domingo, 9 de octubre de 2022

SEGUNDA PARTE DEL LIBRO “VIDAS DE LOS HERMANOS” (CONTINUACIÓN)

Continuamos con la publicación de la Segunda Parte del antiguo librito (1928) escrito por el fraile dominico Paulino Álvarez O.P. (1850-1939) en el cual relata la vida de los Hermanos Dominicos.


CAPITULO XVIII

DEL MODO Y FERVOR DE SU ORACIÓN

Por observar de qué modo oraba el Bienaventurado Padre, se privó de dormir siete noches Fr. Juan de Bolonia, varón discreto y bueno; y dijo que unas veces se ponía de pie, otras de rodillas, otras tendido en el suelo, y así perseveraba hasta que el sueño le rendía. Cuando era ya cerca de medianoche salía de la iglesia y con mucho silencio visitaba a los Hermanos que dormían, y a los descubiertos los cubría. Después de esto volvía a la iglesia y continuaba su oración; dijo el mismo Hermano que cuando le ayudaba a Misa, qué era muy frecuente, al volverse el Santo para tomar el vino y el agua, después de sumir el cuerpo del Señor, le caían siempre lágrimas de sus ojos.


CAPÍTULO XIX

DEL PODER DE SU PALABRA Y OBRA

Viendo que se afligía demasiado por sus pecados Fray Bertrán, su compañero, mandóle el Santo que llorase los ajenos y no los suyos; y de tal virtud fueron sus palabras, que en adelante, aunque quería no podía llorar los propios, y sí muy abundantemente los de los otros. -A un usurero que fingía justicia y pedía la comunión, le dio la Hostia el Bienaventurado Padre, la cual repentinamente, cómo carbón encendido, comenzó a quemarle el paladar, semejante a aquel fuego que refrigeraba las entrañas de los tres niños y abrazaba a los perversos caldeos; de donde compungido se convirtió de veras, y cuanto malamente había llevado lo restituyó.


CAPÍTULO XX

DE LOS PANES MULTIPLICADOS


Fray Reinaldo, Penitenciario del Señor Papa y después Arzobispo, contó que estaba él presente en Bolonia, cuándo al varón de Dios Domingo llegó el procurador quejándose que no tenía para tan considerable número de Religiosos sino sólo dos panes. Mandó entonces el verdadero imitador del Señor dividirlos en menudos trozos, y echada la bendición y confiando en Dios, que es rico con todos los que le invocan y colma a todo viviente de bendición, hizo que el servidor diera vuelta por las mesas y pusieran a cada uno dos o tres de aquellas partecitas. Y como sobrase pan después de dar una vuelta, dió otra y luego otra, hasta tanto que quedaron todos saciados, sobrando aún más de lo que al principio había.


CAPÍTULO XXI

DE LOS ÁNGELES QUE VIO GUARDANDO A LOS HERMANOS

Entró en la Orden un legista, caballero de Bolonia, a quien se propusieron sacar del convento violentamente algunos de sus amigos mundanos. Temerosos los Hermanos de un atropello, determinaron llamar tropa armada, de su confianza, para que defendiese la casa. A lo cual el Bienaventurado Domingo contestó: "No nos son necesarios soldados, pues veo en derredor de la iglesia más de doscientos ángeles enviados para guardar a los Hermanos". Y así fue, que se volvieron aterrados y confundidos los emisarios, y el novicio, lleno de consuelo, quedó en la Orden.


CAPÍTULO XXII

DEL HERMANO GOLOSO AL CUAL LIBRO DEL DEMONIO

Había en Bolonia un Hermano converso puesto al cuidado de los enfermos, el cual frecuentemente y sin licencia solía comer la carne que sobraba. Cuando esto hacía, una tarde se sintió fuertemente poseído del diablo y comenzó a dar terribles voces. Corriendo a toda prisa los Hermanos llegó también con ellos en Bienaventurado Padre, quien compadecido del Hermano gravemente atormentado arguía al demonio y le preguntaba porque había entrado. Y dijo el diablo: "He entrado en el porque lo tiene merecido, pues ocultamente y sin licencia ha comido carne contra lo prescrito en tus constituciones". Dijo entonces el Bienaventurado Domingo: "por la autoridad del Señor yo le absuelvo del pecado cometido; y a ti, demonio, en nombre de Ntro. Señor Jesucristo, te mando que salgas de él y de hoy en más no le vuelvas a atormentar". Y al momento quedó el Hermano libre.


