lunes, 17 de marzo de 2025

IGLESIAS DESCRISTIANIZADAS POR NO PREDICAR LA PENITENCIA

Siendo la penitencia un tema central del Evangelio, actualmente es un tema silenciado e ignorado en gran medida.

Por el padre José María Iraburu


Comienzo un artículo sobre la penitencia –y será más de uno–. Siendo éste un tema central del Evangelio, actualmente es un tema silenciado e ignorado en gran medida. Como también están ignorados con frecuencia otros términos relacionados con la penitencia: pecado, conversión (en griego, metanoia, cambio de mente), arrepentimiento, expiación, etc. Y es que las palabras van cayendo en desuso cuando no se mantiene la fe en su contenido

Penitencia. Parece increíble que una palabra principal de Jesucristo, de los Apóstoles y de toda la Tradición de la Iglesia, se halle hoy desvanecida en tantas Iglesias locales descristianizadas.

Penitencia, palabra primera del Evangelio

La predicación del Bautista comienza con una llamada a la penitencia: –“Arrepentíos (metanoeiete), pues está cerca el Reino de los cielos” (Mt 3,2). Y también Cristo inicia su predicación con esa misma exhortación: –“Arrepentíos (metanoeiete), y creed en el Evangelio” (Mc 1,15). Por eso hay que afirmar que allí donde normalmente no se prediquen estas santas palabras, es o será una Iglesia descristianizada.

He aquí por qué Pío XII pudo declarar en una ocasión que “el pecado del siglo es la pérdida del sentido del pecado (Pío XII, 26.10.1946; Radiomensaje a Congreso de Boston).

Y perdido el sentido del pecado, se pierde el sentido y el ejercicio de la penitencia. Un indicador elocuente es que ya son muchas las parroquias que no integran habitualmente en su pastoral el sacramento de la penitencia, perdón, de la reconciliación.

Convendrá, pues, que consideremos detenidamente la maravillosa realidad cristiana de la penitencia. Ella nos da nacer de nuevo por el agua y el Espíritu a una vida sobrehumana, sobrenatural (Jn 3,5), por la que recibimos la filiación divina, la paz con Dios, la alegría y la esperanza absoluta en su misericordia.

* * *

La penitencia en las religiones naturales

En ellas el hombre intenta purificarse de sus pecados aplacando a los dioses con ritos penitenciales exteriores –abluciones, sangre, transferencia del pecado a un animal expiatorio–. Y experimenta su pecado como un mal social, que afecta a la salud de la comunidad. En las religiones más avanzadas, crecen juntamente el sentido personal de culpa y la condición fundamentalmente interior de la penitencia. En todo caso, como dice Pablo VI, la penitencia ha sido siempre una “exigencia de la vida interior confirmada por la experiencia religiosa de la humanidad” (Pænitemini 32).

La penitencia en Israel

En la historia espiritual de Israel se aprecia también un importante desarrollo en la idea y en la práctica de la penitencia. Ésta aparece pronto ritualizada en días y celebraciones peculiares (Neh 9; Bar 1,5-3,8). Y siempre los actos principales de la penitencia son oración y ayuno; y con ellos, “alzarán sus clamores… echarán polvo sobre sus cabezas… se vestirán de saco, te llorarán [Señor] en la amargura de su alma” (Ez 27,30-31).

Los profetas de Israel acentúan en la penitencia la interioridad y la individualidad. Las culpas no pasan de padres a hijos como una herencia fatal (Ez 18). Por otra parte, si el pecado fue alejarse de Dios, la conversión será regresar a Yavé (Is 58,5-7), escucharle, atendiendo sus normas, recibiendo a sus enviados (Jer 25,2-7), fiarse de él, apartando otros dioses y ayudas (Is 10,20s; Jer 3,22s). Será, en fin, alejarse del mal y abrazarse al bien, que es Dios (Jer 4,1; 25,5).

Pero ¿es posible realmente la conversión?

