martes, 15 de octubre de 2024

CATECISMO DE TRENTO (1566) - DE LAS PARTES Y GRADOS DE LA ORACION

Para que el pueblo fiel no solo haga oración, sino que la haga del mejor modo que pueda, le propondrán los Pastores el modo de orar más alto y más perfecto


CUARTA PARTE

DEL CATECISMO ROMANO

CAPITULO III

DE LAS PARTES Y GRADOS DE LA ORACION

Explicada ya la necesidad y utilidad de la oración cristiana, es menester que sepa el pueblo fiel de cuántas y cuáles partes se compone esta oración. Porque esto pertenece a la perfección de este ejercicio; como lo afirma el Apóstol, quien exhortando en la Epístola a Timoteo a orar devota y santamente, cuenta con diligencia las partes de la oración, diciendo: Ruégoos que ante todo se hagan suplicaciones, oraciones, peticiones y hacimientos de gracias por todos los hombres. Mas por ser delicada la diferencia que hay entre estas partes, si juzgaren los Párrocos que convendrá explicársela a los fieles, consultarán a los Santos Escritores, y señaladamente a San Hilario y San Agustín.

Mas por ser la petición y acción de gracias las dos partes principales de la oración, de las cuales, como de cabezas, dimanan las demás, juzgamos que estas en manera alguna debían omitirse. Porque nos llegamos a Dios, para que adorándole y reverenciándole, o alcancemos de su Majestad alguna cosa, o le demos gracias por los beneficios con que continuamente somos favorecidos y acrecentados por su benignidad. Una y otra parte de la oración es muy necesaria, como el mismo Señor lo declaró en boca de David con aquellas palabras: Llámame en el día de la tribulación, librarte he, y honrarme has. Cuan grande sea la necesidad que tenemos de la largueza y bondad de Dios, ¿quién lo ignora si pone los ojos en la suma desdicha y miseria de los hombres?

Pero lo muy inclinada que está hacia el linaje humano la voluntad de Dios, lo muy derramada su benignidad sobre nosotros, todos lo conocen, si no están ciegos y privados de juicio. Porque a cualquier parte que volvamos los ojos, do quiera que apliquemos la consideración, luego se nos descubre la luz maravillosa de la largueza y benignidad divina. ¿Qué tienen los hombres, que no haya dimanado de la largueza de Dios? Y si todas las cosas son dones y dádivas de su bondad, ¿cómo no emplean todos todas sus fuerzas en celebrar con sumas alabanzas, y dar inmensas gracias a tan liberalísimo Señor? Mas cada uno de estos ejercicios, así el de pedir alguna cosa a Dios, como el de darle gracias, tiene muchos grados, de los cuales uno es más alto y más perfecto que otro. Y así, para que el pueblo fiel no solo haga oración, sino que la haga del mejor modo que pueda, le propondrán los Pastores el modo de orar más alto y más perfecto, y le exhortarán a ejercitarse con el mayor cuidado que pudieren.

¿Y cuál es el mejor modo de orar, y el último grado de la petición? Aquel de que se valen los virtuosos y justos, los cuales apoyados sobre el cimiento firme de la verdadera fe, van subiendo por ciertas gradas de una altísima consideración y oración hasta aquel lugar, desde donde pueden contemplar el infinito poder, la inmensa benignidad y sabiduría de Dios; y donde tienen también esperanza certísima de que al presente conseguirán todo cuanto pidieren, y después aquella abundancia de inexplicables bienes, que Dios prometió dar a los que imploren el socorro divino piadosa y cordialmente. Levantada el alma al Cielo con estas dos alas, se llega a Dios ardiendo en amor suyo, le bendice, le adora, y le da humildes gracias por las grandes mercedes que le ha hecho, y luego como único hijo a su amantísimo Padre con singular piedad y veneración expone confiadamente todo cuanto ha menester. Este modo de pedir se explica en las Sagradas Letras con la voz de derramar; porque dice así el Profeta: Derramo mi oración en su acatamiento, y delante de él pronuncio mi angustia. Y esta voz significa, que el que se pone a hacer oración, nada calla, nada encubre, sino que todo lo vierte, arrojándose con toda confianza en el seno de su amantísimo Padre Dios. A esto nos exhorta la Sagrada Escritura por aquellas palabras: Derramad vuestros corazones en su presencia. Y: Arroja tus cuidados sobre el Señor. Y este es el grado de oración que insinúa San Agustín, cuando dice en el Enquiridion: Lo que cree la Fe, piden la Esperanza y la Caridad.

Otro grado de orar es el de aquellos, que oprimidos por pecados mortales, sin embargo con aquella fe que se llama muerta, se esfuerzan a levantarse y subir a Dios; mas por lo perdido de las fuerzas, y flaco de la fe, no pueden levantarse de la tierra. Pero reconociendo sus pecados, y afligidos por el remordimiento y dolor de ellos, imploran arrepentidos con humildad y sumisión desde aquel lugar, aunque tan retirado, el perdón de sus maldades, y la gracia de Dios. Su cabida tiene esta oración delante de Dios, porque son oídos sus ruegos; y aun el mismo Dios misericordioso liberalísimamente convida a los tales, diciéndoles: Venid a mi todos los que estáis trabajados y cargados, que yo os daré refrigerio. Uno de estos fue aquel Publicano, que aunque no osaba levantar los ojos al Cielo, sin embargo salió justificado del Templo más bien que el Fariseo.

Hay además de estos otro grado, y es el de aquellos que todavía no han recibido la luz de la fe; pero encendiendo la benignidad divina la escasa luz de la razón natural, se excitan en gran manera al deseo y amor de la verdad, y piden con muchos ruegos ser instruidos en ellas. Si estos perseveran en esa voluntad, no desecha sus afectos la clemencia de Dios; como lo hemos comprobado por el ejemplo de Cornelio Centurion. Porque a ninguno que pide de veras, se cierran las puertas de la benignidad divina.

El último grado es el de aquellos, que no sólo están arrepentidos de sus fechorías y maldades, sino que añadiendo pecados a pecados, con todo eso no se avergüenzan de pedir muchas veces a Dios el perdón de los pecados, en los cuales quieren continuar; cuando en tal disposición ni aún a otro hombre osarían pedir que los perdonase. La oración de estos no es oída por Dios. Porque así está escrito por Antíoco: Hacía este malvado oración al Señor, de quien no había de alcanzar misericordia. Y así los que viven en este estado tan infeliz, han de ser exhortados encarecidamente, a que desechada la voluntad de pecar, se conviertan a Dios de veras y de todo corazón.

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