jueves, 29 de agosto de 2024

CATECISMO DE TRENTO (1566) - EL TERCER MANDAMIENTO

Con orden y conexión maravillosa se prescribe por este mandamiento de la ley, el culto externo que debemos a Dios.


DEL TERCER MANDAMIENTO DEL DECÁLOGO

Honrar el sábado

Acuérdate de santificar el día del Sábado. Seis días trabajarás y harás todas tus obras. Más el séptimo día es el Sábado de tu Dios y Señor. No harás en él obra alguna, tú, ni tu hijo, ni tu hija, ni tu siervo, ni tu sierva, ni tu bestia, ni el forastero que está de tus puertas adentro. Porque en seis días hizo el Señor el Cielo, la Tierra, el Mar, y todas las cosas que en ellos hay: y en el séptimo día reposó. Por lo tanto bendijo el Señor al día Sábado, y le santificó.

Con orden y conexión maravillosa se prescribe por este mandamiento de la ley, el culto externo que debemos a Dios. Este es como cierto fruto del primer mandamiento. Porque no podemos dejar de venerar con culto exterior, y de dar gracias a quien piadosamente adoramos con interiores afectos, movidos por la fe y la esperanza que tenemos depositada en Él. Y como estas cosas no se pueden cumplir fácilmente por los que están metidos en las ocupaciones de negocios humanos; por esto se determinó cierto tiempo, en que cómodamente puedan excusarse.

Siendo pues este precepto de tal calidad, que produce frutos y utilidades maravillosas, importa muchísimo que ponga el Párroco suma diligencia sobre su explicación. Y para inflamar su cuidado, tiene gran fuerza aquella primer palabra del mandamiento: Acuérdate. Porque así como los fieles deben acordarse de tal mandamiento, así es cargo del Párroco recordársele con frecuencia, ya amonestando, y ya enseñando. Pero lo mucho que importa a los fieles guardar este precepto, se deja conocer de que la observancia cuidadosa de éste les facilita la de los demás mandamientos de la ley. Porque como entre las cosas que deben hacer los fieles en los días festivos, tienen necesidad de acudir a la iglesia para oír la palabra de Dios; siendo bien instruidos en las leyes divinas, conseguirán también guardarlas de todo corazón. Por esto se manda muchísimas veces la celebración y culto del Sábado en las Escrituras Sagradas como se deja ver en el Éxodo, Levítico y Deuteronomio, y en las profecías de Isaías, Jeremías y Ezequiel, pues en todos estos lugares se impone el precepto del culto del Sábado.

Pero a los Príncipes y Magistrados se ha de amonestar y exhortar, que señaladamente en estas cosas que pertenecen a retener y acrecentar el culto de Dios, ayuden con su autoridad a los prelados de la Iglesia, y que manden al pueblo, que obedezca a los preceptos de los sacerdotes. Y por lo concerniente a la declaración de este mandamiento, se ha de procurar enseñar a los fieles en qué cosas conviene este mandamiento con los demás, y en qué se diferencia de ellos. Porque de esta manera entenderán la causa y la razón porque no celebramos, ni santificamos el Sábado, sino el día Domingo.

Pues la diferencia cierta es, que los demás preceptos del Decálogo son naturales, perpetuos, y que en modo ninguno se pueden variar. De aquí proviene, que aunque fue abrogada la ley de Moisés, todavía guarda el pueblo cristiano todos los mandamientos que están en las dos tablas. Y esto se hace no porque Moisés lo mandó así, sino porque conviene a la naturaleza, cuya fuerza impele a los hombres a guardarlos. Pero este mandamiento del culto del Sábado, si miramos al tiempo señalado, no es fijo y constante, sino que se puede mudar: porque no pertenece a las costumbres, sino a las ceremonias: ni tampoco es natural, porque no nos enseña, ni nos dicta la naturaleza que tributemos culto externo a Dios, más bien ese día que en otro cualquiera; sino que el pueblo de Israel empezó a guardar ese día del Sábado desde aquel tiempo en que fue liberado de la servidumbre de Faraon. 

