Por Marian T. Horvat
1. Pregunta – ¿Qué opinas de los constantes cambios de moda en la vestimenta?
Hay algo bueno y algo malo en esto. El lado bueno es que a nosotros como seres humanos, y especialmente a las mujeres, nos gusta tener cierta variedad en la vestimenta. Hace la vida más placentera y llevadera. Esto es normal. Quizás sea para satisfacer esta necesidad psicológica que Dios cambia el “vestido” de la naturaleza cuatro veces al año, en cada estación. La Iglesia Católica también cambia sus ceremonias, vestimentas y colores varias veces durante el año litúrgico.
El lado equivocado es que se estableció artificialmente un decreto no escrito según el cual para estar “in” una mujer tiene que seguir las últimas modas de París, Londres o Roma. Si no quieres que te desprecien en determinados ambientes, tienes que seguir a los grandes modistos, que se convirtieron, de hecho, en los dictadores de la moda.
Esta tendencia se estableció con más firmeza después de la Segunda Guerra Mundial, cuando en un París recién liberado, un modisto francés desconocido llamado Christian Dior mostró una colección de vestidos completamente diferente a la moda femenina de antes de la guerra. Su moda se convirtió en moda. Vogue, Bazaar, Glamour y otras revistas se subieron al carro para anunciar que toda la ropa de ayer estaba pasada de moda.
2. Pregunta : ¿Podrías ser un poco más específica acerca de qué hay de malo en eso?
Hay muchas cosas malas en este enfoque de la moda. No creo que uno deba sentirse obligado a cambiar siempre a un nuevo estilo. El cambio en sí mismo no es un mal. Comprarse un vestido nuevo o complementos de vez en cuando es normal. Pero tener que cambiar casi todo cada nueva temporada, comprar la última ropa y descartar o dejar a un lado el guardarropa anterior es un desequilibrio.
Este tipo de manía por el cambio estimula la inestabilidad y la superficialidad del alma y fomenta la competencia viciosa y la comparación entre las mujeres. Las damas que pueden permitirse el lujo de seguir la última moda tienden a menospreciar a las que no pueden, y estas últimas se sienten constantemente tentadas a envidiar a las primeras.
Además, si sigues este camino fácilmente puedes gastar más allá de tus posibilidades y quedar endeudada. En muchas ocasiones esta tendencia al gasto imprudente para mantenerse al día con los estilos ha perturbado la paz matrimonial y provocado peleas. Las mujeres pierden así su originalidad, libertad y paz para convertirse en esclavas de la extravagancia de los grandes modistos.
3. Pregunta – Te has referido a la extravagancia de los diseñadores. ¿No crees entonces que la alta costura de París y otras capitales de la moda son un punto de referencia en materia de elegancia?
Vayamos un poco más lento para no quemar ningún paso del proceso.
En tiempos pasados París tuvo la corte más brillante de Europa, que era un punto de referencia para todo ese continente que, a su vez, era el punto de referencia para el resto del mundo. De modo que lo que se hacía en París normalmente se repetía tarde o temprano en todas partes. Esto fue en el ámbito de las ideas, las artes y las modas. Se puede ver la influencia cultural francesa en la vida cortesana de Rusia hasta la Revolución Comunista.
La gran duquesa rusa María con el último y elegante atuendo francés en 1912
Esta influencia natural de Francia, que a mi juicio está relacionada con su extraordinaria vocación de hija mayor de la Iglesia Católica, fue aprovechada por las fuerzas revolucionarias, que hicieron de París y de Francia semillero de malas ideas, arte revolucionario y modas extravagantes, y desde allí difundirlas por todo el mundo.
Ciertamente los franceses tenían el don de la elegancia. Todas las clases nobles de los países occidentales tenían elegancia, pero en Francia la elegancia no era un privilegio sólo de las clases más altas. Impregnaba la sociedad de arriba a abajo.
