque había ofendido a su amado Maestro, que era tan bueno, tan santo, tan digno de su amor; lloró porque había pagado ese amor con la más negra ingratitud, y, en consecuencia, su contrición fue perfecta, su pecado fue perdonado. Con esta llave de oro había vuelto a abrir las puertas del Cielo, que un momento antes había cerrado con su triple negación. Y, querido lector, ¿no tienes tú tantas razones para detestar tus propios pecados? Ciertamente. Los beneficios que has recibido son más numerosos que los cabellos de tu cabeza, y por cada uno de estos dones deberías exclamar con San Juan: “Amemos a Dios, que nos amó primero”.

El amor de Dios

¿Y cómo nos ha amado Dios? “Os he amado -dice- con amor eterno. Me he apiadado de ti y te he atraído hacia mí” (Jeremías 31:3). Así que nos ha amado con amor eterno. Desde la eternidad, antes de que nacieras, incluso antes de que se creara este mundo o los mismos ángeles. Para ti creó los cielos y la tierra, para ti preparó un cuerpo y un alma con toda la ternura de una madre que prepara la llegada de su hijo. Es Dios quien te ha dado la vida y te mantiene en ella; es Él quien te da cada día todos los bienes naturales de los que disfrutas. Semejante pensamiento debería bastar para inducir a los mismos paganos al perfecto amor de Dios. Pero ¿cuánta más razón no tienes tú, cristiano, católico, para amarle con un amor perfecto, tú que experimentas una prueba evidente de su bondad y de su amor, pues “se compadece de ti”?

Tú, como consecuencia de la caída de nuestros Primeros Padres, fuiste condenado con el resto de la humanidad, pero tu Padre Celestial envió a Su único Hijo para que fuera tu Salvador y te redimiera con Su Preciosa Sangre. Durante Su Agonía en el Huerto, Él pensó en ti. Pensó en ti mientras Su Sangre fluía de las heridas causadas por los crueles azotes y la corona de espinas. Pensó en ti mientras caminaba bajo la pesada Cruz en la colina del Calvario. Pensó en ti y sufrió por ti cuando expiró en vergüenza y agonía en la Cruz. Sí, pensó en ti con un amor tan tierno, como si fueras la única persona en el mundo, para que puedas decir verdaderamente con san Pablo: “Me amó y se entregó a la muerte por mí”. ¿Qué conclusión puedes sacar de todo esto? Ésta y sólo ésta: “Amemos a Dios, que nos amó primero”.

Además, Dios te atrajo hacia Sí por el Bautismo, la primera y más importante gracia en esta vida, y por la Iglesia en cuyo seno fuiste admitido entonces. ¡Cuántos hay que sólo encuentran la verdadera Iglesia después de pruebas y sacrificios de toda clase! ¡Cuántos, además, no la conocen nunca! Pero por el amor y la misericordia de Dios Todopoderoso, fuiste dotado con el don de la Verdadera Fe en tu cuna. Él continúa atrayéndote hacia Sí por medio de los Sacramentos y de otras innumerables gracias, tanto internas como externas. Estás como sumergido en un océano, en el océano del amor y de la misericordia divinos. No satisfecho con todas estas pruebas de su amor, quiere coronar todos estos favores colocándote en el Cielo, cerca de Él, donde serás eternamente feliz. ¿Qué retribución puedes dar a todo este amor? Nada más que el amor puede corresponder al amor, y por eso, ¿no nos obligan todas estas pruebas de su amor infinito a amarle y a exclamar con San Pablo: “Caritas Christi urget nos”? El amor de Cristo nos obliga a amarle a su vez.

Ahora, examinemos un poco. ¿Cómo has correspondido al amor de un Dios tan amoroso y tan amable? Sin duda, con ingratitud y pecado. Pero, ¿no te arrepientes ahora de tal ingratitud? No dudo de que en este momento tu corazón arde en deseos de reparar esa ingratitud con un amor de todo corazón. Si tal es el caso, entonces en este mismo momento, tienes Contrición Perfecta - esa contrición, a saber, que está fundada en el amor de Dios y es llamada Contrición Perfecta, o Contrición de Amor.


