martes, 30 de abril de 2024

EL AYUNO (2)

Al hombre moderno y emancipado parecerá quizás que no puede darse cosa más ridícula que la ley que nos obliga al ayuno. ¿Para qué esa extravagancia de castigarse uno a sí mismo?

IX

EL AYUNO

El miércoles de ceniza nos introduce en la Cuaresma, tiempo de penitencia. Entre las que la Iglesia nos impone, ocupa el primer lugar el ayuno. Al hombre moderno y emancipado parecerá quizás que no puede darse cosa más ridícula que la ley que nos obliga al ayuno. ¿Para qué esa extravagancia de castigarse uno a sí mismo? ¿Qué placer puede hallar en eso Dios? Examinemos la doctrina de la Iglesia sobre el ayuno, y los motivos por los que debemos ayunar.

1. Al ayunar, imitamos el ejemplo de Jesucristo y de los Santos.- El Cristiano ha de ser un segundo Cristo. La vida de Cristo es su modelo, y el ejemplo de Cristo, su guía. ¿Acaso no fue el Divino Maestro el que tan repetidas veces invitó a sus discípulos a que le imitaran y siguieran su ejemplo? El cristiano no puede hallar para sus acciones modelo más perfecto que el ejemplo de Cristo. ¿Qué hicieron los Santos sino tomar por modelo la vida de Nuestro Señor? Cristo ayunó durante cuarenta días. ¿Qué más motivos necesitamos para ayunar nosotros también? El que ayuna está bien acompañado, pues imita el ejemplo de Cristo y de los Santos del Antiguo y del Nuevo Testamento. La Sagrada Escritura está llena también de ejemplos contrarios: de hombres que no ayunaban; de hombres que vivían lejos de Dios, y tuvieron desgraciado fin.

2. El ayuno es un medio excelente para dar a Dios satisfacción por nuestros pecados.- El pecado es una rebelión contra Dios, que reclama una satisfacción. Yerran aquellos que juzgan que, fuera de arrepentirse del pecado, nada más es necesario hacer. El pecado es un mal gravísimo; el mayor de los males. Si no lo fuera, no se comprende por qué para eliminarlo subió Nuestro Señor al ara de la Cruz. El pecado es un mal que exige una satisfacción. El alma humana siente necesidad de darla, y Dios en todos los tiempos la exigió. Nuestros primeros padres obtuvieron el perdón de su pecado; pero fueron, no obstante, condenados a hacer penitencia durante toda su vida. El rey David alcanzó el perdón; pero su vida fue una condena continua de sufrimientos, que Dios le mandó en penitencia. El Buen Ladrón, aunque fue absuelto por el Salvador, tuvo que sufrir la muerte ignominiosa de cruz.

La penitencia es necesaria; es compañera inseparable del arrepentimiento. El buen cristiano, cuando comprende que ha pecado, se arrepiente, pide perdón y practica penitencias.

3. La tercera ventaja del ayuno consiste en su eficacia para combatir nuestras pasiones.- No hay virtud cuya práctica no exija sacrificio y abnegación. En el ayuno tenemos un medio extraordinario de mortificar la gula, el afecto desordenado a los placeres de la mesa. Quien aprende a moderar y a dominar completamente esta inclinación natural, no tendrá dificultad en vencerse también en otras cosas.

4. La práctica del ayuno constituye un acto de obediencia a los preceptos de la Iglesia.- Un buen hijo obedece las órdenes de los padres. La Iglesia es nuestra Madre, que no mira más que a nuestro bien espiritual. Si queremos ser hijos devotos, debemos aceptar humildemente las órdenes de nuestra Madre y cumplirlas con exactitud. La desobediencia desagrada a Dios, mientras que la sumisión atrae sus bendiciones. Cumplamos fielmente nuestro deber; seamos buenos hijos de la Iglesia, y nuestra recompensa será eterna.


Tomado del libro “Salió el sembrador” del padre Juan B. Lehmann de la Congregación del Verbo Divino, edición 1944.


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