El tiempo pues en que se había de quitar el culto del Sábado, era aquel mismo en que debían abrogarse los demás cultos y ceremonias hebraicas, es decir, en la muerte de Cristo. Porque siendo aquellas ceremonias unas con imágenes sombreadas de la luz y la verdad, era necesario que se ahuyentasen con la venida de la luz y la verdad, que es Jesucristo. Acerca de lo cual escribe así el Apóstol a los Gálatas, reprendiendo a los que observaban los ritos mosaicos: Observáis los días y los meses, los tiempos y los años. Temo por vosotros, no sea que haya trabajado en vano entre vosotros. Lo mismo escribe a los Colosenses. Y esto baste sobre la diferencia. 

Pero conviene este mandamiento con los demás, no en el rito y ceremonias, sino en que tiene alguna cosa perteneciente a las costumbres y derecho natural. Porque de este derecho nace el culto de Dios y la Religión que se expresa por este mandamiento: pues nos dicta la naturaleza, que empleemos algunas horas en las cosas que pertenecen al culto de Dios. Y de esto es prueba clara que en todas las naciones vemos señalados algunos días festivos y solemnes consagrados para las funciones sagradas y divinas. Porque es natural en el hombre dedicar algún tiempo fijo para las cosas precisas, cuáles son el descanso, el sueño, y otras tales. Pues de esta misma razón natural dimana, que de la suerte que al cuerpo se conceda también al alma, algún tiempo en el cual se refuerce por la contemplación de Dios. Y así, debiendo haber alguna parte de tiempo, en el cual sean celebradas las cosas divinas, y tributado a Dios el debido culto: esto sin duda pertenece a los preceptos morales. 

Por esta razón determinaron los Apóstoles consagrar al culto divino el primero de aquellos siete días, y le llamaron Domingo. Del día de Domingo hace mención San Juan en su Apocalipsis. Y el Apóstol manda, que se hagan las colectas el primer día de la semana, que es el Domingo, según lo explica San Juan Crisóstomo. Para que entendamos que ya entonces era tenido en la Iglesia el día Domingo por santo. Pues para que sepan los fieles qué es lo que deben hacer en este día, y de qué obras se deben abstener, será muy del caso que les explique el Párroco diligentemente palabra por palabra todo el mandamiento, que puede muy bien dividirse en cuatro partes. 

Primeramente pues se propondrá en común, qué es lo que se manda por las palabras: Acuérdate de santificar el día del Sábado: pues muy al caso se puso al principio del mandamiento aquella palabra Acuérdate: por cuanto el culto de este día pertenece a las ceremonias. Y de esto debía ser amonestado el pueblo: porque aunque dicte la ley natural, que debe ser Dios adorado en algún tiempo con culto de Religión, con todo eso no determina en qué día señaladamente se deba esto hacer. 

También se ha de enseñar a los fieles, que por estas palabras se puede entender el modo y la reserva con que han de trabajar en toda la semana: es a saber, de manera que siempre estemos atendiendo al día de fiesta. Porque como en él hemos de venir a dar alguna cuenta y razón a Dios de nuestras acciones y obras, es necesario que las hagamos tales, que ni sean desechadas por su divino juicio, ni sean para nosotros (según está escrito) materia de llanto y de remordimiento de conciencia. 

Últimamente se nos recuerda lo que ciertamente debemos advertir, y es, que no faltarán ocasiones para olvidarnos de este mandamiento, o sea, movidos del ejemplo de otros, que no hacen caso de él: o por la afición a espectáculos y juegos, que muchas veces nos retraen del santo y religioso culto de este día. Pero pasemos ya a lo que se demuestra por la significación del Sábado. 

Esta voz Sábado es nombre hebreo, que en nuestra lengua quiere decir Cesación: y así Sabatizar es lo mismo que cesar y descansar. Porque esta significación vino el día séptimo a llamarse Sábado: porque acabada y cumplida toda la obra del universo, descansó el Señor de todas las que había hecho y con ese nombre le llama el mismo Señor en el Éxodo. Pero después no solo se llamó con este nombre el día séptimo, sino aún toda la semana, por la dignidad de ese día. Y en ese sentido dijo aquel Fariseo que menciona San Lucas: Ayuno dos veces en el Sábado, esto es, cada semana. Y esto baste en cuanto a la significación del Sábado.