Pero esta contrición puede ser de un grado aún más alto y consistir en amar a Dios simplemente porque Él es infinitamente perfecto, infinitamente glorioso y digno de ser amado por encima de cualquier otra cosa, independientemente de sus misericordias hacia nosotros. Hagamos una comparación. Los astrónomos nos dicen que en el firmamento hay estrellas tan grandes y brillantes como el sol, pero tan lejanas que son invisibles a simple vista. Ahora bien, aunque estas estrellas no nos dan ni luz ni calor, ¿no son tan dignas de nuestra admiración como el mismo sol? Y supongamos ahora que el hombre nunca hubiera experimentado ningún beneficio de esa Estrella eterna: el Amor de Dios; supongamos que Dios Todopoderoso no hubiera creado la tierra ni ninguna criatura viviente; Él no sería por ello menos sabio, menos grandioso, menos bello, menos glorioso, menos digno de amor, porque en Sí mismo y por Sí mismo, Él es el Bien Supremo. Esto es lo que queremos decir cuando recitamos las palabras:
Pésame, Dios mío, y me arrepiento de todo corazón de haberos ofendido. Pésame por el infierno que merecí y por el cielo que perdí pero mucho más me pesa, porque pecando ofendí a un Dios tan bueno y tan grande como Vos. Reflexiona un momento sobre el amor de Dios; sobre todo, piensa en la manifestación de este amor en los sufrimientos de Nuestro Divino Salvador. De este modo, lo comprenderás fácilmente y, como un dardo ardiente, te atravesará e inflamará el corazón. He aquí el modo práctico de excitarte a la Contrición Perfecta.

Se cuenta en la vida del Cura de Ars que, en cierta ocasión, una señora, perfecta desconocida para él, le pidió que rezara por su marido, católico descuidado, que acababa de morir repentinamente y sin recibir los Sacramentos. “Era tan descuidado, padre”, le dijo ella, llorando; “no acudía a sus obligaciones, ¿y qué será de él?”. “Señora -respondió el santo sacerdote- ¿no se acuerda del ramo de flores que recogía todos los sábados para adornar el altar de Nuestra Señora? A cambio, la Santísima Virgen le obtuvo la gracia de hacer un acto de Perfecta Contrición antes de morir, y se ha salvado”. El Cura no había visto nunca a aquella señora, ni conocía a su marido, pero era un hecho que todos los sábados él recogía aquel ramo de flores. La Virgen, en recompensa por aquella pequeñísima muestra de amor que él le demostraba, puso en sus manos en aquel momento supremo la Llave de Oro del Paraíso.


II. CÓMO OBTENER LA CONTRICIÓN PERFECTA

En primer lugar, debemos tener presente que la Contrición Perfecta es una gracia -una gran gracia- de Dios. Por lo tanto, debemos pedirla constantemente. Pídela, no sólo cuando quieras hacer un Acto de Contrición, sino a menudo durante el día. Debe ser objeto de tus más ardientes deseos. Repite a menudo: “¡Dios mío! Dame perfecto dolor de mis pecados”. Y si sientes sinceramente lo que dices, Nuestro Señor escuchará tu oración.

Ante el Crucifijo


Además de esto, he aquí un modo fácil de hacer el Acto de Contrición. Arrodíllate ante un crucifijo en una iglesia o en tu habitación, o, si no puedes hacer esto, imagínate que estás en presencia de Jesucristo, y, mientras miras sus heridas, piensa unos momentos, y luego repite estas palabras u otras parecidas: “¿Quién es Este clavado en una Cruz? Es Jesús, mi Dios y Salvador. ¡Y mirad cómo sufre! Su Cuerpo cubierto de heridas y sangre; Su Alma sumergida en angustias y humillaciones. ¿Por qué sufre? Por los pecados de la humanidad, y por los míos también. En el abismo de sus tormentos, piensa en mí. Sufre por mí. Está reparando mis pecados”. Permanece allí, ante la Cruz, mientras la Sangre de tu Salvador cae gota a gota sobre tu alma. Pregúntate cómo has correspondido a estas pruebas de amor. Recuerda tus pecados pasados y, olvidando por un momento el Cielo y el Infierno, arrepiéntete porque tus pecados han reducido a tu Salvador a un estado tan lamentable. Prométele que no volverás a crucificarle, y luego repite lenta y fervientemente el Acto de Contrición. Mejor aún, repite esas palabras de dolor que surgirán espontáneamente en tu corazón, ahora ablandado por la gracia y lleno de una santa amargura.

