Por Monseñor de Segur (1868)
10. MEJOR SE VIVE ENTRE LOS PROTESTANTES, LOS CUALES NO TIENEN OBLIGACIÓN DE CONFESARSE
¡Con que se vive mejor entre los que no se confiesan! Lástima inspiran los que tal dicen. El protestantismo es la religión de los que tienen poca religión; de la misma manera que la religión del “hombre de bien” es la de los que no tienen ninguna.
Entre los protestantes cada uno va por donde quiere; aquello es un desorden religioso universal. No se sabe lo que se cree, ni por qué se cree; cada cual hace lo que quiere y vive según su capricho; esto será más cómodo, pero no es cristiano.
¿No se confiesan? Lo creo, ¡es tan molesto confesarse! tampoco se ayuna; no se obedece a nadie; se rechaza todo cuanto estableció Jesucristo para santificar al hombre, desviarle de su orgullo y de las ilusiones de su amor propio; ¿y encuentras todo esto mejor? No eres difícil de contentar.
Por lo mismo que los protestantes no se confiesen, sus conciencias son como tierras sin cultivo. ¿Has visto esta clase de tierras? Por buena que sea la calidad del suelo sólo nacen en ellas hierbas nocivas, espinos y cardos ¿y sabes por qué? porque no ha pasado por allí el trabajo benéfico del labrador; porque este no ha hecho penetrar la reja del arado, ni la punta del rastrillo en el seno de aquella tierra para fecundarla. Permanece estéril sin producir nada, y apenas da lo bastante para que las cabras puedan ramonear en ellas su flaco alimento. Tales son, y la experiencia nos lo demuestra, las pobres conciencias protestantes que no se abren al duro trabajo de la Confesión. A pesar de su mayor o menor honradez natural, de sus disposiciones a menudo excelentes, no son cristianas. ¡Qué enorme crimen cometieron ¡Dios mío! los hombres que privaron a naciones enteras del inestimable beneficio del Sacramento de la Penitencia!
Lutero, a pesar de su apostasía y libertinaje, no quería al principio ir tan lejos. Preferiría, escribía en cierta ocasión, obedecer al Papa, que consentir en la abolición de la Confesión. Sin embargo todas las sectas protestantes la han abolido y con ellas todo cuanto hay de consolador y de santificante en el cristianismo.
Se ha visto a muchos protestantes asustarse de la corrupción de las almas y de las costumbres, que ha producido entre ellos la abolición de la Confesión. Al abolirse, dice la liturgia protestante de Suecia, este acto fue seguido de un libertinaje tan horrible, que todo el mundo creyó que podía, por más que los pastores predicasen lo contrario, satisfacer todas sus pasiones. Los caballos arrastraron al conductor y no hubo ya quien dirigiese el carro. Los magistrados luteranos de Núremberg se alarmaron tanto ante el desbordamiento de vicios que siguió casi inmediatamente a la abolición de la Confesión, que enviaron una embajada al emperador Carlos V, para suplicarle que la restableciese entre ellos por un decreto. ¡Como si los reyes de este mundo fuesen árbitros de las conciencias! Los ministros luteranos de Estrasburgo hicieron otro tanto en 1670. En nuestros días se ve a muchos protestantes de uno y otro sexo suspirar por los suaves consuelos del sacramento de la penitencia. ¡Cuán felices sois! -decía recientemente una señora protestante de Nimes a una de sus amigas católicas- ¡cuán felices sois en poder confesaros!
En materia de religión no debe creerse que lo mejor sea lo más cómodo. Lo mejor, o por hablar propiedad con más propiedad, el bien, el único bien es lo verdadero, lo que Dios ha establecido y ordenado. Ahora bien, como hemos visto, Jesucristo, Dios omnipotente, estableció Él mismo su Iglesia en la tierra, y en su Iglesia el Sacramento de la Confesión para la remisión de los pecados. Nada hay tan hermoso, ni tan feliz, ni mejor como un buen católico que se confiese santamente a menudo.
Continúa...
No hay comentarios:
Publicar un comentario