lunes, 30 de enero de 2023

LA REFORMA DE 1956 REVELÓ UNA NUEVA ECLESIOLOGÍA (LXIII)

Es un hecho desafortunado que la mayoría de los católicos de hoy, incluso entre los tradicionalistas, no tengan idea de la verdadera naturaleza y alcance de la reforma del Sábado Santo de 1956.

Por la Dra Carol Byrne


Todavía prácticamente no se comprende lo que estaba en juego: la subversión intencionada del rito tradicional por parte de los reformadores progresistas a través de la “participación activa”.


El 'trabajo interno' perfecto

Mientras que prácticamente toda la Iglesia seguía pacíficamente el Rito Romano bajo Pío XII sin mostrar la menor insatisfacción, la Congregación de Ritos revolvía con entusiasmo la olla que más tarde se serviría en el Concilio Vaticano II.

Que este fue originalmente el trabajo de la Comisión de 1948 es obvio por el hecho de que el Decreto Maxima Redemptionis de 1955 fue firmado por el Card. Micara en su doble calidad de Pro-Prefecto de la Congregación de Ritos y Presidente de la Comisión. El padre Löw no solo era miembro de la Comisión sino que, como Vicerrelator de la Congregación de Ritos, también era responsable de editar y presentar las ideas de la Comisión al resto de la Congregación.

Las reformas de 1956 allanaron el camino para la iglesia del futuro, vacía y despojada de sacralidad

Otro destacado miembro de la Comisión, el padre Antonelli, pronto sería nombrado Relator General de la Congregación de Ritos (1956), antes de convertirse en Secretario de la Comisión Conciliar para la Liturgia (1962) y Secretario de la Congregación de Ritos (1965).

Esto significa que la Comisión papal recibió efectivamente el poder de dictar las reformas sobre la base de nada más que sus propios prejuicios y, además, que Pío XII permitió que las invenciones de los reformadores tuvieran prioridad sobre los derechos de los fieles a su propia Tradición.


El nuevo principio rector: actividades para el pueblo

El padre Godfrey Diekmann, OSB, un miembro clave del Movimiento Litúrgico, señaló en 1953:
“Destaca especialmente el afán de la Santa Sede por favorecer la asistencia inteligente y activa de la congregación. Es por esta razón que se han introducido la mayoría de los cambios: todos son para recibir y sostener la llama del Cirio Pascual; todos deben unirse en las respuestas y en las Letanías [de los Santos]; todos deben escuchar y comprender las lecturas; todos han de renovar sus promesas bautismales; los servicios están dispuestos en el santuario de tal manera que todos puedan verlos, etc.” [énfasis añadido] (1)
Es obvio que se trataba de un programa de reforma global y “totalizador”, que no dejó a ningún miembro del laicado indemne, a ningún individuo inmune a la coerción moral o incluso al acoso. Sus implicaciones iban mucho más allá de los aspectos prácticos de estar de pie o sentado, encender una vela, usar el latín o la lengua vernácula.

El padre Diekmann (a la derecha) bromeando con otros miembros del Comité Litúrgico

Se trataba fundamentalmente de una nueva eclesiología, de qué tipo de Iglesia se estaba planeando para el futuro - una, como resultó, en la que toda la idea del Sacerdocio sacramental debía fusionarse sin fisuras con la del Pueblo de Dios activamente comprometido en torno al altar.


Truco litúrgico

En la Renovación de las Promesas Bautismales, las personas se involucran en una “participación activa” volviendo a encender sus velas, que habían encendido y apagado poco antes, pasando la llama a otros en la congregación, manteniendo un libro en equilibrio en una mano y una vela encendida en la otra, vigilando precariamente a los hijos sosteniendo velas encendidas, escuchando y respondiendo al sacerdote en un “diálogo” y acompañándolo en el rezo comunitario del Padrenuestro (como el Viernes Santo).

Hacer malabares con tantas pelotas en el aire y saltar a través de varios aros aleja el alma, la mente y el cuerpo del necesario enfoque en Cristo y de la oración contemplativa. Uno bien puede preguntarse: ¿Adónde fue el Misterio? Porque mientras la mente se concentra en estas diversas distracciones y novedades, y mientras la gente está ocupada pensando en ellos mismos, todo el enfoque de la Vigilia Pascual – contemplar la Muerte y Resurrección de Cristo – es dejado de lado.


Una admisión de fracaso

Incluso el pionero litúrgico, el padre Clifford Howell, que acogió con entusiasmo las reformas de la Semana Santa, no pudo dejar de notar la superficialidad de las novedades de la Vigilia Pascual, incluida la innovadora Renovación de las promesas bautismales, y su incapacidad para conmover el alma. Expresó su preocupación por lo que sucedería cuando los efectos iniciales hubieran desaparecido:
“Bien puede ser que la gente se haya deleitado con la novedad, con su pintoresquismo, con la emoción de tener algo interesante que ver y hacer, con lo impresionante de la propagación gradual de las llamas de las velas en la iglesia a oscuras. Han sido cautivados, sí: pero tal vez, hasta ahora, sólo con lo exterior...