CAPÍTULO XXIII

DE SU COMPASIÓN A LOS PECADORES Y DE LA PRECAUCIÓN DE TODA NOTA

Compadecíase sobremanera de las miserias y pecados de los hombres, de tal suerte que cuando desde una eminencia veía la ciudad o pueblo en que iba a entrar, deshacíase todo en lágrimas considerando las miserias de los hombres que allí vivían, y los pecados que cometían, y los muchos que al infierno descendían. Cuando después de las fatigas del camino le acontecía tener que hospedarse en la casa de algún seglar, apagaba antes la sed en la primera fuente que encontraba, por evitar hasta la sombra de toda nota si en la casa bebiese mucha agua, obligado por la fatiga. Así hacía con sumo cuidado en todas las cosas.


CAPÍTULO XXIV

DE LA ABSTRACCIÓN DE LAS COSAS MUNDANAS

De tal manera tenía en Dios fijo su amor, que a nada de este mundo, ni grande ni pequeño, mostraba afición. Era vil todo cuánto tenía, libros, vestido, calzado, correa y una pequeña navaja que raras veces llevaba; y con frecuencia reprendía la curiosidad y demasiada decencia en estos objetos.



CAPÍTULO XXV

DE SU ESTUDIO EN LOS LIBROS DE LA CARIDAD

Un clérigo estudiante preguntóle cierto día cuáles eran los libros que con preferencia estudiaba, sin duda porque le veía predicar maravillosamente y exponer con suma facilidad las Escrituras; al cual respondió el varón Santo, que los libros de la caridad más que ningún otro. Y con razón, pues este libro es el que lo enseña todo.


CAPÍTULO XXVI

DE LA PASIÓN DE LA CARNE REPRIMIDA CON SU OLOR

Refirió un Hermano, que había en Bolonia un estudiante tan frágil en el vicio de la carne, que aunque se confesaba muchas veces de estos pecados, volvía con la mayor facilidad a reincidir en ellos. Llegó a tal extremo en el vicio que, según decía, ya no le era posible contenerse. Sucedió una mañana que celebrando Misa el Bienaventurado Domingo en el convento de los Hermanos de aquella ciudad, asistió el estudiante ya por la predicación, ya por oír la Misa; y como al ofertorio se acercase con los demás a ofrecer, y besase la mano del Santo, sintió tal y tanto olor cual en su vida jamás había sentido. ¡Cosa admirable por la fragancia percibida, pero mucho más por la pasión domeñada!, pues instantáneamente sintió tal templanza de la carne que, según confesión suya, le parecía en adelante muy fácil lo que antes creía imposible. Era muy propio que el olor de la mano virginal expeliese el hedor de la lujuria.


CAPÍTULO XXVII

DE CÓMO PREDIJO SU MUERTE

Antes del feliz tránsito del Bienaventurado Domingo, hubo en Bolonia otro estudiante que dijo haber oído de él la siguiente profecía de su muerte. En una visita que el Santo hizo a unos estudiantes muy conocidos suyos, entre los cuales estaba el que testifica exhortándolos al desprecio del mundo y memoria de la muerte, les dijo: "Ahora me veis vivo y sano, pero antes que llegue la Asunción de Ntra. Señora, seré abstraído de la presente vida". Comprobó el hecho la palabra, pues poco antes de aquella fiesta llevóle el Señor consigo, notándolo con sumo cuidado los estudiantes, quienes lo refirieron después de la muerte a los Hermanos. -Esto y lo que a continuación se pone de la leyenda, confirma su conocimiento de lo futuro. Orando una noche en las catacumbas de Roma, tuvo una revelación que le llenó de amargura. Se fue al convento, tocó la campana, convocó a los Hermanos y, dando grandes suspiros, comenzó a hablarles sobre aquel texto terrible del Evangelio: Satanás os ha asaltado para zarandearos como trigo. Lloraban mucho los Hermanos con aquellas palabras y lloraba él con ellos y más que ellos. Pronunció luego las palabras que se le habían revelado diciendo: "Llorad, Hermanos, llorad, pues dos de vosotros iréis a la vida y dos a la muerte". A estas palabras, aterrorizados sobremanera y llorando aún amargamente, se preguntaban los Hermanos unos a otros: "¿Seré yo, seré yo?" Sucedió todo así mismo; pues a los pocos días salieron de la Orden dos de ellos, sin duda para perderse; y otros dos, desprendidos del cuerpo, volaron a la vida sempiterna.



CAPITULO XXXVIII

DEL COMPAÑERO A QUIEN DESPUÉS DE MUERTO LLAMO A CRISTO

Salmodiando con muchas lágrimas y cantando los hijos cánticos espirituales ante el cadáver de su Padre colocado en la iglesia, llegó Fr. Alberto, de feliz memoria, Prior de Santa Catalina, muy familiar del Santo, el cual mirando a su amigo difunto convirtió el llanto en júbilo, alegrándose él primero. Pues, compadecido de si propio, se arrojó sobre el cadáver llenándole de abrazos y besos, y no se levantó hasta que obtuvo del muerto una respuesta. Volvióse entonces al Prior de Bolonia, y contento y alegre dijo: "Buena nueva, Prior, el Maestro (1) Domingo me ha abrazado y me ha dicho que este mismo año iré en pos de él a Cristo". Y así fue que murió aquel mismo año.

(1) Este título de Generales de la Orden Dominicana, a diferencia de otros que se llaman Prepósitos, Ministros, etc. como si quisiera decir que el distintivo de esta Orden es ser escuela de sabiduría.


CAPITULO XXIX

DEL ESTUDIANTE QUE LE VIO EN LA GLORIA

Noticioso un estudiante de la muerte del Santo, pero que por cierto motivo no pudo asistir a sus exequias, vióle en sueños la noche siguiente sentado en un trono en la iglesia de San Nicolás, majestuosamente coronado de honor y de gloria. "¿No sois vos -le dijo- el Maestro Domingo que ha muerto?" -"No estoy muerto" -respondió- "porque tengo un buen Señor con quien vivo". Llegada la mañana se fue a la iglesia de los Hermanos y halló al Santo sepultado en el mismo sitio que le había visto entronizado, el cual sitio absolutamente ignoraba.


CAPITULO XXX

DEL ENDEMONIADO QUE SE CURÓ EN SU SEPULCRO

Mandó decir FR. Camberto, de tierra de Saboya, predicador gracioso y ferviente, ilustre en milagros después de su muerte, que siendo el estudiante en Bolonia, había visto, con otros muchos, llevar al sepulcro del Bienaventurado Padre Domingo, la mañana siguiente de su entierro, a un hombre poseído del demonio, y que al entrar había empezado el demonio a dar voces diciendo: "¿Que me quieres, Domingo?" y que a menudo repetía: "Domingo, Domingo" quedando allí mismo el hombre libre del demonio.


XXXI

DEL HERMANO QUE A SU INVOCACIÓN SE CURÓ DE LA HEMORROIDE Y DESPUÉS DE LA ROTURA

Bastante tiempo hacia que venía padeciendo hemorroides un Hermano de más de sesenta años, recibido a la Orden por el Bienaventurado Domingo en el convento de Limoges, el cual, oídos los milagros que en el sepulcro del Santo se obraban antes de ser canonizado, se postró humildemente ante el altar y dijo: "Señor Jesucristo, que por el Maestro Domingo me llamaste a la Orden, si es verdad lo que oigo de lo mucho que contigo puede este Santo, como lo creo, haz que por sus méritos me vea libre de esta molesta enfermedad"

Imagen del desaparecido convento de Limoges (Francia)

Apenas dijo estás palabras, instantáneamente se sintió sano; dio gracias a Dios, y en los siete años que después vivió no padeció más de ella. -El mismo Hermano, en el convento Caturcense, donde murió, habiendo oído la canonización del Bienaventurado Padre, y cantando por este motivo con los Hermanos el Te Deum, súbitamente se vio curado de una rotura que por algunos años venía padeciendo, con sólo decir: "Oh Bienaventurado Padre Domingo que me curaste de la otra molesta enfermedad, libra mi vejez de ésta, que también es grave".


