Por la Dra. Carol Byrne
La razón de toda esta confusión fue porque las líneas entre la Ecclesia Docens (la Iglesia docente) – representada por la Jerarquía – y la Ecclesia Discens (la Iglesia que aprende), representada por los fieles, fueron difuminadas deliberadamente para inculcar un “nuevo paradigma” en las mentes de los fieles: la “Iglesia que escucha”.
Negar esta distinción fue una de las principales preocupaciones de los primeros modernistas, y el “padre” Tyrrell negó abiertamente que existiera tal distinción entre los primeros cristianos:
“Al principio ... Cada cristiano, en virtud de su bautismo, era maestro y apóstol. Y a todos y cada uno de estos apóstoles la Iglesia les comunicaba su propia autoridad; su propio Espíritu; su propia misión: 'Recibid el Espíritu Santo; como el Padre me ha enviado, así os envío yo'” (1).
Tomó la palabra poco después de que el Card. Herbert Vaughan, arzobispo de Westminster -en cuya diócesis vivía- publicara su Carta Pastoral Conjunta (2) del 29 de enero de 1900, firmada por los obispos de Inglaterra y Gales. Es importante saber que la iniciativa del Card. Vaughan fue un valiente intento de combatir la creciente amenaza del Catolicismo Liberal, que favorecía la emancipación de los laicos de la autoridad de la Jerarquía.
Cardenal Herbert Vaughan
Sin mencionar a Tyrrell por su nombre, el Cardenal reprendió a aquellos que “sustituyen el principio de la obediencia a la autoridad religiosa por el principio del juicio privado”, y que intentan “persuadir al pueblo de que ellos son el juez último de lo que es verdadero y apropiado en conducta y religión”.
Lo más irritante para el “padre” Tyrrell y sus compañeros modernistas fue el recordatorio del cardenal de que “las doctrinas de la fe... han sido confiadas, como depósito divino, a la Iglesia docente, y sólo a ella” (3), y que los fieles deben aceptar la doctrina y la interpretación de las Escrituras transmitidas por la Tradición con la autoridad de la Jerarquía.
Pero el “padre” Tyrrell, en uno de sus típicos arrebatos irracionales -una vez adoptó el apodo de “furia irlandesa” (4)- no pudo contener su temperamento irascible, montó en cólera y rechazó de plano esta enseñanza. En una carta del 2 de marzo de 1901, firmada “Un católico conservador”, que envió a un periódico llamado The Pilot, criticó duramente la Carta Pastoral, acusándola de causar potencialmente un grave daño a la Iglesia. Sin aportar ningún argumento racional, fulminaba:
“Dividiría a la Iglesia en dos cuerpos, uno totalmente activo y otro totalmente pasivo, relacionados literalmente como ovejas y pastores, como seres de diferente orden con intereses opuestos; destruiría la unidad orgánica de la Iglesia al poner al Papa (o a la Ecclesia Docens) fuera y por encima de la Iglesia, no como parte de ella, sino como su socio, esposo y Señor, en un sentido propio sólo de Cristo; despojaría a los obispos de sus prerrogativas inherentes, al tiempo que les devolvería un poder diez veces mayor como delegados y plenipotenciarios de la autoridad infalible e ilimitada reclamada para el Papa” (5).
Todo el pasaje está plagado de non sequiturs, hipérboles y militancia contra el significado real de la Iglesia como Cuerpo único e indivisible de Cristo, Cabeza y miembros, compuesto de Pastores y ovejas, como había explicado el Papa Pío X, en consonancia con la Tradición.
La opinión de Tyrrell -que el sistema de dos niveles de la Constitución rompía la unidad esencial de la Iglesia- es insostenible. Prefiguraba la misma narrativa adoptada y repetida por los progresistas posteriores al Vaticano II, influidos por la exaltación que el Concilio hizo de los laicos a un estatus “profético” en la Iglesia. El corolario de esta novedosa postura es que la Jerarquía debe escuchar y aceptar las percepciones de los laicos supuestamente “inspirados por el Espíritu Santo” para revelar nuevas doctrinas a la Iglesia.
