viernes, 19 de enero de 2024

LAS EXCUSAS DE QUIENES NO COMULGAN CON FRECUENCIA (9)


“Es tal el engaño del pecado y la sutileza del diablo que casi todo el mundo tiene alguna excusa para dar sobre por qué no recibe la Comunión con frecuencia”

Por el padre Michael Müller CSSR


Continuamos con la publicación del libro “La Santísima Eucaristía: Nuestro mayor tesoro” (1867) del Padre Michael Müller CSSR.


CAPÍTULO 9

Las excusas de quienes no comulgan con frecuencia

Después de haber oído hablar del gran deseo de Jesucristo de unirse a nosotros en la Sagrada Comunión y del gran beneficio que obtenemos de tal una unión, naturalmente podríamos esperar encontrar hombres deseosos de aprovechar un medio de gracia tan rico y tan poderoso. Pero nuestra mayor miseria es que estamos ciegos a nuestra verdadera felicidad. Es tal el engaño del pecado y la sutileza del diablo que casi todo el mundo tiene alguna razón para dar sobre por qué no recibe la Comunión con frecuencia, y por eso todos los argumentos que he presentado a favor de la Comunión frecuente son generalmente desechados bajo los más pretextos tontos y frívolos. No será inútil considerar en detalle las razones que se alegan para tan extraña conducta, y por lo tanto, querido lector, os mostraré las diversas clases de católicos que no se acercan con frecuencia a la Sagrada Comunión, y examinaré las excusas que dan, para que podáis juzgar sobre su validez. Haré el examen clase por clase. 

¿Por qué no vas a menudo a comulgar? 

1ª Excusa. Porque no recibo las grandes gracias de las que hablaste en el capítulo anterior. 

Respuesta: ¿Cómo sabéis que no las recibís? ¿Es porque no las sentís? Pero eso no es una prueba segura de que realmente no las recibáis. Si estuvierais enfermo y no os apeteciera la comida, ¿dejaríais por eso de nutriros? Lo mismo sucede con el Santísimo Sacramento, alimento espiritual de vuestra alma. Los consuelos y las delicias son gracias que Dios concede cuando y a quien le parece oportuno; y si a menudo priva de ellas a sus siervos, es para probarlos, para conservar a los humildes y darles ocasión de merecer mayores gracias. Como el alimento corporal os nutre y fortalece sin que lo percibáis, así también este alimento celestial enriquece silenciosa e imperceptiblemente vuestra alma con la gracia. No podéis ver crecer una planta, pero podéis ver muy bien que ha crecido; de la misma manera no veis crecer vuestra alma en la vida espiritual al recibir la Sagrada Comunión, sin embargo la experiencia os muestra que realmente crece. Ahora vivís en el temor de Dios; hace años que no cometéis un pecado mortal, tal vez ni siquiera en toda vuestra vida. No os volvéis tibio en la práctica de la virtud; cumplís fielmente con vuestros deberes. ¿No son todas estas grandes gracias y favores? ¿Y no son todas ellas los efectos admirables de la Sagrada Comunión? ¿No es mejor el remedio que nos protege de la enfermedad que el que nos devuelve la salud? Pero supongamos la verdad de lo que alegas. Os pregunto ¿por qué no recibís grandes frutos de este Sacramento? ¿Os preparáis lo suficiente? ¿No os acercáis al altar con negligencia? ¿Consideráis de antemano lo que estáis a punto de hacer? y después, ¿reflexionáis lo suficiente sobre lo que habéis hecho? ¿O cometéis pecados veniales voluntariamente y con plena deliberación? ¿No son éstas las razones por las que no obtenéis de la recepción de este Sacramento el beneficio que otros obtienen de él? Si es así, debéis culparte a ti mismo de que la Sagrada Comunión no produce en ti todo el fruto que debería.


¿Por qué no recibís la Sagrada Comunión con frecuencia?

2ª Excusa. Temo perder mi reverencia por ello: dice el proverbio: “La familiaridad engendra desprecio”.

