martes, 15 de octubre de 2024

LOS REFORMADORES JUZGADOS POR SÍ MISMOS (21)

Sería necesario escribir libros enteros para repasar todos los reproches y todas las injurias groseras que aquellos pretendidos “reformadores” se lanzaban a la cara unos a otros.

Por Monseñor De Segur (1862)


Hay todavía algunos protestantes que permanecen fieles a sus grandes reformadores, y que se muestran muy delicados en todo lo que de cerca o de lejos les toca. Remedando a los hijos de Noé, ellos echan una capa sobre las vergüenzas de sus padres y gritan indignados cuando cualquiera se permite ver en Lutero y Calvino otra cosa que gentes santas. Ellos acusan diariamente a los escritores católicos de mentira, de invención y de calumnia; de modo que a despecho de la historia, para ellos Lutero y Calvino se quedan tan blancos como corderos.

Para demostrar el valor real de semejantes acusaciones, como también para que el lector se fije definitivamente en lo que se debe pensar sobre aquellos apóstoles de nuevo cuño, voy a copiar sencillamente los juicios que los jefes mismos de la Reforma han hecho los unos de los otros. Como ellos se conocían recíprocamente mejor que nadie, vamos a ver aquí retratos al natural.

Comencemos por Lutero, según la regla de que a todo señor, todo honor. He aquí como le pinta Calvino su digno colega: “Verdaderamente Lutero es muy vicioso. ¡Ojalá cuidara de reprimir su incontinencia! ¡Ojalá se ocupara más de conocer sus vicios!” “Cuando leo un libro de Lutero -dice Zwinglio- me parece ver un cerdo inmundo, gruñendo y marchitando las flores de un hermoso jardín; pues con esa misma impureza, con esa misma indecencia habla Lutero de Dios y de las cosas santas”. Esto le respondió Lutero en el mismo tono: “Zwinglio se figura ser un sol para alumbrar al mundo, pero no arroja más luz que... stercus in lucerna.”

Veamos como juzgaban a Calvino sus hermanos en “Reforma”, aquellos mismos que más interés tenían en paliar sus defectos. Wolmar, que fue su primer maestro dice: “Calvino es violento y perverso. Tanto mejor, pues para hacer nuestro negocio, este es el hombre que nos convenía”. Bucero, fraile apóstata y sacerdote casado, añade: “Calvino es un verdadero perro con rabia; este hombre es malo. Guárdate, lector cristiano, de los libros de Calvino”. Y Teodoro Beza, que era el discípulo querido de Calvino ¿cómo trata a su maestro? Oídle: “Calvino no ha podido jamás habituarse ni a la templanza, ni a las costumbres puras, ni a la veracidad; sino que ha permanecido sepultado en el lodo”.

Zwinglio, al decir de su discípulo Bullinger, fue lanzado de la parroquia por razón de sus desórdenes. Siendo sacerdote y párroco, se casó públicamente como Lutero; y en una de sus cartas él mismo se expresa en estos términos: “Si os dicen que peco por orgullo, por gala e impureza, creedlo sin trabajo; porque no sólo estoy sujeto a estos vicios, sino también a otros”. Lutero decía de Zwinglio, que estaba satanizado, ensatanizado y sobreensatanizado, añadiendo que se debía absolutamente desesperar por la salvación de su alma.

Pues a aquel personaje Teodoro de Beza, cuyo elogio se encuentra con frecuencia en las publicaciones protestantes ¿cómo le han apreciado los amigos más fervientes de la Reforma? El protestante Heshusius exclama: “¿Quién no se asombrará de la increíble desvergüenza de este monstruo, cuya vida sucia e infame es conocida de toda la Francia por sus epigramas más que cínicos? Sin embargo, al oírle hablar, se diría que es un santo, otro Job; o algún anacoreta del desierto, quizás más grande que San Juan y San Pablo, pues tanto cacarea sobre su destierro, sus trabajos, su pureza y la admirable santidad de su vida”. “Este hombre -dice otro escritor de la misma secta, Schlusemberg- este hombre obsceno, parecido a un demonio encarnado, lleno de artificio y de impiedad, no sabe más que vomitar blasfemias satíricas”.

Poco antes de morir, atacado de una apoplejía, Lutero resumía todos estos testimonios escribiendo con su propia mano: “A la verdad, somos unos bribones.”

Pero me detengo. Sería necesario escribir libros enteros para repasar todos los reproches y todas las injurias groseras que aquellos pretendidos reformadores se lanzaban a la cara unos a otros; y por otra parte las citas que tendría yo que hacer serían de tal género, que no se pueden poner a la vista de un lector decente.

Que no vengan, pues, los hijos de Lutero a gritar que se calumnia; cuando de tiempo en tiempo alguna voz católica se pronuncia para juzgar y condenar a los autores de la pretendida reforma. La Iglesia que los arrojó de su seno, nunca ha empleado para condenarlos unas fórmulas tan contundentes como aquellas que acabamos de ver, inventadas por los mismos protestantes.

Quisieran estos que se sepultaran en el olvido o en la oscuridad esas revelaciones, tan poco honrosas y tan significativas, porque su orgullo de sectarios se resiente; pero pues que los nos vienen a atacar con su propaganda herética, necesario es aclararlo todo para que se haga justicia.

Continúa...

Tomado del libro “Conversaciones sobre el protestantismo actual”, impreso en 1862.





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