martes, 31 de mayo de 2016

DÍA NACIONAL DE LUCHA CONTRA LA HOMOFOBIA



La comisión de educación de la cámara baja podría despachar esta tarde el proyecto que instituiría al 17 de Mayo como “Día Nacional de Lucha Contra la Discriminación por Orientación Sexual o Identidad de Género" y lo incluiría en el calendario escolar. De obtener el visto bueno de educación quedaría listo para llegar al recinto y convertirse en ley.

El expediente de la autoría de la senadora Sigrid Kunath (FpV, E.Ríos) tuvo un trámite exprés en la cámara alta (pasó por una única comisión y fue aprobado sobre tablas en la polémica sesión del 25 de noviembre de 2015). En Diputados ya sorteó un par de comisiones y sólo le resta pasar por educación, que lo trataría esta tarde.

El activismo homosexual celebra dos fechas el “Día del Orgullo Gay” y el 17 de mayo “Día Internacional de Lucha contra la Homofobia” o “Día Nacional de Lucha Contra la Discriminación por Orientación Sexual o Identidad de Género", como intentan llamarlo en Argentina.  

El pasado 17 de mayo hubo escuelas que exhibieron las imágenes de una campaña LGBT creada en Venezuela y difundida a través de la redes sociales para “sensibilizar por medio del arte“. De sancionarse la ley, campañas similares podrían replicarse en el futuro en todos los colegios del país.

NOTIVIDA

lunes, 30 de mayo de 2016

EL SUICIDIO MASIVO DE LA SECTA DE JONESTOWN, UN MISTERIO AUN SIN RESOLVER




En un remoto lugar de la Guyana, en América del Sur, el pastor evangélico Jim Jones pronunció las últimas palabras que oyeron cientos de personas: «Acabemos con esto ya. Acabemos con esta agonía». Ese 18 de noviembre de 1978 perdieron la vida 918 personas en un evento que los periódicos calificaron del mayor suicidio colectivo en la historia, y que protagonizó una secta con antigua sede en California. Hoy, sigue abierto el misterio sobre el desenlace de una comunidad que había nacido como una utopía socialista y había degenerado en algo aterrador. Así lo relata César Cervera en el diario español ABC.



En 1955, el pastor Jim Jones creó una secta denominada el Templo del Pueblo, cuya mayor parte de seguidores eran de raza negra. De afiliación comunista, el reverendo Jones adquirió cierta notoriedad por su lucha contra el racismo y la defensa por los derechos de los homosexuales (incluso Harvey Milk, activista y político homosexual, simpatizaba con el movimiento). De hecho, Jim Jones y su esposa Madeleine adoptaron a seis niños de diversas razas, para fundar así su «familia del arcoíris» y criarlos de forma comunal.

En medio de la psicosis nuclear que produjo la Guerra Fría, Jones trasladó su comunidad desde California a Sudamérica. En la remota Guyana fundó Jonestown (Pueblo Jones), una granja de 140 hectáreas que pretendía sobrevivir a la guerra nuclear y a los peligros de unos EE.UU. –decía– cada vez más desbocados y próximos a su final. Su cóctel doctrinal, que mezclaba pasajes de la Biblia, textos de Marx y el credo evangélico pentecostal, atrajo a una comunidad de cerca de 1.000 personas a Sudamérica.

El Templo del Pueblo y los maltratos

Al estilo de las comunas hippies características de los años 70, los seguidores de Jones cultivaban su propia comida, criaban ganado, fabricaban toda clase de productos y educaban entre todos a sus hijos. Esto es, una utopía socialista regida con mano de hierro por Jones. «Jonestown es un lugar dedicado a vivir por el socialismo, por la equidad económica y racial. Estamos viviendo de una forma común increíble», se escucha en una grabación que fue recuperada por el FBI. Lo que al principio era simplemente un estilo de dirección demasiado autoritario fue mutando hacia abusos y maltratos.

Desde las siete de la mañana hasta las seis de la tarde, los miembros de la secta trabajaban sin descanso, niños incluidos, bajo temperatura cercanas a los 38 °C. Según los testimonios de ex integrantes de la secta, las comidas consistían en nada más que arroz y legumbres, de inferior calidad a los alimentos que recibía Jones y su familia próxima.

En caso de desobedecer las órdenes, Jones encerraba a los indisciplinados en una caja de madera minúscula. Según los testimonios más crudos, las palizas eran frecuentes, así como el uso de un «hoyo de tortura» donde Jones tiraba a los niños desobedientes en mitad de la noche. Asustaba a los niños haciéndoles creer que había un monstruo en el fondo del pozo y, en caso de que fueron ya mayores para creer en cuentos de miedo, los amarraba desnudos para electrocutarles los genitales.

Como es evidente, para salir de Jonestown no bastaba con pedirlo en recepción. Los que intentaban escapar eran drogados, mientras que guardias armados patrullaban el pueblo día y noche para asegurarse de que las órdenes de Jones se cumplieran. A raíz de los testimonios cada vez más inquietantes, la CIA investigó la forma de acabar con este «paraíso socialista».

El asesinato de un congresista de EE.UU.



En 1978, el congresista del Estado de California Leo Ryan y una comitiva que incluía a varios periodistas, familiares de miembros de la secta y un desertor de la comunidad, visitaron Jonestown. Originalmente, el líder de la secta les acogió con cordialidad y preparó un recibimiento musical para sus huéspedes. Tras varios días de visita cada vez más tensa, donde el congresista sufrió un atentado con arma blanca, Ryan invitó a todo aquel que quisiera abandonar la comunidad a regresar con él en su avioneta.



Varios miembros del Templo del Pueblo aceptaron aparentemente la invitación y se reunieron con la comitiva del congresista. No obstante, durante la reunión los miembros de la secta sacaron armas de fuego y dispararon contra Ryan y los demás. Ese 17 de noviembre destrozaron el avión y asesinaron al congresista, a tres periodistas e hiriendo a nueve personas. Después de acribillar el cuerpo del congresista y dejarle irreconocible, los fanáticos regresaron a la comunidad: era la hora de alcanzar un nuevo nivel de horror.

El suicidio colectivo era una idea recurrente en el Templo del Pueblo. Desde hacía varios meses, Jim Jones organizaba una vez cada dos semanas «pruebas de lealtad», donde simulaba suicidios masivos, que incluían la ingesta de falsas pociones de veneno. Jones las llamaba «noches blancas». Aquellos que vacilaban en tomarse el líquido eran obligados a beberlo bajo la amenaza de que, si no cumplían con la orden, se les dispararía. «Durante estas noches blancas, Jones le daba a los miembros de Jonestown cuatro opciones: huir a la Unión Soviética, cometer un "suicidio revolucionario", quedarse en Jonestown para luchar contra los invasores o huir hacia la selva», reveló el mencionado informe del FBI.

Cianuro con zumo de uva

Jim Jones había perdido la cabeza y estaba dispuesto a llegar hasta el final con tal de no vivir el final de su ciudad. Tras el asesinato del congresista, Jones reunió a toda la comunidad y advirtió el final del sueño socialista: «Hemos obtenido todo lo que hemos querido de este mundo. Hemos tenido una buena vida y hemos sido amados». A continuación, los hombres cercanos al líder repartieron frascos llenos de cianuro, mezclado con zumo de uva, a las más de 900 personas que formaban la comunidad.

Mujeres, hombres y niños bebieron el cianuro potásico, cuyos efectos provocan una muerte especialmente dolorosa. Pero Jones no. El líder aguantó en pie hasta el final increpando a los miembros de su comunidad por morir «sin dignidad», puesto que pocos pudieron contener los gritos de dolor. Él, por si acaso, se quitó la vida con el disparo de una escopeta.

Mientras el ejército americano descubría cientos de cadáveres en la granja, los familiares de los fallecidos asaltaron las viviendas de la secta en distintos lugares en busca de respuestas. Pero lo cierto es que incluso hoy faltan respuestas y resulta un misterio lo que realmente ocurrió en los últimos días de Jonestown. La prensa calificó el suceso como «el mayor suicidio colectivo» de la historia, pero en realidad no está claro cuánto hubo de suicidio y cuánto de asesinato. A través de sus noches blancas, Jones dejó claro que no existía la posibilidad de negarse a tomar el cianuro; eso, sin mencionar que los simulacros habían transmitido la falsa sensación de que la secta solo trataba de probar a sus miembros pero sin dañarlos.

Un año después de la masacre, Michael Prokes, jefe del gabinete de prensa de la secta, se reunió con un grupo de periodistas de todo el país para explicar lo que había ocurrido en Jonestown. Es decir, un intento por blanquear y justificar el horror. No en vano, ante una de las preguntas de los periodistas, Prokes abandonó la sala y se pegó un tiro en el baño. «Los compañeros que se quitaron la vida lo hicieron porque no tenían elección y no querían permanecer en los infestados guetos de Norteamérica», había asegurado poco antes de suicidarse.

FUENTE: ABC

InfoRies

PERO, ¿ESTARÁN ARREPENTIDOS?


El que justifica al impío, y el que condena al justo, Ambos son igualmente abominación a Jehová.” Proverbios 17:15

 Por 
Jose Luis Milia


Mucho se ha escrito en estos días sobre la visita de la “madre” Bonafini a Su santidad Francisco; en general, todos hacen hincapié en lo que Hebe dijo sobre Jorge Bergoglio, antes y después de haber sido elegido Papa. Que las palabras salidas de la cloaca bonafiniana, tanto las referidas a la persona de Jorge Bergoglio S.J. como a la de Su Santidad Francisco, sigan teniendo vigencia en nuestras diarias invectivas se debe exclusivamente a que evitamos tener en cuenta que puede existir el arrepentimiento en el ofensor y que el perdón es una cualidad del ofendido, y que recibir a putas, malhechores y blasfemos que se sentían abrumados por el pecado fue el camino que Nuestro Señor Jesucristo indicó a sus pastores ya que él fue quien primero lo recorrió. Si bien a nosotros, imperfectos como somos, nos duele esto, es porque estamos lejos de entender que: “…habrá más gozo en el cielo por un pecador que se arrepiente, que por noventa y nueve justos que no necesitan de arrepentimiento.” (Lucas 15:7)

Bien, hasta aquí lo referido a Francisco, Papa y pastor de la grey católica; otra cosa es Francisco, Papa y figura política que para desgracia nuestra y también de él, no nació en Azerbaijan sino en Buenos Aires, más precisamente en el barrio de Flores y del que, hasta en la mínima tarea de lavarse los dientes le hemos endilgado, porque él lo permitió, una connotación política.

No ha tenido, Francisco, en tanto relevante figura de la política nacional, que lo es- no nos hagamos los distraídos diciendo que su lugar solo es el mundo- la mínima consideración hacia sus compatriotas que no sabemos si ha sido usado, si se ha dejado usar o si efectivamente, a partir de sus acciones, podemos suponer que se ha aferrado a una parte de esa Argentina dividida desde hace mucho y que, dado el poder que como persona influyente tiene, ha decidido que profundizar “la grieta” es el camino correcto para que la Argentina tenga un futuro decoroso ya que quizá piense que una parte de los argentinos sobran en esta concepción política.

Personalmente no me interesa si lo recibe a Macri con una sonrisa o a pura “cara e’ culo”; este es un juego de taitas y el presidente ha hecho lo imposible para despegarse de su “infortunada” frase en la que prometía acabar con el curro de los derechos humanos. Sí me interesa saber de que lado de la grieta que está ayudando a extender- a conciencia o sin darse cuenta- el Papa se encuentra. Porque la grieta no solo se refiere a más o menos pobreza, hambre y oportunidades actuales, esta zanja es mucho más antigua y es de ella que vienen nuestros desencuentros. Si bien podríamos suponer que, mirando con suspicacia las acciones de cada uno, el presidente y el Papa quieren expresar su indiferencia frente a esto. Uno, el presidente, se exime de reconocer que él y su familia están vivos o no exiliados, porque cuarenta años atrás unos hombres le plantaron cara a quienes querían una patria socialista. El otro, recibiendo a quienes recibe, parecería que le duele que esa patria socialista solo se haya quedado en una tibia matanza sin haberse concretado en los hechos; pero lo cierto es que a ninguno de los dos parece importarles que hay ancianos que, por haber combatido a la subversión que atacó a la República en los setenta, estos mueren en abandono de persona en los penales federales, ya que parecería que ambos tienen el mismo gesto de mirar al costado frente a esto. También es menester decir que si bien debemos considerar en este año de la misericordia con más justeza el arrepentimiento y el perdón de los hombres, el Papa arrastra el agravante de haber recibido a putas, ladrones, terroristas y funcionarios corruptos que, creemos, ni siquiera se han acercado al camino de la contrición.

EL FUTURO QUE LLEGA



Es querer atar las lenguas a los maldicientes lo mismo que querer poner puertas al campo”
Miguel de Cervantes
Por César Valdeolmillos Alonso


Tratar de frenar los avances tecnológicos, además de ser un despropósito, sería una empresa tan inútil como pretender ponerle puertas al campo o aquietar las mareas del mar.

Sin embargo, la humanidad, jamás se ha visto inmersa en un proceso de revolución tecnológica y social tan vertiginoso, profundo y decisivo cómo el que estamos protagonizando. Un proceso, que al igual que los anteriormente producidos, determinará nuestro futuro. Un futuro que no está en un horizonte más o menos lejano, no. Es un futuro que está ahí mismo, llamando ya a nuestra puerta; un futuro que con seguridad van a vivir nuestros hijos, y en alguna medida, nosotros mismos. Un futuro que puede ser algo más que inquietante, salvo que aparezcan grandes hombres que aporten soluciones imaginativas e inteligentes para paliar las consecuencias que del mismo habrán de derivarse. Y desde luego, esos hombres no parecen ser los indigentes intelectuales que actualmente pretenden “okupar” el poder.

Hace ya muchos años que el trabajo manual y rutinario viene siendo sustituido por máquinas cada vez más “inteligentes”, con lo que en dichas actividades se refiere, están conduciendo al ser humano a la mera irrelevancia.
¿Cuántos millones de braceros y peones quedaron sin ocupación por causa de la maquinaria agrícola que los sustituyeron? ¿Quién se acuerda hoy de las operadoras telefónicas, los cobradores de los transportes públicos, de los de la compañía de la luz, del gas o del agua, los taquígrafos o mecanógrafos? ¿Dónde están aquellos operarios que suministraban el combustible para el automóvil? Los dependientes han desaparecido prácticamente de las grandes superficies y supermercados. ¡Sírvase usted mismo! Ahora las cajeras ya están empezando a ser remplazadas por maquinas en las que su trabajo lo hace el propio consumidor.

En el futuro carteros, agentes turísticos, taxistas, auxiliares de vuelo, administrativos de banca, agentes comerciales e intermediarios, tendrán que adaptarse a los nuevos sistemas que vayan surgiendo o desaparecerán del mapa laboral.

Para muchos artículos concretos, el progreso del comercio electrónico es una realidad que se va imponiendo de forma progresiva.

Las sociedades son un cuerpo vivo en permanente transformación, y con ellas, los medios de producción, que siempre se han visto obligados a evolucionar o desaparecer.

Sin embargo, la revolución tecnológica de la que estamos siendo testigos, en el futuro, no se va a limitar a desarrollar trabajos manuales y rutinarios o de baja cualificación, como ha sucedido hasta ahora. Nos encontramos a las puertas de un nuevo proceso de desarrollo científico que transformará por completo los sistemas de producción y el tradicional sistema de relaciones laborales.

