martes, 31 de diciembre de 2024

31 DE DICIEMBRE: SANTA MELANIA LA JOVEN, MADRE DEL DESIERTO

Melania la Joven o Valeria Melania (Roma, c. 383-Jerusalén, 31 de diciembre de 439) fue una santa cristiana del grupo de las Madres del desierto que vivió durante el reinado del emperador Flavio Honorio Augusto, hijo de Teodosio I.

Nació en el seno de una rica familia aristocrática de origen hispano. Sus posesiones en tierras y villas se extendían desde la Hispania romana a Roma, Campania, Sicilia, África romana, Mauritania o Britania.

A los 14 años, se casó con su primo por parte de padre Piniano (o Pinio), hijo del prefecto Valerio Severo, que tenía 17 años. Después de la prematura muerte de los dos hijos habidos en el matrimonio, y después de que estuviese a punto de morir Melania al nacer el segundo, los esposos estuvieron de acuerdo en mejor dedicarse a servir a Dios, manteniendo al tiempo el celibato. El padre de Melania observó todo con gran desilusión, pero en su lecho de muerte cinco años después, pidió perdón a Melania por impedir su vocación al celibato y le legó todos sus bienes.

En el año 406, siguiendo los consejos de su abuela, 
Melania y esposo Piniano, decidieron abandonar su rica residencia romana para mudarse junto a sus sirvientes a una casa de campo próxima a Nola, cerca de su pariente lejano Paulino de Nola.

En 408, ante la invasión de los bárbaros, prefirieron mudarse a las fincas que poseían cerca de Mesina (Sicilia) donde vivieron con gran austeridad, dedicándose al cuidado de los necesitados y los presos. Atraídos por su fama, muchos jóvenes se reunieron a su alrededor, fundando centros de vida monástica.

Decidieron vender sus posesiones en Italia para donárselas a los pobres antes de pasar al norte de África en 410, instalándose en Cartago y Tagaste (Numidia), donde cultivaron la amistad de Agustín de Hipona y se dedicaron a una vida de piedad y obras de caridad. Juntos fundaron dos conventos de monjes y dos de monjas. Melania se convirtió en abadesa de uno de ellos y destacaba por su austeridad, alimentándose frugalmente cada tres días y ocupándose principalmente de copiar manuscritos en griego y latín.

En 417 Melania decidió ir a Jerusalén con su marido y su madre, donde viviría veintidós años. Allí continuó sus donaciones a los necesitados con el producto de la venta de sus propiedades en España y fundó un monasterio, cerca del Monte de los Olivos. En Belén conoció a Jerónimo de Estridón, convirtiéndose en un fiel amigo y colaborador. Fue a visitar a los Padres del desierto a la cuna del monaquismo oriental en Egipto, pasando por Alejandría, quedando profundamente impresionada por la sencillez de su vida ascética.

En 431 moriría su madre Albina y un año después, su marido Piniano. En 436, fue a Bizancio, a consolar a su rico tío Rufio Antonio Agrypnio Volusiano, que accedió a ser bautizado muy enfermo, a pesar de su fe pagana.

En diciembre del 439, Melania sintió que se aproximaba la hora de su muerte y se dirigió a Belén para asistir a la Misa de Navidad, donde oró por sus hermanas, las bendijo y les pidió perdón por su severidad. Finalmente, murió pacíficamente el 31 de diciembre de ese mismo año.

Su monasterio entró en el Leccionario de Jerusalén como estación litúrgica, pero fue destruido en 614 durante las invasiones persas.


EL SAGRADO CORAZON DE JESUS (7)

Que la revelación del Sagrado Corazón hecha en el siglo XVII no era cosa inaudita en la Iglesia.

Por Monseñor de Segur


Los jansenistas acusaban de “novedad”, de “cosa nunca oída”, el culto del sagrado Corazón. Craso error.

Como ya hemos dicho, cuatro siglos antes de las revelaciones de Jesucristo a la venerable Alacoque, Santa Gertrudis había recibido de Nuestro Señor, acerca del sagrado Corazón, revelaciones no menos espléndidas que las de Paray-leMonial. Jesús mismo le ordenó que las pusiese por escrito. “No saldrás de este mundo -le dijo un día en que su humildad la hacía vacilar- no saldrás de este mundo hasta que no hayas acabado de escribir. Quiero que tus escritos sean para los últimos tiempos una prenda de mi divina bondad. Por medio de ellos haré gran bien en muchas almas. Mientras escribieres, tendré tu corazón junto al mío, y verteré en él gota a gota lo que debas decir”. Y el admirable libro de Santa Gertrudis la ha constituido en muy íntima evangelista del sagrado Corazón de Jesús.

Tenía la Santa particularísima devoción al apóstol San Juan, y asistiendo a Maitines un día de su fiesta, se le apareció el Discípulo amado de Jesús, rodeado de una gloria incomparable. “Amorosísimo Señor mío -dijo Santa Gertrudis a Jesucristo- ¿de dónde a mí, criatura indigna, que me presentéis vuestro más amado Discípulo?” 

“Quiero - respondió Jesús- establecer entre él y ti una íntima amistad; en adelante será en el cielo tu protector fiel”. San Juan entonces, dirigiéndose a Gertrudis, le dijo: “Ven, esposa de mi Maestro; reclinemos juntos nuestra cabeza sobre el dulcísimo pecho del Señor, donde están encerrados todos los tesoros de la bienaventuranza”. Y habiendo Santa Gertrudis reclinado su cabeza sobre el costado derecho del Salvador, mientras San Juan apoyaba la suya sobre el izquierdo, prosiguió el Discípulo amado: “Aquí está el Santo de los Santos, al cual son atraídos como a su centro todos los bienes del cielo y de la tierra”.

Los latidos del Corazón de Jesús arrebataban el alma de Gertrudis. “Muy amado del Señor -preguntó a San Juan- estos latidos armoniosos que regocijan mi alma, ¿regocijaron también la vuestra cuando reposasteis en la última Cena sobre el pecho del Salvador?” “Sí - respondió el Apóstol- sí; los sentí, y su suavidad penetró hasta el fondo de mi alma”. “¿Cómo, pues, apenas dejasteis entrever en vuestro Evangelio los amorosos arcanos del Corazón de Jesucristo?” “Mi ministerio en los primeros tiempos de la Iglesia debía limitarse a decir sobre el Verbo increado, Hijo eterno del Padre, algunas palabras fecundas que la inteligencia de los hombres pudiese meditar siempre, sin que sus riquezas se agotasen jamás; pero estaba reservado a los últimos tiempos la gracia de escuchar la voz elocuente de los latidos del Corazón de Jesús. A esta voz el mundo envejecido se rejuvenecerá, saldrá de su entorpecimiento, y le inflamará una vez más el fuego del amor divino”.

En otro pasaje de su libro, Santa Gertrudis nos hace oír como un eco de estos celestes latidos del Corazón de Jesucristo. La Santa veía cómo sus Hermanas se apresuraban a ir a la iglesia para asistir al sermón, mientras la enfermedad la retenía a ella en la celda. “¡Ah, mi amadísimo Señor! dijo suspirando, ¡cuán gustosa iría al sermón, si la enfermedad no me lo impidiese!” “¿Quieres, amada mía, que te predique yo mismo?” le contestó al momento Nuestro Señor. “Con toda mi alma”, respondió sencillamente Gertrudis. Entonces Jesús inclinó hacia su sagrado Corazón el alma de Gertrudis, que distinguió en él dos latidos muy dulces al oído: “Uno de estos latidos -le dijo Jesús- obra la salvación de los pecadores; el otro la santificación de los justos. El primero habla sin cesar a mi Padre, para apaciguar su justicia y atraer su misericordia. Por este mismo latido hablo a todos los Santos, excusando ante ellos a los pecadores con la indulgencia y el celo de un buen hermano, e instándoles a interceder por ellos. Este mismo latido es el incesante llamamiento que dirijo misericordiosamente a los mismos pecadores con un indecible deseo de verles volver a mí, que no me canso de esperarles”.

“Por el segundo latido, no ceso de manifestar a mi Padre cuánto me felicito por haber dado mi sangre para rescatar a tantos justos, en cuyos corazones gusto delicias sin cuento. Invito a la Corte celestial a admirar conmigo la vida de esas almas perfectas, y a dar gracias a Dios por todos los bienes que les ha dado, ya, o que les prepara. Finalmente, este latido de mi Corazón es el trato habitual y familiar que tengo con los justos, ya para testificarles deliciosamente mi amor, ya para reprenderles por sus faltas y hacerles progresar de día en día y de hora en hora”.

“Así como ninguna ocupación exterior, ni distracción alguna de la vista ni del oído interrumpen los latidos del corazón humano; así tampoco el gobierno providencial del universo podrá hasta el fin de los siglos detener, interrumpir o retardar un instante estos dos latidos de mi Corazón”.

Otro día, teniendo su Corazón en las manos, Jesús lo presentó a Santa Gertrudis, y le dijo: “¡Mira mi dulcísimo Corazón, armonioso instrumento cuyos acordes embelesan a la Santísima Trinidad! Yo te lo doy, y estará a tus órdenes como un servidor fiel y solicito para suplir tus ineptitudes. Haz según mi Corazón te dictare, y tus obras encantarán la mirada y el oído de Dios”.

De este modo Gertrudis vivió, hasta su último suspiro, una vida de amor, de ternura, de sacrificios en el sagrado Corazón de su Dios. En su agonía, el 17 de Noviembre de 1292, la Hermana a quien, la Santa Abadesa había dictado su libro, vio cómo Nuestro Señor se acercaba a la moribunda, con el rostro radiante de alegría, teniendo a su derecha la beatísima Virgen María, y a su izquierda el Discípulo amado, San Juan. En derredor de ellos se agrupaba una multitud de Ángeles, Vírgenes y Santos.

Junto al lecho de la Santa moribunda, leían el Evangelio de la Pasión; y al llegar a éstas palabras: “E inclinando la cabeza, entregó su espíritu”. Jesús se inclinó hacia Gertrudis, entreabrió con ambas manos su propio Corazón, y derramó sus llamas en aquella alma bienaventurada.

