Por Pedro Luis Llera
“Debemos introducir en la iglesia lo mejor del Liberalismo que viene desde 1789”.
“Debemos apropiarnos de las conquistas de la Ilustración”…
Y el liberalismo y la basura de la Ilustración entraron en la Iglesia y la están destrozando desde dentro.
Pero antes, el liberalismo y la Ilustración trataron de destruir la fe desde fuera de la Iglesia: recordemos la matanza de La Vendée; la guillotina, en la que sufrieron martirio tantos católicos; las sucesivas desamortizaciones, que le robaron a la Iglesia buena parte de su patrimonio y que exclaustró a miles de frailes y monjas que se quedaron literalmente en la calle y sin nada. Recordemos a los liberales anticlericales que quemaron iglesias y asesinaron a curas, frailes y monjas allá por el siglo XIX.
En España, el Liberalismo anticatólico provocó el levantamiento de miles de fieles bajo la bandera del carlismo, que se echaron al monte para defender a Cristo y a la Iglesia de los masones y liberales, enemigos del Señor.
Más tarde, vinieron los hijos bastardos del liberalismo: socialismo, comunismo y anarquismo. Y estos hijos de Satanás llevaron la persecución al paroxismo: quemaron templos, asesinaron y torturaron a obispos, curas, monjas o simples fieles, por el mero hecho de ir a Misa.
Y liberales, socialistas, comunistas y anarquistas martirizaron a miles de católicos y llenaron nuestros altares de nuevos mártires y santos. De esos mártires, no dice nada la inicua y maldita “ley de memoria democrática”.
La ideología del Anticristo pasa por la desobediencia y la rebelión contra Dios. Hay que evitar la soberanía social de Cristo. Y hay que hacerlo como sea. Para ello, el Anticristo recurre a su receta de siempre: al “non serviam”. El Anticristo ha convencido al hombre de que no hay más ley que la que el mismo hombre promulgue. Que Cristo no sea soberano. El único soberano es el hombre. El hombre se declara a sí mismo autónomo e independiente de Dios. El hombre se ha creído dios. Ya no hay que obedecer los Mandamientos. El hombre tiene licencia ilimitada para hacer lo que él quiera, sin cortapisas ni límites morales de ningún tipo.
Y concluye la Encíclica Libertas:
No importa la ley de Dios. Los impíos pretenden haber derogado los Mandamientos. La voluntad de Dios no cuenta para ellos. Sólo cuenta su propia voluntad, llena de orgullo y de soberbia.
Los que querían introducir el Liberalismo en la Iglesia ahora se quejan de las leyes inicuas. Tronos a las causas y cadalsos a las consecuencias. Abonan el árbol del liberalismo y abominan de sus frutos.
¿Libertad de expresión? Ahí tenéis a los blasfemos, a los sacrílegos, a los apóstatas y a los herejes profiriendo día y noche insultos contra Dios.
Y el liberalismo y la basura de la Ilustración entraron en la Iglesia y la están destrozando desde dentro.
Pero antes, el liberalismo y la Ilustración trataron de destruir la fe desde fuera de la Iglesia: recordemos la matanza de La Vendée; la guillotina, en la que sufrieron martirio tantos católicos; las sucesivas desamortizaciones, que le robaron a la Iglesia buena parte de su patrimonio y que exclaustró a miles de frailes y monjas que se quedaron literalmente en la calle y sin nada. Recordemos a los liberales anticlericales que quemaron iglesias y asesinaron a curas, frailes y monjas allá por el siglo XIX.
En España, el Liberalismo anticatólico provocó el levantamiento de miles de fieles bajo la bandera del carlismo, que se echaron al monte para defender a Cristo y a la Iglesia de los masones y liberales, enemigos del Señor.
Más tarde, vinieron los hijos bastardos del liberalismo: socialismo, comunismo y anarquismo. Y estos hijos de Satanás llevaron la persecución al paroxismo: quemaron templos, asesinaron y torturaron a obispos, curas, monjas o simples fieles, por el mero hecho de ir a Misa.
Y liberales, socialistas, comunistas y anarquistas martirizaron a miles de católicos y llenaron nuestros altares de nuevos mártires y santos. De esos mártires, no dice nada la inicua y maldita “ley de memoria democrática”.
La ideología del Anticristo pasa por la desobediencia y la rebelión contra Dios. Hay que evitar la soberanía social de Cristo. Y hay que hacerlo como sea. Para ello, el Anticristo recurre a su receta de siempre: al “non serviam”. El Anticristo ha convencido al hombre de que no hay más ley que la que el mismo hombre promulgue. Que Cristo no sea soberano. El único soberano es el hombre. El hombre se declara a sí mismo autónomo e independiente de Dios. El hombre se ha creído dios. Ya no hay que obedecer los Mandamientos. El hombre tiene licencia ilimitada para hacer lo que él quiera, sin cortapisas ni límites morales de ningún tipo.
Y concluye la Encíclica Libertas:
“Cuando el hombre se persuade que no tiene sobre sí superior alguno, la conclusión inmediata es colocar la causa eficiente de la comunidad civil y política, no en un principio exterior o superior al hombre, sino en la libre voluntad de cada uno; derivar el poder político de la multitud como de fuente primera. Y así como la razón individual es para el individuo en su vida privada la única norma reguladora de su conducta, de la misma manera la razón colectiva debe ser para todos la única regla normativa en la esfera de la vida pública. De aquí el número como fuerza decisiva y la mayoría como creadora exclusiva del derecho y del deber”.Y así, gracias al Liberalismo, llegamos a la dictadura del relativismo. Es el consenso de las mayorías la única fuente de la moralidad: está bien o mal aquello que la mayoría de la gente considera bueno o malo. Y por ese camino, llegamos a la proliferación de leyes inicuas: aborto, eutanasias, manipulación genética y eugenesia, gaymonio, divorcio, leyes lgbti y trans…
No importa la ley de Dios. Los impíos pretenden haber derogado los Mandamientos. La voluntad de Dios no cuenta para ellos. Sólo cuenta su propia voluntad, llena de orgullo y de soberbia.
Los que querían introducir el Liberalismo en la Iglesia ahora se quejan de las leyes inicuas. Tronos a las causas y cadalsos a las consecuencias. Abonan el árbol del liberalismo y abominan de sus frutos.
¿Libertad de expresión? Ahí tenéis a los blasfemos, a los sacrílegos, a los apóstatas y a los herejes profiriendo día y noche insultos contra Dios.
“No podemos suponer concedida por la naturaleza de igual modo a la verdad y al error, a la virtud y al vicio. Existe el derecho de propagar en la sociedad, con libertad y prudencia, todo lo verdadero y todo lo virtuoso para que pueda participar de las ventajas de la verdad y del bien el mayor número posible de ciudadanos. Pero las opiniones falsas, máxima dolencia mortal del entendimiento humano, y los vicios corruptores del espíritu y de la moral pública deben ser reprimidos por el poder público para impedir su paulatina propagación, dañosa en extremo para la misma sociedad. Los errores de los intelectuales depravados ejercen sobre las masas una verdadera tiranía y deben ser reprimidos por la ley con la misma energía que otro cualquier delito inferido con violencia a los débiles. Esta represión es aún más necesaria, porque la inmensa mayoría de los ciudadanos no puede en modo alguno, o a lo sumo con mucha dificultad, prevenirse contra los artificios del estilo y las sutilezas de la dialéctica, sobre todo cuando éstas y aquéllos son utilizados para halagar las pasiones. Si se concede a todos una licencia ilimitada en el hablar y en el escribir, nada quedará ya sagrado e inviolable. Ni siquiera serán exceptuadas esas primeras verdades, esos principios naturales que constituyen el más noble patrimonio común de toda la humanidad. Se oscurece así poco a poco la verdad con las tinieblas y, como muchas veces sucede, se hace dueña del campo una numerosa plaga de perniciosos errores. Todo lo que la licencia gana lo pierde la libertad”.¿Libertad religiosa? Ahí tenéis el triunfo del indiferentismo religioso proclamando que Dios quiere todas las religiones por igual y que todas ellas son caminos de salvación:
“La libertad es un derecho de toda persona: todos disfrutan de la libertad de credo, de pensamiento, de expresión y de acción. El pluralismo y la diversidad de religión, color, sexo, raza y lengua son expresión de una sabia voluntad divina, con la que Dios creó a los seres humanos”.Confunden la libertad con tener permiso para pecar. Libertas, en cambio, enseña y deja clara la doctrina católica:
Conceder al hombre esta libertad de cultos equivale a concederle el derecho de desnaturalizar impunemente una obligación santísima y de ser infiel a ella, abandonando el bien para entregarse al mal. Esto, lo hemos dicho ya, no es libertad, es una depravación de la libertad y una esclavitud del alma entregada al pecado.¿Libertad de conciencia? Ahí tenéis a los impíos proclamando que los buenos cometen delitos de odio y los malos son el no va más de la virtud.
