jueves, 1 de agosto de 2024

JUDAÍSMO Y FRANCMASONERÍA (II)

¿Dónde encuentran sus aliados? En el seno de la misma sociedad cristiana. Todos saben muy bien y lo atestigua la historia, que siempre ha habido descontentos y malvados.


JUDAÍSMO Y FRANCMASONERÍA

LA FRANCMASONERÍA ¿ES DE ORIGEN JUDAICO?

Por el padre Heurckmans S.J.

Barcelona, Librería y Tipografía Católica, Año 1887

Nota del Editor: Algunas partes del texto contienen observaciones nuestras destacadas en color.

IV.

A pesar de todo, el judío rehúsa reconocer en su destierro la mano de Dios que le castiga. La ceguera que le movió a rechazar al Mesías se ha perpetuado a través de los siglos y continúa aún al presente. Había venido Jesucristo para ennoblecer y santificar el reino de Israel por la redención del hombre: los judíos carnales temieron que esto tuviese por objeto destruir dicho reino, y a causa de esto entregaron al Salvador a los gentiles y exigieron su muerte: Tolle! Crucifige! “¡Quítale, crucifícale!”.

Y ¿qué ha sucedido? El Galileo odiado ha vencido, llegó su hora a la Ley de Moisés; y la Iglesia sucediendo a la Sinagoga, cumpliéndose las profecías (* No obstante, aún se espera el cumplimiento de las promesas de Yahvé al pueblo de Israel incorporándolo a la Santa Iglesia Católica por la conversión, cosa que acontecerá al final de los tiempos) ha recibido en su seno a todos los pueblos. El judío, por consiguiente, permanece en el destierro, Jerusalén yace en el abandono como viuda desolada, y del templo no ha quedado piedra sobre piedra.

¿No sé deduce de todo esto que el judío ha de alimentar un odio implacable contra el Cristo, contra la Iglesia y contra sus instituciones (1)?

Sin embargo, no es éste el único objeto del odio de los judíos. Ellos, los hijos de la mujer libre y de Abrahám; ellos, el pueblo elegido de Dios, se ven obligados a vivir bajo la dominación de los gentiles a quienes maldicen, y tienen que someterse a sus leyes.

Esta dominación odiosa constituye el gran obstáculo para que puedan reunirse en nación, regresar a Palestina, y reconstruir Sión y el Templo en todo el esplendor de su gloria.

De ahí el odio del judío: odio que le es natural, y que debe roer su corazón todo el tiempo que vive separado de Dios: aborrece la Iglesia y el Estado, el orden religioso y social, y quiere derrumbarlos.

Por todos estos títulos el judío, y sólo el judío, nos da razón de todo el objeto de la Francmasonería; creada y organizada por él, le inspira su odio; puesta bajo su dominación y dirección oculta, será en sus manos instrumento poderosísimo para realizar sus esperanzas, abatir a sus enemigos convertidos en sus despojos , y reconquistar de este modo su libertad.

V.

Este juicio no es fruto solamente de un raciocinio a priori; lo confirma toda la historia del pueblo judaico desde el principio del Cristianismo.

No podemos enumerar aquí todos los hechos que lo apoyan, y menos aún entrar en pormenores: bástenos recordar algunos.

Los Apóstoles y los primeros cristianos fueron perseguidos por los judíos. Para complacer a éstos mandó Herodes quitar la vida a Santiago y fue encarcelado San Pedro. De la Sinagoga recibió Saulo cartas de recomendación para perseguir a los cristianos; y así, una vez convertido y apóstol, fue blanco de toda la rabia de los judíos.

Estos fueron quienes excitaron a los emperadores romanos a la persecución, y de las plumas de sus escribas salieron las más odiosas calumnias contra los cristianos.

Bajo el Imperio, guiados por algún falso mesías, los judíos intentaron repetidas veces un levantamiento a mano armada para restablecer el reino de Israel y la ciudad santa. Ante todo, sin embargo, ejercitaba su crueldad con los cristianos que no querían renegar de su fe.

