Continuamos con la publicación de la Cuarta Parte del antiguo librito (1928) escrito por el fraile dominico Paulino Álvarez (1850-1939) de la Orden de Predicadores.
Capítulos anteriores:
Primera Parte:
Capítulo I
Capítulo II
Capítulo III
Capítulo IV
Capítulo V
Capítulo VI
Segunda Parte:
Capítulo I al XVII
Capítulo XVIII al XLIII
Tercera Parte:
Capítulo I al X
Capítulo XI al XX
Capítulo XXI al XXX
Capítulo XXXI al XL
Capítulo XLI Al XLIV
Primera Parte:
Capítulo I
Capítulo II
Capítulo III
Capítulo IV
Capítulo V
Capítulo VI
Segunda Parte:
Capítulo I al XVII
Capítulo XVIII al XLIII
Tercera Parte:
Capítulo I al X
Capítulo XI al XX
Capítulo XXI al XXX
Capítulo XXXI al XL
Capítulo XLI Al XLIV
Cuarta Parte:
CUARTA PARTE
DEL LIBRO INTITULADO
"VIDAS DE LOS HERMANOS"
CAPÍTULO IV
DE LA VIRTUD DE LA CASTIDAD
I. Codició una mujer, que aparentaba santidad, a un Hermano de graciosa figura y por demás inocente, al cual de tal modo sedujo con astucias y coloreados engaños, que hasta en el silencio de la noche y al interior de su aposento le hacía acompañarla, hablándole dulcemente y ocultándole su veneno. Esperaba, infeliz, que se prestaría a la obra nefanda aquel a quien creía preso de la concupiscencia, cuando así estaban solos hombre y mujer, conversando en tal lugar y tiempo. Pero se engañó la iniquidad de ella; porque el Hermano que, aunque imprudente, era candoroso y en nada inmundo pensaba; apenas comprendió el maligno efecto de la fingida beata, sin más palabras ni cumplimientos, se esquivó como un gamo de aquellas manos y lugar y huyó muy pronto de aquella casa. Como de todo esto guardase él secreto, sucedió que siendo llamado el Maestro Jordán, de santa memoria, exorcizar a uno vejado del demonio, y haciendo los debidos conjuros, contestó el infernal espíritu que no saldría mientras no viese el Hermano que había estado en el fuego y no se había abrasado; Y dijo esto mismo muchas veces especificando mucho, con que los Hermanos se asombraban sin saber qué hacer, porque ignoraban lo ocurrido. Rogaron segunda y tercera vez al dicho Maestro, que sabían era santo y justo, que volviese a visitar al obseso; y llevando por casualidad la tercera vez a aquel Hermano de compañero, apenas entró, salió instantáneamente el demonio lanzando aullidos. Y al oír el Hermano las anteriores respuestas de Satanás que le refirió el Maestro, contóle también él con lágrimas y en secreto cuánto le había pasado.
II. De aquel venerable y santo Fr. Domingo, español, que fue compañero algún tiempo del Bienaventurado Padre Domingo, oímos contar a personas fidedignas que como hiciese despedir de la corte del Rey (1) a los rufianes y meretrices, enviáronle los resentidos una mujer procaz y voluptuosa para que, a pretexto de confesión, con igual instancia que ardor le acometiese. Conoció, empero, el varón Santo aquel fraude e inmundicia y la dijo: “No entiendo de esas cosas, soy ya viejo, estoy frio, necesito calentarme al fuego, ven mañana que tendré preparado un lugar secreto y a propósito para eso”. Volvió al día siguiente la mujer; y él, que tenía preparado un gran fuego, se tendió en él y la invitó a que se echase en su compañía. Ella que le vio en medio de la hoguera y que no se quemaba ni en el cuerpo ni aún en el vestido, comenzó a dar voces de tal manera que muchos lo llegaron a saber (2).
III. A muchos hemos conocido y de muchos oído que pertrechados del muro de la continencia evadieron grandes peligros de este género. A uno de ellos en un lugar oportuno se le brindaba por una parte con la voluptuosidad más provocativa y blanda, y por otra se le amenazaba con la espada si no consentía. Más él evitó con la virtud de la continencia el peligro del alma y con la virtud de la sagacidad el peligro del cuerpo y de su fama y de la Orden. Dijo pues: “Carísima señora mía, llevo calzón de hierro y cilicio, lo quitaré, y mañana temprano volveré para lo que deseáis”. Y así engañándola se libró de la tentación del diablo.
Notas:
1) El Rey San Fernando.
2) Súpolo también el Santo Rey y, en castigo de aquella desvergüenza y para general escarmiento de sus cortesanos, mandó que aquella mujer fuese arrojada a una hoguera.
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