Por Monseñor de Segur (1820-1881)
¡Hombre de poca fe! ¿Perdió su tiempo Santa Mónica, la madre de San Agustín, cuando durante dieciséis años pidió a Dios la conversión de su hijo, que era enemigo del todo lo que fuera cristiano? ¿Perdió su tiempo San Francisco de Sales cuando durante veintidós años pidió a Dios la mansedumbre?
¿Perdió su tiempo nuestra católica España, cuando durante siete siglos de combate y de guerra pidió a Dios que la libertase del yugo mahometano?
Por ventura, el padre celestial a quien pedimos ¿no es el que ha dicho: buscad y encontraréis?, ¿Cuándo ha faltado Dios a su promesa? Y si Él ha prometido que nos oirá, ¿Quién se levantará con derecho para reconvenirle de tardanza en escucharnos? ¿Quién será tan ciego y tan impío que, dándose por desairado de su Dios, se atreva a insultarle, diciéndole: “Basta; no quiero pedirte más, padre sin entrañas, tirano sin misericordia?”
Acuérdate, hijo mío, de aquella pobre cananea del Evangelio, que tres veces pidió a Jesús le sanase a su hija atormentada, y hasta tres veces después de haberle pedido, no la vio volver a la salud. Y a ese quien se lo pedía, ¡era Jesús, el Dios de la Misericordia!
Pide y pide siempre, hijo mío. El momento en que te cansarás, es quizás el que Dios había señalado para venir en tu ayuda.
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