martes, 6 de febrero de 2024

TUCHO INVENTA LA PÓLVORA

El último regalo de Doctrina de la Fe ha sido recordarnos que para la validez de los sacramentos, la forma no puede ser cambiada, so pena de que los sacramentos sean inválidos. Miren por dónde, ¡acaba de inventar la pólvora!

Por el padre Jorge González Guadalix


No crean que lo de Tucho es sencillo. Tucho ha conseguido entrar en el libro Guinness de los récords haciendo que una simple declaración de Doctrina de la Fe siga vivita, coleando y zascandileando por la Iglesia universal después de casi dos meses. Esto no lo conseguían ni Ratzinger, ni Müller ni Ladaria, así que menos bromas con Tucho. O más.

Un hombre tan polifacético que lo mismo te monta la de Dios es Cristo con Fiducia, que se dedica a explicar cosas tan simples que la misma Rafaela conoce desde su primera comunión. 

El último regalo de Doctrina de la Fe ha sido recordarnos que para la validez de los sacramentos, la forma, es decir, las palabras con que se administran, no pueden ser variadas so pena de que los sacramentos sean inválidos. Miren por dónde, ¡acaba de inventar la pólvora!, porque esto lo sabe Rafaela, lo tiene asumido desde siempre Joaquina, y no es novedad ni para la Juana de La Serna, Cándido el de Braojos o Julia de Piñuécar. Cosa tan clara que es recogida en los documentos del tan citado concilio Vaticano II: “Por lo mismo, nadie, aunque sea sacerdote, añada, quite o cambie cosa alguna por iniciativa propia en la Liturgia” (S.C. 22.3)

No me parece mal que lo recuerde, que hasta ahí podíamos llegar. Pero dicho esto, me pregunto qué medios y medidas eficaces van a emplear para garantizar la validez de los sacramentos, porque aquí de del “suplet ecclesia” no creo que sea conveniente emplearlo en demasía. 

Es que la cosa podría tener sus perendengues. Porque, claro, si voy a misa y el celebrante, en aras de su libérrima libertad, se cisca en el misal y cambia a su antojo las palabras de la consagración, yo me quedo sin misa. Y si a la hora de confesarme trafuca la fórmula elemental de la absolución, me volvería a casa con el saco sin vaciar. Y si a la hora de bautizar se siente creativo en la fórmula bautismal, resulta que llego con un niño moro -así se decía- a la iglesia, y en lugar de sacar un cristiano saco el mismo moro, eso sí, con la cabeza mojada. No parece serio, la verdad. 

Tampoco es para ponerse así, me dirán, que lo importante es la intención y no vamos  a ponernos tiquismiquis. Podría ser, pero es que por más intención que haya, que habría que verlo, si sale un señor sin revestir, lee cualquier cosa, en vez de pan y vino saca pasteles y un refresco y se inventa las palabras de la consagración, me temo que eso se parece a una misa como un huevo a una castaña o quizás menos.

La intención es lo que vale. Lo malo es que como la intención es interior y uno se sigue creyendo eso de que “De internis, neque Ecclesia”, pues acabas fijándote en el exterior. Bueno, te fijas y lo valoras según nada menos que el concilio y Tucho, que no digan que somos carcas, y compruebas que no te gusta.

¿Alguien va a preocuparse de garantizar que los sacramentos, para su validez, van a celebrarse como manda la Iglesia? Porque si no es así, se agradece el documento que me parece va a tener menos repercusión que la Fiducia, y ya sabemos que ríen de ríen. Si alguien se pensaba que con esto se acabó lo de las bendiciones, me temo que se equivoca.

Y con lo de las intenciones… no me hagan hablar. Porque los fieles cristianos tienen intención de muchas cosas, por ejemplo de ayudar a la Iglesia en sus necesidades. Intención, que es lo que por lo visto vale. Y basta. No hace falta pasar de ahí. 






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