lunes, 25 de marzo de 2024

JESUCRISTO EN EL DESIERTO

Si el demonio no perdonó a la sacrosanta persona de Jesucristo, ¿cómo ha de temer acercarse a nosotros, pecadores que como tales facilitamos su tarea?


II

JESUCRISTO EN EL DESIERTO

El Evangelio de este domingo nos refiere las tentaciones a que Jesucristo se sometió en la soledad de aquella región, situada entre Jericó y Jerusalén, que forma parte del gran desierto septentrional de la Judea.

Prepárase Jesús a su obra en la soledad. Allá se encaminó Jesús, conducido por el Espíritu Divino. Puesto que la vida y la misión del Salvador se hallaban bajo la influencia y dirección inmediata del Espíritu Santo, es muy natural que, antes de que Jesús comenzara su obra portentosa, fuera guiado por su Director a la soledad, para que se preparase debidamente y se habilitase de este modo para la lucha gigantesca, que le esperaba, contra los poderes de las tinieblas y los enemigos de la gloria de Dios.

Imitadores de Jesús. El Divino Salvador nos sirve de ejemplo y de modelo, al enseñarnos cómo debemos obedecer las inspiraciones del Espíritu Santo, que continuamente nos habla, invitándonos a orar, a practicar el bien, a evitar el mal, etc. Feliz del que le escucha, pues de la obediencia a estas inspiraciones dependen todas las gracias, todo el mérito y la perseverancia en la vida interior.

En todos los tiempos se ha observado el fenómeno de que las almas privilegiadas, deseosas de vivir solo en Dios y para Dios, se apartan de la sociedad y de la familia, y escogen por morada un lugar yermo, desierto y retirado. La historia del Antiguo Testamento y de los primeros siglos del cristianismo está llena de tales ejemplos. Los desiertos de Egipto estaban poblados de eremitas, hombres y mujeres, que huyendo de las vanidades del mundo y buscando abrigo contra las furiosas borrascas de las persecuciones, hallaron en aquella soledad inhospitalaria el apetecido sosiego para el cuerpo y para el alma. Jesús se retiró al desierto. Aquel lugar, por su clima excepcionalmente ingrato, era muy a propósito para llevar una vida de oración, de penitencia y de mortificación. ¿Cómo pudo Jesús morar en él, sin tomar alimento durante cuarenta días? Solo por un milagro de la divina gracia puede explicarse.

1ª tentación: SATISFACCIÓN DE EXIGENCIAS NATURALES POR MEDIOS ILÍCITOS. Aquella dura campaña de penitencia y de oración terminó con un terrible combate contra el demonio. Acabado el ayuno, se presentó el tentador. Tres fueron las tentaciones o asaltos que lanzó contra Jesús. Primero tomó por motivo el agotamiento físico del Salvador: “Si eres el Hijo de Dios, di que esas piedras se conviertan en panes” (Mat. 4,3). El demonio le sugiere la idea de recurrir a un medio ilícito para acallar el hambre: la transubstanciación de las piedras en pan. Tal milagro era del todo superfluo, en primer lugar, porque no faltaban medios más adecuados y naturales para remediar aquella necesidad, y después, porque había sido voluntad del Eterno Padre sujetar a su Hijo a esa penitencia. La sugestión diabólica era, pues, tentar a Dios a obrar un milagro por consejo del mismo Satanás. Jesús la rechazó, diciendo: “Escrito está: No solo de pan vive el hombre, sino de toda palabra que sale de la boca de Dios” (Ibid, 4). 

Con esto quiso dar a entender que Dios tiene otros medios para sustentar la vida, sin que sea necesario recurrir al pan. No era preciso, por lo tanto, aquel milagro.

2ª tentación: PRESUNCIÓN. - La confianza en Dios sirvió de base al enemigo para el segundo asalto. Las palabras de Jesús atestiguaban elocuentemente esta confianza. Había que llevarle a la presunción. Tomó pues el demonio al Salvador, y lo elevó hasta el pináculo del templo, de donde no podía moverse, si no arriesgándose a lanzarse al espacio para llegar a tierra con un salto peligroso. Eso fue precisamente lo que le sugirió Lucifer, apelando a la divina Providencia y al socorro indefectible de los ángeles. Quizás también pretendiera el demonio inducir a Jesús a que se manifestase, contra la voluntad de Dios, como Mesías, atrayendo hacia sí la admiración del pueblo, con una espectacular caída desde lo alto del templo. Como quiera que fuese, Jesús se negó resueltamente, alegando las palabras de la Escritura: “No tentarás al Señor tu Dios” (Ibid. 7).

3ª tentación: APOSTASÍA. - Satanás recurre a la tercera prueba. Como príncipe del mundo, presenta a la vista de Cristo las riquezas, los placeres y las honras de su reino: “Todo esto te daré, -dice a Jesús- si, postrándote delante de mí, me adorares” (Ibid. 9). En otras palabras: Satanás propone a Cristo la apostasía. Esta última tentación, según los sagrados expositores, tuvo lugar en un monte, desde el cual se domina espléndidamente Jericó, el valle del Jordán, la región de Perea y las proximidades del Mar Muerto. 

Conducta de Cristo. - La tentación de Jesús en el desierto es uno de los hechos más interesantes de su vida, Cristo es tentado por Satanás; pero solo exteriormente: el alma de Jesús era inaccesible a toda tentación interior eficaz. La tentación se repite y varía, ya franca, ya disfrazada, tiene por objeto al principio la conservación de la vida, cosa lícita e inocente al parecer, prosiguiendo después con la presunción, y culminando por fin con la apostasía. El atrevimiento de Satanás llegó hasta apoderarse de la persona de Jesús, trasladándolo de un lugar a otro. Jesús resiste a todas las sugestiones diabólicas. Es admirable la calma absoluta con que responde al tentador, la firmeza con que rechaza todas las proposiciones del enemigo y la energía y superioridad con que replica al príncipe de las tinieblas, obligándole finalmente a retirarse.

Cristo, nuestro modelo. - ¿QUÉ MOTIVOS PODEROSOS TUVO JESÚS PARA SUJETARSE A SER TENTADO POR EL PRÍNCIPE INFERNAL? Cristo, Dios y hombre, quiso en todo ser igual a nosotros, menos en el pecado. La vida cristiana se desarrolla entre ejercicios de oración, de penitencia y de lucha. Es un gran consuelo para nosotros el saber que Jesús pasó por todo esto. Cristo quiso servirnos de ejemplo en la oración, en la mortificación y en la lucha sobre todo. También nosotros padecemos tentaciones, de mil maneras, de día y de noche, muchísimas veces hasta en los ejercicios de piedad.

No es de admirar. Si el demonio no perdonó a la sacrosanta persona de Jesucristo, ¿cómo ha de temer acercarse a nosotros, pecadores que como tales facilitamos su tarea? ¿Qué armas emplearemos para vencerle? La oración, la vigilancia, la fortaleza, rechazando resueltamente las sugestiones perniciosas, y sobre todo, una confianza ilimitada en la gracia y en la protección divina.


Tomado del libro “Salió el sembrador” del padre Juan B. Lehmann de la Congregación del Verbo Divino, edición 1944



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