Cuando la gente debate la cuestión del sedevacantismo, tarde o temprano alguien que no esté de acuerdo con la posición objetará que el sedevacantismo no es conciliable con la Doctrina Católica de la visibilidad de la Iglesia.
Si bien es cierto que nuestra situación actual presenta algunas dificultades en ese sentido, la objeción no es en modo alguno tan poderosa como a menudo se piensa.
Si por sedevacantismo se entendiera que la Iglesia no tiene, per se y por inalterable institución divina, una jerarquía visible, entonces tal posición sería ciertamente inaceptable porque sería herética. El Concilio Vaticano I enseña que así como Cristo “antes de ser glorificado, suplicó a su Padre, no sólo por los apóstoles sino también por aquellos que creerían en Él a través de su palabra, que todos ellos sean uno como el mismo Hijo y el Padre son uno. Así entonces, como mandó a los apóstoles, que había elegido del mundo, tal como Él mismo había sido enviado por el Padre, de la misma manera quiso que en su Iglesia hubieran pastores y maestros hasta la consumación de los siglos” (Constitución Dogmática Pastor Aeternus, prólogo).
Por lo tanto, está claro que a los sedevacantistas no se les permite de ninguna manera adherirse, y mucho menos defender, una visión tan absurda. En cambio, debemos afirmar la verdadera enseñanza y dejar en el misterio aquellas cosas que no podemos resolver por el momento. Esto no es una evasión; es el único modo de proceder para un alma que se deja guiar por la razón y la Fe. Para una mente sana, el misterio es aceptable, especialmente en asuntos teológicos avanzados; la contradicción, por otra parte, no lo es.
El discurso pronunciado en la Conferencia de Fátima de 2021, organizada por la Congregación de María Reina Inmaculada (CMRI) explica e ilustra detalladamente este enfoque razonable:
En esa conferencia se hace referencia a una carta que el gran Padre de la Iglesia y Doctor San Agustín de Hipona (354-430) escribió a un Obispo llamado Hesiquio. En el párrafo 39 de esa epístola, San Agustín habla de la profecía de nuestro Bendito Señor sobre el fin de los tiempos, específicamente las señales que precederán a Su Segunda Venida (ver Mt 24; Mc 13; Lc 21). Una parte de este discurso divino es de particular interés para la visibilidad de la Iglesia, a saber: “Y inmediatamente después de la tribulación de aquellos días, el sol se oscurecerá y la luna no dará su luz, y las estrellas caerán del cielo, y las potestades de los cielos se conmoverán” (Mt 24,29).
El Santo Doctor comenta lo siguiente:
Con gran interés observamos que San Agustín habla de un tiempo de deserción de la Fe en el que “la Iglesia no será perceptible”, o, alternativamente, cuando “la Iglesia no aparecerá” (original en latín: Ecclesia non apparebit).Por todos los medios, creo que estos [desarrollos proféticos] se entienden mejor con respecto a la Iglesia, no sea que el Señor Jesús, con Su segunda venida acercándose, parezca haber predicho como de gran consecuencia [desarrollos] que habían estado acostumbrados a suceder a este mundo incluso antes de Su primera venida, y [no sea que] se rían de nosotros aquellos que han leído en la historia de las naciones más y mucho más grandes cosas que las que tememos como la final y más importante de todas. Pues la Iglesia es el sol, la luna y las estrellas, de las que se dijo: "Hermosa como la luna, brillante como el sol" (Cantar de los Cantares 6,9). En este mundo nuestro José [=hijo de Jacob y Raquel] es adorado [=venerado] por la [luna], como en Egipto [cuando había sido] elevado a lo alto desde la [condición] más humilde. Porque la madre de José, que murió antes de que Jacob hubiera llegado a su hijo, no pudo ciertamente adorarlo, para que se conservara la verdad del sueño profético (Génesis 37:9), que se cumpliría con Cristo el Señor. Porque cuando "el sol se oscurecerá, y la luna no dará su resplandor, y las estrellas caerán del cielo, y las potencias de los cielos se conmoverán", tal como este pasaje fue registrado por los otros dos Evangelistas (Mateo 24:29, Marcos 13:24), la Iglesia no será perceptible en ese momento, con los perseguidores impíos enfureciéndose sin medida y con todo temor dejado de lado como si la buena fortuna del mundo sonriera aprobatoriamente, mientras dicen: "Paz y seguridad" [1 Tesalonicenses 5:3]. Entonces las estrellas caerán del cielo, y las potencias del cielo se conmoverán, porque muchos que parecían brillar con gracia cederán a los perseguidores y caerán, y algunos de los fieles más valientes serán confundidos. Sin embargo, por esta razón, según Mateo y Marcos se dice que esto sucederá después de la tribulación de aquellos días, no porque estas cosas sucederán después de que toda la persecución haya llegado a su fin, sino porque la tribulación vendrá antes, a fin de que se produzca la defección [de la fe] de ciertas personas. Y porque sucederá de tal manera a través de todos esos días, por lo tanto, después de la tribulación de esos días, pero de todos modos sucederá en los mismos días.
