IV
GRATITUD
Jesús expulsó a un demonio que era mudo. Y cuando salió el demonio, habló el mudo perfectamente. Aunque el Evangelio no nos dice lo que habló el mudo, no es difícil, sin embargo, adivinarlo.
1. Zacarías. Es natural que su primera palabra fuera de agradecimiento a Dios. Tal fue el proceder de Zacarías, cuando al sentirse libre de la mudez, que en castigo de su incredulidad le había sido impuesta, entonó con júbilo un canto de loor a Dios: “¡Bendito sea el Señor Dios de Israel!” (Luc. 1: 68), fueron sus primeras palabras. Es probable, que el hombre de quien nos habla hoy el Evangelio, imitando el ejemplo del padre de San Juan Bautista, al verse curado de tan grande mal como es la mudez, exclamase: “¡Gracias a Dios!”, o bien, sirviéndose de la expresión bíblica: “Bendito sea Dios, Nuestro Señor, que se ha compadecido de sus hijos”.
2. Deber de gratitud para con Dios. - ¡Oh, qué hermoso espectáculo ofrece el hombre, que al verse favorecido por la divina gracia, con sentimiento de gratitud, eleva al cielo sus manos y dirige a Dios su mirada! ¿Acaso no es verdad que “toda dádiva preciosa y todo don perfecto de arriba viene, como que desciende del Padre de las luces”? (Sant. 1: 17). Venga de donde viniere el beneficio, sea cualquiera la mano que nos lo dispense, en último término, Dios es quien nos lo concede. A la manera del sol, fuente de luz y de calor, Dios es la fuente de todo bien. Cuando una madre tiene el placer de servirse de la manecita de su hijito para dar a un pobre limosna, no es al niño a quien debe el pobre el agradecimiento, sino a la madre, y a ésta dirige su mirada llena de gratitud, mientras le dice al niño “Dios te lo pague”. Así debemos proceder al recibir cualquier beneficio. Teniendo siempre en la memoria que de Dios procede todo bien, a Él hemos de dirigir siempre nuestra gratitud. ¡Lástima ver a tantos hombres olvidados de este deber! No se diferencian en este punto de los brutos irracionales, que se aprovechan de todo lo que encuentran, sin acordarse de Aquel que ordenó a la tierra producir lo necesario para su sustento. Los irracionales proceden así inconscientemente. Pero el hombre... debe ser agradecido; a él se dirigen las palabras del Salmista: “no te hagas semejante al caballo o al jumento que carecen de inteligencia” (Salm. 31: 9). Al ser racional corresponde hacer de su entendimiento el uso que Dios exige.
3. Satisfacción y gratitud del mudo. - Si la palabra del pobrecito mudo fue de alegría y de agradecimiento a Dios, su gratitud se extendió inmediatamente, sin duda, a la persona que acababa de otorgarle semejante beneficio. ¡ Quién podrá hacerse la idea de la alegría, contento y júbilo que reinaban en el corazón de aquel pobrecito privilegiado! ¡ Qué placer sentiría al persuadirse experimentalmente de la realidad de que podía hablar, después de tantos años de mudez! Quien está en pleno uso de sus órganos difícilmente se da cuenta de lo que vale la salud. Muchos, casi todos, solamente nos damos cuenta de lo que vale, cuando la perdemos; cuando una grave enfermedad, o agudos dolores nos postran en el lecho. El enfermo llega a tener envidia de los que le visitan en pleno vigor de sus fuerzas. ¡Qué pena sentiría ciertamente, el pobre sordomudo, al ver a los demás hablar, reír, cantar y divertirse, mientras que él, en la imposibilidad de manifestar sus pensamientos, no poseía más recursos que unos sonidos inarticulados y las señas de sus manos y sus dedos! ¡ Triste existencia la del sordomudo! Más después del encuentro con el Divino Maestro, su corazón gozoso quiere saltársele del pecho de alegría. ¡Ahora es cual los otros! Habla y oye lo que se dice como los demás. ¿Podemos hacernos idea de su satisfacción y de su gratitud para con el mayor de sus bienhechores?
4. La gratitud es deber de todo hombre. - Aunque Dios es el bienhechor supremo de la humanidad, y no haya bien alguno que no pase por sus manos, no es menos cierto que, para distribuir sus bienes, grandes o pequeños, se sirve de ordinario del intermedio de la criatura humana. El amor divino traza los planes de su generosa beneficencia; pero a la caridad humana compete ejecutarlos con toda fidelidad. La caridad reclama por compañera inseparable a la gratitud. No poseen el espíritu de Cristo aquellos corazones que, inaccesibles a la caridad, desconocen asimismo todo sentimiento de gratitud. Aléjate de ellos cuanto puedas. Practica la caridad siempre que se ofrezca la ocasión. Corresponde a los favores con la debida gratitud. La ley del amor es la ley de Dios, y debiera ser también la ley del hombre. Sea en todo caso la tuya.
Tomado del libro “Salió el sembrador” del padre Juan B. Lehmann de la Congregación del Verbo Divino, edición 1944.
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