Respuesta. Admito que el proverbio es cierto con respecto a los hombres, pero no con respecto a Dios. Cuanto más os familiaricéis con los hombres, más faltas y defectos descubriréis en ellos, y por eso sentiréis menos respeto por ellos; pero este no es el caso con respecto a Dios. Cuanto más íntimo seáis con Él y más a menudo os acerquéis a Él, mejor os familiarizaréis con Él, más perfecciones descubriréis en Él y más lo amareis. ¿No es una blasfemia decir que conversar con Dios hace al hombre peor y más malvado y que, para ser santo, hay que alejarse de Él? ¿Puede el ejercicio más perfecto de la Religión menoscabar el respeto que debemos a este Sacramento? ¿Cuándo se hacen actos de fe, esperanza, amor, adoración y humildad si no es después de la Comunión? La Iglesia prescribía la Comunión diaria en las primeras épocas del cristianismo, y ahora la recomienda firmemente en el Concilio de Trento. ¿Puede la Santa Iglesia recomendar o aconsejar algo pecaminoso?

3ª Excusa. Porque tengo miedo de recibir la Sagrada Comunión indignamente.

Respuesta. Supongo que con esto queréis decir que no sabéis con certeza si estáis en estado de gracia. Es cierto que se nos exige estar en estado de gracia, pero no se nos exige tener mayor certeza de ello que la que ordinariamente se les da a los buenos cristianos. ¿Esperaréis hasta que un Ángel baje del Cielo para deciros que estáis en estado de gracia? ¿No sabéis que podéis confiar mucho más en la seguridad de vuestro confesor que en la de un ángel? Si os apareciera un ángel, podríais tener algún motivo para temer que fuera el diablo venido a engañaros; pero sabéis que al escuchar a vuestro confesor tenéis la promesa de Cristo de que no seréis descarriados. Por eso dice San Alfonso: “Confiad más en el ministro de Dios que en las revelaciones de todos los ángeles del Paraíso”. Añade, además, que no hay especie de desobediencia más dañina que omitir una Comunión prescrita por el confesor, porque tal desobediencia procede de una falta de humildad. Por eso, cuando tengáis el permiso de vuestro director, seguid adelante con confianza. Nadie va temblando a un banquete, sino alegremente. El Hijo de Dios no aparece en nuestros altares bajo la apariencia de pan para ser mirado con temor, sino para ser abordado con amor y deseo. Además, si teméis acercaros a este Sacramento, ¿no teméis también alejaros de él? El Hijo de Dios declara en la parábola de la gran cena que los invitados que declinaron la invitación de su señor quedaron enteramente excluidos de su amistad, aunque sus excusas para no asistir tenían cierta plausibilidad. ¿No debería este ejemplo causarles temor?

4ª Excusa. Realmente deseo hacerlo y confío en estar en estado de gracia, pero tengo mucho miedo de cometer un sacrilegio.

Respuesta. Nunca se comete un sacrilegio sin proponérselo. Esto no es más que un engaño del diablo. ¡Oh malicia execrable! Sedujo a nuestros primeros padres con la promesa de una vida feliz por comer del fruto que trajo la muerte al mundo, y ahora hace todo lo posible para impedir que los cristianos coman el verdadero Pan de Vida, inspirando el temor de que pueda ser la causa de una muerte eterna!

5ª Excusa. Porque cometo tantas faltas, que parecería presunción recibir la Sagrada Comunión con frecuencia.

Respuesta. No es presunción que alguien que tiene muchas imperfecciones y defectos comulgue con frecuencia. Es más, no es presuntuoso ir, aunque se cometan muchas faltas, siempre que no sean del todo voluntarias y deliberadas. ¿Creéis que cometeréis menos faltas si os alejáis de la Comunión? ¿Se puede evitar el pecado sin la gracia de Dios? ¿Y cómo obtendréis su gracia si no de este Sacramento? Preferiría aconsejaros que vayáis a menudo porque sois muy imperfecto; cuanto más tiempo permanezcáis alejado, más imperfecto os volveréis. La Iglesia enseña que la Sagrada Eucaristía es alimento y medicina al mismo tiempo; alimentos para los sanos y medicinas para los enfermos. Por eso decía una santa monja dominica: “Por mi parte, consciente de mi indignidad, quisiera comulgar tres veces al día, porque con una comunión más frecuente esperaría hacerme más digna”. ¿No respondió el Hijo de Dios a los fariseos que se escandalizaron al verlo comer con los pecadores: “Los que están sanos no necesitan médico, sino los que están enfermos?” Decís: “No soy digno”, pensando quizás que tal sentimiento procede de la humildad; pero debéis saber que generalmente es mayor humildad recibir con frecuencia que recibir pocas veces, porque el que recibe con frecuencia, aplicando tantas veces un remedio a su enfermedad, reconoce sus flaquezas. Si realmente vuestra abstinencia de la Sagrada Comunión procede de la humildad, no desagrada a Dios, pero le sería mil veces más aceptable si unierais la confianza a vuestra humildad. El miedo es bueno, pero el amor es mucho mejor.

Un día, cuando Santa Francisca de Roma iba a comulgar, el demonio le dijo: “¡Cómo podéis vos, que estáis tan llena de pecados veniales, atreveros a recibir al Cordero Inmaculado!”. Al instante se dio cuenta de que el enemigo quería privarla de una alegría tan grande y lo hizo callar escupiéndole en la cara. Después de esto se le apareció la Santísima Virgen, y habiendo alabado su conducta, le dijo que nuestros defectos, en vez de ser un obstáculo, deberían ser un incentivo para la Comunión, ya que en la Comunión encontramos el remedio para todas nuestras miserias.

6ª Excusa. Porque no soy lo suficientemente santo para recibir la Sagrada Comunión dignamente.

Respuesta. Si queréis decir que para recibir dignamente la Sagrada Comunión se requiere tener una santidad igual a Aquel a quien se recibe, entonces ni siquiera la Santísima Virgen fue digna. Si queréis decir que es necesario tener una pureza sin mancha, entonces los Apóstoles eran indignos, porque aun ellos tenían imperfecciones y defectos; y mucho más lo fueron los primeros cristianos, y sin embargo, comulgaban diariamente. Si sólo queréis decir que se requiere una preparación adecuada, la Iglesia declara que la preparación necesaria consiste en no tener conscientemente en la conciencia un pecado mortal que no se haya confesado, aunque, de hecho, aconseja y exhorta a sus hijos a una vida mejor y a una preparación más perfecta, es decir, esforzarse en evitar los pecados veniales y esforzarse seriamente en corregir sus faltas. ¿Qué es entonces lo que os impide recibir la Sagrada Comunión? No creáis que el Hijo de Dios requiere como preparación para la recepción de un Sacramento lo que es propiamente su fruto, efecto y fin, como tampoco un médico exige que un enfermo esté sano como preparación para tomar medicamentos. La santidad y la pureza del alma son efectos de este Sacramento, según la declaración del Concilio de Trento; ¿No es entonces una locura y una injusticia exigirlos como preparación necesaria para su recepción? Decidme, si se requirieran esas virtudes, ¿quién podría comulgar alguna vez, incluso en Pascua?

Séptima excusa. ¡Pobre de mí! He ofendido a Dios tan a menudo y tan gravemente en mi vida pasada que no me atrevo a comulgar con frecuencia.

Respuesta. ¿Le habéis ofendido más profundamente que San Agustín? ¿Habéis cometido más pecados que los que cometió Santa Margarita de Cortona antes de su conversión? ¿Y no recordáis que Nuestro Señor un día le dijo a esta Santa que le daría una gran recompensa a su confesor por haberle aconsejado que comulgara con frecuencia? ¿O habéis olvidado que Él dijo a la venerable Prudentiana Zagnoni: “Si me recibes frecuentemente en la Sagrada Comunión, olvidaré todas tus ingratitudes”? Recordad que fue por amor a los pecadores que el Hijo de Dios descendió del cielo. Si realmente os arrepentís de vuestros pecados, si los habéis confesado todos sinceramente, si estáis firmemente decidido a no pecar más, entonces tenéis incluso un derecho especial y reclamas ir a la Comunión. Nuestro Señor dijo: “No he venido a llamar a justos, sino a pecadores a penitencia”.

8ª Excusa. Temo que pueda llegar a ser una mera costumbre. 

Respuesta. Una buena costumbre es algo bueno. ¿Deberíais dejar de escuchar misa diariamente por miedo a acostumbraros? ¿U omitir vuestras oraciones diarias por temor a orar por costumbre?

9ª Excusa. Porque cuando voy, soy muy fría, distraída y poco devota.

Respuesta. Hay una gran diferencia entre la devoción y el sentimiento de devoción. Uno puede tener mucha devoción sin sentirla en absoluto. La devoción sensata no siempre es la mejor, porque está sujeta a muchas ilusiones. Además de esto, no siempre depende de nosotros. Dios se la concede a quien Él quiere. Si se requiriera una devoción sensata, lo más indudable es que a quienes no la tienen no se les permitiría recibir la Sagrada Comunión ni siquiera en Pascua. Si no sentís devoción, humíllate ante Dios, pero no os alejéis de Él. La devoción necesaria para recibir la Sagrada Comunión consiste en acercarse a Nuestro Señor con humildad, confianza y amor; con deseo de honrar a Jesucristo, de unirse a Él y obedecerle. Decís: “Soy muy fría”, pero decidme, ¿os calentaréis manteniéndote alejada del fuego? ¿No sería más prudente comulgar para hacerse devota? ¿No sabéis que la Sagrada Comunión es un fuego que enciende en el corazón el amor, la devoción y la alegría espiritual? ¿No es cierto que cuanto menos recibís, menos deseo tendréis de recibir, y que cuanto más recibáis, más deseareis recibir?

