martes, 30 de enero de 2024

QUINTA PARTE DEL LIBRO "VIDAS DE LOS HERMANOS" (CAPITULO VIII)

Continuamos con la publicación de la Quinta Parte del antiguo librito (1928) escrito por el fraile dominico Paulino Álvarez (1850-1939) de la Orden de Predicadores.


QUINTA PARTE

DEL LIBRO INTITULADO

"VIDAS DE LOS HERMANOS"

CAPITULO VIII

DEL MAL PARADERO DE LOS APÓSTATAS Y DE OTROS SECULARIZADOS

Después de haber hablado de la muerte ya feliz, ya angustiosa de los Hermanos, resta que digamos algo del miserable paradero de aquellos que despreciaron la hermandad, y como apóstatas, dejaron su domicilio.

I. Cierto Hermano, antiguo en la Orden, elocuente y muy amable con los magnates, llevado por el amor a un hermano carnal suyo, llegó a tal miseria que dejó la Orden, y dedicándose a la alquimia para enriquecer al hermano, se fue a Cerdeña, (porque oyó que allí había minerales a propósito), y por esconderse mejor, pues no moraban entonces nuestros Hermanos en aquella isla. Después de un año y más, pasado temerariamente en aquel engaño cayó enfermo de muerte, y no pudiendo hallar a ningún Hermano, dijo a dos clérigos que con él andaban errantes:

- Me muero, amigos míos, fuera de la Orden que yo, miserable y carnal, abandoné. Tengo, sin embargo, en la maleta, un hábito que os ruego me visitáis para ser con él enterrado.

Más, al quererle vestir, se cubrió de repente y de tal manera el cuerpo de piojos que espantados los clérigos y cubiertos también ellos, huyeron, y ni aún la tierra suficiente se atrevieron a echar sobre el difunto por temor a la multitud de aquellos piojos.


II. Otro de los más insignes de su Provincia, salido de la Orden y aborrecido de los amigos, llegó a tal desventura que se vio precisado a robar para comer. Vivió después largo tiempo con un excomulgado y usurero público, anotando sus cuentas y enseñando a su hijo; y por fin murió miserable entre los excomulgados.


III. Otro, a quien por sus pecados habían puesto preso los Hermanos, huyendo de la disciplina de la Orden, obtuvo del Señor Papa licencia para entrar en el monasterio del Bienaventurado Víctor de Marsella. Recibido en él, como gran predicador que era, alegráronse mucho los monjes y llevábale consigo el Abad cual a maestro insigne. Más a los pocos años promovió tal sedición entre el Abad y los Monjes, y entre el monasterio y el Arzobispo de Aix, que por él perdió el monasterio muchos miles sin provecho alguno. Por fin le expulsaron como engañador el Abad y los Monjes y le obligaron a abandonar toda la Provincia.


IV. Otro apostata de nuestra Orden, que entró en el monasterio de Casa Dei, fue de él arrojado ignominiosamente por las muchas discordias y deudas con que le había dejado.


V. Hubo uno en Francia, inquisidor contra los herejes, de tanto renombre, que toda la Francia temía su cara y le tenían todos con reverencia grande, hasta los mismos Maestros. A éste, pues, por su soberbia y porque no quería regirse por el consejo de sus mayores, confiado en el favor popular, y también por sus insolencias, le encerraron los Hermanos en la cárcel, hasta que después de largo tiempo de prisión obtuvieron sus amigos del Señor Papa que fuera libre y pasara a otra Orden. Entró primero en la de los Hermanos de la Trinidad, y luego en el dicho monasterio de San Víctor; pero de una y otra parte fue expulsado por sus maldades. Entró después en Claraval, donde al principio fue tenido en mucha consideración; pero muy pronto comenzó a sembrar discordias; hasta que descubiertas sus miserias, que Dios no permitió se ocultasen largo tiempo, fue reducido a situación desgraciada en aquel convento, y poco después, confundido ante muchos, lleno de vergüenza y de pena, murió.


VI. Otro que había leído Las Sentencias en París, y que apostató de la Orden por no sufrir ciertas restricciones que le habían impuesto, entró en los Premonstratenses, visto que no le admitían en la Provincia en que había dado escándalos; el mismo día de Pascua, acometido de convulsiones horribles, sin que por esto se reconociese, y cayendo por último en una parálisis, murió miserablemente en París donde aspiraba a que le hiciesen doctor en Teología.


