domingo, 1 de octubre de 2023

VITIUM CONSENSUS

Discurso preparado por Monseñor Carlo Maria Viganò para la Conferencia de Identidad Católica de Pittsburgh el 1 de octubre de 2023, en la cual fue cancelado.


Este discurso fue preparado para ser pronunciado en la Conferencia sobre la Identidad Católica. Sin embargo, en el último momento fui “cancelado” de la lista. Es lamentable que, en el actual clima de miedo dentro de la Iglesia, ya no se tolere el libre intercambio de ideas y puntos de vista. Oremos por la unidad de la Iglesia, esa unidad que sólo puede estar basada en la Verdad, que es Jesucristo.


CONSENTIMIENTO DE DEFECTOS

Por sus frutos los conoceréis.
¿Se recogen uvas de los espinos o higos de las zarzas?
Así, todo buen árbol produce buenos frutos; pero el árbol malo produce malos frutos.
Un buen árbol no puede dar malos frutos, ni un mal árbol puede dar buenos frutos.
Todo árbol que no da buenos frutos es cortado y arrojado al fuego.
Por lo tanto, los conoceréis por sus frutos.

Mateo 7:16-20

Permítanme saludar y agradecer a los organizadores de la Conferencia de Identidad Católica y a todos los que están participando. En un momento de gran confusión es importante aclarar lo que está sucediendo, incluso comparando diferentes posiciones. Por eso agradezco a mi amigo Michael Matt por darme la oportunidad de compartir algunas reflexiones con ustedes.

En este discurso no intentaré dar respuestas, sino plantear una pregunta que no puede posponerse más, para que nosotros, los obispos, el clero y los fieles, podamos mirar claramente la gravísima apostasía presente como un hecho completamente inédito. Esto no puede resolverse, en mi opinión, recurriendo a nuestras categorías habituales de juicio y acción.


LA EVIDENCIA DEL “PROBLEMA DE BERGOGLIO”

La proliferación de declaraciones y comportamientos completamente ajenos a lo que se espera de un Papa –y más aún, en contraste con la Fe y la Moral de las que el Papado es custodio– ha llevado a muchos fieles y a un número cada vez mayor de Obispos a tomar nota de algo que hasta hace tiempo parecía inaudito: el Trono de Pedro está ocupado por una persona que abusa de su poder, utilizándolo para un fin opuesto a aquel para el cual lo instituyó Nuestro Señor.

Algunos dicen que Jorge Mario Bergoglio es manifiestamente herético en cuestiones doctrinales; otros, que es tiránico en materia de gobierno; otros consideran inválida su elección a causa de las múltiples anomalías de la renuncia de Benedicto XVI y de la elección de quien ocupó su lugar. Estas opiniones –más o menos apoyadas por evidencias o fruto de especulaciones que no siempre pueden ser compartidas– confirman sin embargo una realidad que hoy resulta incontestable. Y es esta realidad, en mi opinión, la que constituye un punto de partida común para intentar remediar la desconcertante y escandalosa presencia de un Papa que se presenta con ostentosa arrogancia como inimicus Ecclesiæ, y que actúa y habla como tal. Un enemigo que, precisamente porque ocupa el Trono de Pedro y abusa de la autoridad papal, es capaz de infligir un golpe terrible y desastroso, como ningún enemigo externo en toda la historia de la Iglesia ha sido capaz de causar jamás. Los peores perseguidores de los cristianos, los más fieros partidarios de las logias masónicas y los más desenfrenados heresiarcas, nunca antes han conseguido, en tan poco tiempo y con tanta eficacia, devastar la viña del Señor, escandalizar a los fieles, repugnar a los Ministros, desacreditar su autoridad y seriedad ante el mundo y demoler el Magisterio, la Fe, la Moral, la Liturgia y la disciplina.

Inimicus Ecclesiæ no sólo respecto a los miembros del Cuerpo Místico, al que desprecia, ridiculiza (no cesa de lanzar contra ellos epítetos venenosos), persigue y golpea, sino también respecto a la Cabeza del Cuerpo Místico, Jesucristo, cuya autoridad Bergoglio ejerce ya no de modo vicario, lo que estaría por lo tanto, en necesaria y debida coherencia con el Depositum Fidei, sino de modo autorreferencial y, por lo tanto, tiránico. La autoridad del Romano Pontífice deriva, de hecho, de la Autoridad Suprema de Cristo, de la que participa, siempre dentro de los límites y del ámbito de los fines que el Divino Fundador ha establecido de una vez por todas y que ningún poder humano puede cambiar.