La era de las máquinas 2.0 es el germen de un nuevo proceso de dimensiones imprevisibles que se acelerará en un mañana muy próximo y reemplazará a muchos trabajadores calificados, tales como traductores, analistas de datos, gestores, etc.

Las máquinas desarrollan su labor de forma continuada las horas que sean precisas; por el momento no cotizan a la Seguridad Social ni están sujetas a contratos ni convenios colectivos; no precisan de períodos vacacionales por ningún concepto, ni reivindican ascensos ni aumentos de salario.

Es cierto que los nuevos sistemas que van haciendo su presencia crean también puestos de trabajo hasta ahora desconocidos, pero nunca en la proporción de los que van invalidando.

Estos cambios producen siempre fuertes tensiones sociales y económicas, que en el caso de España, se ven agravadas por el bajo índice de natalidad y el aumento de las expectativas de vida. En Román paladino, que cada día serán menos las personas que trabajen y más las que hayan de recibir una prestación por jubilación, incapacidad o cualquier otro motivo, y ello, durante muchos más años. Menos cotizantes, más pensionistas durante más tiempo y con mayores necesidades de atenciones sociales,  reclamarán la atención del Estado. A esta realidad, añadámosle otra no menos preocupante. El altísimo nivel de endeudamiento de España, que por primera vez ha superado el 100% de nuestro producto interior bruto, dinero por el que hay que pagar cuantiosos intereses y que al final habrá que devolver.
¿De dónde saldrá la dotación para cubrir estas crecientes necesidades? Dado el alto índice impositivo español, a los gobiernos venideros no les quedará mucho margen para seguir subiendo los impuestos.

Ah, pero no debemos preocuparnos, porque en el mapa político español ha aparecido toda una generación de mindundis que han dado con la solución a todos nuestros problemas con la política del cambio. ¡Quítate tú que me pongo yo! Al menos en eso no nos han engañado.

Oiga, ideas sorprendentes no les faltan. Como no hay dinero suficiente para costear todo el cortejo familiar que les acompaña, pues para ahorrar, ya saben: las madres a barrer los colegios y los niños a recoger las colillas de las calles.

Los grandes problemas de una sociedad no se solucionan con la acostumbrada palabrería de los oráculos políticos, tan bonita como efectista, pero más hueca y vacía que una tinaja antes de la vendimia.

Ante situaciones tan perturbadoras como las que se aproximan, solo hombres de estado con gran capacidad de liderazgo serán capaces de afrontarlas y encontrar el equilibrio necesario. Hombres que por el momento, dada la ciénaga nauseabunda en la que está sumida la política española, brillan por su incomparecencia y por ello nos encontramos como nos encontramos.

Necesitamos hombres como Robert Schuman, Konrad Adenauer o Alcide de Gasperi que sepan ver el mañana, porque la diferencia entre un político y un estadista, es que el político es un oportunista miope que solo mira a las próximas elecciones, mientras que el estadista es aquel que sabe ver el futuro de las próximas generaciones.



domingo, 29 de mayo de 2016

CUPO TRANS EN LA MUNICIPALIDAD DE ROSARIO


El Concejo Municipal de Rosario aprobó una ordenanza que estipula un cupo laboral en la administración pública municipal para travestis, transexuales y transgéneros. La norma obtuvo 20 votos positivos y ninguno en contra. Se abstuvo la bancada del PRO.

La ordenanza surgió a partir de las presentaciones realizadas por el “Movimiento Evita” y “Putos Peronistas” de Rosario, que plasmaron las ediles Norma López (FpV) y María Fernanda Gigliani (Iniciativa Popular). A eso se sumó la propuesta de la Asociación civil Vox, que trabajaron María Eugenia Schmuck y Sebastián Chale, ambos de Radicales Progresistas.

La Municipalidad de Rosario deberá incorporar “anualmente a su planta de trabajadores a 5 personas travestis, transexuales y transgénero”. La ordenanza establece la elaboración de un Registro Único de Aspirantes. El Departamento Ejecutivo deberá reglamentar la norma en un plazo de 90 días.

Los concejales del PRO que se abstuvieron remarcaron que la ordenanza producirá discriminaciones injustas ya que “existen otros sectores que también tienen necesidades laborales”.

Se presentaron proyectos similares en las legislaturas provinciales de Mendoza, Córdoba y Santa Fe. La provincia de Buenos Aires sancionó el año pasado la Ley 14.783, que estipula un cupo de personas trans no inferior al 1% en el sector público provincial.

NOTIVIDA

miércoles, 18 de mayo de 2016

HALLAN RESTOS DE UN ASTEROIDE GIGANTE QUE SACUDIO LA TIERRA

Un asteroide de grandes proporciones habría chocado contra la Tierra en los primeros tiempos del planeta provocando grandes terremotos y tsunamis, según las evidencias encontradas por un equipo de la Universidad Nacional de Australia.

El choque, según los expertos, habría tenido "una violencia mayor que la que cualquier otro fenómeno experimentado por los humanos", según señala un comunicado. Las evidencias tienen forma de pequeñas cuentas de vidrio llamadas esférulas, que fueron encontradas en el noroeste de Australia y se formaron de material vaporizado debido al impacto.

"El impacto tuvo que haber provocado terremotos de una magnitud superior a la de los terrestres, originado tsunamis gigantescos y provocado el derrumbe de acantilados", de manera que su material se expandió por toda el planeta, explicó el experto de la universidad Andrew Glikson.

Además, el material generado por el impacto tuvo que extenderse por todo el mundo, señaló Glikson, quien indico que las esférulas encontradas datan de hace 3.460 millones de años, lo que convierte al asteroide en el segundo más antiguo en golpear la Tierra y uno de los más grandes.

El asteroide podría haber medido entre 20 y 30 kilómetros y haber creado un cráter de cientos de kilómetros de ancho, aunque el lugar exacto donde golpeó la Tierra "sigue siendo un misterio", pues cualquier cráter de aquella época ha sido destruido por la actividad volcánica y los movimientos tectónicos, agregó.

Glikson lleva más de 20 años buscando evidencias de antiguos impactos en la Tierra de meteoritos y cuando vio las perlas de cristal localizadas en Australia enseguida sospechó que su origen estaba en el impacto de un asteroide.Tras realizar pruebas se descubrió que la presencia de elementos como platino, níquel y cromo correspondía con la de los asteroides.

El experto indicó que hubo muchos más impactos similares, de los que aún no se han encontrado evidencias, por lo que esta es "sólo la punta de iceberg". "Solo hemos encontrado evidencias de 17 impactos que tienen más de 2.500 millones de años, pero podría haber habido cientos", indicó.

El impacto de asteroides de ese tamaño tiene como consecuencia grandes movimientos tectónicos y grandes movimientos de magma, que "podrían haber afectado de manera significativa la forma en que evolucionó la Tierra, consideró el experto".

Fuente: EFE

martes, 17 de mayo de 2016

LA CROIX: ENTREVISTA AL PAPA FRANCISCO

El papa Francisco concedió a “La Croix” una entrevista de más de una hora que se celebró en el Vaticano, en la residencia Sainte-Marthe, el lunes 9 de mayo de 2016. Habló sobre las raíces cristianas de Europa, la migración, el islam, el secularismo, su idea de Francia, los escándalos de pedofilia.


- En sus discursos en Europa, se refiere a las “raíces” del continente sin calificarlas nunca de cristianas. Más bien, define la "identidad europea" como "dinámica y multicultural". En su opinión, ¿la expresión “raíces cristianas” es inadecuada para Europa?

Papa Francisco: Necesitamos hablar de raíces en plural porque hay tantas... En este sentido, cuando escucho hablar de las raíces cristianas de Europa, me da pavor el tono, que puede parecer triunfalista o incluso vengativo. Luego adquiere connotaciones colonialistas. Juan Pablo II, sin embargo, habló de ello con tranquilidad.

Sí, Europa tiene raíces cristianas y es responsabilidad del cristianismo regar esas raíces. Pero esto debe hacerse con un espíritu de servicio como en el lavamiento de los pies. El deber del cristianismo para con Europa es de servicio. Como nos enseña Erich Przywara, el gran maestro de Romano Guardini y Hans Urs von Balthasar, la contribución del cristianismo a una cultura es la de Cristo en el lavamiento de los pies. En otras palabras, servicio y don de la vida. No debe convertirse en una empresa colonial.

- El 16 de abril, hizo un poderoso gesto al traer de regreso a los refugiados de Lesbos a Roma. Sin embargo, ¿Europa tiene la capacidad de aceptar tantos inmigrantes?

Papa Francisco: Esa es una pregunta justa y responsable porque no se pueden abrir las puertas de par en par sin razón. Sin embargo, la pregunta más profunda es por qué hay tantos inmigrantes ahora. Cuando fui a Lampedusa hace tres años, este fenómeno ya había comenzado.

Los problemas iniciales son las guerras en Oriente Medio y África, así como el subdesarrollo del continente africano, que provoca el hambre. Si hay guerras es porque existen fabricantes de armas, que pueden justificarse con fines defensivos, y sobre todo traficantes de armas. Si hay tanto desempleo es por falta de inversión capaz de generar empleo, de la que África tiene tanta necesidad.

De manera más general, esto plantea la cuestión de un sistema económico mundial que ha descendido a la idolatría del dinero. La gran mayoría de la riqueza de la humanidad ha caído en manos de una minoría de la población.

Un mercado completamente libre no funciona. Los mercados en sí mismos son buenos, pero también requieren un punto de apoyo, un tercero o un estado para monitorearlos y equilibrarlos. En otras palabras, lo que se necesita es una economía social de mercado.

Volviendo al tema de los migrantes, la peor forma de bienvenida es "guetizarlos". Al contrario, es necesario integrarlos. En Bruselas, los terroristas eran belgas, hijos de inmigrantes, pero crecieron en un gueto. En Londres, el nuevo alcalde (Editor: Sadiq Khan, hijo de musulmanes paquistaníes) prestó juramento al cargo en una catedral y sin duda se encontrará con la reina. Esto ilustra la necesidad de que Europa redescubra su capacidad de integración.

Pienso aquí en el Papa Gregorio Magno (590 - 604), quien negoció con los conocidos como bárbaros, que posteriormente se integraron. Esta integración es tanto más necesaria hoy en día porque, como resultado de una búsqueda egoísta de bienestar, Europa está experimentando el grave problema de una tasa de natalidad en descenso. Se está desarrollando un vacío demográfico. En Francia, al menos, esta tendencia es menos marcada debido a las políticas orientadas a la familia.

- El miedo a aceptar inmigrantes se basa en parte en el miedo al Islam. En su opinión, ¿está justificado el miedo a que esta religión despierte en Europa?

Papa Francisco: Hoy, no creo que haya miedo al Islam como tal, sino a ISIS y su guerra de conquista, que en parte proviene del Islam. Es cierto que la idea de conquista es inherente al alma del Islam. Sin embargo, también es posible interpretar el objetivo del Evangelio de Mateo, donde Jesús envía a sus discípulos a todas las naciones, en términos de la misma idea de conquista.

De cara al terrorismo islámico, por tanto, sería mejor cuestionarnos sobre la forma en que un modelo de democracia demasiado occidental se ha exportado a países como Irak, donde anteriormente existía un gobierno fuerte. O en Libia, donde existe una estructura tribal. No podemos avanzar sin tener en cuenta estas culturas. Como dijo recientemente un libio: "Solíamos tener un Gaddafi, ahora tenemos cincuenta".

En última instancia, la coexistencia entre cristianos y musulmanes sigue siendo posible. Vengo de un país donde conviven en buenos términos. Los musulmanes vienen a venerar a la Virgen María y a San Jorge. De manera similar, me dicen que para el Año Jubilar los musulmanes de un país africano formaron una larga fila en la catedral para entrar por la puerta santa y rezar a la Virgen María. En África Central, antes de la guerra, cristianos y musulmanes solían vivir juntos y deben aprender a hacerlo nuevamente. El Líbano también muestra que esto es posible.

- La importancia del Islam en Francia hoy, como el fundamento histórico cristiano de la nación, suscita preguntas recurrentes sobre el lugar de la religión en la arena pública. ¿Cómo caracterizaría una forma positiva de laicidad?

Papa Francisco: Los Estados deben ser laicos. Los estados confesionales terminan mal. Eso va contra la corriente de la Historia. Creo que una versión de laicidad acompañada de una ley sólida que garantice la libertad religiosa ofrece un marco para seguir adelante. Todos somos iguales como hijos (e hijas) de Dios y con nuestra dignidad personal. Sin embargo, todos deben tener la libertad de exteriorizar su propia fe. Si una mujer musulmana desea usar velo, debe poder hacerlo. Del mismo modo, si un católico desea llevar una cruz. Las personas deben tener la libertad de profesar su fe en el corazón de su propia cultura, no sólo en sus márgenes.

La modesta crítica que diría a Francia a este respecto es que exagera la laicidad. Esto surge de una forma de considerar las religiones como subculturas en lugar de como culturas de pleno derecho por derecho propio. Me temo que este enfoque, que es comprensible como parte de la herencia de la Ilustración, continúe existiendo. Francia debe dar un paso adelante en este tema para aceptar que la apertura a la trascendencia es un derecho de todos.

- En un entorno secular, ¿cómo deberían los católicos defender sus preocupaciones sobre cuestiones sociales como la eutanasia o el matrimonio entre personas del mismo sexo?

Papa Francisco: Depende del Parlamento discutir, discutir, explicar, razonar estos temas. Así es como crece una sociedad.

Sin embargo, una vez que se ha adoptado una ley, el Estado también debe respetar la conciencia de las personas. El derecho a la objeción de conciencia debe ser reconocido dentro de cada estructura legal porque es un derecho humano. Incluso para un funcionario del gobierno, que es una persona humana. El estado también debe tener en cuenta las críticas. Esa sería una forma genuina de laicidad.

No se puede dejar de lado los argumentos de los católicos simplemente diciéndoles que “hablan como un sacerdote”. No, se basan en el tipo de pensamiento cristiano que Francia se ha desarrollado tan notablemente.

- ¿Qué significa Francia para usted?

Papa Francisco: Es la hija mayor de la Iglesia, ¡pero no la más fiel! (Risas) Sin embargo, durante la década de 1950, también hablaron de "Francia, el país de la misión". En ese sentido, sigue siendo una periferia a evangelizar. Sin embargo, para ser justos con Francia, la Iglesia tiene una verdadera capacidad creativa.

Francia también es tierra de grandes santos, grandes pensadores como [Jean] Guitton, [Maurice] Blondel, [Emmanuel] Levinas, que no era católico, y [Jacques] Maritain. También estoy pensando en la profundidad de su literatura.

También aprecio cómo la cultura francesa está impregnada de espiritualidad jesuita en comparación con la corriente española más ascética. La corriente francesa, que comenzó con Pierre Favre, le dio otro sabor, sin dejar de enfatizar el discernimiento de espíritus.

También ha habido grandes figuras espirituales francesas como (Louis) Lallemant o (Jean-Pierre) de Caussade. Y los grandes teólogos franceses que ayudaron tanto a la Compañía de Jesús, a saber, Henri de Lubac y Michel de Certeau. Realmente me gustan los dos últimos. Dos jesuitas creativos.