Tres visitas

No está de más recordar aquí lo que San Carlos Borromeo enseñaba a sus penitentes cuando iban a confesarse. 
“¿Queréis -decía- conocer un modo fácil de excitaros a un verdadero dolor por vuestros pecados? Haced tres pequeñas visitas: la primera arriba, la segunda abajo, la tercera en medio. La visita arriba os mostrará el Paraíso, al que habéis renunciado por algún placer vacío, por algún pensamiento, palabra o acto pecaminoso. El disgusto que surgirá en vuestro corazón al pensar en esta pérdida será una buena atrición, o contrición imperfecta, y en la Confesión bastará para lavar vuestros pecados.

Vuestra visita abajo os mostrará ese espantoso lugar en el que estaríais ahora si Dios hubiera ejercido su justicia - ese lugar donde sufriríais para siempre el tormento del fuego, lejos de vuestro verdadero hogar, que es el Cielo. El dolor que surge de esta consideración es también excelente, y suficiente en la confesión.

Vuestra tercera visita os mostrará a Cristo crucificado y muriendo por vos en el Calvario entre dolores e insultos de todo tipo. El conocimiento de que el Crucificado es la Bondad Infinita misma, vuestro mayor Benefactor, a Quien, en vez de amar, habéis insultado y crucificado, despertará en vuestro corazón sentimientos de amor y dolor que enjugarán vuestros pecados aun antes de entrar en el confesionario”.
Querido lector, recuerda estas tres visitas de San Carlos, no sólo cuando vayas a confesarte, sino cada vez que quieras excitarte a la Perfecta Contrición.


III. ¿ES DIFÍCIL HACER UN ACTO DE CONTRICIÓN PERFECTA?

Sin duda, es más difícil hacer un acto de Contrición Perfecta que uno Imperfecto, que basta cuando nos confesamos. Pero aun así, no hay nadie que, si lo desea sinceramente, no pueda, con la gracia de Dios, hacer un acto de Contrición Perfecta. El dolor está en la voluntad, no en los sentidos ni en los sentimientos. Basta que nos arrepintamos porque amamos a Dios sobre todas las cosas; eso es todo. Es cierto que la Contrición Perfecta tiene sus grados, pero no es menos perfecta porque no alcanza la intensidad y sublimidad del dolor de San Pedro, de Santa María Magdalena o de San Luis. Tal grado es muy deseable, pero en modo alguno necesario. Un grado menor, con tal que proceda del amor de Dios y no del temor de sus castigos, es suficiente. Y es muy consolador recordar que durante los 4000 años (o más, según muchos eruditos bíblicos) anteriores a la venida de Cristo, el único medio que tenían los pecadores para obtener el perdón era esta misma Contrición Perfecta. En aquellos tiempos no existía el Sacramento de la Penitencia. Incluso hoy, para miles -sí, para millones- de paganos, de no católicos, y también de católicos, que no tienen tiempo de llamar a un sacerdote a su cabecera, el único medio de perdón y salvación es un acto de Perfecta Contrición.

Ahora bien, si es verdad que Dios no desea la muerte de un pecador, se deduce que no quiere imponer a sus criaturas una contrición o un dolor superior a sus fuerzas, sino que esté al alcance de todos. Y así, si millones de pobres criaturas que, sin culpa alguna, viven y mueren fuera del Verdadero Redil, si éstas pueden obtener la gracia de la Perfecta Contrición, ¿imaginas, querido lector, que será difícil para ti -tú que gozas de la dicha de ser cristiano y católico, y por eso eres capaz de recibir gracias mucho mayores que ellos-, tú que estás mucho mejor instruido en las cosas divinas que los pobres infieles?


Pero me atrevo a ir aún más lejos. A menudo, muy a menudo, sin ni siquiera pensar en ello, tienes Contrición Perfecta por tus pecados. Por ejemplo, cuando oyes Misa devotamente o haces bien el Vía Crucis; cuando reflexionas ante tu crucifijo o una imagen del Sagrado Corazón. Es más, cada vez que rezas el Padre Nuestro, en las tres primeras peticiones haces tres actos de caridad perfecta, cada uno de los cuales es suficiente para cancelar todo pecado de tu alma.