10ª Excusa. Porque me parece que siento más devoción cuando comulgo, pero pocas veces.

Respuesta. Esto puede ser cierto, aunque no es la experiencia general; sin embargo, siempre será cierto que si comulgáis poco, a vuestra alma le faltará gracia y fervor. Quien mantuviera un ayuno continuo se debilitaría y atenuaría mucho, aunque pudiera tomar su escasa comida con el mayor gusto.

11ª Excusa. Mi confesor no me lo permite.

Respuesta. Si esto es realmente así, debéis obedecer, y suplir lo mejor que podáis la falta del Santísimo Sacramento, multiplicando las Comuniones espirituales. Decid a Jesucristo: “Señor, os recibiría más frecuentemente si no me lo impidiera la obediencia”, y Él se complacerá con vuestra obediencia y vuestro deseo de la Sagrada Comunión. ¿Pero estáis seguro de que vuestro confesor no está dispuesto a permitiros la Comunión frecuente? ¿Soléis pedir permiso para comulgar con más frecuencia? Esto, al menos, está en vuestras manos, y es muy útil y en modo alguno opuesto a la perfección de la obediencia. Vuestro confesor sabe que para producir grandes frutos es necesario comer este divino alimento con hambre, y mientras mostréis poco afán por el Santísimo Sacramento, no os aconsejará ni permitirá comulgar con frecuencia. Pero quizás lo habéis pedido varias veces y él no os ha concedido vuestra petición. ¿Y cómo lo habéis pedido? ¿Imitasteis a Santa Catalina de Siena, que cuando fue privada de la Comunión por su confesor, exclamó: “¡Padre, dad de comer a mi alma!”. Si, como ella, hubierais manifestado con humildad y resignación esta santa hambre, vuestro confesor os habría tratado de manera muy distinta; pero como parecéis frío y no os disgusta que os repelan la Comunión, se abstiene prudentemente de aconsejaros que la recibáis muy a menudo.

12ª Excusa. No tengo tiempo para prepararme como debería.

Respuesta  ¿Cuánto tiempo necesitáis para la preparación? ¿Debéis pasar toda la mañana orando o leyendo libros piadosos? Santa Teresa recibió la Comunión todos los días durante veintitrés años; ¿Crees que ella no tenía nada más que atender? Creo que ella estaba más ocupada de lo que vos jamás estaréis. Los primeros cristianos iban diariamente a comulgar; ¿Te imaginas que sus ocupaciones fueran menos importantes que las vuestras o que sus asuntos familiares fueran menos problemáticos? ¿Os digo la razón por la que los santos y los primeros cristianos podían prepararse para la Comunión diaria? Eran más fervorosos que los cristianos de hoy y tenían un mayor amor a Jesucristo. Si prevéis que no tendréis tiempo por la mañana para prepararos para la Comunión, procurad la noche anterior hacer alguna preparación leyendo algún libro piadoso y haciendo los actos que conviene hacer por la mañana; o levantaos un poco antes de la hora habitual y dedicad todo el tiempo que esté a vuestra disposición a prepararos lo mejor que podáis; o esforzaos en realizar los deberes de vuestro estado con miras a agradar a Dios, y podéis estar seguro de que esto será una excelente preparación para vuestra Comunión. Santa María Magdalena de Pazzi solía decir a sus hermanas de Religión: “Ofreced a Dios todas vuestras acciones como preparación a la Comunión; realizadlas con la intención de agradarle, y comulgad”.

13ª excusa. Me abstengo para evitar los comentarios de los demás.

Respuesta. Si comulgáis por consejo de vuestro confesor y por el deseo de corregir vuestras faltas y avanzar en el amor Divino, no debéis preocuparos por lo que otros puedan decir de vos. El padre Ávila decía que quienes censuran a sus vecinos por recibir la Comunión realizan frecuentemente el oficio del diablo. Entonces, ¿por qué deberíamos prestar atención a esas personas? Si está mal escuchar al diablo, ¿está bien escuchar a sus agentes? ¿No sabéis que todo lo bueno debe tropezar con la contradicción? Que la gente diga lo que quiera; en el Día del Juicio descubrirán su error y entonces os despreciarán por haberles escuchado.

