domingo, 15 de junio de 2025

CEREMONIAL PARA LA ADMISIÓN EN LA FRANCMASONERÍA

En este capítulo veremos cuales son los primeros pasos en el rito de iniciación de una secta masónica.

Por Monseñor de Segur

IV

CEREMONIAL PARA LA ADMISIÓN EN LA FRANCMASONERÍA

La Francmasonería exterior tiene tres grados: Aprendiz, Compañero y Maestro

Grado significa aquí escalera de Ascensión hacia la luz. Por supuesto, nosotros cristianos, hombres de fe y de recto sentir, somos unos profanos condenados a las tinieblas. 

Así, pues, el que se ha dejado coger en la trampa tiene que pasar por lo siguiente, no menos grotesco que culpable, que no es decir poco. Preséntase ante todo para ser admitido Aprendiz-Masón. El día fijado de antemano, el aspirante, “acompañado al local de la logia por un Hermano a quien no conoce”, es introducido en un cuarto solitario, en donde, colocada entre dos candeleros, hay una Biblia abierta en el primer capítulo de San Juan. ¿A qué viene esto? Un francmasón inocente nos responderá: “es que somos gente religiosa e ilustrada”. Pero, ¿qué respuesta daría un francmasón ya iniciado, un francmasón de estas traslogias en las cuales se os dice redondamente que no hay más Dios que la naturaleza, y que la francmasonería solo presta culto al sol?

Allí dejan a solas al aspirante por algunos minutos, y este rato de espera hace picante la cosa. Luego le quitan el vestido, dejando desnudos el costado izquierdo y la rodilla derecha; le mandan poner un zapato en chancleta (este punto tiene suma importancia); le quitan el sombrero, la espada (debe ir provisto de ella) y todo “su metal”, es decir su dinero. Le vendan los ojos, y es conducido al “gabinete... de las reflexiones”. Le está prohibido quitarse la venda hasta tanto que no oiga tres grandes golpes. Déjanle otra vez solo, y permanece algún tiempo en la inquietud natural que debe causar a este imbécil esta sarta de misterios. Por fin oye la señal; quítase la venda, y se encuentra en una sala colgada de negro, y en cuyas paredes lee, con una alegría fácil de comprender, inscripciones tan propias para infundir ánimo como las siguientes: “¡Tiembla, si eres capaz de disimulo! ¡Iremos al fondo de tu corazón! Si tu ánimo se ha estremecido, no pases adelante. Se te podrán exigir los mayores sacrificios, hasta el de tu vida: estás pronto a hacerlo?”, etc., etc.


En el “gabinete de las reflexiones” el candidato está obligado a hacer su testamento, y responder por escrito a estas tres preguntas: 

- ¿Cuáles son los deberes del hombre para con Dios? 

- ¿Cuáles sus deberes para con sus semejantes?

- ¿Cuáles los que tiene para consigo mismo?

Luego “el H∴ Terrible (sic) toma con la punta de la espada el testamento y las tres respuestas, para llevarlas a la logia. En la jerga masónica llámase logia las reuniones de los adeptos; el lugar de la asamblea se llama templo (reminiscencia piadosa de los Templarios y de sus misterios); el presidente se llama Venerable.

El H∴ Terrible trae, pues, al Venerable el testamento y las respuestas, y sean estas las que fueren, el candidato queda siempre admitido. Las respuestas del ateo y blasfemo Proudhón al entrar en la francmasonería fueron estas: 

“Justicia para todos los hombres. 
 Sacrificarse por la patria.
 Guerra a Dios”. 

Verdad es que esto sucedió en la logia de la Sinceridad, Perfecta Unión y Constante Amistad; y una logia tan suave de ningún modo podía rechazar un candidato tan perfectamente sincero y tan sinceramente perfecto. 

Vuelve el H∴ Terrible al pobre aspirante, le venda otra vez los ojos, le echa una cuerda al cuello, y cogiendo la de la mano lo lleva a la puerta del templo, en la cual le manda dar tres fuertes golpes. Los de adentro se esfuerzan en contener la risa. 

El templo está colgado de azul; sin duda por ser celeste todo cuanto pasa en él. Un H∴ llamado Primer Vigilante anuncia gravemente al Venerable que han llamado a la puerta. Sigue un diálogo entre el Venerable, el Primer Vigilante y el H∴ Terrible; y después el postulante es introducido en el templo, y le colocan entre dos columnas, siempre con la cuerda al cuello. El H∴ Terrible le apoya fraternalmente la punta de su espada en el corazón, y luego comienza el interrogatorio. 

El Venerable, calándose los anteojos en su venerable nariz, dice con voz cavernosa: “¿Qué sentís? ¿Qué veis? (preguntas desatentas para un pobre diablo que tiene los ojos vendados, y a quien se pincha el estómago).

El postulante responde con candidez: “Nada veo, pero siento la punta de una espada”.

El Venerable: -“Meditad bien el paso que estáis dando: vais a pasar por pruebas terribles; ¿os sentís con valor para arrostrar todos los peligros a los que podéis veros expuesto?”

El postulante con energía: “Sí, señor”.

El Venerable sin reírse: - “En este caso ya no respondo de vos... H∴ Terrible, arrastrad a este profano fuera del templo, y conducidle por todos los parajes por los que debe pasar el mortal que aspira a conocer nuestros secretos”.

Palabras textuales, como todas las que iremos citando, tomadas del Ritual masónico. 

Al punto el H∴ Terrible tira de la cuerda, arrastrando al aspirante, que continúa con los ojos vendados; le hace dar media docena de vueltas sobre sí mismo en una sala llamada de los Pasos perdidos; y cuando lo ve desconcertado, vuelve a introducirlo en la logia, sin que el paciente lo conozca. 

Pero ¡atención! Van a empezar las pruebas, que harían desternillar de risa, si no sirviesen de iniciación en cosas detestables. 

Continúa...

VENERABLE HOLZHAUSER: UNA INTERVENCIÓN INESPERADA QUE SUPERA TODA IMAGINACIÓN HUMANA

Estamos viendo ahora la autodestrucción de la Iglesia como consecuencia del Vaticano II y la ruina de la sociedad como consecuencia de las revoluciones comunista y cultural.

Por Margaret C. Galitzin


Un argumento convincente a favor de las profecías del Venerable Bartholomew Holzhauser es su descripción de la Era de la Aflicción (véase el último artículo), que él identifica como la que comienza con la Revolución Protestante y continúa hasta el Gran Castigo. Como él mismo señala: “Hemos visto una parte, pero aún queda más por venir” (1)

Durante esta larga Revolución, el Venerable Holzhauser predice herejía dentro de la Iglesia y la corrupción completa de la sociedad. Habrá el trastorno de las monarquías y el establecimiento de repúblicas que, a su vez, serán sacudidas por el caos y las revoluciones. Al final de esta Era de Aflicción, todo estará desolado por la guerra, los obispos y sacerdotes laxos e infieles, la herejía abundará dentro de la Iglesia, las monarquías destruidas y los súbditos oprimidos por repúblicas corruptas, las riquezas extirpadas y el miserabilismo en todas partes.

Todo esto, como hemos presenciado, ha sucedido. Estamos viendo ahora la autodestrucción de la Iglesia como consecuencia del Vaticano II y la ruina de la sociedad como consecuencia de las revoluciones comunista y cultural.

Era de Consolación

Pero, en el mismo momento en que todo parece perdido, Dios intervendrá de manera inesperada. Holzhauser afirma: “Cuando todo haya sido arruinado por la guerra; cuando los católicos se vean presionados por correligionarios traidores y herejes, entonces la Mano de Dios Todopoderoso obrará un cambio maravilloso, algo aparentemente imposible según el entendimiento humano” (2).

Este notable cambio augurará el inicio del Sexto Período de la Iglesia, el Status Consolationis [Era de la Consolación ], que comenzará con el Santo Papa y Poderoso Emperador y terminará con el nacimiento del Anticristo (Apoc. 3:7-10).

Será una era de consuelo, en la que Dios consolará a su Iglesia tras las muchas mortificaciones y aflicciones que sufrió en el Quinto Período, pues todas las naciones serán llevadas a la unidad de la Verdadera Fe Católica (3).

Un gran líder enviado por Dios

Esta era será inaugurada por un laico, un gran Monarca o Líder: 
“Habrá un gran y santo Papa, y un poderoso Líder, que vendrá a la tierra como enviado de Dios para poner fin al desorden...

Destruirá toda república. Someterá todo a su autoridad y mostrará gran celo por la verdadera Iglesia de Cristo. Todas las herejías serán desterradas al infierno. El imperio mahometano será derribado hasta sus cimientos, y su dominio se extenderá de Oriente a Occidente.

Todas las naciones vendrán y adorarán al Señor en la Única y Verdadera Fe Católica. Florecerán muchos hombres justos y surgirán muchos sabios. Los hombres amarán la justicia y la rectitud, y la paz reinará en toda la tierra. Porque el Omnipotente atará a Satanás por muchos años, hasta la llegada del que ha de venir, el hijo de perdición [el Anticristo]” (4).
Resulta de gran interés la predicción del Venerable Holzhauser sobre un nuevo Concilio, que suponemos tendrá la tarea de deshacer la destrucción obrada por el Vaticano II y deshacer a los falsos santos nombrados por los “papas” conciliares, quienes deberán ser condenados oficialmente por el Santo Papa venidero:
“Nadie podrá pervertir la palabra de Dios, ya que durante el Sexto Período … Habrá un Concilio Ecuménico que será el mayor de todos los Concilios. Por la gracia de Dios, por el poder del gran Monarca, por la autoridad de un Santo Pontífice y por la unión de todos los príncipes más devotos, el ateísmo y toda herejía serán desterrados de la tierra. El Concilio definirá el verdadero sentido de la Sagrada Escritura y este será amado y aceptado por todos” (5).
Un poderoso Monarca y un Papa ilustrado

En otra profecía de su Commentary on Chapter X of the Apocalypse (Comentario al Capítulo X del Apocalipsis), el Venerable Holzhauser señala nuevamente al “poderoso Monarca y a un Papa ilustrado”.

