Según la tradición, Pelagia era una actriz, bailarina y cortesana de la ciudad de Antioquía, de religión pagana, quien por su forma de vida, había conducido a la perdición a muchas almas.
Un día, por curiosidad, entró en una iglesia donde se estaba oficiando una Misa y, al oír al Obispo predicar sobre el infinito tesoro de la misericordia de Dios, se conmovió. Aunque quiso rezar no pudo, porque ya no recordaba cómo se hacía. Sin embargo, tomó el firme propósito de dejar su anterior vida. Decidió escribir al obispo llamado Nono:
“Al santo discípulo de Jesús: He oído decir que tu Dios bajó del cielo a la tierra para salvación de los hombres. Él no desdeñó hablar con la mujer pecadora. Si eres su discípulo, escúchame. No me niegues el bien y el consuelo de oír tu palabra para poder hallar gracia, por tu medio, con Jesucristo, nuestro Salvador”.
Fue recibida por el Obispo y finalmente se convirtió a Cristo, bautizándola el mismo Obispo Nono.
Por prudencia ocultó su condición de mujer, tomando el nombre masculino de “Pelagio”. Murió aparentemente como resultado de un ascetismo extremo, que le había demacrado hasta el punto de no ser reconocible.
Fue enterrada el 8 de octubre del año 468 en su celda.
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