14ta excusa. Porque la Iglesia no me manda comulgar más que una vez al año, y en obedecerla, no puedo extraviarme.

Respuesta. Si la Iglesia os ordenara comer carne o beber vino sólo una vez al año, ¿seríais tan exactos en cumplir la letra de la ley? La Iglesia exige que nos abstengamos de comer carne los viernes y que ayunemos durante la Cuaresma y en otras épocas determinadas; ¿Nunca, por una causa leve, buscáis la exención de este precepto? ¿Cómo es que la mayoría de los que son intérpretes tan literales de la ley de la Comunión Pascual son tan laxos en la observancia de la ley del ayuno? ¿Cómo es posible que quienes consideran que una Comunión al año es suficiente, generalmente se quejan de que una Cuaresma al año es demasiado? ¡Ah! Temo que la fe y la reverencia por la Iglesia tengan poca participación en esta excusa y que la verdadera razón por la que instáis a este precepto sea la terrenalidad y la sordidez de vuestros afectos. Vuestros deseos son bajos y humillantes; os gusta más el alimento del cuerpo que el alimento del alma. Con los israelitas en el desierto, preferís las cosas buenas de Egipto al Maná que viene del Cielo; y vuestro gusto está tan corrompido por los placeres impuros del mundo, que no podéis encontrar deleite en las dulces fuentes que brotan del costado del Salvador. Creedme, esto no es una buena señal; es señal de gran peligro; porque como ha dicho el Real Profeta: “He aquí, los que se alejan de Dios perecerán”. Pero tengo otra observación que haceros sobre vuestra excusa.

No habéis representado del todo exactamente el precepto de la Iglesia. Habéis omitido una palabra importante. La Iglesia dice que sus hijos deben recibir la Sagrada Comunión “al menos una vez al año”. Os digo: En tiempos antiguos los cristianos estaban acostumbrados a comulgar todos los días, y entonces su vida era santa y edificante y casta y humilde; y los infieles y herejes, impresionados por la pureza de sus modales, se convirtieron en masa a la fe. Pero en épocas posteriores, el lujo se apoderó de ellos y el mundo y la carne dominaron, y muchos se enfriaron en el amor y perdieron el gusto por este alimento celestial.

¿Y ahora qué puede hacer la Iglesia para curar el mal? Si hiciera obligatoria la recepción frecuente de la Sagrada Comunión, correría el riesgo de multiplicar los pecados mortales y de hundir más profundamente en la culpa a sus miembros imperfectos. Por lo tanto, utiliza una moderación sabia y amorosa, y como madre tierna, cuando falla cualquier otro recurso, habla severamente a su hijo enfermo y lo obliga a tomar la comida o la medicina que es absolutamente necesaria para la vida. ¡Prestad, bajo pena de pecado mortal, una sola Comunión al año, como lo mínimo que se puede exigir a un cristiano!

¿Pero es esto todo lo que ella desea que hagamos? ¡Oh, no! Ella desea que nos alimentemos continuamente con el Pan de Vida. En el Concilio de Trento lamenta el desuso de la Comunión diaria y exhorta fervientemente a todos los fieles al uso frecuente de este alimento santificador. Desde entonces insistís tanto en la obediencia a la Iglesia, mostráis espíritu de hija obediente y cumplís su ardiente deseo. Es cierto que no caeréis bajo sus censuras si comulgáis sólo una vez al año, pero seréis mucho mejor cristiano si comulgáis con más frecuencia.

16ª Excusa. ¡No veo ninguna necesidad de ello! Hay muchos otros que no comulgan con más frecuencia que yo, es decir, una o dos veces al año, y sin embargo son buenos cristianos; sí, tan buenos como los que comulgan muy a menudo.

Respuesta. No discutiré vuestra afirmación. Nadie conoce el corazón de otro, y más bien deseo que forméis un juicio lo más caritativo posible hacia vuestros vecinos que no comulgan con frecuencia. Tampoco diré de todos los que comulgan con frecuencia que son exactamente lo que deben ser. Pero casi nadie afirmará que las personas que comulgan sólo una o dos veces al año son, en términos generales, tan ejemplares en su conducta como las que comulgan con frecuencia.