Este don, en muchos sentidos, comenzó a desvanecerse después de la Primera Guerra Mundial, cuando las tendencias igualitarias y libertarias comenzaron a acelerarse en la ropa femenina. Se volvieron cada vez más vulgares, extravagantes e inmorales. En los años '20, la alta costura promovía la vestimenta masculina para las mujeres, acortando la falda hasta las rodillas. La siguiente década vio avances hacia la desnudez, especialmente en ropa de verano y de playa.
Ropa de verano de entreguerras preparada para la inmoralidad actual.
Yves Saint Laurent, al centro, con un traje unisex pionero, posa con sus modelos en los años 60
Tras estos cambios iniciales vino la gran invasión de la extravagancia tras la Segunda Guerra Mundial, hubo un tercer movimiento decisivo que revolucionó la indumentaria: la Revolución de la Sorbona en mayo de 1968, o la Revolución de los años 60 como más se la conoce aquí. Una de las modas más características de esa época fue la minifalda. El famoso diseñador francés Courréges tomó la minifalda londinense, que se exhibía en los ambientes bajos, y la proyectó en la escena de la moda mundial.
Además de la evidente inmoralidad de la minifalda, se produjo una verdadera revolución en la vestimenta femenina. Los lujosos accesorios y las elegantes líneas desaparecieron. El tono elevado y aristocrático fue abandonado, reemplazado por ropa cada vez más básica y vulgar. De París llegó la moda “unisex”, y si bien los diseños unisex incluían camisas, pantalones, zapatos, chaquetas, etc., la prenda más popular eran los jeans azules. Al comienzo de la moda de los jeans azules, los usuarios se esforzaron mucho en desteñirlos y encogerlos, hasta que comenzaron a aparecer descoloridos y deshilachados en las tiendas.
En 1968, el modisto Saint Laurent exclamó: “¡À bas le Ritz! ¡Vive la rue! (¡Abajo el Ritz! ¡Viva la calle!). Es decir, abajo la distinción y la ceremonia. ¡Fuera el buen gusto y la delicadeza! ¡Viva la vulgaridad y la sensualidad! Esta revolución hippie de 1968 cambió la alta costura francesa. Se puede trazar una línea divisoria antes y después de la Revolución de la Sorbona.
Pero incluso en los tiempos en que la alta costura francesa era indiscutiblemente elegante, no creo que todas las élites sociales deberían haberla seguido. Esta costumbre de seguir un único estilo o unos pocos choca con una auténtica libertad de costumbres tan propia de sociedades verdaderamente católicas, es decir: sacras, antiliberales y antiigualitarias.
Cada pueblo tiene su propia vocación ante Dios y sus propias tradiciones, que generan distinciones y encantos regionales y nacionales en la vestimenta de un pueblo. Cuando las elites fueron fieles representantes del pasado de sus países, escaparon de esta producción artificial de estilos provenientes de una influencia externa. Cuanto más estables sean las instituciones, las costumbres y el pensamiento de un pueblo, más estables y menos propensas a cambios constantes y desdeñosos serán sus modas.
De arriba a abajo, la moda del siglo XIX en Baviera, Holanda y Polonia. Cada una refleja un carácter nacional.
Un ejemplo de ello lo tenemos en los campesinos de muchos países europeos, que conservaron su vestimenta tradicional, transmitida de generación en generación. Cada pueblo desarrolló una vestimenta para representar su carácter distintivo. La vestimenta popular de una niña sueca era diferente a la de la griega, y bastante diferente de la vestimenta tradicional de una joven japonesa. En mi opinión, todos estos vestidos representan de forma sana el carácter de estos pueblos. Reflejan su dignidad y contienen la semilla de la auténtica elegancia. Incluso cuando uno puede encontrar alguna influencia pagana aquí, o alguna nota rústica y torpe allá, bajo la sabia guía de la Civilización Católica, estoy segura de que estas tradiciones engendrarían diversos patrones de auténtica elegancia.
Esta regla debería aplicarse también a las clases superiores. También deberían representar sus propias tradiciones y no permitirse convertirse en esclavos de los dictadores de la moda.
Puedo dar un ejemplo de cómo la nobleza húngara de los siglos XVIII y XIX logró este tipo de distinción y elegancia. Para hacer esto, permítanme cambiar un poco la lente y pasar a la ropa de hombre. La élite húngara se negó a seguir las modas francesa o inglesa que ya se estaban imponiendo en todas partes. Los nobles magiares de aquella época supieron desarrollar las buenas tradiciones de su pueblo y elaboraron un estilo distintivo.
Esto se aprecia en el traje militar bastante refinado que vestían, que seguía un patrón occidental, pero conservaba una característica capa suelta, llamada pelisse, confeccionada con pieles negras de pantera o leopardo y que colgaba del hombro izquierdo, y un característico sombrero de piel de oso marrón, el busby. En la parte superior del sombrero llevaba una aigrette, un conjunto de plumas sujetas en la base con un espléndido broche de piedra preciosa.
Con ello, el noble húngaro logró sintetizar armónicamente sus orígenes bárbaros con su historia católica, el esplendor y la imaginación de Oriente, representado por el manto y el sombrero, con el equilibrio y proporción de Occidente, expresado en el uniforme cruzado. El resultado fue una maravillosa manifestación de la personalidad húngara. Si alguien hubiera insistido en que aquellos nobles húngaros debían adoptar el estilo de vestir francés o inglés, habría destruido una parte de su personalidad.
Este atuendo típico de los nobles húngaros, de hecho, inspiró el uniforme del regimiento de húsares húngaros, que adaptó los trajes de los nobles. Por lo tanto, la élite de Hungría no sintió la necesidad de imitar a ningún otro país.
Por el contrario, tanto los nobles como los oficiales y soldados estaban tan seguros de llevar trajes que seguían sus propias tradiciones que fueron otros quienes los copiaron. El nombre, el carácter y la vestimenta de los húsares se extendieron gradualmente a los ejércitos prusiano, francés, austriaco y británico, cada uno de los cuales creó sus propios regimientos de húsares.
Permítanme volver a las damas. En mi opinión, imponer un estilo único a todas las damas dictando que todas deben vestirse según las reglas francesas y los hombres seguir el estilo inglés es una simplificación errónea. Destruye la sana diversidad que Dios estableció entre los pueblos. Es la manera de imponer una especie de comunismo en las élites, en lugar de un comunismo en los proletariados.
4. Pregunta : ¿Puedes explicar qué quieres decir con el término “extravagancia”?
Déjame darte una breve respuesta. Quizás podríamos volver a este tema en otra serie de preguntas, porque la extravagancia jugó un papel importante en el lanzamiento y la aceptación de una nueva moda revolucionaria. Extravagante es una palabra inglesa que proviene del latín medieval extra vagans que significa “alguien que camina fuera del camino normal”. Aplicada a nuestro caso la palabra cubre un amplio campo.
Extravagancia en el maquillaje
Puede significar usar ropa un poco diferente de los estilos normalmente aceptados, como alguien que usaría esmalte de uñas azul o verde en lugar del rojo y rosa habituales. El otro polo de la extravagancia se extiende hasta el uso de prendas o complementos absolutamente chocantes con el buen sentido. Aquí se encuentra la nueva moda de los piercings en el cuerpo (poner aretes en la nariz, la lengua, las cejas, el estómago, etc.) tanto para mujeres como para hombres. Se trata de una extravagancia con un toque de masoquismo.
5. Pregunta – Has mencionado la inmoralidad de las modas. ¿Cuál crees que es la posición católica correcta ante tantas modas que han “evolucionado” con los tiempos? Tenemos trajes de baño que ayer fueron condenados como inmorales y hoy son aceptados; tenemos los pantalones que antes estaban prohibidos para las mujeres y hoy están aprobados; tenemos las minifaldas y las blusas sin mangas que se consideraban inmorales y hoy en día se suelen usar para ir a Misa e incluso para recibir la Comunión. ¿Cuáles son los principios morales que rigen la moda?