Momentos antes de expirar, Jesús le dijo con amor: “Al fin ha llegado el momento de dar a tu alma el ósculo que debe unirla conmigo; ¡al fin mi Corazón podrá presentarte a mi Padre celestial!”

Y al punto el alma bienaventurada de Gertrudis, rompiendo el lazo que la unía a su cuerpo, se elevó resplandeciente hacia Jesús y penetró en el santuario de su dulcísimo Corazón.

Este mismo misterio de amor, de misericordia y de santificación era el que Jesús debía revelar cuatrocientos años más tarde para ser en los últimos tiempos la prenda de su divina bondad. Adorémosle y bendigámosle con todo nuestro corazón; elevemos a Él nuestro espíritu, y digámosle con Santa Gertrudis: “Aquí me tenéis cerca de Vos, oh Dios mío, que sois un fuego consumidor; haced que por la fuerza, por la violencia, por la abundancia de vuestro ardor me abrase la llama de vuestro amor, y que, no siendo más que un grano de polvo, se sienta mi alma completamente devorada, consumida y perdida en Vos. Dadme, Señor mío Jesucristo, la gracia de amaros con todo mi corazón, de unirme a Vos con toda mi alma, de emplearme en vuestro amor y en vuestro servicio con todas mis fuerzas, de vivir según vuestro Corazón; y haced que en la hora de mi muerte, dándome Vos mismo las disposiciones necesarias, pueda entrar sin mancha en vuestro nupcial festín”.

“¡Oh amor de Jesús! absorbedme a la manera que la plenitud de una mar profunda absorbe una pequeña gota de agua. Otorgadme la gracia de abandonarme a Vos y de confundirme con Vos de tal manera, que jamás vuelva a encontrarme sino en Vos, ¡oh Jesús, mi dulce amor, bien de mi vida! Así sea”.

LA BATALLA DE LOS SEXOS DEBE LIBRARSE EN CASA

Hemos vaciado el hogar de su significado y propósito, lo que se traduce en la devaluación incluso del trabajo que todavía se realiza en él.

Por Jason M. Craig


“El matrimonio es un duelo a muerte -dijo G.K. Chesterton- que ningún hombre de honor debería rechazar”. El matrimonio plenamente vivido es, por tomar prestada una forma de batalla más fea que el duelo, la destrucción mutua y asegurada. Pero no destruye personas y cosas, sino ego, orgullo y egoísmo. Oh, feliz guerra que termina con la victoria de ambos bandos.

De ello se deduce que el hogar es el campo de batalla literal de los sexos, donde se encuentran su paz y su gloria. Por eso Pío XI pudo, sin mucha controversia en su momento, decir que Dios “ha ordenado y dispuesto la perfecta unión de los sexos sólo en el matrimonio”.

El matrimonio puede ser desordenado, por supuesto, pero la guerra entre los sexos es aún más desordenada -y si Pío tenía razón- inútil, sin él. Muchas de nuestras “cuestiones de género” de hoy en día son tan tumultuosas (o simplemente tediosas) porque estamos tratando de conciliar esta eterna batalla entre los sexos en todos los lugares menos en el hogar, como los baños públicos y las salas de juntas privadas. Sin embargo, estos ámbitos son campos de batalla de tipo mundano, es decir, donde luchamos por el tesoro y el territorio.

Incluso el lenguaje habla de “empoderamiento” porque el poder es un ideal central, no el orden, la integración o la paz. Por eso esta lucha de sexos fuera de casa convierte a hombres y mujeres no en su madurez de padre y madre, sino en el ideal andrógino, aburrido y horroroso del poder: “el jefe”. Quién consigue ser el jefe es la cuestión de nuestra época.

En el fondo, por lo tanto, estas guerras se libran por cuestiones económicas: salarios, títulos, ascensos, etcétera. En aspectos críticos, los que fomentan estas luchas están equivocados. Pero tienen razón al reconocer que la lucha pasa por la economía. El problema es que no saben lo que significa realmente la economía.

En relación con esto, tampoco lo sabe la otra parte, los que pretenden poner paz en la situación enmarcando la conversación simplemente en los “roles” de hombres y mujeres: las mujeres en casa; los hombres en el trabajo. Creo que este argumento fracasa no porque las mujeres no pertenezcan al hogar, sino porque los hombres también. O, a la inversa, no es porque los hombres deban trabajar por naturaleza, sino porque las mujeres también lo hacen.

Lo que se pierde en esta conversación es la característica definitoria de un hogar como económico, siendo el propio significado de “economía” la “gestión del hogar”.

Esta redefinición del hogar sólo se produjo en el último siglo y medio, cuando los hogares pasaron de ser lugares de producción y economía significativa (talleres, granjas, etc.) a lugares de diversión y consumo. El dinero se gana en el lugar de trabajo y se gasta en casa, y la familia en su conjunto es algo muy distinto de la realidad cotidiana del lugar de trabajo. Hoy en día, la familia “no tradicional” envía tanto a mamá como a papá a trabajar. En la versión “tradicional”, papá gana dinero y mamá se queda en casa. Pero, de nuevo, todo el modelo -que la madre “trabaje” o no- es, históricamente hablando, muy nuevo.

¿Las tareas domésticas no son trabajo? Incluso el lenguaje que utilizamos para referirnos a la esposa como madre “que se queda en casa” es el resultado de que todos los demás -hijos, padres, otras madres- abandonen el lugar del hogar para dedicarse a la vida real. Esto no es una acusación para aquellos de nosotros que nos encontramos en el modelo suburbano predominante que se propone como un producto normal del progreso de la sociedad, pero el hecho es que el ama de casa se confunde en valor y propósito hoy en día no por el hecho de que la madre esté en casa o no, sino por el hecho de que el padre y el hogar están a menudo tan distantes. Como dice el filósofo John Cuddeback, señalando que el ama de casa se confunde porque la agricultura -el arte y el trabajo de un padre en torno a su hogar- se ha perdido:
En realidad, lo que ocurrió primero fue lo contrario: eliminamos el rico arte de “cultivar” de lo que hacen los hombres. Y el resultado fue y es que ambos están aislados y empobrecidos: la agricultura perdió el aspecto de “cultivar” la tierra por el bien de la gente; y ser un hombre casado perdió el arte de cuidar de muchas cosas concretas, empezando por el hogar.
Podríamos decir que el sistema “tradicional” es mejor, ya que la presencia de la madre en el hogar aporta estabilidad y orden, pero no es exactamente la naturaleza de la familia. Hay algo más en la idea de “hogar” que quién paga la hipoteca y quién lo mantiene limpio.

Cuddeback, como muchos otros, ha arraigado a su familia en la agricultura familiar como forma de unirse a su propia familia como hogar. Pero el hogar como unidad económica no es sólo una cuestión de la sociedad agraria frente a la industrial; porque la pérdida de productividad en el hogar no consistía sólo en cultivar alimentos, sino en hacer todas las demás cosas naturales y esenciales para la humanidad.

“En épocas anteriores -dijo el sociólogo estadounidense Robert Nisbet en The Quest for Community- el parentesco estaba inextricablemente implicado en el proceso de ganarse la vida, proporcionar educación, mantener a los enfermos, cuidar de los ancianos y mantener los valores religiosos”. Ninguna de estas cosas implica “parentesco” ahora. El “lugar de trabajo” es donde nos ganamos la vida. El gobierno proporciona educación. Una industria que gestiona edificios falsamente llamados “residencias” se ocupa de los enfermos y los ancianos. Con tan poco que hacer en los hogares reales, es natural que todos los demás que hacen el trabajo “real” consigan mantener los valores religiosos, sean cuales sean.

En una sociedad de consumismo desmesurado, el trabajo debe tratarse de esta manera: como el medio para conseguir el dinero que necesitas para comprar lo que necesitas y quieres. En otros tiempos y lugares, el “trabajo” habría incluido todas estas otras cosas porque el dinero no era más que una herramienta entre otras que se utilizaban en un modo de vida.

Al relatar su estancia en las zonas rurales de Rusia, la activista católica Catherine Doherty dijo que le costó mucho aprender el significado de la palabra “chore” (trabajo rutinario) en inglés, porque tiene un sentido de monotonía, mientras que en su educación agraria el trabajo constituía el modo de vida en sí mismo. El escritor y granjero estadounidense Wendell Berry dice que la palabra “trabajo” es la definición simple de nuestra relación con el mundo, y es también nuestra relación con los demás.

Ahora es difícil conocer los “roles” de hombres y mujeres porque la industrialización ya no exige la coordinación de hombres y mujeres dentro del matrimonio y la vida familiar.

No hay nada en la naturaleza de la mujer que la excluya de la economía de un hogar. Eva proporcionó compañía a Adán, claro, pero le fue dada como “compañera de ayuda” para la digna -o divina- actividad del trabajo. La alabada esposa de Proverbios 31, por ejemplo, pasa el día comprando campos y organizando el trabajo para plantarlos. A mí me parece una aportación económica.

Esto no significa que no haya trabajos obviamente adaptados a los distintos sexos. El cuidado de los bebés es más difícil para los hombres, ya que no lactan. Los hombres utilizan mejor las hachas porque tienen más fuerza en la parte superior del cuerpo. Nadie está defendiendo la “lactancia materna” aquí. Pero cuando el hogar era una fuerza productiva, la negociación entre las tareas domésticas y la agricultura era sin duda más compleja que quién hace las tareas domésticas y quién hace el “trabajo de verdad”, o quién es el jefe y a quién le toca recoger los fragmentos de los techos que caen por todas partes.

Había trabajo por hacer por todas partes. Y con lazos de amor y cuidados prácticos, los hogares trabajaban duro y trabajaban juntos. Hemos vaciado el hogar de su significado y propósito, lo que se traduce en la devaluación incluso del trabajo que todavía se realiza en él, probablemente supervisado por la esposa.

