sábado, 5 de octubre de 2024

EL HOMBRE “DE BUEN CORAZÓN”: UNA DEFORMACIÓN ROMÁNTICA DE LA CARIDAD

Cuando aplicamos los principios católicos, es fácil ver los muchos defectos causados por la idea romántica del “hombre de buen corazón”

Por el Prof. Plinio Corrêa de Oliveira


¿Es pecado odiar? ¿Sí o no? ¿Por qué sí o por qué no? Si alguien hiciera una encuesta entre nuestros conciudadanos católicos, recibiría respuestas bastante curiosas, que revelarían una confusión general de ideas y una falta fundamental de lógica.

Para muchas personas todavía intoxicadas con los restos del Romanticismo del siglo XIX, el odio no sólo es un pecado, sino el pecado por excelencia. La definición romántica de un hombre malvado es la de alguien que lleva el odio en el corazón. A contrario sensu, para estas personas la virtud por excelencia es la bondad. Por eso, todos los pecados se atenúan cuando los comete una persona de “buen corazón”.

A menudo se oyen afirmaciones como ésta: “Pobre X, desgraciadamente tomó la mala decisión de ir a Las Vegas a casarse, pero en el fondo es muy buena persona. Tiene un 'buen corazón'”. O: “Pobre Y, dejó que algunas personas de su empresa ajustaran la contabilidad empresarial en beneficio propio, pero lo hizo por un exceso de bondad. No sabe decir que no a nadie”.

Pero, ¿qué es una persona “de buen corazón”? En primer lugar, no se refiere a un corazón propiamente dicho, sino a un estado de espíritu. Una persona tiene “buen corazón” si experimenta vivamente en sí misma lo que sufren los demás. De ahí que nunca quiera hacer sufrir a nadie.

Tendencias igualitarias del “buen corazón”

Es debido a un “buen corazón” que un hombre no castiga las malas acciones de sus hijos, o permite que reine la anarquía en la clase a la que enseña o en el lugar de trabajo que dirige. Una reprimenda haría sufrir a alguien, y el hombre de buen corazón nunca quiere hacer esto. Sufre demasiado haciendo sufrir a los demás. El hombre de “buen corazón” lo sacrifica todo para alcanzar ese objetivo esencial que es evitar el sufrimiento.


Si ve a otra persona quejarse del rigor de los Mandamientos del Decálogo, piensa inmediatamente en cómo suavizarlos o darles interpretaciones acomodaticias. Si alguien está en crisis de envidia, sufriendo porque no es noble o millonario, el hombre de “buen corazón” empieza a pensar en cómo democratizar la sociedad y la economía. Si es juez, su “bondad” le lleva a hacer sofismas sobre la ley para dejar impunes algunos delitos.

Si es policía, cierra los ojos ante algunas acciones que su deber le obliga a reprender. Si es un director de prisión, trata a los reclusos como víctimas inocentes de una sociedad corrupta o de situaciones difíciles. En consecuencia, establecerá un régimen penal que transformará la prisión en un crisol de todos los vicios al permitir que los reclusos se comuniquen libremente. Así, cada uno adquirirá todos los vicios morales que aún no tiene.

Si es profesor, pone por descuido buenas notas a alumnos que merecen notas más bajas. Si es legislador, trabaja sistemáticamente para reducir las horas de trabajo y aumentar los salarios. Si es un político internacional, favorece toda capitulación y toda concesión improcedente con tal de que traiga la paz durante un breve periodo de tiempo.

En todas estas actitudes subyace la idea de que sólo hay un mal en el mundo: el dolor físico y moral, y todo lo que lo produce. Por lo tanto, lo bueno es todo aquello que tiende a prevenir o eliminar estos males.

Odio al hombre recto

El hombre de “buen corazón” tiene un tipo especial de sensibilidad que le hace emocionarse ante cualquier sufrimiento. Defiende a cualquier individuo que sufre como si fuera víctima de una agresión injusta.

Según esta concepción de la vida, “amar al prójimo” es desear que no sufra. Hacer sufrir al prójimo es tenerle odio.

Esto desarrolla una psicología particular en el hombre de “buen corazón”. Todos aquellos que tienen celo por preservar el orden, la jerarquía, la integridad de los principios y defender el bien contra los embates del mal, son personas desalmadas, ya que su aplicación enérgica de los principios hace sufrir a todos aquellos “pobres” que “tuvieron la debilidad” de caer en algún error.


Y aunque el hombre de “buen corazón” tiene tolerancia con todos los pecadores de la tierra, es coherente que odie al hombre de “mal corazón” que “hace sufrir a los demás”.

Estas son las líneas generales que resumen este estado de espíritu. Es evidente que estamos hablando teóricamente. Gracias a Dios, sólo un número relativamente pequeño de personas llega a los extremos finales en todos los casos. Pero es frecuente encontrar personas que asumen esta actitud en varios puntos diferentes. Hay verdaderas multitudes que tienen algunos fragmentos de este estado de espíritu.

La Doctrina Católica del sufrimiento

Para mostrar cuán profundo es este mal, ofreceré algunos ejemplos comunes de cómo hablan y sienten muchos católicos. Antes, sin embargo, presentaré la Doctrina Católica sobre este tema para ayudar al lector a juzgar el error de estos ejemplos.

Para la Iglesia, el mayor mal de este mundo no es el sufrimiento, sino el pecado. El mayor bien no es tener buena salud, una casa bien amueblada y un sueño tranquilo o gozar de honores y tiempo libre, sino cumplir la voluntad de Dios.

El sufrimiento es ciertamente un mal. Pero este mal en muchos casos puede transformarse en un bien, ofreciendo la oportunidad de expiación, formación y progreso espiritual. La Iglesia es una madre, la más tierna, solícita y afectuosa de las madres. Se puede decir que, como Nuestra Señora, es la Mater Amabilis, la Mater Admirabilis y la Mater Misericordiae. Así, busca constantemente todos los medios para evitar que sus hijos y todos los hombres sufran cualquier dolor inútil.

Sin embargo, nunca dejará de imponerles sufrimientos en la medida en que la gloria de Dios y la salvación de las almas lo exijan. Pidió a los mártires de todos los siglos que soportaran los tormentos más atroces. Pidió a los cruzados que abandonaran la comodidad de sus hogares para enfrentarse a la fatiga, a innumerables combates e incluso a la muerte en tierra extranjera. También hoy pide a los misioneros que corran riesgos y soporten penalidades en los lugares más hostiles y lejanos. A todos los fieles les pide el incesante combate interior contra sus pasiones y el esfuerzo constante por abstenerse de todo lo que es malo.

Pero como todas estas tareas suponen una cantidad de sufrimiento insoportable para nuestra debilidad humana, la Iglesia nos enseña que la ayuda de la gracia es indispensable para afrontarlas o incluso para practicar todos los Mandamientos. Ella nos enseña cómo pedir esta ayuda sobrenatural a Nuestro Señor, a Nuestra Señora, a los Ángeles y a los Santos.


Así, la Iglesia -que impone sin vacilaciones, remordimientos ni debilidades los sufrimientos necesarios para cumplir nuestras misiones- es también la buena madre que actúa siempre con prudencia y bondad, ofreciendo ayuda sobrenatural a sus hijos. No sería buena madre la que se mostrara vacilante, arrepentida o irresoluta a la hora de obligar a su hijo a estudiar, a someterse a un tratamiento médico doloroso pero necesario o a soportar castigos necesarios.

Así trata también la Iglesia el sufrimiento con respecto a cada uno de nosotros: Debemos amar la mortificación, debemos castigar valientemente nuestro propio cuerpo y combatir meticulosa, hábil y constantemente los defectos de nuestras almas. En consecuencia, puesto que debemos amar al prójimo como a nosotros mismos, la Iglesia nos enseña a actuar del mismo modo con el prójimo. Es justo evitar el dolor inútil e innecesario. Debemos mostrar misericordia hacia nuestro prójimo, compadeciéndonos de sus sufrimientos y haciendo todo lo posible por aliviarlos. Sin embargo, no debemos dudar en hacerles sufrir también cuando sea necesario para su santificación.

El hombre de “buen corazón” tolera siempre el mal

Cuando aplicamos estos principios católicos, es fácil ver los muchos defectos causados por la idea romántica del “hombre de buen corazón”. Daré algunos ejemplos más específicamente sobre temas católicos.

El hombre de “buen corazón” es complaciente con el divorcio porque compadece a los cónyuges. Es favorable a la supresión de los votos religiosos y del celibato del clero por los sufrimientos que estas obligaciones imponen a las personas consagradas a Dios. Se apresura a justificar el control de la natalidad con la excusa de la piedad por el sufrimiento de la madre.

Encontramos la misma mentalidad en otros campos: El hombre de “buen corazón” se opone a cualquier polémica entre religiones, incluso cuando es justa y equilibrada; está en contra del Índice de Libros Prohibidos; está en contra del Santo Oficio; está en contra de la Inquisición (incluso considerada sin algunos abusos que existieron en algunos lugares); está en contra de las Cruzadas, porque causaron sufrimiento.

Asimismo, el hombre de “buen corazón” no habla del Diablo, del Infierno y del Purgatorio ni advierte a los enfermos cuando están cerca de la muerte. Tampoco amonesta al pecador sobre la gravedad de su estado moral ni habla de mortificación, penitencia, conversión porque estas amonestaciones también hacen sufrir.


Conozco a un educador católico que afirma que está en contra de los premios académicos porque hacen sufrir a los alumnos menos aplicados o inteligentes. Sé de organizaciones religiosas que toleran malos elementos en detrimento de toda la institución para no hacer sufrir a los malvados.

Hablar contra las modas y los bailes inmorales, pedir una censura severa de las películas sin concesiones - todo esto parece una falta de caridad porque “hacen sufrir a alguien”. Sé de un católico que desaconsejó una campaña contra las revistas inmorales porque ¡haría sufrir a sus editores!

Esta larga lista de ejemplos pretende enfocar mejor el problema que formulé al principio de este artículo: que todo odio es necesariamente malo y un pecado para el hombre de “buen corazón”.

Para demostrar que esto no está de acuerdo con la Doctrina Católica -es decir, que existe un odio legítimo y virtuoso contra el mal- presentaré las enseñanzas de Santo Tomás de Aquino sobre este tema en mi próximo artículo.

Catolicismo, n. 34, octubre de 1953



No hay comentarios: