martes, 20 de febrero de 2024

LOS OJOS Y LA MIRADA

Los ojos tienen una poderosa influencia para cautivar y seducir o repeler y aterrorizar, para castigar o recompensar, para animar o desanimar.

Por Marian T. Horvat


Nuestros ojos revelan quiénes y qué somos.

En primer lugar, un hombre debe aprender a leer el rostro de su prójimo para poder responderle adecuadamente. Si hace esto, tendrá cuidado de no provocar a una persona que esté de mal humor o enojada. Puede evitar las relaciones con aquellos que son furtivos o tortuosos. Se sentirá inspirado por la honestidad y la franqueza del buen amigo. En resumen, un hombre tiene el deber de convertirse en un “lector de rostros”. También debe mantener una expresión amable y directa ante los demás. Un joven debe dominarse a sí mismo y a su expresión. ¡Qué desagradable es para todos la cara enfurruñada y malhumorada de un chico malcriado o la cara malhumorada de un joven temperamental!

Este primer punto es particularmente interesante para nosotros, los estadounidenses, que tendemos a creer que los rostros y las miradas no reflejan la disposición interna de una persona. Debemos observar con atención cuán común y normal es que otros pueblos consideren el análisis de la fisonomía como una de las cosas más elementales que un joven debe aprender a hacer.

En segundo lugar, tenemos el deber natural de mantener nuestros ojos físicamente limpios y protegerlos de cualquier daño. Hace muchos años atrás, cuando la televisión acababa de ser presentada, era difícil imaginar el alcance del daño ocular y la fatiga que podrían resultar de las largas horas viendo televisión o sentado frente a la pantalla de una computadora, como es habitual en la mayoría de los hogares hoy en día. Si no se tiene más cuidado, se pueden producir daños oculares permanentes.

En tercer lugar
, moralmente hablando, lo que permitimos que nuestros ojos vean tiene un efecto en lo que pensamos. Nuestro Señor enseñó claramente que un hombre puede pecar, incluso mortalmente con los ojos, si mira personas o imágenes que evocan pensamientos impuros. Los hombres deben practicar la custodia de los ojos desde que son niños. Los buenos padres y maestros deben enseñar a los jóvenes a apartar la vista de imágenes inmorales, malas escenas en las pantallas de los medios y cosas que pueden conducir a pensamientos pecaminosos.

¡Cuántos padres equipan a sus hijos con un casco de triciclo para protegerles la cara y los ojos, y luego ignoran los grandes peligros de las imágenes inmodestas y vulgares de los anuncios televisivos y de las revistas que entran y se fijan en la mente del niño! ¡Cuántos padres olvidan que un hijo se da cuenta de sus miradas de admiración y lujuria hacia mujeres vestidas inmodestamente y que más tarde imitará! Un niño y un joven aprenden del ejemplo mucho más que de las lecciones de los libros o de los sermones sobre moralidad.

Esforcémonos, pues, en componer nuestras expresiones con la práctica de la autodisciplina y nuestra mirada con la práctica del pudor católico.


El exterior es el reflejo del interior

De todas las partes del cuerpo humano, el rostro es sin duda la más distinguida, noble, bella y expresiva. El rostro es la parte del cuerpo humano que expresa externamente los sentimientos y sensaciones de un hombre. En él se encuentra un cuadro del hombre interior: el espíritu, la voluntad, los sentimientos, las emociones, las penas y los placeres, las virtudes y los vicios...

La rebelión y el odio están presentes en la mirada de este monje budista

Las impresiones y la edad transforman la fisonomía, que puede describirse como la expresión general del rostro. Un mismo rostro sirve para la risa y el llanto; puede mostrar la furia o una sonrisa; y una palabra chocante u ofensiva produce sonrojo. Una profunda tristeza cubre el rostro con un velo sombrío. La felicidad lo ilumina, una sonrisa lo alumbra como un rayo de luz. Los ojos brillan de placer o de ira, de satisfacción o de esperanza.

