domingo, 3 de diciembre de 2023

¿HACIA UNA NUEVA IGLESIA?

¿Qué son los “grupos proféticos” infiltrados dentro de la Iglesia Católica y cuáles son sus vínculos con el comunismo?

Por Plinio Corrêa de Oliveira


En abril de 1969, la revista “Catolicismo” de São Paulo, Brasil, portavoz de la TFP brasileña, publicó un número doble especial que contenía un resumen analítico de un ensayo aparecido poco antes en la revista madrileña “Ecclesia”, en el que se denunciaba la existencia en el seno de la Iglesia de grupos autoproclamados “proféticos” que tramaban su destrucción [“Los grupúsculos y la corriente profética”, Ecclesia n° 1423, 11 de enero de 1969].

Reproducimos la introducción escrita por el Prof. Plinio Corrêa de Oliveira, con un análisis detallado de la doctrina de este movimiento. Un texto de enorme actualidad, que arroja luz sobre la “Iglesia de los pobres” que algunos sectores querrían construir, incluso en nuestros días.


Insubordinación y desalienación: hilo rojo de los misterios “proféticos”

En el artículo introductorio de este número de “Catolicismo” (titulado “El porqué de este número doble”), se describen las relaciones entre el IDOC [Instituto de Documentación de la Iglesia Conciliar, ed] y los llamados “grupos proféticos”. Es fácil ver que éstos y aquéllos juntos constituyen una inmensa máquina semisecreta, insertada en la Iglesia, para llevar a cabo el maléfico designio de transformarla en lo contrario de lo que ha sido en estos dos mil años de existencia.

Deseamos ahora ayudar al lector en el estudio del artículo de “Ecclesia” sobre los “grupos proféticos”, destacando los aspectos más profundos y esclarecedores de ese tipo de sociedad iniciática.

En este comentario, no pretendemos profundizar propiamente en la doctrina de los “grupos proféticos”, en la coherencia interna de las diferentes tesis que la integran, en sus maestros, en sus precursores, en sus analogías o discrepancias con otros sistemas de pensamiento. Tampoco pretendemos analizar las condiciones culturales, políticas, sociales, económicas o de otro tipo que favorecen o se oponen a la génesis y desarrollo de estos grupos.

Nuestro objetivo es más circunscrito y también de utilidad más inmediata. Ante el crecimiento tangible de los llamados “grupos proféticos”, su evidente nocividad y, por lo tanto, la necesidad de cerrarles el paso, nos preguntamos cuál es su programa, si tienen una estructura definida de dirección y propaganda, cómo es esa estructura, cómo funciona, cómo ven las transformaciones por las que ha pasado y sigue pasando la Iglesia, qué técnicas de reclutamiento, formación y subversión utilizan esos grupos y, por último, cuáles son sus relaciones con el comunismo.

En el artículo “Ecclesia” buscaremos respuestas a estas preguntas.


I. Desalienación: rebelión contra toda superioridad y desigualdad

El concepto clave de la doctrina de los “grupos proféticos” es, a nuestro juicio, la desalienación. Tomémoslo, pues, como punto de partida e hilo conductor de esta exposición. El lector verá que, de este modo, el tema se vuelve claro y accesible.

Alienus es una palabra latina que equivale a la palabra ajeno, es decir, de otro.

Alienado es aquel que no se pertenece a sí mismo, sino a otro.

En la perspectiva comunista, toda autoridad, toda superioridad social, económica, religiosa o de cualquier otro tipo de una clase sobre otra, conduce a la alienación. Alienada es la clase social que ejerce autoridad, o posee superioridad, ya sea a través de un rey, jefe de Estado, papa, obispo, sacerdote, general, profesor o maestro. Alienada es la clase que presta obediencia a la clase alienante. La clase alienada, por el hecho mismo de estar sometida a otra clase, en mayor o menor medida, en esta exacta medida no se pertenece a sí misma, y está alienada a esta otra.

Trasladando el concepto de alienación a las relaciones de persona a persona en el ámbito religioso, puede decirse que un Papa, un Obispo o un Sacerdote, en la medida en que participan de la clase dominante, que es el Clero, están alienados de un simple creyente, que es miembro de la clase dirigida, es decir, de los laicos.

