Por Nico Spuntoni
Unos meses después de “su elección”, Francisco dijo que veía a la Iglesia como un hospital de campaña después de una batalla. Una metáfora burlonamente apropiada para describir las reacciones de las Iglesias locales ante la publicación de Fiducia supplicans. Las Conferencias Episcopales Africanas, una tras otra, devuelven al remitente la petición de bendecir a las parejas irregulares o arcoíris, mientras que en otros lugares intentan salvar la situación con declaraciones que aceptan obstinadamente la novedad, señalando al mismo tiempo - como hizo la Conferencia Conferencia Episcopal Española- “la importancia de no confundir y de hacer esa bendición una celebración distinta del matrimonio canónico”.
Tucho Fernández no hizo más que complacer a los obispos alemanes que pretendían alcanzar este objetivo a través de aquel “comité sinodal” sobre el que Francisco había expresado su preocupación en una carta privada y que, en cambio, se vieron superados por la aceleración del Dicasterio para la Doctrina de la Fe. En Alemania, donde la situación es convulsa desde hace años, Fiducia supplicans puede tener un impacto devastador porque deslegitima a aquellos (pocos) obispos y sacerdotes alemanes que, a pesar de las presiones de la opinión pública y de las organizaciones laicas, han permanecido fieles a Roma y han defendido el Responsum de 2021. También deslegitimada por la Declaración está la figura del colaborador más importante de Bergoglio, el cardenal secretario de Estado Pietro Parolin, que hace dos meses había reprochado a la Conferencia Episcopal Alemana conminándola a no “expresar una opinión diferente sobre los actos homosexuales”.
EL DOBLE FRACASO
Esto no es necesariamente algo malo desde una perspectiva de futuro para el cardenal veneciano. Fiducia supplicans, de hecho, es un fracaso desde todos los puntos de vista: internamente por la confusión suscitada entre las Iglesias locales, y externamente por la falta de interés mediático por parte de los medios “seculares”. La noticia fue informada, pero no causó el revuelo mediático que probablemente esperaba el “cardenal” Fernández. El texto juega con la ambigüedad de admitir la posibilidad de bendecir a las parejas en situación irregular y entre personas del mismo sexo, cuidando al mismo tiempo de mantener que “no quiere modificar de ningún modo la enseñanza perenne de la Iglesia sobre el matrimonio”. Por lo tanto, el objetivo era, por un lado, inculcar en el discurso periodístico la histórica “apertura” de Bergoglio a las parejas arcoíris y, por otro, mantener contentos a los obispos, previsiblemente opuestos. El objetivo fracasó doblemente porque la cobertura en televisión y periódicos fue limitada, mientras que las Iglesias locales estaban en ebullición. Así fue como la Iglesia del único continente donde el catolicismo no retrocede, se amotinó literalmente.
IMAGEN DETERIORADA
A lo largo de los años, la percepción de un “papa” demasiado “político” le ha alejado del favor de una parte importante de la opinión pública, especialmente en Italia y Argentina. Once años después de aquellas “buenas noches”, la impresión es que “el pontificado de Francisco” ha entrado en una fase de caída libre, quizás gracias al abuso del discurso de “ruptura” con los periodistas más alineados. En el último año, pues, también ha pesado la indignación provocada por la falta de transparencia sobre el escándalo de Rupnik, que alcanzó su punto máximo con la incardinación en Koper. La reacción de la opinión pública sugirió a Bergoglio que debía hacer un brusco cambio de rumbo, enviando al ex jesuita a juicio y luego disolviendo la comunidad de monjas que había fundado. Aún es pronto para entender el destino de Rupnik, pero por primera vez comienza a surgir la posibilidad de que Santa Marta lo haya “abandonado”. Si fuera así, el cardenal Angelo De Donatis también podría pagar el precio, ya que hizo todo lo posible para defenderlo hasta el final y tal vez podría abandonar el Vicariato para encontrarse “estacionado” en un puesto menor en la Curia.
BERGOGLIANOS AGONIZANTES
Francisco sigue gobernando con mano firme y se muestra enérgico, negándose a moverse en silla de ruedas. En el Vaticano, sin embargo, todos saben que el documento de identidad del “pontífice” tiene 87 años de antigüedad. Quiere no revelar demasiada información sobre su situación clínica, pero las dolencias han aumentado en el último año. Esta conciencia significa que los cardenales y obispos que no puede controlar, aunque permanecen en silencio por temor a castigos al estilo Burke, tienen cuidado de no identificarse demasiado con el pontificado actual. “No moriremos bergoglianos” podría ser su lema, sabiendo que este “pontificado” en ningún caso dejará una memoria compartida. Por otra parte, hay quienes saben que deben el papel de poder que hoy ocupan exclusivamente a su cercanía con Bergoglio. El cardenal Fernández lo sabe y actúa desde el antiguo Santo Oficio bajo la consigna de “date prisa”. Cuanto más crece su influencia en Santa Marta, más aumenta la hostilidad hacia él entre quienes creen que la metáfora del “hospital de campaña” debe entenderse en un sentido muy diferente al utilizado en 2013 por Francisco.
La NuovaBQ
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