No pretendo que esta labor de recuperación de la naturaleza del hogar como lugar de producción sea sencilla. Es importante que al menos admitamos como observación que recuperar el hogar es mucho más que recuperar los “roles”. Tampoco podemos limitarnos a negar nuestra realidad actual y jugar a disfrazarnos. Vivir para y con nuestra familia va a ser más complejo que imitar un momento del tiempo o simplemente etiquetarnos como “tradicionales” comprando sombreros de fieltro y suscribiéndonos a publicaciones de “esposas tradicionales”. Pero parece imperativo considerar formas de reconvertir el propio hogar en un lugar donde se desarrolle la “vida real” con la familia.

Un ejemplo muy extendido de “refuncionalización” del hogar es, sin duda, la educación en casa, que a menudo supone un nuevo nivel de trabajo para la madre, más allá de cocinar y limpiar. Pero, de nuevo, una pieza muy importante es la presencia del padre haciendo algo más que poner el sueldo sobre la mesa. En el pasado, los hombres no iban a los gimnasios porque levantaban objetos pesados todo el día, ¿por qué pagar para simular el trabajo en un gimnasio? Pero, si ésa es la realidad a la que se enfrentan muchos hombres, quizá el hecho de traer ese equipo de gimnasio a casa y hacerlo con la familia sea mucho más afín a la naturaleza de la familia que un montón de abonos de gimnasio por separado.

También creo que el movimiento generalizado de hombres que quieren establecerse en una finca con su familia no sólo es una respuesta razonable, sino que puedo dar fe de que te lleva a la integración sin el esfuerzo de la coordinación. Pero se trata realmente de una cuestión de conversión, no sólo de añadir gallinas y huertos a un estilo de vida suburbano. El objetivo no es simplemente comprarse un sombrero de paja y mudarse al campo. Podemos discernir y empezar de forma fructífera cuando empezamos por la naturaleza de las cosas y cómo nosotros, como familias, podemos ordenarnos y vivir de forma más humana.  

Algunos lo tachan de romanticismo poco práctico. Pero, ¿qué hay más práctico que el hecho de que los alimentos crezcan en la huerta? ¿Ha partido alguna vez leña con su hijo? Su dignidad y su valor no necesitan defensa, sobre todo si esa defensa es que con esa leña calefaccionarán el hogar. La familia ha sufrido mucho por no tener un trabajo compartido. Así que una forma muy sencilla de recuperar algo de cordura es compartir algo de trabajo.

Cualquiera que sea el medio, nuestra llamada “economía” necesita que el hogar sea su centro si queremos afirmar que la familia es la base de la sociedad. Y eso probablemente significa que el hogar tiene que encontrar formas significativas de volver a ser verdaderamente “económico”.


Crisis Magazine


EL HOMOCARDENAL CUPICH ABRAZA EL ESPÍRITU DE SATANÁS

En ninguna época anterior al Vaticano II declaraciones como las de este canalla habrían sido consideradas otra cosa más que inconcebiblemente malvadas.


Este tipo sí que es un sinvergüenza.

Ya es bastante malo que este mariquita miserable socave el catolicismo a cada paso. Es un problema totalmente diferente cuando de repente inventa nuevas categorías y definiciones que no tienen cabida en absoluto en la historia de la Iglesia.

Recibir la Sagrada Comunión no es un acto cooperativo. Los comulgantes no están jugando al béisbol ni cargando un ataúd. Comulgan individualmente, y sólo comulgan porque han hecho una evaluación individual sobre si son dignos de recibir, y están dispuestos a hacerlo.

La idea de que una persona que se atreve a arrodillarse al comulgar “interrumpe el flujo de la procesión” o “llama la atención sobre sí misma” está sacada directamente del libro de jugadas de Satanás.

Sí, tomemos lo que la Iglesia siempre ha practicado y usado correctamente para significar la reverencia debida al acto extremadamente importante que está por realizarse, y estigmaticémoslo con la excusa de una cosa extraña, nueva, “comunitaria”, que nunca existió antes del Vaticano II.

Si no fuera “cardenal”, este sujeto merecería que los católicos reunidos le patearan su miserable trasero -por supuesto, como un bello acto “comunitario”-.

Este miserable canalla debe odiar tanto la Eucaristía, y la Iglesia, que nada le está prohibido, ni siquiera un discurso público destinado a condenar como señal de virtud el gesto más natural cuando se está delante del Milagro.

Nos arrodillamos en la Consagración. La gente se arrodilla espontáneamente ante un milagro. Los hombres se arrodillan al hacer una proposición de matrimonio. Se arrodillan cuando se les nombra caballeros. Nos arrodillamos -o solíamos hacerlo- ante un Emperador o Rey. Arrodillarse es el signo más evidente de respeto que tiene la civilización occidental, dentro o fuera de la Liturgia.

Pero incluso si todo Occidente no considerara que arrodillarse es un acto de respeto, el mero hecho de que la Iglesia siempre lo haya utilizado para significar un alto grado de devoción debería ser indicio suficiente de que arrodillarse debe fomentarse, no estigmatizarse.

¿Por qué, por qué hace esto este hombre? La respuesta es, de nuevo, obvia: ¡odia el catolicismo y te odia a ti! Su orgullo guía claramente sus acciones, y lo enmascara tras un barniz de falsa religiosidad.

En ninguna época anterior al Vaticano II declaraciones como las de este canalla habrían sido consideradas otra cosa que inconcebiblemente malvadas. Cupich no nació ayer, y debe saber un par de cosas sobre el catolicismo. Sabe mucho, mucho mejor que esto. Realmente no tiene excusas.

Satanás es fuerte con esto, y su servidor se permite preguntarse qué otras incursiones ha hecho Satanás en el alma oscura de este hombre, y si no hay esqueletos en su armario que inspiran su comportamiento en primer lugar; no es nada raro que estos odiadores del catolicismo tengan un gran problema con ser castos, o heterosexuales, o ambas cosas.

¿Soy tan, tan malo por pensar que este tipo es tan asombrosamente malo, y odia tanto a la Iglesia, porque Satanás ha corrompido su cuerpo y su mente? ¿Qué sacerdote honesto, orante, casto y heterosexual dice cosas que están en oposición frontal a lo que la Iglesia siempre ha creído?

Por favor, ni se te ocurra justificar al tipo, o minimizar su acto, diciendo que no ha prohibido formalmente arrodillarse para comulgar. Diablos, si lo hubiera hecho, pueden estar seguros de que el número de los que insisten en comulgar habría aumentado enormemente, y el lío que se arma cuando el primer maricón niega la comunión a semejante fiel habría sido divertido de ver. No, el canallita parece ser más listo que eso.

Lo que hace es tirar su piedra en el estanque y ver las ondas, pero sin correr el riesgo de que su acto de rebeldía provoque un gran revuelo contra sí mismo. En lo que a mí respecta, está totalmente equivocado, y no tendría ningún problema en que Cupich se diera un largo y profundo baño en el Tíber. Pero yo no represento a la generalidad de los católicos, que es la razón por la que el catolicismo está en el estado en que está y los Cupichs del mundo son nombrados “cardenales” y se les permite odiar a la Iglesia en voz alta.

Esto cambiará algún día, pero no será durante mi vida. Moriré sabiendo que personas como Cupich llevan un sombrero rojo y lo utilizan para socavar el catolicismo.

No importa. Tengo sesenta generaciones de católicos de mi lado, además de todos los mártires y santos.

Sigue haciendo lo que haces, pequeño canalla.

Pagarás -a menos que te arrepientas- indefectiblemente por todo.


Mundabor

31 DE DICIEMBRE: SAN SILVESTRE I, PAPA


31 de Diciembre: San Silvestre I, Papa

(✞ 335)

San Silvestre, gloria y ornamento de la Iglesia Católica, fue hijo de un noble romano, de nombre Rufino. 

Desde su niñez estuvo bajo la dirección de un sabio y virtuoso sacerdote, llamado Girino, cuyas virtudes copió en su inocente alma. 

Admirado el Pontífice san Marcelino de las buenas disposiciones y entereza de costumbres de Silvestre, le confirió las sagradas órdenes. 

En el corto espacio de algunos años murieron los Papas san Marcelino, san Marcos, san Eusebio y san Melquíades, a cuya muerte fue elegido por sucesor suyo en el Pontificado san Silvestre, que se había ya ganado los corazones de los fieles, por considerarle como sólida columna de la Santa Iglesia y sol resplandeciente que brillaba en aquel tiempo de tenebrosas supersticiones y prácticas gentílicas. 

Acababa de triunfar Constantino el Grande sobre su enemigo Majencio; y el emperador devolvió la paz a la Iglesia, la cual pudo salir a la luz del día y dejar la oscuridad de las catacumbas, a que se hallaba condenada por las crueldades de los impíos perseguidores de los cristianos. 

El Papa san Silvestre fue el que recabó de Constantino que asistiese al primer Concilio ecuménico que se celebró en Nicea para condenar los errores del blasfemo Arrio, y obtuvo del emperador que protegiese a la Santa Iglesia contra la fiereza y audacia de los arrianos. 

San Silvestre envió sus legados a Francia a presidir en el Concilio de Arles para anatematizar los errores de los donatistas y cuartodecimanos. 

El proveyó con fortaleza y magnanimidad a la universal Iglesia y especialmente a la romana, cabeza y madre de las demás iglesias particulares. 

Reconocida públicamente como divina la fe cristiana hasta entonces tan perseguida y ultrajada, san Silvestre, con el auxilio del emperador, hizo edificar en Roma ocho basílicas, donde se celebrasen con la debida magnificencia los divinos oficios; formó reglamentos para la ordenación de los clérigos, para la administración de los santos Sacramentos, para el socorro que debía prestarse a los sacerdotes necesitados, a las vírgenes consagradas a Dios y a los fieles todos que se hallaban faltos de medios de subsistencia; viviendo él muy parcamente y evitando expensas inútiles, a fin de poder dotar las iglesias y de atender a las obras de beneficencia. 

Tomó un cuidado muy especial por los judíos, procurando convencerlos de que ya había venido el Mesías que ellos esperaban. 

Después de veintitrés años de un Pontificado no menos ilustre que trabajoso, pasó al eterno descanso. 

