jueves, 5 de diciembre de 2024

CATECISMO DE TRENTO (1566) - DE LA CUARTA PETICION


CUARTA PARTE

DEL CATECISMO ROMANO

CAPITULO XIII

DE LA CUARTA PETICION

El pan nuestro de cada día dánosle hoy

La cuarta petición y las demás que se siguen en las que pedimos a Dios señalada y expresamente los socorros del alma y del cuerpo, se reducen a las antecedentes. Porque tiene tal orden y concierto la oración del Señor, que a la petición de las cosas divinas se sigue la de aquellas que son necesarias para el cuerpo y mantener la vida. Porque así como los hombres se ordenan a Dios como a último fin; así los bienes de la vida humana se enderezan por la misma razón a los bienes divinos. 

Estos bienes terrenos se han de desear y pedir, o porque así lo requiere el orden de Dios, o porque necesitamos de estos socorros para alcanzar los bienes espirituales; de manera que, con estas ayudas consigamos el fin que se nos ha propuesto que consiste en el Reino y en la gloria del Padre celestial, y envenenar y guardar aquellos preceptos, que no ignoramos que son de la voluntad de Dios. Y así debemos ordenar a Dios y a su gloria todo el espíritu y nervio de esta petición. 

Tomarán pues por su cuenta los Párrocos hacer que entiendan los fieles oyentes, que en pedir estos bienes que pertenecen al uso y goce de las cosas terrenas, han de seguir nuestros pensamientos y deseos el orden de Dios, sin desviarnos de él en manera ninguna. Porque cuando más lo erramos en lo que dice el Apóstol: Que no sabemos pedir, según conviene, es en las peticiones de estas cosas terrenas y caducas. Se han de pedir pues estas cosas, según conviene: no sea que pidiendo mal alguna, oigamos del Señor aquella respuesta: No sabéis lo que pedís. Y será señal cierta para discernir qué petición es buena, o cuál es mala, la intención y propósito del que pide. Porque si uno pide cosas terrenas con tal ánimo que las juzgue del todo buenas, y descansando en ellas como en su deseado fin, no aspira a otra cosa; éste sin duda No pide como debe. Porque como dice San Agustín: No pedimos estas cosas temporales como bienes nuestros, sino como necesarias para nosotros. Y el Apóstol enseña también en la Epístola a los Corintios que todas las cosas que pertenecen a los usos necesarios de la vida, deben ordenarse a gloria de Dios: Hora tomáis, dice, hora bebáis, hora hagáis cualquier otra cosa, hacedlo todo a gloria de Dios

Pero a fin de que vean los fieles cuán necesaria sea esta petición, les harán presente los Párrocos lo muy precisas que son estas cosas exteriores para mantener y conservar la vida. Esto se entenderá mejor haciendo cotejo de las que hubo menester para vivir el primer Padre de nuestro linaje y sucesivamente los demás hombres. Cierto es que en el felicísimo estado de la inocencia, de donde cayó Adán, y por su culpa toda su descendencia, habría necesitado tomar alimento para reparar las fuerzas; pero todavía hay diferencia grande entre las necesidades de aquella vida y la nuestra. Porque entonces no necesitaba, ni de vestido para cubrirse, ni de casa para albergarse, y de armas para defenderse, ni de medicinas para curarse, ni de otras muchas cosas, cuyas socorros necesitamos ahora para sustentar la flaqueza y fragilidad de la naturaleza. Hubiérale bastado entonces para la vida inmortal el fruto que le habría producido el felicísimo árbol de la vida, sin ningún trabajo suyo, o de sus hijos. Más no por eso se hubiera estado ocioso entre tantas delicias del paraíso; pues le puso Dios en aquel jardín de placeres, para que le cultivase. Pero ninguna obra le sería molesta, ningún trabajo desabrido. Habría cogido perpetuamente suavísimos frutos del cultivo de aquellos deliciosos vergeles, sin fallarle jamás, ni la labor, ni la esperanza. 