¿Podrá el hombre cambiar de verdad por la penitencia? “¿Mudará por ventura su tez el etíope, o el tigre su piel rayada? ¿Podréis vosotros obrar el bien, tan avezados como estáis al mal?” (Jer 13,23)… La Biblia revela que con la gracia del Señor la penitencia es posible (Is 44,22; Jer 4,1; Ez 11,19; Sal 50,12). Es posible con la gracia de Dios –suplicada, recibida– y con el esfuerzo del hombre: “Conviérteme y yo me convertiré, pues tú eres Yavé, mi Dios” (Jer 31,18; +17,14; 29,12-14; Lam 5,21; Is 65,24; Tob 13,6; Mal 3,7; Sant 4,8).

La penitencia en Jesús y en los Apóstoles

La predicación del Evangelio comienza por la llamada a la penitencia. “Juan el Bautista apareció en el desierto, predicando el bautismo de penitencia para remisión de los pecados” (Mc 1,4). Jesús “fue levantado por Dios a su diestra como príncipe y Salvador, para dar a Israel penitencia y remisión de los pecados” (Hch 5,31)

Y si no hay quien llame a la penitencia –por falla de Obispos y sacerdotes, ministros enviados de la Palabra divina, que han de predicar “con oportunidad o sin ella” (2Tim,4,2) y de los laicos, en su caso (1Pe 3,15)–, acceso tiene Dios para llamar a la conciencia de cada hombre. Y por una u otra acción Suya, la plenitud de las personas que viven en Dios, implicará siempre una plenitud de metanoia, de penitencia.

La penitencia es el núcleo central de la predicación apostólica. Los Apóstoles fueron enviados por Cristo en la ascensión “para que se predicase en su nombre la penitencia para la remisión de los pecados a todas las naciones” (Lc 24,47). San Pablo, por ejemplo, recibe de Jesús la misión apostólica en estos términos: “Yo te envío para que les abras los ojos, se conviertan de las tinieblas a la luz, y del poder de Satanás a Dios, y reciban el perdón de los pecados y parte en la herencia de los consagrados” (Hch 26,18).

La penitencia, la llamada a la conversión, no es “un tema importante”, sin más, del Evangelio. Es el corazón de la misión de los Apóstoles y de la vida misma de la Iglesia. Continuando la acción de Cristo, la penitencia ha de ser presentada y urgida como él lo hizo, siempre y en toda ocasión: Si no hiciéreis penitencia, todos moriréis igualmente” (Lc 13,3.5); ya la conversión no puede postergarse (19,41s; 23,28s; Mt 11,20-24). Así San Pablo resume su obra apostólica: “Anuncié la penitencia y la conversión a Dios por obras dignas de penitencia” (Hch 26,20; +2,38; Mc 6,12; Lc 24,47).

La penitencia evangélica es a un tiempo don de Dios y esfuerzo humano (Mc 10,27; Hch 2,38; 3,19.25; 8,22; 17,30; 26,20; Ap 2,21). Va a ser principalmente interior, pero también exterior (Mt 6,1-18; 23,26); ha de ser individual, interior y moral, pero también social, exterior y sacramental (Mt 18,18; Mc 16,16; Jn 3,5; 20, 22-23).
No es la penitencia un asunto exclusivo de la conciencia con Dios, sino algo verdaderamente eclesial, pues la Iglesia convierte a los pecadores no sólo por los sacramentos, sino también por las exhortaciones y correcciones fraternas, y sobre todo por las oraciones de súplica ante el Señor (Mt 18,15s; 2 Cor 2,8; Gál 6,1; 1 Tim 5,20; 2 Tim 2,25-26; 1 Jn 1,9; 5,16; Sant 5,16). La Iglesia Madre ha de buscar a sus hijos perdidos, ayudándolos a pasar de la muerte a la vida.
Los Apóstoles saben bien que evangelizar es anunciar a Jesús y la conversión de los pecados por la unión con Él, que es el único Salvador de los hombres. En este sentido puede decirse que una predicación es evangélica en la medida en que suscita la fe en Cristo y la verdadera conversión del pecado. “Esta es la vida eterna, que te conozcan a ti, único Dios verdadero y a tu enviado Jesucristo” (Jn 17,3)… La conversión, la penitencia, nace siempre del amor de Dios al hombre: “Yo reprendo y corrijo a cuantos amo: sé, pues, ferviente y arrepiéntete” (Apoc 3,19). Pero el que rechaza persistentemente este amor, esta gracia, y rehúsa hacer penitencia, será castigado (2,21s; 9,20s; 16,9. 11).

En los Padres apostólicos

Padres apostólicos son llamados en la Iglesia aquellos autores cristianos que, según la Tradición, conocieron personalmente a uno o más de los Apóstoles de Jesús. Estos escritores del siglo I y de principios del siglo II, entre los que sobresalen San Clemente I, Papa (88-97) y San Ignacio de Antioquía (35-108) escribieron textos resplandecientes.

En ellos, como en los Apóstoles, la penitencia designa con frecuencia toda la vida cristiana. El pecador no puede acercarse al Santo y vivir de él, si no es por la penitencia. “Dios habita verdaderamente en nosotros, en la morada de nuestro corazón, Dándonos la penitencia, nos introduce a nosotros, que estábamos esclavizados por la muerte, en el templo incorruptible” (Bernabé 16,8-9).

Por lo tanto, “el que sea santo, que se acerque; el que no lo sea, que haga penitencia” (Dídaque 10,6). Y que sepa que “no hay otra penitencia fuera de aquella en que bajamos al agua y recibimos la remisión de nuestros pecados pasados” (Hermas, mandato 4,3,1). Jesucristo bendito es quien nos ha traído la verdadera penitencia; él es quien ha quitado realmente el pecado del mundo (Jn 1,29). Por eso “fijemos nuestra mirada en la sangre de Cristo, y conozcamos qué preciosa es a los ojos de Dios y Padre suyo, pues, derramada por nuestra salvación, alcanzó la gracia de la penitencia para todo el mundo” (1 Clemente 7,4).

Éstos son los gloriosos precedentes bíblicos y tradicionales de la penitencia. Al rechazar su doctrina, muestran su falsedad Lutero y las denominaciones protestantes que le siguen.

En la teología protestante

Enseña Lutero que la justificación es sólo por la fe, y consiguientemente el hombre trata en vano de borrar su pecado con obras penitenciales –examen de conciencia, dolor, arrepentimiento, propósito, expiación–. Todo eso rechaza la gracia de Cristo. Tratando el hombre de hacer penitencia, niega la perfecta redención que nos consiguió el Crucificado. Deja Su gracia para apoyarse en las propias obras. En una palabra: judaíza el genuino Evangelio.

Es cierto que los discípulos de Jesús hicieron penitencias, pero eso no significa sino que “en el umbral mismo de la historia neotestamentaria de la metanoia en la Iglesia antigua aparece inmediatamente el malentendido judaico” (J. Behm, metanoeo-metanoia, KITTEL IV, 994-1002/1191).)

En la doctrina católica

Pablo VI: “Cristo es el modelo supremo de penitentes; él quiso padecer la pena por pecados que no eran suyos, sino de los demás” (Pænitemini 35). Y a los que sí somos pecadores, Él quiso participarnos su espíritu de penitencia: Él nos da conocimiento de nuestros pecados y de la misericordia de Dios; su gracia nos da el dolor por nuestras culpas, capacidad de expiación, y ayuda para cambiar de vida. El no quiso hacer penitencia solo, sino con nosotros, que somos su cuerpo. En Cristo, con él y por él hacemos penitencia.

Vaticano II: Como sacramento universal de salvación, “la Iglesia proclama a los no creyentes el mensaje de salvación, para que todos los hombres conozcan al único Dios verdadero y a su enviado Jesucristo y se conviertan de sus caminos haciendo penitencia. Y a los creyentes debe predicarles siempre la fe y la penitencia” (Sacrosanctum Concilium 9). Predicación hoy sumamente escasa.

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Debilitación de la penitencia en las Iglesias descristianizadas

Conversión, pecado, penitencia, con sus relacionados, son ya términos vitandos en demasiados ambientes cristianos. Unos ejemplos:

–De alguien que tuvo muchos pecados, se dirá que “tuvo en su juventud muchos errores” (¿…!). Eufemismos vergonzantes, propios de la poca fe.