CAPITULO XXXII

DE LA SORDA QUE A SU INVOCACIÓN RECOBRÓ EL OÍDO

En el mismo convento de Bolonia, predicando el Prior al pueblo de los milagros del Bienaventurado Domingo, una monja que hacía muchos años estaba sorda, invocó al Santo y recobró por completo el oído.


CAPÍTULO XXXIII

DE LAS LETRAS DE SU CANONIZACIÓN QUE NO FUERON DESTRUIDAS POR LAS AGUAS

Contó del Bienaventurado Domingo el Sr. Bartolomé, Chantre de Trípoli, persona veneranda, una cosa muy digna de recordarse. Llevando él, por encargo de los Hermanos, las Letras de canonización del Santo a fin de entregarlas a los Hermanos de la otra parte del mar, levantóse tal tempestad que, cuando llegó la nave al puerto, estaba ya medio destruida. Todo cuanto encima y dentro transportaba se perdió, o por lo menos se averió, excepto las Letras que no sufrieron la menor yactura; cosa tanto más admirable cuanto que las Letras se deterioran con sola la humedad del mar. Lo cual no sin milagro se cree haber acontecido, porque Dios no fuera privado en su Santo del honor que le debían los pueblos trasmarinos; pues de haberse borrado aquellas Letras no hubiera sido fácil que en un año se mandaran otras.


CAPITULO XXXIV

DE LOS LIBRADOS DEL PELIGRO DEL MAR

Surcando la mar una nave que de Trápani había salido en dirección a Génova; se levantó tan espantosa tormenta, y sobre la tormenta comenzó a caer tal diluvio de agua, que se temió próxima la fractura del barco y la muerte de los navegantes. Ya habían perdido la vela con el timón, ya aligeraban la nave de los cargamentos, aunque de mucho valor, ya todos confesaban sus pecados esperando el momento del naufragio. 


En tal y tanto peligro constituidos, cuando todos, llorando a gritos, invocaban a los Santos que suelen invocar los marinos, un Hermano de la Orden que allí iba, Fr. Guillermo de Valencia, hombre de mucha devoción y de gran confianza en Dios, viendo que nadie se acordaba del Bienaventurado Domingo, encendido en santo celo, exhortó a los tripulantes a que le invocasen; y como le respondiesen que no acostumbraban, ni aun siquiera le conocían, confiado en los méritos del Santo, dijo: "Invocadle de todo corazón y ofrecedle algún obsequio, que de seguro sentiréis su auxilio". A estas palabras del Hermano todos unánimemente prometieron ir con los pies descalzos y velas encendidas a su iglesia, si apiadado de ellos les concedía pisar tierra. Hecho el voto y clamando todos juntos en alta voz ¡Santo Domingo, ayúdanos! el aire se serena, cede la tempestad, cálmase el mar y las olas se les vuelven risueñas; sigue al pavor el júbilo, a los lamentos la santa algazara y de lo profundo del corazón se dan afectuosas gracias. Llegados a Génova sanos y salvos, no fueron perezosos en cumplir lo prometido, sino que inmediatamente dirigiéndolos el mismo Hermano y su socio, en forma de procesión, muy devotamente, descalzos y con cirios, se fueron al lugar de los Hermanos, y llegándose al altar dieron gracias al Santo.


CAPITULO XXXV

DEL FRAILE FRANCISCANO POR ÉL SANADO (1)

Uno de los Frailes Menores de Bolonia, anciano de setenta o más años, que se veía muy afligido por salírsele los intestinos, invoco a Santo Domingo recientemente canonizado, y quedándose algún tanto adormecido después de una prolija oración, vio al Santo que con la parte anterior del escapulario le cerraba la rotura. Levantóse curado, y dando gracias a Dios y al Bienaventurado Domingo, lo refirió todo a sus Hermanos, quienes divulgaron el milagro para gloria del Salvador.

