En la década de 1970, la población brasileña era 91% católica y 5% protestante. Cinco décadas después, hay un 50% de católicos frente a un 31% de protestantes.
Según las proyecciones, y si se confirma la tendencia observada, la religión católica ya no será mayoritaria en 2032.
La naturaleza aborrece el vacío. Un principio que más de un obispo brasileño debería meditar al constatar el irresistible ascenso del movimiento evangélico, frente a un catolicismo que pierde terreno: en las afueras de las metrópolis del sudeste, como Sao Paulo y Río de Janeiro, y en la frontera agrícola, como en Mato Grosso y la Amazonia, el protestantismo ya es mayoritario.
Sin embargo, si había un lugar en el mundo donde la Iglesia parecía estar en casa era en esta Terra da Vera Cruz –tierra de la verdadera Cruz– evangelizada en el siglo XVI por misioneros portugueses que rápidamente se hicieron cargo material y espiritualmente de los pueblos indígenas. En el siglo XX, Brasil incluso se ganó el título de “el país católico más grande del mundo”.
La posición mayoritaria de la Iglesia comenzó a tambalearse en el período posterior al Concilio Vaticano II: al querer realizar su aggiornamento y despojar a la Iglesia de su esplendor y de sus devociones populares –aunque tan queridas por los pueblos de América del Sur– la Iglesia dispersó una parte del rebaño que se volvió hacia sus nuevos mercenarios.
En medio siglo, el progreso de los cristianos evangélicos ha sido impresionante. El número de sus templos, 1,049 en 1970, aumentó a 17,033 en 1990, antes de llegar a 109,560 en 2019, según un estudio publicado el pasado mes de julio por la Universidad de Sao Paulo. Algunos años, hasta 38 templos se inauguraron diariamente en el país...
La dimensión “desinhibida” de la predicación de los líderes evangélicos dio en el blanco de los brasileños que se mostraron impermeables al evolucionismo de Teilhard de Chardin, estrella fugaz de la nueva teología posconciliar: cruzada contra la homosexualidad y el aborto, condena del marxismo, creencia en el infierno y en la acción del demonio… los evangélicos exhiben las cosas como son sin respeto humano.
Un personaje bastaría para resumir lo que está pasando en Brasil: el ex presidente Jair Bolsonaro. Católico de nacimiento, fue “bautizado” por un evangélico en las aguas del Jordán en 2016 y se casó con una pentecostal en presencia de Silas Malafaia, amigo íntimo de la pareja, uno de los televangelistas más populares de América Latina.
“Brasil sobre todo, Dios sobre todos”. Con este lema de campaña, Jair Bolsonaro ganó las elecciones en 2018, promoviendo el advenimiento de una nación cristiana que se sometería a los preceptos morales y religiosos de la Biblia.
Un enfoque que va en contra de los múltiples procesos sinodales –sobre la familia, la Amazonia, la sinodalidad, etc.– los cuales, poniendo muy a menudo la fe entre paréntesis o con puntos suspensivos, no han logrado la unidad de los creyentes.
FSSPX
La naturaleza aborrece el vacío. Un principio que más de un obispo brasileño debería meditar al constatar el irresistible ascenso del movimiento evangélico, frente a un catolicismo que pierde terreno: en las afueras de las metrópolis del sudeste, como Sao Paulo y Río de Janeiro, y en la frontera agrícola, como en Mato Grosso y la Amazonia, el protestantismo ya es mayoritario.
Sin embargo, si había un lugar en el mundo donde la Iglesia parecía estar en casa era en esta Terra da Vera Cruz –tierra de la verdadera Cruz– evangelizada en el siglo XVI por misioneros portugueses que rápidamente se hicieron cargo material y espiritualmente de los pueblos indígenas. En el siglo XX, Brasil incluso se ganó el título de “el país católico más grande del mundo”.
La posición mayoritaria de la Iglesia comenzó a tambalearse en el período posterior al Concilio Vaticano II: al querer realizar su aggiornamento y despojar a la Iglesia de su esplendor y de sus devociones populares –aunque tan queridas por los pueblos de América del Sur– la Iglesia dispersó una parte del rebaño que se volvió hacia sus nuevos mercenarios.
El espectacular avance del protestantismo evangélico en el período posconciliar
En medio siglo, el progreso de los cristianos evangélicos ha sido impresionante. El número de sus templos, 1,049 en 1970, aumentó a 17,033 en 1990, antes de llegar a 109,560 en 2019, según un estudio publicado el pasado mes de julio por la Universidad de Sao Paulo. Algunos años, hasta 38 templos se inauguraron diariamente en el país...
La dimensión “desinhibida” de la predicación de los líderes evangélicos dio en el blanco de los brasileños que se mostraron impermeables al evolucionismo de Teilhard de Chardin, estrella fugaz de la nueva teología posconciliar: cruzada contra la homosexualidad y el aborto, condena del marxismo, creencia en el infierno y en la acción del demonio… los evangélicos exhiben las cosas como son sin respeto humano.
Un personaje bastaría para resumir lo que está pasando en Brasil: el ex presidente Jair Bolsonaro. Católico de nacimiento, fue “bautizado” por un evangélico en las aguas del Jordán en 2016 y se casó con una pentecostal en presencia de Silas Malafaia, amigo íntimo de la pareja, uno de los televangelistas más populares de América Latina.
“Brasil sobre todo, Dios sobre todos”. Con este lema de campaña, Jair Bolsonaro ganó las elecciones en 2018, promoviendo el advenimiento de una nación cristiana que se sometería a los preceptos morales y religiosos de la Biblia.
Un enfoque que va en contra de los múltiples procesos sinodales –sobre la familia, la Amazonia, la sinodalidad, etc.– los cuales, poniendo muy a menudo la fe entre paréntesis o con puntos suspensivos, no han logrado la unidad de los creyentes.
FSSPX
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