Señaladme a quienes consideráis más piadosos; que viven en el mundo sin seguir sus costumbres ni adoptar sus principios; que, cuando les sobreviene la adversidad, están tranquilos y resignados a la voluntad de Dios, y cuando ésta les sobreviene al prójimo, están dispuestos a todo acto de caridad; que sean mansos y bondadosos, ricos en buenas obras y amantes de la oración; que son constantes en su asistencia a Misa, diligentes en buscar instrucción espiritual, fieles en sus deberes y edificantes en su conversación, y a estas mismas personas les mostraré regularmente en el altar cada mes, quincena o semana; sí, incluso más a menudo. Conceded que entre estos comulgantes frecuentes no haya más que uno que viva una vida verdaderamente devota, pero tenéis pruebas suficientes del fruto de este Sacramento, pues sabéis que nadie puede vivir santamente sin la gracia de Dios y que este Sacramento fue instituido para impartirnos gracia en abundante medida. “He venido para que tengan vida, y la tengan en abundancia” (Juan 10:10).

Pero, después de todo, ¿es ésta la forma adecuada de razonar? No preguntéis si los demás son buenos cristianos, sino si vos mismo lo sois. Sabéis que un buen cristiano significa algo más que alguien que no roba ni comete asesinatos o crímenes similares. Un buen cristiano significa una persona que se esfuerza por mantener su corazón puro ante los ojos de Dios y por vencer el orgullo, la envidia, la avaricia, la impureza y la glotonería, a las que es tan propensa su naturaleza inferior. Ahora bien, ¿no encontráis dentro de vos ningún aguijón de la carne, ningún movimiento de odio ni deseo de venganza, ninguna rebelión de orgullo? Paladio cuenta la historia de un joven que, después de esforzarse durante mucho tiempo en corromper a una virtuosa mujer casada y de encontrar su castidad a prueba de todos sus ataques, trató de vengarse de ella mediante la intervención del diablo. Con el permiso de Dios, el maligno hizo que ella asumiera la apariencia de una bestia salvaje, y su marido, muy angustiado por tan horrible transformación, la llevó ante San Macario, para que por sus oraciones y bendiciones ella pudiera ser liberada de la malicia del diablo. El Santo fácilmente logró esto por su poder con Dios; y después que la buena mujer recobró su aspecto natural, le dio este consejo: “En el futuro comulgad más a menudo que hasta ahora, sabiendo que la razón por la que Dios os ha permitido aparecer en tal forma es por vuestra negligencia, por no haber recibido la Comunión durante cinco semanas consecutivas. Así me ha sido revelado desde lo alto. Recordadlo y tomadlo en serio”.

¡Cinco semanas! Y os alejáis cinco meses; sí, durante todo un año, y no encontráis necesidad de comulgar más a menudo? ¿Y creéis que el diablo ha estado ocioso y que no se ha producido ninguna transformación espantosa en vuestra alma a los ojos de los ángeles? ¿No se ha convertido vuestra alma en una puerca en la impureza, o en un tigre en la ira, o en una víbora en la traición, o en un inmundo gusano que se arrastra en sus afectos bajos y humillados?

Os dejo la respuesta a vos. Dios quiera que no sea así. Sé que es testimonio y experiencia de los santos que con todos sus esfuerzos y uso continuo de los Sacramentos les resultó difícil mantener limpio su corazón; y si por un corto tiempo se les impedía recibir el Pan del Cielo, su corazón se marchitaba y se secaba, y exclamaban: “Estoy herido como la hierba, y mi corazón se seca porque me olvidé de comer mi Pan” (Sal. 101:5). También sé que la Sagrada Escritura dice: “Los que se alejan de Vos, perecerán” (Sal. 72:27)

Y ahora, querido lector, creo que habéis llegado a la misma conclusión, que no hay excusa válida para no comulgar con frecuencia y que, en su mayor parte, quienes dan estas excusas están influenciados por una secreta falta de voluntad para llevar una vida cristiana seriamente. No están dispuestos a practicar el retiro, el desapego de las criaturas y la abnegación. Se mantienen alejados de la Comunión tanto tiempo como pueden para evitar la reprensión de Jesucristo por su sensualidad, orgullo, vanidad, falta de caridad y pereza. Miserables son las consecuencias de tal conducta. Al no poder encontrar en la Religión la verdadera paz del corazón, tales hombres buscan su consuelo en las cosas exteriores y multiplican las faltas e imperfecciones a medida que se alejan de Dios. Y lo más lamentable es que no pocas veces sus pecados veniales les llevan a pecados mortales y viven en tal estado durante meses, quedando en constante peligro de ser alcanzados por una muerte súbita y no prevista, justo castigo por su ingratitud e indiferencia hacia Jesucristo.