La libertad de cultos es muy perjudicial para la libertad verdadera, tanto de los gobernantes como de los gobernados. La religión, en cambio, es sumamente provechosa para esa libertad, porque coloca en Dios el origen primero del poder e impone con la máxima autoridad a los gobernantes la obligación de no olvidar sus deberes, de no mandar con injusticia o dureza y de gobernar a los pueblos con benignidad y con un amor casi paterno.
Si esta libertad se entiende en el sentido de que es lícito a cada uno, según le plazca, dar o no dar culto a Dios, queda suficientemente refutada con los argumentos expuestos anteriormente. Pero puede entenderse también en el sentido de que el hombre en el Estado tiene el derecho de seguir, según su conciencia, la voluntad de Dios y de cumplir sus mandamientos sin impedimento alguno. Esta libertad, la libertad verdadera, la libertad digna de los hijos de Dios, que protege tan gloriosamente la dignidad de la persona humana, está por encima de toda violencia y de toda opresión y ha sido siempre el objeto de los deseos y del amor de la Iglesia. […] Pero cuando el poder humano manda algo claramente contrario a la voluntad divina, traspasa los límites que tiene fijados y entra en conflicto con la divina autoridad. En este caso es justo no obedecer.Dan libertad a los impíos para pecar y blasfemar. Predican la tolerancia con todo y con todos: menos con la Iglesia.
Por el contrario, los partidarios del liberalismo, que atribuyen al Estado un poder despótico e ilimitado y afirman que hemos de vivir sin tener en cuenta para nada a Dios, rechazan totalmente esta libertad de que hablamos, y que está tan íntimamente unida a la virtud y a la religión. Y califican de delito contra el Estado todo cuanto se hace para conservar esta libertad cristiana. Si fuesen consecuentes con sus principios el hombre estaría obligado, según ellos, a obedecer a cualquier gobierno, por muy tiránico que fuese.
Sin embargo, permanece siempre fija la verdad de este principio: la libertad concedida indistintamente a todos y para todo, nunca, como hemos repetido varias veces, debe ser buscada por sí misma, porque es contrario a la razón que la verdad y el error tengan los mismos derechos. En lo tocante a la tolerancia, es sorprendente cuán lejos están de la prudencia y de la justicia de la Iglesia los seguidores del liberalismo. Porque al conceder al ciudadano en todas las materias que hemos señalado una libertad ilimitada, pierden por completo toda norma y llegan a colocar en un mismo plano de igualdad jurídica la verdad y la virtud con el error y el vicio. Y cuando la Iglesia, columna y firmamento de la verdad, maestra incorrupta de la moral verdadera, juzga que es su obligación protestar sin descanso contra una tolerancia tan licenciosa y desordenada, es entonces acusada por los liberales de falta de paciencia y mansedumbre. No advierten que al hablar así califican de vicio lo que es precisamente una virtud de la Iglesia. Por otra parte, es muy frecuente que estos grandes predicadores de la tolerancia sean, en la práctica, estrechos e intolerantes cuando se trata del catolicismo. Los que son pródigos en repartir a todos libertades sin cuento, niegan continuamente a la Iglesia su libertad.
Rezar en la calle es delito. Asesinar niños, un derecho de la mujer. Cuando los católicos defendemos la Ley de Dios, cometemos “delitos de odio”. Llaman odio a la caridad y “amor”, al pecado. Cuando los enemigos de Cristo blasfeman públicamente, ejercen su “libertad de expresión”. Cuando los católicos proclamamos que el pecado nefando clama al cielo y repetimos la doctrina de la Iglesia, nos insultan, nos persiguen y nos desprecian. «¡Cómo es posible que se digan esas cosas en pleno siglo XXI!», dice la locutora escandalizada porque un cura predica la santa doctrina de la Iglesia. Como si la Ley de Dios hubiera caducado. Como si Dios no fuera el mismo ayer, hoy y siempre. Como si su Ley no fuera universal y eterna.
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La libertad es el don que Dios nos da para hacer el bien y alcanzar el fin para el que hemos sido creados, que es el cielo. La libertad no es algo absoluto: lo absoluto es el Bien. Y cualquier camino es bueno si conduce al bien. Todo en tanto en cuanto contribuya al bien y a vivir en caridad. Y hemos de rechazar todo aquello que coopere al mal, todo lo que sea pecado.
