lunes, 14 de agosto de 2023

CUARTA PARTE DEL LIBRO "VIDAS DE LOS HERMANOS" (CAPÍTULO IV)

Continuamos con la publicación de la Cuarta Parte del antiguo librito (1928) escrito por el fraile dominico Paulino Álvarez (1850-1939) de la Orden de Predicadores.


CUARTA PARTE

DEL LIBRO INTITULADO

"VIDAS DE LOS HERMANOS" 

CAPÍTULO IV


DE LA VIRTUD DE LA CASTIDAD

I. Codició una mujer, que aparentaba santidad, a un Hermano de graciosa figura y por demás inocente, al cual de tal modo sedujo con astucias y coloreados engaños, que hasta en el silencio de la noche y al interior de su aposento le hacía acompañarla, hablándole dulcemente y ocultándole su veneno. Esperaba, infeliz, que se prestaría a la obra nefanda aquel a quien creía preso de la concupiscencia, cuando así estaban solos hombre y mujer, conversando en tal lugar y tiempo. Pero se engañó la iniquidad de ella; porque el Hermano que, aunque imprudente, era candoroso y en nada inmundo pensaba; apenas comprendió el maligno efecto de la fingida beata, sin más palabras ni cumplimientos, se esquivó como un gamo de aquellas manos y lugar y huyó muy pronto de aquella casa. Como de todo esto guardase él secreto, sucedió que siendo llamado el Maestro Jordán, de santa memoria, exorcizar a uno vejado del demonio, y haciendo los debidos conjuros, contestó el infernal espíritu que no saldría mientras no viese el Hermano que había estado en el fuego y no se había abrasado; Y dijo esto mismo muchas veces especificando mucho, con que los Hermanos se asombraban sin saber qué hacer, porque ignoraban lo ocurrido. Rogaron segunda y tercera vez al dicho Maestro, que sabían era santo y justo, que volviese a visitar al obseso; y llevando por casualidad la tercera vez a aquel Hermano de compañero, apenas entró, salió instantáneamente el demonio lanzando aullidos. Y al oír el Hermano las anteriores respuestas de Satanás que le refirió el Maestro, contóle también él con lágrimas y en secreto cuánto le había pasado.

II. De aquel venerable y santo Fr. Domingo, español, que fue compañero algún tiempo del Bienaventurado Padre Domingo, oímos contar a personas fidedignas que como hiciese despedir de la corte del Rey (1) a los rufianes y meretrices, enviáronle los resentidos una mujer procaz y voluptuosa para que, a pretexto de confesión, con igual instancia que ardor le acometiese. Conoció, empero, el varón Santo aquel fraude e inmundicia y la dijo: “No entiendo de esas cosas, soy ya viejo, estoy frio, necesito calentarme al fuego, ven mañana que tendré preparado un lugar secreto y a propósito para eso”. Volvió al día siguiente la mujer; y él, que tenía preparado un gran fuego, se tendió en él y la invitó a que se echase en su compañía. Ella que le vio en medio de la hoguera y que no se quemaba ni en el cuerpo ni aún en el vestido, comenzó a dar voces de tal manera que muchos lo llegaron a saber (2).

III. A muchos hemos conocido y de muchos oído que pertrechados del muro de la continencia evadieron grandes peligros de este género. A uno de ellos en un lugar oportuno se le brindaba por una parte con la voluptuosidad más provocativa y blanda, y por otra se le amenazaba con la espada si no consentía. Más él evitó con la virtud de la continencia el peligro del alma y con la virtud de la sagacidad el peligro del cuerpo y de su fama y de la Orden. Dijo pues: “Carísima señora mía, llevo calzón de hierro y cilicio, lo quitaré, y mañana temprano volveré para lo que deseáis”. Y así engañándola se libró de la tentación del diablo.


Notas:

1) El Rey San Fernando.

2) Súpolo también el Santo Rey y, en castigo de aquella desvergüenza y para general escarmiento de sus cortesanos, mandó que aquella mujer fuese arrojada a una hoguera.


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