Toda alienación es una explotación del alienado por parte del alienador. Y como toda explotación es odiosa, la evolución de la humanidad debe conducir a la supresión de toda alienación, y por lo tanto, de toda autoridad y desigualdad, ya que toda desigualdad crea de alguna manera autoridad. La fórmula más conocida y popular de la desalienación total reside en el lema de la Revolución Francesa: “Libertad, Igualdad, Fraternidad”. La aplicación absolutamente radical de este lema conduciría a la anarquía sin caos. La dictadura del proletariado no es más que una etapa en la realización del anarquismo.

El igualitarismo radical es la condición para que haya libertad y para que, una vez cesada la explotación y las consiguientes luchas de clases, reine la fraternidad entre los hombres.

Esta es la quimera criminal de los comunistas.


II. El supremo objetivo “profético”: una Iglesia ni alienante ni alienada

Del artículo de “Ecclesia” se deduce que los “grupos proféticos” quieren transformar la Iglesia Católica de una Iglesia alienante y alienada, como sería en nuestros días, en una “Iglesia Nueva”, sin ninguna forma de alienación.

1ª Desalienación de la Iglesia: en relación con Dios

a. La Iglesia “constantiniana” (cuya época histórica, según los “grupos proféticos”, comenzaría con Constantino, el emperador romano que en 313 liberó a la Iglesia de la persecución sacándola de las catacumbas, y se extendería hasta nuestros días) cree en un Dios trascendente, personal, dotado de inteligencia y voluntad, un Dios perfecto, eterno, creador, gobernante y juez de todos los hombres. Estos son infinitamente inferiores a Dios y le deben toda sujeción. Por lo tanto, al creer en un Dios así, los hombres aceptan a un Dios alienante. Por lo tanto, la Religión es pura alienación.

La “Nueva Iglesia” no cree en un Dios alienante. El Dios de la Iglesia “constantiniana” corresponde a una fase ya superada de la evolución del hombre, a saber, el hombre infantil y alienado. Hoy, el hombre, hecho adulto por la evolución, no acepta a un Dios del que es siervo, en última instancia, y que lo mantiene en la dependencia de su poder paternal, o más bien paternalista, como lo llaman peyorativamente los “grupos proféticos”. El hombre adulto rechaza toda alienación y quiere para sí otra imagen de Dios: la de un Dios que no es trascendente para él, sino inmanente en él. Un Dios impersonal, como un elemento extendido por toda la naturaleza y, por lo tanto, también en cada hombre. En una palabra, un Dios que no enajena.

b. Y es porque no acepta esta nueva figura de Dios, y persiste en mantener la vieja figura del Dios personal, trascendente y alienante, por lo que la Iglesia “constantiniana” engendra el ateísmo. De hecho, el hombre adulto de hoy, incapaz de aceptar esta imagen infantil de la divinidad, se declara ateo. Sin embargo, si la Iglesia le presentara un Dios “actualizado”, “inmanente” y “no alienante”, lo aceptaría. Y dejaría de ser ateo.

c. Es cierto que la afirmación de un Dios trascendente y alienante se basa en numerosos pasajes de la Sagrada Escritura. Sin embargo, según los “grupos proféticos”, estos pasajes no constituyen realidades históricas precisas. Son mitos ideados por el hombre no adulto y alienado. Hoy, estas narraciones deben ser reinterpretadas según una concepción no alienada pero adulta, o incluso rechazadas. Con ello, la Religión se purifica de sus mitos. Es precisamente lo que se llama desmitificación.

d. Es, por ejemplo, lo que hay que hacer para explicar la triste condición del hombre, sometido al error, al dolor y a la muerte. Para el hombre adulto, el remedio a esta situación no puede venir de una Redención realizada por el sacrificio del Dios trascendente encarnado, y completada por los sufrimientos de los fieles. En cambio, el remedio proviene de la evolución, la tecnología y el progreso. En el concepto del hombre desalienado, ya no hay razón para las mortificaciones más bien masoquistas que promovía la Iglesia “constantiniana”. La “Nueva Iglesia” invita a una vida totalmente orientada hacia la felicidad terrenal. La redención-progreso no pretende conducir a las personas a un cielo de ultratumba, sino transformar la tierra en un cielo.