Pero su descendencia, no solo fue privada del fruto del árbol de la vida, sino condenada también con aquella horrible sentencia: Maldita será la tierra en tu trabajo, con fatigas comerás de ella todos los días de tu vida, espinas y abrojos te producirá, y comerás la hierba de la tierra. Con el sudor de tu rostro comerás de tu pan, hasta que te vuelvas a la tierra, de que fuiste formado; porque polvo eres, y en polvo te has de volver. Todo pues nos sucedió al revés de lo que habría acaecido a Adán y a sus hijos, si él hubiera sido obediente al mandamiento de Dios. Y así se trocaron todas las cosas, y se mudaron a la peor parte. Pero lo más lastimoso es, que muchísimas veces después de muy grandes gastos, y de muchos trabajos y sudores ningún fruto se logra; cuando o se vician los sembrados, o se sofocan con la aspereza de las malezas que la tierra produce, o se pierden las mieses maltratadas, y destruidas por tempestades, vientos, piedra, langosta o pulgón, de manera que, todo el trabajo de un año se pierde en una hora por alguna desgracia del Cielo o de la tierra. Y esto acaece por lo enorme de nuestros pecados; que indignado por ellos el Señor, no echa su bendición sobre nuestras obras; sino que permanece la sentencia horrible que pronunció al principio contra nosotros. 

Pondrán pues los Pastores particular cuidado en tratar este asunto para que sepa el pueblo fiel que cayeron los hombres por su culpa en estas estrecheces, y miserias; y para que entienda que ciertamente se debe trabajar y sudar, por adquirir lo necesario para la vida; pero si el Señor no bendijera nuestros trabajos, será engañosa toda esperanza y vana toda porfía: Porque ni el que planta es cosa, ni el que riega, sino Dios que da el crecimiento. Y: Si el Señor no edificare la casa, en vano trabajan los que la edifican

En este supuesto enseñarán los Párrocos, que son casi innumerables las cosas que si nos faltan, o perdemos la vida, o la pasamos con desabrimiento. Porque conociendo el pueblo cristiano esta necesidad de tantas cosas y la debilidad de la naturaleza, se verá precisado a acudir al Padre celestial, y a pedirle rendidamente, así los bienes de la tierra, como los del Cielo, imitará a aquel hijo Pródigo, que habiendo empezado a padecer necesidad en un país remoto, sin haber quien le diese, ni aun bellotas cuando perecía de hambre, por fin volviendo sobre sí, entendió que en parte ninguna tenía que buscar el remedio de los males que le apremiaban, sino en su Padre. Con esto también llegará el pueblo fiel a la oración más confiadamente; si considerando la benignidad de Dios, se acordare de que los oídos del Padre siempre están abiertos para los clamores de los hijos. Porque exhortándolos a que le pidamos pan, promete dar en abundancia estas cosas, a los que se las pidan como deben. En el mismo enseñarnos como hemos de pedir, nos exhorta, exhortando nos impele, impeliendo nos promete, y prometiendo nos da una esperanza muy cierta de alcanzar lo que pedimos. 

Despertados ya y enardecidos los ánimos del pueblo fiel, síguese declarar lo que se pide en esta petición: y primero qué pan sea este que pedimos. Para esto es de saber, que por el nombre de pan se significan muchas cosas en las Sagradas Letras, pero señaladamente dos. La primera, todo lo que tomamos de sustento y de las demás cosas para conservar el cuerpo y la vida. La segunda, todo lo que se nos ha dado por la gracia de Dios para la vida y salud del espíritu y del alma. Pero aquí pedimos los socorros de esta vida que hacemos en la tierra según la autoridad de los Santos Padres que lo sienten así. 

Por esto en manera ninguna deben ser oídos los que dicen, que no es lícito al cristiano pedir a Dios bienes terrenos de esta vida. Porque además del sentir concorde de los Padres, están contra ese error muchísimos ejemplos: así del Testamento viejo, como del nuevo. Porque Jacob haciendo voto oró así: Si el Señor me asistiere y me guardare en el camino por donde voy, y me diere pan que comer, y vestido con que cubrirme, y volviere con felicidad a la casa de mi Padre, tendré al Señor por mi Dios, y de todas las cosas que me dieres, Señor, te ofreceré los diezmos. Salomón pedía también determinadamente bienes temporales cuando oraba de esta manera: No me des riquezas, ni pobreza, sino lo que va a estar para mi mantenimiento. ¿Qué más? Si aún el mismo Salvador del linaje humano manda a pedir cosas que ninguno negará que pertenecen al uso del cuerpo. Orad, dice, que no sea vuestra huida en invierno o en sábado. ¿Qué diremos del Apóstol Santiago, cuyas son estas palabras? ¿Está alguno de vosotros triste? Haga oración. ¿Está alegre? Cante. ¿Y qué del Apóstol? quien escribía así a los Romanos: Ruégoos, hermanos, por nuestro Señor Jesucristo y por la caridad del Espíritu Santo, que me ayudéis en vuestras oraciones por mí a Dios, para que me libre de los infieles que hay en Judea. Y así habiendo Dios concedido a los fieles que pidan estos socorros temporales, y habiéndonos enseñado Cristo Señor nuestro esta perfecta norma de orar, no puede quedar duda de que esta petición de bienes temporales es una de las siete. 

Pedimos además de esto el pan de cada día: esto es, lo necesario para vivir; entendiendo por el nombre de pan, lo que es suficiente así de vestido para cubrirnos, como alimento para sustentarnos, sea pan, carne, pescado o lo que fuere. Porque de esta manera vemos que se explicó Eliseo, cuando amonestó al Rey que diese pan a los soldados de Siria a quienes se dio una gran abundancia de manjares. Y sabemos también lo que está escrito de Cristo Señor nuestro: Entró en casa de un Príncipe de los Fariseos un sábado a comer pan, por cuya voz vemos se significa lo que pertenece así a la comida como a la bebida. Mas para la cabal significación de esta petición se ha de advertir además de esto, que por este nombre de pan se debe entender, no una exquisita y abundante cantidad de viandas y ropas; sino la necesaria y común; según escribió el Apóstol: En teniendo alimentos y con qué cubrirnos, estamos contentos. Y Salomón, como dijimos, solo pidió lo necesario para el sustento.

De esta moderación y templanza somos reconvenidos también por la palabra que luego se sigue. Porque diciendo Nuestro, pedimos ese pan para nuestra necesidad, no para demasías. Y no le llamamos nuestro, porque podamos nosotros adquirirle con nuestro trabajo sin Dios,  sino porque es necesario, y nos lo ha dado Dios Padre de todos, quien con su providencia mantiene a todo viviente; pues dice David: Todas las cosas, Señor, esperan de Ti, que les des de comer a su tiempo, dándosele tú, le reciben, y abriendo Tú tu mano, todas serán henchidas de bondad. Y en otro lugar: Los ojos de todos esperan en ti, Señor, y tú les das su manjar en tiempo oportuno

También se llama nuestro este pan; porque se ha de adquirir justamente por nosotros, no procurarle con injuria, engaño o hurto. Porque las cosas que granjeamos por malos medios no son nuestras, sino ajenas; y las más veces es desastrado o su logro, o su posesión, o a lo menos, su pérdida y su fin. Pero al contrario en las ganancias lícitas que los hombres justos hacen con su trabajo, hay, según el Profeta, serenidad y felicidad grande; Porque comerás, dice, los trabajos de tus manos, serás dichoso y te estará bien. Porque a los que buscan su mantenimiento por su justo trabajo, promete Dios el fruto de su benignidad cuando dice: Echará el Señor su bendición sobre tus cilleros y sobre todas las obras de tus manos y sobre ti también.

Y no solo pedimos a Dios que podamos usar de lo que ayudados de su benignidad hemos ganado con nuestro sudor y fuerzas, pues esto es lo que con verdad se dice nuestro: sino que también pedimos que nos de juicio y cordura, para poder usar con rectitud y prudencia de las cosas que hemos adquirido con equidad.