En general, eso es lo que me fascina de Francia. Por un lado, esa laicidad exagerada, herencia de la Revolución Francesa, y por otro, tantos grandes santos.

- ¿Quien es tu favorito?

Papa Francisco: Santa Teresa de Lisieux.

- Ha prometido ir a Francia. ¿Cuándo podría ser posible un viaje así?

Papa Francisco: Recientemente recibí una invitación del presidente François Hollande. La conferencia episcopal también me ha invitado. Pero no sé cuándo tendrá lugar el viaje porque el año que viene es un año electoral en Francia y, en general, la política de la Santa Sede es no organizar este tipo de viajes durante estos períodos.

El año pasado surgieron algunas hipótesis sobre un viaje de este tipo, incluida una visita a París y sus suburbios, a Lourdes y a una ciudad que ningún Papa ha visitado aún, como Marsella, que representa una puerta abierta al mundo.

- Como en todas partes, la Iglesia en Francia vive una grave crisis de vocaciones sacerdotales. ¿Cómo es posible arreglárselas hoy con tan pocos sacerdotes?

Papa Francisco: Corea ofrece un ejemplo histórico. Ese país fue evangelizado por misioneros de China que luego se fueron. Luego, durante doscientos años, Corea fue evangelizada por laicos. Es una tierra de santos y mártires que ahora tiene una Iglesia fuerte.

Por tanto, no hay necesidad de sacerdotes para evangelizar. El bautismo proporciona la fuerza para evangelizar. Y el Espíritu Santo, recibido en el bautismo, impulsa a uno a salir, a tomar el mensaje cristiano con valentía y paciencia. El Espíritu Santo es el protagonista de todo lo que ocurre en la Iglesia, su motor. Demasiados cristianos ignoran esto.

Por otro lado, el peligro opuesto para la Iglesia es el clericalismo. ¡Este es un pecado cometido por dos partidos, como el tango! El sacerdote quiere clericalizar a los laicos y los laicos piden ser clericalizados porque es más fácil.

En Buenos Aires, conocí a muchos buenos sacerdotes que, cuando veían a un laico capaz, inmediatamente exclamaban “¡hagámoslo diácono!”. No, que siga siendo un laico.

El clericalismo es particularmente significativo en América Latina. Si la piedad popular es fuerte es precisamente porque es la única iniciativa laical que no ha sido clericalizada. Esto no lo entiende el clero.

- La Iglesia en Francia, particularmente en Lyon, ha sido destrozada recientemente por escándalos históricos de pedofilia. ¿Qué se debe hacer ante esta situación?

Papa Francisco: Es cierto que no es fácil juzgar los hechos décadas después en un contexto diferente. La realidad no siempre es tan clara. Sin embargo, no puede haber un estatuto de limitaciones para la Iglesia en este campo. Como resultado de estos abusos, un sacerdote, cuya vocación es llevar al niño a Dios, lo destruye. Difunde el mal, el resentimiento, la angustia. Como dijo Benedicto XVI, debe haber tolerancia cero.

Basándome en la información que tengo, creo que el cardenal Barbarin en Lyon tomó las medidas necesarias y que tiene los asuntos bajo control. Es valiente, creativo, misionero. Ahora tenemos que esperar el resultado de los procedimientos judiciales civiles (Editor: a diferencia de los procedimientos de derecho canónico).

- ¿Entonces el cardenal Barbarin no necesita renunciar?

Papa Francisco: No, eso sería una contradicción, una imprudencia. Veremos después de la conclusión del caso. Por el momento, sin embargo, eso equivaldría a una admisión de culpabilidad.

- El 1 de abril recibió al obispo Bernard Fellay, superior general de la Fraternidad Sacerdotal San Pío X. ¿Se está considerando nuevamente la reintegración de los lefebvristas en la Iglesia?

Papa Francisco: En Buenos Aires, hablé a menudo con ellos. Me saludaron, me pidieron de rodillas una bendición. Dicen que son católicos. Aman la Iglesia.

Mons. Fellay es un hombre con el que se puede dialogar. Ese no es el caso de otros elementos un poco extraños, como el obispo Williamson u otros que se han radicalizado. Dejando esto a un lado, creo, como dije en Argentina, que son católicos en camino a la comunión plena.

Durante este año de misericordia, sentí que necesitaba autorizar a sus confesores a perdonar el pecado del aborto. Me agradecieron este gesto. Previamente, Benedicto XVI, a quien respetan mucho, había liberalizado el uso de la misa de rito tridentino. Así que se está llevando a cabo un buen diálogo y un buen trabajo.

- ¿Estaría dispuesto a otorgarles la condición de prelatura personal?

Papa Francisco: Esa sería una posible solución pero de antemano será necesario establecer un acuerdo fundamental con ellos. El Concilio Vaticano II tiene su valor. Avanzaremos lenta y pacientemente.

- Ya ha convocado dos sínodos sobre la familia. En su opinión, ¿ha cambiado la Iglesia este largo proceso?

Papa Francisco: Este proceso fue iniciado por el consistorio (Editor: El consistorio de febrero de 2014) donde fue introducido por el cardenal Kasper, antes de un Sínodo Extraordinario en octubre del mismo año, al que siguió un año de reflexión y un Sínodo Ordinario.

Creo que todos salimos de los distintos procesos diferentes a la forma en que entramos. Incluyéndome a mí.

En la exhortación postsinodal (Editor: Amoris Laetitia, abril de 2016), busqué respetar al máximo el Sínodo. Allí no encontrará recetas canónicas sobre lo que se puede o no se puede hacer.

Se trata de una reflexión serena y pacífica sobre la belleza del amor, cómo educar a los hijos, cómo prepararse para el matrimonio… Enfatiza las responsabilidades que podría desarrollar el Pontificio Consejo para los Laicos en forma de orientaciones.

Más allá de este proceso, debemos pensar en la sinodalidad genuina, o al menos en el significado de la sinodalidad católica. Los obispos son cum Petro, sub Petro (Editor: con Pedro y bajo Pedro). Esto difiere de la sinodalidad ortodoxa o de las Iglesias greco-católicas, donde el Patriarca solo cuenta como una sola voz.

El Concilio Vaticano II estableció un ideal de comunión sinodal y episcopal. Esto aún debe desarrollarse, incluso a nivel parroquial, con respecto a lo que se requiere. Hay parroquias que aún no cuentan con un consejo pastoral, ni un consejo de asuntos económicos, aunque son obligaciones del derecho canónico. La sinodalidad también es relevante a este nivel.





lunes, 16 de mayo de 2016

EL GIGANTE OLVIDADO: EL PILOTO DEL PULQUI


El Fabuloso "Pincho" Weiss 

A las 16:00 horas del 9 de agosto de 1947 en la pista de tierra de la Escuela de Tropas Aerotransportadas, una nave roja estremecía el ambiente con un agudo silbido y levantaba su proa en busca de los cielos cordobeses. Se vivía un momento histórico, la Argentina se convertía en el octavo país del mundo en volar un jet propio y uno de los seis que podían hacerlo en ese momento. 

El héroe de aquella memorable jornada fue el 1º teniente Edmundo Osvaldo Weiss, excepcional piloto de pruebas, poseedor de una trayectoria única en la historia de la aeronáutica. Por tal hazaña, fue condecorado por el presidente Perón. 
Nacido en la localidad bonaerense de Témperley, Edmundo Osvaldo Weiss, egresó como subteniente de artillería en 1941, pero su feliz decisión de ser piloto, extiende por varios meses sus estudios militares para recibir su sable y sus alas de aviador al año siguiente. 
En 1946 es elegido por sus aptitudes profesionales para desempeñarse como piloto de pruebas de la Fábrica Militar de Aviones, reemplazando en las funciones al comandante Rovere, siendo secundado por el teniente Valloni y el sargento Villegas. En su debut como tester, realiza el primer vuelo del IAe-24 Calquín, el 5 de Junio, y el 18 de septiembre hace lo propio con el IAe-31 Chingolo. 



Al año siguiente, se convierte en uno de los responsables de la transferencia tecnológica con la compra de los Gloster Meteor. En Inglaterra visita la fábrica De Havilland y en un solo día vuela los cuatro modelos de la factoría, uno de ellos reactor, sin preparación previa de entrenadores doble comando. Por esta hazaña, recibe la felicitación del ministro del Aire inglés y es merecedor de sendas notas en las famosas revistas Flying y Reader’s Digest. 
Se convierte en aquel país en el primer piloto argentino en volar un jet (con un Gloster Meteor) y en romper la barrera del sonido con un De Havilland DH-108 Swalow. La reina de Inglaterra le otorga por este hecho un anillo, que solo poseen los primeros quince aviadores de todo el mundo que superaron el número mach 1. En estos dúas sufre la amarga impresión de ver estallar en el aire a Geoffrey De Havilland, hijo del constructor, al efectuar un vuelo similar con el Swalow, en un intento de doble corrida (ida y vuelta) con ruptura de la barrera sónica en ambas pasadas. 

Su retorno al país es coincidente con la llegada de Kurt Tank a la FMA y sigue atentamente el desarrollo del IAe-33 Pulqui II. El 18 de julio de 1948 concreta el primer vuelo de uno de sus aviones preferidos, el IAe30 Ñancú. El 8 de agosto logra con esta máquina un record no superado con avión a pistón, al unir Córdoba con Buenos Aires en poco más de 55 minutos a una media de 650 km/h. Días después, destellando las alas del Ñancú por el cielo boliviano establece otro record, entre la ciudad de La Paz con Córdoba en 3,30 horas sin escalas. Ese año efectúa varios vuelos de testeo del planeador del IAe33. 


IAe-30 Ñancú 

No tiene casi momentos libres en su labor profesional, todo momento disponible lo aprovecha para volar aviones a reacción (Gloster Meteor y Pulqui I) y así mantener su entrenamiento a la espera del avanzado Pulqui II. A causa de tanta labor en aviones de este tipo y al no existir todavía trajes anti-G para esta modalidad de vuelo, comienza a percibir una dolencia circulatoria en sus piernas. 

En 1949 concreta el primer vuelo del ala Horten IAe34 Clen Antú, y al año siguiente conoce a su futura e inseparable esposa, a quien solía cortejarla haciendo volar al Pulqui I de costado a la altura del 4º piso de 9 de Julio y Rivera Indarte de la ciudad de Córdoba. A este avión sólo le faltó que Weiss lo hiciera hablar; no solo hacía “goles” a través de los hangares de la FMA, sino que llegó a levantar pañuelos sostenidos sobre la pista a un metro de altura. Además supo saludar al general Perón efectuando razantes sobre el balcón de la Casa Rosada. 
El 16 de Junio de 1950 fue el día tan esperado. No sin pocos contratiempos administrativos, consigue ser designado como el piloto que realizaría el vuelo inaugural del Pulqui II. Recordemos que contractualmente, el grupo alemán liderado por Kurt Tank, debía aportar su propio tester, y este era Otto Behrens; pero Weiss finalmente hizo pesar su jefatura como piloto de pruebas y a las 16 horas de aquel día inscribió al país como el cuarto en el mundo en poseer la alta tecnología de alas en flecha (los restantes eran los EE.UU., la URSS y Suecia, con los F86, el Mig 15 y el Tunnán, respectivamente). 


Weiss con técnicos alemanes antes del primer vuelo del Pulqui II. 



IA-33 Pulqui II 

Pocas semanas después sufre un agravamiento de su enfermedad circulatoria y se informa que solo una operación en EE.UU. podía darle una esperanza para que sus piernas no le fueran amputadas. 
Marchó a los EE.UU. en marzo de 1951; la operación experimental que se le efectuara fue un éxito y durante su recuperación pudo desempeñar el cargo de agregado aeronáutico en la Embajada argentina en Washington. 
Regresa al país en enero de 1954 y es designado como secretario ayudante del ministro de Aeronáutica, brigadier Juan Ignacio San Martín. 
Durante los enfrentamientos de septiembre de 1955, fue enlace fiel del general Perón. Al comando de un Beechcraft D-18, llevaba a Córdoba órdenes a guarniciones leales; en cierta oportunidad su avión fue ametrallado por un Gloster rebelde sobre la provincia de Córdoba y debió volar entre los árboles del Río Segundo para salvarse de un derribo seguro de su indefensa máquina. 
Allí comienza su injusta historia de cárcel primero y olvido después. Entregado por el brigadier Pons Bedoya en la Base Aérea Militar de El Palomar, es encarcelado en el buque Washington y pasado a retiro forzoso en 1956, siendo su única culpa la “lealtad al régimen” que, aunque oprimía a la oposición, era constitucional. 
En 1973 se le restituye su grado de vicecomodoro, pero las nuevas vivencias de este país impiden de alguna manera, que la trayectoria de este formidable piloto argentino sea modelo seguro de las futuras generaciones de pilotos civiles o militares. A la edad de 72 años fallece en el barrio de Nueva Córdoba (Córdoba Capital), el 19 de Julio de 1991. 



Aviones volados por Weiss hasta Septiembre de 1955: 
FW44J; NA-16; Northrop 8A2; Curtiss Hawk 75; Dewoitine 338; Curtiss Hawk III, Glen Martin 139; Junkers Ju52; AMB-2; AMO-2; IAe-22 DL; Lockheed 10-E; IAe.24 Calquín (*); IAe-23; Gloster Meteor MkIII y MkIV; DH Dove Bimotor; DH Dove Cuatrimotor; DH Chipmunk; DH Hornet; DH Vampire; Lark KZ VII; Oxford LX-119; Spitfire Trainer; Firey Firefly Trainer; Firey Firefly MkIV; Spitfire Mk24; Morane Saulnier; IAe-27 Pulqui I (*); Saab Safir; IAe-31 Colibrí(*); IAe 32 Chingolo (*); FMA-21; Douglas DC-3; IAe-30 Ñancú(*); Piper Cub; Avro Lancastrian; IAe-33 Planeador; IAe-33 PUlqui II (*); Fiat G-55; Percival Prentice; IAe-34 ala volante (*); Beech At-11; Fiat G46; Beech D-18C; IAe-20 El boyero; Mitchell B-25; Douglas DC-4; IAe-35 Huanquero; Sikorsky S-51. (*) Vuelo inaugural del prototipo.

domingo, 15 de mayo de 2016

IUVENESCIT ECCLESIA (15 DE MAYO DE 2016)


CONGREGACIÓN PARA LA DOCTRINA DE LA FE

CARTA 

IUVENESCIT ECCLESIA

a los Obispos de la Iglesia Católica

sobre la relación entre los dones jerárquicos y carismáticos

para la vida y misión de la Iglesia


Introducción

Los dones del Espíritu Santo en la Iglesia en misión

1. La Iglesia rejuvenece (Iuvenescit Ecclesia) por el poder del Evangelio y el Espíritu continuamente la renueva, edificándola y guiándola «con diversos dones jerárquicos y carismáticos» [1]. El Concilio Vaticano II ha subrayado en repetidas ocasiones la maravillosa obra del Espíritu Santo que santifica al Pueblo de Dios, lo guía, lo adorna con virtudes y lo enriquece con gracias especiales para su edificación. Multiforme es la acción del divino Paráclito en la Iglesia, como les gusta resaltar los Padres. Juan Crisóstomo escribe: «Porque —pregunto—, ¿hay alguna de cuantas gracias que operan para nuestra salvación, que no nos haya sido dispensada a través del Espíritu Santo? Por él somos liberados de la esclavitud, llamados a la libertad, elevados a la adopción, somos — por decirlo así — plasmados de nuevo, y deponemos la pesada y fétida carga de nuestros pecados; y gracias al Espíritu Santo vemos los coros de los sacerdotes, tenemos el colegio de los doctores; de esta fuente manan los dones de revelación y las gracias de curar, y todos los demás carismas con que la Iglesia de Dios suele estar adornada, emanan de este venero» [2]. Gracias a la vida misma de la Iglesia, a las numerosas intervenciones del Magisterio y la investigación teológica, ha crecido felizmente la consciencia de la acción multiforme del Espíritu Santo en la Iglesia, suscitando así una especial atención a los dones carismáticos, de los cuales, en todo momento, el Pueblo de Dios se ha enriquecido con el desempeño de su misión.