El poderoso Ángel que desciende del Cielo (Apocalipsis 10:1-7) con su pie derecho sobre el mar y el izquierdo sobre la tierra es “la sublime descripción de ese poderoso Monarca enviado por Dios. Es un Ángel poderoso, pues nadie puede resistirse a él, el enviado de Dios. Descenderá del Cielo...”

El arcoíris sobre su cabeza denota que traerá paz a toda la tierra. El brillo solar de su frente significa el esplendor de su gloria, su honor, su santidad, sus talentos, para que todos los príncipes sigan su ejemplo. Las columnas de fuego simbolizan la vasta extensión de su poder y el fuego de su celo religioso...

La expansión de la Iglesia por todos los países se llevará a cabo por medio de este poderoso Monarca, y antes de la destrucción del mundo, el cristianismo será predicado a todas las naciones de la tierra, como se predijo en Mateo 24:4, Is 2:2, Miqueas 4:2 (6).

Este piadoso y poderoso Líder será asistido por un Papa santo y divinamente iluminado. El Venerable Holzhauser dice: “Y otro ángel salió del templo, clamando a gran voz al que estaba sentado sobre la nube: 'Mete tu hoz y siega, porque ha llegado la hora de segar, porque la mies de la tierra está madura'” (Ap 14,15).

“Este Ángel del Señor —explica— es ese gran y santo Papa que, movido por Dios, clamará desde el santuario de la Iglesia a ese poderoso Monarca para que arranque la cizaña de la maldad, porque la mies está sobremadura; la medida de los pecados y las abominaciones rebosa”.

Instruido por una revelación divina, el santo Papa, al comunicarla, incitará los corazones de los príncipes a una guerra común, y Dios conmoverá los corazones de los guerreros para que, animados por un mismo espíritu, todos se adhieran al poderoso Monarca (7).

En otra de sus visiones, el Venerable Holzhauser vio dos tronos imponentes que eclipsaban toda la tierra, donde se sentaban el poderoso Monarca y el Santo Papa, los representantes supremos de los poderes espirituales y temporales (8).

Como en la Edad Media, se restaurará el equilibrio de poderes, con el Pontífice gobernando con supremacía sobre la esfera espiritual y el Monarca sobre la esfera temporal. Será la restauración de la Civilización Cristiana.

Este Sexto Período, o la Era del Consuelo, coincide perfectamente con ese largo período de paz que las Escrituras anuncian que vendrá después de un gran Castigo Celestial, cuando los musulmanes serán derrotados y los judíos serán convertidos. Holzhauser afirma que los judíos serán de hecho convertidos al comienzo de este período, después del gran Castigo: “La Sexta Época del Mundo, que comienza con la emancipación del pueblo de Israel y la restauración del Templo y de la ciudad de Jerusalén, perdurará hasta la [Segunda] Venida de Jesucristo…

Así es esta Era por venir el triunfo completo y glorioso de Cristo en Su Iglesia y en la sociedad. Es la restauración de la Civilización Cristiana predicha por San Luis de Montfort como el Reino de María, un tiempo de florecimiento de la Iglesia como nunca se ha conocido en la Historia. En su Tratado sobre la Verdadera Devoción a María, San Luis declaró que, para establecer este período, “el Dios Todopoderoso y Su Santa Madre deben levantar grandes santos que superarán en santidad a la mayoría de los otros santos tanto como los cedros del Líbano se elevan sobre pequeños arbustos” (9).

Era de Desolación

Solo al final de este largo período de paz llegará la Séptima Época, la Era de Desolación, que marcará la caída del Reino de María y la llegada del Anticristo. Esta terrible apostasía conducirá al Juicio Final y al fin del mundo.

El Venerable Holzhauser escribe que en esta era la apostasía de la fe será general, y entonces el tiempo llegará a su fin. A este período corresponde el séptimo día de la Creación, cuando Dios concluyó su obra y celebró el Sabbath. Así, Dios cerrará la obra de la Creación espiritual con su Segunda Venida y el Juicio Final.

¿Qué causará la caída del Reino de María? El Venerable Holzhauser señala la falta de vigilancia y la tibieza generalizada, los mismos vicios que pusieron fin a la Cuarta Era, la Edad Media:
“Los males de esta era serán la tibieza en la fe, la frialdad del amor, la perturbación del orden público, la necedad de pastores y gobernantes, que serán como árboles otoñales sin fruto, estrellas errantes y nubes sin lluvia” (10).
El Venerable Holzhauser situó la batalla de Enoc y Elías, y sus posteriores muertes y resurrecciones, en este último período. Tras su triunfo, el Anticristo intentará una ascensión simulada desde el Monte de los Olivos, pero será precipitado a la tierra y tragado vivo por el Infierno.

Tras la muerte del Anticristo, afirma el vidente alemán, el tiempo será corto. La agonía del mundo moribundo llegará a su fin con el toque de la trompeta del Arcángel.

Conclusión

Según el Venerable Holzhauser, hoy vivimos el fin de la Quinta Era del mundo, que corresponde a los Últimos Tiempos. Aún no es el Fin de los Tiempos, que corresponde a la Séptima Era del mundo.

La Quinta Era, que culminará en un gran Castigo, dará paso a la Sexta Era, que será el triunfo más grande y glorioso de la Iglesia en toda su Historia. Será un largo período, los mil años predichos en las Escrituras, cuando se le dará la debida gloria a Cristo tanto en la tierra como en el Cielo.

Al final de este período vendrá la Gran Apostasía, la Séptima Era, que verá el surgimiento del Anticristo, la mayor persecución de toda la Historia de la Iglesia y el Fin de los Tiempos, es decir, el fin del mundo tal como lo conocemos, para ser reemplazado por “nuevos cielos y nueva tierra” (2 Pedro 3:13).

Parece de interés para el mundo angloparlante conocer el destino de Inglaterra según las predicciones del Venerable Holzhauser, quien anhelaba ardientemente la conversión de aquel país que una vez fue la Dote de María.

Por lo tanto, en el próximo artículo, analizaré el destino de Inglaterra en los Últimos Tiempos.

Continúa...




Notas:

1) João Machado, Prophecies and Visions of Ven. Fr. Bartholomew Holzhauser (Profecías y visiones del venerable padre Bartolomé Holzhauser), Edición Kindle 2016, pág. 51.

2) Rev. R. Gerald Cullerton, The Prophets and Our Times (Los Profetas y Nuestros Tiempos), TAN, reimpresión de 1974, pág. 171. En 1634, Nuestra Señora del Buen Suceso prometió su intercesión en el preciso momento en que “el mal se manifestará triunfante y la autoridad abusará de mi poder”. Esto “marcaría la llegada de mi hora, cuando yo, de manera maravillosa, destronaré al orgulloso y maldito Satanás, pisoteándolo y encadenándolo en el abismo infernal”. Estas palabras armonizan perfectamente con las del Venerable Holzhauser.

3) Ibid., pág. 173, pág. 55.

4) J. Machado, Prophecies and Visions (Profecías y visiones), pág. 57.

5) Bartholomew Holzhauser, Apocalypsin (Apocalipsis), 1850, págs. 68-69 apud Desmond A. Birch, Prueba, Tribulación y Triunfo: Antes, Durante y Después del Anticristo

6) Ibid., págs. 62-63

7) Ibid., págs. 64-65

8) Ibid., pág. 65

9) San Luis de Montfort, True Devotion to Mary (Verdadera devoción a María), n.º 217

10) J. Machado, Prophecies and Visions (Profecías y visiones), p. 73.

11) Y vi a un ángel que descendía del cielo con la llave del abismo y una gran cadena en la mano. Prendió al dragón, la serpiente antigua, que es el Diablo y Satanás, y lo ató por mil años. Lo arrojó al abismo, lo encerró y lo selló sobre él, para que no sedujera más a las naciones hasta que se cumplieran los mil años. Después, debía ser desatado por un corto tiempo. (Apocalipsis 20:1:3)

EL POEMA DEL HOMBRE-DIOS (41)

Continuamos con la publicación del libro escrito por la mística Maria Valtorta (1897-1961) en el cual afirmó haber tenido visiones sobre la vida de Jesús.


41. La disputa de Jesús con los doctores en el Templo (201)
La angustia de la Madre y la respuesta del Hijo.
28 de enero de 1944.

1 Veo a Jesús. Es ya un adolescente. Lleva una túnica blanca que le llega hasta los pies; me parece que es de lino. Encima, se coloca, formando elegantes pliegues, una prenda rectangular de un color rojo pálido. Lleva la cabeza descubierta. Los cabellos, de una coloración más intensa que cuando le vi de niño, le llegan hasta la mitad de las orejas. Es un muchacho de complexión fuerte, muy alto para su edad (muy tierna aún, como refleja el rostro).
Me mira y me sonríe tendiendo las manos hacia mí. Su sonrisa de todas formas se asemeja ya a la que le veo de adulto: dulce y más bien seria. Está solo. Por ahora no veo nada más. Está apoyado en un murete de una callecita toda en subidas y bajadas, pedregosa y con una zanja que está aproximadamente en su centro y que en tiempo de lluvia se transforma en regato; ahora, como el día está sereno, está seca.
Me da la impresión de estarme acercando yo también al murete y de estar mirando alrededor y hacia abajo, como está haciendo Jesús. Veo un grupo de casas; es un grupo desordenado: unas son altas; otras, bajas; van en todos los sentidos. Parece –haciendo una comparación muy pobre pero muy válida– un puñado de cantos blancos esparcidos sobre un terreno oscuro. Las calles, las callejas, son como venas en medio de esa blancura. Ora aquí, ora allá, hay árboles que descuellan por detrás de las tapias; muchos de ellos están en flor, muchos otros están ya cubiertos de hojas nuevas: debe ser primavera.
A la izquierda respecto a mí que estoy mirando, se alza una voluminosa construcción, compuesta de tres niveles de terrazas cubiertas de construcciones, y torres y patios y pórticos; en el centro se eleva una riquísima edificación, más alta, majestuosa, con cúpulas redondeadas, esplendorosas bajo el sol, como si estuvieran recubiertas de metal, cobre u oro. El conjunto está rodeado por una muralla almenada (almenas de esta forma: M, como si fuera una fortaleza). Una torre de mayor altura que las otras, horcada en su base sobre una vía más bien estrecha y en subida, cual severo centinela, domina netamente el vasto conjunto.
Jesús observa fijamente ese lugar. Luego se vuelve otra vez, apoya de nuevo la espalda sobre el murete, como antes, y dirige su mirada hacia una pequeña colina que está frente al conjunto del Templo. El collado sufre el asalto de las casas sólo hasta su base, luego aparece virgen. Veo que una calle termina en ese lugar, con un arco tras el cual sólo hay un camino pavimentado con piedras cuadrangulares, irregulares y mal unidas; no son demasiado grandes, no son como las piedras de las calzadas consulares romanas; parecen más bien las típicas piedras de las antiguas aceras de Viareggio (no sé si existen todavía), pero colocadas sin conexión: un camino de mala muerte. El rostro de Jesús toma un aspecto tan serio, que yo fijo mi atención buscando en este collado la causa de esta melancolía. Pero no encuentro nada de especial; es una elevación del terreno, desnuda, nada más. Eso sí, cuando me vuelvo, he perdido a Jesús; ya no está ahí. Y me quedo adormilada con esta visión.

