jueves, 25 de enero de 2024

OBJECIONES CONTRA LA RELIGIÓN (28)

Pero... ¿y la Inquisición?

Por Monseñor de Segur (1820-1881)


Ya yo esperaba que tú salieras por este registro. Pero ten un poco de tranquilidad, hijito, que en esto, como en todo, quiero responderte la verdad.

De la Inquisición habrás oído contar y habrás leído horrores, que fue un tribunal injusto, sangriento, tenebroso, donde no se distinguía al inocente del culpable, donde no había medio de defenderse, y de dónde jamás se salía sin llevar, cuando menos, los huesos rotos o el pellejo tostado. No faltará quien te diga que ha sido un tribunal inventado por los curas para entretener sus ratos de ocio en quemar vivos a sus semejantes.

Y no faltará quien esto diga, porque la clase de gentes que por lo general mueven este asunto no acostumbran a pararse en barras cuando se trata de suscitar el odio o el desprecio contra la iglesia de Jesucristo. Todos ellos saben poner en práctica a las mil maravillas aquella máxima célebre del famoso Voltaire: “Calumniad y calumniad sin tregua, que de la calumnia siempre queda algo”. Fieles a esta regla, se han compuesto para escribir la historia de modo que en su mano todos los hechos se desfiguran y falsean. Unas veces callando la verdad, otras veces mintiendo con un descaro inaudito, tienen muy buen cuidado, cuando quieren poner en mal lugar una cosa, de no decir lo que la explica o la disculpa, y de exagerar todo lo que la puede presentar como odiosa.

Esto han hecho al hablar de la Inquisición, no han contado sino los abusos cometidos en nombre de este tribunal, y han callado las razones justísimas que le dieron origen, y los fines convenientísimos para que fue establecida.

El Santo Oficio de la Inquisición fue fundado por Santo Domingo de Guzmán, en una época de fanatismo religioso y de costumbres bárbaras, cuando el nombre de hereje o judaizante era el dictado más odioso que se podía dar a una persona por cualquier enemigo malintencionado que quisiera vengarse de ella; cuando las excomuniones de la Iglesia bastaban para apartar del excomulgado a sus vasallos, a sus amigos, a sus criados y aún a sus parientes más cercanos; cuando muchos de los infelices realmente excomulgados por herejes o solamente sospechosos de herejía, eran destrozados por el pueblo en medio de las calles, o arrojados a las llamas, sin proceso ni juicio ninguno despojados de sus bienes, y denigradas sus familias con nota de infamia perpetua.

Figúrate que en nuestro tiempo se cometiesen estos excesos populares, y que, no pudiendo ser contenidos por ningún gobierno ni autoridad ninguna, viniese un hombre sabio, piadoso, desinteresado, ajeno de toda pasión y respetado por todo el mundo, que se ofreciese a conocer nuestras causas, a absorber a los inocentes, a reducir al arrepentimiento a los culpados y a suavizar las penas durísimas que las leyes determinaran contra ellos; figúrate que, para conservar estos bienes y evitar que se repitieran aquellos excesos, se organizase un tribunal, compuesto de jueces instruidos y sin interés ninguno en faltar a la justicia, ¿no aclamaríamos a este tribunal como un salvador de nuestras vidas y haciendas, y no tendríamos al hombre que lo hubiese imaginado y organizado por un bienhechor insigne de la patria y un sabio reformador de las costumbres?

Pues este cabalmente fue Santo Domingo de Guzmán, y esto fue en sus principios el Tribunal de la Inquisición. Los que por ignorancia o malicia dejan de referir éste, su origen verdadero, ocultan por las mismas causas que la Inquisición ha salvado la vida del alma y la del cuerpo a infinitas personas, y que ha sido por mucho tiempo, y desde luego lo era en el tiempo que se estableció, el tribunal más piadoso, más humano y más justo que se ha conocido.