La tarea de comunicar con eficacia el Evangelio es particularmente urgente en nuestro tiempo. El Santo Padre Francisco, en su Exhortación apostólica Evangelii gaudium, recuerda que «si algo debe inquietarnos santamente y preocupar nuestra conciencia, es que tantos hermanos nuestros vivan sin la fuerza, la luz y el consuelo de la amistad con Jesucristo, sin una comunidad de fe que los contenga, sin un horizonte de sentido y de vida» [3]. La llamada a ser Iglesia “en salida” [4] lleva a releer toda la vida cristiana en clave misionera. La tarea de la evangelización concierne a todas las áreas de la Iglesia: la pastoral ordinaria, el anuncio a los que han abandonado la fe cristiana, y en particular a aquellos que nunca han sido alcanzados por el Evangelio de Jesús o que siempre lo han rechazado [5]. En esta tarea indispensable de la nueva evangelización es más necesario que nunca reconocer y apreciar los muchos carismas que pueden despertar y alimentar la vida de fe del Pueblo de Dios.

Los grupos eclesiales multiformes

2. Tanto antes como después del Concilio Vaticano II han surgido numerosos grupos eclesiales que constituyen un gran recurso de renovación para la Iglesia y para la urgente «conversión pastoral y misionera» [6] de toda la vida eclesial. Al valor y riqueza de todas las asociaciones tradicionales, caracterizadas por fines particulares, así como también de los Institutos de vida consagrada, se suman aquellas realidades más recientes que pueden ser descritas como agregaciones de fieles, movimientos eclesiales y nuevas comunidades, sobre los cuales profundiza este documento. Estas no pueden simplemente ser entendidas como un asociarse voluntario de personas con el fin de perseguir un objetivo particular de naturaleza religiosa o social. El carácter de «movimiento» las distingue en el panorama eclesial como realidades fuertemente dinámicas, capaces de despertar particular atracción por el Evangelio y de sugerir una propuesta de vida cristiana tendencialmente global, que toca todos los aspectos de la existencia humana. El agregarse de los fieles con un intenso compartir la existencia, con el fin de aumentar la vida de la fe, la esperanza y la caridad, expresa bien la dinámica eclesial como misterio de comunión para la misión y se manifiesta como un signo de unidad de la Iglesia en Cristo. En este sentido, estos grupos eclesiales, derivados de un carisma compartido, tienden a tener como objetivo «el fin general apostólico de la Iglesia» [7]. En esta perspectiva, los grupos de fieles, movimientos eclesiales y nuevas comunidades proponen formas renovadas de seguimiento de Cristo en los que profundizar la communio cum Deo y la communio fidelium, llevando a los nuevos contextos sociales la atracción del encuentro con el Señor Jesús y la belleza de la existencia cristiana vivida integralmente. En tales realidades se expresa también una forma peculiar de misión y testimonio, tanto para fomentar y desarrollar una aguda conciencia de la propia vocación cristiana como para proponer itinerarios estables de formación cristiana y caminos de perfección evangélica. Estos grupos asociativos, de acuerdo con los diferentes carismas, pueden también expresarse en diferentes estados de vida (fieles laicos, presbíteros y miembros de la vida consagrada), manifestando así la multiforme riqueza de la comunión eclesial. La fuerte capacidad de agregación de estas realidades es una señal importante de que la Iglesia no crece «por proselitismo sino “por atracción”» [8].

Juan Pablo II, dirigiéndose a los representantes de los movimientos y de las nuevas comunidades reconoció en ellos una «respuesta providencial» [9], suscitada por el Espíritu Santo a la necesidad de comunicar de manera convincente el Evangelio en el mundo, teniendo en cuenta los grandes procesos de cambio que se producen a nivel planetario, a menudo marcados por una cultura fuertemente secularizada. Este fermento del Espíritu «ha aportado a la vida de la Iglesia una novedad inesperada, a veces incluso sorprendente» [10]. El mismo Pontífice ha recordado que para todos estos grupos eclesiales se abre el momento de la «madurez eclesial», que implica su pleno desarrollo e inserción «en las Iglesias locales y en las parroquias, permaneciendo siempre en comunión con los pastores y atentos a sus indicaciones» [11]. Estas nuevas realidades, de cuya existencia el corazón de la Iglesia se llena de alegría y gratitud, están llamadas a relacionarse positivamente con todos los demás dones presentes en la vida de la Iglesia.

Propósito de este documento

3. La Congregación para la Doctrina de la Fe con este documento tiene la intención de recordar, en vista de la relación entre «dones jerárquicos y carismáticos», aquellos elementos teológicos y eclesiológicos cuya comprensión puede favorecer una participación fecunda y ordenada de las nuevas agregaciones a la comunión y a la misión de la Iglesia. Para este fin se presentan inicialmente algunos elementos claves, tanto de la doctrina sobre los carismas, como se expresa en el Nuevo Testamento, como la reflexión magisterial sobre estas nuevas realidades. Posteriormente, a partir de algunos principios de orden teológico sistemático, se ofrecen elementos de identidad de los dones jerárquicos y carismáticos, junto con algunos criterios para el discernimiento de los nuevos grupos eclesiales.


I. El carisma de acuerdo con el Nuevo Testamento

Gracia y carisma

4. «Carisma» es la trascripción de la palabra griega chárisma, cuyo uso es frecuente en las Cartas paulinas y también en la primera Carta de Pedro. Tiene el significado general de «don generoso» y en el Nuevo Testamento sólo se utiliza en referencia a los dones divinos. En algunos pasajes, el contexto le da un significado más preciso (cf. Rm 12, 6; 1 Co 12, 4. 31;1 Pe 4, 10), cuya característica fundamental es la distribución diferenciada de dones [12]. Eso constituye también el sentido que prevalece en las lenguas modernas de las palabras derivadas de este vocablo griego. Cada carisma no es un don concedido a todos (cf. 1Co 12, 30), a diferencia de las gracias fundamentales, como la gracia santificante, o los dones de la fe, la esperanza y la caridad, que son indispensables para cada cristiano. Los carismas son dones especiales que el Espíritu distribuye «como él quiere» (1 Co 12, 11). Para dar cuenta de la presencia necesaria de los diferentes carismas en la Iglesia, los dos textos más explícitos (Rm 12, 4-8; 1 Co 12, 12-30) usan la comparación con el cuerpo humano: «Porque así como en un solo cuerpo tenemos muchos miembros con diversas funciones, también todos nosotros formamos un solo Cuerpo en Cristo, y en lo que respecta a cada uno, somos miembros los unos de los otros. Conforme a la gracia que Dios nos ha dado, todos tenemos aptitudes diferentes. El que tiene el don de la profecía, que lo ejerza según la medida de la fe» (Rm 12, 4-6). Entre los miembros del cuerpo, la diversidad no es una anomalía que debe evitarse, por lo contrario es una necesidad benéfica, que hace posible llevar a cabo las diversas funciones vitales. «Porque si todos fueran un solo miembro, ¿dónde estaría el cuerpo? De hecho, hay muchos miembros, pero el cuerpo es uno solo»(1 Co 12, 19-20). Una estrecha relación entre los carismas particulares y la gracia de Dios es afirmada por Pablo en Rm 12, 6 y por Pedro en 1Pe 4, 10 [13]. Los carismas son reconocidos como una manifestación de «la multiforme gracia de Dios» (1 Pe 4, 10). No son, por lo tanto, simples capacidades humanas. Su origen divino se expresa de diferentes maneras: según algunos textos provienen de Dios (cf. Rm 12, 3; 1 Co 12, 28; 2 Ti 1, 6; 1 Pe 4, 10); según Ef 4, 7, provienen de Cristo; según 1 Co 12, 4-11, del Espíritu. Dado que este pasaje es el más insistente (nombra siete veces al Espíritu), los carismas se presentan generalmente como una «manifestación del Espíritu» (1 Co 12, 7). Está claro, sin embargo, que esta atribución no es exclusiva y no contradice las dos anteriores. Los dones de Dios siempre implican todo el horizonte trinitario, como ha sido siempre afirmado por la teología desde sus inicios, tanto en Occidente como en Oriente [14].

Dones otorgados “ad utilitatem” y el primado de la caridad

5. En 1 Co 12, 7 Pablo declara que «en cada uno, el Espíritu se manifiesta para el bien común», porque la mayoría de los dones mencionados por el Apóstol, aunque no todos, tienen directamente una utilidad común. Esta destinación a la edificación de todos ha sido bien entendida, por ejemplo, por San Basilio el Grande, cuando dice: «Y estos dones cada uno los recibe más para los demás que para sí mismo [...]. En la vida ordinaria, es necesario que la fuerza del Espíritu Santo dada a uno se transmita a todos. Quien vive por su cuenta, tal vez puede tener un carisma, pero lo hace inútil conservándolo inactivo, porque lo ha enterrado dentro de sí» [15]. Pablo, sin embargo, no excluye que un carisma pueda ser útil sólo para la persona que lo ha recibido. Tal es el caso de hablar en lenguas, diferente bajo este aspecto, al don de la profecía [16]. Los carismas que tienen utilidad común, sean de palabra («palabra de sabiduría», «palabra de conocimiento», «profecía», «palabra de exhortación») o de acción («ejecución de potencias», «dones del ministerio, de gobierno»), también tienen una utilidad personal, porque su servicio al bien común favorece, en aquellos que los poseen, el progreso en la caridad. Pablo recuerda, a este respecto, que, si falta la caridad, incluso los carismas superiores no ayudan a la persona que los recibe (cf.1 Co 13, 1-3). Un pasaje severo del Evangelio de Mateo (Mt 7, 22-23) expresa la misma realidad: el ejercicio de los carismas vistosos (profecías, exorcismos, milagros), por desgracia, puede coexistir con la ausencia de una auténtica relación con el Salvador. Como resultado, tanto Pedro como Pablo insisten en la necesidad de orientar todos los carismas a la caridad. Pedro da una regla general: «pongan al servicio de los demás los dones que han recibido, como buenos administradores de la multiforme gracia de Dios» (1 Pe 4, 10). Pablo se refiere, en particular, al uso de los carismas en las manifestaciones de la comunidad cristiana y dice, «todo sirva para la edificación común» (1 Co 14, 26).

La variedad de los carismas

6. En algunos textos nos encontramos con una lista de dones, a veces resumida (cf. 1 Pe 4, 10), otras veces más detallada (cf. 1 Co 12, 8-10.28-30; Rm 12, 6-8). Entre los que se enumeran hay dones excepcionales (de curación, de ejecución de poderes, de variedad de lenguas) y dones ordinarios (enseñanza, servicio, beneficencia), ministerios para la guía de la comunidad (cf. Ef 4, 11) y dones concedidos por la imposición de las manos (cf. 1 Ti 4, 14; 2 Ti 1, 6). No siempre está claro si todos estos dones son considerados como «carismas» propiamente dichos. Los dones excepcionales, mencionados repetidamente en 1 Co 12-14, de hecho desaparecen en textos posteriores; la lista de Rm 12, 6-8 presenta únicamente carismas menos visibles, que tienen una utilidad constante para la vida de la comunidad cristiana. Ninguna de estas listas pretende ser completa. En otros lugares, por ejemplo, Pablo sugiere que la elección del celibato por amor de Cristo se entiende como fruto de un carisma, así como la del matrimonio (cf. 1 Co 7, 7, en el contexto de todo el capítulo). Sus ejemplos dependen del grado de desarrollo alcanzado por la Iglesia de la época y que son por lo tanto susceptibles a otras adiciones. La Iglesia, en efecto, siempre crece en el tiempo a través de la acción vivificante del Espíritu.

El buen ejercicio de los carismas en la comunidad eclesial

7. A partir de estos resultados, es evidente que no se da en los textos bíblicos un contraste entre los diferentes carismas, sino más bien una conexión armónica y complementaria. La antítesis entre una Iglesia institucional del tipo judeocristiano y una Iglesia carismática del tipo paulino, afirmada por ciertas interpretaciones eclesiológicas reductivas, no tiene en realidad una base en los textos del Nuevo Testamento. Lejos de situar carismas en un lado y realidades institucionales en otro, o de oponer una Iglesia “de la caridad” a una Iglesia de la “institución”, Pablo recoge en una única lista a los que son portadores de carismas de autoridad y enseñanza, carismas que ayudan en la vida ordinaria de la comunidad y carismas más sensacionales (cf. 1 Co 12, 28) [17]. El mismo Pablo describe su ministerio como apóstol como «ministerio del Espíritu» (2 Co 3, 8). Se siente investido de la autoridad (exousía), que le dio el Señor (cf. 2 Co 10, 8; 13, 10), una autoridad que se extiende también sobre los carismáticos. Tanto él como Pedro dan a los carismáticos instrucciones sobre la manera de ejercitar los carismas. Su actitud es en primer lugar de recepción favorable; se muestran convencidos del origen divino de los carismas; sin embargo, no los consideran como dones que autorizan para substraerse de la obediencia a la jerarquía eclesial o que den derecho a un ministerio autónomo. Pablo es conscientes de los inconvenientes que un ejercicio desordenado de los carismas puede provocar en la comunidad cristiana [18]. El Apóstol entonces interviene con autoridad para establecer reglas precisas para el ejercicio de los carismas «en la Iglesia» (1 Co 14, 19,28), es decir, en las reuniones de la comunidad (cf. 1 Co 14, 23.26). Limita, por ejemplo, la práctica de la glosolalia [19]. También se dan reglas similares para el don de la profecía (cf. 1 Co 14, 29-31)[20].

Dones jerárquicos y carismáticos

8. En resumen, a partir de un examen de los textos bíblicos referentes a los carismas, resulta que el Nuevo Testamento, si bien no ofrece una enseñanza sistemática completa, presenta afirmaciones muy importantes que guían la reflexión y la praxis eclesial. También hay que reconocer que no encontramos un uso unívoco del término “carisma”; sino que más bien debe considerarse una variedad de significados, que la reflexión teológica y el Magisterio ayudan a entender en el contexto de una visión de conjunto del misterio de la Iglesia. En este documento, la atención se centra en el binomio evidenciado en el n. 4 de la Constitución dogmática Lumen gentium: dones jerárquicos y carismáticos, las relaciones entre ellos aparecen estrechas y articuladas. Tienen el mismo origen y el mismo propósito. Son dones de Dios, del Espíritu Santo, de Cristo, dados para contribuir de diferentes maneras, a la edificación de la Iglesia. Quien ha recibido el don de guiar en la Iglesia también tiene la tarea de vigilar sobre el correcto funcionamiento de los otros carismas, para que todo contribuya al bien de la Iglesia y su misión evangelizadora, sabiendo que es el Espíritu Santo quien distribuye los dones carismáticos en cada uno como quiere (cf. 1 Co 12, 11). El mismo Espíritu da a la jerarquía de la Iglesia, la capacidad de discernir los carismas auténticos, para recibirlos con alegría y gratitud, para promoverlos con generosidad y acompañarlos con paterna vigilancia. La historia misma es testimonio de las muchas formas de la acción del Espíritu, por la cual la Iglesia, edificada «sobre los apóstoles y los profetas, que son los cimientos, mientras que la piedra angular es el mismo Jesucristo»(Ef 2, 20), vive su misión en el mundo.