Todas estas transformaciones son reflejos directos de los estados del alma, una traducción definitiva del sentimiento, el pensamiento y el estado de conciencia de un hombre. Ningún sistema telegráfico poseyó jamás señales tan variadas y rápidas.

De esto se sigue que, en el trato con los demás, cada persona debe ser un lector de rostros, es decir, debe saber leer e interpretar los signos estampados en las fisonomías de aquellos con quienes vive y trabaja.

Otro deber que nos impone la convivencia es ofrecer a los demás una fisonomía amable y benévola, en la que los demás lean cordialidad y afabilidad. Un rostro que atrae o repugna a los demás no depende de la regularidad o las líneas naturales de nuestros rasgos, sino de la expresión de bondad o dureza que proyectamos en nuestro exterior.

Las fisonomías repulsivas son las que carecen de serenidad interior, intelectual o moral, o reflejan un estado del alma desequilibrado o frívolo. Por ejemplo, resulta inquietante ver a una persona mantener un aire sombrío y oscuro durante una narración alegre, o tener un porte risueño y alegre cuando escucha el relato de un desastre o un suceso doloroso.


Los ojos son la luz del cuerpo

Los ojos son los órganos más nobles y preciosos que embellecen al hombre. Con ellos disfrutamos de un imperio de extensión ilimitada; podemos contemplar tanto lo infinitamente grande con un telescopio como lo infinitamente pequeño con un microscopio, ambos respectivamente inmensos y maravillosos.

Los ojos –y su memoria visual– son la caja fuerte en la que guardamos las fisonomías de nuestros seres queridos, así como los preciados panoramas y paisajes de nuestra patria. Nada traduce mejor el pensamiento y el espíritu de un hombre como sus ojos. Animan e iluminan la fisonomía; son la característica más distintiva y personal de un hombre.

Cuando no podemos observar los ojos, todo se vuelve indescifrable en una fisonomía. Cuando un hombre esconde sus ojos detrás de unas gafas oscuras, se vuelve enigmático. Para el alma sincera y recta, parece estar ocultando un aspecto reprensible de su carácter o algún defecto similar.


En cada persona, sobre todo en la infancia, la claridad de la mirada es el reflejo de la pureza del alma. En la mirada de una madre se condensa y resume toda una historia de amor maternal. De los ojos brotan lágrimas, signos inequívocos de una fuerte emoción. Entre los hebreos y árabes, ojo significa fuente; de hecho, de los ojos brotan ríos de lágrimas, torrentes de ira o un torrente de bondad.

Hay ojos furtivos, duros y secos. Otros son sinceros, límpidos, amables y cautivadores. Algunos irritan, otros agradan. Algunos repelen, otros atraen y alientan. La mirada humana tiene una influencia y un poder indescriptibles. La imagen de la mirada de un padre y de una madre, por ejemplo, quedará impresa en la memoria del niño durante toda su vida. La dulce luz de sus ojos puede guiar a los niños por el camino correcto. ¡Afortunado el niño que encuentra esa mirada en las horas amargas de la adversidad y la tentación! Cuántos hombres se salvaron de la desesperación por la comprensión que sintió en una mirada amiga.

Los ojos tienen una poderosa influencia para cautivar y seducir o repeler y aterrorizar, para castigar o recompensar, para animar o desanimar. Con su mirada un hombre domina a las fieras, domestica a los leones y somete la ferocidad de los tigres.


El deber de cuidar estos preciosos instrumentos

El primer deber natural es, pues, tratar bien nuestros ojos. Todo instrumento, sobre todo cuando es delicado, necesita mantenerse limpio para conservarse en buen estado. Sólo tenemos un par de ojos; por lo tanto, deben ser tratados con el mayor cuidado y consideración.

No se debe leer ni escribir sin suficiente luz en la habitación. Los jóvenes frecuentemente son descuidados en este punto; luego lamentan su imprudencia porque, incluso en este mundo, todos tienen que pagar las consecuencias de acciones que transgreden las leyes naturales sabiamente establecidas.

Asimismo, demasiada luz, al igual que los destellos repentinos y demasiado prolongados, son perjudiciales para los ojos. Las luces fluorescentes de las grandes ciudades que se encienden y apagan en múltiples colores pueden causar fácilmente debilidad o problemas oculares. Lo mismo puede decirse de quienes ven demasiada televisión, frecuentan las salas de cine o utilizan equipos profesionales que fatigan la vista.

Muchas veces podemos sufrir graves problemas oculares por falta de higiene. Nunca debemos tocar ni limpiar estos delicados órganos con las manos, dedos, paños o pañuelos sucios.


Respeto y pureza

Hay otro cuidado sumamente importante que debemos tener, es decir, hacer un buen uso de la vista siempre. La ley suprema es velar por ellos siempre dentro de los límites del pudor católico. Nuestra vista no debe posarse sobre objetos que despierten malos pensamientos.

Que nuestros ojos nos sirvan para observar y admirar los grandes espectáculos de la naturaleza y los cielos, las cualidades y la prodigiosa variedad de minerales, plantas y animales.

Deberíamos reflexionar aún más en las miradas de nuestros padres, leyendo en ellas su ternura y amor; a veces también podemos leer el disgusto que les causan nuestras faltas. Sus miradas severas sirven para corregirnos y evitar que nos extraviemos.


Arriba: San Luis Gonzaga mantuvo su pureza e inocencia hasta su muerte.
Abajo: las miradas engañosas y egoístas de unos niños gitanos sicilianos ya revelan una pérdida de inocencia


Los ojos de un buen hijo expresan amor, reverencia y fidelidad, mientras que los ojos de un mal hijo revelan la mentira, la deslealtad y un mal estado del alma.

En lugar de miradas furtivas y engañosas, busquemos tener una fisonomía abierta, franca, llena de compasión hacia el prójimo que sufre, sumisa y respetuosa con los mayores, y al mismo tiempo siempre firme y resuelta contra los enemigos de Dios y de la patria.

Los ojos son ventanas del alma; porque para los incautos, la muerte espiritual entra por estas ventanas. Es necesario vigilar mucho el sentido de la vista, pues la gula de los ojos, como dice Bossuet, es un vicio que nunca se sacia y no tiene límites ni fondo. Si no se tiene custodia sobre los ojos, éstos se convierten en anzuelos infernales que arrebatan sin falta el alma y la hacen caer en el pecado. Basta recordar a la mujer del faraón, Puttifar, que intentó seducir a José; los acusadores de la casta Susana; la imprudencia de la mirada de David sobre Betsabé y sus tristes consecuencias.


El espectáculo más bello del mundo

El rostro del inocente es tan hermoso que un antiguo autor tenía razón cuando afirmaba que el espectáculo más bello del mundo es el rostro de un joven de veinte años que supo preservar su inocencia.

A continuación sigue la descripción física del rostro y comportamiento de Nuestro Señor de una carta original del funcionario romano Publio Léntulo en un informe al Senado:

“Apareció en estos días un hombre de la nación judía de gran virtud, llamado Jesús, que aún vive entre nosotros... Un hombre de alta estatura y atractivo, con un semblante muy reverente, tal que los espectadores pueden tanto amar como temer, su cabello rubio y tendiendo a castaño, es recto hasta sus orejas, donde hacia abajo es más rizado y ondulado hasta sus hombros. Tiene la raya en medio de la cabeza a la manera de los nazarenos. Su frente es recta y desenvuelta; Su rostro sin mancha ni arruga; Su nariz y boca tan formadas que nada puede reprochársele; Su barba espesa, de color como Su cabello, no muy larga, pero bifurcada; Su mirada inocente y madura; Sus ojos grises, claros y rápidos.


Al reprender la hipocresía es terrible; al amonestar, cortés y de palabra justa; agradable en la conversación, mezclada con gravedad. No se recuerda que nadie lo haya visto reír, pero muchos lo han visto llorar. En proporción de cuerpo, excelentísimo; sus manos y brazos delicados de contemplar. En el hablar, muy templado, modesto y sabio. Un hombre que, por su singular belleza, sobrepasa a los hijos de los hombres”.



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