He dicho “en su mayor parte”, porque sé que hay casos en los que la renuencia a recibir este Sacramento procede de un vano temor a la irreverencia, inspirado por las enseñanzas de hombres descarriados. Ya he dicho lo suficiente para mostrar la falta de fundamento de tal temor y su perjuicio para Dios; Ojalá pudiera expresar suficientemente su daño a las almas.

San Vicente de Paúl, al hablar de este tema, solía contar la siguiente historia: Una dama noble y piadosa, que desde hacía mucho tiempo tenía la costumbre de comulgar varias veces a la semana, tuvo la desgracia de elegir como confesor a un sacerdote que estaba imbuido de los principios de la herejía jansenista. Al principio, su nuevo director le permitía ir a la Sagrada Comunión una vez por semana; pero, después de un tiempo, no le permitió ir más de una vez cada quince días; y por fin la limitó a una vez al mes. Así estuvo la señora ocho meses, cuando deseando saber el estado de su alma, se hizo un cuidadoso autoexamen; ¡pero Ay! encontró su corazón tan lleno de apetitos irregulares, de pasiones e imperfecciones que llegó a tener miedo de sí misma. Horrorizada por su deterioro, exclamó: “¡Miserable criatura que soy! ¡Cuán profundamente he caído! ¡Qué miserablemente vivo! ¿Dónde terminará todo esto? ¿Cuál es la causa de este lamentable estado mío? ¡Ya veo! ¡Mira! No es por otra razón que por haber seguido a estos nuevos maestros y por haber abandonado la práctica de la Comunión frecuente”. Luego, dando gracias a Dios, que la había iluminado para ver su error, renunció a su falso guía y reanudó su práctica anterior. Poco después pudo superar sus faltas y pasiones y recuperar la tranquilidad de su corazón. ¡Oh, con qué eficacia realizan tales hombres la obra del diablo! El gran adversario de la humanidad no tiene nada más en mente que impedir que los hombres accedan a los medios de la gracia, especialmente a la Santísima Eucaristía. En su guerra contra los fieles, actúa como se dice que hacen las naciones fronterizas con Abisinia en sus conflictos con los habitantes de ese país. Se sabe que los abisinios observan un estricto ayuno de cuarenta días en un determinado período del año, y es costumbre cruel de sus enemigos esperar hasta que esta larga abstinencia los debilite y luego abalanzarse sobre ellos y obtener una fácil victoria.

Así digo que le pasa al diablo: un ayuno de cuarenta días del Santísimo Sacramento es una rica conquista para él. Es su mayor deleite mantener a los hombres alejados del altar. Cualquier excusa para mantenerse alejado de la Sagrada Comunión es legítima a sus ojos; cualquier doctrina que enseñe que es inútil o perjudicial frecuentar la Sagrada Eucaristía lleva su sello de aprobación; cualquier burla con la que un católico tibio reprende a su hermano más ferviente por alimentar su alma a menudo con el Pan de Vida es música para sus oídos. Y tiene razón, porque si se convence a los hombres de que se priven del Cuerpo fortalecedor de Jesucristo, la obra de Satanás ya no será difícil. Cuando el alma es débil en la gracia, a causa de la larga abstinencia de la Carne de Jesucristo, entonces el maligno desciende sobre ella con sus fuertes tentaciones y casi sin resistencia, la hace su esclava.

Una vez más, aquellos que desaprueban la Comunión frecuente hacen la obra del diablo. Dan mucho placer al Infierno y privan a Nuestro Señor de gran deleite. Por esta razón Nuestro Señor castiga tan a menudo con severos castigos a quienes disuaden a otros de recibirlo. Una mujer que se burlaba de Santa Catalina de Siena por ir tan seguido a la Sagrada Comunión, al regresar a casa cayó al suelo y murió instantáneamente sin poder recibir los últimos Sacramentos. Otra mujer, que había cometido el mismo delito, se volvió loca de repente. Es más, incluso cuando la falta fue mucho menor, Dios ha mostrado su disgusto. Santa Lutgarda tenía la costumbre de recibir la Sagrada Comunión con mucha frecuencia, pero su superiora, desaprobándola, le prohibió hacerlo en el futuro. La Santa obedeció, pero en ese mismo momento su superiora enfermó y tuvo que sufrir los dolores más agudos. Finalmente, sospechando que su enfermedad era un castigo por haber prohibido a Lutgarda la comunión frecuente, retiró la prohibición, y, he aquí, sus dolores la abandonaron inmediatamente y empezó a sentirse mejor.