Reflexión

¡Qué rayos tan claros de virtud y saber no derramó san Silvestre desde el alto puesto del pontificado! Porque aunque es verdad que la luz alumbra siempre, se derrama más su resplandor cuando se la coloca sobre el candelero. Muy cierto es también que los elevados puestos no hacen grandes a los pontífices, ni las acciones más brillantes son las que forman los más grandes santos. ¡Infelices de la mayor parte de los hombres si así fuese! No pudiendo llegar a elevadas dignidades, te quedarías también con una santidad muy mediana. Pero consistiendo esta como consiste en el exacto cumplimiento de sus deberes, y en el sacrificio y abnegación de tus gustos, están, puede decirse, en tu mano los grados de santidad a que quieras subir. A mayor fidelidad en el cumplimiento de tus deberes, a mayor abnegación, corresponde mayor santidad. 

Oración

Concédenos, te rogamos, oh Dios todopoderoso, que la venerada solemnidad de tu confesor y pontífice el bienaventurado san Silvestre, aumente nuestra devoción y nuestros merecimientos. Por Jesucristo, nuestro Señor. Amén.

lunes, 30 de diciembre de 2024

NO QUIERES LA VERDAD PORQUE NO PUEDES SOPORTAR LA VERDAD

Cuando me encuentro con personas que no quieren oír hablar de supervivientes que sufrieron abusos o de denunciantes que sufrieron represalias por denunciar, me gustaría decirles: “No quieres la verdad porque no puedes soportar la verdad”

Por Gene Thomas Gomulka


La frase más famosa de la película protagonizada por Tom Cruise, Jack Nicholson y Demi Moore es cuando Nicholson, en el papel del coronel de la Infantería de Marina Nathan Jessup, le dice en el estrado del tribunal a Cruise, en el papel del teniente Daniel Kaffee: “¿Quieres la verdad? ¡No puedes soportar la verdad!”.

Cuando me encuentro con personas que no quieren oír hablar de supervivientes que sufrieron abusos sexuales o de denunciantes que sufrieron represalias por denunciar abusos, me gustaría decirles: “No quieres la verdad porque no puedes soportar la verdad”. Me recuerdan a una mujer que no quiere enterarse por su vecina de que su marido la ha estado engañando con numerosas mujeres durante muchos años. Para evitar el dolor de la traición, la mujer quiere seguir viviendo como si su marido fuera realmente fiel a sus votos matrimoniales.

Una de las razones por las que los católicos no quieren oír informes de que el “papa Francisco” se aprovechó de jóvenes novicios jesuitas en Argentina o encubrió innumerables casos de abusos cuando era arzobispo de Buenos Aires es que temen que escuchar sobre ese tema pueda poner en duda la validez de lo que los papas, obispos y sacerdotes les han estado predicando durante toda su vida. 

Si el “arzobispo” de Omaha, George Lucas, mintió acerca de no haber abusado sexualmente de un seminarista de secundaria en San Luis o encubrió que tuvo relaciones sexuales con sacerdotes y un prostituto homosexual en presencia de jóvenes seminaristas en Springfield, entonces ¿lo que dijo sobre Jesús y la vida después de la muerte también es mentira? Después de pagar “primas de seguro de vida eterna” domingo tras domingo durante toda la vida, ¿es el “cielo” una mentira como parece serlo el “celibato” para los 150 obispos creíblemente acusados que Francisco se niega a laicizar o excomulgar junto con sacerdotes como el padre Marko Rupnik que violó a más de 20 monjas? La hipocresía por parte del clero católico está dañando la fe de los católicos, incluyendo más de 30 millones de estadounidenses que fueron bautizados en la Iglesia Católica y que ya no se auto-identifican como “católicos”.

Es comprensible que algunas personas cuestionen lo que informo cuando los principales medios de comunicación “católicos”, como Catholic News Agency, no quieren informar sobre ex seminaristas como Wieslaw Walawender, que fue drogado y sodomizado en la archidiócesis de Baltimore, o Lisa Roars, a la que supuestamente un sacerdote que sigue trabajando con niños en la Ciudad de los Niños de Nebraska le introdujo una hostia en la vagina cuando tenía entre 9 y 11 años (su testimonio en un video en inglés aquí). Yo no tendría que publicar esta columna si estos actos atroces contra menores y adultos vulnerables se hubieran denunciado en los lugares que corresponde.

Lo que aprecio de la publicación de estos artículos es que ofrece a los lectores la oportunidad de comentar, o incluso cuestionar, no sólo lo que yo he escrito, sino también lo que otros comentaristas puedan haber escrito. Voy a dar un ejemplo de ese diálogo que aparece a continuación de mi artículo titulado Church Closures Linked to Destabilization (El cierre de iglesias, vinculado a la desestabilización). Le animo a que lea lo que escribieron el “Padre Michael Briese” y “Doubting T”, y cómo respondimos tanto el Padre Michael Briese como yo.

El Padre Michael Briese escribió:
La depredación homosexual está viva, bien y prosperando en los seminarios y casas religiosas de hoy, así como entre los párrocos y sacerdotes que trabajan en las cancillerías y - aún más tristemente - en nuestras escuelas y universidades católicas. Para derrotar esta horrenda plaga espiritual y fuente de depredación y abuso sexual, los católicos laicos deben organizar, financiar y gestionar un esfuerzo nacional laico concertado y bien coordinado para obtener declaraciones juradas y pruebas e insistir en que se lleven a cabo procesamientos de manera legal. Las pruebas de corrupción pueden descubrirse en los registros financieros, los registros de personal de los sacerdotes, los archivos informáticos y los registros almacenados. Los laicos deben colaborar con la policía y los organismos de investigación de todos los niveles de gobierno. De lo contrario, las agresiones homosexuales y las violaciones heterosexuales continuarán.
Doubting T. respondió:.
Padre Briese, ¿se trata de un seudónimo o es usted sacerdote? Y si es este último caso, ¿es este un consejo de una experiencia factual conocida o sólo una suposición?
Respuesta del P. Michael Briese editada por su longitud:
Doubting T. Estoy personalmente horrorizado y lleno de un muy justificable sentimiento de desprecio hacia nuestro clero moderno. Si duda de mí, sepa que tengo los nombres de dos niños que fueron agredidos sexualmente por dos sacerdotes diferentes. Ambos fueron llamados mentirosos por los sacerdotes y se les dijo que se quedaran callados o sus familias serían expulsadas de la Iglesia. Ambos eran adolescentes cuando los sacerdotes abusaron de ellos. Confiaron en nuestra Iglesia y pidieron ayuda. El clero de la Iglesia Católica los insultó haciéndolos pasar por mentirosos. Estos dos niños se suicidaron. Usted puede multiplicar estos dos niños suicidas inocentes por cientos en todo Estados Unidos. Esto se remonta a décadas .... Me di cuenta de este mal por el ahora fallecido pero bien conocido abusador clerical RC, el difunto ex sacerdote, Padre Frank Benham. En julio de 1977, se bajó los pantalones y me pidió a mí, entonces un tonto de 19 años, que le diera placer. Por lo tanto, he sido consciente de esto durante unos 45 años. Es un mal muy real. Luchad contra él con todo lo que tengáis. Sólo las vidas dedicadas a Dios y los hombres y mujeres decididos derrotarán con éxito esta ira clerical del mal. El bien prevalecerá. Rezo por gente como tú. ¿Qué estás haciendo para luchar contra estos violadores e infieles clericales? Utiliza las leyes de esta nación. ¡Tenemos el poder de nuestras leyes! ¡Úsenlo! ¿Por qué? Porque nuestro querido Señor siempre protege a los vulnerables, y nosotros también debemos hacerlo. Este problema es muy real, ¡y yo también! P. Michael Briese, Sirviendo a los más pequeños.
Respuesta de Gene Thomas Gomulka editada por su extensión:
Estimado Doubting T: Sí, el padre Briese es un sacerdote real de unos 60 años que ha dedicado su vida (incluso antes de ser ordenado diácono permanente y más tarde sacerdote) a alimentar y vestir a los pobres y a las personas sin hogar del sur de Maryland. Aunque es blanco, los pobres a los que sirve son principalmente blancos, negros e hispanos pobres. A diferencia de la mayoría de los sacerdotes y obispos (como Wuerl y Gregory) de la archidiócesis de Washington, que son homosexuales en el armario, Briese es un verdadero célibe heterosexual. Si la Iglesia permitiera a los sacerdotes casarse, él elegiría permanecer célibe no porque no le gusten las mujeres, sino porque quiere centrar toda su vida en servir a Cristo y a su Iglesia. Durante más de tres años, el cardenal Gregory ha apartado al padre Briese del ministerio activo porque es un denunciante que se enfrentó a Gregory por: 1) Permitir que el padre Adam Park siguiera en el ministerio después de que fuera denunciado por aprovecharse de seminaristas en el Colegio Norteamericano de Roma (según consta en documentos del Tribunal Supremo de Nueva York); y 2) Enfrentarse a Gregory con acusaciones de que mantuvo relaciones sexuales con un hombre en Atlanta, donde se le dio el nombre de “la Reina Africana”. Gregory no negó la acusación, al igual que Francisco no negó las acusaciones de dos fuentes distintas de que se aprovechó de novicios jesuitas en Argentina. Todos los días escucho de fuentes en todo Estados Unidos sobre sacerdotes y obispos depredadores y sexualmente activos y prostitutas que describen los genitales de obispos y sacerdotes y señalan exactamente cómo son por dentro sus residencias episcopales, rectorías y dormitorios...



LA BANALIZACIÓN DE LAS COSAS SANTAS

Una breve visión sobre la desacralización en la “iglesia conciliar”

Por Joseph Sheppard


Al entrar en un nuevo milenio, cada día nos llegan más noticias horribles de depravación moral e indiferencia. A menudo estamos tan conmocionados por la avalancha de desinformación de los medios de comunicación que muchos, en un sentido relativista, están dispuestos a contentarse con una iglesia debilitada y menos sacra.

En un esfuerzo por atraer a nuestro mundo moderno, somos testigos de cómo los pastores de la Iglesia comprometen la santidad. Uno de los ejemplos más claros de este fenómeno son las Jornadas Mundiales de la Juventud. Aunque estos experimentos producen multitudes masivas, se burlan de nuestra Santa Fe. En esta misma línea, hemos sido testigos de años de experimentación con la Santa Misa.