(1) Falta este capítulo en el MS. de Roma.


CAPÍTULO XXXVI

DE LA MONJA MILAGROSAMENTE CURADA

Hay en Trípoli, ciudad de Lidia, un monasterio de mujeres bajo el título de Magdalena, en el cual vivía una monja joven y noble, por nombre María, oriunda de Bello-mundo (2), de gran sencillez e inocencia, la cual después de muchas y graves enfermedades fue atormentada en la pierna y pie derecho de tan terribles dolores, que por espacio de cinco meses no pudo revolverse ni tolerar que la revolvieran en la cama, de donde se le formaron graves heridas por todo el cuerpo. Exhalaba agudos quejidos que ponían en continua alarma a las demás Religiosas. La vehemencia del dolor la rindió de tal suerte, que en siete días no tomó alimento ni bebida alguna, esperando de hora en hora su muerte, sobre todo cuando por faltarle la respiración se quedaba toda macilenta sin sentido y sin movimiento. Más pasados siete días, volvió a respirar algún tanto, efecto del amortecimiento en que quedó la pierna a manera de un leño, por espacio de dos meses. Por consejo de los médicos resolvieron la madre de ella y sus parientes sacarla del monasterio a su casa propia, pedido y obtenido el permiso de cierto abad que era Visitador de aquella Orden, a fin de mejor atenderla con baños, unturas y otros beneficios de la medicina. Pero ella, apenas supo de este acuerdo, triste y pesarosa, se negó en absoluto a salir del monasterio, por ser contra los estatutos y costumbre de la Orden y por ejemplo peligroso de que miembros virgíneos fuesen por las calles y las plazas llevados públicamente al baño. Reñíanla los parientes y una hermana suya monja, la cual irónicamente le decía: "Ahora te va a curar Dios sin los medios humanos por tu gran santidad". Asimismo la madre le aseguraba que ya no eran aquellos los tiempos antiguos en que Dios hacia milagros. Todos por fin marcharon como indignados de su pertinacia, dejándola abandonada a sí misma. Más ella, temerosa de que volviesen a poner por obra su anterior resolución, se dirigió al Señor, y con gran fervor y abundancia de lágrimas, humildemente dijo: "Señor Dios mío, no soy digna de rogarte ni merecedora de que me oigas, pero ruego a mi Señor, el Bienaventurado Domingo, tu siervo, que sirva de medianero y por sus súplicas y méritos me alcance de ti el beneficio de la salud". Con tal instancia y efusión de lágrimas se encomendó al Bienaventurado Domingo de quién era muy devota, que abrigó en su corazón cierta esperanza de obtener la salud tan deseada. El padre de estas jóvenes vírgenes, hombre noble, las había puesto antes de morir, lo mismo que a toda la familia, bajo el amparo especial de este Santo. Quedóse, después de tanto suplicar, dormida la enferma, y como en despertando se viese sin ninguna mejoría, comenzó a reñir amorosamente al Bienaventurado Padre porque no había escuchado sus ruegos, y de nuevo con importunidad y lágrimas interpelándole fervorosamente, arrobada en un éxtasis vióle que acompañado de dos Hermanos corría la cortina del cuarto y entraba y se ponía junto a ella. Redobló entonces sus ruegos tan pronto como le reconoció, y preguntándola él si deseaba mucho verse sana y por qué  razón, contestó: "Mucho lo