El “cardenal” Víctor Manuel Fernández no es el autor solamente de un libro sobre “el arte de besar” (sobre el que se comentó aquí). Escribió otro más impúdico y también lo ocultó. De hecho, no aparece en el listado que incluyó en su CV y publicado luego por la página oficial del Vaticano en ocasión de su nombramiento. El libro en cuestión se llama “La pasión mística. Espiritualidad y sensualidad”, y fue publicado en la ciudad de México por la editorial católica Dabar en 1998. Hace pocos días, fue subido a Scribd y allí lo encontramos. Los interesados pueden descargarlo gratuitamente aquí, La veracidad del texto está confirmada no solamente por el ejemplar físico al que hemos accedido sino también por su inscripción en el registro internacional de ISBN (aquí) y su inclusión en Google Books (aquí), como así también en varios repertorio bibliográficos que pueden encontrarse en la web (por ejemplo este), incluido su propio blog personal.
Habrá alguna persona que quiera leer el libro completo, aunque no lo aconsejo. Son poco más de noventa páginas que no edificarán a nadie y para más de uno, será ocasión de pecado.
“Voy a intentar describir, con mis pobres palabras, una experiencia de amor, un encuentro apasionado con Jesús que me contó una adolescente de dieciséis años”.Es decir, Tucho Fernández se entretenía con menores de edad quienes le relataban lo siguiente:
“Acaricio tu rostro, Jesús, y llego a tu boca. […] Acaricio tus labios, y en un inaudito impulso de ternura tú me permites que los bese suavemente. […] Entonces acaricio tus piernas delicadas, que me parecen columnas perfectamente esculpidas, llenas de fuerza y vitalidad. Las acaricio, las beso…”. (p. 59; 61-62).En el capítulo 7, el “cardenal prefecto” se dedica a describir con precisión anatómica la mecánica del placer sexual:
Normalmente, la mujer, más que el hombre, considera muy insatisfactorio el sexo sin amor y necesita condiciones adecuadas para sentirse excitada sexualmente. Le atrae menos que al hombre mirar fotos con escenas sexuales violentas, imágenes de orgías, etc.Por supuesto, esta descripción tiene una finalidad espiritual:
Pero esto no significa que se sienta menos excitada por la pornografía fuerte, sino que la disfruta y la valora menos y, en algunos casos, le despierta temor.
Disfruta más con las caricias y los besos, y necesita que el varón juegue un poco antes de penetrarla. Pero a él, en pocas palabras, le interesa más la vagina que el clítoris.
En los momentos del orgasmo, él suele emitir gruñidos agresivos; ella, un balbuceo infantil o suspiros.
No olvidemos que la mujer tiene un rico plexo venoso alrededor de la vagina, que mantiene un buen flujo sanguíneo después del orgasmo. Por eso suele ser insaciable. Necesita descargar la congestión pelviana, y mientras esto no suceda, después del orgasmo puede tener ganas de más. La mujer requiere más tiempo, más dedicación; le hace falta que el varón le dedique un plus después que él haya alcanzado su propia satisfacción. Pero él normalmente se descarga bien en la eyaculación y queda satisfecho y agotado. (p. 65-66)
Preguntémonos ahora si estas particularidades del varón y de la mujer en el orgasmo, se dan también de algún modo en la relación mística con Dios.En ese momento culmine del placer carnal, pareciera que las diferencias sexuales desaparecen:
Podríamos decir que la mujer, por ser más receptiva, también está mejor dispuesta a dejarse tomar por Dios, está más abierta a la experiencia religiosa. Será por eso que en los templos predominan las mujeres. (p. 67).
Por eso, los científicos suelen decir que las diferencias entre el varón y la mujer se viven en la etapa previa al orgasmo, pero no tanto en el orgasmo mismo, donde las diferencias entre lo femenino y lo masculino ya no son tan claras y parecen desaparecer. (p. 70).En el capítulo 8, el purpurado autor se entretiene en la dimensión mística del itinerario hacia el orgasmo, y nos explica que:
Algunos santos comenzaron a tener experiencias embriagantes de Dios poco tiempo después de haberse convertido, o en la misma conversión; otros, como santa Teresa de Ávila, lograron esas experiencias después de muchos años de sequedad espiritual. Santa Teresita de Jesús, aunque se sentía tiernamente amada por Dios, nunca tuvo experiencias muy “sensuales” de su amor, y parece que sólo alcanzó un gozo desbordante y apasionado en el instante de su muerte, cuando su rostro se transfiguró y dijo sus últimas palabras: “¡Te amo, oh Dios mío, te amo!”.Ciertamente, las experiencias “embriagantes” o “sensuales” del amor de Dios que el “cardenal” Fernández atribuye blasfemamente a Santa Teresa de Jesús y a Santa Teresita del Niño Jesús son orgasmos.
En el mismo capítulo, el prefecto de Doctrina de la Fe, afirma lo siguiente:
Pero esto tampoco significa necesariamente que esa experiencia gozosa del amor divino, si la alcanzo, me liberará de todas mis debilidades psicológicas. No significa, por ejemplo, que un homosexual necesariamente dejará de serlo. Recordemos que la gracia de Dios puede coexistir con debilidades y también con pecados, cuando hay un condicionamiento muy fuerte. En esos casos, la persona puede hacer cosas que objetivamente son pecado, pero no ser culpable, y no perder la gracia de Dios. (p. 80)Es otras palabras, los homosexuales pueden hacer cosas que objetivamente son pecado —mantener relaciones sexuales, por ejemplo— pero no son culpables. Aquí tenemos ya un indicio lejano de Fiducia supplicans y de lo que probablemente estén preparando en el dicasterio que se encuentra a las órdenes de Fernández: las relaciones homosexuales, aunque objetivamente son pecaminosas, no son culpables. Este es el pensamiento del defensor de la ortodoxia católica…
Señalamos un consuelo que Tucho ofrece a las religiosas afligidas, que son las que más consumen sus libros:
Puede haber una religiosa que tenga que hacer grandes sacrificios para ser fiel a su virginidad, porque su psicología tiene algún fuerte condicionamiento en ese orden, y, sin embargo, tener al mismo tiempo una hermosa vivencia del amor de Dios muy auténtica, que la haga feliz. (p. 80)El capítulo 9, en cambio, está destinado a la presencia de Dios en el orgasmo de la “pareja”. Es curioso que el autor no habla de “matrimonio” sino de “pareja” la que, por lo que hemos visto más arriba, podría estar constituida por individuos de distinto o igual sexo. E introduce el tema diciendo:
Hasta ahora hemos hablado sobre la posibilidad de llegar a una especie de orgasmo plenificante en nuestra relación con Dios; lo que no implica tanto alteraciones físicas, sino simplemente que Dios llega a tocar el centro anímico-corpóreo del placer, de modo que se experimenta una satisfacción que abarca a toda la persona. Esto nos lleva a otra consecuencia importante: nos invita a descubrir que, si Dios puede hacerse presente en ese nivel de nuestra existencia, también puede hacerse presente cuando dos seres humanos se aman y llegan al orgasmo; y ese orgasmo, vivido en la presencia de Dios, puede ser también un sublime acto de culto a Dios. (p. 14)A fin de liberar a sus lectores de cualquier cargo de conciencia, les dice que:
Vemos así que el placer también es algo religioso, porque “es un don de Dios”. Por eso, el que es capaz de disfrutar en la presencia de Dios, puede ser más fácilmente consciente del amor de Dios, y así abrirse a amar a los demás. El que no es capaz de disfrutar de los placeres de la vida, porque no se ama o no se acepta a sí mismo, difícilmente podrá amar generosamente a los demás. […] Entonces, no tenemos que escapar o escondernos de Dios cuando gozamos, porque es él quien “creó todas las cosas para que las disfrutemos” (1 Tim 6,17). (p. 86-87)Y la conclusión de este razonamiento es muy previsible:
Así, el placer del orgasmo se convierte en un anticipo de la maravillosa fiesta de amor que es el cielo. (p. 88)Los rígidos semipelagianos, por su parte, deben estar alertas:
Debemos decir, por lo tanto, que no agrada a Dios la actitud de ciertas personas falsamente espirituales que niegan permanentemente al cónyuge la relación sexual, con la excusa de que buscan un amor más “perfecto”. Porque es precisamente la unión sexual, como expresión de amor, […] (p. 88)¿Qué pensará del “cardenal prefecto” San Alejo y tantos santos que eligieron de común acuerdo con sus cónyuges la abstinencia sexual por un amor más elevado?
E interpretando torcidamente a los grandes maestros afirma lo contrario a lo que la Iglesia siempre afirmó:
El placer sexual no dificulta la espiritualidad ni la contemplación, porque si la unión sexual es un acto de amor, éste no hace más que abrir el corazón, y facilita así la contemplación de Dios. Ya decía san Buenaventura que “nadie llega a la contemplación si no se ejercita en el amor al otro” (III S., 27, 2, 4; IV S, 37, 1, 3, ad 6), y según santo Tomás de Aquino “el afecto humano se dilata con el placer” (Summa Th., I-IIae, 31, 3). (p. 88-89)El problema, según Tucho, viene de “la mentalidad griega la que influyó negativamente en el cristianismo, transmitiéndole un cierto desprecio del cuerpo”. (p. 89) Pero Santo Tomás restituyó todo a su justo lugar y, para confirmar su opinión, trae el testimonio del P. Danielou quien en un escrito afirma que “De la unión erótica a la unión mística hay un paso fácil de dar” y, sobre todo la de “un venerable teólogo egipcio del siglo XV [olvida decir que se trata de un musulmán] que hacía la siguiente alabanza a Dios:
Alabado sea Alá, que afirma los penes duros y rectos como las lanzas para hacer la guerra en las vaginas (Al Sonuouti). (p. 91)No abundaremos. Esta última cita completa ya el asco que provoca la lectura del libro del “cardenal” Fernández.
Alguien podría aducir que también el Papa Juan Pablo II escribió sobre la teología del cuerpo. Sin embargo, el pontífice polaco escribió “teología” y no “pornografía”, que es lo que escribe Tucho Fernández. Podrá opinarse de diverso modo acerca de esta enseñanza particular de Juan Pablo II, pero no puede negarse que se trata de un reflexión profunda, propia de un espíritu fino, y no la brutalidad y grosería que se encuentra en el libro de Fernández.
La pregunta obvia es si el “papa” Francisco tendrá algo que decir al respecto. Nosotros sí tenemos algo que decir: El “cardenal” Tucho Fernández debe ser desposeído de su cargo y de su dignidad cardenalicia.
Wanderer
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