–El venerable sacramento de la penitencia vendrá a denominarse sacramento de la reconciliación (¿…!). Una de las palabras principales del Evangelio y de la Tradición, penitencia, es sustituida por reconciliación… Lo que sin duda debilita más la ya debilitada virtud de la penitencia.

–No es raro actualmente que la confesión sacramental de un cristiano, la termine el confesor imponiéndole penitencias mínimas: “tres Avemarías en penitencia”, o basta con una. Quizá progrese la tendencia y llegue a más: “en penitencia, alguna jaculatoria”. Y más aún: con relativa frecuencia el sacerdote confesor no impone “ninguna” penitencia. Y hay que pedírsela.

Muchas de las Iglesias descristianizadas no incluyen en su pastoral el sacramento de la penitencia. Ha desaparecido. Ya retiraron el o los confesionarios. Algunas parroquias se conforman con celebrar una absolución colectiva unas pocas veces al año, p. ej., en adviento y en la cuaresma-pascua.

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Las concesiones de la Iglesia al protestantismo son falso ecumenismo

Si a estas novedades señaladas se añade que el término pastor sustituye al vitando de sacerdote, nos permitimos sospechar que esos cambios tan lamentables se hayan producido como concesiones al protestantismo, en un falso ecumenismo. Lutero aborrece la penitencia, y más como sacramento, y abomina también del Orden sacerdotal. De ahí que los términos pastor y reconciliación le resultan mucho más tolerables que los de sacerdote y sacramento de la penitencia… ¿Pero alguno piensa seriamente que estos gestos aproximan mutuamente a la Iglesia y al mundo protestante?… ¿Estima que es una conquista de un ecumenismo verdadero?

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Pido permiso para una digresión final.

Gracias.

La Beata Ana Catalina Emmerick (1774-1824) tenía un trato continuo con su ángel de la guarda (“mi guía”). Y Clemente Brentano (1778-1842), que durante seis años fue su discípulo y transcriptor fidelísimo, refiere que en cierta ocasión Ana le dijo:
“Mi guía espiritual me ha reprendido severamente por haberme excedido en alabar a los infieles piadosos [protestantes], preguntándome si no sé quién soy ni a quién pertenezco. Y me dijo que soy una religiosa consagrada a Dios y a la Iglesia y ligada por los santos votos; que debo alabar a Dios y a la Iglesia y orar llena de compasión por los infieles; que debería saber mejor que otros lo que es la Iglesia, y por lo mismo alabar a los miembros de Jesucristo en la que es su cuerpo místico; pero a los que se han desprendido de este cuerpo, y le han causado profundas heridas, a ésos debo compadecerlos, y pedir a Dios que se conviertan; que alabando a estos desobedientes me hacía partícipe de su culpa y que esta alabanza no era caridad, porque con ella se enfría el verdadero celo por la salvación de las almas.

“Con razón, pues, fui reprendida, que no es bueno dejarse llevar por la corriente en estas cosas santas. Verdad es que entre ellos hay muchos buenos, de los cuales me compadezco, pues veo que llevan el sello de su origen, que están separados de la Iglesia y divididos entre sí” (P. Carlos E. Schmoeger, redentorista, +1883: Vida y visiones de la venerable Ana Catalina Emmerick, Santander 1979, pg. 219).

RATZINGER RECHAZO LA PRESERVACIÓN INTACTA DEL DEPÓSITO DE LA FE (CXLVII)

Karl Rahner con su discípulo Joseph Ratzinger adaptándose al mundo moderno: trajes, cigarrillos y cerveza

Por la Dra. Carol Byrne


Continuando con la influencia negativa del padre Ratzinger (a través del Cardenal Frings) durante el proceso de toma de decisiones del Vaticano II, también podemos citar la animadversión antitradicional que mostró al rechazar el borrador original del documento “De deposito fidei pure custodiendo” (Sobre la Preservación Intacta del Depósito de la Fe). Cualquiera que lea el documento original quedará impresionado por su claridad, precisión y conformidad con la doctrina católica. Sin embargo, Ratzinger bloqueó su avance hacia la aceptación por parte de los Padres Conciliares por los siguientes motivos controvertidos:

De todos los borradores, el segundo texto, Sobre la preservación de la pureza del depósito de la fe, sigue sin ser adecuado en absoluto, sino que es tan defectuoso que, tal como está, no puede ser propuesto al Concilio. No sigue un orden claro, ya que retoma, de diferentes áreas de la teología dogmática, elementos inconexos, que, por la forma en que se tratan, ofrecen poco o ningún beneficio. Además, los capítulos primero y segundo entran en discusiones filosóficas y, al hacerlo, confunden lo que pertenece a la filosofía y a la teología. Mezclan lo que se basa en el método académico con lo que es testimonio y proclamación personal. Debido a esto, sería mejor simplemente omitir este esquema (1) [Énfasis añadido].

Así escribió el joven profesor que más tarde se convertiría en Prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe, después de haber anulado el esquema preconciliar que era una defensa magníficamente razonada de la fe y su transmisión en la era moderna. Este esquema fue abortado en el útero, desechado de plano sin ningún remordimiento de conciencia.

Pero la verdadera razón -ahora lo sabemos- por la que no se permitió que el borrador original se propusiera al concilio fue porque se hacía eco de la enseñanza del Magisterio perenne reflejada en los Manuales teológicos. 

Comentando más tarde sobre esos primeros tiempos, Ratzinger reveló sin reservas que el objetivo de la teología del Vaticano II era “estar menos dominada por el Magisterio actual” y “dar mayor voz a las Escrituras y a los Padres” (2). El borrador original, por lo tanto, habría sido un obstáculo en el camino de los planes modernistas para una Iglesia radicalmente nueva. Fue un caso de la Tradición sacrificada en el altar de la “Libertad Religiosa”, la “Colegialidad” y el “Ecumenismo”.

Esquema sobre la Constitución de la Iglesia, De Ecclesia

En la misma línea, Ratzinger escribió el discurso para el Cardenal. Frings, con el que este último rechazó el esquema “Sobre la Constitución de la Iglesia”, “De Ecclesia”, el 4 de diciembre de 1962. Se le acusó falsamente de tener un alcance demasiado estrecho, limitarse a una pequeña fracción de la Tradición (en relación con los últimos 100 años) e ignorar las preocupaciones de la Iglesia en general, especialmente las tradiciones orientales (3). Ratzinger-Frings lo consideró indigno de un Concilio Ecuménico. Hay una razón obvia por la que los 100 años de Tradición Católica anteriores al Vaticano II fueron objeto de críticas y rechazo. Este período coincidió exactamente con la reiterada condena de los Papas al liberalismo católico, comenzando con el Syllabus de Errores de Pío IX (1864), incluyendo el americanismo de León XIII, el modernismo de Pío X, el comunismo de Pío XI y las nuevas teologías de Pío XII. Este período coincidió también con el auge de la “tradición manualista”, que no se basaba únicamente en las enseñanzas de la Iglesia del siglo XIX, sino que incorporaba también las de siglos anteriores.

Sin aportar ninguna prueba seria, se descartó todo el esquema, afirmando que debía ser enmendado, reconsiderado y revisado a fondo en su totalidad. Al recordar estos acontecimientos en 1963, Ratzinger se felicitó por su propia labor en una carta al secretario del cardenal Frings, en la que declaró:
“Creo que podemos estar muy satisfechos con el esquema sobre la Iglesia. Ya se puede detectar un progreso simplemente comparando la composición del esquema antiguo y el nuevo. En el primero, el 90% del contenido pertenecía a los siglos XIX y XX” (4). 
Y ese contenido, como sabemos, fue tomado directamente de los Manuales, que no se limitaban al pensamiento de los siglos XIX y XX, sino que consagraban principios católicos perennes, enseñados con autoridad por los Papas, que podían usarse para iluminar los problemas contemporáneos. La tragedia es que la enseñanza de aquellos Papas preconciliares, que verdaderamente habían leído “los signos de los tiempos”, se perdió para la Iglesia; y hubieran ofrecido a los católicos modernos los mejores medios para mantener la Fe y avanzar en la santidad en medio de los peligros espirituales casi insuperables del mundo moderno.