Muy a menudo, unas pocas palabras bastan para expresar el amor más ardiente y el dolor más profundo; por ejemplo, las pequeñas jaculatorias: “Jesús mío, misericordia”, “Dios mío y todo mío”, “Dios mío, te amo sobre todas las cosas”, “Dios mío, ten piedad de mí, pobre pecador”. Ayudado por la gracia de Dios (y Dios ha prometido darla a todos los que la pidan), no es en absoluto difícil hacer un Acto de Contrición. Tomemos el caso de David, que por una mirada curiosa cayó en el pecado de adulterio, y luego en el de asesinato. Después de haber cometido estos pecados, vivió bastante despreocupado por el estado de su alma hasta que el profeta Natán vino a reprenderle. Y este reproche indujo a David a hacer un acto de Contrición Perfecta en pocas palabras, “Peccavi Domino” (“He pecado contra el Señor” - 2 Samuel 12:13). Tan eficaz fue su contrición que el profeta, inspirado por Dios, exclamó: “El Señor te ha perdonado”.

Tomemos, de nuevo, el caso de María Magdalena - una pecadora pública. Ella ni siquiera dijo una palabra, sino que simplemente lloró a los Pies de Jesús. Jesús vio el dolor en su corazón y, volviéndose hacia ella, le dijo: “¡Mujer! porque has amado mucho tus pecados te son perdonados”. Mira, pues, qué poco se necesita: sólo amar a Dios por encima de todo. Y el amor no exige ni tiempo ni molestias; basta pensar en Jesús crucificado, pues entonces es imposible no amarle y lamentarse de los pecados por los que le hemos crucificado.

Recuerda al buen ladrón -un ladrón condenado a muerte- y, sin embargo, por aquellas pocas palabras pronunciadas desde su corazón: “Señor, acuérdate de mí cuando vengas en Tu Reino”, el mismo Cristo le prometió inmediatamente el Cielo: “Hoy estarás conmigo en el Paraíso”.

Por último, mira a San Pedro, que negó tres veces a su Maestro. Jesús le miró; Pedro no dijo ni una sola palabra, sino que, “saliendo, lloró amargamente”. Fue perdonado; fue elegido por Cristo para ser su primer sucesor en la tierra -el Príncipe de los Apóstoles- y hoy es uno de los santos más gloriosos del Cielo.

Querido lector, si alguna vez tenemos la desgracia de ofender a Dios, echemos una mirada al sagrario donde Jesús palpita de amor por nosotros, o pensemos en el Calvario. Nuestros corazones se conmoverán. Nos arrepentiremos. Seremos perdonados y salvados.


IV. LOS EFECTOS DE LA CONTRICIÓN PERFECTA

El perdón incluso antes de la confesión

Supongamos que la persona, antes de hacer un acto de Perfecta Contrición, se encuentra en estado de pecado mortal. Inmediatamente, incluso antes de confesarse -siempre que tenga la intención de hacerlo cuando se presente la ocasión-, todos sus pecados le son perdonados. No sólo se le remite la pena eterna del infierno, sino que se le restituyen todos los méritos que había perdido al pecar. Y si la persona que hace este Acto de Contrición está en estado de gracia, su alma se fortalece contra las tentaciones futuras, sus pecados veniales son perdonados, su purgatorio disminuye y el amor de Dios aumenta en su alma. He aquí los maravillosos efectos de la misericordia de Dios producidos en el alma del cristiano, e incluso en la del pagano de buena fe, por un acto de Perfecta Contrición.

La Contrición no dispensa de la Confesión

Tal vez al leer esto te sorprendas y te inclines a decir: “Puedo comprender muy bien que en el momento de la muerte pidamos la gracia de la Perfecta Contrición, y que en ese momento supremo produzca estos maravillosos efectos, pero apenas puedo creer que tenga este poder en todo tiempo, y cuando estamos bien y fuertes”. Y, sin embargo, todo esto es perfectamente cierto; es tan sólido como la Roca sobre la que está edificada la Iglesia. En resumen, es tan cierto como la Palabra de Dios. En el Concilio de Trento, la Iglesia, bajo la asistencia del Espíritu Santo, declaró que “la Contrición Perfecta -es decir, la que procede del amor de Dios- justifica al hombre y lo reconcilia con Dios incluso antes de la recepción del Sacramento de la Penitencia”. Por supuesto, se entiende que tal persona, si es católica, tiene al menos la intención implícita de confesarse. Ahora bien, el Concilio de Trento no dice nada sobre el momento de la muerte, no hace distinción de tiempo ni de circunstancias, por lo que siempre y en cualquier momento de la vida, esta llave de oro abre las puertas del Paraíso. Esta declaración de la Santa Iglesia es simplemente la explicación de aquellas palabras de Nuestro Divino Salvador, “Si alguno me ama” (y nadie puede amarle sin estar arrepentido de haberle ofendido) - “si alguno me ama, Mi Padre le amará, y vendremos y moraremos en él”. Ahora bien, puesto que Dios no puede habitar en un alma manchada de pecado mortal, se deduce que la Contrición Perfecta, o la Contrición de la Caridad, como se la llama, destierra el pecado del alma.