II. La relación entre dones jerárquicos y carismáticos en el Magisterio reciente

El Concilio Vaticano II

9. El surgir de los diferentes carismas nunca ha faltado en el transcurso de la historia secular eclesiástica, sin embargo, sólo recientemente se ha desarrollado una reflexión sistemática sobre ellos. En este sentido, un espacio significativo para la doctrina sobre los carismas se encuentra en el Magisterio de Pío XII en Mystici Corporis [21], mientras que un paso decisivo en la correcta comprensión de la relación entre los diversos dones jerárquicos y carismáticos se realiza con las enseñanzas del Concilio Vaticano II. Los pasajes relevantes en este sentido [22] indican en la vida de la Iglesia, además de la Palabra de Dios escrita y transmitida, de los sacramentos y el ministerio jerárquico ordenado, la presencia de dones, de gracias especiales o carismas dados por el Espíritu entre los fieles de todas las condiciones. El pasaje emblemático en este sentido es el que ofrece
Lumen gentium, 4: «El Espíritu [...] guía la Iglesia a toda la verdad (cf. Jn 16, 13), la unifica en comunión y ministerio, la provee y gobierna con diversos dones jerárquicos y carismáticos y la embellece con sus frutos (cf. Ef 4, 11-12; 1 Co 12,4; Ga 5,22)»[23]. De ese modo, la Constitución dogmática Lumen gentium, en la presentación de los dones del mismo Espíritu, destaca, por la distinción entre los diversos dones jerárquicos y carismáticos, su diferencia en la unidad. Significativas son también las afirmaciones de la Lumen gentium 12 sobre la realidad carismática, en el contexto de la participación del Pueblo de Dios en la misión profética de Cristo, en el cual se reconoce cómo el Espíritu Santo «no sólo santifica y dirige el Pueblo de Dios mediante los sacramentos y los misterios y le adorna con virtudes», sino que «también distribuye gracias especiales entre los fieles de cualquier condición, distribuyendo a cada uno según quiere (1 Co 12, 11) sus dones, con los que les hace aptos y prontos para ejercer las diversas obras y deberes que sean útiles para la renovación y la mayor edificación de la Iglesia».

Finalmente, se describe su pluralidad y sentido providencial: «estos carismas, tanto los extraordinarios como los más comunes y difundidos, deben ser recibidos con gratitud y consuelo» [24]. Consideraciones similares se encuentran también en el Decreto conciliar sobre el apostolado de los laicos [25]. El mismo documento señala cómo tales dones no deban ser considerados como opcionales en la vida de la Iglesia; más bien «la recepción de estos carismas, incluso de los más sencillos, procede a cada uno de los creyentes el derecho y la obligación de ejercitarlos para bien de los hombres y edificación de la Iglesia, ya en la Iglesia misma, ya en el mundo, en la libertad del Espíritu Santo» [26]. Por lo tanto, los carismas auténticos deben ser considerados como dones de importancia irrenunciable para la vida y para la misión de la Iglesia. Es constante, por último, en la enseñanza conciliar, el reconocimiento del papel esencial de los pastores en el discernimiento de los carismas y en su ejercicio ordenado dentro de la comunión eclesial [27].

El Magisterio post-conciliar

10. En el período que siguió al Concilio Vaticano II, las intervenciones del Magisterio en este sentido se han multiplicado [28]. Para ello ha contribuido la creciente vitalidad de los nuevos movimientos, agrupaciones de fieles y comunidades eclesiales, junto con la necesidad de aclarar la ubicación de la vida consagrada en la Iglesia [29]. Juan Pablo II en su Magisterio ha insistido sobre todo en el principio de co-esencialidad de estos dones: «En varias ocasiones he subrayado que no existe contraste o contraposición en la Iglesia entre la dimensión institucional y la dimensión carismática, de la que los movimientos son una expresión significativa. Ambas son igualmente esenciales para la constitución divina de la Iglesia fundada por Jesús, porque contribuyen a hacer presente el misterio de Cristo y su obra salvífica en el mundo» [30]. El Papa Benedicto XVI, además de confirmar su co-esencialidad, ha profundizado la afirmación de su predecesor, recordando que «en la Iglesia también las instituciones esenciales son carismáticas y, por otra parte, los carismas deben institucionalizarse de un modo u otro para tener coherencia y continuidad. Así ambas dimensiones, suscitadas por el mismo Espíritu Santo para el mismo Cuerpo de Cristo, concurren juntas para hacer presente el misterio y la obra salvífica de Cristo en el mundo» [31]. Los dones jerárquicos y carismáticos están recíprocamente relacionados desde sus orígenes. El Santo Padre Francisco, por último, recordó la «armonía» que el Espíritu crea entre los diferentes dones, y ha convocado a las agregaciones carismáticas a la apertura misionera, a la obediencia necesaria a los pastores [32] y la inmanencia eclesial, ya que «es en el seno de la comunidad donde brotan y florecen los dones con los cuales nos colma el Padre; y es en el seno de la comunidad donde se aprende a reconocerlos como un signo de su amor por todos sus hijos» [33]. En última instancia, es posible reconocer una convergencia del reciente Magisterio eclesial sobre la co-esencialidad entre los dones jerárquicos y carismáticos. Su oposición, así como su yuxtaposición, sería signo de una comprensión errónea o insuficiente de la acción del Espíritu Santo en la vida y misión de la Iglesia.


III. Base teológica de la relación entre dones jerárquicos y carismáticos

Horizonte trinitario y cristológico de los dones del Espíritu Santo

11. Con el fin de comprender las razones subyacentes de las relaciones co-esenciales entre dones jerárquicos y carismáticos es oportuno recordar su fundamento teológico. De hecho, la necesidad de superar cualquier confrontación estéril o extrínseca yuxtaposición entre los dones jerárquicos y carismáticos, se exige por la misma economía de la salvación, que incluye la relación intrínseca entre las misiones del Verbo encarnado y del Espíritu Santo. De hecho, todo don del Padre implica la referencia a la acción conjunta y diferenciada de las misiones divinas: todo don procede del Padre, por el Hijo, en el Espíritu Santo. El don del Espíritu en la Iglesia está ligado a la misión del Hijo, insuperablemente cumplida en su misterio pascual. Jesús mismo relaciona el cumplimiento de su misión al envío del Espíritu en la comunidad creyente [34]. Por esta razón, el Espíritu Santo no puede de ninguna manera inaugurar una economía diferente a la del Logos divino encarnado, crucificado y resucitado [35]. De hecho, toda la economía sacramental de la Iglesia es la realización pneumatológica de la encarnación: por lo que el Espíritu Santo es considerado por la tradición como el alma de la Iglesia, Cuerpo de Cristo. La acción de Dios en la historia implica siempre la relación entre el Hijo y el Espíritu Santo, a quien Ireneo de Lyon sugestivamente llama «las dos manos del Padre» [36]. En este sentido, todos los dones del Espíritu están en relación con el Verbo hecho carne [37].

El vínculo originario entre los dones jerárquicos, conferidos con la gracia sacramental del Orden, y los dones carismáticos, distribuidos libremente por el Espíritu Santo, tiene su raíz última en la relación entre el Logos divino encarnado y el Espíritu Santo, que es siempre Espíritu del Padre y del Hijo. Para evitar visiones teológicas equívocas que postularían una «Iglesia del Espíritu», separada y distinta de la Iglesia jerárquica-institucional, hay que subrayar cómo las dos misiones divinas se implican entre sí en todo don concedido a la Iglesia. De hecho, la misión de Jesucristo implica, ya en su interior, la acción del Espíritu. Juan Pablo II, en su encíclica sobre el Espíritu Santo, Dominum et vivificantem, había demostrado la importancia crucial de la acción del Espíritu en la misión del Hijo [38]. Benedicto XVI lo ha profundizado en la Exhortación Apostólica Sacramentum caritatis, recordando que el Paráclito «que actúa ya en la creación (cf. Gn 1, 2), está plenamente presente en toda la vida del Verbo encarnado». Jesucristo «fue concebido por la Virgen María por obra del Espíritu Santo (cf. Mt 1, 18; Lc 1, 35); al comienzo de su misión pública, a orillas del Jordán, lo ve bajar sobre sí en forma de paloma (cf.Mt3, 16 y par.); en este mismo Espíritu actúa, habla y se llena de gozo (cf. Lc 10, 21), y por Él se ofrece a sí mismo (cf. Hb 9, 14). En los llamados “discursos de despedida” recopilados por Juan, Jesús establece una clara relación entre el don de su vida en el misterio pascual y el don del Espíritu a los suyos (cf. Jn 16, 7). Una vez resucitado, llevando en su carne las señales de la pasión, Él infunde el Espíritu (cf. Jn 20, 22), haciendo a los suyos partícipes de su propia misión (cf. Jn 20, 21). Será el Espíritu quien enseñe después a los discípulos todas las cosas y les recuerde todo lo que Cristo ha dicho (cf. Jn 14, 26), porque corresponde a Él, como Espíritu de la verdad (cf. Jn 15, 26), guiarlos hasta la verdad completa (cf. Jn 16, 13). En el relato de los Hechos, el Espíritu desciende sobre los Apóstoles reunidos en oración con María el día de Pentecostés (cf. 2, 1-4), y los anima a la misión de anunciar a todos los pueblos la buena noticia» [39].

La acción del Espíritu Santo en los dones jerárquicos y carismáticos

12. Evidenciar el horizonte trinitario y cristológico de los dones divinos también ilumina la relación entre los dones jerárquicos y carismáticos. De hecho, en los dones jerárquicos, en cuanto están relacionados con el sacramento del Orden, es evidente la relación con la acción salvífica de Cristo, como por ejemplo la institución de la Eucaristía (cf. Lc 22, 19s; 1 Co 11, 25), el poder de perdonar los pecados (cf. Jn 20, 22s), el mandato apostólico con la tarea de evangelizar y bautizar (Mc 16, 15s; Mt 28, 18-20); es igualmente obvio que ningún sacramento puede ser conferido sin la acción del Espíritu Santo [40]. Por otro lado, los dones carismáticos concedidos por el Espíritu, «que sopla donde quiere» (Jn 3, 8), y distribuye sus dones «como quiere» (1 Co 12, 11), están objetivamente en relación con la nueva vida en Cristo, porque «cada uno en particular» (1 Co 12, 27) es un miembro de su Cuerpo. Por lo tanto, la correcta comprensión de los dones carismáticos sucede sólo en referencia a la presencia de Cristo y su servicio; como lo ha afirmado Juan Pablo II, «los verdaderos carismas no pueden menos de tender al encuentro con Cristo en los sacramentos» [41]. Los dones jerárquicos y carismáticos, por lo tanto, aparecen unidos en referencia a la relación intrínseca entre Jesucristo y el Espíritu Santo. El Paráclito es, al mismo tiempo, quién extiende eficazmente, a través de los Sacramentos, la gracia salvadora ofrecida por Cristo muerto y resucitado, y quién otorga los carismas. En la tradición litúrgica de los cristianos de Oriente, y especialmente en la siríaca, el papel del Espíritu Santo, representado por la imagen del fuego, ayuda a dejar esto muy claro. El gran teólogo y poeta San Efrén dice «el fuego de la gracia desciende sobre el pan y allí permanece» [42], indicando no sólo su acción transformadora relacionada con los dones, sino también en lo que respecta a los creyentes que comerán el pan eucarístico. La perspectiva oriental, con la eficacia de sus imágenes, nos ayuda a comprender cómo, acercándonos a la Eucaristía, Cristo nos da el Espíritu. El mismo Espíritu, mediante su acción en los creyentes, alimenta la vida en Cristo, llevándolos de nuevo a una vida sacramental más profunda, especialmente en la Eucaristía. Así, la acción libre de la Santísima Trinidad en la historia llega a los creyentes con el don de la salvación y, al mismo tiempo les motiva para que correspondan libre y plenamente con el compromiso de la propia vida.


IV. La relación entre dones jerárquicos y carismáticos en la vida y misión de la Iglesia

En la Iglesia como misterio de comunión

13. La Iglesia se presenta como «un pueblo congregado por la unidad del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo» [43], en el que la relación entre los diversos dones jerárquicos y carismáticos parece destinada a la plena participación de los fieles a la comunión y a la misión evangelizadora. A esta nueva vida hemos sido predestinados de forma gratuita en Cristo (Rm 8, 29-31;Ef 1, 4-5). El Espíritu Santo «efectúa esa admirable unión de los fieles y los congrega tan íntimamente a todos en Cristo, que Él mismo es el principio de la unidad de la Iglesia» [44]. Es en la Iglesia, en efecto, que los hombres están llamados a ser miembros de Cristo [45] y es en la comunión eclesial que se unen en Cristo, como miembros unos de otros. La comunión es siempre «una doble participación fundamental: la incorporación de los cristianos en la vida de Cristo, y la circulación de la misma caridad en toda la unión de los fieles, en este mundo y el siguiente. La unión con Cristo y en Cristo; y la unión entre los cristianos, en la Iglesia» [46]. En este sentido, el misterio de la Iglesia brilla «en Cristo como un sacramento, o sea signo e instrumento de la unión íntima con Dios y de la unidad de todo el género humano» [47]. Aquí aparece la raíz sacramental de la Iglesia como misterio de comunión: «Se trata fundamentalmente de la comunión con Dios por medio de Jesucristo, en el Espíritu Santo. Esta comunión está presente en la palabra de Dios y en los sacramentos. El Bautismo, en estrecha unión con la Confirmación, es la puerta y el fundamento de la comunión en la Iglesia. La Eucaristía es la fuente y cumbre de toda la vida cristiana (cf. 
Lumen gentium, 11)» [48]. Estos sacramentos de la iniciación son constitutivos de la vida cristiana y en ellos descansan los dones jerárquicos y carismáticos. La vida de la comunión eclesial, así ordenada internamente, vive en constante escucha de la Palabra de Dios y se nutre de los sacramentos. La misma Palabra de Dios se nos presenta profundamente ligada a los Sacramentos, especialmente la Eucaristía [49], en el único horizonte sacramental de la Revelación. La misma tradición oriental, ve a la Iglesia, como el Cuerpo de Cristo “animado” por el Espíritu Santo, como unidad ordenada, que también se expresa en términos de sus dones. La presencia eficaz del Espíritu en los corazones de los creyentes (cf. Rm 5, 5) es la raíz de esta unidad, incluso para las manifestaciones carismáticas [50]. Los carismas dados a la persona, de hecho, pertenecen a la misma Iglesia y están destinados a una vida eclesial más intensa. Esta perspectiva también aparece en los escritos del Beato John Henry Newman: «De modo que el corazón de cada cristiano debe representar en miniatura la Iglesia Católica, por un mismo Espíritu hace toda la Iglesia y hace de cada uno de sus miembros su Templo» [51]. Esto hace que sea aún más evidente el por qué no son legítimas ni las oposiciones ni las yuxtaposiciones entre dones jerárquicos y carismáticos.