Para atraer a los niños, hay misas de marionetas y payasos; para los jóvenes adultos hay misas folclóricas; para los nativos americanos, ornamentos y música nativos americanos. Parece haber un mayor esfuerzo por acomodar al hombre durante la misa que por servir a Dios.

Además, vemos que hombres y mujeres laicos han invadido el altar para realizar las funciones sagradas del sacerdote. La Sagrada Eucaristía es manejada por las manos no consagradas de los laicos, diluyendo la unicidad y la naturaleza sacral de la vocación sacerdotal. Hay que preguntarse: “¿Cuál es el resultado de esta socialización del altar?”. ¿Estos cambios pretenden agradar a Dios o a los hombres?


Por el contrario, cabe recordar cómo los israelitas, instruidos por Dios a través de Moisés, veneraban su Lugar Santísimo. El Arca de la Alianza, que contenía los Diez Mandamientos, la vara de Aarón y el maná milagroso, estaba colocada en el Lugar Santísimo y rodeada por un velo. Sólo el sumo sacerdote podía entrar en el Lugar Santísimo después de hacer una ofrenda de sangre, y sólo una vez al año en el Día de la Expiación. Además del Lugar Santísimo, el tabernáculo contenía un santuario en el que sólo podían entrar los sacerdotes. Si estas reliquias sagradas de los israelitas eran tan veneradas, ¡cuán infinitamente más deberíamos venerar nosotros los sagrarios de cada Iglesia católica donde reside Nuestro Señor mismo! ¡Cuánto más elevado es el sacerdocio católico al de la Antigua Ley!


El hombre moderno se siente incómodo con los ejemplos tradicionales dados por Papas, Obispos, sacerdotes y miembros de Ordenes Religiosas. La mentalidad moderna desea un sacerdote o religioso que sea más o menos indistinguible de los laicos. Para satisfacer este deseo, los sacerdotes y los religiosos se abstienen de vestirse con los símbolos de su vocación. En casos más extremos, hay quienes desean un sacerdocio casado y un “sacerdocio” femenino. Casi todas estas tendencias tienen el objetivo común de destruir el carácter jerárquico y sacro de la Iglesia establecido por Nuestro Señor.


La misma tendencia a destruir el carácter sacro y jerárquico de la Iglesia puede manifestarse de maneras aparentemente inocuas. Al principio, el Padre Smith se convirtió en el Padre “Bob” y estos apelativos casuales y quizás bien intencionados hacia los hombres que representan a Nuestro Señor en el Santo Sacrificio de la Misa, fueron aceptados por la mayoría como “apropiados”, aunque fueran un desaire a la dignidad del sacerdocio. ¿Cuántas veces nos hemos dejado entretener por “chistes” cuyo contenido trata de cosas santas? Ese “humor” sirve para trivializar el tema.


No caigamos en el error de crear una Iglesia a imagen del mundo contemporáneo. Nuestro Señor ha establecido la naturaleza jerárquica y el espíritu sacro de la Iglesia para salvaguardarla y mantenerla santa. Pongamos de nuestra parte para combatir cualquier tendencia que trivialice nuestra Santa Fe.

POR QUÉ LOS SACERDOTES CATÓLICOS NO SE CASAN COMO LOS MINISTROS PROTESTANTES (36)

Jamás se admitirá la idea de un sacerdote casado. El sacerdocio y el matrimonio no van a la par. 

Por Monseñor De Segur (1862)


Un día echaba en cara cierto ministro protestante, a un estudiante joven, su mala conducta; y este le contestó: “Hablar cuesta poco, señor ministro, pero recuerde usted que Lutero dijo que era tan imposible dejar de casarse como dejar de comer, por lo cual usted mismo está casado. Yo también me casaría, si tuviera con qué soportar las cargas del matrimonio; pero es el caso que no tengo sino veinte años de edad, y que ni el Gobierno ni las sociedades Evangélicas me dan, como le dan a usted, con qué mantener a su familia. Pues mientras que mejoro de fortuna, me arreglo como puedo”.

Curioso sería saber que contestó a este argumento el ministro protestante, casado en virtud del falso y herético principio, de que el celibato es contra la naturaleza.

Si a un sacerdote católico se le hubiera hecho semejante argumento, él habría contestado con las palabras de San Pablo: “Imitatores mei estote, sicut et ego Christi”. Imitadme como yo imito a Cristo. Sed castos como yo lo soy, con la gracia de Dios; y no digáis que eso es imposible, porque lo que yo puedo hacer, lo podéis hacer vosotros, mediante esa gracia, que el Señor no niega a quien la necesita y se la pide.

Por lo demás, el celibato es lo que permite a los sacerdotes entregarse enteramente al ejercicio del Sagrado Ministerio. Abrazando el estado eclesiástico, ellos se obligan, por su entera libertad y después de una larga prueba, a guardar continencia perfecta; y aunque esta obligación no sea de institución divina, ella entraña una admirable sabiduría. La Iglesia ha sabido bien lo que hacía, estableciendo como precepto para los eclesiásticos de Orden Sacro, lo que era de consejo Evangélico y Apostólico, el celibato; así como el demonio sabe bien lo que hace, cuando trabaja y hace declamar contra esta saludable institución.

Si los sacerdotes católicos, fueran casados, ¿creéis que se sacrificarían como muchos de ellos lo hacen todos los días? ¿Creéis que no lo pensarían mucho, antes de ir a ponerse al lado de un enfermo atacado de un mal contagioso, antes de dar en limosnas al prójimo las últimas economías de su escasa renta? El primer prójimo del hombre casado, son su mujer y su hijo.

Por otra parte, jamás se admitirá en países católicos por el pueblo, la idea de un sacerdote casado. El sacerdocio y el matrimonio no van a la par. Aun los pastores protestantes, a pesar de saberse que su oficio es una caricatura del verdadero sacerdocio, se hacen ridículos por el tren que van arrastrando. Nada más grotesco que lo que de sí mismo refiere un ministro protestante, M. Bost. La relación de sus correrías apostólicas, de sus predicaciones, de sus vocaciones diversas y de sus cambios de convicciones; va entreverada con necias historias de sus cuidados matrimoniales, de sus calderos y de su batería de cocina. Con su mujer, once hijos, dos criados, un piano, y unos canarios, el malhadado Apóstol, se pasea llevando en todo trece mil libras, (expresión textual) de bagajes evangélicos. ¡Cómo recuerda esto al Cristianismo primitivo de San Pablo y su bordón!



Tomado del libro “Conversaciones sobre el protestantismo actual”, impreso en 1862.



30 DE DICIEMBRE: S. SABINO, OBISPO Y SUS COMPAÑEROS, MÁRTIRES


30 de Diciembre: S. Sabino, obispo y sus compañeros, mártires

(✞304)

La rabia y crueldad de los gentiles contra los fieles habían llegado a tal extremo en tiempo de Diocleciano y Maximiano, que por edicto imperial se habían puesto ídolos en todos los mercados, en los molinos públicos, en los hornos, en los caminos, en los mesones, en las fuentes públicas, en los pozos y en los ríos, para que nadie pudiese tomar agua, moler trigo ni comprar cosa alguna sin que hubiese adorado antes a los simulacros de los falsos dioses. 

Pero el Señor suscitaba ilustres héroes que con su celo apostólico, su ejemplo y sus prodigios, alentaban a los fieles a menospreciar todos los artificios de aquella tiranía infernal: y uno de estos héroes cristianos fue el admirable san Sabino, obispo de Espoleto en Umbría, el cual, cuando más arreciaba la persecución, y se veían en todas partes horcas levantadas, hogueras encendidas, potros, calderas de aceite hirviendo, uñas de hierro y otras invenciones de torturas, recorrió todas las ciudades y pueblos de la provincia, consolando y alentando a los fieles, con sus exhortaciones y con los santos Sacramentos. 

Enterado al fin el gobernador de Toscana, llamado Venustiano, de que el obispo Sabino estaba en Asís y que no cesaba día y noche de alentar a los cristianos y visitar aun a los que estaban escondidos en cuevas subterráneas, pasó a Asís y le hizo buscar y prender juntamente con Exuperancio y Marcelo, sus diáconos, y cargados de cadenas, los encerró en una horrorosa cárcel. 

Pocos días después los hizo presentar ante su tribunal, y les mandó adorar una pequeña estatua de Júpiter, hecha de coral y de oro; y el santo, tomando el ídolo con sus manos, lo arrojó al suelo, y lo hizo pedazos. 

Ordenó el presidente que allí mismo le cortasen las manos al santo Obispo, y extendiesen en el potro a Exuperancio y a Marcelo y los moliesen a palos hasta matarlos, a los cuales no cesó de animar Sabino hasta que murieron. 

Serena, dama cristiana y riquísima, visitó al santo en la cárcel, y le rogó que curase a un sobrino que estaba ciego, y el mártir le restableció luego la vista. Con este milagro se convirtieron quince presos. 

También el gobernador Venustiano, que estaba atormentado con grandes dolores en los ojos desde hacía un mes, y por esta causa no presenció el suplicio del santo obispo, y como el dolor creciese cada día, y le dijesen que Sabino acababa de dar la vista a un ciego, fue a la cárcel con su mujer y dos hijos y rogó al santo que le perdonase los tormentos que le había hecho sufrir, y le aliviase los que él padecía en los ojos. 

El santo le respondió que alcanzaría esta gracia si quería creer en Jesucristo y se bautizaba. Aceptó el gobernador la propuesta, y arrojando al río los pedazos del ídolo de coral, pidió al santo que le instruyese en la fe, y al instante se halló curado, y recibió el Bautismo con toda su familia; por lo que habiendo llegado esto a oídos del emperador, mandó que les cortasen la cabeza. 

Finalmente, Lucio, sucesor de Venustiano, hizo conducir a Espoleto a san Sabino, donde le mandó azotar con látigos forrados de plomo, hasta que expiró. 

Reflexión

¡Cuánta verdad es que jamás Dios se deja vencer en generosidad de sus siervos! Si como san Sabino resiste denodado y confiesa su fe, parece que pone a su disposición toda su omnipotencia, según, son los milagros y conversiones que obra. Por muchos sacrificios que hagas por El, siempre serán mayores las gracias que te conceda. 

