Por Chris Jackson
A medida que el Vaticano lanza su última oleada de mensajes públicos para el Jubileo de 2025, el contraste entre sus manifestaciones de compasión y sus traiciones concretas a la Tradición Católica se agudiza cada vez más. León XIV ha pronunciado una serie de discursos y mensajes durante la última semana, desde su mensaje lleno de tópicos para la Jornada Mundial de los Abuelos y de las Personas Mayores hasta declaraciones diplomáticas sobre la gobernanza de la Inteligencia Artificial, salpicados por una homilía insulsa y un Ángelus poco destacable en Castel Gandolfo. Si bien los temas de la misericordia, la esperanza y la compasión son omnipresentes, lo sorprendente es lo que falta: doctrina, arrepentimiento, conversión y fidelidad a la tradición. Estas omisiones son el sello distintivo de un “pontificado” moderno que prioriza el sentimentalismo sobre la sustancia y presenta una iglesia terapéutica en lugar de la Iglesia de Cristo.
Bienaventurados los sentimentales: Esperanza sin verdad
El mensaje de León XIV para los ancianos podría resultar conmovedor para el lector ocasional: referencias bíblicas a Abraham, Sara, Zacarías y Moisés, con cálidas exhortaciones a no perder la esperanza en la vejez. Pero la teología subyacente es radicalmente horizontal. En lugar de recordarles a los ancianos su dignidad como almas bautizadas que se preparan para encontrarse con su Juez, León centra el mensaje en el aliento psicológico: “Todos, siempre, pueden amar y orar”. Sin dudas es cierto, pero también evidentemente superficial si nos quedamos solo en eso.
Atrás quedaron las referencias a las Cuatro Últimas Cosas. Atrás quedó cualquier llamado a examinar la conciencia, ofrecer los sufrimientos en unión con Cristo o reparar un mundo cada vez más en guerra con Dios. La indulgencia del Jubileo, ofrecida no por oración, penitencia o peregrinación, sino por “visitar a una persona mayor”, personifica el nuevo cálculo espiritual: gestos externos que reemplazan la contrición interior.
La Tradición Católica considera el envejecimiento como un tiempo de preparación para la eternidad. La visión secular del envejecimiento lo ve como un declive suave, animado por vagos sentimientos de esperanza y pertenencia. El papel histórico de la Iglesia de preparar las almas para la muerte ha sido reemplazado por un “pastoralismo” que tranquiliza sin condenar y consuela sin convertir.
Ética de la IA: Gobernanza sin Dios
El mensaje del Vaticano a la Cumbre de IA para el Bien se lee como un informe oficial de la ONU. Emitido en nombre de León XIV por el cardenal Parolin, exalta la “gobernanza global coordinada de la IA”, exige “claridad ética” e incluso menciona la tranquillitas ordinis, pero todo ello en el contexto del humanismo secular.
Cabría esperar que el “vicario” de Cristo hablara de la lex aeterna, la ley natural, o de las consecuencias morales de una tecnología desordenada que deshumaniza en lugar de elevar. En cambio, el documento asegura que la IA “no puede replicar el discernimiento moral”, pero no ofrece ninguna indicación de que la Iglesia misma posea la plenitud de la verdad capaz de informar dicho discernimiento.
Esta es una Iglesia que se siente cómoda operando en el marco de los “Objetivos de Desarrollo Sostenible”. Su testimonio moral ya no es trascendente, sino tecnocrático, utilizando el lenguaje de las “libertades fundamentales” y la “gestión ética” en lugar de la realeza de Cristo o la ley moral de Dios. Es el espíritu de la Gaudium et Spes digitalizado: la Iglesia se presenta como “una consultora amigable para el mundo”, no como su levadura sobrenatural.
Un buen samaritano sin un buen pastor
La homilía de León sobre el Buen Samaritano continúa la tendencia “papal” de presentar a Jesús como símbolo de una compasión genérica. Su mensaje critica con razón la indiferencia y celebra la misericordia, pero lo hace con una notoria ausencia de la divinidad de Cristo y de la necesidad de la gracia.
Cuando León cita a Benedicto XVI como “alguien enamorado”, adopta el lenguaje del romanticismo espiritual mientras evita las verdades más duras: que el samaritano no es sólo un icono de compasión, sino un reproche al clero que pasó de largo y, por extensión, a una jerarquía que hoy abandona las almas a la herejía y a la desolación litúrgica.
La parábola no es meramente una enseñanza ética; es cristológica. Cristo es el Buen Samaritano que cura las heridas del pecado original y lleva al hombre a la posada de la Iglesia. Pero León XIV ofrece solo una lectura terapéutica, aplicando la historia a la pobreza, la injusticia social y la guerra, sin jamás llamar a las almas al arrepentimiento ni advertirles sobre las consecuencias eternas del pecado.
Es un evangelio de fraternidad humana, en lugar de redención sobrenatural.
La Liturgia Sinodal de los Ancianos
En Castel Gandolfo, León dirigió unas palabras a una asamblea de superiores religiosos, animándolos a “actualizar y modernizar sus carismas” en un espíritu de “escucha mutua”. Como es habitual, el Vaticano II se considera no como un concilio entre muchos, sino como un mandato permanente para reinterpretar el pasado y adaptarlo al presente.
Las Órdenes Religiosas, antaño motores de la evangelización y la santidad, ahora se reducen a facilitar la “corresponsabilidad pastoral”, la “promoción de la paz” y el “discernimiento comunitario”. El lenguaje es burocrático y horizontal, carente de rigor ascético y celo misionero. Nadie imaginaría que estas mismas congregaciones se fundaron para convertir al mundo, no para “acompañarlo”.
El problema no es fomentar la compasión ni reconocer la dignidad humana. El problema es que dicho fomento se desvincula sistemáticamente del contenido de la fe. No se llama a volver a la Tradición. No se menciona a Cristo como único Salvador. No se exhorta a restaurar la Misa en latín, el Breviario ni las disciplinas que antaño nutrieron a los santos. En cambio, la atención se centra en “directrices formuladas”, “procesos de escucha” y “pensamiento a gran escala”, términos importados de los manuales de “gestión sinodal”, no del Evangelio.
El Ángelus del Sentimiento Eterno
En el Ángelus, León retomó el tema de la vida eterna, no como recompensa de la gracia y la fidelidad, sino como “herencia que se recibe mediante el amor y la apertura”. Una vez más, el amor nunca se define y el pecado nunca se confronta. La ley suprema se convierte en “cuidar a los demás”, no en obedecer los mandamientos. El lenguaje es de una dulzura encantadora: “Servir a la vida... imitar a Jesús... abrir nuestros corazones...”, pero las exigencias de Cristo no se encuentran por ninguna parte.
Hablar así de la salvación omitiendo la cruz no es simplemente inadecuado, sino engañoso. Es una negligencia del deber pastoral.
Reflexiones finales: Sentimiento sin salvación
Las homilías, discursos y mensajes jubilares de León XIV sintetizan el “proyecto papal moderno”: consuelo sin confrontación, humanismo en las vestiduras y una Iglesia que no propone verdades inflexibles porque ya no cree en el juicio divino. Ya sea hablando de inteligencia artificial, de los ancianos o de una parábola evangélica, León presenta constantemente a un Jesús misericordioso pero no majestuoso, y compasivo pero no imponente.
En definitiva, ese no es el Evangelio de Jesucristo. Es el Evangelio del sentimiento social: terapéutico, terapéutico y terapéutico nuevamente. Pero la Iglesia no se fundó para consolar al mundo en su rebelión. Se fundó para convertirlo.
Hasta que Roma redescubra esa misión, todos sus discursos de compasión y acompañamiento son poco más que el sacerdote y el levita caminando junto al alma herida, ofreciendo palabras, no sanación.
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