Por Monseñor De Segur (1862)
¿Qué es una religión? Una doctrina y un culto, que sirviendo de vínculo común, reúnen cierto número de hombres en una creencia religiosa y en una manera uniforme de servir a Dios. Tales son, aun entre las falsas religiones, el judaísmo después de la venida de Nuestro Señor Jesucristo, el Mahometismo, el Budismo, etc.
Pero como el protestantismo tiene por principio fundamental, que cada hombre es libre, tanto para creer lo que quiera en materia de religión, como para servir a Dios según le parezca; él destruye con este principio la misma idea de religión, voz que derivando del verbo latino religare, significa lazo, unión, unidad. Bien sé que los protestantes no deducen siempre las consecuencias extremas y rigurosas de este principio, especialmente cuando viven en países católicos; donde guardan, cuanto pueden la apariencia de unión entre sus sectas. Pero en Alemania, en Suiza, en América y en donde están a sus anchas, ellos se glorían de tener tantas creencias como individuos. Entre todas las instituciones religiosas que son obra de los hombres, el protestantismo, es el único que tiene este carácter inaudito, de destruir lo que constituye la esencia, no diré ya de la verdadera religión, sino de toda religión en general. Las falsas religiones, a imitación de la verdadera, tienen un cuerpo de doctrina y de culto fuera del cual nadie les pertenece; pero lo que los predicantes del protestantismo quieren hacer pasar por una religión, no es más que una anarquía sin regla y sin freno, la cual no hace más que negar, destruir, protestar; condenándose a sí misma en el hecho de ostentar el nombre anti-religioso de protestantismo. “La religión consiste en atacar la de los demás”, decía Juan Jacobo Rousseau, hablando de los calvinistas de Ginebra.
Pero dirá alguno: “Yo conozco tal o cual protestante que cree en Jesucristo y en otras verdades, de una manera que parece muy clara y precisa. A lo menos estos tienen una religión”. No, por cierto: tienen convicciones, o como se dice en Inglaterra, tienen persuasiones; lo cual, a falta de otra cosa, ya es algo, pues peor sería que no tuviesen nada. Pero sépase, que no es el protestantismo quien les da esas convicciones personales, esas persuasiones privadas, que ellos por otra parte pueden abandonar mañana, sin dejar de ser protestantes. Muchos ministros del protestantismo serían del título de protestantes, a la vez que no creen ninguno de los dogmas conservados por Lutero y por Calvino; pues se burlan de la biblia y de la Divinidad de Jesucristo, al mismo tiempo que levantan la voz hablando de cristianismo y de puro Evangelio.
El pastor protestante Vinel, entre otras mil palinodias de esta clase, confiesa con originalidad en una de sus obras, que el protestantismo no es una religión, sino que hace veces de religión.
Es sabida la respuesta del célebre protestante e incrédulo Bayle, a un gran personaje que le interrogaba acerca de su religión, diciéndole: “Vos, señor Bayle, sois protestante, pero ¿a qué secta pertenecéis? ¿Sois luterano, calvinista, zwingliano, o anabaptista?” “Nada de esto soy. -replicó imprudentemente aquel protestante, aunque con demasiada lógica- Yo soy protestante, es decir, que protesto contra toda especie de religión”.
El protestantismo, aun cuando pretenda otra cosa, no es ni puede ser una religión. Mucho menos es la verdadera religión.
¿Cree en Jesucristo el protestantismo?
Ciertamente, todavía quedan protestantes de buena fe, que creen en Jesucristo; pero no tienen esta creencia por ser protestantes. De ninguna manera. Para ser protestante, perfecto protestante, no es necesario, según el principio del protestantismo, creer en la Divinidad del Salvador. El señor Coquerel, ministro protestante de París, acaba de dar a luz un libro voluminoso, para probar esta aserción. Hace 1800 años que se cree que para ser cristiano, es indispensable creer que Jesucristo es Dios encarnado; pero a juicio del señor Coquerel, este es un error grosero. Según él, no hay para qué examinar muy de cerca si Jesús es Dios, o un ser sobrenatural cualquiera, o un hombre como otro. Sin hacer estas distinciones, cree aquel ministro protestante, que se puede ser muy buen cristiano.
El señor T. Colani, protestante también y erudito editor de la Revista de Teología protestante, publicada en Strasburgo, se guarda bien de reclamar contra aquel colega suyo de Paris; y antes bien enseña a sus discípulos, los cuales han de ser futuros ministros protestantes, que para ser cristiano, no se necesita a Jesucristo. “Si se nos arrebatase a Jesucristo -dice en el tomo VII, pág. 242 de su Revista- un duelo inmenso pesaría sobre la tierra; pero quedaría la fe, la fe en el Padre, la vida en Dios”. Por eso el señor de Gasparin, ardiente defensor del protestantismo francés, se ve reducido a felicitarse, como de un triunfo inesperado, porque entre setecientos ministros protestantes, hay doscientos que creen en la Divinidad de Jesucristo.
En las Cátedras más célebres de la Reforma, se oye decir: “que el Salvador no fue más que un Sócrates Judío, autor de la mejor filosofía práctica”. Los más distinguidos ministros protestantes hacen de él un simple rabino, a quien muchos tuvieron por el Mesías, lo cual hizo que Él mismo se convenciese de ello, aunque no enseñase más que un Mosaísmo depurado: que fue condenado a muerte y clavado en una Cruz, de la cual fue quitado al parecer muerto, y volvió a la vida al tercer día; y que en fin, después de haber visto de nuevo a sus discípulos muchas veces, se separó de ellos sin que ellos volviesen a verle. No es en Voltaire ni en Rousseau, donde se encuentra esta odiosa parodia del símbolo de los Apóstoles, sino en la llamada Teología Cristiana de Wegscheider; de la cual se han hecho siete u ocho ediciones, cuya obra ha venido a ser el manual de los que aspiran a ser curas protestantes. Después de eso, sería una simpleza extrañar que el 31 de diciembre de 1854, uno de los ministros formados con tales principios, el señor Leblois, predicase en Strasburgo, que el culto de Jesucristo es una superstición, condenando fuertemente a las sectas protestantes que conservan este resto de papismo; y afirmando que es necesario poner término a esta idolatría, tan contraria a la razón como a la Escritura.
Hace algunos años que el rey de Prusia, jefe y doctor de la Iglesia protestante prusiana, manifestó algunas dudas sobre la ortodoxia de los pastores y profesores de su facultad de Teología de Berlín; y con este motivo, indignado el Rector, protestó en nombre de todos sus colegas, declarando solemnemente que ellos creían.... que Jesucristo había existido. Ya es este un esfuerzo de fe, por el cual se debe dar la enhorabuena a los señores curas protestantes de Berlín; pues ellos tienen en Alemania algunos colegas que no serían capaces de tanto, una vez que protestan, no solamente contra la Divinidad de Jesucristo, sino también contra la realidad de su persona y de su existencia. Tal es a lo menos la consecuencia lógica de los escritos insensatos del famoso Strauss, profesor de Teología protestante en Zurich, el cual ha arrastrado en pos de sí una parte de la Alemania. Todos esos señores se dicen cristianos; y a semejanza de Lutero, Calvino y compañía, sus antecesores no tan atrevidos, se venden como reformadores del cristianismo.
En Ginebra hace tiempo que la Venerable Compañía de los Pastores (nombre que ella se da a sí misma), ha prohibido formalmente a los predicadores protestantes, hablar en el púlpito de la Divinidad de Jesucristo (Reglamento de 3 de Mayo de 1817). A los pocos rezagados que insisten en esta creencia, incompatible con el libre examen, los han obligado a formar bando aparte; y todavía hoy hace burla de ellos la Iglesia nacional, dándoles el apodo de Momiers.
Si no tuviera yo necesidad de ser breve, pasaría aquí revista de los varios países protestantes, para demostrar con hechos públicos y generales, como la llamada Reforma de Lutero, abandona en todas partes y reniega el sagrado y esencial dogma de la Divinidad de Nuestro Señor Jesucristo, dogma sin el cual desaparece todo el cristianismo; pero lo que acabo de decir basta para que exclamemos con el desgraciado señor de Gasparin, tan autorizado protestante: La mayoría de los protestantes no es cristiano.
El dogma de la Divinidad de Jesucristo, como toda la doctrina cristiana, no nos viene más que por la Iglesia, depositaria viva e infalible de la autoridad de Dios; pues, aunque la Sagrada Escritura nos presenta con claridad aquel dogma, la autoridad de la Biblia no nos consta sino por la Iglesia. Así es que el que rechaza a la Iglesia, por el mismo hecho pierde la base de la fe en Jesucristo. Los protestantes rechazando esta autoridad, no tienen ya guía cierta en el camino de las creencias; y por esta razón; desde 300 años a esta parte, los dogmas se les van de entre las manos uno tras otro. Ellos, si son lógicos, acabarán por formular su símbolo en los términos que lo hizo un protestante conocido, diciendo: “No creo en nada”.
Después de negar la Iglesia, el protestantismo niega a Jesucristo; y después de negar a Jesucristo, negará al mismo Dios, con lo cual habrá consumado su obra.
Esta obra diabólica está ya muy adelantada en Alemania. Ahí existe una poderosa asociación generalizada bajo el nombre de amigos protestantes; cuyos jefes son los tres pastores: Uhlich, Wislicenius y Sachse. Se han agregado a estos tres, otros muchos curas protestantes de Alemania; y los pastores oficiales de Berlín, con quienes fraternizan los de Francia, han dado muchos testimonios de simpatía a esos amigos protestantes. Ahora bien, véase cuál es la profesión de fe del pastor Uhlich y de su catecismo público: “Nuestra creencia es no tener ninguna”. “El ser llamado Dios es un ser ficticio”. “El verdadero objeto de vuestra adoración somos nosotros mismos”.
Y este ateísmo desvergonzado, es el protestantismo que domina en el Norte de la Alemania, especialmente en Prusia. Y esta es la consecuencia lógica del protestantismo propiamente dicho. Y él no tiene razón de ser sino con la condición de dar al pensamiento humano una licencia completa. El protestantismo es esto o no es nada.
Tomado del libro “Conversaciones sobre el protestantismo actual”, impreso en 1862.
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