jueves, 26 de octubre de 2023

AMISTAD CON EL MUNDO, ENEMISTAD CON DIOS

Así escribe Santiago: La amistad con el mundo es enemistad con Dios. Palabras que no admiten ‘interpretación’, porque son de recibo estrictamente literal.

Por José Luis Aberasturi


A mayor abundamiento, subraya: Cualquiera, pues, que desee ser amigo del mundo, se constituye en enemigo de Dios.

San Juan tampoco se apea de este aserto. Escribe: Si alguno ama al mundo, el amor del Padre no está en él. Amén.

Es lo único que podríamos añadir sin temor a equivocarnos. Porque pretender salirse de aquí es errar indefectiblemente, y sin paliativo alguno.

Cómo hemos llegado hasta borrar a Cristo y proclamarnos hijos del mundo, es algo no solo siniestro, sino incomprensible en sí mismo… excepto si lo consideramos en su verdadera realidad: el Pecado.

Porque, pasar de ‘hijos de Dios’ a ‘mundanos’, sí o también, como el único horizonte válido para un hijo de Dios en su Iglesia en medio del mundo -que es lo que se lleva a día de hoy-, es algo que no se consigue por casualidad; sino con un empeño tan notable como irracional, tan constante como eficaz.

Con este modo de proceder, estaríamos anclados en un ‘mirar hacia abajo’ -el mundo: para el que no estamos hechos, como se nos ha revelado: No tenemos aquí ciudad permanente, por ejemplo-, en lugar de ‘mirar hacia arriba’: a Dios, y a las cosas de Dios, acabando en el Cielo Prometido: Buscad las cosas de arriba, no las de la tierra, nos aconsejará san Pablo, a propósito de la Resurrección de Cristo, fundamento de nuestra Fe.

Recuerdo un comentario hecho por san Josemaria, a propósito de lo que dice el Evangelio en relación a aquella mujer que se acercó por detrás a Jesucristo, pensando en su interior que, con solo tocar la orla de su manto, quedaría curada: pues, aparte el flujo de sangre que no remitía, y de hecho había gastado toda su fortuna intentándolo, erat inclinata: estaba encorvada hacia el suelo, nos dice el evangelista.

Una mujer, con todo, llena de fe -porque cree, va a Jesús-; llena de una fe humilde: la mejor y la única fe verdadera: no se siente con ‘meritos’ ni para pedírselo: pedir sería significarse, y ella está en las antípodas de esa composición. Y se acerca al Señor aprovechando el anonimato de la multitud que le apretujaba. Y le toca, y queda curada.

Hablaba, san Josemaria, de ese tipo de gentes que, como los cerdos, son incapaces de mirar al cielo, siempre volcados en las cosas de aquí abajo, abocados a hocicar en la porquería, en el lodazal… incapaces de elevar su mirada a Dios y al Cielo. Abundan.

En el lado contrario a las expresiones de Santiago y de Juan, nos encontramos con las palabras, también inequívocas, de Jesús: Tanto amó Dios al mundo, que nos entregó a su propio Hijo. Insisto en que es Jesús quien habla.

Entonces, ¿cómo se compaginan estas dos expresiones que vienen directamente de Dios? Porque, a primera vista, no se compaginan en absoluto.

Vamos a intentar explicarlo. Porque explicación tiene: Dios no se contradice.

En las expresiones referidas, de Santiago y Juan -podríamos añadir otras de san Pablo, y de Jesucristo, que también las dice en este mismo sentido-, el “mundo” está tomado en su sentido espiritual y ascético: el enemigo del hombre; porque en “el mundo”, señorea Satanás, con sus pompas y sus obras. Todo un clásico.

La evidencia es absoluta. También en lo que le toca dentro del desmoronamiento de la Iglesia, donde el Demonio tampoco falta; y, en tantos sitios y en tantas almas, señorea a sus anchas. La denuncia, desgarradora y reveladora, es de Pablo VI, no me la invento.

De ahí que, “ser amigo del mundo” -dejarse llevar por sus máximas, siempre opuestas a Dios y a su Iglesia y, por lo tanto, a las almas todas-, obra, necesariamente, el ser “enemigo” de Dios.

Por su parte, la Revelación del Amor de Dios, expresada en la Entrega total y absoluta de Cristo en la Cruz, es lo que significa ese Tanto amó Dios al mundo… Porque, aquí, “mundo” somos los hombres que vivimos -hemos vivido, viviremos- en él. Se utiliza el continente como expresión del contenido.

Este es el verdadero sentido: Tanto nos quiere Dios Padre, que no perdonó ni a su Propio Hijo. Por nosotros, en favor nuestro. 

Porque Cristo no ha muerto en la Cruz por ningún pez, ni por ningún perro, ni por ningún pino, ni por el ozono, ni para acabar con los plásticos… Porque ni los peces, ni los perros, ni los pinos, ni el ozono, pecan. Nosotros, sí. Y muchísimo: el justo cae siete veces al día.

Por lo mismo, las recomendaciones de Cristo -no juzguéis, vigilad y orad, tomad y comed…-, no se las hace a los pinos y demás, ni siquiera a los mismos ángeles: sólo a nosotros.

La Misa no la ha inventado para quedarse en el mundo, sino por nosotros. Como sus promesas de Vida Eterna, son por nosotros, no por nada de este mundo material. 

Esto también ha de quedar meridianamente claro y explícito.

Nos bastaría mirar con detenimiento el Crucifijo, saboreando y contemplado lo que representa -cosa que ningún ser material puede hacer: nosotros, sí; y debemos hacerlo, si queremos entender más y más del Amor que Dios nos tiene; y si queremos distinguir, juzgando, que “no nos den gato por liebre”-, para empezar a entenderlo.

Por cierto: lo de gato por liebre es el pan de cada día, hoy, en la Iglesia Católica.

Sabiendo, además, que lo que se representa en el crucifijo, se realiza en cada Misa: cada una de las Misas REALIZA y ACTUALIZA lo que el Crucifijo representa. Revelado todo ello en las palabras de la Consagración: Esto es mi Cuerpo, ‘que será entregado por vosotros’. Esta es mi Sangre, ‘que será derramada por vosotros’.

De aquí que bien podemos proclamar, con grandísimo dolor, ante la desolación en la que se celebran tantas Misas, que el triunfo del Demonio está siendo todo un ARRASAR. Porque, arrasar, está arrasando.

Y la Descristianización no solo de países enteros, sino de gran parte de la misma Iglesia, tiene la misma causa: habernos vuelto al “mundo", llenarnos de él… vaciándonos, necesariamente, de Dios. Pero la advertencia de Cristo sigue en pie: No podéis servir a dos señores… Y esto vale por lo civil y por lo eclesial.

Hay que seguir clamando por tanto a Jesús, compungidos e indigentes: -Señor, ten piedad.


Non mea Voluntas


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