(San Agustín, Epistola CXCIX, par. 39; en Collectio Selecta Ss. Ecclesiae Patrum , vol. CXLVIII (París: Parent-Desbarres, 1835), pp. 127-128; subrayado añadido)
Sabemos por otros escritos de San Agustín que, por supuesto, él no está diciendo que la Iglesia dejará de existir, lo que sería contrario a la revelación divina (ver Mt 16:18; 28:20):
¿Qué quiere decir el santo Padre de la Iglesia, entonces, cuando le dice al Obispo Hesychius que la Iglesia “no será perceptible”? Evidentemente, quiere decir que estará oscurecida, como lo están el sol o la luna durante un eclipse. Mientras están eclipsados, no se ven, pero siguen existiendo con todas sus mismas propiedades inherentes que antes. Que esto es lo que quiere decir el gran teólogo queda claro también por el contexto, pues está comentando las santas palabras de nuestro Santísimo Señor de que “el sol se oscurecerá y la luna no dará su resplandor” (Mt 24:29; Mc 13:24; cf. Lc 21:25). Podríamos añadir que estas palabras son un eco de Isaías 13,10: “Porque las estrellas del cielo y su resplandor no mostrarán su luz; el sol se oscurecerá en su nacimiento, y la luna no brillará con su resplandor” .También Agustín dice: “Los incrédulos piensan que la religión cristiana durará un cierto tiempo en el mundo y luego desaparecerá. Pero permanecerá tanto como el sol -tanto como el sol sale y se pone: es decir, tanto como las edades del tiempo rueden, la Iglesia de Dios -el verdadero cuerpo de Cristo en la tierra- no desaparecerá” (In Psalm. lxx., n. 8). Y en otro lugar: “La Iglesia se tambaleará si tiemblan sus cimientos; pero ¿cómo puede Cristo ser movido?... Cristo permaneciendo inamovible, ella (la Iglesia) nunca será sacudida. ¿Dónde están los que dicen que la Iglesia ha desaparecido del mundo, cuando ni siquiera puede ser sacudida?” (Enarratio in Psalm. ciii., sermo ii., n. 5).
(Papa León XIII, Encíclica Satis Cognitum , n. 3)
Esta interpretación de las palabras proféticas de nuestro Señor por parte de alguien que no es simplemente un teólogo aprobado sino un Doctor y Santo canonizado de la Iglesia es increíblemente consoladora para nosotros en estos tiempos difíciles y confusos. ¡Confirma una vez más que la Iglesia puede estar en eclipse, pero no puede fracasar y no puede desertar!
Aquellos que abrazan la Secta Novus Ordo (Iglesia del Vaticano II) con el argumento de que es visible están cometiendo un error grotesco. Si bien tiene una jerarquía y una autoridad docente (magisterio) perfectamente organizadas y en pleno funcionamiento, ninguna de esas características tiene ningún valor ya que esa jerarquía no enseña la fe católica. En otras palabras, el fin para el cual Cristo instituyó una jerarquía y autoridad docente en Su Iglesia no se logra, volviendo la estructura tan inútil como la sal que ha perdido su sabor: “Ya no sirve para nada sino para ser echada fuera y ser pisoteada por los hombres” (Mt 5,13).