2 ... Cuando me despierto, con el recuerdo en mi corazón de lo que he visto, recobradas un poco las fuerzas y en paz, porque todos están durmiendo, me encuentro en un lugar que nunca antes había visto. En él hay patios y fuentes, pórticos y casas (más bien pabellones, porque tienen más las características de pabellones que de casas). Hay una gran muchedumbre de gente vestida al viejo uso hebreo, y... mucho griterío. Miro a mi alrededor y, al hacerlo, me doy cuenta de que estoy dentro de esa construcción que Jesús estaba mirando; efectivamente, veo la muralla almenada que circunda el conjunto, y la torre centinela, y la imponente construcción que se yergue en su centro, pegando a la cual hay pórticos, muy bellos y amplios, y, bajo éstos, multitud de personas ocupadas, quiénes en una cosa, quiénes en otra.
Comprendo que se trata del recinto del Templo de Jerusalén. Veo fariseos, con sus largas vestiduras ondeantes, sacerdotes vestidos de lino y con una placa de precioso material en la parte superior del pecho y de la frente, y con otros reflejos brillantes esparcidos aquí o allá por los distintos indumentos, muy amplios y blancos, ceñidos a la cintura con un cinturón también de material precioso. Luego veo a otros, menos engalanados, pero que de todas formas deben pertenecer también a la casta sacerdotal, y que están rodeados de discípulos más jóvenes que ellos; comprendo que se trata de los doctores de la Ley. Entre todos estos personajes me encuentro como perdida, porque no sé qué pinto yo ahí.

3 Me acerco al grupo de los doctores, donde ha comenzado una disputa teológica. Mucha gente hace lo mismo.
Entre los “doctores” hay un grupo capitaneado por uno llamado Gamaliel y por otro, viejo y casi ciego, que apoya a Gamaliel en la disputa; oigo que le llaman Hillel (pongo la hache porque oigo una aspiración al principio del nombre), y creo que es o maestro o pariente de Gamaliel: lo deduzco de la confidencia y al mismo tiempo, respeto, con que éste le trata. El grupo de Gamaliel es de mentalidad más abierta, mientras que el otro grupo, que es el más numeroso, está dirigido por uno llamado Siammai, y adolece de esa intransigencia llena de resentimiento, y retrógrada, tan claramente descrita por el Evangelio (202).
Gamaliel, rodeado de un nutrido grupo de discípulos, habla de la venida del Mesías, y, apoyándose en la profecía de Daniel (203), sostiene que el Mesías debe haber nacido ya, puesto que ya han pasado unos diez años desde que se cumplieron las setenta semanas profetizadas contando desde que fue publicado el decreto de reconstrucción del Templo. Siammai le plantea batalla afirmando que, si bien es cierto que el Templo fue reconstruido, no es menos cierto que la esclavitud de Israel ha aumentado, y que la paz que debía haber traído Aquel que los Profetas llamaban “Príncipe de la paz” (204) está bien lejos de ser una realidad en el mundo, y especialmente en Jerusalén, oprimida bajo el peso de un enemigo que osa extender su dominio hasta incluso dentro del recinto del Templo, controlado por la Torre Antonia, que está llena de legionarios romanos dispuestos a aplacar con la espada cualquier tumulto de independencia patria.
La disputa, llena de cavilosidades, está destinada a durar. Cada uno de los maestros hace su alarde de erudición, no tanto para vencer a su rival, cuanto para atraerse la admiración de los que escuchan; este propósito es evidente.

4 Del interior del nutrido grupo de fieles se oye una tierna voz de niño: “Gamaliel tiene razón”.
Movimiento en la gente y en el grupo de doctores: buscan al que acaba de interrumpir; de todas formas, no hace falta buscarle, El no se esconde; antes bien, se abre paso entre la gente y se acerca al grupo de los “rabíes”. Reconozco en El a mi Jesús adolescente. Se le ve seguro y franco, y sus ojos centellean llenos de inteligencia.
“¿Quién eres?” le preguntan.
“Un hijo de Israel que ha venido a cumplir con lo que la Ley ordena”.
Gusta esta respuesta intrépida y segura, y obtiene sonrisas de aprobación y de benevolencia. Despierta interés el pequeño israelita.
“¿Cómo te llamas?”
“Jesús de Nazaret”
Y aquí acaba la benevolencia del grupo de Siammai. Sin embargo, Gamaliel, más benigno, prosigue el diálogo junto con Hillel. Es más, es Gamaliel el que, con deferencia, le dice al anciano: “Pregúntale alguna cosa al niño”.
“¿En qué basas tu seguridad?” pregunta Hillel.
(Encabezo las respuestas con los nombres para abreviar y para que sea más claro).
Jesús: “En la profecía, que no puede errar respecto a la época, y en los signos que la acompañaron cuando llegó el tiempo de su cumplimiento. Cierto es que César nos domina. Pero el mundo gozaba de gran paz y estaba muy tranquila Palestina cuando se cumplieron las setenta semanas. Tanto es así que le fue posible a César ordenar el censo en sus dominios; no habría podido hacerlo si hubiera habido guerra en el Imperio o revueltas en Palestina. De la misma forma que se cumplió ese tiempo, ahora se está cumpliendo ese otro de las sesenta y dos más una desde la terminación del Templo, para que el Mesías sea ungido y se cumpla lo que conlleva la profecía para el pueblo que no le quiso. ¿Podéis dudarlo? No recordáis que la estrella fue vista por los Sabios de Oriente y que fue a detenerse justo en el cielo de Belén de Judá, y que las profecías y las visiones, desde Jacob en adelante, indican ese lugar como el destinado a recibir el nacimiento del Mesías, hijo del hijo del hijo de Jacob, a través de David, que era de Belén? ¿No os acordáis de Balaam? "Una estrella nacerá de Jacob" (205). Los Sabios de Oriente, cuya pureza y fe abría sus propios ojos y sus propios oídos, vieron la Estrella y comprendieron su Nombre: "Mesías", y vinieron a adorar a la Luz que había descendido al mundo”.

5 Siammai, con mirada maligna: “¿Dices que el Mesías nació cuando la Estrella, en Belén Efratá?”.
Jesús: “Yo lo digo”.
Siammai: “Entonces ya no existe. ¿No sabes, niño, que Herodes mandó matar a todos los nacidos de mujer de un día a dos años de edad de Belén y de los alrededores? Tú, Tú que sabes tan bien la Escritura, debes saber también que "un grito se ha oído en lo alto... Es Raquel que está llorando por sus hijos" (206). Los valles y las alturas de Belén, que recogieron el llanto de la agonizante Raquel, se llenaron de llanto revivido por las madres ante sus hijos asesinados. Entre ellas estaba, sin duda, también la Madre del Mesías”.
Jesús: “Te equivocas, anciano. El llanto de Raquel hízose himno, pues donde ella había dado a luz al "hijo de su dolor", la nueva Raquel dio al mundo al Benjamín del Padre celestial, Hijo de su derecha, Aquel que ha sido destinado para congregar al pueblo de Dios bajo su cetro y liberarle de la más terrible de las esclavitudes”. 
Siammai: “¿Y cómo, si le mataron?”
Jesús: “¿No has leído de Elías que fue raptado por el carro de fuego? (207) ¿Y no va a haber podido salvar el Señor Dios a su Emmanuel para que fuera Mesías de su pueblo? El, que separó el mar ante Moisés para que Israel pasase sin mojarse hacia su tierra (208), ¿no va a haber podido mandar a sus ángeles a librar a su Hijo, a su Cristo, de la crueldad del hombre? En verdad os digo: el Cristo vive y está entre vosotros, y cuando llegue su hora se manifestará en su potencia”. La voz de Jesús, al decir estas palabras que he subrayado, resuena en un modo que llena el espacio. Sus ojos centellean aún más, y, con un gesto de dominio y de promesa, tiende el brazo y la mano derecha, y luego los baja, como para jurar. Es todavía un niño, pero ya tiene la solemnidad de un hombre.