Por la santificación del Sábado se entiende en las Sagradas Letras levantar la mano de trabajos corporales y de negocios: como lo muestran con claridad las palabras siguientes del mandamiento: No trabajarásPero no solo significan esto (pues en tal caso habría bastado decir en el Deuteronomio: Guarda el día del Sábado), sino que añadiéndose en el mismo lugar: Para que le santifiques, por estas palabras se manifiesta que el día Sábado es religioso, y que está consagrado a acciones divinas y santos ejercicios. Y por lo tanto, entonces, celebramos cumplida y perfectamente el día del Sábado, cuando pagamos a Dios los tributos de nuestra piedad y Religión.  Y este puntualmente viene a ser el Sábado, que Isaías llama delicioso, porque los días festivos son como las delicias del Señor y de los hombres virtuosos. Y así, si añadimos a este santo y religioso culto del Sábado otras obras de misericordia,  son ciertamente muchos y muy grandes los premios que se nos prometen en el mismo capítulo. 

Mira pues el verdadero y propio sentido de este mandamiento, a que desembarazado el hombre de negocios y trabajos corporales por algún tiempo determinado y fijo, se emplee únicamente con cuerpo y alma en el cuidado de adorar y venerar piadosamente a Dios. 

En la segunda parte del mandamiento se muestra que el día séptimo está dedicado por mandato de Dios a su divino culto; pues dice así: Seis días trabajarás, y harás todas tus obras; más el séptimo día es el Sábado de tu Dios y Señor.  En las cuales palabras se nos dice, que tengamos el día Sábado por consagrado al Señor, que le tributemos en él los oficios de la Religión, y que entendamos que ese día es señal del descanso de su Majestad. 

Señaló pues su Majestad este día a los judíos para su divino culto: porque no convenía dejar al arbitrio de un pueblo rudo la elección del tiempo, para que no imitasen acaso las fiestas de los Egipcios. Y así de los siete días escogió Dios el último, para que le diesen culto: lo cual está tan lleno de misterios, que el mismo Señor en el Éxodo y en Ezequiel lo llama señal, diciendo: Mirad que guardéis mi Sábado; porque es señal entre mí y entre vosotros en vuestras generaciones; para que sepáis que yo soy el Señor que os santifico.

Y así ese día fue señal que indicaba, que deben los hombres dedicarse a Dios, y mostrarse santos en su presencia, viendo que el mismo día está también dedicado a su Majestad: pues el día es santo, por deber los hombres ejercitar en él señaladamente obras de santidad y Religión. Fue señal también, y como memoria de la creación de esta maravillosa obra del universo. Además de esto fue señal encomendada a los israelitas, para recuerdo de que por auxilio de Dios habían sido redimidos y rescatados del durísimo yugo de la esclavitud de Egipto: como lo muestra el Señor por aquellas palabras: Acuérdate de que tú también fuiste siervo de Egipto, y que te sacó de allí tu Dios y Señor con mano fuerte, y con brazo extendido. Por eso te mandó que observaras el día del Sábado. Y sobre todo, esto es señal del Sábado, así espiritual, como celestial. 

El Sábado espiritual consiste en cierto santo y místico reposo: esto es, cuando sepultado el hombre viejo juntamente con Cristo, se renueva para la vida, y se ejercita cuidadosamente en aquellas acciones que convienen a la piedad cristiana. Porque los que en otro tiempo eran tinieblas, pero ya son luz en el Señor, deben andar como hijos de la luz en toda bondad, justicia y verdad, y no tener ninguna comunicación con las obras infructuosas de las tinieblas. 

Pero el Sábado celestial, según dice San Cirilo, exponiendo este lugar del Apóstol: Quédase el sabatismo para el pueblo de Dios, es aquella vida en la cual viviendo con Cristo, gozaremos de todos los bienes, arrancado el pecado de raíz, según aquello: No habrá allí león, ni subirá por allí bestia fiera, sino que estará allí la senda y el camino, y se llamará camino santo. Porque el alma de los Santos logra todos los bienes en la vista de Dios. Y así exhortará el Pastor y aguijará a los fieles con aquellas palabras: Apresuremos pues a entrar en aquel reposo.

Además del día séptimo tenía el pueblo judaico otros días festivos y sagrados establecidos por ley divina, en los cuales se renovaba la memoria de los más señalados beneficios. 

Pero la Iglesia de Dios tuvo por acertado trasladar el culto y la celebridad del Sábado al Domingo. Porque así como ese día fue el primero en que alumbró la luz al mundo, así fue sacada nuestra vida de las tinieblas a la luz resucitando en ese día nuestro Redentor, quien nos abrió la puerta para la vida eterna. Por esto los Apóstoles quisieron que se llamase Día del Señor. Y además de eso, podemos ver en las Sagradas Letras el ser solemne de este día, por haber empezado en él la obra de la creación del mundo, y haber sido enviado sobre los Apóstoles el Espíritu Santo. 

Otros días festivos establecieron los Apóstoles desde el principio de la Iglesia, y después en los tiempos sucesivos nuestros Santos Padres: para que celebrásemos piadosa y santamente la memoria de los beneficios de Dios. Entre estos, son tenidos por muy solemnes los días que están consagrados a la Religión por los misterios de nuestra Redención. Después los que están dedicados a la Santísima Virgen Madre; luego a los Santos Apóstoles y a los Mártires, y a todos los demás Santos que reinan con Cristo, en cuya victoria se celebra la bondad y poder de Dios, se dan a ellos las debidas honras y el pueblo fiel se incita a su imitación. 

Y por cuanto para guardar este precepto tiene gran fuerza aquella parte de él, que se expresa por estas palabras: Seis días trabajarás, pero el día séptimo es el Sábado de tu Dios y Señor: debe el párroco explicar esta parte con todo cuidado. Porque de estas palabras se puede colegir, que no han de hacer los fieles vida ociosa y haragana, sino que teniendo presente la voz del Apóstol: Haga su negocio cada uno, y trabaje por sus manos, según lo tenía mandado. Manda también el Señor por este precepto, que hagamos nuestras obras en los mismos seis días, de manera que ninguna de aquellas cosas que se deben hacer, o despachar en ellos, se reserve para el día de fiesta: porque no quite el alma el cuidado y amor de las cosas divinas. 

Después se suplicará la tercera parte del precepto: la cual señala en cierto modo de qué manera debemos celebrar el día del Sábado; pero señaladamente declara, qué es lo que se nos prohíbe en ese día, porque dice el Señor: No harás en ese día obra alguna tú, ni tu hijo, ni tu hija, ni tu siervo, ni tu sierva, ni tu asno, ni el forastero que está dentro de tus puertas. En estas palabras se nos enseña lo primero, que evitemos del todo cuanto pueda impedir el culto divino. Porque fácilmente se puede ver que se prohíbe todo género de obras serviles, no porque sean de suyo viciosas o malas; sino porque distraen al alma del culto de Dios, que es el fin del precepto. Y mucho más deben los fieles evitar los pecados: porque no solo nos apartan de la aplicación a las cosas divinas, sino que nos privan totalmente del amor de Dios. 

Pero no se vedan aquellas acciones, ni aquellas obras, aunque sean serviles, que pertenecen al culto de Dios, como preparar los altares, adornar los templos por causa de alguna fiesta, y otras semejantes. Por lo tanto, dijo el Señor, que los sacerdotes violaban el Sábado en el templo, y no por eso pecaban. 

Tampoco se ha de juzgar que estén vedadas por esta ley las obras de aquellas cosas que se perderían si se dejaran en el día de fiesta: como está permitido por los Sagrados Cánones. Otras muchas cosas declaró el Señor en el Evangelio que podían hacerse en los días festivos: las que fácilmente observará el Párroco en San Mateo y en San Juan. 

Y para que nada se omitiese que pudiera estorbar este culto del Sábado, se hizo mención del asno. Porque con estos animales se embarazan los hombres para celebrar el día de fiesta. Porque si en ese día quieren que el asno haga algún trabajo, es necesario el cuidado del hombre que le guíe: pues el animal por sí solo no puede hacer la obra; sino ayudar al hombre que la intenta. Y como a ninguno es lícito trabajar en ese día, por eso no se puede valer del asno. Mira pues también la ley de este precepto a que si Dios no quiere que hagan los hombres trabajar a las bestias, mucho menos deben querer ser inhumanos con aquellos de cuyo trabajo e industria se sirven. 

Tampoco debe el Párroco dejar de enseñar con cuidado en que obras y acciones deben ejercitarse los cristianos en los días festivos. Estas son, que acudamos al templo, que asistamos allí con sencilla y piadosa atención al Santo Sacrificio de la Misa, y que para curar las llagas de nuestra alma, recibamos con frecuencia los Divinos Sacramentos de la Iglesia, que fueron instituidos para nuestra salud. 

