miércoles, 11 de septiembre de 2024

¿SER O NO SER PAPA?

¿Puede un Papa contradecir la Doctrina que Nuestro Señor le ha ordenado defender, custodiar y transmitir, llegando a predicar la herejía?

Por Monseñor Carlo Maria Viganò


En respuesta al artículo de Boni Castellane “El Papa habla del pecado a quien no sabe qué es” (en italiano aquí)

En su artículo publicado en La Verità el 1 de septiembre, Boni Castellane, hablando de Jorge Mario Bergoglio, se refería a su “duplicidad como praxis” y a la “preeminencia de la pastoral sobre la teología”, partiendo de un reciente discurso de Bergoglio en el que definía como “pecado grave” la no acogida de las hordas de inmigrantes ilegales islámicos que están invadiendo y “mestizando” los países europeos por orden de la élite globalista.

Es difícil oír a Bergoglio hablar de pecado, al menos en el sentido teológico del término, que presupone la violación de la Ley de Dios y la pérdida del estado de Gracia que es lo único que permite al alma la salvación eterna. Y Boni Castellane subraya con razón cómo el infame “quién soy yo para juzgar” suena en contradicción con tales posturas ideológicamente orientadas.

En realidad, la operación, iniciada con el concilio Vaticano II y llevada ahora hasta sus extremas pero coherentes consecuencias, sigue servilmente otros experimentos de ingeniería social ya aplicados con éxito en el ámbito civil. La iglesia profunda utiliza a la Iglesia como un “contenedor” que, tras haber sido vaciado de su esencia en las últimas décadas, hoy Bergoglio llena con las exigencias de la ideología globalista -revolucionaria y, por lo tanto, anticristiana- y a la que adapta a la fuerza incluso el lenguaje de la teología católica, distorsionándolo.

La autoridad del Romano Pontífice es vicaria de la autoridad de Cristo y obtiene su legitimidad de su conformidad con esta realidad ontológica. Por el contrario, la autoridad de Bergoglio se proclama abiertamente independiente y autorreferencial: cree que puede usar y abusar de su propio poder y de la autoridad (y autoritatividad) de la Iglesia Católica simplemente porque sabe que el clero y el pueblo cristiano se han acostumbrado, en los últimos sesenta años, a aceptar cualquier cambio que les imponga la Autoridad. En nombre de una “democratización” de la iglesia conciliar -ahora rebautizada como “sinodalidad”- se ha roto el vínculo entre la autoridad de Cristo y la de su vicario en la tierra, creando así las condiciones para el ejercicio tiránico del poder. Bergoglio quiere ser reconocido como el “papa legítimo” porque sólo desde esa posición puede exigir obediencia a los católicos y completar la transformación del catolicismo romano en la Religión Masónica de la Humanidad.

El uso del término “pecado grave” en un contexto sociopolítico constituye una de las principales aplicaciones del neolenguaje orwelliano aplicado a la religión. El concilio fue el primero en utilizar un lenguaje deliberadamente ambiguo y equívoco, sustituyendo la claridad y univocidad de la exposición aristotélico-tomista y sirviendo de soporte a los errores y desviaciones doctrinales de los que Bergoglio es un celoso defensor. Por eso me parece absurdo que haya católicos conservadores que no entiendan cómo reconocer a Bergoglio como “papa”, al tiempo que lo critican y acusan de herejía, sirve principalmente a sus intereses. Si es Papa, no puede ser juzgado por nadie; pero si ha utilizado la malicia para ser “papa” y destruir la Iglesia, no es Papa y nunca podrá ser reconocido como tal.

Castellane cree que calificar de “pecado grave” la regulación legítima de los flujos migratorios sirve para “llamar al orden” a los católicos de “derechas”, pero la cuestión es mucho más grave.

En primer lugar porque el ejercicio de la autoridad no puede estar marcado por la “duplicidad”, ya que es precisamente la duplicidad del gobierno la que es indicativa de su corrupción. Los casos de complacencia absoluta hacia los crímenes de prelados “amigos” son indicativos de parcialidad y complicidad, sobre todo si se comparan con la severidad hacia los obispos que denuncian el golpe dentro de la Iglesia.

En segundo lugar, porque el fenómeno migratorio es cualquier cosa menos “espontáneo y accidental”, y responde a un plan muy preciso de disolución del Occidente cristiano mediante la invasión de islamistas violentos, a los que las instituciones cómplices conceden impunidad, protección y subvenciones. 

El plan de sustitución étnica teorizado por Kalergi y abrazado por los dirigentes globalistas quiere utilizar el malestar social, la delincuencia, la violencia y la degradación para provocar la reacción de la población invadida -como está ocurriendo en el Reino Unido, Irlanda y Francia, por ejemplo- y tener así un pretexto para imponer nuevas formas más radicales de control social. Inevitablemente, estas restricciones deberían conducir después a una mayor reducción de la visibilidad de los católicos, en nombre de la “inclusividad” y de los delirantes preceptos de la ideología woke.

Ante la evidencia de este proyecto criminal, la colaboración de la “jerarquía católica” constituye una actitud suicida de una gravedad sin precedentes, porque se hace cómplice de una acción deliberadamente hostil de enormes proporciones. Este servilismo de la Iglesia al mundo es deliberado y premeditado: incluye el apoyo al fraude climático y al culto idolátrico a la “madre tierra”, después de haberse explicitado con el criminal fraude psicopandémico y la 'vacunación' masiva con sueros probadamente nocivos, incluso mortales y casi siempre esterilizantes. Es evidente, pues, que el papel de Bergoglio en la implantación del infierno globalista es decisivo y nos muestra cómo el jesuita argentino -al igual que los líderes de los principales países occidentales como Biden, Macron, Trudeau, Starmer y otros- fue colocado en el Trono de Pedro como emisario del Foro Económico Mundial.

Semejante traición en el gobierno de la Iglesia Católica confirma un vicio de intención en la asunción del Papado tal, que invalida la legitimidad misma de quien usurpa su poder y abusa de él para destruir la institución que preside. Este es el quid de la cuestión: ¿Puede un Papa contradecir la Doctrina que Nuestro Señor le ha ordenado defender, custodiar y transmitir, llegando a predicar la herejía? ¿Puede un Papa considerarse tan desvinculado de Cristo Rey y Pontífice, como para utilizar el Papado en contra de la voluntad de Cristo, convirtiendo a Su Iglesia en una organización anticristiana y sierva de la élite globalista? ¿De qué “Iglesia” es “Papa” Bergoglio?

+ Carlo Maria Viganò, Arzobispo



UN POCO DE ODIO PODRÍA SALVARNOS

Siempre nos preguntamos: “¿Qué salió mal en la Iglesia?” Hay una respuesta que rara vez se considera: abandonamos el odio al mundo.

Por Philip Primeau


¿Odio al mundo? Es probable que hayamos oído la frase alguna vez.

Supongamos que ese odio al mundo es la sustancia misma de la vida cristiana, tal como lo declararon los hombres apostólicos y evangélicos en cuyo testimonio pretende descansar nuestra fe. Si es así, sólo podremos esperar una renovación eclesial (y personal) en la medida en que recuperemos este hábito perdido del alma.

Aquí, por supuesto, el término “mundo” no indica la creación per se -que refleja naturalmente la bondad de Dios- sino, más bien, la creación afligida por la violencia y la decadencia y acosada por la maldad y la ignorancia debidas a la caída de los seres racionales y a las consecuencias de esa tragedia primigenia. En este sentido, el “mundo” es la realidad dominada por inteligencias malignas y envenenada por anhelos errantes, repleta de diversiones vacías y vanas seducciones: “Los deseos de la carne y los deseos de los ojos y la vanagloria de la vida” (1 Jn 2,16).

