Continuamos con la publicación de la Cuarta Parte del antiguo librito (1928) escrito por el fraile dominico Paulino Álvarez (1850-1939) de la Orden de Predicadores.
CUARTA PARTE
DEL LIBRO INTITULADO
"VIDAS DE LOS HERMANOS"
CAPÍTULO XXIII
DE LA TENTACIÓN DE LA IRA
I. Durmiendo unos momentos después de Maitines Fray Nicolás de Juvenasio, varón santo y discreto (1), el cual se hallaba en Nápoles, le pareció que decía a los Hermanos en el Capítulo estas palabras:
- Hermanos, el gran encargo de nuestros Padres que fundaron esta Orden era, no dejarla ni por las tentaciones de la carne, que son blandas, ni por las tentaciones del mundo, que son vanas, ni por las turbaciones de los demonios y de los hombres, que son graves, sino vencerlo todo por amor de Cristo.
Y levantándose, lo dijo de esta manera a los Hermanos. Este mismo Hermano, el mismo día que fue hecho Prior Provincial de la Provincia Romana, para exhortar a los Hermanos a que se guardasen del enfado, díjoles este ejemplo:
- Un Hermano que conmigo se incomodó, aunque justamente (2), y pocos días después murió sin haberme aplacado, se me apareció una noche en la enfermería donde yo estaba, (que no era aquí) y me pidió que le perdonase. Como reconocí pronto al difunto, le dije:
- Anda, Hermano, pide perdón a Nuestro Señor Jesucristo, en cuya mano estás.
Se marchó, en efecto, a pedir perdón a Cristo, y Cristo le dijo:
- No te lo concedo si antes no lo impetras de aquel a quien ofendiste.
Vuelto a mí aquella misma noche y notificándome las palabras del Señor, otra vez me pidió perdón, que al momento recibió. Y me dijo:
- Mira, Fr. Nicolás, ¡qué malo es ofender a un Hermano y que grave no aplacarle!
II. Hubo en Roma un Hermano que se llevaba muy mal con el Procurador del convento, y aunque el Prior, (que esto contó) para calmar su corazón le impuso que dijera por el Procurador todos los días un Padrenuestro, cada vez se sentía más airado y encendido en odio. Cayó un día repentinamente enfermo, pero tan grave, que parecía muerto, y con gran sorpresa de todos comenzó a clamar:
- ¡A los infiernos! ¡A los infiernos!
Y maldecir a los Hermanos y a su Orden. Rogando por él los Hermanos, dijo:
- ¡Madre de Dios! ¡Madre de Dios, ayúdame!
Pues le había parecido, como después dijo, que por su iracundia le habían arrojado a una gran hoguera, y que desesperado con tan intolerables penas, blasfemaba; pero que con las oraciones de los Hermanos, y a la invocación de la Bienaventurada María, se había visto libre. En argumento de la verdad quedó todo escoriado.
Notas:
1) Está beatificado por León XII
2) Así dice el MS. de Salamanca. El de Roma dice: injustamente; lo cual no parece tan propio de la humildad de un santo.
Capítulos anteriores:
Primera Parte:
Capítulo I
Capítulo II
Capítulo III
Capítulo IV
Capítulo V
Capítulo VI
Segunda Parte:
Capítulo I al XVII
Capítulo XVIII al XLIII
Tercera Parte:
Capítulo I al X
Capítulo XI al XX
Capítulo XXI al XXX
Capítulo XXXI al XL
Capítulo XLI Al XLIV
Primera Parte:
Capítulo I
Capítulo II
Capítulo III
Capítulo IV
Capítulo V
Capítulo VI
Segunda Parte:
Capítulo I al XVII
Capítulo XVIII al XLIII
Tercera Parte:
Capítulo I al X
Capítulo XI al XX
Capítulo XXI al XXX
Capítulo XXXI al XL
Capítulo XLI Al XLIV
Cuarta Parte:
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