Oración

¡Oh Dios omnipotente! Vuelve tus ojos compasivos sobre nuestra debilidad, y pues nos agrava el peso de nuestras miserias, concédenos la protección del bienaventurado Sabino, tu mártir y pontífice. Por Jesucristo, nuestro Señor. Amén.

domingo, 29 de diciembre de 2024

EL PECADO ORIGINAL DEL TRANSHUMANISMO: EL DESEO DE SER COMO DIOS

El transhumanismo es un fenómeno que no se puede reducir a una ciencia, una ideología, una filosofía o una religión secular. Es el espíritu que impregna nuestra época y ese espíritu es anticristiano.

Por Matija Štahan


Con la primera implementación exitosa de la interfaz cerebro-ordenador de Elon Musk, Neuralink, a principios de año, tal vez algún día consideremos que la era del transhumanismo comenzó oficialmente en 2024. Pero ¿qué es el transhumanismo? Es un fenómeno que no se puede reducir a la ciencia. Tampoco es solo una ideología. Tampoco es una filosofía o incluso (solo) una religión secular oculta. El transhumanismo es todo eso y más: es el espíritu que impregna numerosos fenómenos de nuestro tiempo. Y, como intentaré demostrar, ese espíritu es anticristiano.

Empecemos por la etimología. Una de las paradojas de nuestra era es que nos definimos menos por los sustantivos (dejemos de lado los pronombres por ahora) y más por sus prefijos. Hace una década o dos, el prefijo pos era dominante; en los últimos diez años, fue reemplazado por el prefijo trans

Pos significaba reconocer el hecho de que, como civilización, ya no somos lo que éramos antes; en cambio, ahora somos posmodernos, poscristianos, posmetafísicos, posseculares, posverdad, etcétera. 

Trans, sin embargo, podría interpretarse como un intento de gestionar activamente lo que seremos. En el transhumanismo, el humanismo es menos importante que trans porque no es la base lo que importa sino el cambio constante. Ese es el núcleo de la actual forma de progresismo.

Aunque hoy en día existen conceptos como transedad, transracial y transgénero, el término transhumanismo los supera en importancia. Entonces, ¿cuál es la definición de transhumanismo? Creo que podría ser más sucintamente: un intento de autotrascendencia humana a través de la tecnología. ¿Y cuál es su objetivo? En mi interpretación: primero deshumanizar al ser humano y luego deificarlo. ¿Cómo se logra esto? En el contexto actual, a través de tres ideas principales: trascender el género con la ayuda de la tecnología (aquí el transgenerismo se transforma en transhumanismo), transformar al hombre de ser orgánico a ser cyborg y tratar de alcanzar la inmortalidad terrenal.

Si queremos entender el transhumanismo desde una perspectiva cristiana, hay algunos puntos que debemos tener en cuenta.

En primer lugar, el transhumanismo no es una idea tan nueva (o, mejor dicho, es nueva sólo en su aspecto tecnológico). Distintos filósofos de la modernidad propugnaron algún tipo de prototranshumanismo de una forma u otra, independientemente de sus diferencias de opinión.

Por ejemplo, Descartes separó radicalmente el espíritu del cuerpo; Nietzsche concibió un “superhombre” o “Übermensch” impulsado por la voluntad de poder; Sartre estableció que “la existencia precede a la esencia”, por lo que el hombre crea su propia esencia (un eco particularista de su pensamiento universalista lo ofrece Simone de Beauvoir al afirmar que “no se nace mujer, sino que se llega a serlo”, lo que adquiere un matiz un tanto oscuro en el marco de la ideología transgénero); mientras que Foucault entendió al hombre como un concepto históricamente dado que desaparecerá con el tiempo.

Tal vez la frase más acertada que capta la esencia del transhumanismo es la que ofrece Yuval Noah Harari: homo deus. 

Yuval Noah Harari

Harari sostiene que el hombre del futuro será tan diferente del hombre de hoy como el homo sapiens lo es del homo erectus, desarrollando capacidades que consideraríamos divinas desde la perspectiva actual. (Aunque, cabe decir que, en la visión de Harari, los poderes divinos se parecen más a los dioses griegos que a la visión abrahámica de Dios; pero eso es de importancia secundaria en este análisis).

En segundo lugar, el transhumanismo debe distinguirse de la adoración de la tecnología como un becerro de oro. Un ejemplo de esto es la ahora desaparecida “iglesia” Way of the Future, que fue iniciada por el ex empleado de Google Anthony Levandowski. O, después de todo, el sueño del fundador de Google, Larry Page, de crear un “dios digital” como una entidad vinculada a la idea de una inteligencia artificial superior que, como Dios, nos conoce mejor de lo que nos conocemos a nosotros mismos, así como a la idea de la omnisciente “internet de las cosas” o la “singularidad” como un momento en el que el poder de la inteligencia artificial supera irreversiblemente el intelecto humano, convirtiéndose así en algo parecido a un dios.

El transhumanismo no es eso; es más peligroso porque no implica simplemente la adoración de la tecnología como una deidad, sino la concepción del hombre unido a la tecnología como una deidad. (El homo deus de Harari es un concepto religioso).

En tercer lugar, en el sentido político, el transhumanismo es un producto del liberalismo: amor propio extremo, egoísmo y hedonismo, pero también de la idea de que un individuo puede determinar lo que es moral y lo que es verdadero como si se tratase de categorías subjetivas y no objetivas. Sin embargo, la idea del “hombre nuevo” que se encuentra en la base del transhumanismo no es sólo característica del liberalismo, sino de todos los proyectos políticos de la modernidad, como el nacionalsocialismo (una adaptación del “Übermensch” de Nietzsche) o el comunismo (el “nuevo hombre soviético”).

En este contexto, las perspectivas políticas del transhumanismo –sobre todo en la parte que concierne al transgenerismo, al menos por ahora– adquieren los contornos amenazantes del nuevo totalitarismo. En términos generales, la idea del “hombre nuevo” en Occidente es una inversión y perversión del hombre nuevo –o persona, o criatura– en Cristo, tal como lo articula San Pablo (2 Corintios 5:17). El problema, por supuesto, es que el “hombre nuevo” transhumanista es un parásito del cuerpo del cristianismo, desacralizando el elemento de salvación y convirtiéndolo en un camino hacia la destrucción.

También se podría decir que pone patas arriba el cristianismo, haciéndolo así similar a los paganismos precristianos. Después de todo, ¿qué es el paganismo sino la relativización de la relación hombre-Dios al hacer que Dios sea percibido como demasiado parecido al hombre y al hombre como demasiado parecido a Dios? El cristianismo pone patas arriba la lógica pagana al hacer una distinción clara entre Dios y el hombre y luego trascender esa distinción con Jesús de Nazaret. El Homo deus nos lleva de nuevo a la lógica pagana.


Esto nos lleva al punto final y más importante: la polémica más antigua contra el transhumanismo ya está contenida en la Biblia.

El concepto de homo deus evoca inmediatamente varias imágenes bíblicas. La primera es el Jardín del Edén, la segunda es la aparición de Jesucristo y la tercera es el Apocalipsis. Empecemos por el Libro del Génesis: “Y creó Dios al hombre a su imagen, a imagen de Dios lo creó; varón y hembra los creó” (Génesis 1:27). Como el hombre comete el pecado original al escuchar a la serpiente, que le dice que puede llegar a ser “como Dios” (Génesis 3:5), Dios le quita al hombre la capacidad de alcanzar la inmortalidad terrena (Génesis 3:22). Según la antropología derivada de la Biblia, el hombre no es inmortal en el ámbito terrenal; existe sólo como varón o mujer y, por supuesto, no es Dios. Es Dios quien crea al hombre y determina los límites de su naturaleza. El hombre no es un autoconstructor que pueda anular estas limitaciones fundamentales.

Tratar de trascender las limitaciones que Dios impone a sus seres es un rasgo luciferino. En el libro del Génesis, es la serpiente —definida en el libro del Apocalipsis como “la serpiente antigua, el que se llama Diablo y Satanás, el engañador del mundo entero” (Apocalipsis 12:9)— la que lleva al hombre a cometer el pecado original. Y todos los elementos del pecado original pueden resumirse en tratar de superar los límites dados por Dios a los seres humanos. Y cada característica humana que se determina en el libro del Génesis —ya sea la diferencia de sexos, la mortalidad o el hecho de estar hechos “a imagen de Dios” pero no “ser como Dios”son los límites clave que el transhumanismo busca superar.

Después de que la Biblia nos ofrece una distinción entre lo que el hombre es y lo que no es —y nombra explícitamente al defensor de la transformación del hombre en lo que no es como el diablo— la polémica de los autores bíblicos con el transhumanismo no termina sino que continúa a través de la presentación de la naturaleza divina y humana de Jesucristo.

Hace cien años, Nikolai Berdiaev reconoció todas las implicaciones de la frase homo deus, al escribir en su obra The New Middle Ages (La nueva Edad Media) que “contra Dios-hombre no se opone un hombre (…), sino un hombre-dios, un hombre que se ha colocado en el lugar de Dios”. Por supuesto, el punto de Berdiaev se deriva de la advertencia pronunciada por San Pablo sobre “el hombre de la iniquidad” que “se opondrá y se exaltará sobre todo lo que se llama Dios o es objeto de culto, de modo que se erige en el templo de Dios, proclamándose Dios” (2 Tesalonicenses 2:3-4).

He aquí, pues, el quid de la cuestión. Según la Biblia, Jesucristo es el único Homo Deus verdadero, y todo otro “homo deus” no es un Dios-hombre, sino que podría describirse con más precisión como un “hombre-dios” o, en términos bíblicos, el Anticristo. Porque, después de todo, ¿quién es el que puede determinar los límites de su propia naturaleza, de su propia existencia; quién puede determinar lo que es verdad y lo que es falso por el mero poder de su voluntad; quién puede determinar y proclamar lo que es bueno y lo que es malo? Sólo Dios puede hacer eso. Cuando el hombre trata de hacerlo, está haciendo la obra del Anticristo.

