miércoles, 7 de agosto de 2024

¿QUIEN ASESINÓ A NUESTRO SEÑOR?

En ningún pasaje de los Santos Evangelios aparece que Cristo Nuestro Señor haya dicho que los romanos querían matarlo, sino por el contrario, acusa a los judíos de quererlo hacer.


Recordemos que la asociación “Amigos de Israel” –de la que formaban parte incluso cardenales y obispos- fue disuelta por S.S. Pío XI, por conducto de la sagrada Congregación del Santo oficio, en el año de 1928, siendo reprimidos los simpatizantes de dentro de la Iglesia por el Papa.

Entre las novedades de las barbaridades escandalosas que dicha asociación divulgó, se encuentra la afirmación de que el pueblo judío no fue deicida; contradiciendo lo sostenido por la Santa Iglesia durante casi veinte siglos. Condenada implícitamente por la Iglesia, esta asociación fue disuelta por el decreto mencionado.

Nadie imaginaba que volvieran a resurgir sus aventuradas y hasta heréticas tesis hasta que, con gran sorpresa, se comprobó que más de treinta años después, los judíos las hicieron resucitar, siendo secundados por un grupo numeroso de clérigos que, desafiando la condenación implícita del Santo Oficio, comenzaron a asegurar que es completamente falso que Nuestro Señor Jesucristo haya sido muerto por los judíos, siendo los romanos los verdaderos responsables del asesinato; debido a lo cual, es injustificado llamar deicida al pueblo judío.


TESIS PRIMERA. – Cristo acusó a los judíos y no a los romanos de quererlo matar

PRUEBAS:

En el Evangelio según San Juan (capítulo VIII, versículo 37), narra el apóstol que, discutiendo Jesús con unos judíos (nótese que en otras partes del Evangelio de San Juan se refiere a fariseos u otros grupos, pero en esa parte se señala contundentemente que se dirige a TODOS los judíos) les dijo:

“Sé que sois descendientes de Abraham; pero procuráis matarme, porque mi palabra no halla cabida en vosotros”.

Y después, según lo indica el apóstol, (capítulo VIII, versículo 40), Jesucristo Nuestro Señor vuelve a decir a los judíos:

“Pero ahora procuráis matarme a mí, hombre que os he hablado la verdad, la cual he oído de Dios; no hizo esto Abraham”.

Y en otro capítulo (VII: 19) señala el discípulo amado que cierto día habiendo subido Jesús al templo a predicar, decía a los judíos:

“¿No os dio Moisés la ley, y ninguno de vosotros cumple la ley? ¿Por qué procuráis matarme?”

En ningún pasaje de los Santos Evangelios aparece que Cristo Nuestro Señor haya dicho que los romanos querían matarlo, sino por el contrario, acusa a los judíos de quererlo hacer. ¿Creen, pues, los clérigos que sostienen la novedosa tesis, que Cristo Nuestro Señor se equivocó y que ellos acaban de descubrir en este siglo lo que Nuestro Señor Jesucristo no pudo ni sospechar o sea, que eran los romanos y no los judíos los que lo querían matar?


TESIS SEGUNDA.- Fueron los judíos y no los romanos quienes repetidamente planearon e intentaron matar a Jesús, antes de su pasión y Muerte

PRUEBAS:

El Evangelio según San Mateo (capítulo XXI: 23), nos narra sobre Cristo Nuestro Señor:

“Volvieron entonces a Jerusalén; y andando él por el templo, vinieron a él los principales sacerdotes, los escribas y los ancianos, y le dijeron: ¿Con qué autoridad haces estas cosas, y quién te dio autoridad para hacer estas cosas?

A continuación, el evangelista sigue narrando la discusión sostenida por Jesús con tan altos dirigentes del pueblo judío; para terminar el pasaje con estos dos versículos:

“Los sumos sacerdotes y los fariseos, al oír sus parábolas, comprendieron que estaba refiriéndose a ellos. Y trataban de detenerle, pero tuvieron miedo a la gente porque le tenían por profeta”.

Este pasaje muestra que los intentos de agresión no partían de gente irresponsable e ignorante, que no supiera lo que hacía, sino de los principales dirigentes del pueblo judío que eran entonces los príncipes de los sacerdotes y los ancianos del pueblo, así como los fariseos (ANTECESORES DE LOS JUDÍOS ACTUALES) eran una secta que también era de influencia decisiva en el gobierno de esa nación.

En el Evangelio de San Marcos (capítulo III), se lee lo siguiente:

“Otra vez entró Jesús en la sinagoga; y había allí un hombre que tenía seca una mano. Y le acechaban para ver si en el día de reposo le sanaría, a fin de poder acusarle. Entonces dijo al hombre que tenía la mano seca: Levántate y ponte en medio. Y les dijo: ¿Es lícito en los días de reposo hacer bien, o hacer mal; salvar la vida, o quitarla? Pero ellos callaban. Entonces, mirándolos alrededor con enojo, entristecido por la dureza de sus corazones, dijo al hombre: Extiende tu mano. Y él la extendió, y la mano le fue restaurada sana. Y salidos los fariseos, tomaron consejo con los herodianos contra él para destruirle”.

Se ve entonces, que los judíos habían tramado la muerte de Jesús mucho antes de que fuera llevado a Pilatos, sin que exista, en cambio, ningún pasaje de los Evangelios que indique alguna intención o plan de los romanos tendiente a realizarla.

San Juan consigna que habiendo sanado en sábado Jesús al paralítico, los judíos lo perseguían, diciendo (capítulo V, versículo 18):

“Por esto los judíos aún más procuraban matarle, porque no solo quebrantaba el día de reposo, sino que también decía que Dios era su propio Padre, haciéndose igual a Dios”.


En el Evangelio de San Lucas, el apóstol nos relata cómo estando Cristo en Nazaret fue el sábado a la sinagoga y empezó a predicar, causando gran disgusto en muchos de los asistentes con sus prédicas. Dice el evangelista (capítulo IV, versículos 28 y 29):

“Todos en la sinagoga se indignaron al escuchar estas palabras; se levantaron y lo empujaron fuera del pueblo, llevándolo hacia un barranco del cerro sobre el que está construido el pueblo, con intención de arrojarlo desde allí”.

Si en el propio pueblo en que se crio intentaba matarlo, quiere decir que, los deseos de asesinarlo eran generales, no sólo confinados a los dirigentes judíos de Jerusalén.

Nuevamente San Juan señala (capítulo VII, versículo 1):

“Después de estas cosas, andaba Jesús en Galilea; pues no quería andar en Judea, porque los judíos procuraban matarle”.

Más claro no puede ser este pasaje. En toda Judea los judíos buscaban a Jesús para matarlo; mas no habiendo llegado su hora, Él prefería no entrar a esa región.

Fueron varios los intentos y conjuras previas para matar a Jesús; fueron los judíos y no los romanos los que prepararon la conspiración final que dio como resultado su muerte.


TESIS TERCERA.- Fueron los judíos y no los romanos los instigadores y verdaderos responsables del crimen.

PRUEBAS:

En el Evangelio de San Lucas (capítulo XXII: 1-2), dice el apóstol:

“Se acercaba la fiesta de los Panes sin Levadura, llamada también fiesta de la Pascua. Los jefes de los sacerdotes y los maestros de la Ley no encontraban la manera de hacer desaparecer a Jesús, pues tenían miedo del pueblo”.

A su vez, en el Evangelio según San Juan (capítulo XI: 45, 49-50 y 53-54), se encuentra lo que sigue.

“Entonces los principales sacerdotes y los fariseos reunieron el concilio, y dijeron: ¿Qué haremos? Porque este hombre hace muchas señales. Entonces Caifás, uno de ellos, sumo sacerdote aquel año, les dijo: Vosotros no sabéis nada; ni pensáis que nos conviene que un hombre muera por el pueblo, y no que toda la nación perezca. Así que, desde aquel día acordaron matarle. Por tanto, Jesús ya no andaba abiertamente entre los judíos...”

San Lucas dice que fueron los judíos y no los romanos quienes sobornaron a Judas, para que entregara a Cristo (capítulo XXII: 3):

“Pero Satanás entró en Judas, por sobrenombre Iscariote, que era uno de los Doce, y fue a tratar con los jefes de los sacerdotes y con los jefes de la policía del Templo sobre el modo de entregarles a Jesús. Ellos se alegraron y acordaron darle una cantidad de dinero. Judas aceptó el trato y desde entonces buscaba una oportunidad para entregarlo cuando no estuviera el pueblo”.

Fueron, por lo tanto, los judíos y no los romanos, quienes tramaron el complot final para asesinar a Cristo Nuestro Señor y quienes además pusieron los medios para capturarlo, dando dinero a Judas Iscariote.

San Juan (capítulo XVIII: 1-2 y 12) deja constancia en su Evangelio de cómo fue aprehendido Jesús:

“Habiendo dicho Jesús estas cosas, salió con sus discípulos al otro lado del torrente de Cedrón, donde había un huerto, en el cual entró con sus discípulos. Y también Judas, el que le entregaba, conocía aquel lugar, porque muchas veces Jesús se había reunido allí con sus discípulos. Entonces la compañía de soldados, el tribuno y los alguaciles de los judíos, prendieron a Jesús y le ataron”.

Mientras la bestia permaneció encadenada –según los términos del Apocalipsis de San Juan- durante mil años, es decir, del siglo V al siglo XV, se redujo a crucificar niños indefensos, a escupir crucifijos e imágenes de María Santísima, a ultrajar objetos sagrados, a intentar enlodar la santa memoria de Jesús y de María con blasfemias y calumnias horrendas; pero cuando la bestia se desató, a principios del siglo XVI, terminó por arrollar al mundo en los siglos XIX y XX.

Ya no se redujo entonces a escupir y ensuciar sacrílegamente a los crucifijos ni a las imágenes de María Santísima, ni a calumniar horriblemente la memoria de Estos. A falta de otros objetivos, ya no fue necesario que reconcentrara todo su odio y toda su crueldad sobre niños inocentes. Libre el monstruo apocalíptico de sus cadenas, libre ya de las leyes eclesiásticas y civiles que mantenían a los judíos encerrados en los guettos, separados de los cristianos, sin la prohibición de ocupar puestos dirigentes en la sociedad una tras otra, desatando su odio diabólico sobre toda la Cristiandad, que en los países comunistas está siendo sistemáticamente destruida.

Confirma lo anterior incluso un escritor judío Salvatore Jona, al decir:

“Los hebreos, salidos del Guetto, se lanzaron a la conquista de todas aquellas posiciones, materiales y espirituales, que les habían sido negadas en los siglos pasados...”

Sólo la mano que martirizó a Jesucristo puede ser capaz de organizar checas y policías secretas para cometer crímenes espantosos y en número escalofriante, que no tienen paralelo en la historia.

San Marcos en el capítulo XIV (1 y 10 y 11) de su Evangelio, nos dice:

“Faltaban dos días para la Pascua y los Azimos. Los sumos sacerdotes y los escribas buscaban cómo prenderle con engaño y matarle. Entonces, Judas Iscariote, uno de los Doce, se fue donde los sumos sacerdotes para entregárselo. 
Al oírlo ellos, se alegraron y prometieron darle dinero. Y él andaba buscando cómo le entregaría en momento oportuno”.

Es necesario hacer notar que Judas no intentó siquiera entregarlo a los romanos, sino a los judíos, porque eran ellos y no los romanos los interesados en matar a Cristo. Por otra parte, no fueron los romanos, sino los judíos los que pagaron a Judas por su traición.

Con un pasaje que demuestra cómo fueron los dirigentes espirituales y civiles del pueblo judío y no los romanos los que mandaron aprehender a Jesús, San Marcos, continúa:

“Todavía estaba hablando, cuando de pronto se presenta Judas, uno de los Doce, acompañado de un grupo con espadas y palos, de parte de los sumos sacerdotes, de los escribas y de los ancianos. El que le iba a entregar les había dado esta contraseña: ‘Aquel a quien yo dé un beso, ése es, prendedle y llevadle con cautela’. Nada más llegar, se acerca a él y le dice: ‘Rabbí’, y le dio un beso. Ellos le echaron mano y le prendieron. Llevaron a Jesús ante el Sumo Sacerdote, y se reúnen todos los sumos sacerdotes, los ancianos y los escribas. (Es decir, los dirigentes del pueblo judío, la más amplia representación de Israel). Los sumos sacerdotes y el Sanedrín entero andaban buscando contra Jesús un testimonio para darle muerte; pero no lo encontraban. Pues muchos daban falso testimonio contra él, pero los testimonios no coincidían. Entonces, se levantó el Sumo Sacerdote y poniéndose en medio, preguntó a Jesús: ‘¿No respondes nada? ¿Qué es lo que éstos atestiguan contra ti?’. Pero él seguía callado y no respondía nada. El Sumo Sacerdote le preguntó de nuevo: ‘¿Eres tú el Cristo, el Hijo del Bendito?’. Y dijo Jesús: ‘Sí, yo soy, y veréis al Hijo del hombre sentado a la diestra del Poder y venir entre las nubes del cielo’. El Sumo Sacerdote se rasga las túnicas y dice: ‘¿Qué necesidad tenemos ya de testigos? Habéis oído la blasfemia. ¿Qué os parece?’ Todos juzgaron que era reo de muerte. Algunos se pusieron a escupirle, le cubrían la cara y le daban bofetadas, mientras le decían: ‘Adivina’, y los criados le recibieron a golpes”.

Y ni uno sólo de los judíos acudió a quejarse de injusticias en el “juicio‘, contrariamente a como muestra Mel Gibson en la película “La Pasión”.

Este pasaje, por sí solo, constituye una prueba de plena culpabilidad de los judíos en el asesinato de Cristo Nuestro Señor. Demuestra también, la responsabilidad que tuvo el pueblo judío en este crimen, pues, no obstante que sus dirigentes religiosos y civiles y sus representantes legales lo premeditaron, lo prepararon y lo consumaron, a última hora el pueblo en masa pudo haberlo salvado, pidiendo a Jesús en lugar de Barrabás, en vez de lo cual pidió que se dejara libre a este último y exigió que se crucificara a Jesús, aunque cayese sobre ellos y sus descendientes la sangre del Hijo de Dios, cosa que tampoco muestra la película La Pasión, pues esas frases aparecen sin traducir en la película.


TESIS CUARTA.- Los Apóstoles culparon a los judíos y no a los romanos de la muerte de Cristo.

PRUEBAS:

En el libro de la sagrada Biblia los Hechos de los Apóstoles (capítulo II), San Pedro, dirigiendo la palabra a los judíos de diversos países reunidos en Jerusalén, en donde cada cual (después de la venida del Espíritu Santo) entendía la palabra del apóstol en su propia lengua, les dijo:

“[....] Varones israelitas, oíd estas palabras: A Jesús de Nazaret, varón creído por Dios entre vosotros, mediante milagros, prodigios y señales que Dios hizo entre vosotros por medio de él, como vosotros mismos sabéis, matasteis a este hombre que fue entregado según los planes y la presciencia de Dios, crucificándolo por manos de impíos. [...]”

San Pedro echa, pues, claramente la responsabilidad del asesinato de Cristo sobre todo el pueblo judío y no culpa a los romanos. ¿Supondrán los clérigos herejes que sostienen en forma tan increíble lo contrario, que San Pedro mintió cuando dijo a los judíos venidos de otras tierras: “Varones de Israel, lo matasteis, crucificándolo”.

En el Capítulo III de los Hechos de los Apóstoles, encontramos el pasaje relativo a la curación del cojo de nacimiento:

“Mientras se aferraba a Pedro y a Juan, todo el pueblo atónito corrió hacia ellos al pórtico, llamado de Salomón. Al ver esto Pedro, habló al pueblo: Varones israelitas, ¿por qué os maravilláis de esto, por qué ponéis vuestros ojos en nosotros, como si por nuestro poder o por nuestra piedad hubiéramos hecho caminar a este hombre? El Dios de Abraham, de Isaac y de Jacob, el Dios de nuestros padres, glorificó a su Hijo Jesús, a quien vosotros entregasteis y negasteis delante de Pilato, aunque pensabais que debía ser liberado. Negasteis al Santo y al Justo, y pedisteis perdón por un asesino, y matasteis al autor de la vida, a quien Dios resucitó de entre los muertos, de lo cual somos testigos”.

En este pasaje del Nuevo Testamento, estando reunido todo el pueblo, San Pedro echó en cara a los judíos el haber matado a Cristo.

Aún encontramos en los hechos de los Apóstoles (capítulo V), un pasaje en que no sólo San Pedro sino también los demás apóstoles acusan categóricamente de la muerte de Cristo al Concilio de Ancianos de Israel, convocado por los sacerdotes:

Pedro y los Apóstoles respondieron: ‘Debemos obedecer a Dios antes que a los hombres. El Dios de nuestros padres resucitó a Jesús, a quien vosotros matasteis colgándolo en un madero’.

Tenemos aquí, un testimonio colectivo de los Apóstoles acusando a los judíos y no a los romanos de haber dado muerte a Cristo.

Por si todo esto no fuera suficiente, citaremos los testimonios de San Pablo y de San Esteban, primer mártir del cristianismo.

San Pablo, en su Epístola Primera a los Tesalonicenses (capítulo II), refiriéndose a los judíos, dice:

“Porque vosotros, hermanos, os habéis hecho imitadores de las iglesias de Dios que están en Judea, de las iglesias de Jesucristo, porque también habéis padecido por parte de vuestro pueblo lo mismo que ellos también padecieron por parte de los judíos que mataron al Señor Jesús y a los profetas que nos han perseguido, no agradan a Dios y son enemigos de todos los hombres

San Pablo, en este versículo, calificó contundentemente a los judíos como “enemigos de todos los hombres”, realidad que no puede ser puesta en duda por quien haya estudiado a fondo la ideología y las actividades clandestinas del pueblo judío.

Pero es muy probable que si San Pablo hubiera vivido en nuestros días, habría sido condenado por antisemita al declarar públicamente una verdad que, según los judíos y sus cómplices dentro del clero, no debe jamás mencionarse.

Por su parte, el protomártir San Esteban, dirigiéndose a los judíos de la sinagoga de los libertinos, de los cireneos, de los alejandrinos y de aquellos que eran de Cilicia y del Asia, es decir, a judíos de distintas partes del mundo, les dijo en presencia del sumo sacerdote, jefe espiritual de Israel:

“Vosotros resistís siempre al Espíritu Santo; como fueron vuestros padres, así también vosotros. ¿A cuál de los profetas no persiguieron vuestros padres? Mataron incluso a los que predijeron la venida del Justo, del cual vosotros ahora habéis sido traidores y asesinos

El testimonio de San Esteban coincide, pues, con el de los Apóstoles y el de San Pablo, al considerar a los judíos globalmente como pueblo, es decir, tanto a los de Jerusalén y demás lugares de Judea, como a los que vivían en otras partes del mundo, responsables del deicidio. Todo esto consta en los libros sagrados; donde no se encuentra un solo versículo que culpe a los romanos del asesinato.

En resumen, tanto las denuncias previas de Cristo Nuestro Señor, como los testimonios de los Apóstoles, de los Santos Evangelios, de san Pablo y de San Esteban, constituyen una prueba irrefutable de que la Santa Iglesia, lejos de haber estado equivocada durante diecinueve siglos al considerar deicida al pueblo judío, ha estado en lo justo; y que el achacar a los romanos la responsabilidad del crimen, carece de todo fundamento.

En consecuencia, sorprendente la postura de ciertos clérigos al pretender adulterar la verdad histórica en forma tan increíble, en un intento verdaderamente audaz y demente, consistente en tratar de realizar casi una nueva reforma en la Santa Iglesia, al pretender hacerla renegar de su pasado y contradecirse consigo misma.

Si Cristo Nuestro Señor condenó a los judíos que lo desconocieron, si los Apóstoles tuvieron que combatir sus maldades, si San Pablo y San Esteban lucharon constantemente en contra de ellos, si los Papas y los concilios ecuménicos y provinciales durante varios siglos les lanzaron las más tremendas condenaciones y lucharon en contra de la Sinagoga de Satanás, los modernistas pretenden, no obstante, contradiciendo la Doctrina Tradicional de la Santa Iglesia, que ésta se alíe con la Sinagoga de Satanás y entre en arreglos con ella.

En estas circunstancias, no puede lograrse que un simple concilio pastoral anule lo establecido por 250 papas y absolutamente TODOS los concilios dogmáticos al respecto, sin antes establecer la creencia de que fueron los romanos y no los judíos los responsables del crimen deicida. Por ello, lo resuelto en el concilio Vaticano II a este respecto, donde los judíos metieron su zarpa, comoquiera que choca con la infalibilidad de 20 siglos e incluso de la propia Escritura, es totalmente erróneo e insostenible.

Con el fin de anular las acusaciones de deicidio y destruir la Iglesia, realizaron durante mucho tiempo una activa propaganda tendiente a lograr sus objetivos. También proyectaron –de no haberles dado resultado culpar a los romanos de la muerte de Cristo- hacer recaer esa culpa en toda la humanidad, empleando el sofisma de confundir la causa eficiente con la causa final y afirmando que, puesto que Cristo murió con el fin de redimirnos, nosotros fuimos los asesinos y no los israelitas.

Este burdo sofisma equivaldría al que se utilizara diciendo que, puesto que muchos judíos han sido muertos por los árabes por defender a su criminal Estado de Israel, fue este último el que los mató y no los héroes árabes que en esas luchas les dieron muerte. Esto es el colmo. No sólo tratan de obligar a la Iglesia que les retire a los judíos su responsabilidad en la muerte del Señor, sino que pretenden hacernos creer a los fieles cristianos, que nosotros fuimos los asesinos. Los planes judíos para convertir a la Iglesia en un dócil instrumento a su servicio, llegan a los límites de la locura. Y, por lo que hemos visto después del concilio, así ha sido: Han hecho recaer la culpa sobre los romanos, pero, en un sentido pseudoespiritual, ¡también sobre toda la humanidad y en especial incluso sobre los propios cristianos!

Y esto al mismo tiempo que hacen a la Iglesia pedir perdón por cosas por las que no hay que pedir perdón a nadie: es decir, quieren ponernos de rodillas ante la Bestia judía.

Se sabe, además, que los judíos ya cantaban victoria antes del concilio, asegurando que han logrado mover con todo éxito sus influencias para conseguir que en el concilio se hiciera también una verdadera reforma en la liturgia católica, entre otras cosas de todos los ritos alusivos a las “supuestas” perfidias y maldades del pueblo judío. Y lo consiguieron.

Así pues, los pérfidos, los hijos del Demonio, el Cuerpo Místico del Anticristo, el pueblo judío, fue quien mató a Jesucristo.

“Por esto los judíos aún más procuraban matarle, porque no solo quebrantaba el día de reposo, sino que también decía que Dios era su propio Padre, haciéndose igual a Dios” (Jn. 5, 18)

“Después de estas cosas, andaba Jesús en Galilea; pues no quería andar en Judea, porque los judíos procuraban matarle (Jn. 7, 1)

‘Debemos obedecer a Dios antes que a los hombres. El Dios de nuestros padres resucitó a Jesús, a quien vosotros matasteis colgándolo en un madero (Hechos 5, 29-30)

“Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen...”

Según San Agustín, esta afirmación se refiere a los romanos, porque los judíos SÍ sabían lo que estaban haciendo. Santo Tomás es de la misma opinión.

De lo contrario, Cristo no le habría dicho a Pilato:

“el que a ti me ha entregado, mayor pecado tiene” (Jn. 19, 11)

¿Y quién entregó a Jesús a Pilato?

“Le dijo Pilato: ¿Qué es la verdad? Y cuando hubo dicho esto, salió otra vez a los judíos, y les dijo: Yo no hallo en él ningún delito” (Jn. 18, 38)

“Vosotros sois de vuestro padre el diablo, y los deseos de vuestro padre queréis hacer. Él ha sido homicida desde el principio, y no ha permanecido en la verdad, porque no hay verdad en él. Cuando habla mentira, de suyo habla; porque es mentiroso, y padre de mentira” (Jn. 8. 44)

“Es una realidad certísima que en el juicio final seremos juzgados SIN misericordia, sino con JUSTICIA” (San Juan María Vianney, Santo Cura de Ars, “Sermón sobre el Juicio Final”)

“Los judíos son enemigos de Dios y los adversarios de Nuestra Santa Religión” (San Pío de Pietrelcina)

“Y por esto los judíos tanto más procuraban matarlo: porque no solamente quebrantaba el sábado, sino porque también decía que era Dios su Padre, haciéndole igual a Dios...” (Jn. 5, 18)

“Y después de esto andaba Jesús por la Galilea, porque no quería pasar a la Judea, por cuanto los judíos lo buscaban para matarlo” (Jn. 7, 1)

“Comenzó luego a decir al pueblo esta parábola: Un hombre plantó una viña, la arrendó a labradores, y se ausentó por mucho tiempo. Y a su tiempo envió un siervo a los labradores, para que le diesen del fruto de la viña; pero los labradores le golpearon, y le enviaron con las manos vacías. Volvió a enviar otro siervo; mas ellos a este también, golpeado y afrentado, le enviaron con las manos vacías. Volvió a enviar un tercer siervo; mas ellos también a este echaron fuera, herido. Entonces el señor de la viña dijo: ¿Qué haré? Enviaré a mi hijo amado; quizá cuando le vean a él, le tendrán respeto. Mas los labradores, al verle, discutían entre sí, diciendo: Este es el heredero; venid, matémosle, para que la heredad sea nuestra. Y le echaron fuera de la viña, y le mataron. ¿Qué, pues, les hará el señor de la viña? Vendrá y destruirá a estos labradores, y dará su viña a otros (Lc. 20, 9-16)

‘Debemos obedecer a Dios antes que a los hombresEl Dios de nuestros padres resucitó a Jesúsa quien vosotros matasteis colgándolo en un madero’ (Hechos 5, 29-30)

Varones de Judea, y todos los que habitáis en Jerusalén, esto os sea notorio, y oíd con atención mis palabras. Varones de Israel, escuchad estas palabras: A Jesús Nazareno, Varón aprobado por Dios entre vosotros, como también vosotros sabéis. A Este que por determinado consejo y presciencia de Dios fue entregado, LO MATASTEIS (Hch. 2, 14;22-23)

los judíos también mataron a Nuestro Señor Jesús y a los profetas, […] no agradan a Dios y son enemigos de todos los hombres”(1 Tes. 2, 15-16).

“Fue para disfrutar de esta libertad que Cristo nos liberó. Manteneos firmes y no os dejéis atar nuevamente por el yugo de la esclavitud (de la ley antigua). He aquí, yo, Pablo, os digo que si os circuncidáis, de nada os aprovechará Cristo (Gal.5, 1-3)

“Entonces algunos de los escribas y fariseos le respondieron, diciendo: Maestro, quisiéramos ver alguna maravilla tuya. Él les respondió: Esta generación mala y adúltera pide un prodigio, pero ningún prodigio le será concedido, excepto el prodigio del profeta Jonás” (Mt. 12, 38-39)

“Raza de víboras, ¿cómo podéis decir cosas buenas, vosotros que sois malos? Porque de la abundancia del corazón habla la boca” (Mt. 12, 34)

“Así que terminad de llenar la medida de vuestros padres. ¡Serpientes, raza de víboras! ¿Cómo escaparéis de la condenación al infierno?” (Mt. 23, 32-33)

“Por tanto, he aquí os envío profetas, sabios y escribas; a unos mataréis y crucificaréis, a otros azotaréis en vuestras sinagogas y los perseguiréis de ciudad en ciudad, para que caiga SOBRE VOSOTROS toda la sangre justa que ha sido derramada sobre la tierra, desde la sangre de Abel el justo hasta la sangre de Zacarías hijo de Baraquías, a quien matasteis entre el templo y el altar. En verdad os digo que todo esto sucederá a esta generación” (Mt. 23, 34-36)

“Habiendo estado en Jerusalén por Pascua, muchos creyeron en su nombre, contemplando los milagros que hacía; mas Jesús no se fiaba de ellos porque los conocía a todos” (Jn. 2, 23-24)

“sé que no tenéis el amor de Dios dentro de vosotros (Jn. 5, 42)

“Todo el pueblo respondió: 'Su sangre sea sobre nosotros y sobre nuestros hijos'” (Mt. 27, 25)


Artículo de Pinay corregido, aumentado y adaptado por G. Pérez


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