6 Hillel: “Niño, ¿quién te ha enseñado estas palabras?”.
Jesús: “El Espíritu de Dios. Yo no tengo maestro humano. Esta es la Palabra del Señor que os habla a través de mis labios”.
Hillel: “Ven aquí entre nosotros, que quiero verte de cerca, ¡Oh, niño!, para que mi esperanza se reavive en contacto con tu fe y mi alma se ilumine con el sol de la tuya”.
Y le sientan a Jesús en un asiento alto y sin respaldo, entre Gamaliel y Hillel, y le entregan unos rollos para que los lea y los explique. Es un examen en toda regla. La muchedumbre se agolpa atenta.
La voz infantil de Jesús lee: “Consuélate, pueblo mío. Hablad al corazón de Jerusalén, consoladla porque su esclavitud ha terminado... Voz de uno que grita en el desierto: preparad los caminos del Señor... Entonces se manifestará la gloria del Señor...” (209).
Siammai: “Como puedes ver, nazareno, aquí se habla de una esclavitud ya terminada. Y nosotros somos ahora más esclavos que nunca. Aquí se habla de un precursor. ¿Dónde está? Tú desvarías”.
Jesús: “Yo te digo que tú y los que son como tú, más que los demás, necesitáis escuchar la llamada del Precursor. Si no, no verás la gloria del Señor, ni comprenderás la palabra de Dios, porque las bajezas, las soberbias, las dobleces, te obstaculizarán ver y oír”.
Siammai: “¿Así le hablas a un maestro?”.
Jesús: “Así hablo y así hablaré hasta la muerte. Porque por encima de mi propio beneficio está el interés del Señor y el amor a la Verdad, de la cual soy Hijo. Y además te digo, rabí, que la esclavitud de que habla el Profeta, que es de la que Yo hablo, no es la que crees, como tampoco la regalidad será la que tú piensas. Antes bien, por mérito del Mesías, el hombre será liberado de la esclavitud del Mal que le separa de Dios, y la señal del Cristo, liberados los espíritus de todo yugo, hechos súbditos del Reino eterno, signará a éstos. Todas las naciones inclinarán su cabeza, ¡Oh, estirpe de David!, ante el Vástago de ti nacido, árbol ahora que extiende sus ramas sobre toda la Tierra y se alza hacia el Cielo. Y en el Cielo y en la Tierra toda boca glorificará su Nombre y doblará su rodilla ante el Ungido de Dios, ante el Príncipe de la Paz, el Caudillo, ante Aquel que, tomando de sí mismo, embriagará a toda alma cansada y saciará toda alma hambrienta; el Santo que estipulará una alianza entre la Tierra y el Cielo; no como la que fue estipulada con los Padres de Israel cuando Dios los sacó de Egipto (210) (siguiendo considerándolos de todas formas siervos), sino imprimiendo la paternidad celeste en el espíritu de los hombres con la Gracia de nuevo infundida por los méritos del Redentor, por el cual todos los hombres buenos conocerán al Señor y el Santuario de Dios no volverá a ser derruido y hollado”.
Siammai: “¡Pero, niño, no blasfemes! Acuérdate de Daniel (211), que dice que, cuando hayan matado al Cristo, el Templo y la Ciudad serán destruidos por un pueblo y por un caudillo venideros. ¡Y tú sostienes que el Santuario de Dios no volverá a ser derribado! ¡Respeta a los Profetas!”.
Jesús: “En verdad te digo que hay Uno que está por encima de los Profetas, y tú no le conoces, ni le conocerás, porque te falta el deseo de ello. Y has de saber que todo cuanto he dicho es verdad. No conocerá ya la muerte el Santuario verdadero. Al igual que su Santificador, resucitará para vida eterna y, al final de los días del mundo, vivirá en el Cielo”.

7 Hillel: “Préstame atención, niño. Ageo dice: "...Vendrá el Deseado de las gentes... Grande será entonces la gloria de esta casa, y de esta última más que de la primera" (212). ¿Crees que se refiere al Santuario de que Tú hablas?”.
Jesús: “Sí, maestro. Esto es lo que quiere decir. Tu rectitud te conduce hacia la Luz, y Yo te digo que, una vez consumado el Sacrificio del Cristo, recibirás paz porque eres un israelita sin malicia”.
Gamaliel: “Dime, Jesús: ¿Cómo puede esperarse la paz de que hablan los Profetas, si tenemos en cuenta que este pueblo ha de sufrir la devastación de la guerra? Habla y dame luz también a mí”.
Jesús: “¿No recuerdas, maestro, que quienes estuvieron presentes la noche del nacimiento del Cristo dijeron que las formaciones angélicas cantaron: "Paz a los hombres de buena voluntad"? Ahora bien, este pueblo no tiene buena voluntad, y no gozará de paz; no reconocerá a su Rey, al Justo, al Salvador, porque le espera como rey con poder humano, mientras que es Rey del espíritu; y no le amará, puesto que el Cristo predicará lo que no le gusta a este pueblo. Los enemigos, los que llevan carros y caballos, no serán subyugados por el Cristo; sí los del alma, los que doblegan, para infernal dominio, el corazón del hombre, creado por el Señor. Y no es ésta la victoria que de El espera Israel. Tu Rey vendrá, Jerusalén, sobre "la asna y el pollino" (213), o sea, los justos de Israel y los gentiles; más Yo os digo que el pollino le será más fiel a El y, precediendo a la asna, le seguirá, y crecerá en el camino de la Verdad y de la Vida. Israel, por su mala voluntad, perderá la paz, y sufrirá en sí, durante siglos, aquello mismo que hará sufrir a su Rey al convertirle en el Rey de dolor de que habla Isaías (214)”.

8 Siammai: “Tu boca tiene al mismo tiempo sabor de leche y de blasfemia, nazareno. Responde: ¿Dónde está el Precursor? ¿Cuándo lo tuvimos?”.
Jesús: “El ya es una realidad. ¿No dice Malaquías: "Yo envío a mi ángel para que prepare delante de mí el camino; en seguida vendrá a su Templo el Dominador que buscáis y el Angel del Testamento, anhelado por vosotros" (215)? Luego entonces el Precursor precede inmediatamente al Cristo. El es ya una realidad, como también lo es el Cristo. Si transcurrieran años entre quien prepara los caminos al Señor y el Cristo, todos los caminos volverían a llenarse de obstáculos y a hacerse retortijados. Esto lo sabe Dios y ha previsto que el Precursor preceda en una hora sólo al Maestro. Cuando veáis al Precursor, podréis decir: "Comienza la misión del Cristo". Y a ti te digo que el Cristo abrirá muchos ojos y muchos oídos cuando venga a estos caminos; mas no vendrá a los tuyos, ni a los de los que son como tú. Vosotros le daréis muerte por la Vida que os trae. Pero cuando –más alto que este Templo, más alto que el Tabernáculo que está dentro del Santo de los Santos, más alto que la Gloria que está sostenida por los Querubines– el Redentor ocupe su trono y su altar, de sus numerosísimas heridas fluirán: maldición para los deicidas; vida para los gentiles. Porque El, ¡Oh, maestro insipiente!, no es, lo repito, Rey de un reino humano, sino de un Reino espiritual, y sus súbditos serán únicamente aquellos que por su amor sepan renovarse en el espíritu y, como Jonás (216), nacer una segunda vez, en tierras nuevas, "las de Dios", a través de la generación espiritual que tendrá lugar por Cristo, el cual dará a la humanidad la Vida verdadera”.

9 Siammai y sus seguidores: “¡Este nazareno es Satanás!”.
Hillel y los suyos: “No. Este niño es un Profeta de Dios. Quédate conmigo, Niño; así mi ancianidad transfundirá lo que sabe en tu saber, y Tú serás Maestro del pueblo de Dios”.
Jesús: “En verdad te digo que si muchos fueran como tú, Israel sanaría; mas la hora mía no ha llegado. A mí me hablan las voces del Cielo, y debo recogerlas en la soledad hasta que llegue mi hora. Entonces hablaré, con los labios y con la sangre, a Jerusalén; y correré la misma suerte que corrieron los Profetas, a quienes Jerusalén misma lapidó y les quitó la vida. Pero sobre mi ser está el del Señor Dios, al cual Yo me someto como siervo fiel para hacer de mí escabel de su gloria, en espera de que El haga del mundo escabel para los pies del Cristo. Esperadme en mi hora. Estas piedras oirán de nuevo mi voz y trepidarán cuando diga mis palabras últimas. Bienaventurados los que hayan oído a Dios en esa voz y crean en El a través de ella: el Cristo les dará ese Reino que vuestro egoísmo sueña humano y que, sin embargo, es celeste, y por el cual Yo digo: "Aquí tienes a tu siervo, Señor, que ha venido a hacer tu voluntad. Consúmala, porque ardo en deseos de cumplirla"”.
Y con la imagen de Jesús con su rostro inflamado de ardor espiritual elevado al cielo, con los brazos abiertos, erguido entre los atónitos doctores, me termina la visión.

(Son las 3 y media del día 29).
29 de enero de 1944.

10 Debería decirle ahora dos cosas que sin duda le interesan y que había decidido poner por escrito en cuanto me despertara del sopor. No obstante, dado que hay otras cosas más urgentes, lo escribiré más tarde.
Lo que le quería decir antes es lo siguiente.
Usted hoy me decía que cómo había podido saber los nombres de Hillel y Gamaliel y el de Siammai.
Pues bien, es la voz que yo llamo "segunda" la que me dice estas cosas. Se trata de una voz de carácter menos sensible aún que la de mi Jesús o que la de los otros que dictan; éstas son voces que –ya se lo he dicho y ahora se lo repito– mi oído espiritual percibe iguales que voces humanas; las oigo serenas o airadas, fuertes o bajas, jubilosas o tristes: es como si uno hablase a mi lado. Esta "segunda voz" sin embargo, es como una luz, una intuición que habla en mi espíritu. "En", no "a", mi espíritu. Se trata de una indicación.
Así, mientras me acercaba al grupo de los que estaban discutiendo, sin saber quién era el noble personaje que, al lado de un anciano, disputaba con tanto calor, este "algo" interior me dijo: “Gamaliel – Hillel”. Sí, primero Gamaliel, luego Hillel; estoy segura. Y mientras estaba pensando en quiénes eran éstos, este indicador interno me indicó a su vez el tercero, antipático individuo, justo en el momento en que Gamaliel le estaba llamando por su nombre. Así he podido saber quién era éste, de farisaico aspecto.

Continúa...







 





 

El Poema del Hombre-Dios (40)

Notas:

201) Cfr. Lc. 2, 46–51.

202) Cfr. por ej.: Mt. 9, 1–17; 12, 1–14; 22–32; 38–39; 15, 1–9; 16, 1–4; 19, 1–9; 21, 23–27; 22, 15–22, etc. Cfr. los lugares paralelos en Mc. y Lc.; en cuanto al cuarto Ev. cfr. 5, 9–18; 8, 2–11; 9, 1–41; 11, 45–54, etc.

203) Cfr. Dan. 9.