Pues la Escritura enseña claramente que el mundo languidece bajo una especie de maldición o pena, al haber sido “sometido a la inutilidad” y sumido en la “esclavitud de la corrupción” (Romanos 8:20-21), y que el hombre en particular ha incurrido en la indignación divina (Romanos 1:18, Juan 3:36). A causa de la apostasía retratada en Génesis 3, vivimos entre las ruinas de la obra divina descrita en Génesis 1-2. Esta escena de destrucción -llena de múltiples males físicos y morales- es precisamente la “forma actual del mundo” que ya está “pasando” (1 Corintios 7:31) y será consumida por la gloria de la revelación de Cristo.

Alguien, irritado por ese discurso sombrío, señalará todo lo que es espléndido y noble dentro de nosotros y a nuestro alrededor, gesticulando ampliamente ante las innumerables bendiciones que Dios nos proporciona a diario. Es cierto que el pecado no puede estropear del todo lo que Dios ha hecho. Además, siendo no sólo justo sino misericordioso, el Señor sigue prodigando bendiciones a sus criaturas, incluso a los descarriados (Mateo 5:45, Romanos 5:8).

Sin embargo, no podemos fiarnos de nuestra estimación de las cosas, ya que somos propensos a la autoalabanza y a la autojustificación, y nos fastidia la mera sugerencia de un castigo, por muy merecido que sea. Más bien, debemos medir todas las cosas según la revelación divina. Sólo a la luz de la Palabra percibimos con claridad nuestra situación, es más, la situación del universo, pues “los cielos y la tierra que ahora existen están guardados para el fuego, a la espera del día del juicio y de la destrucción de los impíos” (2 Pe 3,7).

Tan sombría es la situación que San Pablo habla del “presente siglo malo” (Gálatas 1:4), objeto de la ira divina (1 Tesalonicenses 1:10). E incluso después del triunfo de Cristo sobre los malévolos principados y potestades (Colosenses 2:15), el apóstol identifica amargamente a Satanás como el “dios” del mundo (2 Corintios 4:4). ¡Qué solemne y exacto es el veredicto de San Juan Crisóstomo: “Una noche profunda oprime al mundo entero”! (Homilía IV sobre 1 Corintios 11).

Por eso, conviene que cultivemos el desprecio por la tierra baldía en la que vagamos, “extranjeros y desterrados sobre la tierra” (Hebreos 11, 13). De hecho, la Palabra de Dios nos obliga: “No améis al mundo ni nada de lo que hay en el mundo” (1 Juan 2:15). El que descuida esta advertencia se encuentra invariablemente en desacuerdo con su Creador: “¿No sabéis que la amistad con el mundo es enemistad con Dios?” (St 4,4). Y tenemos también la grave advertencia del Señor: “Si alguno viene a mí y no aborrece a su padre, a su madre, a su mujer, a sus hijos, a sus hermanos y hermanas, y aun también su propia vida, no puede ser discípulo mío” (Lc 14, 26).

Ni que decir tiene que esta disposición puede llevarse a extremos extraños que paralicen el alma en lugar de liberarla, de modo que se dispare hacia abajo en lugar de hacia arriba. Prudencia aquí, como en todas partes. Bien entendido, el odio al mundo -odio a sus compromisos y conveniencias, a su pompa y placeres, a sus trampas y tiranías- nos libera para amar a Dios y a todas las cosas por amor de Dios. Sin mancha ni carga, el alma se eleva, se aclara. “Brillad como luminares en el mundo” (Filipenses 2:15).

A pesar de las exageraciones, la proposición básica es inatacable: el mundo está bajo un manto de oscuridad, y nosotros no pertenecemos a la sombra mundana, sino a la luz excelsa, hacia la que debemos tender sin mirar atrás, no sea que suframos como la mujer de Lot (Lucas 17:32). “Nuestra ciudadanía está en los cielos” (Filipenses 3:20). El mundo, irónicamente, conoce esta verdad, y nos odia en consecuencia (Juan 15:19). Sólo tenemos que -para hablar con valentía- cambiar odio por odio. No, añadimos, el odio sensual y vulgar de esta época, sino, en cambio, el “odio perfecto” del bendito David (Salmos 139:22).

Tantas maldades, negligencias e indiscreciones han conspirado para provocar esta triste condición de la Iglesia. Pero tal vez estén unidas por la elección -tomada con cierta deliberación- de renunciar a la “otredad” (condición de ser otro) y reconciliarnos con esta época. No sólo hemos mirado por encima del hombro, sino que hemos regresado a la ciudad de la que fuimos rescatados y liberados. Y allí nos sentamos, maravillados, a contemplar las llamas que todo lo consumen.

Es posible que un poco de odio, bien entendido y practicado, pueda salvarnos todavía...


Crisis Magazine


INDIGNACIÓN POR EL CAMBIO DE “ANTES DE CRISTO” POR “ANTES DE LA ERA COMÚN” EN TEXTO VATICANO

Los católicos han acusado al Vaticano de traicionar a Jesús al sustituir el término “Antes de Cristo” por “Antes de la Era Común” en la documentación oficial.


El término tradicional AC (BC por las siglas en inglés Before Christ) fue reemplazado por AEC (BCE por sus siglas en inglés Before Common Era) en la traducción al inglés de una carta de julio del falso papa sobre el papel de la literatura en la formación cristiana.

Según informó el Catholic Herald, Ann Widdecombe, una conversa a la fe católica y ex ministra del Partido Conservador, estaba entre los católicos de todo el mundo que se sintieron enojados por la medida.

“Si el Vaticano elimina el nombre de Cristo de la documentación oficial es una traición total”, dijo la señorita Widdecombe.

El uso del término secular BCE (Antes de la Era Común) aparece en el párrafo 12 de la carta, que se refiere al discurso de San Pablo ante el Areópago que se describe en los Hechos de los Apóstoles.

El párrafo dice: “Este verso contiene dos citas: una indirecta, del poeta Epiménides (siglo VI BCE), y otra directa, de los Fenómenos del poeta Arato de Soli (siglo III BCE), quien escribió sobre las constelaciones y los signos del buen y mal tiempo”.

El documento representa un cambio importante respecto de la perspectiva de la Iglesia sobre la historia, que se enmarca a partir de la llegada del Mesías.

La Iglesia siempre ha numerado los años ya sea “AC”, que significa “Antes de Cristo”, o “DC” – Anno Domini , o en el año de Nuestro Señor, para representar la era de la Iglesia.

El término AEC (Antes de la Era Común) fue utilizado desde el siglo XIX por eruditos judíos que no reconocían a Jesús como el Mesías y actualmente es utilizado en la folletería de la secta “Testigos de Jehová”.


Además, se ha introducido en el uso popular con el aumento del secularismo de las sociedades occidentales y el rechazo de cualquier concepto de Dios, y a menudo es controvertido.

BCE (Antes de la Era Común) aparece únicamente en la traducción al inglés de la carta de Jorge Bergoglio. BC (Antes de Cristo) aún sigue siendo la abreviatura para las traducciones al italiano, francés, alemán, español, portugués, polaco y árabe.

11 DE SEPTIEMBRE: SAN PAFNUCIO, OBISPO Y CONFESOR


11 de Septiembre: San Pafnucio, obispo y confesor

(✞ hacia el año 356)

El ilustre confesor de Cristo y venerable Obispo de la Tebaida superior, San Pafnucio, fue natural de Egipto e hijo de padres cristianos y muy virtuosos.

Oyendo desde niño la admirable vida que llevaban los santos anacoretas en los desiertos de la Tebaida, se sintió tocado por el Señor para imitar sus ejemplos; y llegado a la mocedad, dio libelo de repudio a todas las cosas del mundo, para servir solo a Dios en la soledad, debajo de la disciplina y magisterio del gran San Antonio Abad.

Teniendo delante de los ojos aquel perfectísimo ejemplar de todas las virtudes, hizo tan grandes progresos en el camino de la perfección, que extendiéndose la fama de su gran santidad y de sus divinas letras, le obligaron a recibir las Ordenes Sagradas, y poco después de haber sido ordenado como sacerdote, fue elegido por común consentimiento para la Silla Episcopal de la Tebaida.