La herejía de la “inmanencia vital”
“Los laicos -afirmó Bergoglio- poseen una capacidad instintiva para discernir los nuevos caminos que el Señor está revelando a la Iglesia” (6). Esta es una de las muchas ocasiones en las que Bergoglio se revela como un maestro del discurso tramposo que explota las ambigüedades del lenguaje para dar la impresión de ser cierto en algún sentido, pero también convenientemente susceptible de ser malinterpretado en otro.
Observar al pueblo para saber lo que el Señor le está revelando a la Iglesia...
Si tomamos la palabra “revelar”, la implicación es que la Revelación es continua y discernible a través de sentimientos cambiantes y subjetivos de la comunidad cristiana –un principio clave del Modernismo. Pero la Iglesia siempre ha enseñado que la Revelación terminó con el último de los Apóstoles; por lo que los “nuevos caminos” supuestamente “revelados por Dios e intuidos por los laicos” no forman parte de ningún “consenso universal” recibido por la Iglesia desde el principio, y por lo tanto, no están amparados por la infalibilidad. Más bien, esta “nueva enseñanza” nos recuerda la herejía de la “inmanencia vital” – que postula que el conocimiento de la verdad se origina y se desarrolla a partir de la experiencia humana – promovida por el “padre” Tyrrell y los primeros modernistas.
La evidencia muestra que Bergoglio simplemente se está haciendo eco de la idea del “consenso general” propuesto por el “padre” Tyrrell, quien lo expresó de esta manera:
“La más alta y plena manifestación de Dios se da, no en las nubes, ni en las estrellas, sino en el espíritu del hombre, y por lo tanto, más completamente en aquella expresión más completa del espíritu del hombre que se obtiene en el más amplio consenso disponible, y es el fruto de la más amplia experiencia colectiva de la más profunda reflexión colectiva” (7).
¿No es ésta la esencia misma del “camino sinodal” de Bergoglio, que se basa en la recopilación de todas las “experiencias de fe” del pueblo? Está ciertamente en línea con las herejías de Tyrrell y el rechazo de la Ecclesia Docens:
“El verdadero Maestro de la Iglesia es el Espíritu Santo, que actúa inmediatamente en y a través de todo el cuerpo de fieles -laicos y clérigos-; la enseñanza del episcopado consiste en dispensar; en recoger de todos y distribuir a cada uno, con la autoridad y en nombre de toda la Divina Sociedad”.
La apostasía del “padre” Tyrrell (y la de sus seguidores del Vaticano II) es evidente por su rechazo de la enseñanza ortodoxa sobre Cristo como Fundador y principio formal de la Iglesia:
“Lo que Cristo fundó no fue la Iglesia jerárquica, sino el pequeño cuerpo de hermanos misioneros, que posteriormente, bajo la guía del Espíritu de Cristo, se organizó en la Iglesia Católica; que Él no comisionó directamente a algunos de ellos para enseñar y gobernar sobre el resto; sino que los comisionó a todos por igual para ir y enseñar a todas las naciones” (9)
“padre” George Tyrrell, S.J.
Sería imposible negar el estrecho paralelismo que existe entre la enseñanza del “padre” Tyrrell y la actual insistencia en la “corresponsabilidad del Pueblo de Dios” en el gobierno de la Iglesia, derivada a su vez del Vaticano II.
El apóstata Jorge Bergoglio, que siempre se sintió incómodo con la estructura jerárquica de la Iglesia y su autoridad docente, expresó sentimientos similares en su discurso presinodal cuando se quejó de “una cierta resistencia a ir más allá de la imagen de una Iglesia rígidamente dividida en líderes y seguidores, los que enseñan y los que son enseñados”. Para reforzar su convicción de que esta disposición constitucional “no es querida por Dios”, añadió:
“Olvidamos que a Dios le gusta cambiar las cosas: Como dijo María, 'ha derribado a los gobernantes de sus tronos y ha levantado a los humildes' (Lc 1,52)” (10).