Para responder a esto, tengo que describir una corriente ética incorrecta que aprueba y respalda esas cosas que mencionas.
La moral situacional, o ética de la situación, es una interpretación progresista de la moral católica que se basa en el supuesto de que las normas que regulan el comportamiento privado y social deben cambiar con los tiempos para adaptarse a las nuevas mentalidades y necesidades de los hombres. Cada norma puede y debe adaptarse a cada nueva situación. De ahí su nombre: Ética de la situación.
Esta corriente está categóricamente equivocada porque es relativista, es decir, considera que todo, incluida la Moral, evoluciona con los tiempos. Fue fuertemente condenada por Pío XII como modernista [1].
Hoy esta condena ha sido olvidada, ya que estos mismos errores han sido adoptados en la práctica en innumerables temas y aplicados casi en todas partes en la “nueva” moral de la iglesia conciliar. Esta noción relativista de la moral está influyendo en casi todas las autoridades e instituciones religiosas católicas. Por esa razón, tenemos los cambios que has descrito.
Soy una ferviente adepta de la perenne Moral Católica y pienso que los mismos principios de decencia y modestia respecto a la vestimenta que se aplicaban ayer deben ser aceptados y aplicados hoy.
6. Pregunta – ¿Cuáles son esos principios?
La Iglesia Católica siempre nos enseñó que la forma de vestir debe cumplir tres condiciones: las necesidades de higiene, modestia y decoro. Muchos católicos todavía son conscientes de las dos primeras normas, pero han perdido el sentido de lo que satisface las leyes del decoro adecuado. La palabra decoro, que proviene de dignidad, significa un modo de ser y una manera apropiada a la dignidad de tu condición de hijo de Dios, y apropiada al respeto que debes al prójimo que vive contigo en sociedad.
Estas tres condiciones sirven, pues, para el adecuado y recto desarrollo de la naturaleza física, espiritual y social del hombre. Si hace falta una fuente autorizada que apoye lo que digo, hay una valiosa alocución que hizo Pío XII sobre la moda (8 de noviembre de 1957).
7. Pregunta : ¿Podrías describir estas tres condiciones?
La primera condición, la higiene, se relaciona con el uso de ropa adecuada para prevenir enfermedades o daños a la salud. Permíteme mencionar aquí un malentendido común en este campo. Innumerables personas piensan que la exposición frecuente del cuerpo al sol les hará más sanos y atractivos. Pero se ha demostrado que esta exposición provoca a menudo cáncer de piel, destruyendo así este mito de la salud. Y ese codiciado “bronceado” hará que la piel se vuelva correosa y dura a medida que envejece, destruyendo así este mito de la belleza.
Conozco a una mujer que siempre estaba “trabajando en su bronceado”. Cuando supo que tenía cáncer de piel debido a una larga exposición al sol, entró en pánico y tuvo que pasar por cirugías y tratamientos largos y dolorosos para volver a una situación normal. Evidentemente, perdió el entusiasmo inicial por el tema del bronceado y empezó a cubrirse.
Se puede ver que la buena salud no es sinónimo de decencia, y que el mito popular de no tener que vestirse cuando hace calor no es tan inteligente. Se podría aprender una lección de los beduinos del desierto africano, que han vivido constantemente bajo el sol desde los tiempos de Abraham. Se cubre casi por completo con túnicas holgadas para protegerse del sol.
8. Pregunta – ¿Y la segunda condición, la modestia?
La segunda condición, la modestia, palabra que proviene de modus, medida o límite, de hecho establece ciertas normas y límites en la vestimenta para proteger tanto la integridad moral de una persona como para evitar que despierte deseos sensuales en los demás. Como dijo sabiamente el Papa Pío XII: “La modestia es el baluarte natural de la castidad… porque modera los actos estrechamente relacionados con el objeto mismo de la castidad”.