Tal ha sido siempre la enseñanza de la Iglesia, y cuando un hereje la negaba, era condenado por Roma. Si, como ya hemos visto, la Contrición Perfecta producía estos maravillosos efectos en la Antigua Ley -la Ley del Temor y de la Justicia-, ¿con qué mayor razón no debería hacerlo en la Nueva Ley -la Ley de la Misericordia y del Amor-?

Pero, viendo cuán eficaz es la Contrición Perfecta, viendo cómo limpia el alma incluso antes de la Confesión, puedes inclinarte a decir: “Entonces, ¿para qué confesarse? ¿No fue la Confesión instituida por Jesucristo para la remisión de los pecados? Y si la Contrición Perfecta remite los pecados aun antes de la Confesión, ¿dónde está la necesidad de la Confesión?”. A esta objeción o dificultad responde el Catecismo: “Si caemos en pecado debemos hacer un Acto de Contrición y confesarnos tan pronto como podamos”. Y la razón es porque, aunque la Contrición Perfecta produce los mismos efectos que la Confesión, no lo hace independientemente de ésta. La Confesión es el medio ordinario instituido por Cristo para el perdón de los pecados, y la Contrición Perfecta supone la intención de confesar los pecados ya perdonados por este Acto de Contrición. Sin esta intención, el Acto de Contrición no remitiría ni un solo pecado mortal. Si después una persona descuidara confesarse, al menos durante el año, cometería un pecado mortal al desobedecer voluntariamente uno de los Mandamientos de la Iglesia.

Por lo tanto, tened en cuenta que para hacer un buen Acto de Contrición debemos tener la intención de confesarnos. Pero, ¿cuándo? ¿Hay que ir a la primera oportunidad? Estrictamente hablando, no; ya que sólo estamos obligados a ir una vez al año, excepto en circunstancias especiales -como, por ejemplo, cuando deseamos recibir la Sagrada Comunión-. Sin embargo, todos los teólogos nos exhortan vivamente a ir cuanto antes, y por varias razones. Entonces estamos más seguros de que nuestros pecados han sido perdonados, ya que nuestra contrición puede no haber sido perfecta. Gozamos así de mayor paz de conciencia, y enriquecemos nuestra alma con las preciosas gracias anexas al Sacramento de la Penitencia. Cuando, por ejemplo, tienes un accidente y te lastimas, digamos, la mano o el pie, ¿qué haces? Aplicas inmediatamente los remedios caseros que conoces, y luego llamas al médico a la primera oportunidad, pues sus prescripciones, como sabes, son auténticas. Lo mismo debes hacer en caso de una herida en el alma: rezar inmediatamente un acto de contrición, que es el remedio casero, y luego, lo antes posible, recurrir a tu médico espiritual, que es tu Confesor.

Otra vez, alguien podría inclinarse a decir: “Puesto que es tan fácil obtener el perdón por medio de un Acto de Perfecta Contrición, no necesito preocuparme más. Puedo pecar sin escrúpulos, y luego simplemente hacer un Acto de Contrición, y todo estará bien”. Querido lector, quien razonara así no tendría ni sombra de pena. ¿Cómo podría decir que ama a Dios por encima de todo cuando pretende ofenderle sin escrúpulos? Cuando uno está realmente arrepentido de haber hecho algo, está resuelto a no volverlo a hacer. Puede suceder, y sucede a menudo, que después de haberse arrepentido sinceramente de un pecado, uno sea tentado de nuevo y vuelva a caer en el mismo pecado. Esto es muy distinto. Su contrición fue buena, porque en ese momento su resolución era sincera; pero más tarde, bajo una nueva tentación, desgraciadamente volvió a caer. Lo único que puede hacer es arrepentirse una vez más y tomar la firme resolución de ser más vigilante en el futuro.

La Contrición perfecta es una gran ayuda para todos los que desean sinceramente mantenerse en gracia, para todos los que, a pesar de las buenas intenciones, por fragilidad, caen de vez en cuando en pecado mortal. Pero si alguien quisiera abusar de ella como medio para pecar más libremente, para él, en lugar de ser un remedio divino, se convertiría en un veneno infernal.

