miércoles, 18 de octubre de 2023

EL SACERDOTE DEBE SER SANTO

¿Cómo podría representar dignamente a Jesucristo, para ser alter Christus, si su vida es mediocre y sin aspiraciones a la perfección?

Por el padre Adolphe Tanquerey (1854 - 1932).


En virtud de su misión, el sacerdote debe glorificar a Dios en nombre de todas las criaturas y más especialmente del pueblo cristiano. Por lo tanto, es verdaderamente, en virtud del sacerdocio tal como fue instituido por Nuestro Señor, el religioso de Dios "pro hominibus constituyente in iis quæ sunt ad Deum, ut offerat dona et sacrificia". Este deber lo cumple principalmente con el Santo Sacrificio de la Misa y con la recitación del Oficio Divino; pero todas sus acciones, incluso las más comunes, pueden contribuir a ello, como ya hemos dicho, si se hacen para agradar a Dios. Ahora bien, esta misión sólo puede ser cumplida por un sacerdote que sea santo o al menos esté dispuesto a serlo.

A) ¿Qué santidad se requiere para el Santo Sacrificio? los sacerdotes de la Ley Antigua que querían acercarse a Dios debían ser santos (se trata principalmente de santidad legal) so pena de ser castigados (...). Tenían que ser santos para poder ofrecer el incienso y el pan destinado al altar: "Incensum enim Domini et panes Dei sui offerunt, et ideo sancti erunt".

Ahora bien, ¿cuánto más santos, de santidad interior, no deben ser aquellos que ya no ofrecen sombras y figuras sino el Sacrificio por excelencia, la Víctima infinitamente Santa? Todo es santo en este Sacrificio Divino: Santo es la víctima y el sacerdote principal, que no es otro que Jesús, que, como dice San Pablo, "es santo, inocente, inmaculado, separado de los pecadores, elevado sobre los cielos: Talis decebat ut nobis esset pontifex, sanctus, innocens, impollutus, segregatus a sinners et excelsior cælis factus"; Santa es la Iglesia, en cuyo nombre el sacerdote ofrece la Santa Misa, santificada por Cristo, al precio de su sangre (...); la meta es santa, que es glorificar a Dios y producir frutos de santidad en las almas; santas las oraciones y ceremonias, que recuerdan el sacrificio del Calvario y los efectos de santidad que merece; Especialmente Santa es la Comunión, que nos une a la fuente de toda Santidad. ¿No es necesario, pues, que el sacerdote que, como representante de Jesucristo y de la Iglesia, ofrece este augusto sacrificio, esté también revestido de santidad? ¿Cómo podría representar dignamente a Jesucristo, para ser alter Christus, si su vida fue mediocre y sin aspiraciones a la perfección? ¿Cómo podría ser ministro de la Iglesia Inmaculada si su alma, apegada al pecado venial, no pensaba en el progreso espiritual? ¿Cómo podría glorificar a Dios si su corazón estaba vacío de amor y sacrificio? ¿Cómo podría santificar las almas si él mismo no tuviera un deseo sincero de santificarse?

¿Cómo se atrevería a subir al santo altar y recitar las oraciones de la Misa, que inspiran los más puros sentimientos de Penitencia, Fe, Religión, amor, abnegación, si su alma fuera ajena a ello? ¿Cómo podría ofrecerse con la víctima divina "in Spiritu humilitatis, et in animo contrito suscipiamur a te, Domine", si estos sentimientos estuvieran en contradicción con su vida? ¿Cómo nos atrevemos a pedir participar de la divinidad de Jesús "ejus divinitatis esse consortes", si nuestra vida es enteramente humana? ¿Cómo repetir aquella protesta de inocencia: "Ego autem in inocenteia mea ingressus sum", si no se hace ningún esfuerzo por sacudirse el polvo de mil pecados veniales deliberados? ¿Con qué corazón se puede recitar el Sanctus, en el que se proclama la santidad de Dios, y consagrarse identificándose con Jesús, autor de toda santidad, si no se desea santificarse con él y para Él? ¿Cómo podemos recitar el Pater sin recordar que debemos ser perfectos como el Padre celestial? ¿Y el Agnus Dei, sin tener un corazón contrito y humillado? ¿Y las hermosas oraciones preparatorias para la comunión (...) si el corazón está lejos de Dios, lejos de Jesús? ¿Y cómo podemos llegar a conocer cada día al Dios de toda santidad, sin el deseo sincero de participar de esta santidad, de acercarnos a ella al menos cada día con esfuerzo progresivo? ¿No sería esto una abierta contradicción, una falta de lealtad, una provocación, un abuso de gracia, una infidelidad a la propia vocación?


[Extracto del “Compendio de teología ascética y mística”, del padre Adolphe Tanquerey (1854 - 1932), trad. P. Filippo Trucco y Can.co Luigi Giunta, Sociedad de San Juan Evangelista - Imprimatur Sarzanæ, fallecido el 18 de noviembre de 1927, Can. A. Accorsi, Vic. General - Desclée & Co., 1928]


Cordialiter

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