Venid pues, oh cristiano, al banquete celestial que vuestro Divino Salvador tiene preparado para vos. “Todo está listo”. Jesucristo desea unirse a vosotros. “He aquí” -dice- “yo estoy a la puerta y llamo. Ábreme, hermana mía, amada mía, paloma mía, pura mía; porque mi cabeza está llena de rocío, y mis cabellos de las gotas de la noche”.  Él os ha esperado durante una larga noche de pecado, y ahora que os ha restaurado al estado de gracia mediante el Sacramento de la Penitencia, desea hacer morada en vuestro corazón y enriqueceros con sus gracias. Ninguna tentación os impida tan grande bien.

Con Santa María Magdalena de Pazzi decimos: “Preferiría morir antes que omitir una Comunión permitida por la obediencia”. Cada vez que vuestro director os aconseje, id adelante a recibir a vuestro Señor con confianza y sencillez de corazón, y responded a quienes os reprochan que comulgáis con tanta frecuencia como os aconseja San Francisco de Sales: “Si -dice- os preguntan por qué comulgáis tan a menudo, decidles que dos clases de personas deben comulgar con frecuencia: los perfectos para perseverar en la perfección, y los imperfectos para alcanzar la perfección; los fuertes para no debilitarse, y los débiles para fortalecerse; los los enfermos para curarse, y los sanos para prevenir enfermedades. Y decidles que, por ser imperfecto, débil y enfermo, tienes necesidad de la Comunión” (Introducción a la Vida Devota), C. 21). Decidles que deseáis ser paciente y que, por lo tanto, debéis recibir a vuestro paciente Salvador; que deseáis volveros manso, y por lo tanto, debéis recibir a vuestro manso Salvador; que deseáis amar el desprecio, y por eso debéis recibir a vuestro despreciado Salvador; que deseáis amar las cruces, y por eso debéis recibir a vuestro Salvador sufriente; que queréis amar la pobreza, y por eso debéis recibir a vuestro pobre Salvador; que deseáis ser fuerte contra las tentaciones del mundo, la carne y el diablo, y por lo tanto, tenéis necesidad de vuestro Salvador reconfortante y fortalecedor. Decidles que Él ha dicho: “El que come Mi Carne vivirá por Mí”. Deseo vivir, y por eso recibo a Jesús, mi vida, “¡para que él viva en mí y yo en él!”.

Aquel en cuyas palabras ponéis vuestra confianza, os justificará; vuestra alma se fortalecerá continuamente en la virtud; vuestro corazón se volverá cada vez más puro; vuestras pasiones se debilitarán; vuestra fe será más viva; vuestra esperanza más firme; vuestra caridad más ardiente; recibiréis la gracia de vivir en el mundo como heredero del Cielo; y cuando en vuestra última hora venga el sacerdote a administrar el Santo Viático, podréis decir como Santa Teresa: “Señor mío y Esposo mío, por fin ha llegado la hora que tanto ha anhelado mi corazón. Ahora es el tiempo en que nos veremos cara a cara. ¡Bendita sea esta hora! ¡Hágase vuestra voluntad! ¡Oh hora feliz en que mi destierro tiene fin y mi alma emprende el vuelo hacia Vos a quien tanto ha anhelado!”


[NOTA: Este capítulo expresa el enfoque tradicional y profundamente católico de la Sagrada Comunión frecuente, con el entendimiento constante de que el autor se refiere a la Comunión digna, o Comunión recibida en Estado de Gracia. Esto contrasta absolutamente con la abominación actualmente prevaleciente de que todos reciban la Sagrada Comunión en la Misa, sin tener en cuenta si el destinatario se encuentra en estado de gracia, si cree en la Presencia Real (y todas las demás doctrinas católicas), o si incluso es católico. Recibir la Sagrada Comunión en cualquiera de estas condiciones es pecado mortal de sacrilegio. Para recibir la Sagrada Comunión dignamente, un católico en estado de pecado mortal debe primero confesar todos sus pecados mortales a un sacerdote en confesión y ser absuelto de ellos, después de lo cual Nuestro Señor se complacerá en entrar una vez más en su corazón en la Sagrada Comunión.




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