martes, 5 de marzo de 2024

OBJECIONES CONTRA LA RELIGION (35)

Pero, ¿qué le he hecho yo a Dios para que me mande tantos trabajos?

Por Monseñor de Segur (1820-1881)



¡Hombre de poca fe! ¡Vuelvo a decirte, pobre hijo mío, que, ciego como estás, no ves un rastro siquiera de los ocultos designios de Dios! ¿Qué has hecho, le preguntas, para que te mande tantos trabajos?

No te acuso de esta impiedad, porque la pena te tiene sin conocimiento. Pero vuelve en ti, hijo mío, y piensa lo que casi siempre pudiera responderte Dios, si te presentara delante el cúmulo espantoso de las ofensas que le has hecho, y enseguida te manifestaste, de modo que lo vieras, el castigo que merecían tus culpas en el infierno.

Esto podría Dios hacerlo casi siempre, porque casi siempre nuestros trabajos, por muy grandes que sean, son muy inferiores a los castigos que merecemos.

Pero, aún suponiendo que tu vida haya sido punto menos que santa, podía siempre Dios responderte, mostrándote las faltas que de seguro habrás cometido, como hombre que eres débil y miserable, y que pudiera decirte: “Esas faltas que has cometido no te quitan la gloria, pero necesitas satisfacerme por ellas. Esta satisfacción me la has de dar, o padeciendo trabajos en este mundo, o sufriendo el fuego del purgatorio en el otro. Escoge”. 

Pero supongamos todavía que ni aún estas leves faltas has cometido, sino que has vivido como un santo. Todavía en este caso pudiera Dios decirte: “Santo soy yo, pues soy la santidad misma, y por ti sufrí pasión dolorosa y afrentosa muerte. La gloria que tengo prometida a los que, siguiendo mi ejemplo, llevan sus tribulaciones con paciencia, es tanto mayor cuanto más grande ha sido la tribulación sufrida. Yo pruebo más al que más amo, porque quiero en mi reino dar más al que más me haya dado en la tierra. Sufre tú con paciencia la prueba que te mando porque te amo mucho, y mayor será tu gloria”.

Esto te diría Dios, y esto te ha dicho en su Evangelio. Oye sus palabras: “En verdad os digo, vosotros lloraréis y sufriréis, mientras el mundo estará alegre; pero vuestra tristeza se cambiará en alegría. La mujer que está de parto, sufre y se queja cuando llega su hora; pero luego se regocija al ver que ha dado a luz a un hombre. Así vosotros estáis ahora atribulados, pero pronto volveré, y vuestro corazón se alegrará, y nadie ya podrá quitaros vuestro gozo”.

¿Has entendido, hijo mío? ¿Comprendes ahora, ya seas justo, ya seas pecador, comprendes el misterio de los dolores? ¿Comprendes que el padecer y sufrir es el mayor bien que Dios manda a sus escogidos, la prenda más segura y preciosa de su amor?

Ese bien, esa prenda, fue lo mejor que en sus tesoros de Misericordia halló Dios, para dar a Jesucristo su Hijo Único, y a María Santísima, su Esposa, su Madre, su Criatura predilecta, y a sus Santos, y a sus Mártires, y a todos sus amigos.

Sufre con Jesucristo, y con Él serás glorificado. La cruz del Salvador es la escala de la gloria.

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