Gobernaba santísimamente su Iglesia como verdadero Pastor del rebaño de Jesucristo, cuando los tiranos Galerio Maximiano, Marco Aurelio Maximiano y Galerio Valerio Maximino (nacido como Daia) comenzaron las más grandes y sangrientas persecuciones que afligieron aquella santa cristiandad. Entonces fue preso y cargado de cadenas. 

El venerable Obispo Pafnucio fue el primero de los santos confesores a quien cortaron los nervios de la parte trasera de su rodilla izquierda, y le sacaron el ojo derecho y lo condenaron después a trabajar en las minas.

Pero habiendo sucedido a la persecución de los tiranos, la paz que dio a la Iglesia el emperador Constantino, el santo volvió a su Silla de nuevo con celo y con gran júbilo de todos los fieles de su diócesis; los cuales le recibieron como a su amado Obispo y como a valeroso confesor de la fe.

Por este título le hicieron también mucha honra los Padres del Concilio de Nicea, en el cual se halló y señaladamente, el emperador Constantino el Grande, que se holgaba conversando con él largas horas, jamás se despedía del siervo de Dios sin besarle con reverencia el hueco del cual le habían arrancado el ojo.

Gozó el santo del tan gran autoridad en aquel Concilio, que viendo desasosegados los ánimos en cierta controversia de nuevas doctrinas en las cosas de la fe, se levantó y dijo en voz alta:

- Nada se mude. Estad firmes en las Sagradas Tradiciones.

Y todos se aquietaron y le obedecieron. Fue San Pafnucio familiar amigo de San Atanasio y estuvo con él en el Concilio de Tiro, donde al ver seducido por los arrianos al Obispo Máximo, llegó hasta él y tomándolo de la mano, lo sacó de entre ellos diciéndole;

- No puede sufrir entre herejes un Obispo que ha padecido por la fe.

Y oídas las razones de Pafnucio, el obispo Máximo volvió a confesar la Fe Católica.

Finalmente, después de haber gobernado muchos años santamente su Iglesia entregó su espíritu en manos del Creador.

Reflexión:

Por ventura te parecerá cosa extraña que un Obispo como Máximo que había sido confesor de la fe y había padecido por ella como nuestro San Pafnucio, cayese en los errores de los herejes arrianos; pero has de recordar que la Fe es siempre libre en sus actos, y que es sobremanera pestilencial la herejía y maligno su veneno. Para librarnos pues del contagio de toda herejía e impiedad, es menester creer con fortaleza las verdades que nos enseña la Santa Iglesia depositaria legítima de la doctrina de Dios, y estimarlas sobre toda doctrina humana y preferirlas a nuestras propias ideas y discursos; porque es insensata soberbia querer poner la verdad de Dios en tela de juicio y gran presunción el pretender tragar a la ponzoña de los herejes e impíos sin envenenarse.

Oración:

Concédenos, oh Dios Todopoderoso, que la venerable solemnidad del bienaventurado Pafnucio, tu confesor y pontífice, acreciente en nosotros la gracia de la devoción y de la sabiduría eterna. Por Jesucristo, Nuestro Señor. Amén.

martes, 10 de septiembre de 2024

LA GLORIA DE MARÍA

“Bienaventurado el vientre que te llevó, y los pechos que te alimentaron” (Luc. 11: 27)


XI

LA GLORIA DE MARÍA 

1. Maternidad divina. Una mujer del pueblo, al oír la palabra inspirada del Divino Maestro, le habló de esta manera, elevando su voz en medio de la multitud, y veinte siglos hace que la humanidad repite esta alabanza a la bendita Madre, en cuyo seno virginal, se inició la redención del género humano. La gloria máxima de María consiste en ese privilegio supremo de la maternidad divina, que la hizo digna de todas las prerrogativas y dones excelsos de que ella sola fue dotada, entre todas las mujeres, desde el instante de su Concepción Inmaculada, por la que fue preservada de todo pecado, aún de la mancha original, hasta el momento de su Asunción gloriosa, que, después de la muerte, había de introducirla en las celestes moradas, como Reina de cielos y tierra. 

2. Esperanza de la humanidad. Si la maternidad es la gloria de la mujer casada, a pesar de todas las imperfecciones y fragilidades de que se reviste la naturaleza humana, esa gloria crece y se agiganta portentosamente cuando se trata de la maternidad virginal de María, en la cual se concentraban todas las esperanzas de la pobre humanidad, sedienta de salvación y ávida de misericordia. El que lea los Sagrados Libros del Antiguo Testamento podrá observar, a través de todos aquellos siglos de la historia, la ansiosa expectación en que vivían Patriarcas y Profetas, Jueces y Reyes, aguardando al ansiado Mesías. Tal esperanza, siempre viva en el corazón de los justos, era la luz que brillaba entre las tinieblas del angustioso presente; era el blanco de todos sus deseos, la inspiración de toda su vida laboriosa y atribulada, probada en el crisol de mil trabajos, cual la de todos los mortales. ¡Infeliz de aquel que no eleva su mirada por encima de los miserables horizontes de la vida terrenal! ¡Desdichado el que reduce sus ardientes deseos a los estrechos límites de una felicidad tan efímera y tan frágil, siempre expuesta a los rigores del vendaval de las pasiones alborotadas y a la furia de las tempestades de la vida!

Cuando llegue el ocaso de su peregrinación terrena, ¿qué le quedará de todos los goces que tanto ambicionó en la vida? ¿Qué le quedará de aquellos ídolos a quienes amó más que a su Dios, en quienes concentró el ideal de toda su felicidad?

3. Cumplimiento en la anunciación. La Anunciación de la Virgen, fiesta que la iglesia celebra con amoroso deleite el 25 de marzo, fue para la humanidad el dichoso instante, en que empezó a realizarse la gran promesa de redención y eterna felicidad. 

Al anunciar a María la Encarnación del Verbo Divino en su purísimo seno, proclamó el ángel el comienzo de la obra de la salvación, que Jesús venía a realizar en la tierra. “¡Ave! ¡llena de gracia! ¡el Señor es contigo! ¡Bendita eres entre todas las mujeres!” (Luc. 1: 28).

Al oír el saludo del ángel, dice el Evangelio, la Virgen se turbó, y pensaba qué salutación sería aquella. En el esplendor de su virtud inmaculada, esta Virgen perfecta se turba ante las palabras del mensajero celestial. Entonces el ángel le explica el plan divino, y cómo, por virtud del Espíritu Santo, conservaría intacta su pureza virginal, junto con la gloria de su divina maternidad. La humilde y piadosa respuesta de María Santísima, -aquel Fiat- “Hágase” sublime, que reconcilió el cielo con la tierra, fue el fundamento de la gloria de María, la base de la obra divina de la Redención. Por eso todas las generaciones la bendicen y bendecirán de siglo en siglo, y las proféticas palabras del “Magnificat”, se cumplen a través de las edades: 

“He aquí que ya desde ahora me llamarán bienaventurada todas las generaciones” (Ibid. 48)

Continúa...

Tomado del libro “Salió el sembrador” del padre Juan B. Lehmann de la Congregación del Verbo Divino, edición 1944.

El problema de la felicidad (32)
El pecado de nuestra época (33)


CUANDO L'OSSERVATORE ROMANO ELOGIÓ UN ROCKERO AGNÓSTICO Y PROMOTOR DEL AMOR LIBRE

La música de Van Morrison es un descenso hacia una especie de infierno promiscuo y agnóstico y, que el órgano de prensa oficial del Vaticano lo haya promovido, es crear un escándalo grave para los fieles.

Por Salwa Bachar


El 21 de enero de 2019, L'Osservatore Romano, el órgano de prensa y diario del Vaticano, publicó un artículo (que ahora fue eliminado y que se encontraba aquí, pero que se puede encontrar archivado aquí) en el cual se elogiaba la música de Van Morrison. El artículo alababa su música, calificando sus letras, que parecen mantras, como “poesía” y su música como “meditativa”, que alcanza la “cima de la expresividad” y “ayuda al oyente a subirse a un puente fugaz hacia el infinito”.

¿Pero quién es Van Morrison? Para aquellos que no lo saben, Van Morrison es un cantante de Irlanda del Norte que saltó a la fama en los años 60 con la banda “Them”. Se separó del grupo y lanzó lo que se considera su canción emblemática, “Brown-Eyed Girl” (el esperpento “musical” subtitulado en español se puede ver aquí).

Van Morrison, conocido por sus sensuales letras de amor libre

Aunque Van Morrison se ha pasado desde entonces al jazz y al R&B, la melodía pop-rock se ha convertido en una de las que definen los años 60, volviéndose tan popular que el periodista de música rock estadounidense Paul Williams incluyó la canción en su libro “Rock 'n Roll: The 100 Best Singles”.

Según el Belfast Telegraph, “Brown-Eyed Girl” se consideró demasiado atrevida incluso para su época, y muchas estaciones de radio se negaron a tocarla a pesar de su popularidad. ¿Qué es exactamente lo que hace que esta canción sea tan sugerente? En “Brown-Eyed Girl”, Van Morrison describe su amor por su “chica de ojos marrones” con la que tiene recuerdos entrañables: “a veces me abruma el pensar en las veces que hacíamos el amor en el verde césped”.

Además de las obvias tendencias revolucionarias de la canción (las guitarras eléctricas, la pandereta y las palmas típicas de los '60, el bajo atronador, los gritos ásperos, las sílabas sin sentido cantadas por los coristas... se trata de una presentación explícita de la inmoral cultura del “amor libre” de los '60, con toda la promiscuidad y las drogas que normalmente la acompañan. Sólo con escuchar la canción, uno tiene la impresión de que Van Morrison debía de estar en un viaje de drogas mientras la grababa, ya que suena completamente fuera de los sentidos de un hombre normal.


L'Osservatore Romano dice que: 'Da expresión musical a la religiosidad'

L'Osservatore Romano también se deshace en elogios sobre su álbum “Astral Weeks”, diciendo que es lo que hizo que Van Morrison fuera “verdaderamente único”. Si hacemos una investigación preliminar, descubrimos que el Salón de la Fama del Rock and Roll llamó a este álbum de 1968 “folk jazz estilo trance”.

Después de escucharlo, queda claro que este álbum es una progresión acústica desde la Revolución Cultural de los años '60 hasta el amor libre y la inmoralidad de los años '70. Además, algunos críticos han señalado que este álbum, como el resto de la música de Van Morrison, parece “equiparar el amor terrenal [el sexo] con el cielo”. Como dice sugestivamente su canción principal “Astral Weeks”, “acostarse” es “nacer de nuevo”.

El motivo del artículo de L'Osservatore Romano fue precisamente una celebración de “The Prophet Speaks”, su último álbum de soul/jazz/R&B que, de principio a fin, sólo puede describirse como música sexual de los años '60 (no es una gran sorpresa, considerando toda su música anterior). El periódico de la Iglesia, sin embargo, ve esta música como una expresión de “religiosidad”:

“[Van Morrison usa el soul y el blues] para dirigirse a Dios en la música, para expresar gratitud, para implorar la liberación de la esclavitud o simplemente para rezar. Este es el objetivo de Van Morrison: dar expresión musical a su religiosidad. Una religiosidad nunca tranquila o dormida, sino dinámica, a veces problemática y en constante búsqueda. Porque, como dice el texto de “Whenever God Shines His Light on Me”, hay momentos de “profunda confusión y gran desesperación”, pero con la certeza de que, cuando lo buscamos, Dios siempre se hace encontrar ”.

¿Cuál es esa “religiosidad” de la que habla L’Osservatore Romano

Van Morrison ha estado afiliado a la secta anglicana, con el tiempo “anheló la reconciliación entre protestantes y católicos”, entró y salió de la Cienciología y, no hace mucho, declaró que “no tocaría [la religión] ni con un palo de tres metros” (en inglés aquí).

Una música que liberó a la juventud de los años '60 de las “inhibiciones sexuales”

En 2017, asistió a un servicio religioso (en inglés aquí) y tocó para la secta llamada Agape International Spiritual Center (IG aquí) en Los Ángeles. Como si sus inclinaciones “espirituales, no religiosas” no pudieran ser más obvias, en una entrevista de 2015 (en inglés aquí) dejó en claro que rechaza la religión, prefiriendo “la espiritualidad”
“La espiritualidad es una cosa, la religión... puede significar cualquier cosa, desde sopa hasta nueces, ¿sabes? Pero generalmente significa una organización, así que realmente no me gusta usar esa palabra, porque eso es lo que realmente significa. Realmente significa esta iglesia o aquella iglesia... pero la espiritualidad es diferente, porque eso es el individuo”. 
¿Por qué L'Osservatore Romano elogia a Van Morrison? 

Considerando la promoción implícita y explícita del amor libre y la “espiritualidad” en la música de Van Morrison, parecería que el órgano del Vaticano está rindiendo homenaje a la filosofía de Van Morrison de que uno puede “encontrar a Dios” buscando en la inmoralidad y el agnosticismo.

Lamentablemente, no es la primera vez que L'Osservatore Romano rinde homenaje a la música revolucionaria. En 2016, el mismo periódico del Vaticano elogió a los Beatles.

Una vez más, todo esto no sorprende. Cuando se considera las masivas fiestas de pijamas al aire libre en las “jornadas Mundiales de la Juventud”, el “ecumenismo” con las religiones falsas en Asís y otros innumerables eventos, este homenaje se ajusta perfectamente al progresismo y su idea de que para ser limpio, uno debe nadar en la inmundicia.

Wojtyła y Ratzinger practicando el “ecumenismo” a los besos

Uno no puede evitar recordar el “consejo” de Francisco a los jesuitas lituanos en septiembre de 2018:
“Os aconsejo que no tengáis miedo de descender al infierno del pueblo. A veces, esto significa entrar en el terreno del diablo. Pero el sufrimiento, sea humano, social, de la conciencia… es necesario bajar al infierno, es necesario estar allí. Tocar las heridas. Y tocando las heridas de la gente, tocáis las heridas de Cristo” (énfasis añadido).
La música de Van Morrison es un descenso hacia una especie de infierno promiscuo y agnóstico y, aunque no es sorprendente considerando los 50 años de progresismo en la Iglesia, que el órgano de prensa oficial del Vaticano lo promueva es crear un escándalo grave para los fieles.

Que Nuestra Señora del Buen Suceso nos libre pronto de este progresismo y nos ayude a construir el Reino de María con música que eleve el alma hacia Dios en lugar de arrastrarla hacia la inmoralidad y el panteísmo.


Tradition in Action




LA PROPAGANDA PROTESTANTE (14)

En qué se demuestra que la propaganda protestante no es ni legítima ni lógica

Por Monseñor De Segur (1862)


Cuando la Iglesia Católica, por medio de sus Obispos y sacerdotes, califica a la propaganda protestante como una agresión injusta y odiosa, se ve a los diarios heréticos, a los cuales se asocian para esto, los órganos del racionalismo y de la revolución, quejándose amargamente y acusando a la Iglesia de tener dos pesos y dos medidas, pues prohíbe a los otros lo que ella no ha cesado de hacer desde su origen.

Estas recriminaciones merecen una respuesta. La tendrán aquí, pues es sencillo y fácil dársela. Todas las sectas protestantes reconocen que los hombres pueden salvarse, en la Iglesia Católica. La Iglesia Católica, al contrario, ha sostenido siempre que ella sola profesa la Verdadera Religión; y que fuera de esta Religión, nadie puede ser verdadero hijo de Dios.

