lunes, 30 de octubre de 2023

DERRIBAR EL EDIFICIO JERÁRQUICO (CXV)

Después del Vaticano II y la supresión de las Órdenes Menores, se ha vuelto cada vez más claro que existe una confusión general sobre qué es realmente el sacerdocio sacramental y cómo debe entenderse en relación con los fieles.

Por la Dra. Carol Byrne


Este es el caso no sólo entre los laicos sino también entre muchos sacerdotes.

El Catecismo de la Iglesia Católica enseña que “existe entre todos los fieles una verdadera igualdad de dignidad y de actividad, en virtud de la cual todos cooperan en la edificación del Cuerpo de Cristo, cada uno según su propia función y condición” (1)

La causa fundamental de esta confusión se puede encontrar en el Decreto del Vaticano II sobre el ministerio y la vida de los sacerdotes, que reconsideró el sacerdocio sacramental en el contexto general del ministerio activo de todos los fieles en la Iglesia y el mundo. En otras palabras, el principio operativo es el “sacerdocio de todos” genérico en el que el sacerdote ordenado es sólo un elemento, que no posee un estatus superior al de cualquier otro. Desde entonces se hizo todo lo posible para evitar mencionar la superioridad de los primeros sobre los segundos.

Pero este nuevo paradigma era extraño al dogma definido en el Vaticano I de la Constitución de la Iglesia como una monarquía en la que el Papa tiene la autoridad suprema de jurisdicción sobre la Iglesia universal. Ahora, sin embargo, tocar siquiera esta verdad –y mucho menos diferenciar distintos grados de dignidad y santidad entre los fieles– es provocar acusaciones de “clericalismo”, “triunfalismo” y “juridicismo”. Es significativo que estas fueran las mismas acusaciones lanzadas por los obispos progresistas durante la primera sesión del Vaticano II cuando se discutía el Esquema original sobre la Constitución de la Iglesia, De Ecclesia

Los siguientes ejemplos, tomados de las Acta Synodalia del Concilio (2), son un resumen de las razones que dieron para rechazar el Esquema:
◆ Estaba caracterizado por el “clericalismo”, el “triunfalismo”, el “juridismo” y un estilo “pomposo” propio de documentos magisteriales obsoletos (3)

◆ Insistía demasiado en los derechos y privilegios de la Iglesia, en lugar de reconocer el derecho de otras religiones a la libertad de conciencia (4)

◆ El espíritu de “ecumenismo” faltaba en el Esquema, que mostraba una actitud “arrogante” hacia otras religiones al exigir su sumisión a la fe católica (5)

◆ El concepto “jurídico” del Esquema del Papa como “gobernante” de los obispos debía abandonarse porque no se ajustaba a las Escrituras ni a la realidad (6)

◆ La Iglesia no debía ser vista como una “pirámide” con el Papa en la cúspide, y su gobierno debía estar descentralizado (7)

◆ Los laicos no debían estar subordinados a la Jerarquía y no le debían sumisión: su misión proviene directamente de Dios (8)

◆ Las referencias del Esquema a la “Iglesia Militante” eran “deplorables”, y se pensaba que la metáfora de la Jerarquía como “un ejército alineado para la batalla” falsificaba el Evangelio de Cristo, quien predicó un mensaje de amor (9).
Podemos ver por el tenor agresivo y el contenido hostil de estas críticas que los progresistas –que, irónicamente, formaron “un ejército alineado para la batalla”no tenían intención de defender a la Iglesia Católica antes, durante ni después del Concilio. Los insultos y las etiquetas despectivas revelaron mucho más sobre los atacantes que sobre los atacados.


Semillas de apostasía

Estos ataques, entonces, fueron nada menos que una “manifestación de denuncia” contra los derechos y privilegios históricos de la Iglesia Católica como única Religión verdadera, y contra su Constitución divinamente deseada que investía al Papado con autoridad suprema y universal en Doctrina y gobierno. Todos los principios falsos antes mencionados habían sido denunciados por el Magisterio anterior al Vaticano II.

En particular, el Papa Pío IX condenó solemnemente la “libertad religiosa” en su encíclica Quanta cura (1864). Se refirió a ella como 
“esa opinión errónea, más fatal en sus efectos sobre la Iglesia Católica y la salvación de las almas, llamada por nuestro predecesor Gregorio XVI una 'locura'... 'una libertad de perdición'”
Pio IX condenó todo actos de rebelión contra el poder eclesiástico, especialmente el poder supremo del Papa y su jurisdicción universal.

Pablo VI regala la tiara papal el 13 de noviembre de 1964

Sin embargo, estas fueron las ideas clave que prevalecieron en el Concilio, durante el cual Pablo VI dejó a un lado su tiara papal, el símbolo por excelencia de la unión de sus poderes espirituales y temporales, en deferencia a aquellos que objetaban su munus regendi. Este gesto público habla más que las palabras.

Porque aunque no abolió la ceremonia de coronación –de hecho, la mantuvo específicamente (10)– dio la impresión de que estaba renunciando a su soberanía no sólo sobre la Iglesia sino también sobre los reyes y reinas terrenales; y al mismo tiempo permitió que los progresistas del Concilio que desafiaron la supremacía papal creyeran que sus ideas subversivas algún día serían aprobadas legítimamente por la Iglesia.

Y así resultó que todos sus sucesores en el trono de Pedro se negaron a llevar la Triple Corona. Su sucesor inmediato, Juan Pablo I, reemplazó la ceremonia de coronación con un rito de “inauguración”.


Juan Pablo II respaldó la rebelión conciliar

En lugar de denunciar las críticas hechas en el Concilio como equivocadas e injustas, y a sus perpetradores como neomodernistas, Juan Pablo II respaldó su mensaje en su primera homilía, predicada en la misa de inauguración de su pontificado, el 22 de octubre de 1978:
“En siglos pasados, cuando el Sucesor de Pedro tomaba posesión de su Sede, se colocaba sobre su cabeza la Triple Corona, la Tiara. El último coronado de este modo fue el Papa Pablo VI en 1963. Sin embargo, tras el solemne rito de la coronación no volvió a utilizar la Triple Corona, y dejó a sus Sucesores la libertad de decidir al respecto.

El Papa Juan Pablo I, cuyo recuerdo está tan vivo en nuestros corazones, no quiso la Triple Corona, y hoy tampoco la quiere su Sucesor”.
Estas palabras contienen la evidencia en blanco y negro de que los “papas” posconciliares creían que tenían el poder de descartar un rito solemne que había sido utilizado en la Iglesia durante más de 800 años porque ellos, personalmente, “no lo querían”. Ningún otro Papa en la Historia de la Iglesia había expresado jamás tal actitud hacia la Liturgia que, como es bien sabido, no es de su propiedad personal para hacer con ella lo que quiera.

Hasta el Vaticano II, el consenso común entre ellos era que el poder de los Papas sobre la Liturgia estaba delimitado en el sentido de que estaba subordinado a la Sagrada Tradición. Su objetivo principal era salvaguardar el Patrimonio Litúrgico que había sido transmitido como verdadera expresión de la Fe Católica.

La aversión de Juan Pablo II por la tiara tampoco dio señales de disminuir con el tiempo. En 1996, cuando emitió la Constitución Apostólica Universi Dominici gregis, que regulaba la elección de un nuevo Papa, eliminó cualquier referencia a una ceremonia de coronación.


“Papas” que traicionan su propio cargo

A lo largo de la homilía, no hizo mención alguna del “poder supremo” que le fue conferido personalmente como sucesor de Pedro, Doctrina que forma parte del depósito revelado de la Fe. Habló en lugar del “poder del Señor” ejercido por todos:
“Tal vez en el pasado pusimos la Triple Corona sobre la cabeza del Papa para expresar con tal símbolo que todo el orden jerárquico de la Iglesia de Cristo, todo el ‘poder sagrado’ de Cristo ejercido en la Iglesia, no es otra cosa que servicio, servicio que tiene un solo objetivo: que todo el Pueblo de Dios participe en esta triple misión de Cristo, y permanezca siempre bajo el poder del Señor”
Francisco, visiblemente 'disgustado', recibe una tiara de manos del Primer Ministro de Macedonia; él jamás lo usó

Pero si el “poder supremo”, simbolizado por la Triple Corona, es propiedad de todos, esto implica que no fue otorgado a un solo hombre. Y así se niega tácitamente la unicidad del Soberano Pontífice.

La conclusión obvia que se puede extraer de esta homilía es que Juan Pablo II deseaba acabar con la Doctrina de la Supremacía Papal y reemplazarla por un sistema de reparto del poder vaciado de su contenido católico. De hecho, no hay rastro en la homilía de un deseo de aceptar como primera prioridad la Verdad sobre la Supremacía Papal que nos llegó desde la Revelación y que la Iglesia nos ha transmitido en el Rito de la Coronación.

Evidentemente, Juan Pablo II prefirió la falsa Triple Corona de la “libertad religiosa”, la “colegialidad” y el “ecumenismo” fabricada en el Concilio por quienes cuestionaban la tradicional condena de la Iglesia a todas estas cuestiones.

Continúa...


Notas:

1) El Catecismo de la Iglesia Católica § 872 se hace eco de Lumen gentium §§ 31, 32.

2) Acta Synodalia Sacrosancti Concilii Oecumenici Vaticani II: Primera sesión, Parte IV, 1-7, diciembre de 1962.

3) El Obispo Emile De Smedt de Brujas.

4) El cardenal Alfrink, arzobispo de Utrecht; el cardenal Ritter, Arzobispo de San Luis; el cardenal Suenens, arzobispo de Bruselas-Malinas.

5) El Obispo Jan van Cauwelaert de Inongo, Congo.

6) El arzobispo Guerry de Cambrai; el arzobispo Emile Blanchet, rector del Instituto Católico de París; Mons. Ancel, Auxiliar de Lyon.

7) El Obispo Rupp de Mónaco

8) El arzobispo François Marty de Reims; Obispo Huyghe de Arras

9) Maximos IV Sayegh (o Saigh) de Antioquía de los Melquitas; el cardenal Frings de Colonia

10) En el § 92 de su Constitución Apostólica, Romano Pontifici eligendo (1975), que rige la elección de los Papas, mencionó la coronación como parte de la ceremonia.


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