De cada día

También estas palabra vuelve a recomendarnos la moderación y templanza que hace poco dijimos. Porque no pedimos varios y exquisitos manjares, sino lo que baste a la necesidad de la naturaleza. Para que con todo eso se avergüencen, los que fastidiados de la comida y bebida regular, buscan con ansias comidas delicadas y vinos generosos. Y no menos se reprueban por esta voz de cada día aquellos a quienes intima Isaías con aquellas espantosas amenazas: ¡Ay de los que juntáis casa con casa y añadís heredad a heredad hasta ocuparlo todo! ¿Habitaréis vosotros solos en medio de la tierra? Es ciertamente insaciable la codicia de estos hombres. Por ellos dijo Salomón: El avariento no se llenará de dinero. Y a ellos se endereza también aquel dicho del Apóstol: Los que desean ser ricos, caen en tentación y en el lazo del diablo. Llamamos otro sí este pan de cada día; porque le tomamos para reparar los humores vitales que cada día se gastan con la fuerza del calor natural. Y en fin, se dice de cada día: porque se debe pedir continuamente; para que así nos mantengamos en esta costumbre de amar y servir a Dios, y que estemos del todo persuadidos, como en verdad es así, a que nuestra vida y salud está pendiente de Dios.

Dánosle

No habrá hombre que no pueda ver cuan copiosa materia da esta  palabra para exhortar a los fieles a que adoren y veneren humilde y santamente el poder infinito de Dios, en cuya mano están todas las cosas y para que abominen de aquella blasfema ostentación de Satanás: A mi han sido entregadas todas las cosas, y las doy a quien quiero. Porque todas están repartidas y se conservan y acrecientan según la voluntad de solo Dios.

Siendo esto así, ¿qué necesidad, dirá alguno, tienen los ricos de pedir el pan de cada día, cuando les sobra todo? Precisados están a pedir de esta manera, no para que se les den las cosas que por largueza de Dios tienen con tal abundancia; sino para no perder lo que poseen. Por esto, como escribe el Apóstol: Aprendan de aquí los ricos, a no tener altos pensamientos, ni a esperar en lo incierto de las riquezas; sino en Dios vivo, quien nos da en abundancia todas las cosas, para que las disfrutemos. Y San Crisóstomo alega esta causa de la necesidad de esta petición; No solo porque no nos falte el sustento, sino porque nos lo dé la mano del Señor; la cual, comunicando su virtud saludable, y por lo mismo provechosa al pan de cada día, hace que el alimento aproveche al cuerpo, y que el cuerpo sirva al alma.

¿Pero por qué decimos: Dánosle en numero plural, y no Dámele? Porque es propio de la caridad cristiana, no que cada uno procure para sí solo, sino que también trabaje por el prójimo, y que mirando por su utilidad se acuerde de la ajena. A esto se junta que los bienes que da el Señor a uno, no se los concede, para que solo él los posea o los gaste con demasía, sino para que parta con sus prójimos lo  que sobrare a su necesidad. Porque dicen los Santos Basilio y Ambrosio: De los hambrientos es el pan que tu escondes, de los desnudos el vestido que guardas. Rescate y libertad de miserables es el dinero que tienes enterrado.

Hoy

Esta voz nos representa al vivo la miseria de todos. Porque ¿qué hombre hay, que ya que desconfíe poder con su trabajo proveerse para largo tiempo de los gastos necesarios para la vida, no espere que a lo menos para un día podrá agenciar el sustento preciso? Pues ni esta seguridad nos permite el Señor, cuando nos manda que le pidamos el sustento cada día de por sí. Y la razón precisa de esto es, que pues todos habemos menester el pan de cada día, cada día también debemos hacer esta oración. Y baste esto en cuanto al pan usual, que mantiene y sustenta el cuerpo, y que es común a fieles e infieles, buenos y malos, y que se reparte a todos por inefable bondad de Dios, que hace salir el sol sobre buenos y malos, y llueve sobre justos e injustos.