La razón natural del pudor se puede encontrar en una explicación sabia. Las partes del cuerpo que Dios dio a los hombres para la conservación de la especie deben reservarse para la prudente discreción, la intimidad y la privacidad de la vida matrimonial. No tienen ninguna función pública y, por lo tanto, no deben exhibirse en público. No es sólo la desnudez total o la exhibición descarada de carne lo que está prohibido. La modestia también prohíbe el tipo de vestimenta que insinúa lo que no se debe mostrar. Esto se aplica principalmente a la vestimenta femenina.
La razón sobrenatural del comportamiento modesto es la obediencia a los Mandamientos de Dios y la preservación de la virtud de la castidad fuera o dentro del matrimonio.
Desarrollando un poco más el tema, la Iglesia nos enseña que existen tres grados de decencia respecto a las partes del cuerpo humano. Algunas partes se consideran honestas para mostrarlas en público, otras menos honestas y otras deshonestas. Algunos moralistas solían emplear un lenguaje más riguroso, calificando estas partes como no vergonzosas, semivergonzosas y vergonzosas. Las partes honestas o no vergonzosas son la cara, las manos y los pies; las menos honestas o semivergonzosas son la parte baja del cuello, la espalda, las piernas y los brazos; las deshonestas o desvergonzadas son los órganos reproductores y sus proximidades. El criterio que establece esta clasificación es el grado de incentivo hacia las pasiones sensuales que despiertan las partes mencionadas.
La modestia es la más importante de las condiciones que rigen la moda. Ninguna necesidad de higiene o de elegancia puede superar o prevalecer sobre las exigencias del pudor. Es decir, toda vestimenta debe seguir la moral católica sin excepciones a la regla.
9. Pregunta – ¿Qué pasa con la última condición?
La tercera condición, el decoro, también es importante y bastante descuidada hoy en día. Primero hay que considerar el decoro que cada uno debe tener respecto de sí mismo, y luego el decoro digno y necesario en la sociedad.
Dado que cada uno de nosotros está hecho a imagen y semejanza de Dios, cada uno de nosotros tiene una importancia y dignidad que se deriva de ello. Cada hombre y mujer merece respeto. Esto comienza con el respeto a uno mismo. Cada uno debería tomarse a sí mismo en serio. La consecuencia de este respeto por uno mismo respecto del decoro es que cada uno debe presentarse de manera digna. ¿Qué quiere decir esto?
El primer requisito es, por supuesto, la limpieza de la persona y del vestido; el segundo es el decoro y la corrección en los modales y la vestimenta. Hay un sabio lema, de espíritu muy católico, que dice: “Estar limpio es el lujo de los pobres”. Nadie que se respete a sí mismo, sea pobre o rico, debe descuidar la limpieza. No hace falta riqueza para aplicar el binomio agua y jabón que confluye a la perfección en una realidad llamada ducha, que produce ese punto de decoro indispensable que es estar libre de suciedad. De la misma manera, la ropa – ya sea rica o pobre – debe estar limpia.
Después de esto, viene la presentación de uno mismo. No hablo todavía de moda, sino de su presuposición. Después de la limpieza viene el decoro: peinarse, abotonarse la camisa, cepillar el abrigo, lustrarse los zapatos, pulirse las uñas. Sé que son cosas muy simples, pero si miras a tu alrededor, verás que incluso estas reglas elementales de decoro no se enseñan ni se practican hoy en día.
También existe la noción falsa de que sólo es necesario observar el decoro si se “sale” o si se va a ser visto por otros. Aunque te quedes en casa sin recibir a nadie, debes estar correctamente vestido. Este es el respeto que te debes a ti mismo para sentirte digno. De hecho no eres sólo imagen de Dios, sino que estás siempre en Su presencia, y en presencia de Sus Ángeles y Santos, y debes presentarte teniendo esto en cuenta. Éste es el decoro que cada uno se debe a sí mismo como hijo de Dios.
