miércoles, 5 de octubre de 2022

DON BOSCO SE ALEGRABA DE CONFESAR A LOS GRANDES PECADORES

Extracto del segundo volumen de las "Memorias biográficas de Don Giovanni Bosco" recopiladas por el sacerdote salesiano Giovanni Battista Lemoyne (1839-1916) y publicadas en 1901.


[Don Bosco] Comenzó también a ejercer su sagrado ministerio en el tribunal de penitencia de la iglesia de San Francisco de Asís, esperando cada mañana durante algunas horas. Su caridad, celo, rara prudencia y habilidad para preguntar no tardaron en ser conocidos. Sus penitentes incluían varios de los mismos compañeros sacerdotes; incluido D. Giacomelli, que pronto lo eligió como su confesor. Atestigua que Don Bosco contó inmediatamente con un gran número de fieles, que abarrotaban su confesionario. Se dedicó con tanto amor a escucharlos, que este ministerio le pareció el más agradable, el más querido, el más acorde con su corazón. A cualquier hora que fuera llamado a ejercitarlo, se prestaba a él de buena gana, sin hacer jamás la menor observación en contrario, ni por cansancio, ni por hora inconveniente, o para otra ocupación, excepto el horario escolar. 

Sus modales francos inspiraban confianza incluso a quienes en dignidad o edad le superaban. Cuando alguien se le acercaba en la sacristía preguntándole por su ministerio sacerdotal, se daba cuenta de un vistazo, si era de los que tenían graves trampas de conciencia y sonriente decía: 

- Mi querido señor, os advierto que no me gustaría gastar mi tiempo inútilmente. Si son cosas grandes, bien; entonces me conformo; pero para las minucias no hay gastos. 

Esta pobre gente, respirando por esa faceta, respondía: 

- No dudéis de que os contentaremos. 

- Eso está bien; y entre nosotros, los amigos, nos entenderemos enseguida. 

Así ganaba la confianza; y cuanto más intrincada era la acusación, cuanto más difícil era el asunto, más disfrutaba viendo la operación de la misericordia divina.

De él se puede repetir lo que escribió de D. Cafasso: “Unas pocas palabras, un solo suspiro del penitente bastaban para hacerle conocer el estado de su alma. No hablaba mucho en el confesionario, pero ese poco era claro, exacto, clásico, y de una manera adaptada a la necesidad, que un largo razonamiento no hubiera tenido mejor efecto”. 

Solía decir que en media hora haría cualquier confesión general. Fue breve hasta el punto de que en pocas horas confesaba a cientos de personas, enviándolas de vuelta con una paz y una alegría muy sentidas.

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