204) Cfr. Is. 9, 5–6.

205) Cfr. Núm. 24, 17.

206) Cfr. Jer. 31, 15.

207) Cfr. 4 Rey. 2, 11.

208) Cfr. Ex. 14, 15–22.

209) Cfr. Is. 40, 1–5.

210) Cfr. Ex. 24.

211) Cfr. Dan. 9, 26.

212) Cfr. Ageo 2, 8–10.

213) Cfr. Zac. 9, 9; Mt. 21, 5. Ju. 12, 15.

214) Cfr. Is. 42, 13; 43, 12.

215) Cfr. Mal. 3, 1.

216) Cfr. Jon. 2.
 

15 DE JUNIO: SANTOS VITO, MODESTO Y CRESCENCIA, MÁRTIRES


15 de Junio: Santos Vito, Modesto y Crescencia, mártires

(✞ 303)

Nació el glorioso niño san Vito en la ciudad de Mazara, que está en el reino de Sicilia, de padres muy ricos y poderosos, pero gentiles. 

El niño fue bautizado secretamente y bien enseñado en las cosas de la fe de Jesucristo por Crescencia, que había sido su ama de leche, y por Modesto, marido de Crescencia, el cual era también muy fervoroso cristiano.

Siendo San Vito de doce años, el prefecto de Sicilia que había tenido noticia de la Fe y Religión que ocultamente profesaba, llamó al padre de Vito para que le redujese al culto de los ídolos, amenazándole que corría peligro de muerte si no sacrificaba a los dioses.

Intentó el padre gentil los medios blandos y aún los halagos con unas doncellas deshonestas para alejarlo de la fe cristiana, y viendo que nada conseguía, decidió entregarlo inhumanamente al prefecto Valeriano para que ejerciese en él su rigor.

Pero cuando Modesto y Crescencia se enteraron de aquella bárbara resolución del padre, tomaron a Vito y se fueron con él hacia el mar, y encontraron un navío que allí estaba listo para partir, y así llegaron al reino de Nápoles para librarse de la persecución.

Pero tampoco encontraron ahí la seguridad que buscaban, porque habiendo sido acusados por la profesión de su fe, fueron detenidos y cargados de cadenas.

Mandó después el tirano ponerles en la catasta (que era un tablado alto y eminente, en el que se extendía y atormentaba a los santos mártires con varios instrumentos y penas); y les descoyuntaron los miembros, rasgando y despedazando sus benditos cuerpos.

Y como ellos perseveraban firmes aunque les amenazaban con otros horribles suplicios, echaron a Vito un león para que lo despedazase y como si fuera un manso cordero, el león cayó a los pies del santo niño y halagándole, se los lamía.

Entonces dijo Vito al tirano:

- ¿No ves como las fieras se amansan y olvidadas de su crueldad natural, reconocen y obedecen a su Señor, y tú le desconoces y desobedeces?

Gran número de los que estaban presentes se convirtieron a la fe de Cristo al ver este espectáculo; pero el desventurado gobernador estaba tan empedernido, que ni las palabras del santo niño ni los milagros que veía bastaron para ablandarle; y así sometió a aquellos mártires a otros cruelísimos tormentos, en los cuales, perseverando firmes hasta la muerte, alcanzaron la gloriosa palma del martirio.

Reflexión:

¿Quién no ve en este martirio de San Vito la omnipotencia de Dios, que en un flaco y delicado niño de doce años, triunfó de los tormentos, de la muerte y de todo el poder del infierno? ¿Quién temerá su flaqueza o desmayará, considerando la virtud del Señor? Y, ¿quién se fiará de amor de padre o de otro hombre, si no es fiel a Dios, viendo como el mismo padre de San Vito, fue como su verdugo y causa de su martirio? Deben los hijos estar sujetos y rendidos a la voluntad de sus padres, en todas las cosas que no sean pecado; pero no han de obedecerles si les mandan cosas malas y manifiestamente contrarias a la voluntad divina. En este caso, el hijo que obedece al malvado padre, no merece tener por padre a Dios.

Oración:

Te suplicamos, Señor, que por la intercesión de tus Santos Mártires Vito, Modesto y Crescencia, concedas a todos los fieles un santo horror a la mundana sabiduría, y gracia para hacer cada día nuevos progresos en aquella santa humildad que tanto te agrada; a fin de que huyendo y menospreciando todo lo malo, se apliquen libre y generosamente a todo lo bueno. Por Jesucristo Nuestro Señor. Amén.

sábado, 14 de junio de 2025

¿POR QUÉ LOS MODERNISTAS PUBLICAN ESCRITOS TAN EXTENSOS?

El Padre Benedict Hughes analiza los motivos detrás de los interminables escritos de los “papas” modernistas.


Una lectura atenta de los escritos modernistas suele revelar tres características: ambigüedad, creación de nuevas palabras y una extensión aparentemente interminable. Analicemos brevemente estas características, especialmente en lo que respecta al documento de Francisco, Amoris Laetitia.

Ambigüedad: el primer sello distintivo de los escritos modernistas

Los modernistas son famosos (o más bien, infames) por escribir frases ambiguas con doble sentido. Un conservador interpretará el texto como ortodoxo (aunque suele requerir cierta manipulación e interpretación), mientras que un liberal considera que el texto en cuestión apoya su causa (que, por supuesto, es la verdadera intención de los modernistas). Al formular hábilmente las cosas de forma que, tras algunas maniobras, permite una interpretación católica, los modernistas se escudan en la pretensión de “solidez doctrinal”. Si los liberales utilizan estos documentos para apoyar su causa, el modernista siempre puede fingir haber sido malinterpretado, mientras se alegra en secreto de la consiguiente destrucción de la ortodoxia católica.

Un ejemplo perfecto de esta ambigüedad se puede observar en los documentos del Vaticano II. Basta con un ejemplo: en su decreto sobre la liturgia (Sacrosanctum Concilium), el concilio declara: “Se conservará el uso de la lengua latina en los ritos latinos(párrafo 36). Pero el mismo párrafo del decreto continúa diciendo:Sin embargo, como el uso de la lengua vulgar es muy útil para el pueblo en no pocas ocasiones, tanto en la Misa como en la administración de los Sacramentos y en otras partes de la Liturgia, se le podrá dar mayor cabida. Esta redacción era un código para sus correligionarios modernistas, justificando la eliminación práctica del uso del latín. A los pocos años de la conclusión del concilio, el latín quedó prácticamente relegado al olvido. No solo se eliminó su uso de la liturgia, sino que los seminarios dejaron de enseñarlo, hasta el punto de que hoy en día sería difícil encontrar un clérigo conciliar con un conocimiento siquiera básico del idioma.

La misma táctica se empleó en el documento sobre el ecumenismo (relativo a la práctica interreligiosa) y en todos los documentos de este falso concilio. La intención es siempre la misma: escudarse en escritos supuestamente ortodoxos, alegando siempre que los liberales los malinterpretan. La verdadera enseñanza católica, en cambio, es inequívoca. Tomemos como ejemplo los documentos del Concilio de Trento. El lector atento de estos documentos sagrados no tendrá ninguna duda sobre la enseñanza de la Iglesia en cualquier tema. La Santa Madre Iglesia es siempre clara, precisa y absolutamente inequívoca en sus enseñanzas.

La creación de palabras “elegantes”

Cualquiera que se haya educado en una universidad moderna probablemente ha tenido que soportar la clase de un profesor ebrio de la convicción de su propio conocimiento superior. Para demostrar su brillante superioridad a los estudiantes (y a sí mismo), el orgulloso profesor acuñará términos nuevos, nunca antes oídos. Esta táctica impresiona a los oyentes y convence al arrogante educador de su propia excelencia. Los modernistas utilizan tácticas similares. Cuando inventan términos nuevos, su propósito es deslumbrar al lector común con su “experiencia”, para que el lector mediocre ni siquiera piense en cuestionar al modernista.

Un ejemplo perfecto se encuentra en los escritos del entonces cardenal Josef Ratzinger, en su defensa de la aceptación por parte de Juan Pablo II de la liturgia de la Iglesia Asiria de Oriente como válida. Tras esta decisión, algunos eruditos tradicionales expresaron su horror ante la posibilidad de que un supuesto papa aprobara como válido un rito que ni siquiera cuenta con una consagración. Ratzinger salió al rescate con esta joya: “Las palabras de la Institución Eucarística están presentes en la Anáfora de Addai y Mari, no de forma narrativa coherente y ad litteram, sino de forma eucológica dispersa...”. ¿De forma eucológica dispersa? Al parecer, quiere decir que, aunque no hay consagración, todo el rito expresa la fe en la eucaristía y, por lo tanto, es válido. El nuevo término, “eucológico”, pretende impresionar al lector y silenciar cualquier otra pregunta.

La multiplicidad de palabras: un signo revelador de la escritura modernista

Pero el uso de la ambigüedad y las palabras altisonantes no son las únicas tácticas empleadas por el modernista. Suele extenderse sin parar. Pero ¿por qué tanta verborrea? Creo que la razón es que es más fácil disimular una enseñanza errónea cuando está envuelta en una gran cantidad de escritos ortodoxos. De nuevo, podemos referirnos a la extensión de los documentos conciliares del Vaticano II. Se pueden leer páginas enteras sin encontrar nada objetable. Pero si se lee con un poco más de atención, se encuentran los errores. Como una aguja escondida en un pajar, el error acecha oculto, rodeado de una gran cantidad de texto aparentemente inocuo.

Algunos dirán que ciertos escritos doctrinales católicos tradicionales son extensos. Podríamos referirnos a los documentos del Concilio de Trento o a ciertas encíclicas del siglo XX, como la Pascendi. Pero hay una diferencia: las enseñanzas católicas tradicionales son claras y concisas, concisas e inequívocas. La única razón de su extensión ocasional es la cantidad de temas que deben tratarse. Tomemos como ejemplo el Concilio de Trento. Existen numerosos documentos sobre una amplia gama de temas, debido a los errores del protestantismo. En otras palabras, la extensión fue necesaria debido a los numerosos errores que debían exponerse y repudiarse.

Los modernistas, por otro lado, dirán poco con muchas palabras. Si alguien señala un error, se le recordará que el escrito es tan extenso que no debe concentrarse en una pequeña sección. Más bien, se le dirá que no lo está interpretando correctamente. ¿O sí? Para responder a esta pregunta, examinemos el documento de Francisco (llamado “Exhortación Apostólica”) sobre la familia, publicado el 19 de marzo de 2016.

El documento Amoris Laetitia

Estas características de la escritura modernista, especialmente su extensión, se aprecian en este documento del Vaticano firmado por Francisco. Este esperado documento fue el resultado de dos años de reuniones, debates y discusiones sobre la familia. La pregunta central trata sobre qué hacer con quienes se divorcian y se han vuelto a casar y desean recibir los sacramentos en la Iglesia Conciliar. ¡Ah, y el documento tiene 255 páginas!

Desde la publicación de Amoris Laetitia (en adelante, AL), se ha generado un intenso debate entre cardenales, obispos, teólogos y laicos de la iglesia conciliar. Este debate gira en torno a la pregunta: ¿Ha cambiado algo en la disciplina de la Iglesia respecto a dar la comunión a las personas divorciadas y vueltas a casar, es decir, a las personas que viven en pecado? Muchas personas perspicaces afirman que se ha producido una ruptura con el pasado, una nueva enseñanza que contradice la enseñanza tradicional. Otros afirman que esto no es cierto. Analicemos algunos comentarios de personalidades destacadas.

Hasta ahora, la iglesia conciliar se ha referido a quienes viven en matrimonios inválidos como viviendo en una “situación irregular”. (Siempre se cuidan de usar eufemismos para no ofender a nadie). Pero el cardenal Christoph Schoenborn declaró: “Mi gran alegría con este documento reside en que supera coherentemente esa división artificial y superficial entre 'relaciones matrimoniales regulares' e 'irregulares'” (declaración del 8 de abril al presentar AL).

Por otro lado, un obispo más conservador declaró: “Si analizamos ciertas declaraciones de AL con honestidad intelectual dentro de su contexto adecuado, nos encontramos con dificultades al intentar interpretarlas de acuerdo con la doctrina tradicional de la Iglesia” (Obispo Athanasius Schneider de Astaná, Kazajistán, a mediados de abril). 

Un profesor católico incluso llegó a afirmar: El párrafo 305, junto con la nota al pie 351 —donde se afirma que los creyentes pueden acceder a los sacramentos 'en una situación objetiva de pecado' 'debido a factores atenuantes'—, contradice directamente la enseñanza católica. Que esto representa una ruptura es indudable para toda persona reflexiva que conozca los textos respectivos” (Prof. Robert Spaeman, filósofo católico alemán, en una entrevista).

Así que de esta manera se resume todo: en una nota a pie de página. Después de todo el texto, se encuentra la nota a pie de página n.º 351, que permite la comunión a los divorciados vueltos a casar

En respuesta a los católicos que se oponen, un cardenal responde: “Cabe preguntarse si una nota a pie de página de unas tres líneas es suficiente para revocar por completo las enseñanzas de los Papas y los Concilios sobre este tema. ¡Claro que no!” (Cardenal Walter Brandmüller, entrevista con la agencia de noticias alemana KNA).

Así que el debate continúa. Pero ¿es necesario debatir? Después de todo, ¿quién debía ofrecer la interpretación correcta? ¿No sería el mismísimo Francisco, el archihereje? ¿Cuál era su interpretación? Podemos ver una entrevista que concedió en un avión, de regreso a Roma, poco después de la publicación de AL. Un periodista le preguntó si la enseñanza de AL cambiaba de alguna manera la postura de la Iglesia hacia los divorciados vueltos a casar, al permitirles ahora recibir los sacramentos sin separarse. Su respuesta fue: “Puedo decir que sí. PUNTO”. Es muy interesante que concluyera su breve respuesta mencionando la palabra “PUNTO”. Eso hizo que su comentario sea enfático y decidido. Por supuesto, se sabe desde hace tiempo que él quería cambiar la enseñanza de la Iglesia sobre este tema. En privado, les decía a las personas divorciadas que podían comulgar, y si sus pastores les decían que no podían, entonces debían ir a otra iglesia y comulgar. También hizo el comentario absurdo de que debemos “respetar sus conciencias”, como si la Iglesia no tuviera la autoridad y el papel de formar correctamente las conciencias de los fieles.

Pero veamos qué dijo otro comentarista sobre esta controversia. El profesor Robert de Mattei, un erudito católico italiano conservador, afirmó, respecto a la enseñanza de Amoris Laetitia: “Nada cambia en la doctrina, pero todo cambia en la praxis… Las circunstancias y la situación, según la nueva moral, disuelven el concepto de mal intrínseco y de pecado público y permanente… La norma de la Iglesia era: 'Los divorciados vueltos a casar civilmente, que conviven, no pueden recibir la Eucaristía'. Amoris Laetitia, en cambio, establece: 'Los divorciados vueltos a casar, en algunos casos, pueden recibir la Sagrada Comunión'.

Así que ahí lo tienen. Algunos defensores de Francisco insisten en que la enseñanza oficial de la Iglesia no ha cambiado, pero en la práctica, ¿qué ocurre? Quienes estén divorciados y conozcan las intenciones de Francisco considerarán que ahora tienen todo el “derecho a comulgar”. Y podrán citar cualquier cantidad de declaraciones para respaldarlo. Pero, en particular, pueden citar el párrafo 305 y la nota a pie de página que lo acompaña en un documento “papal”, rodeado de 255 páginas, como la fuente de su cambio en la práctica. ¿Y quién puede discutirles? Al fin y al cabo, está ahí mismo, ya sea en una nota a pie de página o no.

Y para evitar que se nos acuse de tergiversación, aquí hay un fragmento del texto del párrafo ofensivo: “A causa de los condicionamientos o factores atenuantes, es posible que, en medio de una situación objetiva de pecado —que no sea subjetivamente culpable o que no lo sea de modo pleno— se pueda vivir en gracia de Dios, se pueda amar, y también se pueda crecer en la vida de la gracia y la caridad, recibiendo para ello la ayuda de la Iglesia (351). El discernimiento debe ayudar a encontrar los posibles caminos de respuesta a Dios y de crecimiento en medio de los límites. Por creer que todo es blanco o negro a veces cerramos el camino de la gracia y del crecimiento, y desalentamos caminos de santificación que dan gloria a Dios. Y la nota al pie n.º 351 contiene lo siguiente: En ciertos casos, podría ser también la ayuda de los sacramentos”.

Este párrafo 305 es una obra maestra de ambigüedad y palabras confusas, ¡y está enterrado en un documento de 255 páginas! Así que, cuidado con los escritos modernistas. Nuestro Señor, al referirse a la oración, nos dice que no nos preocupemos tanto por orar con palabras extensas: “Y cuando oréis, no habléis mucho, como los gentiles, porque piensan que por su palabrería serán oídos” (Mateo 6:7). Este sabio consejo, de labios del propio Jesús, también puede aplicarse a la escritura. Los modernistas dicen mucho, pero en esa misma multitud de palabras se esconde el error. Estemos alerta ante estos astutos engaños del diablo.
 

IGLESIAS DESCRISTIANIZADAS POR SILENCIAR A JESUCRISTO, AL NO CONOCERLO

La Iglesia siempre ha creído en la historicidad de los Evangelios. Por consiguiente, aquel que no confiesa que los Evangelios son verdaderos e históricos no conoce realmente a Jesucristo

Por el padre José María Iraburu


En mi anterior artículo sobre 
el silenciamiento de María ya expliqué, como una de las causas principales de la descristianización de la Iglesia, que se le cita al paso, y pocas veces se predica sobre Ella; quizá porque buena parte de los ministros de la palabra no la conocen apenas… Pero es la predicación sobre la Virgen, la que da a los fieles ese mayor conocimiento que enciende un mayor amor, una profunda devoción filial. Nihil volitum quin praecognitum… No se puede amar mucho a una persona si no se le conoce apenas.

Pues bien, apliquen lo dicho al silenciamiento pastoral sobre las personas del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo… Se citan, pero se predica poco sobre ellas. Aquellas Iglesias locales que, tanto en su predicación como en su acción pastoral, centran su atención en los temas hoy centrales en el mundo, acaba descristianizándose. No anuncian el Evangelio, no predican a Cristo, no revelan a los hombres de hoy, como el Apóstol Juan, que “el Padre envió a su Hijo por Salvador del mundo” (1Jn 4,14). Ni les aseguran como Pedro, que 
no hay salvación en ningún otro, pues bajo el cielo no se nos ha dado a los hombres otro nombre por el que podamos ser salvados (Hch 4,12).

Cristocentrismo evangélico de los Apóstoles

En esto está la vida eterna: en que te conozcan a ti, único Dios verdadero y a tu enviado Jesucristo (Jn 17,3). Él es el misterio escondido desde los siglos en Dios, y ahora manifestado a sus santos (Col 1,26; +Ef 3,9). Cristo mismo es el Evangelio, el objeto absolutamente principal de la predicación evangélica. Propiamente, el Evangelio –os anuncio una Buena Noticia– es Jesús mismo, su nacimiento en Belén y todo lo que sabemos de su epifanía personal en la tierra… Claramente lo afirma San Juan Evangelista: Éstas señales fueron escritas para que creáis que Jesús es el Mesías, el Hijo de Dios, y para que creyendo en él, tengáis vida en su nombre (Jn 20,30-31). Esto es lo que siempre ha entendido la Iglesia: Evangelizar es anunciar el misterio de Cristo (Col 4,3).

Es precisamente lo que no se hizo ni se hace en las iglesias descristianizadas.

No evangelizamos simplemente con enseñar las doctrinas morales del cristianismo. Si no predicamos al mismo Cristo, en esas enseñanzas morales, no podrán ser entendidas y creídas, ni menos podrán ser vividas, sino en la medida en que conozcan y crean en Jesús. Sin revelar a los hombres el misterio de Cristo pobre, por ejemplo, es imposible predicar a los hombres el misterio cristiano de la pobreza, a la que, en su medida, están llamados a creer y a participar… 
Conocéis la gracia de nuestro Señor Jesucristo, que siendo rico [Dios], se hizo pobre [se hizo hombre], para que vosotros fueseis ricos [deificarnos] por su pobreza [encarnación] (2Cor 8,9).

Toda predicación del Evangelio ha de ser dada a los hombres partiendo del mismo Jesucristo. El amor al Padre, la caridad por los hombres, la misericordia, el sacrificio personal que 
completa la Pasión de Cristo para la expiación por los pecados, la oración, el matrimonio, el celibato, la limosna, el abandono confiado en la Providencia divina, etc. todo eso es lo que predicaron los Apóstoles, convenciendo, con el poder del Espíritu Santo, a tantos hombres y naciones de todas las lenguas.

Y esto es lo que las iglesias descristianizadas no hicieron ni hacen jamás. Una predicación horizontal, naturalista, ceñida a los valores mundanos de moda, pelagiana, que apenas cita a Cristo, que en el mejor de los casos enseña ciertas verdades suyas, pero sin recordarle a Él continuamente como maestro y fuerza de gracia, como único 
Salvador, como verdad, camino y vida, no convierte, no salva, no sirve para nada: sin Mí no podéis hacer nada (Jn 15,5).

Los cristianos somos el 
pueblo adquirido para anunciar las maravillas de Aquel que los llamó de las tinieblas a su luz admirable (1Pe 2,9)… ¿Pero cómo el sacerdote o el laico podrán predicar de Cristo si tantas veces apenas lo conocen?… Y sin embargo, en esto está la vida eterna, en que te conozcan a ti, único Dios verdadero y a tu enviado Jesucristo (Jn 17,3).

* * *

I) Conocer a Jesús

1. Por Escritura, Tradición y Magisterio apostólico

El justo vive de la fe (Rm 1,17), la fe es por la predicación, y la predicación por la palabra de Cristo (10,17). La fe: esta palabra humana y celestial, verdadera y vivificante, nos llega de una fuente triple y única: Escritura, Tradición y Magisterio apostólico. Por eso cualquier enseñanza sobre Cristo que no fluya de esa fuente es ciertamente falsa, y no debemos darle más valor –por muy admirada y prestigiada que esté– que el que podamos dar al ladrido de un perro o al rebuzno de un burro.

Habite Cristo por la fe en vuestros corazones (Ef 3,17). En esto está la vida eterna, en conocer a Jesucristo, centro y vida de la fe cristiana, pues es Él quien, en la plenitud de los tiempos, nos revela al Padre, nos comunica el Espíritu Santo, y así nos hace partícipes de la naturaleza divina (2Pe 1,4).

El Credo católico, que una y otra vez confesamos solos o en la comunidad litúrgica, es muy acentuadamente cristocéntrico:
“Creo en un solo Señor, Jesucristo, Hijo único de Dios, nacido del Padre antes de todos los siglos: Dios de Dios, Luz de Luz, Dios verdadero de Dios verdadero, engendrado, no creado, de la misma naturaleza que el Padre, por quien todo fue hecho… que por obra del Espíritu Santo se encarnó de María, la Virgen, y se hizo hombre”…
Por eso el Apóstol San Pablo confesaba a los fieles de Corinto: “Nunca entre vosotros me precié de saber cosa alguna, sino a Jesucristo, y éste crucificado” (1Cor 2,2). Él es la clave de todos nuestros conocimientos sobrenaturales, de tal modo que podemos afirmar con San Agustín: Si Christum noscis, nihil est si cætera nescis – Si Christum nescis, nihil est si cætera noscis. En traducción libre: Si conoces a Cristo, nada importa que ignores lo demás. Pero si ignoras a Cristo, de nada te vale conocer otras cosas.

2. Por la oración

Conscientes de nuestra incapacidad mental y cordial para conocer al Señor, porque tenemos sucios los ojos y el corazón, acudimos ante todo a la oración de súplica.

Pedir al Padre, que es quien nos envía a su Hijo: Él es quien pronuncia a su Hijo en la encarnación. 
Nadie conoce al Hijo sino el Padre, y aquél a quien el Padre lo quiera revelar (Mt 11,27). Bienaventurado tú, Simón Bar Jona, porque no es la carne ni la sangre quien te ha revelado eso, sino mi Padre, que está en los cielos (Mt 16,16-17). Para conocer a Jesús no confiamos en nuestra inteligencia, ni en nuestros estudios y meditaciones –aunque ayudan–, sino en la misericordia del Padre que nos ama: Padre, muéstranos el rostro de tu Ungido (Sal 84,10; 132,10).

Pedir a la Virgen María, que nos lo dio y que nos lo da: 
Muéstranos a Jesús, fruto bendito de tu vientre. Es la misión de la Virgen, pues es Ella la que da Jesucristo al mundo.

Pedir la intercesión de los santos
que más han sobresalido por su conocimiento del misterio de Cristo: Juan, Pablo, Francisco, Teresa…

Sta. Ángela de Foligno (1248-1309), madre de familia, terciaria franciscana, sin mayor cultura: 


¡Oh Dios mío! hazme digna de conocer tu profundo misterio, que brota de tu abrasado e inefable amor, comunicado a nosotros por la misma Trinidad: el misterio de tu santísima Encarnación… ¡Oh caridad incomprensible! El amor más grande es que Dios se haya hecho hombre para hacer al hombre Dios. ¡Oh amor entrañable! Cuando tomaste nuestra forma humana, te entregaste para recibirme a mí. No te rebajaste de modo que perdieras algo de tu divinidad, sino que el abismo de tu concepción me hace exclamar palabras de fuego: ¡Oh incomprensible, que te has hecho comprensible! ¡Oh increado, que te has hecho criatura! ¡Oh impensable, que te has hecho pensable! ¡Oh impalpable, que puedes ser tocado! ¡Oh, Señor, hazme digna de contemplar la profundidad del amor tan excelso, que nos comunicaste en la santísima Encarnación! ¡Oh feliz culpa, que nos has merecido ver el abismo del amor de Dios, que nos estaba escondido! (Última carta antes de morir +1309: Experiencia de Dios Amor, Apostolado Mariano, Sevilla 1991, 236).

3. Por la penitencia

Los limpios de corazón verán a Dios (Mt 5,8). La ascesis, la vida de oración perseverante, la frecuencia de los sacramentos, el ejercicio asiduo de las virtudes, dice San Pedro, han de pretender sobre todo la adquisición del conocimiento de nuestro Señor Jesucristo (2Pe 1,5-8). Aunque también en cierto modo, se da al revés: la Samaritana o la Magdalena no estaban muy crecidas en virtudes cuando, conocen a Jesús y, dejando su vida pasada, le siguen… porque le han conocido.

Contemplad al Señor, y quedaréis radiantes (Sal 33,6). La penitencia, purificándonos en mente y corazón, hace posible la contemplación. Y la contemplación del Señor, como ninguna otra cosa, purifica nuestros ojos y nuestra alma.

Contemplad al Señor, y quedaréis radiantes: se encenderá vuestro corazón, se harán limpios vuestros ojos, y os llenaréis de tan grande y continua alegría que no sentiréis la fascinación de ninguna tentación, y os entregaréis apasionadamente a todo bien.

De la fe a la visión. Si la fe en Cristo es la clave primera de nuestra configuración a Él, será la visión de Cristo, en su segunda venida, en la otra vida, la que nos configure a Él plenamente, incluso en el cuerpo: 
sabemos que cuando aparezca [Cristo] seremos semejantes a Él porque le veremos tal cual es (1Jn 3,2). Contemplaremos al Señor y quedaremos radiantes.

4. Por el Evangelio


Los cuatro Evangelios fueron escritos ante todo para dar a conocer a Jesucristo. Declara San Juan Apóstol: todas estas cosas 
fueron escritas para que creáis que Jesús es el Mesías, Hijo de Dios, y para que creyendo en Él tengáis vida en su nombre (Jn 20,31). Por eso cuando alguno dice este pasaje del Evangelio no me dice nada, es porque busca ante todo en el Evangelio enseñanzas morales, y no al mismo Jesucristo, del que hablan los Evangelios en todos sus pasajes.

Hoy muchos cristianos no creen en los Evangelios, porque niegan su historicidad o la ponen en duda siempre que encuentran algo en ellos que los incomoda o reprueba. Alegan, siguiendo el criterio del protestantismo liberal y el modernismo católico, que fueron escritos muy tarde, y dan una visión idealizada de Jesús. Los discursos, y más aún los milagros, no son 
históricos a su juicio, sino la expresión de la fe de las primeras comunidades cristianas, a partir de recuerdos, oralmente transmitidos, y ampliamente idealizados.

Ejemplo, los “modernos” comentarios al Evangelio de San Juan escritos por F. F. R., profesor en una Facultad católica (Comentario al N.T., Casa de la Biblia, Madrid 1995): 
–Jesús no anduvo sobre las aguas: el hecho es más teológico que histórico… Es una forma poética y adecuada para afirmar el poder sobrehumano de Jesús (288). 

–Jesús no resucitó a Lázaro: más que un hecho real, viene a ser una parábola en acción para mostrar que Jesús es la vida. El último de los signos narrados debía ser un cuadro de excepcional belleza y atracción. El evangelista ha logrado su objetivo. Nos ha ofrecido un audiovisual tan cautivador… De cualquier forma, debe quedar claro que la validez del signo y de su contenido no se ven cuestionados por su historicidad (o para hablar con más precisión, por su no-historicidad) (304-5). 

–La resurrección de Jesús rompe el molde de lo estrictamente histórico y se sitúa en el plano de lo suprahistórico. Los 4 evangelios dan versiones distintas: ¿quién tiene razón?: ninguno, porque las cosas no ocurrieron así, como las cuentan (sepulcro vacío, ángeles, etc.) (329). 

–Tampoco son reales las apariciones de Jesús: El contacto físico con el Resucitado no pudo darse. Sería una antinomia [ya prohibida por el señor Kant en 1793: La Religión dentro de los límites de la sola razón]. Como tampoco es posible que él realice otras acciones corporales que le son atribuidas [por los evangelistas], como comer, pasear, preparar la comida a la orilla del lago de Genesaret, ofrecer los agujeros de las manos y del costado para ser tocados… Este tipo de acciones o manifestaciones pertenece al terreno literario y es meramente funcional (330)… 

–Pesca no-milagrosa: El andamiaje de la pesca milagrosa (331).
Pero la Iglesia siempre ha creído en la historicidad de los Evangelios. Consiguientemente, aquel que no confiesa que Los Evangelios son verdaderos e históricos (obra mía: Fund. GRATIS DATE, Pamplona 2014, 70 págs..), no conoce realmente a Jesucristo, sino que de Él tiene sólo las falsas ideas que, a su gusto y medida, concibe su pobre mente o absorbe del ambiente mental del mundo en que vive..

* * *

II) Enamorarse de Jesús

Nada puede ser querido si no es previamente conocido: Nihil volitum nisi præcognitum. Para el progreso de la vida espiritual cristiana importa mucho conocer bien al Señor. Cuanto más se le conoce, más se le ama. Y cuanto más se le ama, más se le conoce.

Pocos adagios tan necios como el que dice que 
el amor es ciego. Es todo lo contrario, como lo sabemos por experiencia. Si en una familia, por ejemplo, alguien sufre por algo sin decirlo, los que más lo aman, son los que más se dan cuenta. Los que menos lo aman, ni lo advierten. Nadie conoce a Cristo tanto como los santos, porque ellos son los que más lo aman. Siendo los que más aman a Cristo, los que por la gracia más semejante a Él se han hecho, son los que mejor lo conocen.

La belleza atractiva de Cristo

La hermosura atractiva de la humanidad de Cristo es inefable, pues es 
la imagen del Dios invisible, el primogénito de toda criatura (Ef 1,15). Es la revelación perfecta de la belleza de Dios: Quien me ve a mí, ve al Padre (Jn 14,9), el Padre y yo somos uno (Jn 10,30). Él es el esplendor de la gloria del Padre (Heb 1,3). Todo fue creado por Él y para Él. Él es antes que todo, y todo subsiste en Él (Col 1,16-17). Hombres y mujeres, montañas y ganados, estrellas, flores y sinfonías, poesías y artes… Todo subsiste en Él y para Él… No puede haber palabras capaces de describir su belleza…


¿Cuál sería el atractivo fascinante de Jesús? Lo vemos comprobado en la vocación de los Apóstoles. Hombres rudos e ignorantes, cuando el Señor los llama, lo dejan todo al momento –todo– y lo siguen. ¿Cómo explicarlo?… No están deslumbrados por su doctrina o por sus milagros, pues la elección de los Doce está al comienzo mismo de su vida pública; apenas le han oído predicar, y su primer milagro, el de Caná, es posterior a la vocación de los Apóstoles. Tampoco se ven atraídos por la misión apostólica que el Señor les va a encomendar: no tienen de ella ni la menor idea. Es Él mismo quien los atrae con atracción irresistible: es Él quien, encendidos sus corazones por la gracia, al punto dejan familia y amigos, casa, tierra, trabajos, lenguaje, todo, y se van a vivir con Él como discípulos. Y aunque fallan a la hora de las tinieblas, la de la Cruz –aún no han recibido el Espíritu Santo–, siempre han perseverado en su seguimiento: 
Vosotros sois los que habéis permanecido conmigo en mis pruebas (Lc 22,28).

Es el que alegra los corazones


Sólo en la medida en que el hombre conoce y ama a Jesucristo y conoce su amor puede ser feliz en este mundo. Sufrirá persecución, enfermedades, dolores, ciertamente, como ya lo anunció el Señor. Pero saberse amado por Él –
el Hijo de Dios me amó y se entregó por mí Gal 2,20), es mayor bien que todo; y amarlo, ¿quién podrá separarnos del amor de Cristo? (Rm 8,35), nos guarda en una alegría que supera toda pena. Alegraos siempre en el Señor; de nuevo os digo: alegraos (Flp 4,4). En tantos casos lo vemos testimoniado por el Evangelio.
Alegría de los pastores, a quienes los ángeles habían anunciado una gran alegría, cuando vieron a Jesús en Belén (Lc 2,9-20). 

Alegría de Simeón, tomando en brazos al Consuelo de Israel, al que es Luz de las naciones (25-32). 

Alegría de Pedro, Santiago y Juan, contemplando la gloria de Cristo transfigurado: Señor, qué bien se está aquí: hagamos tres tiendas… No sabía lo que decía, enajenado de gozo (9,33)… 

Toda la muchedumbre, al verle, quedó maravillada, y en seguida corrió a saludarle (Mc 9,15). Y en tantas otras ocasiones se alegra el corazón de los hombres viendo a Cristo, cómo es, qué dice, qué hace. 

A Magdalena, que está llorando como una magdalena, se le cambia la pena en una inmensa alegría: He visto al Señor (Jn 20,18). 

Los discípulos de Emaús¿No ardían nuestros corazones cuando nos hablaba en el camino, explicándonos las Escrituras? (Lc 24,32). Y más todavía: viendo cómo Cristo asciende a los cielos, se volvieron a Jerusalén llenos de gozo (24,52).
Conozcamos en los santos el amor a Cristo
Amarlo es nuestra gloriosa vocación

Leamos los escritos de los santos que mejor han expresado el amor de Cristo, para que al menos, sabiendo de oídas lo que es ese enamoramiento, lo pretendamos, confiando en la ayuda de la gracia. Mientras tanto, cuando estamos, por ejemplo, en oración ante el Señor, sin verle ni sentirle, podemos decir: 
no te veo, Señor, por mis pecados; pero me conformo con verte ahora en las visiones de tus santos, y después en el cielo cara a cara.

Solo dos ejemplos.

San Pablo


Pero al tener a Cristo consideré todas mis ventajas como cosas negativas. Más aún, todo lo considero al presente como peso muerto, en comparación con eso tan extraordinario que es conocer a Cristo Jesús, mi Señor. A causa de él ya nada tiene valor para mí, y todo lo considero como pelusas mientras trato de ganar a Cristo (Flp 3,7-8). Es el lenguaje de una persona totalmente enamorada. Y es normal: cuando sale el Sol, quedan ocultas las estrellas.

Para mí la vida es Cristo, y la muerte, ganancia. Y aunque el vivir en la carne es para mí fruto de apostolado, todavía no sé qué elegir. Por ambas partes me siento apretado, pues por un lado deseo morir para estar con Cristo, que es mucho mejor; por otro, quisiera permanecer en la carne, que es más necesario para vosotros (1,21-24). Y es que mientras moramos en este cuerpo estamos ausentes del Señor, porque caminamos en fe y no en visión; pero confiamos y quisiéramos más partir del cuerpo y estar presentes al Señor (2Cor 5,6-8).

Quizá las santas mujeres hayan sido aún más elocuentes que los santos hombres para expresar el amor de Cristo, aunque pensando en Ignacio de Antioquía, Agustín, Francisco de Asís, Juan de la Cruz… podría ponerse en duda lo dicho.

Santa Teresa


Un día de San Pablo, estando en misa, se me representó toda esta Humanidad sacratísima como se pinta resucitado, con tanta hermosura y majestad… que no se puede decir, que no sea deshacerse… Si estuviera muchos años imaginando cómo figurar cosa tan hermosa, no pudiera ni supiera, porque excede a todo lo que acá se puede imaginar…

Si la visión de Cristo es “con 
imagen, es imagen viva; no hombre muerto, sino Cristo vivo; y da a entender que es hombre y Dios, no como estaba en el sepulcro, sino como salió de él después de resucitado. Y viene a veces con tan grande majestad, que no hay quien pueda dudar sino que es el mismo Señor, en especial en acabando de comulgar, que ya sabemos que está allí, que nos lo dice la fe. Represéntase tan señor de aquella posada, que parece toda deshecha el alma, se ve consumir en Cristo… ¡Oh Jesús mío, quién pudiese dar a entender la majestad con que os mostráis! Y cuán Señor de todo el mundo y de los cielos, y de otros mil mundos…

De ver a Cristo me quedó imprimida su grandísima hermosura, y la tengo hoy día, porque para esto bastaba sola una vez, cuanto más tantas como el Señor me hace esta merced. Quedó con un provecho grandísimo y fue éste: tenía yo una grandísima falta [realmente], de donde me vinieron grandes daños y era ésta, que como comenzaba a entender que una persona me tenía voluntad, y si me caía en gracia, me aficionaba tanto que me ataba en gran manera la memoria a pensar en él [se ve que la persona tenía bigotes]… Era cosa tan dañosa que me traía el alma harto perdida [no exagera];

[pues bien], después que vi la gran hermosura del Señor, no veía a nadie que en su comparación me pareciese bien, ni me ocupase [la memoria y el corazón]; que con poner un poco los ojos de la consideración en la imagen que tengo en mi alma, he quedado con tanta libertad en esto que después acá todo lo que veo me parece hace asco en comparación de las excelencias y gracias que en este Señor veía. Ni hay saber, ni manera de regalo que yo estime en nada en comparación de lo que es oír una sola palabra dicha de aquella divina boca, cuanto más tantas. Y tengo yo por imposible, si el Señor por mis pecados no permite se me quite esta memoria, podérmela nadie ocupar, de suerte que, con un poquito de tornarme a acordar de este Señor, no quede libre
 (37,4).

En realidad, una vez alcanzada la contemplación de Cristo, 
después quisiera ella estarse siempre allí, y no tornar a vivir, porque fue grande el desprecio que me quedó de todo lo de acá. Parecíame basura, y veo yo cuán bajamente nos ocupamos los que nos detenemos en ello (38,3).

* * *

El que por don de Dios, gracias a su familia, se aficiona mucho desde chico a la mejor música, le cuesta después escuchar músicas vulgares y chabacanas… Pidamos al Señor que nos conceda leer más a los santos maestros espirituales de la Iglesia, por los que recibimos grandes luces, atractivos e impulsos. Ellos además nos dejarán inmunizados en relación a otros libros mediocres de espiritualidad, que alimentan el alma tanto como al cuerpo los pirulís y las bolitas de anís.