De consiguiente los protestantes están en contradicción con sus principios, cuando tratan de arrebatar almas a la Iglesia; y la Iglesia Católica, incurriría en contradicción con los suyos, si no hiciera cuanto está en su poder, si dejara de ejercer todo su celo, para atraer a la verdad, que es única como Dios, a los que por el error funesto de la herejía, están separados de ella. Cuando la Iglesia Católica se afana por instruir a un protestante y atraerlo a su gremio, ella le deja todas las verdades que poseía aquel individuo, si poseía algunas, y le da el conocimiento de las que le faltaban, como hemos visto en otro lugar. De manera que el protestante es un hombre espiritualmente medio desnudo, a quien la Iglesia Católica acaba de vestir. Añadiendo a lo poco que tuviera lo que ella le da, se forma un cristiano completo.

Lo contrario sucede, cuando la propaganda protestante trabaja por seducir a un católico. Ella no hace más que arrebatarle una parte de lo que aquel infeliz creía, sin darle nada en compensación; y le deja medio desnudo, como el ladrón deja al desgraciado pasajero a quien roba su túnica y su capa, bajo el pretexto de desembarazarle de cosas incómodas, sin arrojarle siquiera un harapo, para defenderse del frío.

Es punto confesado por los protestantes, que ellos no tienen, en cuanto a verdades religiosas, nada que dar a los católicos, pues estos las poseen ya todas; y aún va mas allá la palinodia de los protestantes, pues reconocen que lo que ellos tienen de cristianismo, lo han recibido o lo toman prestado de la Iglesia Católica. Oigamos a Lutero, ese fogoso patriarca de la pretendida reforma, dar su opinión sobre este particular. En el coloquio de Marbourg, que, fue una disputa célebre, tenida entre aquel heresiarca y el otro heresiarca Zwinglio, para tratar del dogma de la Eucaristía, Zwinglio le objetaba que la presencia Real de Nuestro Señor Jesucristo bajo las especies consagradas, era un dogma del Papismo. “Pues si es por eso -le respondía Lutero- rechazad, también la Biblia porque del Papa es de quien la hemos recibido. Protestantes, como somos estamos obligados a confesar que en el Papismo están las verdades de la salvación, si, TODAS LAS VERDADES de la salvación y que de él las tomamos nosotros; porque en el Papismo encontramos la verdadera escritura santa, el verdadero bautismo, el verdadero sacramento del altar, las verdaderas llaves que perdonan los pecados, la verdadera predicación, el verdadero catecismo y los verdaderos artículos de la fe. Mas digo que en el Papismo se encuentra EL VERDADERO CRISTIANISMO”.

De esta paladina confesión de Lutero, el cual terminantemente reconoce que la Iglesia Católica posee el verdadero cristianismo, necesariamente se deduce la conclusión lógica que las sectas protestantes no son cristianas, pues la Iglesia afirma, lo que las sectas niegan. Pero de esta misma palinodia del jefe del protestantismo se desprende otra consecuencia, a saber, que la propaganda es para la Iglesia Católica un deber, mientras que la propaganda protestante es a la vez un contrasentido y una injusticia.

10 DE SEPTIEMBRE: SAN NICOLÁS DE TOLENTINO, CONFESOR


10 de Septiembre: San Nicolás de Tolentino, confesor

(✞ 1246)


El fervorosísimo y religioso sacerdote San Nicolás de Tolentino, ornamento de la Sagrada Orden de San Agustín, nació en la ciudad de Fermo, que está en la provincia de la Marca de Ancona.

Los padres ya eran mayores cuando, cuando un ángel visitó a la madre de nuestro santo y le aconsejó ir a visitar el sagrado cuerpo de San Nicolás, Obispo, que está en la ciudad de Bari en el reino de Nápoles. Fueron entonces en peregrinación hasta aquella tumba y pidieron la gracia divina de un niño.

Todo se cumplió así: porque mientras iba el niño creciendo en edad, así iba adelantándose en virtud y ciencia; y orando un día en el templo vio a Cristo, Nuestro Señor con los ojos corporales. 

A la edad de seis años comenzó a ir a la escuela parroquial y era encargado de la distribución de la limosna a los pobres. A los doce años de edad, ingresó al oblato en el convento local de los ermitaños de Bréttino, que luego tras fundirse, dio origen a Orden de los Agustinos Ermitaños. Hizo votos solemnes cuando tenía menos de diecinueve años.

Treinta años estuvo en el convento de Tolentino sin comer carne ni huevos, ni peces, ni derivados de la leche, ni aún manzanas, ahora estuviese sano, ahora enfermo. 

Visitaba con gran caridad a los enfermos, consolaba a los afligidos, reconciliaba a los discordes, socorría a los pobres y libraba a los cautivos y encarcelados. 

Fue devotísimo de las ánimas del Purgatorio por una visión que tuvo, en la cual vio gran número de ánimas que con gran instancia le pedían el sufragio de sus oraciones y Misas, y habiéndolas dicho, le dieron las gracias por ello. 

El Señor le ilustró con muchos y grandes milagros, porque dio maravillosamente la salud a muchos enfermos que estaban afligidos de varias dolencias, alumbró ciegos y libró muchos endemoniados. 

Toda la vida de San Nicolás fue de hombre perfectísimo y venido del Cielo, y como tal, le favoreció y regaló mucho nuestro Señor. 

Seis meses antes que muriese, a la hora de Maitines, le hacían escuchar música los ángeles; y él entendió que se acercaba la hora de su dichosa muerte, y así la profetizó y avisó de ella a sus Hermanos Religiosos. 

Les rogó que le perdonasen sus faltas y al Prior, que le diese la absolución de todos los pecados, y le administrase los Santos Sacramentos de la Iglesia; los cuales recibió con grandísima devoción y abundancia de lágrimas. 

Después se hizo traer una cruz en la que estaba un pedazo de la de Nuestro Redentor, la cual adoró con profundísima humildad. 

Se regocijaba su espíritu en aquella hora sobremanera; y como los frailes le preguntasen por qué estaba tan contento y alegre respondió: 

- Porque mi Señor Jesucristo, acompañado de su dulce Madre y de nuestro padre San Agustín me convida a la partida, y me dice que me alegre y entre en el gozo de mi Dios. 

Y luego dijo aquellas palabras: 

- En tus manos, Señor, encomiendo mi espíritu. 

Y levantando las manos y los ojos hacia la cruz que tenía presente, con maravillosa tranquilidad dio su alma al Señor a la edad de setenta años.

Se le considera protector de las almas del Purgatorio,​ e intercesor por la justicia, la maternidad, la infancia y la salud. Su protección es invocada por las víctimas de las pestes.

La Iglesia Católica lo canonizó el 5 de junio de 1446, al atribuírsele más de trescientos milagros acaecidos tanto en vida como después de su muerte. Fue el primer agustino canonizado.

Su cuerpo incorrupto fue presentado en 1345.

Reflexión

Léese también en la Vida de los Santos, que hallándose una vez gravemente enfermo, la Virgen Santísima le bendijo unos bocados de pan diciéndole - Pide en caridad, en nombre de mi Hijo, el pan. Cuando lo hayas recibido, lo comerás después de haberlo mojado en agua, y gracias a mi intercesión recuperarás la salud, y comiéndolos San Nicolás, quedó de repente sano. En memoria de esta maravilla todos los años se bendice en el día de su fiesta en las iglesias de su Orden los panecillos que llaman “de San Nicolás”, con ciertas oraciones aprobadas por el papa Eugenio IV, comunicando Dios a estos panecillos, maravillosa virtud contra todo género de enfermedades. 