2ª Desalienación de la Iglesia: en relación con lo sobrenatural y lo sagrado

La Religión Católica “constantiniana”, coherente con su doctrina sobre la trascendencia de Dios, admite lo sobrenatural, y con ello lo sagrado. Ahora bien, el concepto de un orden sobrenatural, superior al natural, de una esfera religiosa y sagrada superior a la esfera temporal, provoca desigualdades evidentes. De ahí, ipso facto, las múltiples alienaciones. En la “Iglesia nueva”, desalienada, sólo se admite como realidad lo natural, lo temporal, lo profano. Es una Iglesia desacralizada. De ello se derivan numerosas consecuencias:

a. Es evidente, en primer lugar, que la Nueva Iglesia se sitúa enteramente en el orden natural. Ejerce su misión salvífica induciendo a los fieles a comprometerse en la promoción del bienestar terreno.

b. La noción de Iglesia como sociedad distinta del Estado y soberana en la esfera espiritual pierde, pues, toda razón de ser. La Iglesia desacralizada es, dentro de la sociedad temporal, un grupo privado como cualquier otro, cuya misión consiste en estar a la vanguardia de las fuerzas que promueven la evolución de la humanidad.

c. La vida sacramental también cambia de contenido. Los sacramentos tienen un significado simbólico meramente natural. La Eucaristía, por ejemplo, es una cena en la que los hermanos se reúnen en torno a una misma mesa. Y, por lo tanto, debe ser recibida como cualquier otro alimento, durante una comida común.

d. La condición sacerdotal ya no debe ser considerada sagrada, dado que la sacralidad muere con la muerte de la alienación. En el modo de presentarse, vestirse y vivir, los sacerdotes deben ser como cualquier laico, puesto que la esfera de lo sagrado, a la que pertenecían, ha desaparecido, y deben integrarse sin reservas en la esfera temporal. Así también deben comportarse los religiosos, si es que los tres votos de obediencia, pobreza y castidad han de seguir vigentes en la Iglesia ahora desalienada.

e. No hay razón para que haya edificios sólo para el culto, puesto que lo sobrenatural y lo sagrado ya han muerto. En este mundo evolucionado, adulto y averso a la alienación, el culto al Dios inmanente y difuso en la naturaleza puede practicarse en cualquier lugar profano. Si existen edificios para el culto, que se utilicen también para fines profanos, a fin de evitar la alienante distinción entre lo espiritual y lo temporal.


3ª Desalienación de la Iglesia: en relación con la fe, la moral, el Magisterio y la acción evangelizadora

a. La Nueva Iglesia es una Iglesia pobre. Ante todo en el sentido espiritual del término. Una de las riquezas de la Iglesia “constantiniana” consiste en pretender ser Maestra infalible. La Nueva Iglesia, en cambio, no pretende ser maestra. Tampoco trata a los fieles como discípulos, pues eso sería alienante.

Todos reciben carismas del Espíritu Santo, que habla directamente al alma. Y es a esta voz interior, de la que puede tomar conciencia, a la que cada uno debe creer.

Todo esto, que vale para las cuestiones de fe, vale también para la moral. Cada uno tiene la moral que le sugiere su conciencia.

En definitiva, el hombre vive del testimonio interior de los carismas, de los que toma conciencia. Así pues, la Nueva Iglesia no posee un patrimonio de verdades, del que se imagina tener el privilegio. En esto reside el aspecto principal de su pobreza.

b. He aquí otra forma de pobreza. La Nueva Iglesia no tiene fronteras. Acoge a personas de todos los credos, siempre que trabajen activamente por la verdadera Redención, que es el progreso terrenal. No es, por lo tanto, como un reino espiritual con fronteras doctrinales definidas, sino algo etéreo, algo fluido, que se mezcla más o menos con cualquier iglesia. En otras palabras, la Nueva Iglesia es superecuménica.

c. Otro título de pobreza de la Nueva Iglesia, al no ser Maestra, y ser superecuménica, es que ya no tiene necesidad de obras apostólicas. En consecuencia, las universidades católicas, las escuelas católicas, las obras católicas de ayuda mantienen su razón de ser mientras no persigan ningún fin apostólico, ni tengan ninguna sujeción alienante y antiecuménica a la Iglesia: es decir, mientras renuncien a la nota católica, y asuman un carácter totalmente profano, laico y secular.

d. La pobreza de la Nueva Iglesia -la cultura y la civilización son valores del orden temporal y terrenal, y ya no pretenden ejercer ningún magisterio para moldear a sí misma la sociedad temporal- radica también en que ya no se puede hablar de cultura ni de civilización católicas. La cultura y la civilización del hombre evolucionado y adulto han recibido su carta de emancipación: están desacralizadas y desalienadas por la Religión.

