miércoles, 15 de noviembre de 2023

OBJECIONES CONTRA LA RELIGIÓN (14)

¿Cómo pueden ser ministros de Dios los malos sacerdotes?

Por Monseñor de Segur (1820-1881)


Porque malos y todo, no dejan de ser sacerdotes.

Y si no, dime: ¿Dejas tú de ser cristiano porque cometas un pecado? ¿Deja un juez de ser juez, ni valen menos sus sentencias, porque una vez falte a la justicia? ¿Deja un padre de familia de ser padre porque abandone a sus hijos? ¿Deja un capitán de ser el jefe de su compañía porque cometa una falta contra la disciplina militar?

Y si esto sucede en las cosas humanas y respecto de cargos que en rigor pueden ser siempre quitados a los que cumplan mal con ellos, ¿cuánto más estable, más perpetuo no debe ser, en las cosas divinas, el sagrado cargo del sacerdocio, del que depende toda la vida espiritual de los fieles? Porque ello es claro que sí, en el mero hecho de cometer un pecado, el sacerdote dejase de serlo, no podríamos los cristianos saber cuándo nos aprovechaba una Misa, ni cuándo nos servía la absolución que nos echase un confesor, ni cuando estábamos casados por ante Dios y su Iglesia.

Procura entender bien esta diferencia. En el sacerdote ves, por un lado, al hombre igual a ti en todo; y por otro, al ministro de Dios que tiene un carácter sagrado que tú no tienes. Para la justicia de Dios, el hombre y el sacerdote son uno mismo, porque cualquiera de ellos que peque, ambos se condenan; pero no es así para ti, porque para ti, aunque el hombre peque, el sacerdote, nunca deja de ser sacerdote.

Te pondré un ejemplo. Figúrate que vas a contraer matrimonio, y que el cura que te casa está en pecado mortal cuando te echa las bendiciones. Para con Dios, este cura ha cometido un sacrilegio, y ante la divina justicia no le será ciertamente imputado como un acto de santificación aquel matrimonio tuyo que acaba de bendecir; pero tú quedas casado y bien casado, no solo para el mundo y ante la Iglesia, sino ante Dios mismo. De manera que el Sacramento que has recibido, al sacerdote que te lo administró le sirve de juicio, pero a ti te sirve de santificación.

Y ¿por qué esto? Porque el cura que te ha casado, estando y todo en pecado mortal, no ha dejado de tener su carácter sacerdotal, es decir, no ha dejado de tener, como ministro del altar, la dignidad, la potestad que recibió en las Órdenes Sagradas para administrar los Sacramentos. En resumen: los sacerdotes no lo son para ellos mismos, sino para nosotros; y como en nuestra mano no está el escudriñar sus conciencias ni el juzgarlos, pues solo Dios conoce el interior de los hombres, resulta que para nosotros nunca dejan de ser sacerdotes, aún cuando manchen la pureza de su carácter sagrado.


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