Todo esto no significa que el Anticristo será transhumano en el sentido banal de la palabra —recordemos que San Juan habla de “muchos anticristos” (1 Juan 2:18), en plural—, sino que el transhumanismo, tal como lo ve Harari y muchos otros, es una de las manifestaciones históricas de la lógica del Anticristo. Tampoco significa que podamos decir que en este momento estamos en el umbral del fin de los tiempos porque no se conoce el “día y la hora” del fin del mundo (Mateo 25:13), sino que tiene fundamento bíblico creer que la aparición del Anticristo del Apocalipsis estará sustancialmente conectada con el impulso que se encuentra en la base del transhumanismo, es decir, el intento de trascender la propia humanidad para alcanzar la piedad.

Cuando hoy pensamos en el transhumanismo, nos enfrentamos de nuevo a la tentación que la serpiente hizo pasar a Adán y Eva. Sólo que la serpiente aparece hoy en día en formas diferentes. Así, cuando la filosofía existencialista quiere presentar al hombre como el supremo constructor de su propia naturaleza, o cuando la teoría de género promueve lo “no binario” y la multiplicidad de “identidades de género”, o cuando Silicon Valley quiere convertir al hombre en un ciborg omnipotente o anular el envejecimiento o derrotar a la muerte, cumplen colectivamente la función que cumplió la serpiente en el Libro del Génesis. En el vocabulario actual, seducen a la humanidad diciéndonos: te convertirás en homo deus.

¿Vamos a dar otra vez la respuesta equivocada?


Crisis Magazine

IGLESIAS DESCRISTIANIZADAS POR MALAS DOCTRINAS PROMOVIDAS (2)

Los Manuales teológicos Sapientia Fidei, los Manuales de Teología y el deterioro doctrinal.

Por el padre 
José María Iraburu


Dionisio Borobio

Eucaristía. BAC, manuales Sapientia Fidei, nº 23, Madrid 2000, 425 pgs.

Dionisio Borobio García (Soria, 1938-). Sacerdote diocesano de Bilbao (1965). Estudia en la Gregoriana de Roma, se doctora en Liturgia en el Pontificio Ateneo San Anselmo. Ejerce la docencia en Deusto, y posteriormente es catedrático de Liturgia y Sacramentos en la Facultad de Teología de la Universidad Pontificia de Salamanca. Ha publicado un gran número de libros.
El manual Eucaristía del profesor Dionisio Borobio tiene indudables méritos en la consideración bíblica, litúrgica y teológica de no pocos de los temas que expone. Pero también contiene algunos errores graves. La obra, pues, no puede ofrecerse como un manual de teología católica. Bonum ex integra causa. Malum ex quocumque defectu.


–La transubstanciación

Antes del tiempo de Pablo VI, ya venían algunos profesores de teología combatiendo el término transubstanciación para expresar la presencia de Cristo en la Eucaristía. Procedían en contra de la Tradición y de Trento. Hasta que Pablo VI fulminó tales teorías en la encíclica Mysterium Fidei (1965).

Pues bien, en el año 2000 todavía el catedrático de Liturgia y Sacramentos de la Universidad de Salamanca, la del Episcopado, Dionisio Borobio García, en la Colección de manuales Sapientia Fidei, promovida por la Conferencia Episcopal Española, vuelve a la explicación reprobada por Pablo VI en 1965… Qué paciencia.

Escribe el profesor Borobio que la explicación de la presencia sacramental de Cristo “per modum substantiæ” es un concepto que, aunque contribuyó sin duda a clarificar el misterio de la presencia del Señor en la eucaristía, “condujo a una interpretación cosista y poco personalista de esta presencia” (286). Pero un cambio que afecte al destino y finalidad del pan y del vino en la Eucaristía (transfinalización-transignificación) equivale a una transubstanciación.
“Para los autores que defienden esta postura (v. gr. Schillebeeckx) es preciso admitir un cambio ontológico en el pan y el vino. Pero este cambio no tiene por qué explicarse en categorías aristotélico-tomistas (sustancia-accidente), sometidas a crisis por las aportaciones de la física moderna, y reinterpretables desde la fenomenología existencial con su concepción sobre el símbolo. Según esta concepción, la realidad material debe entenderse no como realidad objetiva independiente de la percepción del sujeto, sino como una realidad antropológica y relacional, estrechamente vinculada a la percepción humana. Pan y vino deben ser considerados no tanto en su ser-en-sí cuanto en su perspectiva relacional. El determinante de la esencia de los seres no es otra cosa que su contexto relacional. La relacionalidad constituye el núcleo de la realidad material, el en-sí de las cosas” (307). [¡ … !]
Estas fórmulas teológicas, propugnadas por el profesor Borobio, tan alejadas de la filosofía realista, servidora de la fe católica, son incompatibles con las fórmulas dogmáticas reafirmadas por Pablo VI en la encíclica 
Mysterium Fidei (1965), que dan fe absoluta a las reales palabras de Cristo, “esto ES mi cuerpo”. Así lo entendieron ya los apóstoles y primeros Padres de la Iglesia. Leemos en la encíclica citada:
6. “Para que nadie entienda erróneamente este modo de presencia, que supera las leyes de la naturaleza y constituye en su género el mayor de los milagros [enc. Mirae caritatis, AL 22, 123], es necesario escuchar con docilidad la voz de la Iglesia que enseña y ora. Esta voz que, en efecto, constituye un eco perenne de la voz de Cristo, nos asegura que Cristo no se hace presente en este sacramento sino por la conversión de toda la sustancia del pan en su cuerpo y de toda la sustancia del vino en su sangre; conversión admirable y singular, que la Iglesia católica justamente y con propiedad llama transubstanciación [Trento, Decr. de Eucharistia c. 4 y can. 2]. Realizada la transustanciación, las especies del pan y del vino adquieren sin duda un nuevo significado y un nuevo fin, puesto que ya no son el pan ordinario y la ordinaria bebida, sino el signo de una cosa sagrada, y signo de un alimento espiritual; pero ya por ello adquieren un nuevo significado y un nuevo fin, puesto que contienen una nueva realidad que con razón denominamos ontológica.

Bajo dichas especies ya no existe lo que antes había, sino una cosa completamente diversa; y esto no tan sólo por el juicio de la fe de la Iglesia, sino por la realidad objetiva, puesto que, convertida la sustancia o naturaleza del pan y del vino en el cuerpo y en la sangre de Cristo, no queda ya nada del pan y del vino, sino tan sólo las especies: bajo ellas Cristo todo entero está presente en su realidad física, aun corporalmente, pero no a la manera que los cuerpos están en un lugar.

“Por ello los Padres tuvieron gran cuidado de advertir a los fieles que, al considerar este augustísimo sacramento creyeran no a los sentidos, que se fijan en las propiedades del pan y del vino, sino a las palabras de Cristo, que tienen tal virtud que cambian, transforman, transelementan el pan y el vino en su cuerpo y en su sangre; porque, como más de una vez lo afirman los mismos Padres, la virtud que realiza esto es la misma virtud de Dios omnipotente, que al principio del tiempo creó el universo de la nada.

“Instruido en estas cosas —dice san Cirilo de Jerusalén [313-386] al concluir su sermón sobre los misterios de la fe— e imbuido de una certísima fe, para lo cual lo que parece pan no es pan, no obstante la sensación del gusto, sino que es el cuerpo de Cristo; y lo que parece vino no es vino, aunque así le parezca al gusto, sino que es la Sangre de Cristo…; confirma tu corazón y come ese pan como algo espiritual y alegra la faz de tu alma” (Catequesis 22,9; myst. 4)”
, ya sé que es incorrecto hacer citas tan largas. Pero siendo tantas las Iglesias locales de Occidente que, en unos pocos decenios, han bajado el número de los participantes en la Misa de 80% a un 5%, creo yo que, “con oportunidad o sin ella”, es necesario y urgente recordar esta verdad máxima de la fe… Habrá sido que, cuando todavía era tiempo, no predicaron lo suficiente la palabra misma de Cristo:

“En verdad, en verdad os digo: si no coméis la carne del Hijo del hombre y no bebéis su sangre, no tenéis vida en vosotros. El que come mi carne y bebe mi sangre tiene vida eterna, y yo lo resucitaré en el último día. Mi carne es verdadera comida, y mi sangre es verdadera bebida. El que come mi carne y bebe mi sangre habita en mí y yo en él” (Jn 6,53-56).

Sigue la 
Mysterium Fidei:
3.La norma, pues, de hablar que la Iglesia, con un prolongado trabajo de siglos, no sin ayuda del Espíritu Santo, ha establecido, confirmándola con la autoridad de los concilios, norma que con frecuencia se ha convertido en contraseña y bandera de la fe ortodoxa, debe ser religiosamente observada, y nadie, a su propio arbitrio o so pretexto de nueva ciencia, presuma cambiarla. ¿Quién, podría tolerar jamás, que las fórmulas dogmáticas usadas por los concilios ecuménicos para los misterios de la Santísima Trinidad y de la Encarnación se juzgaran como ya inadecuadas a los hombres de nuestro tiempo y que en su lugar se emplearan inconsideradamente otras nuevas? Del mismo modo no se puede tolerar que cualquiera pueda atentar a su gusto contra las fórmulas con que el Concilio Tridentino propuso la fe del misterio eucarístico”.
¿Cómo conciliar la explicación de Borobio sobre la Eucaristía con la fe de la Iglesia católica? No hay modo. La formulación teológica que propone sobre la presencia de Cristo en la Eucaristía es inconciliable con la formulación dogmática que Pablo VI reafirma con toda claridad. Casi con los mismos términos empleados por San Cirilo de Jerusalén, que en sus Catequesis no empleaba las categorías aristotélico-tomistas.

–El sacrificio de expiación

Reconoce Borobio “el sentido sacrificial de la vida y muerte de Cristo”, un sentido que viene afirmado “en el Nuevo Testamento, al menos en Pablo y Hebreos” (245). Y enseña, por lo tanto, el carácter sacrificial de la Eucaristía. Pero enseña en seguida que…
“en todo caso, hay que entender este carácter sacrificial de la cena a la luz del sentido sacrificial salvífico que Jesús dio a toda su vida, es decir, como un acto de servicio último y de entrega total en favor de la humanidad, y no tanto en sentido expiatorio” (244-145).