Hay una segunda parte que es el decoro que se debe tener en la sociedad. Tu prójimo también es criatura de Dios y merece respeto. Por eso uno practica el decoro en los modales y la conducta hacia los demás. La práctica de la cortesía en la vida diaria es un arte que los franceses llaman savoir plaire, saber agradar para hacer más agradable la vida del prójimo. Es un reflejo social de la virtud de la caridad. Si cada uno mostrara la preocupación de ser más amable y bondadoso con su prójimo, nuestra vida en sociedad sería mucho más placentera y llevadera. En este arte de agradar a los demás se podría incluir el moderado intento de las mujeres de adornarse y acentuar algunos puntos de su belleza.
Las mujeres tienen una inclinación natural a acentuar su elegancia y belleza para agradar: para complacer a la gente que las rodea en general, pero también es la inclinación natural de las mujeres que quieren atraer a un marido si están solteras, o para complacer a sus maridos, si están casadas. Por lo tanto, este deseo de vestirse bien y agradar a los demás deriva de la naturaleza y es bastante legítimo. No necesitas gastar grandes cantidades de dinero ni estar a la última moda para agradar con tu vestimenta.
Lo que está mal es la tendencia a utilizar vestimenta femenina para seducir. Esto es condenable. La Iglesia siempre nos enseñó que el decoro debe basarse en la modestia.
10. Pregunta: ¿Cómo aplicarían estas reglas de decoro a las mujeres a medida que envejecen y pierden algunos de sus elementos naturales de belleza?
Permítanme abordar primero un principio básico y luego aplicarlo a la pregunta. La posición católica rechaza la idea de que una dama deba intentar fingir una belleza que no tiene. La verdad es siempre una característica del católico. Lo que siempre tiene una señora católica, independientemente de su belleza física, es su dignidad innata. Cualquiera que sea su edad o su posición en la vida, no debe tratar de engañar a los demás pretendiendo tener lo que ella no tiene.
Esto se aplica especialmente a las mujeres de edad más madura. No necesitan aparentar una belleza que ha decaído o pasado. Lo que deberían tener es algo más precioso, una belleza de alma que haya madurado siguiendo los preceptos de la Moral Católica. Esto es lo que agrada y causa respeto. ¡Qué dignos eran los ancianos de décadas pasadas! ¡Cuánto respeto y confianza inspiraban! El aura de dignidad, seriedad y serena alegría se reflejaba no sólo en su semblante y porte, sino en una vestimenta decorosa que reflejaba su madurez.
Desafortunadamente, hoy en día este intento de parecer lo que no se es también se aplica a los hombres.
Un vestido de novia no debe ser sin mangas ni con escote, porque es un símbolo de la pureza de la novia. Arriba , el matrimonio de dos nobles alemanes, febrero de 2001. Su vestimenta demuestra que la moda y la moral pueden combinarse armoniosamente hoy en día.
La razón natural del pudor se puede encontrar en una explicación sabia. Las partes del cuerpo que Dios dio a los hombres para la conservación de la especie deben reservarse para la prudente discreción, la intimidad y la privacidad de la vida matrimonial. No tienen ninguna función pública y, por lo tanto, no deben exhibirse en público. No es sólo la desnudez total o la exhibición descarada de carne lo que está prohibido. La modestia también prohíbe el tipo de vestimenta que insinúa lo que no se debe mostrar. Esto se aplica principalmente a la vestimenta femenina.
La razón sobrenatural del comportamiento modesto es la obediencia a los Mandamientos de Dios y la preservación de la virtud de la castidad fuera o dentro del matrimonio.
Desarrollando un poco más el tema, la Iglesia nos enseña que existen tres grados de decencia respecto a las partes del cuerpo humano. Algunas partes se consideran honestas para mostrarlas en público, otras menos honestas y otras deshonestas. Algunos moralistas solían emplear un lenguaje más riguroso, calificando estas partes como no vergonzosas, semivergonzosas y vergonzosas. Las partes honestas o no vergonzosas son la cara, las manos y los pies; las menos honestas o semivergonzosas son la parte baja del cuello, la espalda, las piernas y los brazos; las deshonestas o desvergonzadas son los órganos reproductores y sus proximidades. El criterio que establece esta clasificación es el grado de incentivo hacia las pasiones sensuales que despiertan las partes mencionadas.