deseo, si me conviene, a fin de servir con más devoción al Señor". - "Extiende tu pierna", le dijo el Santo, "en nombre de Cristo". Y contestando ella que no podía, sacó debajo de la capa un ungüento de maravillosa y desacostumbrada fragancia con que ungió con la propia mano la parte dolorida, quedando súbitamente sana y ágil la pierna paralizada, "Preciosa y dulce es esta untura", dijo después el Santo, "pero muy costosa". Pidióle ella explicación de estás palabras, y continuó él diciendo: "Esta unción es señal y figura del amor santo de Dios, que en verdad es precioso, porque con ningún precio de cosa temporal puede comprarse, y porque entre los dones de Dios ninguno hay mejor; es dulce, porque nada más dulce que la caridad; es costoso, porque se pierde fácilmente si con gran cautela no se guarda". Preguntóle después a la monja con cara risueña de qué manera había recobrado la salud, a lo que ella respondió: "Tú, señor mío, que lo sabes, dígnate revelármelo y hacerlo saber especialmente a mi hermana". Y sucedió que estando la hermana durmiendo en su cama vio en sueños como que entraba en una iglesia, y que en la pared de aquella iglesia estaba pintada la imagen del Bienaventurado Domingo, y que tomando cuerpo esta imagen y desprendiéndose de la pared la llamaba con la mano; que entonces ella se postraba y le pedía humildemente la salud de la hermana enferma, a cuyos ruegos contestaba él: "Ya la he sanado". Despertó enseguida, se fue a donde la enferma estaba, pero sin dar crédito al sueño, y de hecho la encontró alegre y sana. Comparando entonces las dos las visiones con las cosas y las cosas con las visiones, juntamente con su madre, por nombre Isabel, muy religiosa y devota, dieron a Dios y al Bienaventurado Domingo abundantes acciones de gracias. Visitaron con más devoción la iglesia de este Santo: contaron minuciosamente el milagro a los Hermanos, y su afición, tanto a aquellos Hermanos como a la Orden entera, fue desde entonces más ferviente. Cuando después de despierta se vio la enferma untada, tomó un poco de estopa, restregó la untura y se guardó la estopa sin decir nada a las demás Religiosas por temor a la vanagloria y por evitar toda nota de ostentación. Pero obligada de la reverencia que la estopa merecía, por estar empapada de aquel divino ungüento, lo reveló en fin, por consejo de su madre, a Fray Gregorio, húngaro, su confesor, de la Orden de Predicadores, con objeto de preguntarle qué había de hacer con ella. Al sacarla entonces de donde la tenía guardada, percibieron el confesor, la madre y la hermana, tal y tanta fragancia de olor suavísimo que con él no tenían comparación los más delicados perfumes. - Como en lo exterior fue curada prodigiosamente la joven Religiosa, así en lo interior se sintió ungida de celestial ungüento y en divino amor encendida como el Santo se lo había dado a entender, sirviendo en adelante con mayor fervor y gran humildad a Jesucristo. Oyó de los labios de la misma enferma este milagro y con gran diligencia lo examinó y escribió Fr. Ivón, Prior Provincial de la Orden en Tierra Santa, varón de toda virtud y santidad, amable a Dios y a los hombres, y en muchas lenguas predicador eximio.