La libertad verdadera conduce a Dios, que es el Bien absoluto. La libertad consiste en cumplir la voluntad de Dios (“hágase tu voluntad, en la tierra como en el cielo”, decimos en el Padre Nuestro). Y la voluntad de Dios consiste en cumplir sus Mandamientos. “Hágase en mí según tu palabra”. “He aquí la esclava del Señor”.
En cambio, la libertad liberal consiste en la licencia lo mismo para hacer el bien que para el mal. La libertad liberal consiste en creerse dioses y en no reconocer el poder de Dios sobre los individuos, sobre las familias o sobre las naciones.
Pero nadie tiene permiso para hacer el mal. Nadie está autorizado a pecar. Y quien peca se convierte en enemigo de Dios, en hijo de la ira. Miles de personas viven en pecado mortal. Y eso hace del mundo un lugar inhóspito y cruel; un reino de oscuridad y tinieblas. La libertad liberal resulta tentadora: es ese anillo que te atrae irresistiblemente pero, al mismo tiempo, te esclaviza y te mata. El mundo liberal es Mordor, esa “tierra oscura” en la que los orcos persiguen a los pocos que viven en gracia de Dios para destruirlos.
La verdadera libertad es la de los Hijos de Dios, la de los hijos de María, la de quienes nos aferramos a la Cruz de Cristo, esa Cruz que vence a los impíos y nos defiende de los enemigos. Porque, aunque seamos pocos, aunque nos persigan y nos desprecien, la victoria es de nuestro Dios, que hizo en cielo y la tierra. Y al final, todos los reyes de la tierra doblarán su rodilla ante Cristo y lo adorarán. Y el mismo Dios que hace llover sobre justos y pecadores, enviará a sus ángeles a separar el trigo de la cizaña. Y entonces será el llanto y el crujir de dientes.
El liberalismo ha entrado en la Iglesia y trata de destruirla desde dentro, acabando con la doctrina, bendiciendo el pecado, promoviendo toda clase de herejías y de abusos: homosexualidad, orgías; religiosos que abusan de monjas y luego las absuelven; corrupción económica; sínodos que pretenden introducir la dinámica del estado de derecho en la vida de la Iglesia: como si una supuesta o hipotética mayoría de opiniones contrarias pudiera cambiar la Ley Inmutable y Eterna de Dios. Destruyen la liturgia, desvirtúan los sacramentos, destrozan la moral y la doctrina. Los orcos de Mordor están invadiendo la Comarca. Quieren acabar con los hijos de Dios.
Pero no nos rindamos ni nos resignemos con el “no se puede hacer nada”. Seamos luz en medio de las tinieblas. Aunque nos quedemos solos. Mejor solo con Dios, que mal acompañado, traicionando al Señor. Hay que combatir hasta el último aliento, con la gracia de Dios, contra el demonio y sus secuaces. Porque no tenemos lucha contra sangre y carne, sino contra principados, contra potestades, contra los gobernadores de las tinieblas de este siglo, contra las huestes espirituales de maldad en las regiones celestes.
Recemos el Rosario, vivamos en gracia de Dios, seamos buena noticia para cuantos nos rodean cada día y portadores de caridad allí donde estemos.
Vayamos dejando un rastro de amor a nuestro paso.
Seamos testigos de la verdad con amor; pero que el amor no nos impida decir la verdad. Por caridad, tratemos de llevar al pecador a Cristo para que se salve pero denunciemos y combatamos el pecado sin contemplaciones.
No prevaleceréis, malditos impíos. El anillo de poder será destruido.
Una chica humilde y aparentemente insignificante concibió al Rey de reyes por obra y gracia del Espíritu Santo: Ella es la Inmaculada Concepción, la Llena de Gracia, la Purísima, la Puerta del Cielo, la Estrella de la Mañana. Ella nos protegerá en la batalla. María pisará la cabeza de la vieja Serpiente y su Inmaculado Corazón vencerá.
Nosotros hemos visto la gloria de Dios y esperamos el regreso del Rey. Vivimos los últimos tiempos. Levantad la cabeza: se acerca nuestra liberación.
¡Viva Cristo Rey! ¡Viva María Santísima, Madre de Dios!
Santiago de Gobiendes
La libertad verdadera conduce a Dios, que es el Bien absoluto. La libertad consiste en cumplir la voluntad de Dios (“hágase tu voluntad, en la tierra como en el cielo”, decimos en el Padre Nuestro). Y la voluntad de Dios consiste en cumplir sus Mandamientos. “Hágase en mí según tu palabra”. “He aquí la esclava del Señor”.