Oración

Oye, Señor, benignamente las humildes súplicas que te hacemos en la solemnidad de tu bienaventurado confesor Nicolás, para que los que no confiamos en nuestras virtudes, seamos ayudados por los méritos de este santo que fue tan agradable a tus divinos ojos. Por Jesucristo, Nuestro Señor. Amén. 

lunes, 9 de septiembre de 2024

CATECISMO DE TRENTO (1566) - EL QUINTO MANDAMIENTO

Un tipo de muerte permitido es el que pertenece a aquellos magistrados, a quienes está dada potestad de quitar la vida, en virtud de la cual castigan a los malhechores y defienden a los inocentes.


DEL QUINTO MANDAMIENTO DEL DECALOGO

No matarás.

Aquella gran felicidad prometida á los pacíficos: Pues serán llamados hijos de Dios debe estimular en gran manera a los Pastores, para que enseñen con cuidado y desvelo a los fieles la doctrina de este mandamiento. Porque el mejor medio que se puede tomar para conciliar las voluntades de los hombres es, que explicada bien esta divina ley, se guarde por todos con la santidad que se debe: pues entonces se puede esperar que unidos entre sí los ánimos con suma conformidad vivan con la mayor paz y concordia.

Y cuan necesario sea explicar este mandamiento, se puede ver, de que después de aquella universal inundación de toda la tierra, esto fue lo primero que Dios vedó a los hombres: Pediré cuenta -dijo- de vuestras vidas a las bestias y a los hombres. En el Evangelio también esta fue la primera de las leyes antiguas que el Señor explicó: sobre la cual dice así por San Mateo: Dicho fue a los antiguos: no matarás, con lo demás que acerca de esto se escribe en el mismo lugar. 

Deben asimismo los fieles oír con atención y con el mayor gusto esta divina ley. Porque bien mirado su espíritu, es una defensa muy poderosa de la vida de cada uno: pues por estas palabras: No matarás, totalmente se veda el homicidio. Y así todos los hombres y cada uno de ellos la debe recibir con tanto placer de su alma, como si nombrándole a él en particular, mandara Dios so pena de incurrir en su ira y otras penas gravísimas, que ninguno le ofenda, ni le dañe. Y por lo tanto, siendo este mandamiento tan gustoso al oído, también lo debe ser guardarse del pecado que por él se prohíbe. 

Dos cosas mostró el Señor al explicar la fuerza de esta ley, que se contenían en ella. Una: que no matemos: Y esto es lo que se veda. Otra: que abracemos a los enemigos con amor y caridad entrañable; que vivamos con todos en paz; y que llevemos con paciencia todos los trabajos. Y esto es lo que se manda. 

Por lo que mira a vedarse matar, se ha de enseñar primeramente, qué muertes son las que se prohíben por este mandamiento: pues no está vedado matar a las bestias. Porque si está concebido por Dios a los hombres comer de sus carnes, no puede menos que ser lícito matarlas. Acerca de esto dice así San Agustín: Cuando oímos: No matarás, no entendemos que se haya dicho esto por los frutales, porque son insensibles; ni por los animales irracionales, porque en manera ninguna se acompañan con nosotros

Otro linaje de muerte permitido es el que pertenece a aquellos magistrados, a quienes está dada potestad de quitar la vida, en virtud de la cual castigan a los malhechores según el orden y juicio de las leyes, y defienden a los inocentes. Y ejerciendo justamente este oficio, tan lejos están de ser reos de muerte, que antes bien guardan exactamente esta ley divina que manda no matar. Porque como el fin de este mandamiento es mirar por la vida y salud de los hombres, a eso mismo se enderezan también los castigos de los magistrados, que son los vengadores legítimos de las maldades: para que reprimida la osadía y la injuria con las penas, esté segura la vida de los hombres. Por eso decía David: En la mañana quitaba yo la vida a todos los pecadores de la tierra, por acabar en la Ciudad de Dios con todos los obradores de maldad

Por la misma razón tampoco pecan los que movidos no de codicia o crueldad, sino de solo amor por el bien público, quitan en guerra justa la vida a los enemigos. De esta condición son también las muertes que se hacen por orden expreso de Dios. Y así no pecaron los hijos de Leví, matando en un día tantos millares de hombres: pues hechas esas muertes les dijo Moisés: Consagrasteis hoy vuestras manos al Señor

Tampoco quebranta este mandamiento el que no de voluntad, ni de pensado, sino casualmente mata a un hombre. Sobre esto se dice en el Deuteronomio: El que hiriese a su prójimo sin advertirlo, y que no se comprueba que tuviese algún odio contra él de ayer, o de antes de ayer; sino que fue con él sencillamente a cortar leña al monte, y en la misma corta se le fue el hacha de la mano, o el hierro que saltó del astil, hiriese y matase a su amigo. Estas muertes son tales, que como no se hacen de voluntad ni de propósito, no del todo se cuentan entre los pecados. Y esto se confirma con la sentencia de San Agustín que dice: No permita Dios se nos imputen a culpa aquellas cosas que hacemos por fin bueno o lícito, si por ventura acaece algo malo sin quererlo nosotros

Pero en esto se puede pecar por dos causas. La primera: si haciendo uno alguna cosa injusta, matara a otro: como si diese una puñalada o puntapié a una mujer embarazada, de donde se le siguiese abortar. Esto aunque sucediese sin voluntad del agresor, no sería sin culpa: porque de ningún modo le era lícito herir a una mujer embarazada. La segunda causa es, cuando sin mirar bien todas las circunstancias, matase a otro incauta y descuidadamente. 

Por la misma razón es manifiesto, que no quebranta esta ley el que puesta toda la cautela posible, mata a otro por defender su vida. Estos homicidios que hemos mencionado, no están prohibidos por este mandamiento. Pero a excepción de estos, todos los demás están prohibidos; sea por lo que toca al homicida, o al muerto, o a los modos con que se hace la muerte. 

Por lo que mira a los que hacen la muerte, ninguno está exceptuado, ni ricos, ni poderosos, ni Señores, ni Padres: a todos está vedado a matar sin diferencia ni distinción ninguna.

Si miramos a los que pueden ser muertos, a todos ampara esta divina ley. No hay hombre, por despreciado y abatido que sea, que no quede abrigado y defendido por este mandamiento. Y a ninguno es lícito tampoco matarse a sí mismo. Porque nadie es tan dueño de su vida, que se la pueda quitar a su antojo. Y por eso no se puso la ley en estos términos: No mates a otro: sino que absolutamente se dice: No matarás.

Pero atendiendo a los muchos modos que hay de matar, ninguno hay que esté exceptuado. Porque a ninguno es ilícito quitar la vida a otro, no solo por sus manos, o con espada, piedra, palo, cordel, o veneno; más si por consejo, favor, auxilio, o cualquier otro modo. Todos enteramente están vedados. Acerca de esto fue suma la rudeza y estupidez de los judíos, pues creían guardaban este mandamiento con solo apartar sus manos de ejecutar la muerte. Pero el hombre cristiano, que por declaración del mismo Cristo sabe que esta ley es espiritual, esto es, que no solo manda tener las manos limpias, sino también el corazón casto y sencillo, en manera ninguna debe satisfacerse con lo que aquellos pensaban que habían cumplido cabalmente la ley: porque ni airarse es lícito a ninguno, como nos enseña el Evangelio, donde dice el Señor: Más yo os digo: todo aquel que se airare contra su hermano, será reo de juicio. El que le dijere alguna palabra de desprecio, será reo de concilio y el que le llamare fatuo, será reo del fuego del infierno

Por estas palabras se ve con claridad, que no carece de culpa el que se indigna contra su prójimo, aunque retenga la ira encerrada en su pecho: que peca gravemente el que de esta ira diere algunas señales; y mucho más gravemente el que se propase a tratarle con aspereza, y hacerle injuria. Esto es verdad, si no hay causa ninguna de airarse. La causa de la ira concedida por Dios y por las leyes es, cuando castigamos a los que están sujetos a nuestra jurisdicción y potestad, si hubiere culpa en ellos. Porque la ira del cristiano no debe proceder de los ímpetus de la carne, sino del Espíritu Santo: pues debemos ser templos de este divino Espíritu, donde habite Jesucristo. 

Otros muchos documentos nos dio el Señor pertenecientes a la perfección de esta ley: cuales son aquellos: No resistir al malo; más si alguno te hiriese en la mejilla derecha, vuélvele también la otra: y al que quisiera ponerte pleito, por quitarte la túnica, déjale también la capa; y al que te precisare a andar una milla, ve con él otras dos. Por lo dicho hasta aquí se puede conocer lo muy inclinados que están los hombres a los pecados que se cometen contra este mandamiento, y los muchos homicidas que hay, sino de mano, de corazón. 

Más como las Sagradas Escrituras nos dan remedios para una enfermedad tan peligrosa, es oficio del Párroco aplicarlos con diligencia a los fieles. El primero y principal es, que entiendan cuán horrible pecado es quitar a un hombre la vida. Esto se puede ver claro por muchísimos y muy graves testimonios de las Sagradas Letras. Porque en tanto grado abomina en ellas el Señor el homicidio, que hasta en las bestias dice que ha de vengar la muerte de los hombres; y manda sea muerta la fiera que dañare a alguno. Y no por otra causa quiso que se mirase con horror la sangre, sino que de todos modos se retrajese el corazón y la mano de la cruel acción del homicidio. 

Son ciertamente los homicidas enemigos capitales del linaje humano, y por lo mismo de toda la naturaleza; y en cuanto es de su parte, dan por el pie a todas las obras de Dios, pues destruyen al hombre; por cuya causa afirma el mismo Señor que las hizo todas. Y aún como en el Génesis en tanto se prohíbe la muerte del hombre, en cuanto Dios le crio a su imagen y semejanza, síguese que hace a Dios una señalada injuria, y que viene a poner en su Majestad manos violentas el que destruye su imagen. Habiendo contemplado esto David con altísima consideración, se queja con amargura grande de los hombres sanguinarios por estas palabras: Veloces son sus pies para derramar sangre. No dijo puramente matan, si no derraman sangre, explicándose así para amplificar lo abominable de aquella maldad, y para mostrar su crueldad atroz; y a fin de declarar más en particular cuán precipitados se dejan llevar de diabólico impulso a semejante arrojo, dice: Veloces sus pies

Ahora: Las cosas que Cristo Señor nuestro manda observar por este precepto, a lo que miran es, para que tengamos paz con todos. Porque dice explicando este lugar: Si ofreces pues tu ofrenda en el altar, y así te acordaras que tu prójimo ha recibido algún agravio de ti, deja allí tu ofrenda al pie del altar, y ve primero y reconcíliate con él; y hecho esto, vuelve a ofrecer tu don; y lo demás que se sigue. De tal manera ha de explicar el Párroco estas cosas, que enseñe que sin excepción alguna debemos amar con caridad a todos; y con gran encarecimiento excitará a los fieles a esta virtud en la explicación de este precepto; porque en él resplandece sobremanera la virtud de amar al prójimo. Porque como este mandamiento veda expresamente el odio: pues es homicida el que aborrece a su hermano; es claro que se manda por él la caridad y amor.

Una vez que se dan por esta ley los preceptos de la caridad y el amor, se dan también los de todos aquellos oficios y acciones, que son seguidas a la misma caridad. De la Caridad dice el Apóstol: Que es paciente. Luego se manda también la paciencia, en la cual nos enseña el Salvador, que poseeremos nuestras almas. La Beneficencia también es compañera y asistente de la caridad: Porque la Caridad es benigna. Esta virtud de la benignidad y beneficencia tiene gran extensión, y su oficio consiste señaladamente en socorrer a pobres con lo necesario, dando de comer al hambriento, de beber al sediento, de vestir al desnudo, y de asistir a cada uno con tanto mayor liberalidad, cuanto más necesitado le veamos de nuestro socorro. 

Estos oficios de la beneficencia y bondad, que por sí son ilustres, se realzan muchísimo cuando se ejercitan con los enemigos. Porque dice el Salvador: Amad a vuestros enemigos, y haced el bien a aquellos que os aborrecen. Y el Apóstol lo amonesta también por estas palabras: Si padeciere hambre tu enemigo, dale de comer; si sed, dale de beber; que haciendo esto, amontonas carbones de fuego sobre tu cabeza. No quieras ser vencido por el mal; más véncele haciendo bien. Finalmente si atendemos a la ley de la caridad, que es benigna, hallaremos que por este precepto se nos manda ejercitar todos los oficios que pertenecen a la mansedumbre, apacibilidad, y otras virtudes de esta clase. 

Pero la hora encumbrada sobre todas, y que está más llena de Caridad, y en la que muy señaladamente conviene ejercitarnos, es redimir y perdonar con igualdad de ánimo las injurias que nos hubieren hecho. Para que lo hagamos con toda lisura, nos amonestan y exhortan muchas veces las Sagradas Letras, no solo llamando bienaventurados a los que así lo hacen, sino afirmando también que les está concedido por Dios el perdón de sus pecados; como asimismo que no le conseguirán los que no cuidan de esto, ó del todo lo rehúsan. Más como el apetito de vengarse está tan entrañado en los corazones de los hombres, es necesario que el Párroco ponga diligencia suma, no solo en enseñar, sino también en persuadir enteramente a los fieles, que el cristiano debe olvidar y perdonar las injurias. Y pues sobre este punto dijeron tanto los Escritores Sagrados, consúltelos para rechazar la terquedad de aquellos, que con ánimo obstinado y endurecido se abrasan con el fuego de vengarse; y tenga pronto para este fin los argumentos que con gran piedad le ofrecen aquellos Padres; que son de gran peso, y muy acomodados para el caso. 

Estas tres cosas señaladamente se han de explicar. La primera, que al que se juzga agraviado, le persuada del todo, que el causador principal del perjuicio o injuria, no es aquel de quien intenta vengarse. Así lo hizo aquel maravilloso Job, quien ofendido gravemente por los Sabeos, Caldeos, y por el demonio, con todo eso, sin acordarse de ellos, como varón justo y hombre en gran manera Santo, justa y santamente se valió de estas palabras: El Señor lo dio, el Señor lo quitó. Y así a vista de los dichos y hechos de este varón pacientísimo, tengan muy por cierto los cristianos, que todas cuantas cosas padecemos en esta vida, proceden del Señor, que es el Padre y Autor de toda justicia y misericordia.

No se imagine pues que el Señor, cuya benignidad es inmensa, nos trata como a enemigos, sino que nos corrige y castiga como a hijos. Y si lo examinamos con cuidado, no vienen a ser los hombres en todas estas cosas sino Ministros y Ejecutores de Dios. Y aunque puede el hombre aborrecer a uno, y desearle todo mal; nunca puedes sin permiso de Dios hacerle el menor daño. De esta razón se valió Joseph para sufrir los consejos malignos de sus hermanos; y por ella también llevó David con gran resignación las injurias que le hizo Semei. Para prueba de este punto es muy a propósito aquel modo de argüir, del que con gravedad y erudición igual usó San Crisóstomo a fin de convencer, que ninguno es dañado sino por sí mismo. Porque los que se creen injuriados, si llevan las cosas por camino derecho, encontrarán sin duda, que ni injuria ni daño ninguno han recibido de otros. Porque los agravios que los otros les hacen, les caen por defuera; más ellos se dañan gravísimamente a sí mismos, manchando su alma feísimamente con odios, ojerizas y envidias.

La segunda cosa que se ha de explicar es, que consigan dos provechos muy grandes los que movidos de piadoso afecto para con Dios, perdonan con franqueza las injurias. El primero es, que a los que perdonan las deudas ajenas, tiene Dios prometido perdonarles las propias. Por cuya promesa se ve claramente lo muy agradable que le es esta obra de piedad. Y el segundo, que conseguimos una nobleza y perfección grande. Porque en esta obra de perdonar injurias, venimos a hacernos en cierto modo semejantes a Dios, quien hace salir su sol sobre buenos y malos, y llueve sobre justos e injustos

Últimamente se han de explicar los males en que incurrimos cuando no queremos perdonar las injurias que nos han hecho. Y así el Párroco ponga delante de los ojos de los que no pudiera reducir a que perdonen a sus enemigos, que el odio no solo es pecado grave, sino que se arraiga más profundamente por la continuación de pecar. Porque como aquel de cuyo corazón se apoderó este afecto, está sediento de la sangre de su enemigo, arrebatado por la esperanza de vengarse de él, pasa días y noches en una perpetua y congojosa agitación de ánimo, de modo que nunca parece cesa de maquinarle la muerte, o alguna otra malvada fechoría. Y de aquí proviene que nunca, o con grandísima dificultad, pueda el tal reducirse a perdonar del todo, a lo menos en parte, las injurias. Por esto se compara muy bien a la herida que tiene atravesada la saeta. 

Hay además de estos, otros muchísimos perjuicios y pecados, que eslabona consigo solo este del odio. Por eso dijo San Juan: El que aborrece a su prójimo, está en tinieblas, y en tinieblas anda, ni sabe tampoco donde va, porque las tinieblas le han cegado los ojos. Y así es preciso que caiga con mucha frecuencia. Porque, ¿cómo pueden parecerle bien los dichos o los hechos de aquel a quien aborrece? Luego de aquí resultan juicios temerarios y siniestros, iras, envidias, detracciones, y cosas a este modo, con las cuales suelen enredarse también sus parientes y amigos; por donde muchas veces acaece, que de un pecado nacen otros muchos. Y con razón se dice que este es pecado del diablo: Que era homicida desde el principio. Y por esto el hijo de Dios Nuestro Señor Jesucristo, cuando los fariseos andaban trazándole la muerte, dijo, que tenían por padre al diablo

Además de estas cosas que se han dicho, de donde pueden tomarse razones para detestar este pecado, nos dan las Sagradas Escrituras otros muchos remedios, y ciertamente muy provechosos. El primero y el mayor de todos es el ejemplo de Nuestro Salvador, que nos debemos proponer para imitarle. Porque este Divino Señor, en quien no pudo caer la más leve sospecha de pecado, herido con azotes, coronado con espinas, y últimamente clavado en la cruz, hizo esta oración llena en grado sumo de piedad: Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen. De cuya sangre vertida, dice el apóstol, que habla mejor que la de Abel.

Otro remedio, que nos propone el Eclesiástico, es que nos acordemos de la muerte, y de aquel día de juicio: Acuérdate -dice- de tus postrimerías, y nunca pecarás. En las cuales palabras nos viene a decir: piensa una y muchas veces, que presto llegará la hora en que has de morir; y como en ese tiempo no debe haber para ti cosa más deseada, como no la hay más necesaria, que alcanzar la misericordia de Dios, forzoso es que por toda la vida renueves la memoria de la muerte; pues ella ciertamente te apagará del todo ese fuego maligno de vengarte. Porque para implorar la misericordia de Dios, no encontrarás remedio ni más útil, ni más eficaz, que olvidar las injurias, llamar a aquellos que hubieran ofendido de palabra o de obra a ti, o a los tuyos. 

SUGERENCIAS PARA RESTABLECER LA VIDA FAMILIAR

El orden, la calma y la paz del alma son herramientas eficaces para vencer el desorden, la espontaneidad y las tendencias vulgares tan comunes en nuestro tiempo.

Por Patricio Padilla


Señor Padilla:

Quiero darle las gracias por su artículo tan necesario, “Nuestro primer deber para con la sociedad son los deberes para con nuestros padres”.

Todo lo que aquí se dice sobre las familias de ayer es necesario para que las familias de hoy sobrevivan.

Por desgracia, parece que sólo quedan hilos del bello tapiz familiar, y por lo general sólo en algunas familias tradicionales. Las costumbres y los deberes de la verdadera y propia familia rara vez se practican, y en la mayoría, ya no existen.

Sr. Padilla, me dirijo a usted y a su bien ganada autoridad en este tema, para pedirle sugerencias e ideas sobre cómo llevar a cabo la restauración de los deberes y costumbres adecuados que son necesarios para la salvación de la familia.

L.M.

______________________


Responde el Sr. Padilla:

Muy estimada y respetada Sra. L.M.,

¡Salve Maria!

Agradezco sus elogiosas palabras ya que le tengo la más alta consideración y aprecio.

Lo que dice sobre las familias es una gran verdad y me ha motivado a pensar qué métodos se pueden desarrollar para sembrar y alimentar el ideal de una familia católica.

Creo que un paso relativamente sencillo puede ayudar a conseguir lo que pide y, con el tiempo, ser eficaz.

En español hay dos palabras que son sinónimos: casa y hogar. Casa está más relacionada con el lugar, la construcción donde se vive. Hogar, sin embargo, tiene un significado más profundo; etimológicamente hablando, es el calor de las brasas del fuego donde antes se cocinaban los alimentos. Por eso existe la expresión “calor de hogar”.

Creo que todos hemos tenido la experiencia de disfrutar de ambas cosas, la comida caliente y el calor del hogar. También es cierto que todo el mundo aprecia una comida bien hecha, que requiere tiempo, cuidado y seguramente algún sacrificio. También está la cuestión de la presentación: Por ejemplo, no es lo mismo regalar un juguete a un niño que dárselo envuelto en un bonito papel de regalo. Así, también, todo el mundo aprecia una comida bien presentada.

Comer comida rápida no es lo mismo que comer alrededor de la mesa familiar, compartiendo conversación y el legítimo placer de satisfacer los sentidos. La costumbre de comer bien es algo que solía hacerse regularmente en todos los hogares familiares, ricos o pobres.

La nostalgia por estas cosas es tan grande que hace varios años surgió un movimiento en el ámbito de la restauración que se denomina slow food (comida lenta) y viene precisamente a contrarrestar la agitación y la velocidad de la fast food (comida rápida).

Comer, pues, es una de las cosas más importantes de la vida cotidiana.

Así que permítame hacerle una sugerencia concreta.

Por lo general, conocemos las cosas que más gustan a nuestra familia en cuanto a comida. Preparar una comida que incluya estos alimentos y bebidas un sábado o un domingo es una buena manera de recuperar el hábito de comer juntos.

Preparar bien una comida requiere una planificación cuidadosa, determinar el número de comensales, elegir el menú, hacer la lista de la compra, planificar el servicio de mesa que se va a utilizar -vajilla, vasos, platos, cubiertos, mantelería, etc.-, todo ello con la antelación necesaria.

Preparar bien una receta requiere un paso al que generalmente no se le da la importancia que merece: preparar y disponer los ingredientes y el equipo de cocina que se van a utilizar. Este paso da calma y seguridad al proceso de cocción, que requiere atención.

La preparación final puede ser el momento en el que se manifieste más claramente nuestro afecto por la familia y los invitados: Definitivamente, hacer bien la comida es un esfuerzo de amor y exige un cierto grado de sacrificio. Nunca está de más repetirlo.

Tal vez podrías empezar por establecer esta costumbre semanal con el nombre de Convivium, que es una reunión de convivencia. La presentación refinada invita a todos a una forma de ser más elevada y a una conversación más cortés y amable.

El proceso de deterioro de la familia contemporánea exige que el antídoto sea un proceso de reconstrucción: El orden, la calma y la paz del alma son herramientas eficaces para vencer el desorden, la espontaneidad y las tendencias vulgares tan comunes en nuestro tiempo.

Por supuesto, nada de valor se consigue fácilmente; requiere oración, dedicación y sacrificio.

Esta es una sugerencia que puedo hacer en respuesta a sus inquietudes.

Espero que le sirva de ayuda. Le agradezco mucho sus oraciones por mí; puede contar con las mías por usted y su familia.

In Jesu et Maria,

Patricio Padilla