(2) Otros leen de Bello Momte y el MS. de Roma dice de Biblio


CAPITULO XXXVII

DEL HIDRÓPICO SANADO 

Predicando en el Piamonte ciertos Religiosos las maravillas del Bienaventurado Domingo, uno de los oyentes que tenía un hermano hidrópico monstruosamente inflado, volvió a casa, y después de referir al enfermo aquellos milagros le exhortó a que se ofreciese al Santo para recobrar su salud.  Hízolo así devotísimamente, y quedando dormido le pareció ver al Bienaventurado Domingo que le abría el vientre y sin la menor molestia le extraía toda el agua. Despertó el enfermo y hallándose efectivamente sano, contra las esperanzas de los médicos, contó su visión a todos y dio al Señor y al Santo, su curador, rendidas gracias.


CAPITULO XXXVIII

DEL VINO A SU INVOCACIÓN AUMENTADO

Vivía en un pueblo llamado Placia, de la isla de Sicilia, una mujer muy devota y con los Frailes Predicadores muy obsequiosa, no obstante las resistencias de su marido; la cual como oyese que los Religiosos carecían de vino en tiempo de verano, les mandaba de lo suyo con gran devoción y muchas veces, sin saberlo el marido, cuanto era suficiente para cubrir las necesidades. Más a fuerza de tiempo y del mucho gasto que la propia familia numerosa y la comunidad entera hacían, sucedió que yendo la criada a sacar vino de orden del amo, apenas halló en la cuba otra cosa más que las heces. Asombrada la sirvienta avisa en secreto a la señora de lo que ocurre, la cual no menos admirada, la manda volver y examinar si está la espita obstruida. Vuelve la criada y otra vez halla que no hay más que heces. Temerosa entonces la señora de que el marido alborotase la casa y a ella la retrajese de la devoción de los Hermanos, postrada en tierra invoca al Bienaventurado Domingo, y muy fiada de sus méritos, manda por tercera vez a la criada que vuelva a la cuba. Vuelve, en efecto, aunque refunfuñando, y halla tan abundancia de vino como su nada se hubiera gastado. 


¡Cosa admirable, pero más clara que el sol! Aquel vino que apenas hubiera bastado para sola la familia un mes y medio o dos meses, dio, multiplicándolo Dios, por cuatro meses para la familia y la comunidad de los Hermanos. Admiróse de esto el marido; pero no supo como había sucedido, hasta que pocos días después, sabedores de lo ocurrido los Religiosos, oyó a uno de ellos predicar este milagro sin citar personas. Volvió después de oír el sermón a su casa, y preguntó a la mujer como había durado tanto tiempo el vino, burlándose de dicho milagro, y como después de reprenderle ella la dureza de su corazón le refiriese por su orden el acontecimiento, confesó él por fin que solo por la virtud divina había sucedido, y desde entonces la permitió a la mujer que libremente visitase a los Hermanos y con limosnas los socorriese. Un hijo suyo que entró en la Orden refirió después este hecho presenciado por él mismo, y es hoy muy cobrado por aquella comarca.


CAPÍTULO XXXIX

DEL HIDRÓPICO CON SU MEDICINA CURADO

También había en otro pueblo (3) del mismo país un joven tan hidrópico, que su vientre sobremanera hinchado y los miembros sin fuerzas, presagiaban una muerte próxima. Era, además, tan pobre que se veía obligado a ganar el pan llevando cargas de leña recogida en el campo, cuando apenas consigo mismo podía. Postrado un día en el campo y llorando de dolor, se acordó de lo mucho que Santo Domingo socorría a los enfermos, y le ofreció, si por sus méritos sanaba, servir por un año a los Hermanos del convento de Placia. Y hé aquí que, apenas pronunciado este voto se le aparece un Hermano desconocido que con blandura le pregunta si quería curarse. Respóndele que ese era su gran deseo, y le expone la oferta hecha. Entonces el Hermano, extendiendo su brazo hacia un saúco próximo al enfermo, le dice: "Toma las hojas de este saúco, muélelas, bebe el zumo y sanarás". Dicho esto, el Hermano que le hablaba desapareció; más él, levantándose del suelo, cogió las hojas, allí mismo las molió con piedras, exprimió con la mano el zumo, lo bebió y al momento, exonerado el vientre y completamente curado, cargó un gran haz de leña, marchó sano y bueno contando a todos el milagro, y despidiéndose de su madre se fue al convento de Placia, donde por espacio de un año sirvió muy devotamente a los Religiosos.

3) LLamado Castrum Joannis


XL

DEL JOVEN CURADO DE LAS ESCRÓFULAS

En la misma isla en dicho pueblo de Placia vivía otro joven, de oficio alfarero, tan agravado de escrófulas y tan corroído, qué la misma agua que debía le salía por la garganta. La madre, que le consideraba mortal y veía que la naturaleza y los remedios de los médicos no le aliviaban, ofrecióle al Bienaventurado Domingo, esperando que por sus méritos se salvaría. Hecho el voto, se le apareció a la madre en sueños el Bienaventurado Domingo, le pregunto cuánto deseaba ver a su hijo sano, y contestándole ella que con toda su alma, le dijo: "Levántate y toma unas hojas de puerro, de peral y yerba verde, tritúralas juntas, haz una cataplasma en un paño de seda, aplícala a la herida durante siete días, y sanará tu hijo". Despertó la mujer del sueño, hizo cuánto le había ordenado el Santo, y dentro de los mencionados días quedó el joven completamente libre.