Monseñor Joseph Fenton se dio cuenta de que se estaba lanzando un ataque contra la Tradición.


Cuando se presentó el nuevo esquema, uno de los Padres Conciliares, Mons. Joseph Clifford Fenton comentó con tristeza en su diario el 24 de septiembre de 1963:
“Encontré evidencia de que las enseñanzas del primer capítulo del nuevo esquema sobre la Iglesia y el lenguaje son las del padre [George] Tyrrell. Que Dios preserve a su Iglesia de ese capítulo. Si se aprueba, será un gran mal. Debo orar y actuar” (5).
Por supuesto, se aprobó y se convirtió en la futura Lumen gentium.

Como todos los innovadores y reformadores, parece como si Ratzinger hubiera juzgado a toda la Iglesia, pasada, presente y futura. Más tarde, no tendría reparos en declarar que Gaudium et spes es un “contra Syllabus” en el sentido de que contradice y revierte la enseñanza magisterial previa:
“Si buscamos un análisis global de Gaudium et spes, podríamos decir que es (vinculado con los textos sobre la libertad religiosa y sobre las religiones del mundo) una revisión del Syllabus de Pío IX , una especie de contra Syllabus ... Reconozcamos aquí y ahora que Gaudium et spes desempeña el papel de un contra Syllabus en la medida en que representa un intento de reconciliar oficialmente a la Iglesia con el mundo moderno tal como emerge desde la Revolución Francesa de 1789” (6).
Esquema sobre la relación Iglesia-Estado

Durante una reunión de la Comisión Preparatoria Central en junio de 1962, el capítulo 9 del esquema original, De Ecclesia, que había sido propuesto por la Comisión Teológica encabezada por el Cardenal Ottaviani para su discusión, causó un intenso desacuerdo entre los Padres conservadores y los modernistas. (En sus Memorias, el cardenal Frings se refirió a los “violentos enfrentamientos” entre los grupos progresistas y conservadores sobre los esquemas originales, particularmente el de la Libertad Religiosa) (7). 

Este capítulo, un fiel resumen de la Encíclica Immortale Dei de León XIII, defendía el ideal del Estado católico y su deber tanto de profesar y defender la Fe Católica como de apoyar a la Única Iglesia Verdadera. La doctrina que contenía era parte del Magisterio perenne y era de particular relevancia para los tiempos modernos que necesitaban una verdadera evangelización.

El Papa León XIII había luchado para proteger y nutrir a los Estados católicos con la Immortale Dei.

Ratzinger (a través de Frings) lo rechazó en favor de un documento escrito por el cardenal Bea titulado “Sobre la libertad religiosa”, que proclamaba lo contrario: el deber del Estado es respetar todas las religiones y proteger el derecho de los ciudadanos a practicar la religión de su elección. Este documento provocó un fuerte altercado entre Ottaviani y Bea durante el debate de la Comisión, y demostró que incluso antes del inicio del concilio existía una división irreparable entre las fuerzas de la Tradición y el modernismo.

El documento de Bea fue precursor de la Declaración sobre la Libertad Religiosa (Dignitatis humanae) del Vaticano II. Garantizaba la desaparición de los Estados Católicos. Tras el concilio, la Iglesia se negó a tolerarlos e incluso desmanteló los que aún existían en el mundo.

Continúa...

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Notas:

1) Josef Frings/Joseph Ratzinger, Acta Synodalia Sacrosancti Concilii Oecumenici Vaticani II: Apéndice prima, septiembre de 1962, Typis Polyglottis Vaticanis, 1983, p. 76.

2) Benedicto XVI, Last Testament (Último Testamento), p. 131.

3) La intervención de Ratzinger-Frings está registrada en Acta Synodalia Sacrosancti Concilii Oecumenici Vaticani II: Periodus prima, pars IV, 1971, pp. 218-220.