e. Además, la Nueva Iglesia es pobre en el sentido material del término. No sólo rechaza las catedrales y basílicas, en las que lo sagrado alardeaba triunfalistamente de su superioridad, sino que, viviendo en la época de los pobres, rechaza cualquier riqueza, en cualquier capacidad posible.

f. Por último, la Nueva Iglesia es pobre porque es la Iglesia de los pobres. Como enemiga de toda alienación, se siente también enemiga de todos los alienados, de cualquier clase y orden. Por eso, los explotados y alienados de la sociedad actual tienen su lugar en la Nueva Iglesia. Es por esencia, su defensora frente a los detentadores de la autoridad o superioridad terrenal. Por razones similares a la inversa, la Iglesia “constantiniana"” es, por su propia naturaleza, cómplice de todas las oligarquías alienantes y explotadoras.


4ª Desalienación de la Iglesia: En relación con la jerarquía eclesiástica

Puesto que la autoridad es siempre alienante, no debe existir. Y si existiera, sólo sería en la medida en que cumpliera la voluntad de los alienados, que escaparían así -al menos en cierta medida- del yugo de la alienación.

En la Iglesia “constantiniana”, la Jerarquía está investida del triple poder de Orden, Magisterio y Jurisdicción. La Nueva Iglesia, al vaciar de su contenido sobrenatural los sacramentos, que están bajo el poder de la jerarquía de orden, al negar el Magisterio actúa también lógicamente contra la jerarquía de jurisdicción.

Así, la existencia de un Papa, monarca espiritual rodeado del Colegio de Príncipes Eclesiásticos, que son los obispos -cada uno de los cuales, en su respectiva diócesis, es como un monarca sometido al Papa-, no es compatible con la Nueva Iglesia. Tampoco puede haber párrocos que gobiernen porciones del rebaño diocesano bajo las órdenes de los obispos.

Para deslocalizarla completamente de la Jerarquía, la Iglesia debe democratizarse. Es necesario establecer en ella un cuerpo representativo de los fieles que exprese lo que dicen los carismas en el fondo de su conciencia: claramente un cuerpo electivo que represente a la multitud. Un órgano que imponga decisivamente su voluntad a los jerarcas de la Iglesia, los cuales, está igualmente claro, deberán en adelante ser elegidos por el pueblo.

En nuestra opinión, esta reforma estructural de la Iglesia, deseada por el “movimiento profético”, no es más que un paso hacia la plena realización de sus objetivos. La desalienación total implicaría, en un paso más, la abolición de toda jerarquía.

Considerando sólo la reforma que los “grupos proféticos” defienden ahora explícitamente, puede decirse que quieren convertir a la Iglesia en una monarquía como la inglesa, es decir, un régimen realmente democrático, dirigido básicamente por una Cámara popular electiva y todopoderosa, en la que un Rey decorativo (en el caso de la Nueva Iglesia, el Papa), Señores sin poder efectivo (los obispos y párrocos), y una Cámara superior similar a un aparato (el colegio de obispos) deben ser preservados pro forma. Además, para que la analogía entre el régimen de Inglaterra y la Nueva Iglesia sea completa, es necesario imaginar un Rey y unos Lores electivos (es decir, el Papa y los obispos elegidos por los fieles).

Para completar el cuadro de la democratización, hay que añadir que, en la Nueva Iglesia, las parroquias constituirían grupos fluidos e inestables, y no circunscripciones territoriales definidas como en la actualidad. En rigor, esta fluidez se extendería también a las diócesis. La Jerarquía no sería ahora en la Iglesia más que un nombre vago.


5ª Desalienación de la Iglesia: en relación con el Poder Público

Esta desalienación ya está incluida, bajo diversos epígrafes, en los puntos anteriores. La Iglesia 'constantiniana', que tiene en su esfera un gobierno propio y soberano, desea la unión y colaboración con el Poder temporal. Al hacerlo, se alienaría en cierto modo con él. Por todo ello, la Nueva Iglesia declara, en cambio, que no tiene necesidad del Poder público, ni quiere relaciones de Poder a Poder con él. Así, cesará la alienación mutua.


Conclusión

En conclusión, la Nueva Iglesia estará totalmente des-alienada, y dejará de ser alienante.



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