Leyendo entre líneas, podemos ver como Bergoglio tergiversa esta cita bíblica para justificar la “inversión de la pirámide”, llevando a los fieles “humildes” a creer que Cristo Rey (representado por el Papa en el vértice) puede ser arrojado de su trono, para nunca más gobernar sobre ellos.
Al menos, esto explica por qué Bergoglio, en lugar de cumplir su papel principal de confirmar a los hermanos en la Fe y enseñar la sana Doctrina Moral, ve su misión en términos “sinodales” (“colegiales”), como la de confirmar las “experiencias de fe” corporativas de todos los bautizados - siempre, por supuesto, excluyendo a los tradicionalistas. Esa es, al parecer, su idea de cómo servir al “Pueblo de Dios”.
En cuanto al “padre” Tyrrell, que fue uno de los primeros promotores de estas herejías en la Iglesia, hay que tener en cuenta que fue miembro de una organización llamada “Sociedad Sintética” que existió entre 1896 y 1910; fue cofundada por Wilfrid Ward (editor católico de la Dublin Review y biógrafo del Card. Newman) para encontrar una nueva síntesis entre todas las religiones. Según la principal biógrafa de Tyrrell, Maude Petre, Ward introdujo a Tyrrell en la Sociedad Sintética en 1899 (11).
La conclusión es ineludible: siguiendo la misma línea ideológica de George Tyrrell, Bergoglio está tratando de lograr una religión sintética mundial a través de “un consenso universal en materia de fe y moral” basado en creencias heterodoxas, como por ejemplo Amoris laetitia. Como esta situación sólo podría haberse producido suspendiendo el papel de la Ecclesia Docens, la Iglesia postconciliar se encuentra alejada de la Tradición, en la medida en que ya no está dispuesta a preservar y defender la fe católica por los medios divinamente ordenados a su disposición.
Notas:
1) George Tyrrell, Medievalism, a Reply to Cardinal Mercier (Medievalismo, una respuesta al cardenal Mercier), Londres: Longmans, Green, and Co., 1908, p. 62-63.
2) The Bishops of England and Wales, A Joint Pastoral Letter on the Church and Liberal Catholicism (Los obispos de Inglaterra y Gales, Carta pastoral conjunta sobre la Iglesia y el catolicismo liberal), The Tablet, 5 de enero de 1901.
3) Después de la crisis modernista, el Papa Pío XII reiteró la misma enseñanza: “El divino Redentor no ha confiado la interpretación auténtica de este depósito de la fe a cada uno de sus fieles, ni aún a los teólogos, sino sólo al Magisterio de la Iglesia” (Humani generis, 12 de agosto de 1950, § 15)
4) “Irish Fury” – seudónimo con el que firmó una carta a su compañero jesuita y modernista, Henri Bremond, tras ser expulsado de la Orden de los Jesuitas. Apud Nicholas Sagovsky, On God's Side: A Life of George Tyrrell, Oxford University Press, 1993, p. 203.
5) G. Tyrrell y Maude Petre, George Tyrrell’s Letters (Cartas de George Tyrrell), Nueva York: E.P. Dutton, 1920, pág. 154.
6) Papa Francisco, Discurso en el 50 aniversario del Sínodo de los Obispos, 17 de octubre de 2015.
7) G. Tyrrell, Through Scylla and Charybdis (A través de Escila y Caribdis), p. 355.
8) G. Tyrrell, The Church and the Future (La Iglesia y el Futuro), Londres: Priory Press, 1910, p. 101, (impreso de forma privada en 1903).
9) G. Tyrrell, Medievalism, pp. 138-139.
10) El 18 de septiembre de 2021, Francisco se dirigió a unos 1000 representantes de la diócesis de Roma para hablarles del próximo Sínodo Internacional.
11) G. Tyrrell y Maude Petre, Autobiography and life of George Tyrrell (Autobiografía y vida de George Tyrrell), Londres: E. Arnold, vol. 2, 1912, pág. 98.
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