En cambio, la libertad liberal consiste en la licencia lo mismo para hacer el bien que para el mal. La libertad liberal consiste en creerse dioses y en no reconocer el poder de Dios sobre los individuos, sobre las familias o sobre las naciones.
Pero nadie tiene permiso para hacer el mal. Nadie está autorizado a pecar. Y quien peca se convierte en enemigo de Dios, en hijo de la ira. Miles de personas viven en pecado mortal. Y eso hace del mundo un lugar inhóspito y cruel; un reino de oscuridad y tinieblas. La libertad liberal resulta tentadora: es ese anillo que te atrae irresistiblemente pero, al mismo tiempo, te esclaviza y te mata. El mundo liberal es Mordor, esa “tierra oscura” en la que los orcos persiguen a los pocos que viven en gracia de Dios para destruirlos.
La verdadera libertad es la de los Hijos de Dios, la de los hijos de María, la de quienes nos aferramos a la Cruz de Cristo, esa Cruz que vence a los impíos y nos defiende de los enemigos. Porque, aunque seamos pocos, aunque nos persigan y nos desprecien, la victoria es de nuestro Dios, que hizo en cielo y la tierra. Y al final, todos los reyes de la tierra doblarán su rodilla ante Cristo y lo adorarán. Y el mismo Dios que hace llover sobre justos y pecadores, enviará a sus ángeles a separar el trigo de la cizaña. Y entonces será el llanto y el crujir de dientes.
El liberalismo ha entrado en la Iglesia y trata de destruirla desde dentro, acabando con la doctrina, bendiciendo el pecado, promoviendo toda clase de herejías y de abusos: homosexualidad, orgías; religiosos que abusan de monjas y luego las absuelven; corrupción económica; sínodos que pretenden introducir la dinámica del estado de derecho en la vida de la Iglesia: como si una supuesta o hipotética mayoría de opiniones contrarias pudiera cambiar la Ley Inmutable y Eterna de Dios. Destruyen la liturgia, desvirtúan los sacramentos, destrozan la moral y la doctrina. Los orcos de Mordor están invadiendo la Comarca. Quieren acabar con los hijos de Dios.
Pero no nos rindamos ni nos resignemos con el “no se puede hacer nada”. Seamos luz en medio de las tinieblas. Aunque nos quedemos solos. Mejor solo con Dios, que mal acompañado, traicionando al Señor. Hay que combatir hasta el último aliento, con la gracia de Dios, contra el demonio y sus secuaces. Porque no tenemos lucha contra sangre y carne, sino contra principados, contra potestades, contra los gobernadores de las tinieblas de este siglo, contra las huestes espirituales de maldad en las regiones celestes.
Recemos el Rosario, vivamos en gracia de Dios, seamos buena noticia para cuantos nos rodean cada día y portadores de caridad allí donde estemos.
Vayamos dejando un rastro de amor a nuestro paso.
Seamos testigos de la verdad con amor; pero que el amor no nos impida decir la verdad. Por caridad, tratemos de llevar al pecador a Cristo para que se salve pero denunciemos y combatamos el pecado sin contemplaciones.
No prevaleceréis, malditos impíos. El anillo de poder será destruido.
Una chica humilde y aparentemente insignificante concibió al Rey de reyes por obra y gracia del Espíritu Santo: Ella es la Inmaculada Concepción, la Llena de Gracia, la Purísima, la Puerta del Cielo, la Estrella de la Mañana. Ella nos protegerá en la batalla. María pisará la cabeza de la vieja Serpiente y su Inmaculado Corazón vencerá.
Nosotros hemos visto la gloria de Dios y esperamos el regreso del Rey. Vivimos los últimos tiempos. Levantad la cabeza: se acerca nuestra liberación.
Hijos míos, ha llegado la última hora. Ustedes oyeron decir que vendría el Anticristo; en realidad, ya han aparecido muchos anticristos, y por eso sabemos que ha llegado la última hora.¡Manteneos firmes en la fe. No os dejéis confundir!
Ellos salieron de entre nosotros, sin embargo, no eran de los nuestros. Si lo hubieran sido, habrían permanecido con nosotros. Pero debía ponerse de manifiesto que no todos son de los nuestros.
Ustedes recibieron la unción del que es Santo, y todos tienen el verdadero conocimiento.
Les he escrito, no porque ustedes ignoren la verdad, sino porque la conocen, y porque ninguna mentira procede de la verdad. (I Jn. 2, 18-21).
¡Viva Cristo Rey! ¡Viva María Santísima, Madre de Dios!
Santiago de Gobiendes
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