Resta el pan espiritual que también pedimos en este lugar. Por él se significan todas las cosas que necesitamos en esta vida para la salud y robustez del espíritu, y del alma. Porque así como es de muchas maneras el alimento que mantiene y sustenta el cuerpo; así también es de varias el manjar que conserva la vida del espíritu y del alma. Porque primeramente es alimento del alma la palabra de Dios; pues dice la Sabiduría: Venid y comed mi pan, y bebed el vino que os he mezclado. Y cuando Dios quita a los hombres la proporción de oír esta palabra (que suele hacerlo cuando está mas ofendido con ellos) se dice que castiga con hambre al linaje humano; pues dice así por el Profeta Amós: Enviaré sobre la tierra, no hambre de pan ni sed de agua, sino de oír la palabra de Dios. Y así como es indicio de muerte cercana, no poder el hombre tomar alimento, o no abrazar el estómago el que tomó; así es prueba grande de una salvación desahuciada, o no buscar la palabra de Dios, o no querer oírla cuando se propone; profiriendo contra Dios aquella voz de impiedad: Apártate de nosotros, que no queremos saber tus caminos. En este furor de ánimo y ceguedad del alma están aquellos, que menospreciados los Obispos y Sacerdotes católicos, que son sus Prelados legítimos, y apartándose de la Santa Iglesia Romana, se entregaron a la enseñanza de los herejes, que corrompen la palabra de Dios.

Pero el verdadero pan y manjar del alma es Cristo Señor nuestro. Porque él mismo dice de sí: Yo soy el pan vivo, que descendí del Cielo. Es increíble de cuanto regalo y alegría llena este pan las almas de los Justos, y señaladamente cuando son afligidos de molestias y trabajos terrenos. Ejemplo de esto nos da aquel Sagrado Coro de los Apóstoles, de quienes se escribe: Iban muy gozosos de delante del Concilio. Llenos de estos ejemplos están los libros de Vidas de los Santos: Y de estos gozos interiores de los buenos dice así el Señor: Al que venciere daré un maná escondido.

Pero principalmente nuestro pan es Cristo Señor nuestro, que sustancialmente se contiene en el Sacramento de la Eucaristía. Esta prenda inexplicable de caridad nos dio, cuando estaba para volverse al Padre; de la cual nos dijo: El que come mi carne, y bebe mi sangre, está en mí y yo en él; Tomad y comed, esto es mi cuerpo. Lo demás que conduzca para la utilidad de los fieles tomarán los Párrocos del lugar, donde se trató separadamente de la virtud y esencia de este Sacramento. Y con toda verdad se dice este pan nuestro; porque es únicamente de los fieles; esto es, de aquellos que juntando la Caridad con la fe, lavan las manchas de los pecados por el Sacramento de la Penitencia, y teniendo presente que son hijos de Dios, reciben el Divino Sacramento, y le adoran con mayor santidad y veneración que pueden.

Llámase este divino pan de cada día por dos razones que son claras: Una, porque cada día se ofrece a Dios en los sagrados misterios de la Iglesia Cristiana, y se da a los que le piden piadosa y santamente. Otra: porque cada día se ha de recibir, o a lo menos, se ha de vivir de manera que cada día, en cuanto sea posible, podamos recibirle dignamente. Oigan los que sienten lo contrario: que no conviene al alma comer de estas viandas saludables, sino de mucho a mucho tiempo, lo que dice San Ambrosio: Si es pan de cada día, ¿por qué tú le recibes de año a año?

Pero lo que necesariamente debe persuadirse a los fieles en esta petición, es que en habiendo puesto buenamente su trabajo e industria, por adquirir las cosas necesarias, dejen lo demás por cuenta de Dios, y ordenen sus deseos a su voluntad: que no dejará para siempre fluctuar al Justo. Porque o concederá su Majestad las cosas que le piden, y en tal caso consiguen sus intentos, o, si no lo concede, es prueba manifiesta de que ni es conveniente ni útil, lo que niega a los Justos, pues tiene más cuidado de su salud que ellos mismos. Lugar que pueden ilustrar los Párrocos, explicando las razones, que doctísimamente recopiló San Agustín en la Carta a Proba.

Lo último que se debe advertir sobre esta petición, es que se acuerden los poderosos de que han recibido de Dios sus caudales y haciendas, y que tengan entendido que han sido colmados de esos bienes, para que los repartan con los pobres. Para este punto son muy a propósito las doctrinas que da el Apóstol en la primer Epístola a Timoteo, de donde podrán sacar los Párrocos una gran muchedumbre de documentos divinos para exornar este lugar útil y saludablemente. 

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