Se habla mucho de las ruedas, las cuerdas, los hierros encendidos y demás tormentos que se usaban en aquel tribunal para obligar a los reos a declarar; y se calla maliciosamente que esta bárbara costumbre no fue inventada por la Inquisición, sino que ella al establecerse se la encontró ya usada por todos los tribunales de toda especie que entonces había. La verdad es que la Inquisición fue precisamente el primer tribunal que empezó a suavizar en la práctica y a poner en desuso aquel bárbaro modo de enjuiciar a los reos.

Esta es la verdad en cuanto al origen de la Inquisición y en cuanto a su primera época. Después se ha dicho que los príncipes de varias naciones, alterando las leyes primitivas de aquel tribunal y haciéndolo instrumento de sus miras políticas, metieron dentro de él, por así decirlo, las pasiones del mundo, y lo pusieron al servicio de intereses que no siempre eran los de la Religión, con lo cual se desnaturalizó grandemente y se cometió abusos. Pero, aún dado que así fuese (pues sobre esto hay mucho que hablar), ¿qué hombre prudente y de buena fe hará un cargo a la Religión por los abusos y crímenes que se cometan en su santo nombre?

Los que, confundiendo, por ignorancia o por malicia, estas cosas, pretenden que se achaquen a la Religión horrores y excesos que ella es la primera en condenar, son los mismos que callan o disculpan hábilmente los grandes crímenes cometidos por los enemigos de la Iglesia.

Ellos no dirán que, en las guerras suscitadas y mantenidas por los herejes en Inglaterra, Alemania y Francia, desde el siglo XV hasta acá, se ha derramado más sangre, en algunas batallas solamente, que toda la derramada por la inquisición en todo el tiempo que ha durado.

Ellos no dirán que los mismos herejes, tan dispuestos siempre a culpar a la Iglesia de crímenes que no son suyos, si no de los que han abusado de su nombre, han sido más injustos, más sangrientos y bárbaros con los pobres católicos que cuanto exageradamente se refiere a la Inquisición.

Ellos no dirán que hoy día mismo el fanatismo de los herejes en Alemania, en los Estados Unidos, en Holanda y aún en Inglaterra, está cometiendo con los católicos iniquidades y atrocidades que espantan y avergüenzan a la humanidad.

Ellos no dirán que, en algunas naciones, y principalmente en nuestra España, a la Inquisición se ha debido el conservar el preciosísimo bien de la unidad religiosa, que nos ha evitado las guerras largas, sangrientas y desastrosas que han afligido, que afligen hoy mismo y que amenazan afligir a algunos países donde existe la libertad de cultos.

Ellos no dirán, por último, las muchas ocasiones en que la Inquisición, no solamente ha refrenado, corregido o castigado a los herejes, corruptores de la moral y perturbadores de la paz pública, sino que también ha descubierto y castigado las patrañas y sacrilegios de los falsos devotos y perversos hipócritas que con capa de Religión estaban cometiendo maldades.

Quede, pues, sentado, hijito mío, que, atendida la época y los fines con que se estableció aquel tribunal, fue una institución altamente piadosa y convenientísima; y que si la justicia manda no callar ni disimular los abusos que se han cometido en su nombre, si se probare que tales abusos se han cometido, manda también no ocultar los bienes que ha hecho al mundo.

Y, sobre todo, hijo mío, te haré esta sencilla reflexión: el que la Inquisición haya sido todo lo que se quiera, ¿nos impide a nosotros el vivir como cristianos? ¿Será cosa de que, por vivir cristianamente, debamos temer que nos obliguen a llevar a la hoguera a nuestros semejantes? 

Dejemos a los que hayan cometido excesos o crímenes que Dios los juzgue, sin renunciar por eso a estudiar en la historia lo que haya de verdad en cuanto de ellos se diga. Pero que aquellos excesos o crímenes, si los ha habido, no nos sirvan de pretexto o de excusa para dejar de cumplir nuestras obligaciones de cristianos.

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