Juliano el Apóstata se hizo protector de los judíos, y bajo su gobierno, éstos incendiaron gran número de iglesias e intentaron, aunque en vano, reconstruir el templo de Jerusalén. Se les reconoce asimismo como los grandes fautores de la persecución religiosa en Persia bajo Sapor II.

Los judíos no fueron extraños a las doctrinas de Mahoma, y esperaban, apoyados en los turcos, poder más fácilmente extirpar el Cristianismo y restablecer el reino de Israel.

A los lectores que deseen noticias más completas de estos hechos los remitimos al opúsculo “La Question juive” (Lila y Brujas, Descleé y C.), donde la historia de los judíos desde la Venida de Jesucristo se presenta de una manera sucinta, pero completa (2).

A lo antedicho sólo añadiremos la observación de que todas las revoluciones contemporáneas han contado con judíos entre sus agentes y sus jefes (* Algunos ejemplos: Revolución Francesa, procesos emancipatorios de la América Española, Revolución Bolchevique, etc.).

VI.

No ha de asombrarnos el ver que los judíos, con el objeto de restablecer el reino de Israel, buscan el apoyo de los poderosos del día. (* Pasó exactamente 30 años después de haber sido escrito este libro (1917) que la Palestina comenzó a ser puesta en manos judías, que entonces estaba en manos británicas, con el Tratado de Balfour).

Reducidos a algunos centenares de miles de hombres esparramados por do quiera, ¿qué podían contra sus dominadores?. Intentaron en otro tiempo la rebelión armada, pero fue en el acto reprimida, y el mal éxito de estas tentativas les movieron a desistir para siempre de repetirlas.

La Iglesia de Cristo, edificada sobre inquebrantable roca, desafiaba sus débiles fuerzas, y buscaron contra ella aliados en los emperadores romanos. Más tarde, cuando el Imperio se convirtió al Cristianismo, sirviéronse de los mahometanos para trabajar en el aniquilamiento de la Europa Católica, y para desembarazarse a la vez de la Iglesia y del Estado.

Pero los turcos también fueron vencidos. Rechazados a un extremo de Europa, veían para siempre hundido su poder. Desvanecióse, pues, la esperanza que en ellos cifraron los judíos, sin que el odio de éstos hubiese podido ensañarse, ni que lograsen restablecer a Israel.

Por otra parte, los soberanos de Europa habían con harto motivo promulgado severas leyes contra los judíos, y más de una vez el pueblo, exasperado con sus usuras, había ejercido su venganza con sangrientas represalias.

¿Qué otro recurso, después de esto, podía quedarles a los judíos para lograr sus secretos fines, sino trabajar en la sombra y el misterio, procurar dividir al enemigo, y explotar hábilmente sus fuerzas contra la Iglesia y el Estado, con objeto de restablecer el Reino de Israel?

VII.

Más ¿dónde encontrar estos aliados? En el seno de la misma sociedad cristiana. Todos saben muy bien y lo atestigua la historia, que siempre ha habido descontentos y malvados. Reunirlos a todos, y formar con ellos un ejército compacto, tal fue el medio que debieron escoger los judíos (3).

Recordemos además aquí que los primeros vestigios de la Francmasonería se encuentran en la época en que empezó a declinar el poder de los turcos. Por lo menos, la mayor parte de los escritores que han intentado determinar el origen de la Logia, la buscan en la Edad Media, y un gran número sospecha que la supresión de la Orden de los Templarios hizo surgir la Francmasonería.

Mas ninguna de las hipótesis presentadas hasta ahora da suficiente razón del carácter especial de esta asociación perversa. Admitida la nuestra, por el contrario, ¿no parece natural que los judíos atrajesen a sí a todos los descontentos, lo mismo a los herejes que a los incautos templarios que se creyeron injustamente perseguidos, para transtornar por su medio la sociedad cristiana?

Tampoco es imposible que a dichos templarios antes de su supresión les hubiesen erigido los judíos en sociedad secreta. La manera como aún procede la Logia para reclutar adeptos, dista mucho por cierto de contradecir esta opinión.

VIII.

Poderoso argumento en favor de nuestra tesis es que por ella se hace manifiesto el motivo del secreto de la Logia.

Es cierto que todos los conspiradores traman sus maquinaciones a favor de las tinieblas; pero mientras que entre éstos el secreto no existe sino para los profanos, en la Logia se extiende aún a los propios miembros. Explícase esto muy bien si se admite que los judíos son la clavija maestra de las obras masónicas, y que su propósito, el restablecimiento de Israel, es el objeto final de la Francmasonería.

En efecto, si este objeto final fuese la guerra contra la Iglesia y el Estado, no habría motivo para ocultarlo con tantas precauciones a los hermanos admitidos, que todos, o poco menos, son impíos y revolucionarios.

Ahora bien, ¿qué acontece? Se les conduce de grado en grado; de continuo se hace brillar a sus ojos la esperanza de la revelación de un secreto aún desconocido; a cada grado se obligan los masones con juramentos cada vez más espantosos e impíos. Vense obligados además a prometer obediencia ciega a jefes desconocidos, y toda violación está amenazada con un castigo que es nada menos que la muerte.

No cabe duda que este procedimiento es oportunismo para retener más y más a los estúpidos ciegos sectarios de la Logia, pues lo desconocido tiene siempre atractivo para la curiosidad del hombre; pero se convierte en rigurosamente indispensable en la hipótesis de que la Francmasonería está destinada a llevar a cabo el plan de los judíos.

¿Cómo encontrar, en efecto, millones de cristianos que quieran ligarse con juramentos para mover la guerra en favor de algunos miles de judíos menospreciados, para transtornar todo el orden establecido, y eso a fin de permitir a estos mismos judíos volver a Palestina y reedificar Jerusalén y el Templo? ¿No es esto manifiestamente imposible?

Si semejante proposición se hiciera a nuestros modernos por parte de la Francmasonería y a sus aliados los liberales, no sería dudosa la respuesta. Mas si consideramos a la Francmasonería como obra de los judíos, comprendemos desde luego por qué su objeto final y sus verdaderos jefes supremos deben ser un secreto aún para sus adeptos.

Notas:

(1) Este odio es tan profundo y visible, que ha hecho decir a un autor italiano citado por la “Civiltá Cattolica” del 20 de Noviembre de 1886: “Siempre he sospechado que todos los hilos y resortes ocultos de las sociedades secretas están en manos de los judíos. Nunca, en efecto, podré persuadirme que una nación que haya recibido el bautismo pueda nutrir tan implacable odio contra Nuestro Divino Salvador y contra su Iglesia, y encarnizarse en destruir la religión de sus padres y de la patria. Por mi parte, cuando más sondeo la profundidad de la perversidad masónica, más distingo en el fondo de este abismo la perfidia y la astucia de los judíos: los sectarios cristianos les sirven de juguete”.

El Sr. E. Drumont, en su “France Juive”, hace la misma observación.

El Rdo. Oaclair escribía en 1885: “Difícil sería decir que los judíos son más bien instrumentos que motores en toda esta agitación masónica o anticristiana. La causa de este hecho histórico es el odio al nombre cristiano” (La Franc- maçonnerie contemporaine. Lieja, Dessain, página 68).

(2) Puede consultarse también a Goschler, Diction. encycl. de la Théologie; artículo: Juifs.

(3) El Rdo. Lémann ha mostrado admirablemente de qué manera el volterianismo, el dogmatismo de Rosseau, el escepticismo y la licencia de los salones franceses, el filosofismo gubernamental del emperador austríaco José II y el egoísmo inglés pusieron en peligro e hicieron traición a los intereses de la sociedad cristiana; y como las sociedades secretas fueron en el siglo XVIII la confluencia de todas esas traiciones.

Consúltese: Entrée des Israélites dans la sociéte française. lib. III, cap. 5 y 6.

Continúa...

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