Como enseñó el Papa Pío IX:
Aquí el Papa expone claramente el propósito por el cual Cristo instituyó la Iglesia visible. Por lo tanto, es absurdo abrazar a la Iglesia del Vaticano II basándose en que la Iglesia debe ser visible. Una organización visible que no enseña la verdadera Fe, no administra los verdaderos Sacramentos, no ofrece a Dios el verdadero culto y no proporciona un gobierno piadoso a su rebaño, no es la Iglesia Católica fundada por Cristo.Nuestro amadísimo Redentor, Cristo el Señor, quiso, como bien sabéis, venerables hermanos, liberar a todos los hombres del cautiverio del diablo, librarlos del yugo del pecado, llamarlos de las tinieblas a su luz maravillosa y ser su salvación. Cuando borró la letra del decreto contra nosotros, fijándola en la cruz, formó y estableció la Iglesia Católica, ganada con su sangre, como la única "Iglesia de Dios vivo", el único "reino de los cielos", "la ciudad asentada sobre una colina", "un solo rebaño" y "un solo cuerpo" firme y vivo con "un solo Espíritu", una sola fe, una sola esperanza, un solo amor unidos y firmemente unidos por los mismos lazos de Sacramentos, Religión y Doctrina. Además, dotó a su Iglesia de dirigentes que él mismo eligió y llamó. Además, decretó que la Iglesia perdurará tanto como el mundo, abrazará a todos los pueblos y naciones del mundo entero, y que quien acepte su religión y gracia divinas y persevere hasta el final, alcanzará la gloria de la salvación eterna.
Para conservar para siempre en su Iglesia la unidad y la doctrina de esta fe, Cristo eligió a uno de sus apóstoles, Pedro, a quien nombró Príncipe de sus Apóstoles, Vicario suyo en la tierra y fundamento y cabeza inexpugnable de su Iglesia. Superando a todos los demás con toda dignidad de autoridad extraordinaria, poder y jurisdicción, debía apacentar el rebaño del Señor, fortalecer a sus hermanos, regir y gobernar la Iglesia universal. Cristo no sólo quiso que su Iglesia permaneciera como una sola e inmaculada hasta el fin del mundo, y que su unidad en la fe, la doctrina y la forma de gobierno permaneciera inviolable. También quiso que la plenitud de la dignidad, del poder y de la jurisdicción, la integridad y la estabilidad de la fe dadas a Pedro fueran transmitidas en su totalidad a los Romanos Pontífices, sucesores de este mismo Pedro, que han sido colocados en esta Cátedra de Pedro en Roma, y a los que se les ha confiado divinamente el cuidado supremo de todo el rebaño del Señor y el gobierno supremo de la Iglesia Universal.
(Papa Pío IX, Encíclica Amantissimus, nn. 1-2; subrayado añadido).
Desgraciadamente, algunas personas encuentran el misterio tan insoportable que prefieren aceptar una respuesta manifiestamente errónea que ninguna respuesta. Por supuesto, atribuir un enigma al misterio por el momento no es muy satisfactorio desde el punto de vista teológico. Sin embargo, es infinitamente más aceptable que identificar una iglesia falsa y claramente apóstata –la Secta del Vaticano II– como la Iglesia Católica visible y verdadera, al tiempo que rechaza sus enseñanzas precisamente porque no “conserva para siempre... la unidad y doctrina de esta fe”.
Por visible que sea, la Iglesia Novus Ordo actualmente encabezada por el “papa” Francisco no es visible como la Iglesia fundada por Jesucristo, la Iglesia Católica Romana, que “no pacta con el error, sino que permanece fiel a los mandatos que ha recibido de llevar la doctrina de Jesucristo hasta los confines del mundo y hasta el fin de los tiempos y de protegerla en su integridad inviolable” (Papa León XIII, Carta Apostólica Annum Ingressi).
Novus Ordo Watch
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