San Agustín es el modelo de la Contrición Perfecta. Habiendo pasado una juventud pecadora y una temprana edad viril, se arrepintió, y en sus Confesiones dice: “Demasiado tarde, ¡oh Eterna Bondad! he aprendido a conocerte, pero para el futuro te amaré, nunca más te ofenderé”. Mira cómo unió a su dolor la resolución de no pecar más.


V. ¿POR QUÉ ES TAN IMPORTANTE LA CONTRICIÓN PERFECTA Y, A VECES, INCLUSO NECESARIA?

Es importante durante la vida, y especialmente en el momento de la muerte, por las siguientes razones

Amigos de Dios

¿Qué mayor felicidad podemos desear en esta vida que estar en estado de gracia santificante? Es ésta la que embellece el alma, la que la hace hija de Dios y heredera del Cielo. Convierte en méritos toda obra buena y todo sufrimiento soportado con paciencia. Es, por así decirlo, una varita mágica que convierte todo en oro celestial. En cambio, ¿qué ser más desgraciado que una persona en pecado mortal? Todos sus méritos pasados están perdidos, su alma está en peligro del infierno, todas sus buenas obras, todos sus sufrimientos, incluso sus oraciones, carecen del menor mérito para la Eternidad. Qué importante es, pues, estar en gracia. Y si una persona cae de este estado, ¿cómo puede volver a adquirirlo? Hay dos medios: la Confesión y la Contrición Perfecta. La Confesión es el medio ordinario, pero como a veces es muy difícil, e incluso imposible, confesarse, Dios Todopoderoso, en Su Bondad, nos ha dado un medio extraordinario, que es la Contrición Perfecta.


Supongamos, que Dios no lo quiera, que algún día tienes la desgracia de cometer un pecado mortal. Después de las distracciones del día, cuando estés en casa, en la tranquilidad de la noche, tu conciencia empezará a remorderte, empezarás a sentirte incómodo, y tal vez asustado, y con muy buena razón. ¿Qué debes hacer? Dios pone en tus manos la llave de oro que reabrirá para ti las Puertas del Cielo que cerraste durante el día. Haz un Acto de Contrición por amor a Dios; decídete a no pecar más, y a confesarte cuando puedas; luego acuéstate tranquilamente.

Estás en paz con Dios, y si mueres durante la noche, te salvarás.

Por el contrario, ¡qué lamentable es el estado del hombre que ignora la Contrición Perfecta! Se acuesta por la noche y se levanta por la mañana enemigo de Dios; continúa en este temible estado durante días y semanas, tal vez durante meses y años. Esta profunda oscuridad en la que está sumida su alma no se interrumpe excepto durante unos pocos días después de cada Confesión; entonces peca de nuevo, y permanece en este estado hasta su próxima Confesión. ¡Hombre i
nfeliz! Vivir prácticamente toda su vida en pecado mortal, enemigo de Dios, sin méritos para el Cielo y en constante peligro de perderse eternamente.

Antes de la Sagrada Comunión

Por supuesto, no se te ocurriría comulgar después de haber cometido un pecado mortal y antes de confesarte. San Pablo insiste: “Que el hombre se pruebe primero a sí mismo” (1 Cor 11, 28). Que se confiese y luego participe del Pan eucarístico. La Contrición perfecta es un medio eficaz, pero al mismo tiempo extraordinario, para obtener el perdón; un medio que debe usarse cuando no podemos ir convenientemente a la Confesión, y siempre tenemos la oportunidad de ir antes de la Comunión. Sin embargo, haríamos bien en hacer el Acto de Contrición inmediatamente antes de la Comunión, para purificar cada vez más nuestras almas y recibir frutos más abundantes de este santísimo Sacramento.

