Capítulos anteriores:
Primera Parte:
Capítulo I
Capítulo II
Capítulo III
Capítulo IV
Capítulo V
Capítulo VI
Segunda Parte:
Capítulo I al XVII
Capítulo XVIII al XLIII
Tercera Parte:
Capítulo I al X
Capítulo XI al XX
Capítulo XXI al XXX
Capítulo XXXI al XL
Capítulo XLI Al XLIV
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Capítulo II
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Capítulo IV
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Capítulo XXI al XXX
Capítulo XXXI al XL
Capítulo XLI Al XLIV
Cuarta Parte:
CUARTA PARTE
DEL LIBRO INTITULADO
"VIDAS DE LOS HERMANOS"
(CAPÍTULO II)
DEL RIGOR DE LA DISCIPLINA Y PERFECCIÓN DE LAS VIRTUDES
I
Era tanto el rigor que en la corrección de los vicios, especialmente el de la propiedad, se observaba, que por la cosa más mínima, dada o recibida sin particular licencia, imponíanse sin condición duros castigos. Así en Bolonia sucedió que habiendo un Hermano recibido un mal pañuelo sin licencia, llamóle al Capítulo el Maestro Reginaldo, de bienaventurada memoria, le disciplinó fuertemente, y en el claustro, a vista y en medio de los Hermanos, quemó el pañuelo. Y como no se humillase el transgresor de la pobreza, ni reconociese su culpa, ni quisiera prepararse a la disciplina, sino que murmuraba, mandó el varón de Dios a los Hermanos que por la fuerza le preparasen; lo cual hecho, levantados los ojos al cielo, con lágrimas, dijo el Maestro: “Señor Jesucristo, que a tu siervo San Benito diste virtud para arrancar con la disciplina del corazón de su monje el aguijón del demonio, suplícote que por la virtud de esta disciplina sea expedida del alma de este Hermano la tentación del diablo”. Y descargó sobre él tan terrible golpe, que se estremecieron, y echaron a llorar los Hermanos. Levantándose entonces el otro con lágrimas, dijo: “Gracias te doy, Padre, porque de hecho has expedido de mí al diablo; pues manifiestamente he sentido como si de mis entrañas saliese una serpiente”. Y reconocido, en adelante fue siempre un Hermano bueno y humilde.
II
Otro Hermano en Bolonia, tentado a dejar la Orden y cogido cuando quería salir de la casa, fue llevado al Capítulo ante Fr. Reginaldo, donde después de confesar su culpa le mandó dicho Padre que se preparase a la disciplina, y enseguida comenzó fortísimamente a disciplinarle, y volviéndose a él según le estaba castigando, en voz alta decía: “Sal de él, Satanás” y vuelto después a los Religiosos decía: “Orad, Hermanos”, queriendo así por la disciplina y la oración ahuyentar de aquel corazón al demonio. Después de repetir esto muchas veces, exclamó el Hermano y dijo: “Padre, óyeme”, el cual contestando: “¿Qué quieres, hijo?” habló así: “En verdad te digo que me ha dejado el diablo, y te prometo perseverancia”. Gozáronse mucho los Hermanos, y dieron gracias a Dios y él permaneció firme en la Orden.
III
Yendo otro Hermano a cumplir una obediencia que se le había impuesto, le encontró el Bienaventurado Domingo que venía de predicar y le preguntó si consigo llevaba dinero (había sentido en espíritu que no iba debidamente). Viéndose el Hermano sorprendido, humildemente confesó que efectivamente lo llevaba. Mandóle el Santo que al momento lo arrojase, y por tal exceso le impuso con digna penitencia.
Imagen: Fray Reginaldo de Orleans
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