La evidencia de la alienación de Bergoglio respecto del cargo que ocupa es ciertamente un hecho doloroso y muy grave; pero tomar conciencia de esta realidad es la premisa indispensable para remediar una situación insostenible y desastrosa.


ACTUAR PARA SEGUIR

En estos diez años de su “pontificado” hemos visto a Bergoglio hacer todo lo que nunca se esperaría de un Papa, y viceversa, todo lo que haría un heresiarca o un apóstata. Ha habido ocasiones en que estas acciones han parecido manifiestamente provocativas, como si con sus declaraciones o ciertos actos de gobierno quisiera deliberadamente suscitar la indignación del cuerpo eclesial e instar a los sacerdotes y fieles a reaccionar dándoles el pretexto para declararlos cismáticos. Pero esta estrategia típica del peor jesuitismo ahora ha quedado al descubierto, porque toda la operación se ha llevado a cabo con demasiada arrogancia y en áreas en las que ni siquiera los católicos moderados están dispuestos a ceder.

Los escándalos sexuales del clero, y en particular la respuesta de la Santa Sede al flagelo de la corrupción moral de cardenales y obispos, han puesto de manifiesto una vergonzosa disparidad de trato entre quienes pertenecen al llamado “círculo mágico” de Bergoglio y aquellos a quienes él considera adversarios. El reciente caso de Marko Rupnik es evidencia de alguien que ejerce el poder como un déspota, legibus solutus, que se considera libre de actuar sin tener que rendir cuentas de ninguno de sus actos. Sucede a menudo que las consecuencias de las decisiones tomadas personalmente por el argentino se transmiten luego a sus subordinados, quienes se ven acusados ​​y desacreditados por decisiones que no les corresponden. Pienso en el caso del edificio de Londres en el que participaron funcionarios de la Secretaría de Estado, mientras que el contrato de venta lleva el augusto quirógrafo. Pienso en la vergonzosa gestión del “caso Rupnik”, que además de haber rehabilitado a un criminal responsable de crímenes horrendos, despreciando a las numerosas víctimas, también ha desacreditado al ex prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe, el cardenal Ladaria. Pienso en el caso McCarrick, que con la farsa de un procedimiento administrativo secreto fue liquidado apresuradamente sin compensación alguna para las víctimas y declarado la cosa juzgada inapelable. Y la lista sigue y sigue ... Es evidente que los desafortunados que colaboran voluntaria o involuntariamente con Bergoglio se ven arrojados por la borda tan pronto como la prensa descubre los escándalos vaticanos. Muchos están notando este cínico comportamiento utilitario, que de hecho los lleva a rechazar nombramientos y ascensos precisamente para no verse en el incómodo papel de chivos expiatorios.


DERRIBANDO EL MURO DEL SILENCIO

El silencio del Episcopado ante el disparate bergogliano confirma que el autoritarismo autorreferencial del jesuita Bergoglio ha encontrado obediencia servil en casi todos los obispos, aterrorizados por la idea de ser objeto de las represalias del vengativo y despótico sátrapa de Santa Marta. Algunos obispos diocesanos comienzan a no tolerar más su acción devastadora, que socava la autoridad y la autoridad de toda la Iglesia. Monseñor Joseph Strickland, por ejemplo, ha reiterado de manera loable verdades doctrinales inmutables que el “sínodo sobre la sinodalidad” de los próximos meses se prepara para demoler. Y el cardenal Gerard Ludwig Müller ha recordado con razón que el Señor no dio al Papa el poder de “intimidar” a los buenos obispos.

Algo empieza a cambiar, se perfilan los alineamientos y vemos por una parte, la “iglesia sinodal” de Bergoglio –que él llama emblemáticamente “nuestra iglesia”– y por otra, lo que queda de la Iglesia Católica, hacia la que no deja de reiterar su absoluta extrañeza.


LA SANATIO IN RADICE DE LAS IRREGULARIDADES EN EL CÓNCLAVE DE 2013

Mons. Athanasius Schneider sostiene que cualquier irregularidad que haya podido ocurrir en el Cónclave de 2013, en cualquier caso, ha sido subsanada in radice por el hecho de que Jorge Mario Bergoglio ha sido reconocido como Papa por los Cardenales Electores, por el Episcopado y por la mayoría de los fieles. Hablando prácticamente. El argumento es que, independientemente de los acontecimientos que pueden haber conducido a la elección de un Papa –con o sin intromisión externa en ello– la Iglesia, en la práctica, establece un límite de tiempo más allá del cual no es posible impugnar una elección si la persona elegida es aceptada por el pueblo cristiano. Pero esta tesis se ve cuestionada por precedentes históricos.

En 1378, tras la elección del papa Urbano VI, la mayoría de los cardenales, prelados y el pueblo reconocieron como papa a Clemente VII, aunque en realidad era un antipapa. Trece de los dieciséis cardenales cuestionaron la validez de la elección del papa Urbano debido a la amenaza de violencia del pueblo romano contra el Sacro Colegio, e incluso los pocos partidarios de Urbano se retractaron inmediatamente de su elección, convocando un nuevo cónclave en Fondi que eligió al antipapa Clemente VII. Incluso san Vicente Ferrer estaba convencido de que Clemente era el verdadero papa, mientras que santa Catalina de Siena se puso del lado de Urbano. Si el consenso universal fuera un argumento indefectiblemente válido para la legitimidad de un papa, Clemente habría tenido derecho a ser considerado el verdadero papa, y no Urbano. El antipapa Clemente fue derrotado por el ejército de Urbano VI en la batalla de Marino en 1379 y trasladó su sede a Aviñón, lo que dio lugar al Cisma de Occidente, que duró treinta y nueve años. Así vemos que el argumento de la aceptación universal no resiste la prueba de la historia.


EL CAMINO MÁS SEGURO DEL OBISPO SCHNEIDER

El obispo Athanasius Schneider nos recuerda que la via tutior, o vía más segura, consiste en no obedecer a un Papa herético, sin tener que considerarlo necesariamente caído ipso facto de su cargo como separado de la Iglesia y que por lo tanto, ya no es capaz de estar a su cabeza, como cree San Roberto Belarmino. Pero incluso esta solución -que al menos reconoce que Bergoglio es un hereje- no me parece decisiva, ya que la obediencia que los fieles pueden negarle es sólo marginal comparada con todos los actos de gobierno y magisterio que ha realizado y sigue realizando sin que sus súbditos puedan hacer nada al respecto. Por supuesto, se puede organizar la celebración clandestina de la Misa Católica, pero ¿qué puede hacer un sacerdote o un laico cuando un grupo subversivo de obispos maniobrado por Bergoglio se dispone a introducir cambios doctrinales inaceptables a través del sínodo sobre la sinodalidad? ¿Y qué pueden hacer cuando en sus parroquias una diaconisa bendice la "boda" de dos sodomitas?

Ciertamente, desobedecer las órdenes ilegítimas de un Superior herético o apóstata es un deber sub gravi, puesto que la obediencia a Dios precede a la obediencia a los hombres, y porque la virtud de la obediencia está jerárquicamente subordinada a la virtud teologal de la fe. Pero el daño resultante al cuerpo eclesial no se evita con una acción de simple resistencia: hay que resolver la raíz de la cuestión.


EL DEFECTO DEL CONSENTIMIENTO EN LA ASUNCIÓN DEL PAPADO

Así, teniendo en cuenta que Bergoglio es un hereje –y Amoris Lætitia o su declaración sobre la inmoralidad intrínseca de la pena capital bastarían para demostrarlo– debemos preguntarnos si la elección de 2013 fue de alguna manera invalidada por una falta de consentimiento; es decir, si el elegido quería convertirse en Papa de la Iglesia Católica o más bien en cabeza de lo que él llama “nuestra iglesia sinodal” -que no tiene nada que ver con la Iglesia de Cristo precisamente porque se erige como algo distinto a ella. En mi opinión, esta falta de consentimiento también se puede ver en el comportamiento de Bergoglio, que es ostentoso y consistentemente anticatólico y heterogéneo con respecto a la esencia misma del Papado. No hay acción de este hombre que no tenga descaradamente el aire de ruptura con respecto a la práctica y al Magisterio de la Iglesia, y a esto se agregan las posiciones tomadas que son cualquier cosa menos inclusivas hacia los fieles que no pretenden aceptar innovaciones arbitrarias, o peor aún, herejías en toda regla. 

La cuestión fundamental estriba en comprender el plan subversivo de la Iglesia profunda, que, valiéndose de los métodos denunciados en su momento por San Pío X a propósito de los modernistas, se ha organizado para llevar a cabo un golpe de Estado dentro de la Iglesia y llevar al profeta del Anticristo al Trono de Pedro. La mens rea en infiltrarse en la Jerarquía y ascender en sus filas es evidente, como es evidente que los planes de la facción ultraprogresista no podían detenerse en el hecho de Benedicto XVI, a quien consideraban demasiado conservador, y a quien odiaban sobre todo porque se atrevió a promulgar el Motu Proprio Summorum Pontificum. Y así, Benedicto XVI fue presionado para que dimitiera, e inmediatamente estuvo listo el desconocido arzobispo de Buenos Aires. El 11 de octubre de 2013, en una conferencia en la Universidad de Villanova (video en ingles aquí), el entonces cardenal McCarrick, amigo de Bergoglio desde hace mucho tiempo, reveló que la elección de Bergoglio fue fuertemente deseada por un “caballero italiano muy influyente”, un emisario del estado profundo ante la iglesia profunda: quienes trabajan en la Curia saben bien a quién se llama “el caballero” por excelencia y cuáles son sus vínculos con el poder de ambos lados del Tíber [el Vaticano y el Gobierno italiano], y también conocen sus vergonzosas inclinaciones que explican sus estrechas conexiones con el lobby homosexual del Vaticano. También es significativo que McCarrick haya dicho que estaba convencido de que Bergoglio “cambiaría el papado en cuatro años”, lo que confirma la maliciosa intención de manipular la institución divina e irreformable de la Iglesia.

Ver a Bergoglio participar en un evento patrocinado por la Fundación Clinton, después de otros respaldos no menos escandalosos de la elite globalista, confirma su papel de liquidador de quiebras de la Iglesia, con el propósito de sustituir la constitución de esa Religión de la Humanidad que servirá de sierva de la sinarquía del Nuevo Orden Mundial. Bergoglio se apropia del ecumenismo, la ecología, el vacunismo, el inmigracionismo, la ideología lgbtq+ y de género, y otras instancias de la religión globalista, no sólo mediante una acción de apoyo ostentoso y orgulloso a los proponentes de la Agenda 2030, sino también mediante la sistemática la demolición de todo lo que se le opone en el Magisterio, y la persecución despiadada de quienes expresan perplejidades incluso prudentes.

Así pues, Bergoglio es un hereje y abiertamente hostil a la Iglesia de Cristo. Para llevar a cabo la tarea que le había asignado la Iglesia profunda, ocultó sus posiciones más extremas, con el fin de encontrar un número suficiente de votos en el Cónclave. Para asegurarse una obediencia total, los que urdieron el plan se aseguraron de que fuera ampliamente chantajeable, como siempre ocurre. Y una vez elegido, Bergoglio pudo mostrarse tal como es y comenzar la demolición de la Iglesia y del Papado.

Pero ¿es posible que un Papa destruya el papado que él mismo encarna y representa? ¿Es posible que un Papa devaste la Iglesia que el Señor le ha confiado defender? Y además: si la participación de un cardenal en el Cónclave tiene una intención maliciosa, si pretende un acto subversivo contra la Iglesia, si se pretende cometer un crimen, entonces, incluso si aparentemente se respetan los procedimientos y las normas de la elección, hay indudablemente una mens rea. Y esta intención criminal emerge de la astucia con la que los cardenales cómplices de la trama colaboraron para engañar a los cardenales que votaron de buena fe. Me pregunto, entonces: ¿no estamos en presencia de un defecto de consentimiento que afecta la validez de la elección? Sin decir que la misma co-presencia de un Papa renunciante y un Papa reinante es ya en sí misma un elemento que nos lleva a creer que tenían un concepto falso de la esencia del papado, considerado como un papel que se puede compartir con otros. No olvidemos que la distinción entre munus y ministerium es arbitraria y que no puede haber un Papa que se dedique el “ministerio de la oración” y otro que gobierne. Cristo es uno; la Iglesia es una; y sólo hay un Sucesor de Pedro: un cuerpo con dos cabezas es un monstrum que repugna a la naturaleza incluso antes de la constitución divina de la Iglesia.


POSIBLES OBJECIONES

Algunos pueden objetar: Pero incluso si Bergoglio actuó con malicia, aceptó lo que los Cardenales le ofrecieron: su elección como Obispo de Roma y por lo tanto, como Romano Pontífice. Y así asumió el cargo y debe ser considerado el Papa. Creo en cambio que su aceptación del papado está invalidada, porque considera el papado algo distinto de lo que es, como un cónyuge que se casa por la iglesia pero excluye de su intención los propósitos específicos del matrimonio, haciendo así el matrimonio nulo y sin valor. Precisamente por su falta de consentimiento. No sólo eso: ¿qué conspirador que actúa maliciosamente para ascender a un cargo sería tan ingenuo como para explicar a quienes deben elegirlo que pretende ser Papa para cumplir las órdenes de los enemigos de Dios y de la Iglesia? ? Buen día. Soy Jorge Mario Bergoglio y pretendo destruir la Iglesia siendo elegido Papa. ¿Votarás por mí? La mens real reside precisamente en el uso del engaño, el disimulo, la mentira, la deslegitimación de los oponentes molestos y la eliminación de los peligrosos. Y la prueba de que Bergoglio pretendía llevar a cabo el plan criminal de la elite globalista está ante nuestros ojos: todos los objetivos deseados en los correos electrónicos de John Podesta, la mano derecha de Hillary Clinton, se han cumplido o se están cumpliendo, desde la adopción de la “igualdad de género” como premisa del “sacerdocio femenino” hasta la “inclusión lgbtq+”, de la aceptación de la “teoría de género” a la participación en la Agenda 2030 sobre cambio climático, de la condena del “proselitismo” a la exaltación de la inmigración como método de reemplazo étnico. Y al mismo tiempo, está la eliminación y condena de la otra Iglesia, la “preconciliar”, compuesta por “gente rígida e intolerante”, empezando por Nuestro Señor, como escribió blasfemamente Antonio Spadaro. Y con la cultura de la cancelación aplicada a la Fe y a la Moral, se suma también la eliminación de la Misa que intrínsecamente pertenece a esa Iglesia, que Bergoglio considera “conflictiva” con la “nueva eclesiología”, hasta el punto de prohibirla por “incompatible” con la “iglesia sinodal”.

Así que aquí estoy, tirando la proverbial piedra al estanque. Quisiera que tomáramos en serio, muy en serio, la posibilidad de que Bergoglio haya querido obtener la elección por medios fraudulentos, y que haya querido abusar de la autoridad del Romano Pontífice para hacer exactamente lo contrario de lo que Jesucristo dio como mandato a San Pedro y a sus sucesores: confirmar a los fieles en la fe católica, alimentar y gobernar el rebaño del Señor, predicar el Evangelio a las naciones. Todos los actos del gobierno y del magisterio de Bergoglio – desde su primera aparición en la Logia Vaticana, cuando se presentó con su inquietante “Buonasera” – se han desenrollado en una dirección diametralmente opuesta al mandato petrino: ha adulterado y sigue adulterando el Depositum Fidei, ha creado confusión y extraviado a los fieles, ha dispersado el rebaño, ha declarado que considera la evangelización de los pueblos como “un solemne disparate”, y abusa sistemáticamente del poder de las Santas Llaves para desatar lo que no se puede desatar y atar lo que no se puede atar.

Esta situación es humanamente irremediable, porque las fuerzas en juego son inmensas y porque la corrupción de la Autoridad no puede ser curada por quienes están sujetos a ella. Debemos tomar nota de que la metástasis de este “pontificado” tiene su origen en el cáncer conciliar, en ese Vaticano II que creó las bases ideológicas, doctrinales y disciplinarias que inevitablemente debían llevarnos a este punto. Pero ¿cuántos de mis hermanos, que también reconocen la gravedad de la crisis actual, tienen la capacidad de reconocer este vínculo causal entre la revolución conciliar y sus consecuencias extremas con Bergoglio?


CONCLUSIÓN

Si esta passio Ecclesiæ es un preludio del fin de los tiempos, es nuestro deber prepararnos espiritualmente para momentos de gran tribulación y de verdadera y debida persecución. Pero será precisamente recorriendo el Vía Dolorosa de la Cruz que el cuerpo eclesial podrá purificarse de la inmundicia que lo desfigura y merecer la ayuda sobrenatural que la Providencia reserva a la Iglesia en tiempos de prueba: donde abunda el pecado, sobreabunda la gracia.

Por último, permítanme recordarles que la Asociación Exsurge Domine que fundé tiene como objetivo brindar ayuda espiritual y material a sacerdotes, religiosos y religiosas perseguidos por la Iglesia bergogliana a causa de su fidelidad a la Tradición. Si desean hacer una donación para la realización de nuestros proyectos, pueden hacerlo a través del sitio web de la Asociación – www.exsurgedomine.it – o enviando un mensaje de texto: Text 502027 to 1-855-575-7888 (para EE. UU. y Canadá).


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