Además, la práctica de hacer frecuentes actos de contrición es muy ventajosa para quien vive habitualmente en estado de gracia. Sin una revelación especial de Dios, no podemos saber con certeza si estamos o no en su amistad; pero cada acto de contrición disminuye nuestra ansiedad sobre este punto. También sucede a menudo que dudamos si hemos dado o no nuestro consentimiento a una tentación. ¿Qué debemos hacer? ¿Examinar nuestra conciencia? Esto es inútil, porque no hará más que volver a caer en la tentación, sobre todo si es contra la santa pureza; y, además, nunca decidiremos si hemos consentido o no. No; haz un Acto de Perfecta Contrición, como acostumbraba San Francisco de Sales, y no te preocupes más. E incluso si se nos revelara que estamos en estado de gracia, la Contrición Perfecta seguiría siendo muy aconsejable. Cada acto aumenta la gracia santificante en nuestras almas, un grado de la cual vale más que todas las riquezas de este mundo. Cada acto anula los pecados veniales que manchan nuestras almas, las cuales, en consecuencia, aumentan en fervor y santidad. Cada acto de amor perfecto remite algo de nuestro purgatorio. ¿Qué dijo Nuestro Divino Salvador a María Magdalena? “Porque has amado mucho, mucho te es perdonado”. Si, para disminuir nuestro purgatorio, ganamos Indulgencias, hacemos buenas obras, damos limosnas, entonces el perfecto amor a Dios, que es el rey de las virtudes, merece el primerísimo lugar entre todos los actos virtuosos que realizamos.

Por último, cada acto de contrición fortalece nuestra alma y aumenta nuestra confianza en obtener la mayor de todas las gracias: la gracia de la perseverancia final. ¡Qué cúmulo de gracias no nos obtiene esta práctica de frecuentes actos de Perfecta Contrición!

En el momento de la muerte

Pero, si esta práctica es tan importante durante la vida, alcanza el colmo de su importancia en el momento de la muerte, especialmente cuando ésta sobreviene demasiado repentinamente como para llamar al sacerdote. Tomemos el caso de cuando, hace algunos años, se produjo un incendio en una gran casa de vecindad y muchas personas quedaron aisladas por las llamas. Entre ellos había un niño de doce años que, cayendo de rodillas, recitó en voz alta un acto de contrición e invitó a todos a unirse a él. ¿Cuántas de aquellas desgraciadas víctimas deben su salvación eterna a aquel muchacho? Ahora bien, los peligros nos rodean todos los días. Tú o yo, que Dios no lo quiera, podemos ser un día víctimas de un accidente -un caballo que patea o se desboca, un automóvil fuera de control, un resbalón en una escalera, una caída de un tranvía o de un tren, la caída de un árbol-, hay mil y una maneras por las que la muerte puede llegar de repente. Una apoplejía puede llegar cuando estamos trabajando o comiendo, de repente, cuando menos lo esperamos. Alguien puede correr en busca de un sacerdote, pero éste puede no llegar a tiempo. ¿Qué hacer? Hacer inmediatamente un acto de Perfecta Contrición. No esperes a ver si el sacerdote llega a tiempo, sino arrepiéntete inmediatamente de haber ofendido y crucificado a un Dios tan bueno. Te salvarás. La Contrición Perfecta será para ti la Llave de Oro del Paraíso.


Pero no te engañes pensando que aplazarás tu arrepentimiento hasta el momento de la muerte, y que entonces harás un acto de Perfecta Contrición. La Contrición Perfecta es una gracia concedida sólo a los de buena voluntad, y si alguien se abandonara a una vida de pecado con la esperanza de un arrepentimiento en el lecho de muerte, se encontraría cara a cara con un Juez que le dirá: “Me buscaréis, pero moriréis en vuestros pecados” (Véase Juan 8:21.)

¿Tendré tiempo suficiente en caso de muerte súbita para hacer un Acto de Contrición? Con la gracia de Dios, sí. Requiere muy poco tiempo, sobre todo si durante la vida has hecho práctica de excitarte con frecuencia; no es necesario decir ni una sola palabra. Además, cuando la muerte es inminente, los instantes parecen horas. La mente está muy activa y, además, Dios Todopoderoso será muy pródigo con sus gracias en ese momento supremo.

¡Cuántos males irreparables causa la ignorancia en el momento de un accidente! La gente se precipita de todas partes para socorrer. Algunos se echan a llorar; todos pierden la cabeza; uno se apresura a llamar a un médico, tal vez otro a un sacerdote; alguien pide agua y comienza a aplicar remedios de primeros auxilios - y todo el tiempo la desafortunada víctima se está muriendo. Excepto el que llama al sacerdote, nadie se compadece de su alma, nadie le propone un acto de contrición. Si alguna vez asistes a un accidente, corre rápido pero con calma hacia la víctima, dale a besar un crucifijo, si tienes uno, y luego pídele despacio y con claridad que repita con el corazón lo que vas a decir. A continuación, repite lenta y claramente el Acto de Contrición, aunque el moribundo parezca no oírte o no entenderte. Un alma que puedas salvar de este modo será tu corona en el Cielo.