En resumen, la relación entre los dones carismáticos y la estructura sacramental eclesial confirma la co-esencialidad entre los dones jerárquicos – en sí mismos estables, permanentes e irrevocables – y los dones carismáticos. Aunque estos últimos, como tales, no sean garantizados para siempre en sus formas históricas [52], la dimensión carismática nunca puede faltar en la vida y misión de la Iglesia.

Identidad de los dones jerárquicos

14. En orden a la santificación de cada miembro del Pueblo de Dios y a la misión de la Iglesia en el mundo, entre diferentes dones, «resalta la gracia de los Apóstoles, a cuya autoridad el mismo Espíritu subordina incluso los carismáticos» [53]. Jesucristo mismo ha querido que hubieran dones jerárquicos para garantizar la contemporaneidad de su única mediación salvífica: «los Apóstoles fueron enriquecidos por Cristo con una efusión especial del Espíritu Santo, que descendió sobre ellos (cf. Hch 1, 8; 2,4; Jn 20, 22-23), y ellos, a su vez, por la imposición de las manos, transmitieron a sus colaboradores este don espiritual (cf. 1 Tm 4, 14; 2 Tm 1, 6-7)» [54]. Por lo tanto, la dispensación de los dones jerárquicos se remonta a la plenitud del sacramento del Orden, dada por la Ordenación episcopal, que se comunica «junto con el oficio de santificar, confiere también los oficios de enseñar y de regir, los cuales, sin embargo, por su misma naturaleza, no pueden ejercerse sino en comunión jerárquica con la Cabeza y los miembros del Colegio» [55]. En consecuencia, «en la persona, pues, de los Obispos, a quienes asisten los Presbíteros, el Señor Jesucristo, Pontífice supremo, está presente en medio de los fieles […] a través de su servicio eximio, predica la Palabra de Dios a todas las gentes y administra continuamente los sacramentos de la fe a los creyentes, y por medio de su oficio paternal (cf. 1 Co 4, 15) va congregando nuevos miembros a su Cuerpo con regeneración sobrenatural; finalmente, por medio de su sabiduría y prudencia dirige y ordena al Pueblo del Nuevo Testamento en su peregrinar hacia la eterna felicidad» [56]. Incluso la tradición cristiana oriental, tan fuertemente ligada a los Padres, lee todo en su peculiar concepción de la taxis. Según San Basilio el Grande, está claro que la organización de la Iglesia es obra del Espíritu Santo, y el mismo orden en el que Pablo enumera los carismas (cf. 1 Co 12, 28) «está de acuerdo con la distribución de los dones del Espíritu» [57], indicando como primero el de los Apóstoles. A partir de la referencia a la Ordenación episcopal se comprenden también los otros dones jerárquicos en referencia a los otros grados del Orden; ante todo el de los Presbíteros, que son ordenados «para predicar el Evangelio y apacentar a los fieles y para celebrar el culto divino» y «bajo la autoridad del Obispo, santifican y rigen la porción de la grey del Señor a ellos encomendada», y a su vez se convierten en «modelos de la grey (cf. 1 Pe 5, 3), gobiernan y sirven a su comunidad local» [58]. Para los Obispos y Presbíteros, en el sacramento del Orden, la unción sacerdotal «los configura con Cristo Sacerdote, de tal forma, que pueden obrar en nombre de Cristo Cabeza» [59]. A eso hay que añadir los dones concedidos a los Diáconos «sobre los cuales se han impuesto las manos no para el sacerdocio sino para el ministerio»; y que «confortados con la gracia sacramental, en el ministerio de la liturgia, de la predicación y de la caridad sirven al Pueblo de Dios, en comunión con el Obispo y su presbiterio» [60]. En resumen, los dones jerárquicos propios del sacramento del Orden, en sus diversos grados, se dan para que en la Iglesia, como comunión, no le falte nunca a ningún fiel la oferta objetiva de la gracia en los Sacramentos, el anuncio normativo de la Palabra de Dios y la cura pastoral.

La identidad de los dones carismáticos

15. Si desde el ejercicio de los dones jerárquicos está asegurada, a lo largo de la historia, la oferta de la gracia de Cristo en favor de todo el Pueblo de Dios, todos los fieles están llamados a acogerla y responder personalmente a ella en las circunstancias concretas de su vida. Los dones carismáticos, por lo tanto, se distribuyen libremente por el Espíritu Santo, para que la gracia sacramental lleve sus frutos a la vida cristiana de diferentes maneras y en todos sus niveles. Dado que estos carismas «tanto los extraordinarios como los más comunes y difundidos, deben ser recibidos con gratitud y consuelo, porque son muy adecuados y útiles a las necesidades de la Iglesia» [61] a través de su riqueza y variedad, el Pueblo de Dios puede vivir en plenitud la misión evangelizadora, escrutar los signos de los tiempos e interpretarlos a la luz del Evangelio [62]. Los dones carismáticos, de hecho, mueven a los fieles a responder libremente y de manera adecuada al mismo tiempo, al don de la salvación, haciéndose a sí mismos un don de amor para otros y un auténtico testimonio del Evangelio para todos los hombres.

Los dones carismáticos compartidos

16. En este contexto, es útil recordar lo diferentes que pueden ser los dones carismáticos entre sí, no sólo a causa de sus características específicas, sino también por su extensión en la comunión eclesial. Los dones carismáticos «se conceden a la persona concreta; pero pueden ser participados también por otros y, de este modo, se continúan en el tiempo como viva y preciosa herencia, que genera una particular afinidad espiritual entre las personas» [63]. La relación entre el carácter personal del carisma y la posibilidad de participar en él expresa un elemento decisivo de su dinámica, en lo que se refiere a la relación que en la comunión eclesial siempre une a la persona y la comunidad [64]. Los dones carismáticos en su práctica pueden generar afinidad, proximidad y parentescos espirituales a través de los cuales el patrimonio carismático, a partir de la persona del fundador, es participado y profundizado, creando verdaderas familias espirituales. Los grupos eclesiales, en sus diversas formas, aparecen como dones carismáticos compartidos. Los movimientos eclesiales y las nuevas comunidades muestran cómo un carisma original en particular puede agregar a los fieles y ayudarles a vivir plenamente su vocación cristiana y el propio estado de vida al servicio de la misión de la Iglesia. Las formas concretas e históricas de este intercambio se pueden diferenciar en sí; esta es la causa por la que un carisma original, fundacional, se pueden dar, como nos enseña la historia de la espiritualidad, diversas fundaciones.

El reconocimiento por parte de la autoridad eclesiástica

17. Entre los dones carismáticos, distribuidos libremente por el Espíritu, hay muchos recibidos y vividos por la persona dentro de la comunidad cristiana que no requieren de regulaciones especiales. Cuando un don carismático, sin embargo, se presenta como «carisma originario» o «fundamental», entonces necesita un reconocimiento específico, para que esa riqueza se articule de manera adecuada en la comunión eclesial y se transmita fielmente a lo largo del tiempo. Aquí surge la tarea decisiva del discernimiento que es propio de la autoridad eclesiástica [65]. Reconocer la autenticidad del carisma no es siempre una tarea fácil, pero es un servicio debido que los pastores tienen que efectuar. Los fieles, de hecho, «tienen derecho a que sus pastores les señalen la autenticidad de los carismas y el crédito que merecen los que afirman poseerlos» [66]. La autoridad debe, a tal efecto, ser consciente de la espontaneidad real de los carismas suscitados por el Espíritu Santo, valorándolos de acuerdo con la regla de la fe en vista de la edificación de la Iglesia [67]. Es un proceso que continúa en el tiempo y que requiere medidas adecuadas para su autenticación, que pasa a través de un serio discernimiento hasta el reconocimiento de su autenticidad. La agregación que surge de un carisma debe tener apropiadamente un tiempo de prueba y de sedimentación, que vaya más allá del entusiasmo de los inicios hacia una configuración estable. A lo largo del itinerario de verificación, la autoridad de la Iglesia debe acompañar con benevolencia las nuevas realidades de agregación. Es un acompañamiento por parte de los Pastores que nunca ha de fallar, ya que nunca debe faltar la paternidad de quienes en la Iglesia están llamados a ser los vicarios de Aquel que es el Buen Pastor, cuyo amor solícito nunca deja de acompañar a su rebaño.

Criterios para el discernimiento de los dones carismáticos

18. Aquí pueden ser recordados una serie de criterios para el discernimiento de los dones carismáticos en referencia a los grupos eclesiales que el Magisterio de la Iglesia ha mostrado a lo largo de los últimos años. Estos criterios tienen por objeto contribuir al reconocimiento de una auténtica eclesialidad de los carismas.

a) El primado de la vocación de todo cristiano a la santidad. Toda realidad que proviene de la participación de un auténtico carisma debe ser siempre instrumentos de santidad en la Iglesia y, por lo tanto, de aumento de la caridad y del esfuerzo genuino por la perfección del amor [68].

b) El compromiso con la difusión misionera del Evangelio. Las auténticas realidades carismáticas «son regalos del Espíritu integrados en el cuerpo eclesial, atraídos hacia el centro que es Cristo, desde donde se encauzan en un impulso evangelizador» [69]. De tal forma que, ellos deben realizar «la conformidad y la participación en el fin apostólico de la Iglesia», manifestando un «decidido ímpetu misionero que les lleve a ser, cada vez más, sujetos de una nueva evangelización» [70].

c) La confesión de la fe católica. Cada realidad carismática debe ser un lugar de educación en la fe en su totalidad, «acogiendo y proclamando la verdad sobre Cristo, sobre la Iglesia y sobre el hombre, en la obediencia al Magisterio de la Iglesia, que la interpreta auténticamente» [71]; por lo tanto, se debe evitar aventurarse «más allá (proagon) de la doctrina y de la Comunidad eclesial», como dice Juan en su segunda carta. De hecho, si «no permanecemos en ellas, no estamos unidos al Dios de Jesucristo (cf. 2Jn 9)» [72].

d) El testimonio de una comunión activa con toda la Iglesia. Esto lleva a una «filial relación con el Papa, centro perpetuo y visible de unidad en la Iglesia universal, y con el Obispo “principio y fundamento visible de unidad” en la Iglesia particular» [73]. Esto implica la «leal disponibilidad para acoger sus enseñanzas doctrinales y sus orientaciones pastorales» [74], así como «la disponibilidad a participar en los programas y actividades de la Iglesia sea a nivel local, sea a nivel nacional o internacional; el empeño catequético y la capacidad pedagógica para formar a los cristianos» [75].

e) El respeto y el reconocimiento de la complementariedad mutua de los otros componentes en la Iglesia carismática. De aquí deriva también una disponibilidad a la cooperación mutua [76]. De hecho, «un signo claro de la autenticidad de un carisma es su eclesialidad, su capacidad para integrarse armónicamente en la vida del santo Pueblo fiel de Dios para el bien de todos. Una verdadera novedad suscitada por el Espíritu no necesita arrojar sombras sobre otras espiritualidades y dones para afirmarse a sí misma» [77].

f) La aceptación de los momentos de prueba en el discernimiento de los carismas. Dado que el don carismático puede poseer «una cierta carga de genuina novedad en la vida espiritual de la Iglesia, así como de peculiar efectividad, que puede resultar tal vez incómoda», un criterio de autenticidad se manifiesta en «la humildad en sobrellevar los contratiempos. La exacta ecuación entre carisma genuino, perspectiva de novedad y sufrimiento interior, supone una conexión constante entre carisma y cruz» [78]. El nacimiento de eventuales tensiones exige de parte de todos la praxis de una caridad más grande, con vistas a una comunión y a una unidad eclesial siempre más profunda.

g) La presencia de frutos espirituales como la caridad, la alegría, la humanidad y la paz (cf. Ga 5, 22); el «vivir todavía con más intensidad la vida de la Iglesia» [79], un celo más intenso para «escuchar y meditar la Palabra» [80]; «el renovado gusto por la oración, la contemplación, la vida litúrgica y sacramental; el estímulo para que florezcan vocaciones al matrimonio cristiano, al sacerdocio ministerial y a la vida consagrada» [81].

h) La dimensión social de la evangelización. También se debe reconocer que, gracias al impulso de la caridad, «el kerygma tiene un contenido ineludiblemente social: en el corazón mismo del Evangelio está la vida comunitaria y el compromiso con los otros» [82]. En este criterio de discernimiento, referido no sólo a los grupos de laicos en la Iglesia, se hace hincapié en la necesidad de ser «corrientes vivas de participación y de solidaridad, para crear unas condiciones más justas y fraternas en la sociedad» [83]. Son significativos, en este sentido, «el impulsar a una presencia cristiana en los diversos ambientes de la vida social, y el crear y animar obras caritativas, culturales y espirituales; el espíritu de desprendimiento y de pobreza evangélica que lleva a desarrollar una generosa caridad para con todos» [84]. Decisiva es también la referencia a la Doctrina Social de la Iglesia [85]. En particular, «de nuestra fe en Cristo hecho pobre, y siempre cercano a los pobres y excluidos, brota la preocupación por el desarrollo integral de los más abandonados de la sociedad» [86], que es una necesidad en una auténtica realidad eclesial.


V. Práctica eclesial de la relación entre dones jerárquicos y dones carismáticos

19. Es necesario afrontar, por último, algunos elementos de la práctica concreta eclesial acerca de la relación entre dones jerárquicos y carismáticos que se configuran como agregaciones carismáticas dentro de la comunión eclesial.

Recíproca referencia

20. En primer lugar, la práctica de la buena relación entre los diferentes dones en la Iglesia requiere la inserción activa de la realidad carismática en la vida pastoral de las Iglesias particulares. Esto implica, en primer lugar, que las diferentes agregaciones reconozcan la autoridad de los pastores en la Iglesia como realidad interna de su propia vida cristiana, anhelando sinceramente ser reconocidas, aceptadas y eventualmente purificadas, poniéndose al servicio de la misión eclesial. Por otro lado, a los que se les han conferido los dones jerárquicos, efectuando el discernimiento y acompañamiento de los carismas, deben recibir cordialmente lo que el Espíritu inspira al interno de la comunión eclesial, tomando en consideración la acción pastoral y valorando su contribución como un recurso auténtico para el bien de todos.