VII. Otro en Francia, querido de los Hermanos y dotado de bellas prendas, el cual había apostatado en medio de una tribulación, pidió después al Provincial misericordia, y diciéndole el Provincial que haría porque le admitiesen en otro convento si quería, pero no en el mismo del cual había salido, por ciertas razones especiales, él le contestó con soberbia y se marchó, cayendo en tal miseria que no encontraba ni lo necesario para vivir. Poco tiempo después, al pasar en lancha un brazo del mar, se sumergió y ahogó.


VIII. Otro Hermano muy noble de familia de conde, después de estar algún tiempo en la Religión, pidió al Papa licencia para pasarse a ciertos canónigos regulares, alegando que no podía soportar las austeridades de nuestra Orden. Así lo hizo; fue elegido Prepósito de aquellos canónigos; se apeló; marchó a la curia; litigó largo tiempo; ganó y al volver murió en el mismo camino, obtenida apenas la dignidad.


IX. Otro de buenas dotes naturales, gracioso en cantar, en leer, en escribir, en predicar, en dictar, hermoso de cuerpo y amable con los hombres; siendo coartado en sus predicaciones, de que gustaba mucho, porque así creyeron los mayores que convenía, alcanzó licencia del Papa por medio de un Obispo pariente suyo para pasarse a cierta abadía de Canónigos Regulares, con esperanza de ser promovido Abad mediante aquel Obispo. Más sucedió que el día en que se cumplía el año de su salida de nuestra Orden y de la entrada en la otra, ejercitándose unos jóvenes en el patio de la abadía en el manejo de la ballestra, presente él y mirando, rebotó una de las saetas y se le clavó en el ojo hiriéndole gravísimamente. Llevado a París para que le curasen, y no aprovechando remedio alguno, murió lleno de dolor y de angustia.


X. Otro admirablemente dotado en lo natural, simpático y querido de todos, llevado de ligereza, salió de la Orden y se hizo monje negro (1). Le dieron luego un noble Priorato en una ciudad de Lombardía que pertenecía al señor Conrado, hijo del señor Federico, emperador, y tomando intimidad con el señor Conrado, por su afabilidad y cultura vino a ser grande en la corte, y se entregó a las vanidades del siglo; tenía perros y aves y ocupábase de la caza. Viniendo un día a Salerno, mandó delante su servidumbre que le preparase hospedaje; y llegado el después y puesto a la mesa, al principio de la comida apoyó la cabeza contra la pared, y así quedó repentinamente muerto.


XI. Hubo otro en Francia, ya viejo, persona respetable, literato, predicador bueno y conocido en la corte del rey y en la Universidad parisiense y de casi todos los grandes el cual, después de haber andado mucho y he hecho gran fruto, fue por fin coartado de sus mayores en la predicación por ciertas cosas que habían oído, y le ofrecieron por respeto a su persona, que estuviese donde quisiera, en la enfermería o en el hospicio, exento de los oficios comunes del convento, a causa de su vejez y debilidad. Pero él lo llevó tan a mal, que instigado por el diablo, se fue a la corte, que entonces estaba en Lyón, y por medio de algunos grandes, amigos suyos, obtuvo permiso para trasladarse a otra Orden. Y sucedió, por justa venganza de Dios en él, que así como antes cuando llevaba el hábito de la Orden era en todas partes recibido como un ángel de Dios, así después no ha hecho religión alguna ni de blancos, ni de negros que quisiera recibirle, y aún siquiera casa dónde hospedarse para descansar; y hasta un sobrino suyo, a quien él estando en la Orden había procurado un canonicato en cierta noble iglesia, no podía después verle ni darle la menor cosa, cuando antes con tanta reverencia le miraba. Y corriendo así de un punto a otro, siempre miserable y despreciado, llegó a un lugar vecino al convento de Artois, al cual tiempo antes había pertenecido, dónde le acometió la enfermedad extrema. Llamó entonces a los Hermanos que vinieran a auxiliarle, pero cuando éstos llegaron, y eso que el convento no distaba más de dos leguas, ya estaba él difunto. Es de creer, sin embargo, que le habrá mirado la piedad divina por las oraciones de aquellos que él había convertido; pues delante del sacerdote y de la señora del lugar, y de muchos otros, se acusó gravemente, alabó en gran manera a la Orden, juzgándose indigno de llevar su hábito, y murió después de recibir devotamente los sacramentos.


1) Benedictino.

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