Por David Warren
Tal vez mi crítica al Instrumentum Laboris, y a los diversos documentos que se derivan de él a través del “sínodo sobre la sinodalidad”, sea trivial. Esto se debe a que los encuentro triviales. Se sugieren doctrinas sin más argumento que la insinuación de que son “modernas y actuales”.
Para empezar, no me hice católico para ser moderno y “estar al día”. Tuve que elegir. En efecto, al inscribirme en la Iglesia huía de las modas intelectuales, espirituales, emocionales y a veces físicas de mi época. Si hubiera nacido católico, no veo cómo no habría tenido que pasar por una revulsión similar. Porque no puedo imaginar una educación, en cualquier parte del mundo moderno, en la que esto pudiera evitarse.
Uno está, por así decirlo, marcado para el “martirio”. Como espero que todos los lectores sepan ya, esta palabra no describe necesariamente la muerte de un mártir, sino el “testimonio” del mártir, de la palabra griega para testimonio y el sufijo griego para “un estado o condición”.
Ser católico te distingue, como siempre lo ha hecho. La mejor analogía social que puedo imaginar es ser judío. En esa comparación, no es una opción. Dios entra en juego. Uno es “elegido” y no puede no serlo. Para el católico (que es el cristiano “por excelencia”) uno está bañado en la Gracia. Incluso en los momentos de duda religiosa, no puede escapar de ella.
He conocido a muchos católicos que lo han intentado. No he conocido a ninguno que lo haya conseguido, aunque los intentos de liberarse de Nuestro Señor le supongan mucho dolor y confusión.
Lo mismo ocurre con los que no consiguen escapar del todo, y que quedan marcados por una confusión que es fuente de dolor, para ellos y para los demás. A falta de claridad moral, no disponen de claridad intelectual, y viceversa.
Mi trivial crítica al Instrumentum Laboris, y siguientes, es papística. Me informó el Papa Pío X y, más recientemente, una meditación sobre este pasaje de Pascendi Dominici Gregis (“Sobre las doctrinas de los modernistas”, 1907):
Y como una táctica de los modernistas (así se les llama vulgarmente, y con mucha razón), táctica, a la verdad, la más insidiosa, consiste en no exponer jamás sus doctrinas de un modo metódico y en su conjunto, sino dándolas en cierto modo por fragmentos y esparcidas acá y allá, lo cual contribuye a que se les juzgue fluctuantes e indecisos en sus ideas, cuando en realidad éstas son perfectamente fijas y consistentes... (n. 3)
En este punto, creo que Pío X (soy consciente de que se me puede criticar incluso por mi elección de papas) fue alarmantemente clarividente, ya que su crítica seguiría siendo actual más de un siglo después. Su crítica a los modernistas de su tiempo describe perfectamente todas las características del “sínodo sobre la sinodalidad” de hoy, por eso, yo invitaría a todos los católicos que tengan interés en su religión, a leer la encíclica Pascendi Dominici Gregis completa.
Aun así, este pequeño pasaje tiene una aplicación más amplia, a los frutos eclesiásticos de las últimas sesenta temporadas. El santo Papa continúa diciendo que los modernistas:
Andan clamando que el régimen de la Iglesia se ha de reformar en todos sus aspectos, pero principalmente en el disciplinar y dogmático, y, por lo tanto, que se ha de armonizar interior y exteriormente con lo que llaman conciencia moderna, que íntegramente tiende a la democracia; por lo cual, se debe conceder al clero inferior y a los mismos laicos cierta intervención en el gobierno y se ha de repartir la autoridad, demasiado concentrada y centralizada (n. 37)El Papa Pío X no sólo anticipó la desaparición gradual, cuando no rápida, de las referencias a Cristo del lenguaje de un sucesor, sino del de toda la Iglesia después del Vaticano II, mucho tiempo después de su muerte. Esto se debe a que esto ya estaba ocurriendo en el mundo que le rodeaba.
Los Papas Santos (y ha habido unos cuantos) son sensibles a la relación entre Dios y el hombre. Esta me parece la mejor manera de explicar la sutileza de su análisis.
En los últimos sesenta años, la liturgia y la pastoral se han “desarrollado”, en gran medida, con un espíritu laico. No todos, pero sí una amplia mayoría de nuestros sacerdotes de la Iglesia, se avergüenzan de la retórica Católica Tradicional, que proporciona en sí misma lo contrario al modernismo. Y este cambio de retórica ha provocado un devastador cambio de perspectiva, con sus implicaciones doctrinales.
Porque fuimos y somos miembros de la Iglesia, fundada por Cristo, que es Dios encarnado. Este es el hecho retórico central, porque es el hecho central de nuestro ser. No se puede “relajar” sin relajar todo lo que es real.
Parte de la victoria (temporal) de los modernistas es este enorme “cambio de paradigma” retórico, cuyos meros detalles todavía estamos asimilando. Cuenta tanto o más que cualquier “bendición de un matrimonio gay” específico o un “nuevo matrimonio” o cualquier otra floritura herética que sea introducida por cualquier sínodo específico.
A través del secularismo progresivo, o para ser más simple, el progresismo, Cristo es por este medio progresivamente retirado de TODAS las bendiciones. La herejía sugerida como un cambio doctrinal “menor” es empequeñecida por este gigantesco acto de irreligión.
Mientras que la enseñanza Católica sobre el matrimonio es sólo una parte de un todo inmensamente integrado, esa palabra “integral” debe ser vista al menos dos veces.
Quizá seamos conscientes del escándalo (para el modernismo) del integralismo Católico (“autoritario” y “antipluralista” se nos advierte.) Pero esto es meramente la integridad externa que la Iglesia Católica ha intentado a veces (si no siempre, por instrucción de su Fundador).
La integridad de su enseñanza es lo que es más accesible a los sacerdotes católicos. Como sabía el Papa Pío, la obra de Tomás de Aquino sigue siendo necesaria para esta integridad, o más ampliamente, el intento racional de plasmar la verdad en el lenguaje.
La Religión Católica debe ser coherente. Desde sus comienzos, se presentó al hombre como un todo coherente, para ser descubierto y redescubierto por los fieles.
El “cambio de paradigma” de la “sinodalidad” es la última astucia del modernismo que es disperso y desarticulado en su forma.
The Catholic Thing
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