Los dones carismáticos en la Iglesia universal y particular


21. Con respecto a la difusión y peculiaridades de las realidades carismática se tendrá que tener en cuenta la relación esencial y constitutiva entre la Iglesia universal y las Iglesias particulares. Es necesario en este sentido reiterar que la Iglesia de Cristo, como profesamos en el Credo de los Apóstoles, «es la Iglesia universal, es decir, la universal comunidad de los discípulos del Señor, que se hace presente y operativa en la particularidad y diversidad de personas, grupos, tiempos y lugares» [87]. La dimensión particular es, por lo tanto, intrínseca a la universal y viceversa; hay de hecho entre las Iglesias particulares y la Iglesia universal una relación de «mutua interioridad» [88]. Los dones jerárquicos propios del sucesor de Pedro se ejercen, en este contexto, para garantizar y favorecer la inmanencia de la Iglesia universal en las Iglesias locales; como de hecho el oficio apostólico de los obispos individuales no se circunscribe a su propia diócesis, sino que está llamado a refluir de nuevo en toda la Iglesia, también a través de la colegialidad afectiva y efectiva y, especialmente, a través de la comunión con el centro unitatis Ecclesiae, que es el Romano Pontífice. Él, de hecho, como «sucesor de Pedro, es el principio y fundamento perpetuo y visible de unidad así de los Obispos como de la multitud de los fieles. Por su parte, los Obispos son, individualmente, el principio y fundamento visible de unidad en sus Iglesias particulares, formadas a imagen de la Iglesia universal, en las cuales y a base de las cuales se constituye la Iglesia católica» [89]. Esto implica que en cada Iglesia particular «verdaderamente está y obra la Iglesia de Cristo, que es Una, Santa, Católica y Apostólica» [90]. Por lo tanto, la referencia a la autoridad del Sucesor de Pedro –cum Petro et sub Petro– es constitutiva de cada Iglesia local [91].

De esa forma, se sientan las bases para correlacionar dones jerárquicos y carismáticos en la relación entre la Iglesia universal y las Iglesias particulares. De hecho, por un lado, los dones carismáticos se dan a toda la Iglesia; por el otro, la dinámica de estos dones sólo puede realizarse en el servicio en una diócesis concreta, que «es una porción del Pueblo de Dios que se confía a un Obispo para que la apaciente con la cooperación del presbiterio» [92]. En este sentido, puede ser útil recordar el caso de la vida consagrada; que de hecho, no es una realidad externa o independiente de la Iglesia local, sino que constituye una forma peculiar, marcada por la radicalidad del Evangelio, de estar presente en su interior, con sus dones específicos. La institución tradicional de la “exención”, ligado a no pocos institutos de vida consagrada [93] tiene como significado, no una supra-localización desencarnada o una autonomía mal entendida, sino más bien una interacción más profunda entre la dimensión particular y universal de la Iglesia [94]. Del mismo modo, las nuevas realidades carismáticas, cuando poseen carácter supra diocesano, no deben ser concebidas de manera totalmente autónoma respecto a la Iglesia particular; más bien la deben enriquecer y servir en virtud de sus características compartidas más allá de los límites de una diócesis individual.

Los dones carismáticos y los estados de vida del cristiano


22. Los dones carismáticos concedidos por el Espíritu Santo puede estar relacionado con todo el orden de la comunión eclesial, tanto en referencia a los Sacramentos que a la Palabra de Dios. Ellos, de acuerdo con sus diferentes características, permiten dar mucho fruto en el desempeño de las tareas que emanan del Bautismo, la Confirmación, el Matrimonio y el Orden, así como hacen posible una mayor comprensión espiritual de la divina Tradición; la cual, además del estudio y la predicación de aquellos a quienes se les ha conferido el charisma veritatis certum [95], puede ser profundizada «por la percepción íntima que experimentan de las cosas espirituales» [96]. En esta perspectiva, es útil hacer una lista de los argumentos fundamentales acerca de las relaciones entre dones carismáticos y los diferentes estados de vida, con especial referencia al sacerdocio común del Pueblo de Dios y al sacerdocio ministerial o jerárquico, que «aunque diferentes esencialmente y no sólo en grado, se ordenan, sin embargo, el uno al otro, pues ambos participan a su manera del único sacerdocio de Cristo» [97]. De hecho, se trata de «dos modos de participación en el único sacerdocio de Cristo, en el que hay dos dimensiones que se unen en el acto supremo del sacrificio de la cruz» [98].

a) En primer lugar, es necesario reconocer la bondad de los diferentes carismas que originan agregaciones eclesiales entre los fieles, llamados a fructificar la gracia sacramental, bajo la guía de los pastores legítimos. Ellos representan una auténtica oportunidad para vivir y desarrollar la propia vocación cristiana [99]. Estos dones carismáticos permiten a los fieles vivir en la vida diaria del sacerdocio común del Pueblo de Dios: como «discípulos de Cristo, perseverando en la oración y alabando juntos a Dios (cf. Hch 2, 42-47), ofrézcanse a sí mismos como hostia viva, santa y grata a Dios (cf. Rm 12, 1) y den testimonio por doquiera de Cristo, y a quienes lo pidan, den también razón de la esperanza de la vida eterna que hay en ellos (cf. 1 Pe 3, 15)» [100]. En esta línea se colocan también los grupos eclesiales que son particularmente importantes para la vida cristiana en el matrimonio, que pueden válidamente «instruir a los jóvenes y a los cónyuges mismos, principalmente a los recién casados, en la doctrina y en la acción y en formarlos para la vida familiar, social y apostólica» [101].

b) También el ministro ordenado podrá encontrar en la participación a una realidad carismática, tanto la referencia al significado de su bautismo, por medio del cual ha sido hecho hijo de Dios, como su vocación y misión específica. Un fiel ordenado podrá encontrar en una determinada agregación eclesial fuerza y ayuda para vivir plenamente cuanto se requiere de su ministerio específico, tanto en relación a todo el Pueblo de Dios, y en particular a la porción que se le confía, así como a la obediencia sincera que le debe a su propio Ordinario [102]. Lo mismo se aplica también en el caso de los candidatos al sacerdocio que provengan de una cierta agregación eclesial, como lo afirma la Exhortación post-sinodal Pastores dabo vobis [103]; esa relación debe expresarse en su docilidad eficaz a su propia formación específica, llevando la riqueza derivada del carisma de referencia. Por último, la ayuda pastoral que el sacerdote podrá ofrecer a la agregación eclesial, de acuerdo con las características del mismo movimiento, podrá tener lugar observando el régimen previsto en la comunión eclesial para el Orden sagrado, en referencia a la incardinación [104] y a la obediencia debida a su Ordinario [105].

c) La contribución de un don carismático al sacerdocio bautismal y el sacerdocio ministerial se expresa simbólicamente por la vida consagrada; que, como tal, se coloca en la dimensión carismática de la Iglesia [106]. Tal carisma, que realiza la «especial conformación con Cristo virgen, pobre y obediente» [107] como una forma estable de vida [108] a través de la profesión de los consejos evangélicos, es otorgado «para traer de la gracia bautismal fruto copioso» [109]. La espiritualidad de los Institutos de vida consagrada puede llegar a ser tanto para los fieles laicos como para el sacerdote un recurso importante para vivir su vocación. Por otra parte, no pocas veces, los miembros de la vida consagrada, con el consentimiento necesario de sus superiores [110], pueden encontrar en la relación con las nuevas agregaciones un importante sostén para vivir su vocación específica y ofrecer, a su vez, un «testimonio gozoso, fiel y carismático de la vida consagrada», permitiendo así un «recíproco enriquecimiento» [111].

d) Por último, es importante que el espíritu de los consejos evangélicos sea recomendado por el Magisterio también a cada ministro ordenado [112]. El celibato, requerido a los presbíteros en la venerable tradición latina [113], está también claramente en la línea del don carismático; en primer lugar no es funcional, sino que «es una expresión peculiar de la entrega que lo configura con Cristo» [114], por medio del cual se realiza la plena consagración de sí mismo en relación con la misión conferida por el sacramento del Orden [115].

Formas de reconocimiento eclesial

23. El presente documento tiene por objeto aclarar la posición teológica y eclesiológica de las nuevas agregaciones eclesiales a partir de la relación entre dones jerárquicos y carismáticos, para favorecer la individuación concreta de las modalidades más adecuadas para su reconocimiento eclesial. El actual Código de Derecho Canónico prevé diversas formas jurídicas de reconocimiento de las nuevas realidades eclesiales que hacen referencia a los dones carismáticos. Tales formas deben considerarse cuidadosamente [116], evitando situaciones que no tenga en adecuada consideración ya sea los principios fundamentales del derecho que la naturaleza y la peculiaridad de las distintas realidades carismáticas.

Desde el punto de vista de la relación entre los diversos dones jerárquicos y carismáticos es necesario respetar dos criterios fundamentales que deben ser considerados inseparablemente: a) el respeto por las características carismáticas de cada uno de los grupos eclesiales, evitando forzamientos jurídicos que mortifiquen la novedad de la cual la experiencia específica es portadora. De este modo se evitará que los diversos carismas puedan considerarse como recursos no diferenciados dentro de la Iglesia. b) El respeto del régimen eclesial fundamental, favoreciendo la promoción activa de los dones carismáticos en la vida de la Iglesia universal y particular, evitando que la realidad carismática se conciba paralelamente a la vida de la Iglesia y no en una referencia ordenada a los dones jerárquicos.

Conclusión

24. La efusión del Espíritu Santo sobre los primeros discípulos el día de Pentecostés los encontró concordes y asiduos a la oración, junto con María, la madre de Jesús (cf. Hch 1, 14). Ella era perfecta en la acogida y en el hacer fructificar las gracias singulares de las cuales fue enriquecida en manera sobreabundante por la Santísima Trinidad; en primer lugar, la gracia de ser la Madre de Dios. Todos los hijos de la Iglesia pueden admirar su plena docilidad a la acción del Espíritu Santo; docilidad en la fe sin fisuras y en la límpida humildad. María da testimonio plenamente de la obediente y fiel aceptación de cualquier don del Espíritu. Además, como enseña el Concilio Vaticano II, la Virgen María «con su amor materno cuida de los hermanos de su Hijo, que peregrinan y se debaten entre peligros y angustias y luchan contra el pecado hasta que sean llevados a la patria feliz» [117]. Debido a que «ella se dejó conducir por el Espíritu, en un itinerario de fe, hacia un destino de servicio y fecundidad», que «hoy fijamos en ella la mirada, para que nos ayude a anunciar a todos el mensaje de salvación, y para que los nuevos discípulos se conviertan en agentes evangelizadores» [118]. Por esta razón, María es conocida como la Madre de la Iglesia y recurrimos a Ella llenos de confianza en que, con su ayuda eficaz y con su poderosa intercesión, los carismas distribuidos abundantemente por el Espíritu Santo entre los fieles sean dócilmente acogidos por ellos y den frutos para la vida y misión de la Iglesia y para el bien del mundo.

El Sumo Pontífice Francisco, en la Audiencia concedida el día 14 de marzo de 2016 al Cardenal Prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe, aprobó esta Carta, decidida en la Sesión Ordinaria de esta Congregación, y ha ordenado su publicación.

Dado en Roma, en la sede de la Congregación para la Doctrina de la Fe, el 15 de mayo de 2016, Solemnidad de Pentecostés.

Gerhard Card. Müller
Prefecto


+Luis F. Ladaria, S.I.
Arzobispo titular de Thibica
Secretario


[1] Conc. Ecum. Vat. II, Const. dogm.
Lumen gentium, n. 4.

[2] Juan Crisóstomo, Homilía de Pentecostés, II, 1:PG50, 464.

[3] Francisco, Exhort. apost. 
Evangelii gaudium, (24 de noviembre de 2013), n. 49:AAS105 (2013), 1040.

[4] Cf. Ibíd., n.20-24:AAS105 (2013), 1028-1029.

[5] Cf. Ibíd., n. 14:AAS105 (2013), 1025.

[6] Ibíd., n. 25:AAS105 (2013), 1030.

[7] Conc. Ecum. Vat. II, Decr. Apostolicam actuositatem, n. 19.

[8] Francisco, Exhort. apost. 
Evangelii gaudium, 13:AAS 105 (2013), 1026; cf. Benedicto XVI, Homilía en la Santa Misa de inauguración de la V Conferencia General del Episcopado Latinoamericano y del Caribe en el Santuario “La Aparecida” (13 de mayo de 2007), AAS99 (2007), 43.

[9] Juan Pablo II, Discurso durante el encuentro con los movimientos eclesiales y las nuevas comunidades durante la vigilia de Pentecostés, (30 de mayo de 1998), n. 7.

[10] Ibíd., 6.

[11] Ibíd., 8.

[12] «Ciertamente hay diversidad de charísmata» (1 Co 12, 4); «todos tenemos charísmata diferentes» (Rm 12, 6); «cada uno recibe del Señor su chárisma particular: unos este, otros aquel» (1 Co 7, 7).

[13] En griego las dos palabras chárisma y cháris pertenecen a la misma raíz.

[14] Cf. Orígenes, De principiis, I, 3, 7; PG11, 153: «lo designado don del Espíritu es transmitido por obra del Hijo y producido por obra del Padre».

[15] Basilio de Cesarea, Regulae fusius tractae, 7, 2: PG 31, 933-934.

[16] «El que habla un lenguaje incomprensible se edifica a sí mismo, pero el que profetiza edifica a la comunidad» (1 Co 14, 4). El apóstol no desprecia el don de la glosolalia, carisma de oración útil para la relación con Dios, y lo reconoce como un auténtico carisma, aunque si no tiene una utilidad común: «Yo doy gracias a Dios porque tengo el don de lenguas más que todos vosotros. Sin embargo, cuando estoy en la asamblea prefiero decir cinco palabras inteligibles, para instruir a los demás, que diez mil en un lenguaje incomprensible» (1 Co 14, 18-19).

[17] 1 Co 12, 28: «En la Iglesia, hay algunos que han sido establecidos por Dios, en primer lugar, como apóstoles; en segundo lugar, como profetas; en tercer lugar, como doctores. Después vienen los que han recibido el don de hacer milagros, el don de curar, el don de socorrer a los necesitados, el don de gobernar y el don de lenguas».

[18] En reuniones de la comunidad, la superabundancia de las manifestaciones carismáticas puede crear inconvenientes, produciendo un ambiente de rivalidad, desorden y confusión. Los cristianos menos dotados son propensos a tener un complejo de inferioridad: cf. 1 Co 12, 15-16; mientras que los grandes carismáticos podrían estar tentados de asumir actitudes de soberbia y menosprecio. Cf. 1 Co 12, 21.

[19] Si en la asamblea no se encuentra a nadie capaz de dar una interpretación a las palabras misteriosas de uno que habla en lenguas, Pablo ordena a estos que se callen. Si hay un intérprete, el Apóstol permite que dos, o al máximo tres, hablen en lenguas (1 Co 14, 27-28).

[20] Pablo no acepta la idea de una inspiración profética incontenible; en cambio dice que «los que tienen el don de profecía deben ser capaces de controlar su inspiración, porque Dios quiere la paz y no el desorden» (1 Co 14, 32-33). Afirma que «si alguien se tiene por profeta o se cree inspirado por el Espíritu, reconozca en esto que les escribo un mandato del Señor, y si alguien no lo reconoce como tal, es porque Dios no lo ha reconocido a él» (1 Co 14, 37-38). Sin embargo, concluye positivamente, llamando a aspirar a la profecía, y no para evitar el hablar en lenguas: cf. 1 Co 14, 39.

[21] Cf. Pío XII, Carta enc. 
Mystici Corporis (29 de junio de 1943):AAS35 (1943), 206-230.

[22] Cf. Conc. Ecum. Vat. II, Const. dogm. 
Lumen gentium, n. 4, 7, 11, 12, 25, 30, 50; Const. dogm. Dei Verbum, n. 8; Decr. Apostolicam actuositatem,n. 3, 4, 30; Decr. Presbyterorum ordinis, n. 4, 9.

[23] Id., Const. dogm. 
Lumen gentium, n. 4.

[24] Ibíd., n. 12.