¿Sabes, querido lector, quién hará más naturalmente un Acto de Contrición cuando surge la necesidad? Aquel, por supuesto, que estaba más acostumbrado a hacer uno todos los días, en cada peligro, después de cada pecado, sólo tal, cuando se presente la ocasión, sabrá cómo manejar rápida y ágilmente la Llave de Oro del Paraíso.


VI. ¿CUÁNDO DEBEMOS HACER UN ACTO DE CONTRICIÓN?

Todas las noches

A todos los que me han leído hasta aquí, les ruego, por amor de Dios y de sus almas inmortales, que hagan este acto todas las noches antes de acostarse. Esto se los pido, no porque estén obligados en conciencia a hacerlo, sino porque sé que es por su bien. No me digan que el examen de conciencia diario y la Contrición Perfecta son buenos sólo para los sacerdotes y religiosos; no pongan la excusa de que no tienen tiempo, o están demasiado cansados por las noches. Pues, ¿cuánto tiempo se necesita para hacer un Acto de Contrición? ¿Media hora? ¿Un cuarto de hora? No; bastan unos minutos. 

Supongo que rezas algunas oraciones antes de acostarte. Muy bien. Una vez terminadas estas oraciones, piensa un momento en los pecados que has cometido durante el día -apenas tendrás que pensar si has caído gravemente, pues tal pecado surgirá naturalmente a tu memoria- y luego recita lenta y fervorosamente un Acto de Contrición, preferiblemente ante un crucifijo o una imagen de Nuestra Señora. Acuéstate en paz, porque estás en paz con Dios. Comienza esta misma noche, y no omitas nunca esta práctica tan excelente. Si alguna vez tienes la desgracia de cometer un pecado mortal, no permanezcas ni un instante en este horrible estado: en el acto, o al menos antes de acostarte, reza un Acto de Contrición, y luego ve a confesarte cuando puedas.


Un día, querido lector, antes o después, llegará la hora de tu muerte, y si, que Dios no lo quiera, llega de repente, ya conoces la llave con la que abrir el Cielo. Si has sido fiel en hacer frecuentes Actos de Contrición durante la vida, te aseguro que tendrás tanto el tiempo como la gracia para hacer uno en ese momento supremo, y salvar así tu alma. Y si te dan tiempo suficiente para prepararte a la muerte, que tu última oración sea un acto de amor hacia Dios, tu Creador, tu Redentor y tu Salvador, un acto de contrición sincera y perfecta por todos los pecados de toda tu vida. Después, arrojate con confianza infantil en los brazos de la Divina Misericordia, porque Dios será para ti un Juez misericordioso y compasivo.

Y ahora te dejo. Lee y relee este librito. Haz que otros lo lean, y pon en práctica sus preciosas lecciones. Repite a menudo tu Acto de Contrición, medio sencillo, como has visto, de obtener el perdón, medio supremo y único en caso de necesidad, fuente de gracia tanto en vida como particularmente en la hora de la muerte; en resumen, “LA LLAVE DE ORO DEL PARAÍSO”.


VARIOS ACTOS DE CONTRICIÓN

1. Oh Dios mío, siento haber pecado contra Ti, porque Tú eres tan bueno; no volveré a pecar. Perdóname y ayúdame con Tu gracia.

2.
Pésame, Dios mío, y me arrepiento de todo corazón de haberos ofendido. Pésame por el infierno que merecí y por el cielo que perdí, pero mucho más me pesa, porque pecando ofendí a un Dios tan bueno y tan grande como Vos. Antes querría haber muerto que haberos ofendido; y propongo firmemente no pecar más y evitar todas las ocasiones próximas de pecado.

3. Oh Dios mío, de todo corazón me arrepiento de todos mis pecados, porque por ellos merezco Tu justo castigo en esta vida y en la otra; porque he sido ingrato Contigo, mi mayor Benefactor, y, sobre todo, porque te he ofendido a Ti, el Bien Perfectísimo y Amabilísimo, mi Salvador, que has muerto en la Cruz por mis pecados, estoy firmemente resuelto a enmendar mi vida, a no ofenderte nunca más y a evitar las ocasiones de pecado.

4. Dios mío, siento de todo corazón haberte ofendido, porque eres muy bueno, y me propongo firmemente, con la ayuda de tu gracia, no volver a ofenderte.

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