Es imperativo, por lo tanto, que se profundice el aprecio que los fieles tienen ahora por esta ceremonia; hay que ayudarlos a penetrar a través de estos exteriores, y lograr esa renovación de la mente, del corazón y de la voluntad, que es lo único que constituye el bien genuino de sus almas” (2).
En otras palabras, a pesar de la pirotecnia (enormes hogueras que saltan iluminando el cielo nocturno, la plétora de velas parpadeantes en una iglesia a oscuras), el efecto difícilmente podría describirse como una inundación de iluminación en el alma.

Los fuegos de vigilia extravagantes restan valor a la contemplación de la muerte de Cristo

Pero, lo que sí sabemos, sin embargo, es que la Iglesia había tenido un éxito notable a lo largo de los siglos en la provisión de la santificación de los fieles en la Misa y los Sacramentos, como lo demuestran los innumerables santos y almas piadosas que habían recibido su sustento espiritual de este modo. Porque la lex orandi tradicional fue el vehículo individual más eficaz jamás ideado para lograr ese objetivo, lo que plantea la pregunta de por qué se consideró necesaria la reforma en primer lugar.

Sin embargo, a estas innovaciones, a pesar de sus defectos manifiestos, se les dio exclusividad y predominio sobre los rituales probados y comprobados de la Tradición.


¿Una reforma significativa?

La Renovación de las Promesas Bautismales de 1956 no estuvo exenta de problemas inherentes de comprensión, a pesar del uso de la lengua vernácula, que se suponía que haría que la liturgia fuera más fácil de entender para la gente.

El problema fundamental es el carácter corporativo de la llamada Renovación en la que el pueblo responde en plural, “hacemos/creemos”, cuando se le pregunta si renuncia a Satanás y acepta ciertos artículos de la Fe.

Una congregación renueva las promesas bautismales

Para empezar, nadie puede confesar la fe de otro, porque nadie, aparte de Dios, sabe lo que todos los demás realmente creen. Lo que uno cree puede ser diferente de lo que cree la persona que está a su lado, por lo que "nosotros" puede que no siempre seamos de la misma opinión.

De manera similar para las promesas: como presuponen el pleno consentimiento de la voluntad individual, nadie puede responder por otros en la congregación que pronuncian promesas que pueden o no ser sinceras.

Claramente, entonces, la Renovación de las Promesas Bautismales plantea problemas de naturaleza epistemológica, que ilustran la incoherencia de la intención declarada de los reformadores de crear una liturgia “más significativa” para permitir la “participación inteligente” de los laicos. También destaca la inutilidad de dar a la congregación un papel vocal en la liturgia.


La batalla del 'yo' contra el 'nosotros'

Desde 1956, y hasta el día de hoy, se ha desatado una controversia sobre si usar "yo" o "nosotros" en la liturgia, con los progresistas favoreciendo este último debido a su significado “comunitario” (3).

Algunos tradicionalistas, deseando continuar con las reformas de 1956 y al mismo tiempo darse cuenta de la naturaleza espuria de estas actividades comunitarias, cambiaron al uso de "yo" en lugar de "nosotros". Pero lo hacen por iniciativa propia, pues las formas plurales en latín ‒ abrenuntiamus (renunciamos) y credimus (creemos) ‒ están contenidas en el Misal de 1962.

Cabe señalar que la respuesta abrenuntiamus, un trabalenguas de seis sílabas que muchas personas solo podían pronunciar con dificultad y después de mucha práctica, mientras que algunas no lograban hacerlo en absoluto, difícilmente puede decirse que se preste a la participación de la congregación. Sin embargo, esto preocupaba poco a los reformadores, que buscaban una liturgia vernácula.

Continúa...


Notas:

1) Godfrey Diekmann, The Easter Vigil: Arranged for Use in Parishes, Collegeville, Liturgical Press, 1953, p. 3.

2) Clifford Howell, Preparing for Easter, Collegeville, Liturgical Press, 1957, p. 6

3) Intentaron justificar su elección de pronombre volviendo a los Concilios de Nicea (325) y Constantinopla (381), que emitieron Credos usando "Creemos". Pero fallaron en distinguir entre una formulación histórica para la instrucción catequética para combatir la herejía y su uso en una ceremonia litúrgica; o para tener en cuenta que la liturgia de los primeros cristianos usaba “Creo”.
El Catecismo de la Iglesia Católica (§ 167) típicamente se equivoca con una “solución” de ambas partes en la que no se dan pautas firmes: “La Iglesia, nuestra madre, nos enseña a decir tanto 'Creo' como ' Creemos.'"


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