Pero nada mejor ni más oportuno pueden hacer los fieles que confesar muchas veces los pecados a los sacerdotes; para lo cual podrá el Párroco exhortar al pueblo fiel, valiéndose de las razones y doctrinas que quedan dichas y enseñadas en su lugar sobre el Sacramento de la Penitencia. Y no solamente excitará a los fieles a que frecuenten este Sacramento, sino que también los exhortará con cuidado muchas veces a que reciban con frecuencia el de la Sacrosanta Eucaristía. 

Además de esto han de oír los fieles con atención y diligencia la palabra de Dios. Porque no hay cosa menos sufrible, ni a la verdad más indigna, que menospreciar u oír con descuido las palabras de Cristo. Deben también los fieles excitarse mucho en la oración y alabanzas divinas, y poner particular cuidado en aprender con diligencia las cosas que pertenecen al concierto de la vida cristiana, y emplearse de continuo en obras de misericordia, dando limosna a pobres y menesterosos, visitando enfermos, y consolando afectuosamente a los tristes y afligidos, a los que tiene postrados el dolor. Porque como dice Santiago: La Religión limpia y sin mancilla ante Dios y el padre es, visitar huérfanos y viudas en su tribulación. Y de lo dicho hasta aquí es fácil conocer las culpas que se cometen contra la regla de este mandamiento. 

Debe además de esto, ser cargo del Párroco tener a punto algunos determinados lugares de donde tome razones y argumentos con que persuada al pueblo encarecidamente, que guarde la ley de este mandamiento con sumo desvelo y cuidadosa diligencia. Para esto vale muchísimo que entiendan los fieles y vean claramente, cuán justo es, y cuán conforme a la razón, que tengamos algunos días señalados, que enteramente los empleemos en el culto de Dios, y en los cuales reconozcamos, adoremos y veneremos a nuestro Señor, de quién hemos recibido sumos e innumerables beneficios. Porque si nos hubiera mandado que le tributásemos todos los días culto de Religión, ¿no debíamos aplicar todos los esfuerzos posibles para obedecerle con prontitud y alegría de ánimo por los beneficios que nos ha hecho, que son muy grandes e infinitos? Siendo pues ahora tan pocos los días destinados a su culto, no puede haber razón para ser descuidados y perezosos en el cumplimiento de una obligación, que no podemos traspasar sin gravísima culpa. 

Demuestre además de esto el Párroco, cuán grande es la virtud de este mandamiento, cuando de los que le guardan se puede con razón decir que están en presencia de Dios y que conversan con su Majestad. Pues contemplamos la Majestad de Dios, y tenemos coloquios con él cuando hacemos oración, y cuando oímos a los Predicadores que proponen piadosa y santamente las cosas divinas, recibimos la voz de Dios, que por su ministerio llega a nuestros oídos, y asistiendo al sacrificio del altar, adoramos a Cristo Señor nuestro que está allí presente. Y de estos bienes gozan señaladamente aquellos que guardan con cuidado este mandamiento.

Pero los que del todo se descuidan en guardar esta ley, como no obedecen a Dios, ni a la Iglesia, ni guardan su mandamiento, son enemigos de Dios y de sus santas leyes. Y esto se puede ver, de que este mandamiento es de tal calidad, que sin ningún trabajo se puede cumplir. Pues cuando el Señor no nos impone trabajos (que aún los más duros deberíamos abrazar por su amor), sino que manda que en los días festivos nos estemos quietos y desembarazados de cuidados terrenos, es indicio de gran temeridad rehusar la ley de este mandamiento. De escarmiento grande nos deben ser los castigos que Dios ejecutó en los que le quebrantaron; como se puede ver en el libro de los Números. Pues para que no caigamos en esta ofensa a Dios, será muy conveniente renovar muchas veces la memoria de aquella palabra: Acuérdate; y ponernos a la vista los grandes provechos y frutos que sacamos del culto de los días de fiesta (como arriba se declaró), y otras muchas cosas tocantes a este asunto, las que según lo pida la ocasión, podrá tratar copiosa y largamente el Pastor virtuoso y vigilante. 

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