[25] Cf. Conc. Ecum. Vat. II, Decr. Apostolicam actuositatem, n. 3: «Para ejercer este apostolado, el Espíritu Santo, que produce la santificación del Pueblo de Dios por el ministerio y por los Sacramentos, concede también dones peculiares a los fieles (Cf. 1 Co 12,7) “distribuyéndolos a cada uno según quiere” (1 Co 12,11), para que “cada uno, según la gracia recibida, poniéndola al servicio de los otros”, sean también ellos “administradores de la multiforme gracia de Dios” (1 Pe 4,10), para edificación de todo el cuerpo en la caridad (Cf. Ef 4,16)».

[26] Ibíd.

[27] Cf. Conc. Ecum. Vat. II, Const. dogm. 
Lumen gentium, n. 12: «El juicio de su autenticidad y de su ejercicio razonable pertenece a quienes tienen la autoridad en la Iglesia, a los cuales compete ante todo no sofocar el Espíritu, sino probarlo todo y retener lo que es bueno (cf. 1 Ts 5,12.19-21)». Aunque si se refiere de inmediato al discernimiento de dones extraordinarios, por analogía, como se indica en el mismo se aplica a todo carisma en general.

[28] Cf. v. gr. Pablo VI, Exhort. apost. Evangelii nuntiandi (8 de diciembre de 1975), n. 58: AAS 68 (1976), 46-49; Congregación para los Religiosos y los Institutos Seculares – Congregación para los obispos, Notas directivas Mutuae relationes (14 de mayo de 1978): AAS 70 (1978), 473-506; Juan Pablo II, Exhort. apost. Christifideles laici (30 de diciembre de 1988): AAS 81 (1989), 393-521; Exhort. apost. Vita consecrata (25 de marzo de 1996):AAS 88 (1996), 377-486.

[29] Emblemática es la afirmación del documento interdicasterial Mutuae relationes (4 de mayo de 1978), en el que se recuerda que «sería un grave error independizar — mucho más grave aún el oponerlas — la vida religiosa y las estructuras eclesiales, como si se tratase de realidades distintas, una carismática, otra institucional, que pudieran subsistir separadas; siendo así que ambos elementos, es decir los dones espirituales y las estructuras eclesiales, forman una sola, aunque compleja realidad» (n. 34).

[30] Juan Pablo II, Mensaje a los participantes en el congreso mundial de los movimientos eclesiales (27 de mayo de 1998), n. 5; cf. también A los movimientos eclesiales con motivo del II Coloquio internacional (2 de marzo de 1987).

[31] Benedicto XVI, Discurso a la Fraternidad de Comunión y Liberación en el XXV aniversario de su reconocimiento pontificio, (24 de marzo de 2007).

[32] «Caminar juntos en la Iglesia, guiados por los Pastores, que tienen un especial carisma y ministerio, es signo de la acción del Espíritu Santo; la eclesialidad es una característica fundamental para los cristianos, para cada comunidad, para todo movimiento»: Francisco, Homilía en la Vigilia de Pentecostés con los movimientos eclesiales (19 de mayo de 2013).

[33] Id., Audiencia General (1 de octubre de 2014).

[34] Cf. Jn 7, 39; 14, 26; 15, 26; 20, 22.

[35] Cf. Congregación para la Doctrina de la Fe, Decl. Dominus Iesus (6 de agosto de 2000), n. 9-12:AAS92 (2000), 752-754.

[36] Ireneo de Lyon, Adversus haereses, IV, 7, 4: PG7, 992-993; V, 1, 3: PG7, 1123; V, 6, 1:PG7, 1137; V, 28, 4:PG7, 1200.

[37] Cf. Congregación para la Doctrina de la Fe, Decl. Dominus Iesus, n. 12:AAS92 (2000), 752-754.

[38] Juan Pablo II, Carta enc. Dominum et vivificantem (18 de mayo de 1986), n. 50:AAS78 (1986), 869-870; Catecismo de la Iglesia Católica, n. 727-730.

[39] Benedicto XVI, Exhort. apost. Sacramentum caritatis, (22 de febrero de 2007), n. 12: AAS99 (2007), 114.

[40] Cf. Catecismo de la Iglesia Católica, n. 1104-1107.

[41] Juan Pablo II, Discurso durante el encuentro con los movimientos eclesiales, (30 de mayo de 1998), n. 7.

[42] Efrén el Sirio, Inni sulla fede, X, 12.

[43] Cipriano de Cartago, De oratione dominica, 23:PL4, 553; cf. Conc. Ecum. Vat. II, Const. dogm. 
Lumen gentium, 4

[44] Concilio Vaticano II, Decr. Unitatis redintegratio, 2.

[45] Congregación para la doctrina de la fe, Decl. Dominus Iesus, n. 16:AAS92 (2000), 757: “la plenitud del misterio salvífico de Cristo pertenece también a la Iglesia, inseparablemente unida a su Señor”.

[46] Pablo VI, Alocución del miércoles (8 de junio de 1966).

[47] Conc. Ecum. Vat. II, Const. dogm. 
Lumen gentium, n. 1.

[48] II Asamblea General Extraordinaria del Sínodo de los Obispos, Ecclesia sub Verbo mysteria Christi celebrans pro salute mundi. Relatio finalis (7 de diciembre de 1985), II, C, 1; cf. Congregación para la doctrina de la fe, Carta Communionis notio (28 de mayo de 1992), n. 4-5:AAS85 (1993), 839-841.

[49] Cf. Benedicto XVI, Exhort. apost. Verbum Domini (30 de septiembre de 2010), n. 54:AAS102 (2010), 733-734; Francisco, Exhort. apost. 
Evangelii gaudium, n. 174:AAS105 (2013), 1092-1093.

[50] Cf. Basilio de cesarea, De Spiritu Sancto, 26: PG 32, 181.

[51] J. H. Newman, Sermones sobre temas del día, Londres, 1869, 132.

[52] Cf. cuanto se ha afirmado paradigmáticamente para la vida consagrada en Juan Pablo II, Audiencia general (28 de septiembre 1994), n. 5.

[53] Conc. Ecum. Vat. II, Const. dogm. 
Lumen gentium, 7.

[54] Ibíd., 21.

[55] Ibíd.

[56] Ibíd.

[57] Basilio de Cesarea, De Spiritu Sancto,16, 38: PG 32, 137.

[58] Conc. Ecum. Vat. II, Const. dogm. 
Lumen gentium, n. 28.

[59] Id., Decr. Presbyterorum ordinis, n. 2.

[60] Id.,Const. dogm. 
Lumen gentium, n. 29.

[61] Ibíd.,n. 12.

[62] Cf. Conc. Ecum. Vat. II, Const. past. Gaudium et spes, n. 4, 11.

[63] Juan Pablo II, Exhort. apost. Christifideles laici, n. 24:AAS81 (1989), 434.

[64] Cf. Ibid., n. 29:AAS 81 (1989), 443-446.

[65] Cf. Conc. Ecum. Vat. II, Const. dogm.
Lumen gentium, 12.

[66] Juan Pablo II, Audiencia general (9 de marzo de 1994), n. 6.

[67] Cf. Catecismo de la Iglesia Católica, n. 799s; Congregación para los Religiosos e Institutos Seculares – Congregación para los Obispos, Notas directivas Mutuae relationes, 51:AAS 70 (1978), 499-500; Juan Pablo II, Exhort. apost. Vita consecrata, n. 48:AAS 88 (1996), 421-422; Id., Audiencia general (24 de junio de 1992), n. 6.

[68] Cf. Conc. Ecum. Vat. II, Const. dogm. 
Lumen gentium, 39-42; Juan Pablo II, Exhort. apost. Christifideles laici, n.30: AAS 81 (1989), 446.

[69] Francisco, Exhort. apost. 
Evangelii gaudium, n. 130: AAS 105 (2013), 1074.

[70] Juan PabloII, Exhort. apost. Christifideles laici, n. 30:AAS 81 (1989), 447; cf. Pablo VI, Exhort. apost. Evangelii nuntiandi, n. 58:AAS 68 (1976), 49.

[71] Juan Pablo II, Exhort. apost. Christifideles laici, n. 30:AAS 81 (1989), 446-447.

[72] Francisco, Homilía en la Vigilia de Pentecostés con los movimientos eclesiales (19 de mayo de 2013).

[73] Juan PabloII, Exhort. apost. Christifideles laici, n.30: AAS 81 (1989), 447; cf. Pablo VI, Exhort. apost. Evangelii nuntiandi, n. 58: AAS 68 (1976), 48.

[74] Juan Pablo II, Exhort. apost. Christifideles laici, n.30:AAS 81 (1989), 447.

[75] Ibíd., AAS 81 (1989), 448.

[76] Cf. Ibíd., AAS 81 (1989), 447.

[77] Francisco, Exhort. apost. 
Evangelii gaudium, n. 130:AAS 105 (2013), 1074-1075.

[78] Congregación para los Religiosos e Institutos Seculares – Congregación para los Obispos, Notas directivas, Mutuae relationes, n. 12:AAS70 (1978), 480-481; cf. Juan Pablo II, Discurso en ocasión del encuentro con los movimientos eclesiales y las nuevas comunidades (30 de mayo de 1998), n. 6.

[79] Pablo VI, Exhort. apost. Evangelii nuntiandi, n. 58: AAS 68 (1976), 48.

[80] Ibíd.; cf. Francisco, Exhort. apost. 
Evangelii gaudium, n. 174-175: AAS 105 (2013), 1092-1093.

[81] Juan Pablo II, Exhort. apost. Christifideles laici, n. 30:AAS81 (1989), 448.

[82] Francisco, Exhort. apost. 
Evangelii gaudium, n. 177:AAS105 (2013), 1094.

[83] Juan Pablo II, Exhort. apost. Christifideles laici,n. 30:AAS81 (1989), 448.

[84] Ibíd.

[85] Cf. Francisco, Exhort. apost. 
Evangelii gaudium, n. 184, 221:AAS105 (2013), 1097, 1110-1111.

[86] Ibíd., n. 186:AAS105 (2013), 1098.

[87] Cf. Congregación para la Doctrina de la Fe, Carta Communionis notio, n. 7: AAS 85 (1993), 842.

[88] Ibíd., n. 9: AAS 85 (1993), 843.

[89] Conc. Ecum. Vat. II, Const. dogm. 
Lumen gentium, n. 23.

[90] Id., Decr. Christus Dominus, n. 11.

[91] Cf. Ibíd., Decr. Christus Dominus, n. 2; Congregación para la Doctrina de la Fe, Carta Communionis notio, 13-14. 16: AAS 85 (1993), 846-848.

[92] Ibíd., Decr. Christus Dominus, n. 11.

[93] Cf. Ibíd., Decr. Christus Dominus, n. 35; Código de Derecho Canónico, can. 591; Código de Cánones de las Iglesias Orientales, can. 412, § 2; Congregación para los Religiosos e Institutos Seculares – Congregación para los Obispos, Notas directivas Mutuae relationes, n. 22:AAS 70 (1978), 487.

[94] Cf. Congregación para la Doctrina de la Fe, Carta Communionis notio, n. 15: AAS 85 (1993), 847.

[95] Cf. Conc. Ecum. Vat. II, Const. dogm. Dei Verbum, n. 8; Catecismo de la Iglesia Católica, n. 888-892.

[96] Conc. Ecum. Vat. II, Const. dogm. Dei Verbum, n. 8.

[97] Id., Const. dogm. 
Lumen gentium, n. 10.

[98] Juan Pablo II, Exhort. apost. Pastores gregis, (16 de octubre de 2003), n. 10: AAS 96 (2004), 838.

[99] Cf. Id., Exhort. apost. Christifideles laici, n. 29:AAS 81 (1989), 443-446.

[100] Conc. Ecum. Vat. II, Const. dogm. 
Lumen gentium, n. 10.

[101] Id., Const. past. Gaudium et spes, n. 52; cf. Juan Pablo II, Exhort. apost. Familiaris consortio (22 de noviembre de 1981), n. 72: AAS 74 (1982), 169-170.

[102] Cf. Juan Pablo II, Exhort. apost. Pastores dabo vobis (25 de marzo de 1992), n. 68: AAS 84 (1992), 777.

[103] Cf. Ibíd., Exhort. apost. Pastores dabo vobis, n. 31, 68:AAS 84 (1992), 708-709, 775-777.

[104] Cf. Código de Derecho Canónico, can. 265; Código de los Cánones de las Iglesias Orientales, can. 357, § 1.

[105] Cf. Código de Derecho Canónico, can. 273; Código de los Cánones de las Iglesias Orientales, can. 370.

[106] Cf. Congregación para los Religiosos e Institutos Seculares – Congregación para los Obispos, Notas directivas Mutuae relationes, n. 19, 34: AAS 70 (1978), 485-486, 493.

[107] Juan Pablo II, Exhort. apost. Vita consecrata, n. 31: AAS 88 (1996), 404-405.

[108] Cf. Conc. Ecum. Vat. II, Const. dogm.
Lumen gentium, 43.

[109] Ibíd., n. 44; cf. Decr. Perfectae caritatis, 5; Juan Pablo II, Exhort. apost. Vita consecrata, n. 14, 30: AAS 88 (1996), 387-388, 403-404.

[110] Cf. Código de Derecho Canónico, can. 273, § 3; Código de los Cánones de las Iglesias Orientales, can. 578, § 3.

[111] Congregación para los Institutos de Vida Consagrada y las Sociedades de Vida Apostólica, Instr. Caminar desde Cristo, (19 de mayo de 2002), n. 30.

[112] Cf. Juan Pablo II, Exhort. apost. Pastores dabo vobis, n. 27-30: AAS 84 (1992), 700-707.

[113] Cf. Pablo VI, Enc. Sacerdotalis caelibatus (24 de junio de 1967): AAS 59 (1967), 657-697.

[114] Benedicto XVI, Exhort. apost. Sacramentum caritatis, n. 24: AAS 99 (2007), 124.

[115] Cf. Juan Pablo II, Exhort. apost. Pastores dabo vobis, n. 29: AAS 84 (1992), 703-705; Conc. Ecum. Vat. II, Decr. Presbyterorum ordinis, 16.

[116] La forma jurídica más simple para el reconocimiento de las realidades eclesiales de naturaleza carismática es la de la Asociación de fieles (cf. Código de Derecho Canónico, can. 321 – 326; Código de los Cánones de las Iglesias Orientales, can. 573, § 2-583). Sin embargo, es bueno considerar atentamente también las otras formas jurídicas con sus propias características específicas, como por ejemplo las Asociaciones públicas de fieles (cf. Código de Derecho Canónico, can. 312 – 320; Código de los Cánones de las Iglesias Orientales, can. 573, § 2-583), las Asociaciones de fieles “clericales” (cf. Código de Derecho Canónico, can. 302), los Institutos de vida consagrada (cf. Código de Derecho Canónico, can. 573-730; Código de los Cánones de las Iglesias Orientales, can. 410-571), las Sociedades de Vida apostólica (cf. Código de Derecho Canónico, can. 531-746; Código de los Cánones de las Iglesias Orientales, can. 572) y las Prelaturas personales (cf. Código de Derecho Canónico, can. 294 – 297).

[117] Conc. Ecum. Vat. II, Const. dogm. 
Lumen gentium, n. 62.

[118] Francisco, Exhort. apost. 
Evangelii gaudium, n. 287: AAS 105 (2013), 1136.