La modestia es la más importante de las condiciones que rigen la moda. Ninguna necesidad de higiene o de elegancia puede superar o prevalecer sobre las exigencias del pudor. Es decir, toda vestimenta debe seguir la moral católica sin excepciones a la regla.
9. Pregunta – ¿Qué pasa con la última condición?
La tercera condición, el decoro, también es importante y bastante descuidada hoy en día. Primero hay que considerar el decoro que cada uno debe tener respecto de sí mismo, y luego el decoro digno y necesario en la sociedad.
Traje tradicional campesino: sencillo, decoroso, colorido y con un encanto atemporal.
Dado que cada uno de nosotros está hecho a imagen y semejanza de Dios, cada uno de nosotros tiene una importancia y dignidad que se deriva de ello. Cada hombre y mujer merece respeto. Esto comienza con el respeto a uno mismo. Cada uno debería tomarse a sí mismo en serio. La consecuencia de este respeto por uno mismo respecto del decoro es que cada uno debe presentarse de manera digna. ¿Qué quiere decir esto?
El primer requisito es, por supuesto, la limpieza de la persona y del vestido; el segundo es el decoro y la corrección en los modales y la vestimenta. Hay un sabio lema, de espíritu muy católico, que dice: “Estar limpio es el lujo de los pobres”. Nadie que se respete a sí mismo, sea pobre o rico, debe descuidar la limpieza. No hace falta riqueza para aplicar el binomio agua y jabón que confluye a la perfección en una realidad llamada ducha, que produce ese punto de decoro indispensable que es estar libre de suciedad. De la misma manera, la ropa – ya sea rica o pobre – debe estar limpia.
Después de esto, viene la presentación de uno mismo. No hablo todavía de moda, sino de su presuposición. Después de la limpieza viene el decoro: peinarse, abotonarse la camisa, cepillar el abrigo, lustrarse los zapatos, pulirse las uñas. Sé que son cosas muy simples, pero si miras a tu alrededor, verás que incluso estas reglas elementales de decoro no se enseñan ni se practican hoy en día.
También existe la noción falsa de que sólo es necesario observar el decoro si se “sale” o si se va a ser visto por otros. Aunque te quedes en casa sin recibir a nadie, debes estar correctamente vestido. Este es el respeto que te debes a ti mismo para sentirte digno. De hecho no eres sólo imagen de Dios, sino que estás siempre en Su presencia, y en presencia de Sus Ángeles y Santos, y debes presentarte teniendo esto en cuenta. Éste es el decoro que cada uno se debe a sí mismo como hijo de Dios.
Hay una segunda parte que es el decoro que se debe tener en la sociedad. Tu prójimo también es criatura de Dios y merece respeto. Por eso uno practica el decoro en los modales y la conducta hacia los demás. La práctica de la cortesía en la vida diaria es un arte que los franceses llaman savoir plaire, saber agradar para hacer más agradable la vida del prójimo. Es un reflejo social de la virtud de la caridad. Si cada uno mostrara la preocupación de ser más amable y bondadoso con su prójimo, nuestra vida en sociedad sería mucho más placentera y llevadera. En este arte de agradar a los demás se podría incluir el moderado intento de las mujeres de adornarse y acentuar algunos puntos de su belleza.
Las mujeres tienen una inclinación natural a acentuar su elegancia y belleza para agradar: para complacer a la gente que las rodea en general, pero también es la inclinación natural de las mujeres que quieren atraer a un marido si están solteras, o para complacer a sus maridos, si están casadas. Por lo tanto, este deseo de vestirse bien y agradar a los demás deriva de la naturaleza y es bastante legítimo. No necesitas gastar grandes cantidades de dinero ni estar a la última moda para agradar con tu vestimenta.