4) Norbert Trippen, Josef Kardinal Frings (1887-1978): Sein Wirken Für Die Weltkirche Und Seine Letzten Bischofsjahre (Josef Kardinal Frings (1887-1978): Su labor para la Iglesia universal y sus últimos años episcopales) vol. 2, Paderborn: Ferdinand Schöningh, 2005, p. 369.

5) Joseph Clifford Fenton, Journal of a Trip to Rome (1963-1965) (Diario de un viaje a Roma (1963-1965), versión en línea. Monseñor Fenton (1906-1969), sacerdote de la Diócesis de Springfield, Massachusetts, fue profesor de teología dogmática fundamental en la Universidad Católica de América y editor de la American Ecclesiastical Review (1943-1963). Fue miembro de varias comisiones del Vaticano II y perito del cardenal Ottaviani.

6) Joseph Ratzinger, Principles of Catholic Theology. Building Stones for a Fundamental Theology (Principios de teología católica. Piedras angulares para una teología fundamental), San Francisco: Ignatius Press, 1987, pp. 381, 382.

7) N. Trippen, op. cit ., pág. 243.

17 DE MARZO: SAN PATRICIO, APÓSTOL DE IRLANDA


17 de Marzo: San Patricio, apóstol de Irlanda

(✞ 493)

El maravilloso apóstol y obispo primado de Irlanda, San Patricio, nació en Escocia en el territorio de Aclud, que hoy se llama Dumbritón.

A los dieciséis años de edad le prendieron unos salteadores irlandeses juntamente con una hermana suya llamada Lupita y le vendieron en Irlanda a un amo que le hacía apacentar su ganado de cerdas.

Más el ángel del Señor le sacó de aquella esclavitud, manifestándole donde hallaría la cantidad de oro que bastase para su rescate.

Posteriormente estuvo dieciocho años bajo de la enseñanza de San Germán, y por su consejo fue a recibir la bendición del Papa Celestino I, para consagrarse del todo a la conversión de los gentiles en Irlanda.

Aquella gente era dura y bárbara y hacían gran resistencia al Santo predicador muchos magos y hechiceros, entre los cuales había uno llamado Docha, muy querido por el rey, el cual se decía que era dios, y con varios engaños resistió a San Patricio como Simón Mago a San Pedro.

Quiso para confirmación de su divinidad subir a los cielos, y estando ya muy alto, San Patricio hizo una oración, y este personaje cayó desde la altura, muy mal herido, a los pies del santo.

Había en aquella tierra un ídolo muy célebre al cual llamaban “cabeza de todos los dioses”, era muy grande y estaba cubierto de oro y plata. Viendo pues el siervo de Dios que la adoración de este ídolo detenía a muchos que no se rendían a su predicación, hizo oración al Señor, y levantando contra él el báculo llamado de Jesús, que traía en la mano, al momento cayó en la tierra el ídolo y se hizo pedazos.

Al ver esto se convirtieron aquellas gentes a fuerza de prodigios innumerables y estupendos, y gozando después de algunos años de quietud y mayor contemplación, cada día rezaba el salterio; se hincaba muchas veces de rodillas adorando al Creador de todo, y rezaba con tierna devoción las horas canónicas. Gastaba gran parte de la noche en devotos ejercicios, y tomaba un breve descanso sobre el duro suelo, teniendo por almohada una piedra.

Con esta santa y admirable vida, se preparó para una santísima muerte que le llegó a los 80 años de edad, después de haber conducido todo el país de Irlanda a la Fe de Cristo, y edificado numerosas Iglesias y consagrado muchos obispos, y ordenado gran número de sacerdotes.


En la provincia de Ultonia (N.deR.: actual provincia de Connaught) se ve hasta el día de hoy una pequeña isla en la mitad de un lago donde estaba el célebre Purgatorio de San Patricio.

Es una cueva donde se dice que el santo pasó toda una cuaresma en gran penitencia, para alcanzar del Señor la conversión de aquellos isleños; y donde se retiraban después muchos santos varones para purificar sus almas dedicándose algunos días a ejercicios de penitencia y oración en unas pequeñas celdas que así se edificaron: las cuales se llamaban las celdas de los Santos.