miércoles, 29 de noviembre de 2023

EL PORTE DE UN HOMBRE REFLEJA SU EDUCACIÓN Y VIRTUD

El hombre católico nunca debe olvidar la presencia de Dios y de su ángel de la guarda, su propia dignidad y reputación, que se reflejan en su forma de sentarse, pararse y caminar.

Por Marian T. Horvat


En mi último artículo, dije que continuaría traduciendo y comentando el Pequeño Manual de Civismo para Jóvenes. Este es el Capítulo 2: El comportamiento.

La postura comprende el conjunto de las diversas posturas que asume el cuerpo cuando caminamos, nos sentamos o estamos de pie, solos o en compañía.

El porte refleja el grado de cultura de una persona. Es el indicador natural de una buena o mala educación. Es también la traducción externa de un conjunto de virtudes morales.

Todas las cualidades del porte se resumen en la dignidad de la postura. Debemos custodiar y conservar esta dignidad por respeto a:
Primero, la presencia de Dios, cuyo ojo está siempre sobre nosotros;

Segundo, la compañía de nuestro Ángel de la Guarda y otros Ángeles que siguen nuestras acciones;

Tercero, nuestra propia dignidad como católicos salvados por la Preciosa Sangre de Nuestro Señor Jesucristo.
Ahora bien, el respeto nace de lo que sabemos de una persona y de la estima que le tenemos. El respeto por un hombre proviene directamente del conocimiento que tenemos de él. Un hombre instruido, consciente de las maravillas orgánicas que Dios puso en un ser vivo, tiene respeto por la vida. Cuando es consciente de las grandezas y prerrogativas de la paternidad, respeta la sagrada constitución de la familia. Quien comprende la grandeza de la Divina Majestad respeta su presencia, sus representantes, las autoridades constituidas y el orden moral y social.

En el alma de la juventud, el respeto es una fuerza educadora indispensable, porque sólo con el respeto como fundamento es posible adquirir la virtud, disponer las mentes hacia las influencias del buen ejemplo y excitar y alimentar en la juventud los nobles ideales de la verdad, la bondad y la belleza.

Un padre, dando buen ejemplo en vestimenta y porte, posa orgulloso con sus hijos

Una postura laxa o descuidada es, por lo tanto, señal de ignorancia y falta de respeto hacia la presencia de Dios y los Ángeles. Esta actitud se traduce en una falta de respeto hacia nosotros mismos y hacia las personas con las que convivimos.

Un buen porte ayuda a establecer la buena reputación, que cada uno debe proteger cuidadosamente. Debido a que el exterior refleja nuestras disposiciones internas, nuestra postura nos muestra a nosotros mismos y a los demás cómo somos. En la medida en que nuestro porte manifiesta nuestras cualidades o nuestros defectos, merecemos estima o falta de consideración, simpatía o desprecio.

San Basilio el Grande, San Gregorio y el futuro emperador Julián el Apóstata estudiaban en Atenas al mismo tiempo. El comportamiento de este último manifestaba el desorden de su alma y escandalizaba a los demás estudiantes. Sus ojos eran agitados e inquietos, su tono arrogante, desdeñoso e insolente. El ceño fruncido y las muecas ridículas quitaban toda seriedad a su fisonomía; se reía bruscamente y sin motivo. Estas características, reveladoras de un mal carácter, llevaron a San Gregorio a decir: “¡Qué monstruo se está preparando para el Imperio!”. Y San Gregorio no se equivocó en su valoración.

¡Cuán diferentes de esto eran los santos! El amable San Francisco de Sales mantuvo siempre una dignidad tranquila y decorosa; la angelical Santa Teresa de Lisieux poseía un porte encantador y celestial, un retrato purísimo de la franqueza de su corazón.

Nunca es aconsejable renunciar a posturas serias y dignificantes. El frío, el calor, la incomodidad, incluso la enfermedad... nada justifica una postura incómoda porque la gran ley de la dignidad y el respeto trasciende con mucho la comodidad personal.

El buen porte es signo de virtud. Tanto en público como cuando estaba solo, San Francisco de Sales mantuvo siempre las posturas más correctas. Mons. De Camius, obispo de Belei (Francia), muy amigo del santo, tuvo muchas ocasiones de observarlo en secreto. Siempre lo encontró con una postura irreprensible. Tal era el respeto del Santo por la presencia de Dios que no cometía la más mínima imperfección en privado.

Después de esta excelente presentación de nuestro Manual de Civilidad, hay muy poco que agregar sobre el tema del porte. Se puede ver lo lejos que hemos llegado desde los principios básicos establecidos aquí sobre la buena postura y el comportamiento.

¿Quién habla hoy de lo importante que es mantener una buena postura, pudor y decoro en el vestir tanto cuando estamos solos como cuando estamos en público? Cuando hace calor, imaginamos que está justificado quitarnos la ropa y quitarnos los zapatos y los calcetines. Si estamos cansados, nos asumimos el derecho de encorvarnos en una silla o tirarnos descuidadamente sobre el sofá. Nuestra obsesión burguesa por la comodidad ha reemplazado a la “gran ley de la dignidad y el respeto”.

Este pequeño capítulo muestra la actitud propia del hombre católico, que nunca debe olvidar la presencia de Dios, su ángel de la guarda, su propia dignidad y reputación, que se reflejan en su forma de sentarse, pararse y caminar.


Continúa...


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