“La tendencia más amplia hoy es a reconocer un cierto carácter expiatorio en la muerte de Cristo, pero superando una interpretación victimista, como castigo o venganza de un Dios cruel, como pena impuesta por un Dios justiciero capaz de castigar a su propio Hijo con la muerte…, lo que correspondería más bien a una imagen arcaica y megalómana de Dios” (268). [Al escribir esto, Borobio nos parece ser un eco de Olegario González de Cardedal].
Es lenguaje deliberadamente ambiguo: “tendencia”, “no tanto”, “un cierto”, “superando”, “victimista”… La Iglesia Católica, sencillamente, cree que la pasión de Cristo, y por lo tanto, la Eucaristía que la actualiza, es un sacrificio de expiación por el pecado de la humanidad, y que Cristo es en él la víctima pascual sagrada. Y que así lo ha querido la maravillosa, misericordiosa y misteriosa Providencia divina, revelada desde antiguo.

Hoy la Iglesia, concretamente en su Catecismo, enseña sin reticencias ni concesiones diminutivas, el carácter expiatorio de la pasión de Cristo y de la Eucaristía. Toda la Escritura –mucho más que “Pablo y Hebreos”, ya desde Isaías–, así lo revela y así lo expresa. Y los mismos Evangelios sobre la Cena afirman de modo patente ese sentido expiatorio –“el cuerpo que se entrega, la sangre que se derrama, por todos, para el perdón de los pecados” (Catecismo 610). En efecto,
“Jesús, por su obediencia hasta la muerte, llevó a cabo la sustitución del Siervo doliente, que se dio a sí mismo en expiación”, “cuando llevó el pecado de muchos”, a quienes “justificará y cuyas culpas soportará” (Is 53,10-12). Cristo repara por nuestras faltas y satisface al Padre por nuestros pecados (+Trento, Denzinger 1529)” (Catecismo 615; +616).
–Eucaristía y penitencia. Otros temas del libro “Eucaristía” del profesor Borobio son discutibles, como el que dedica al perdón de los pecados en La Eucaristía (356-374). Y no intento considerar el tema en la doctrina de la Iglesia y en las explicaciones teológicas del Autor. Me limito a señalar la inoportunidad del tratamiento del tema.

En un manual de teología, poner hoy el énfasis en el poder de la Eucaristía para perdonar los pecados me parece inconveniente, cuando es sabido que en tantas Iglesias locales son bastantes los que algunas veces comulgan, pero no se confiesan. El sacramento de la penitencia ha desaparecido casi en muchas iglesias católicas. Se contentan las que así están con un par de Confesiones colectivas, en Adviento y Cuaresma. Ya la propia Eucaristía perdona los pecados. O un sincero acto de contrición… Ya.

–Conclusión. Las ambigüedades y errores de esta obra impiden que pueda ser empleada como manual de teología católica sobre el Misterio eucarístico.

☙❧ ☙❧ ☙❧

–Los Manuales teológicos Sapientia fidei

Son más de veinte los manuales ya publicados en la colección Sapientia fidei, unos buenos, otros malos, otros regulares. Los que he recensionado en estos artículos están, sin duda, entre los más importantes. Pues bien, por varias razones he querido fijar mi atención crítica en algunas obras de esta colección, que la Biblioteca de Autores Cristianos publicó en Madrid.

Porque contienen errores graves. –Por el prestigio de sus autores. –Por el aval implícito que la Conferencia Episcopal Española les dio y sigue dando al promoverlos.

Si estos manuales de teología, y otros semejantes, continúan difundiéndose, el perjuicio seguirá sufriendo, y la fe y la moral entre los católicos de habla hispana –la mitad de la Iglesia Católica– será mayor aún. Y quienes así creemos tenemos, ante Dios y ante la Iglesia, la grave obligación de decirlo con toda fuerza y urgencia, aunque sea desde un rincón.

–Manuales de teología

Los Manuales de teología deben destacarse
1) Por el orden y la precisión, la concisión y la claridad con que exponen la doctrina católica sobre un tema. No deben ser librotes de más de 300 páginas o de 600, como son algunos de la Sapientia Fidei.

2) Por la calificación teológica cuidadosa de las diversas tesis enseñadas, de modo que no se enseñe como de fe lo que es opinable, ni se considere opinable una doctrina que es de fe.

3) Por la certeza de las doctrinas enseñadas, ya que en un manual no deben proponerse hipótesis teológicas más o menos aventuradas –su lugar son las revistas científicas o las disputaciones discretas entre especialistas–, sino que han de afirmarse las doctrinas de la fe o al menos aquellas que están ampliamente recibidas en la mente de la Iglesia;

4) Por la descripción y refutación de los errores históricos y actuales sobre las cuestiones que el Manual trata. El conocimiento de errores, bien expuestos y refutados –como lo hace Santo Tomás en la Summa–, ayudan al conocimiento de la verdad, y vacunan contra el error.
Como hemos comprobado en este artículo y en los anteriores, estos objetivos no se consiguen en algunos libros de la Colección de Manuales de teología Sapientia Fidei.

–Deterioro doctrinal

Pero, dejando ya el caso concreto de los Manuales señalados, vengamos a la cuestión de fondo. El cultivo moderno de la sabiduría teológica católica sufre un deterioro notable en los años posteriores al Vaticano II. Lo sufre en la precisión del lenguaje; en la herramienta filosófica subyacente –ratio fide illustrata–; en la fundamentación histórica de los Santos Padres, grandes Doctores, Magisterio de la Iglesia; y carece así de una cierta continuidad con la tradición teológica más valiosa y común… Sin un buen lenguaje y una buena filosofía, es imposible elaborar una teología verdadera. Los errores y los equívocos serán inevitables. Por lo demás, un pensamiento oscuro no puede expresarse en una palabra clara. No puede, ni quiere.
–Acerca, por ejemplo, de un milagro del Evangelio se nos dice que: “en cuanto a la historicidad, el hecho es más teológico que histórico”. Esta frase, deliberadamente oscura, expresa un pensamiento de calidad ínfima. El verbo ser no es elástico: algo es o no es. Y un hecho o es histórico o en realidad no ha acontecido, y entonces no es un hecho. Además, no existen propiamente “hechos teológicos”. Si el autor quiere decir que tal milagro, a su juicio, no es histórico, es mejor que lo diga abiertamente, y que evite eufemismos vergonzantes. –Cuando un grupo de trabajo afirma en una Asamblea su “total adhesión” a la Humanæ vitæ, pero también solicita que se “flexibilice” su doctrina, ¿qué calidad mental tiene ese pensamiento y esa palabra? –Cuando un profesor de teología cree conveniente “relativizar” la doctrina católica del pecado original por generación o de cualquier otro tema, ¿qué es lo que realmente quiere decir? ¿Pretende que se relativice una doctrina que es de fe? ¿O es que prefiere, como es probable, no formular con claridad su propio pensamiento? –Cuando un Cardenal se jacta de que hace años firmó con otros tres obispos “una de las más abiertas orientaciones publicada sobre las relaciones con el judaísmo”, ¿cómo hemos de entender la expresión “más abiertas”? ¿Más abiertas o más cerradas que las orientaciones dadas por Cristo, Esteban, Pedro, Juan o Pablo?… –Cuando un liturgista, estudiando la Eucaristía, reconoce “un cierto carácter expiatorio en la muerte de Cristo”, pero quiere al mismo tiempo evitar “una interpretación victimista”, se muestra mental y verbalmente débil para afirmar o para negar, sencillamente, que Cristo es la víctima pascual, ofrecida en sacrificio de expiación para la salvación de los pecadores. Su palabra no transmite ni de lejos la clara certeza de las enseñanzas de la Iglesia…
¿Qué teologías son éstas?…¿A qué estamos jugando?

Ese modo de lenguaje deliberadamente impreciso y oscuro, en el que no se dice del todo lo que se quiere decir, pero sí se dice lo suficiente para que se entienda, ha inficionado considerablemente los medios docentes de la Iglesia en el tiempo postconciliar y hasta hoy. Es un lenguaje extraño a la tradición católica, y desprestigia lo que durante siglos se ha llamado Sacra Theologia. Si ese modo es malamente tolerable en periodistas, literatos o políticos, es totalmente inadmisible en los Teólogos católicos o en los Pastores sagrados… Debe ser denunciado y rechazado.

La Iglesia ha de expresar en palabras humanas la palabras divinas recibidas del Padre, a través de Cristo, por obra del Espíritu Santo, que nos dice:

“No son mis pensamientos vuestros pensamientos, ni mis caminos son vuestros caminos… Cuanto son los cielos más altos que la tierra, tanto están mis caminos por encima de los vuestros, y por encima de los vuestros, mis pensamientos” (Is 55,8-9). –“La Iglesia del Dios vivo es columna y fundamento de la verdad. Sin duda es grande el misterio de la piedad, que se ha manifestado en la carne, ha sido justificado por el Espíritu, ha sido mostrado a los ángeles, predicado a las naciones, creído en el mundo, ensalzado en la gloria” (1Tim 3,16).

☙❧ ☙❧ ☙❧

La mala doctrina, durante el Postconcilio del Vaticano II y hasta hoy, ha sido y es en muchas partes de Occidente tolerada, permitida y promovida con muy lamentable frecuencia. Y ese mal enorme, unido al estallido fascinante de la riqueza del mundo, ha sido y es la causa principal de que tantas Iglesias locales de Occidente hayan venido a ser hoy Iglesias descristianizadas.

Pero la fe nos obliga a la esperanza en paz y alegría. “Todo lo que Dios creó, por su providencia lo conserva y lo dirige” (Vaticano I). “Cristo Jesús vino al mundo para salvar a los pecadores” (1Tim 1,15). “Todas las cosas colaboran al bien de los que aman a Dios” (Rm 8,28). Y “Dios, nuestro Salvador, quiere que todos los hombres sean salvados y vengan al conocimiento de la verdad” (2,3-5).

Gloria al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo.

Amén.


Artículos relacionados: