La Croix - Cincuenta seminaristas se están formando en el seminario Carmes. ¿Qué clase de hombres son?
Robert Scholtus -En primer lugar, quisiera destacar su inmensa diversidad, incluida la de edades. Tienen entre 23 y 63 años. Excepcionalmente, este año tenemos dos viudos, padres y abuelos, que sólo estudiarán aquí unos meses. Pero, en general, la edad media es de 28 a 29 años. Está también la diversidad de las diócesis: acogemos a seminaristas que provienen de veinte diócesis de Francia, a las que se suman jóvenes de Corea y Colombia.
También hay cada vez más candidatos de origen africano para las diócesis de Francia. Sin olvidar una numerosa plantilla destinada a las Misiones Extranjeras de París. Por último, son muy diversos en cuanto a su formación inicial: grandes escuelas, ciencias políticas, conservatorios, licenciados en gestión, comunicación, investigadores en salud pública, química orgánica, etc.
- ¿Tienen algo en común?
- Todos han estudiado, ya que es un seminario universitario. Y luego, todos viajaron mucho, trabajaron duro. También podemos decir que la mayoría de ellos provienen de familias cristianas bastante numerosas. En el pasado, los sacerdotes eran gente del campo, hoy suelen provenir de la clase alta y la clase media. Lo cual no significa que su proyecto sea siempre bien recibido por su familia... Probablemente porque la imagen del sacerdote inspira más preocupación que antes.
- Espiritualmente, ¿son similares?
- Todos viven una profunda experiencia espiritual, un encuentro personal con Cristo. En cada una de sus historias esto se lee de una manera particular. Observo también la importancia decisiva de la JMJ. Fue un acontecimiento de la Iglesia que de repente reavivó su orgullo de ser cristianos. También hay en muchos algo que equivale a una conversión radical. Ser cristiano hoy, afirmarse como tal no es fácil, y cuando experimentan la profundidad de la fe, las dimensiones de la Iglesia, se entusiasman.
- ¿Siente que son muy diferentes a los jóvenes sacerdotes de su generación?
- Mi generación era diferente, sí, claro. Nacimos eclesialmente en el Concilio. Estábamos en una dinámica de apertura al mundo, con cosas que perdonar, nos llevaba una euforia de la sociedad, un movimiento de emancipación. ¡Queríamos salir del gueto católico y llegar a los hombres de “hoy”, como decían entonces! Si bien el Vaticano II fue un acontecimiento para nosotros, para los jóvenes de hoy es historia antigua. Tienen la sensación de venir de este mundo al que hemos querido unirnos. Su preocupación es existir como cristianos en este mundo secularizado. De ahí su deseo, a veces exacerbado, de visibilidad y de identidad. De ahí también su cuestionamiento del lugar del sacerdote en la sociedad y en la Iglesia.
- Exactamente, ¿cómo visualizan el lugar que deberán ocupar y el papel que deberán desempeñar?
- No quieren disculparse por estar allí. Quieren existir como sacerdotes. No niegan que tendrán que trabajar de manera diferente con los laicos, además tienen más conocimientos que sus mayores en términos de relaciones y gestión, pero quieren afirmar su especificidad. También tienen un deseo muy fuerte de anunciar el Evangelio. Pertenecen a una generación “globalizada”, pero también participan del individualismo contemporáneo. Admiro su frescura, su ímpetu, su entusiasmo, aunque haya algo de ingenuidad. Lo que a veces me preocupa es la poca atención que prestan a la mediación social y eclesial.
- ¿La vida espiritual juega un papel importante en sus vidas?
- Son hombres de oración, pero cuya espiritualidad al entrar al seminario es la del “hazlo tú mismo”. Pasaron por Taizé, vivieron un movimiento carismático, saborearon la vida monástica. Son autodidactas. Por eso sienten la necesidad de solidificarse, de construirse, porque comprenden las fragilidades de la vida sacerdotal. Tienen una fuerte demanda de vida espiritual y oración.
- ¿Se debate ampliamente el celibato entre ustedes?
- No, no está en el centro del debate comunitario. Nuestros seminaristas no cuestionan la idea del celibato, mientras que nuestra generación lo discutió mucho. ¡Hasta los obispos lo discutían! Por otra parte, es una cuestión de cada uno que se refiere a su compromiso definitivo. Una cuestión que abordamos tanto desde el punto de vista teológico como desde el punto de vista psicoafectivo. Y cada uno tiene un guía espiritual... El tiempo de formación es largo y nuestra preocupación es permitirles que se comprometan con la libertad, porque ésta es la condición principal para que permanezcan fieles a ella.
- ¿Cómo ve su papel en esta labor formativa?
- Una vocación es parte de una trayectoria. Nuestro trabajo con ellos consiste, pues, en comprobar sus puntos de apoyo y un determinado número de pasos a realizar, como en cualquier labor educativa. Están los lentos, los indecisos, los que tienen miedo, los que tienen prisa. Evaluamos las cualidades requeridas, su capacidad de adaptación, su flexibilidad espiritual. El principal enemigo del sacerdote es la rigidez en las relaciones y en el ejercicio del ministerio. Y como no queremos crear clones, lo importante para nosotros es permitir que cada uno integre su singularidad y sus carismas en una dinámica de Iglesia. Debemos valorar a las personas, teniendo cuidado de no convertirlas en individualistas.
- ¿Cuáles son los primeros desafíos que enfrenta un joven sacerdote?
- La primera dificultad se debe a un problema generacional que me entristece. Los sacerdotes jóvenes no son necesariamente bien recibidos en las diócesis; a menudo van precedidos de una mala reputación. Quienes llevan cuello romano, en particular, suelen ser vistos como conservadores. Esto es cierto para algunos, pero no para la gran mayoría. Por otra parte, reconozco que es difícil pedirle a un sacerdote para quien el abandono del hábito eclesiástico fue un alivio que comprenda que un joven podría tener ese deseo. Necesitamos saber distanciarnos y trabajar en el diálogo intergeneracional. Es muy difícil y reconozco que la ruptura es profunda. Cada generación debe desempeñar su papel y comprender que es sobre la base donde se establece la verdad.
Una segunda dificultad se debe a que realmente ya no existe un “perfil de carrera”. En el pasado, usted comenzaba como vicario, luego era nombrado párroco de una parroquia pequeña y luego de una más grande. También podría ser capellán de tiempo completo de un movimiento o adscrito a un ministerio en particular. En el contexto actual, asistimos a una especie de nivelación, como si la escasez impusiera un modelo único de sacerdote. Un sacerdote que, sin haber tenido tiempo de aprenderlo, debe saber ejercer su autoridad con inteligencia, mantenerse sin convertirse en un tirano, saber dirigir equipos, delegar, escuchar... y seguir siendo un hombre de Dios capaz de acompañar espiritualmente a las personas.
- Hombres de Eucaristía u hombres de la Palabra, ¿cómo se posicionan los jóvenes sacerdotes?
- Esta vieja oposición se reaviva constantemente, lo cual es una lástima. En mi época, se hacía hincapié en el sacerdote, el hombre de la Palabra, contraponiéndolo al hombre del altar encerrado en su sacristía, que hoy la tentación es reorientar todo hacia el otro lado. ¡Los sacerdotes jóvenes dan gran importancia a la Eucaristía, incluida la adoración eucarística! Yo también abogo por la centralidad de la Eucaristía, pero a condición de no ceder a una limitación ritualista. El sacerdote no es un orador de masas. La Eucaristía que preside lo convierte en un hombre de comunión animado por la caridad pastoral de Cristo.
¿Qué tipo de sacerdote necesitan las comunidades hoy? Necesitan sacerdotes que los alienten. Necesitan confiar en su empuje, su entusiasmo, su confianza y su testimonio de fe. Porque el sacerdote es ante todo un hombre de fe, un bautizado que, en nombre de Cristo, reúne a sus hermanos para conducirlos por el camino de la misión. Lo que los cristianos esperan de sus sacerdotes es que sean hombres empapados del Evangelio, hombres de bien por encima de todo. Pero las vocaciones están en declive, hoy en día son pocos los jóvenes que recurren al sacerdocio.
- ¿Cómo está afrontando esta situación?
- Como alguien que pasa la vida con futuros sacerdotes, ¡mi sorpresa es que todavía queden algunos! Y deploro el hecho de que a menudo los tratemos como a los sobrevivientes de una raza al borde de la extinción. Admiro el riesgo que corren, la elección radical que hacen, su capacidad de embarcarse en la aventura eclesial en un momento en el que algunos sólo hablan de su decadencia. Y si me preocupa su futuro, se lo debo a ellos por haber renovado mi esperanza. Convertirse en sacerdote no se trata de acceder a un “estado” o a una simple función, se trata de emprender una aventura espiritual, siguiendo a Cristo, al servicio de la humanidad.
Esta entrevista originalmente publicada en La-Croix ha sido editada para su publicación.
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