CAPITULO XLI

DE ALGUNOS QUE AL CONTACTO DE SUS RELIQUIAS QUEDARON SANOS

Un vecino de Lieja, labrador, qué padecía una enfermedad en el cuello, después de haber visitado muchos santuarios sin merecer la salud, rogó al Prior de los Frailes Predicadores que en secreto le pusiese reliquias del Bienaventurado Domingo sobre la parte doliente. Hízolo así, y desapareció el mal. - Contóme esto el mismo Prior. Otro de los más pudientes de la misma ciudad, padecía otra grave enfermedad con un tumor grande y una llaga terrible, de suerte que los médicos le daban por desahuciado. Tanto era el dolor y tormento, que no podía tolerar que el médico le tocase siquiera con la mano. Al verle Fr. Lamberto en  aflicción tan grande, le exhortó a la devoción del Bienaventurado Domingo, por quien Dios hacía tantas maravillas. Hįzolo así el enfermo, y con gran confianza y devoción pidió que le rociasen la llaga con el agua con que el Santo se había lavado; y al momento comenzó a disminuir el dolor, se desvaneció la hinchazón y quedó perfectamente curado.


XLII

DE LA CURACIÓN DE UN HERMANO

Sufría tan fuertes dolores en la mano un Religioso del convento de Metz, qué temía perder la articulación a causa de una excrecencia en la juntura del puño con el brazo. Habíanle dicho varias veces los médicos y cirujanos que no se curaría sin una operación que siempre sería peligrosa a causa de las venas y nervios que allí se juntan. Más sucedió que la víspera de la Bienaventurada María Magdalena, Patrona de aquel convento, estando él con otro preparando después de nona el altar, entraron dos Hermanos a pedir la bendición, los cuales venían de las lejanas tierras de Alemania. Diósela el mismo doliente que salió a su encuentro, y después de recibida dijeron los dos extranjeros: "Traemos polvos de nuestro Bienaventurado Padre Domingo". Oído lo cual, el que parecía en la mano, lleno de devoción y alegría no poca, comenzó a decir de corazón y con los labios: "Padre, Padre, bienvenido seas". Y siguiendo a los Hermanos que llevaban las reliquias batía palmas y sin cesar clamaba: "Padre, Padre, bienvenido seas". Tomólas luego con ambas manos y después de besarlas quedó súbitamente libre del peligro del hueso. Más él no lo advirtió hasta que después de limpiar ciertas manchas que la lámpara tenía, quiso lavarse las manos. Regocijado entonces y sin esperar a lavarse, corrió al Prior que estaba en el Capítulo y le contó lo que había pasado. Al divulgarse esto por el convento, otro Hermano que en la enfermería parecía terribles contorsiones de vientre, pidió que le llevasen las sagradas reliquias, a cuyo contacto quedó también sano. 


CAPITULO XLIII

DE LA CUARTANA A SU INVOCACIÓN AHUYENTADA

Había en el mismo convento un Hermano converso que hacía mucho tiempo parecía una fiebre muy grave con hinchazón monstruosa de la cabeza.

La víspera de la fiesta, que por vez primera se celebraba, del Bienaventurado Domingo, cuando ya se acercaba la hora de la cuartana le visitó el Prior, y le pregunto cómo estaba. "Espero", contesto el paciente, "el momento de la calentura". -"Poderoso es el Señor", dijo el Prior, "para libraros de ella por los méritos del Bienaventurado Domingo". -"Creo firmemente", dijo el Hermano, "que si de parte de Dios y del Bienaventurado Domingo mandáis a la fiebre que no me atormente más, seré sano". Entonces el Prior, confiado en la bondad de Dios y en los méritos del Santo, mandó a la fiebre que le dejase y no afligiese más al Hermano; y al momento le dejó, y el Hermano no la sintió ni aquel día ni los siguientes, y asimismo quedó libre de la inflamación de la cabeza. Refirió esto el dicho Prior llamado Fr. Santiago, varón de gran fama, al Maestro General de la Orden.


Fin de la segunda parte del libro que se dice
VIDAS DE LOS HERMANOS






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