Lo que está mal es la tendencia a utilizar vestimenta femenina para seducir. Esto es condenable. La Iglesia siempre nos enseñó que el decoro debe basarse en la modestia.
10. Pregunta: ¿Cómo aplicarían estas reglas de decoro a las mujeres a medida que envejecen y pierden algunos de sus elementos naturales de belleza?
Permítanme abordar primero un principio básico y luego aplicarlo a la pregunta. La posición católica rechaza la idea de que una dama deba intentar fingir una belleza que no tiene. La verdad es siempre una característica del católico. Lo que siempre tiene una señora católica, independientemente de su belleza física, es su dignidad innata. Cualquiera que sea su edad o su posición en la vida, no debe tratar de engañar a los demás pretendiendo tener lo que ella no tiene.
Esto se aplica especialmente a las mujeres de edad más madura. No necesitan aparentar una belleza que ha decaído o pasado. Lo que deberían tener es algo más precioso, una belleza de alma que haya madurado siguiendo los preceptos de la Moral Católica. Esto es lo que agrada y causa respeto. ¡Qué dignos eran los ancianos de décadas pasadas! ¡Cuánto respeto y confianza inspiraban! El aura de dignidad, seriedad y serena alegría se reflejaba no sólo en su semblante y porte, sino en una vestimenta decorosa que reflejaba su madurez.
Desafortunadamente, hoy en día este intento de parecer lo que no se es también se aplica a los hombres.
Hoy en día podemos encontrar hombres maduros o incluso bastante mayores que intentan parecer más jóvenes a toda costa. Algunos aparecen en público con ropa deportiva, otros tienen el pelo teñido y otros visten bermudas y camisetas como un adolescente. En tiempos pasados era todo lo contrario. El joven, en su ardiente deseo de responsabilidad, madurez y acción, aspiraba a vestirse como un hombre: serio y solemne. La idea revolucionaria de que un hombre ya no debe ser serio está produciendo esta ridícula generación de “muchachos”, sea cual sea la edad. En mi opinión, en lugar de prolongar su juventud, avanzan más rápidamente hacia la senilidad, ya que es difícil tomar en serio a una persona así.
Santa Francisco de Sales tuvo unas breves palabras que decir sobre las damas y los caballeros ricos en edad: “Los ancianos siempre son ridículos cuando intentan parecer jóvenes”. “En lugar de eso” -aconseja- “que se adornen con gracia, decencia y dignidad”. Es un consejo sabio que se aplica a todos los tiempos, sin exceptuar el nuestro.
Santa Francisco de Sales tuvo unas breves palabras que decir sobre las damas y los caballeros ricos en edad: “Los ancianos siempre son ridículos cuando intentan parecer jóvenes”. “En lugar de eso” -aconseja- “que se adornen con gracia, decencia y dignidad”. Es un consejo sabio que se aplica a todos los tiempos, sin exceptuar el nuestro.
* * * *
He dado las líneas generales de algunos de los factores psicológicos y morales que deberían aplicarse a la moda. Evidentemente, cada punto podría desarrollarse más con ejemplos y citas. Pero aquí sólo quería exponer algunos principios básicos de la moda católica, que estoy tomando de Pío XII y de algunos otros buenos moralistas.
La moda católica es una realidad. Es algo que vale la pena desarrollar y trabajar, y que se encuentra dentro del ámbito natural femenino donde las mujeres pueden ejercitar su delicadeza y buen gusto.
Nota:
[1] Decreto de la Congregación del Santo Oficio de 1956 , Acta Apostolicae Sedis 48, 1956, 114-145; Alocución a la Federación Mundial de Mujeres Jóvenes, 18 de enero de 1952; Mensaje radiofónico sobre la conciencia cristiana, 23 de marzo de 1952; Alocución al V Congreso Internacional de Psicoterapia y Psicología, 13 de noviembre de 1953).
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